EL TESORO DE LA CONVENCIÓN
Cuento corto de Omar Cortés





I

Aquella noche era particularmente fría, y Anastacia, por más que intentaba acurrucarse en torno de Jimeno, quien dormía como bendito, nada más no podía quitarse el frío que le impedía conciliar el sueño.

Sentía las patas entumecidas, y aunque se hacia bolita no lograba calentarse.

¿Y cómo hace mi Jimeno?- se preguntaba, viéndolo todo jetón y roncando.

A lo lejos el contínuo ladrar de dos perros no cesaba.

Y para acabarla de amolar, esos canijos perros que no se callan, pensó la Anastacia.

Si, de plano, lo que es esta noche la voy a pasar en vela.

Y resignada a su suerte, comenzó la Anastacia a sumirse en sus recuerdos ...

Por quién sabe qué motivos, su inquieta mente fue a topar con la figura de su abuelo, a quien todos apodaban el mienta madres.

Tan popular se había hecho con ese apodo, que ella ya no se acordaba de su nombre.

¿Y a todo esto, cómo carajos se llamaba el viejo?, con angustia se interrogaba.

Desde que tenía uso de razón, recordaba que para todos era el mienta madres. Toda su familia, todos sus conocidos le llamaban igual. El mienta madres, ese era su real nombre, porque el de pila ... pos ... sepa la bola ...

Y le recordó, le recordó perfectamente. En su mente vió su rostro, ese rostro completamente arrugado, sus cejas y bigotes blancos, y sus ojos, sus ojos, los que siempre le impresionaron, sus ojos verdes que le otorgaban como que cierto abolengo al pinche viejo.

Su andar pesado, arrastrando los años, y ese respirar tan suyo, a través de grandes suspiros.

Viéndolo, el mienta madres no hacia honor a su apodo, parecía más bien un viejo perro ovejero que un vejete cabrón grosero.

Bueno, y a todo esto, ¿por qué de pronto se me vino a la mente el mienta madres? se preguntó la Anastacia. Y sin querer queriendo, siguió en sus divagaciones.

De su abuelo guardaba pocos recuerdos, y quizá el más impactante fue cuando murió su abuela, su linda abuela la Manuela.

Ella estaba bien chiquita, tendría como siete años, pero la muerte de su abuela impactó a la casa entera, y fue entonces que se percató de la existencia del mienta madres, el que hasta aquel momento había pasado desapercibido en su vida.

El mienta madres se ganaba la vida de ropavejero, pasándose casi todos los días fuera de casa pregonando, a grito pelón, la venta o compra de sus tiliches, pero cuando falleció la Manuela, al mienta madres comenzó a valerle un carajo su negocito y como que se ensimismo, encerrándose en su mundo.

Fue entonces que la Anastacia empezó a prestarle atención. En muchas ocasiones lo encontró llorando como niño, y en una de esas, cuando ella ya tenía como doce años, se dió aquel mágico encuentro que quién sabe por qué, había ya olvidado.

Como si hubiese ocurrido el día anterior, la Anastacia recordó, con pelos y señas, aquel encuentro.

Se vió en el cuarto de su abuelo, quien se encontraba sentado en la cama, sollozando y moqueando. Se quedó parada, azorada, pelando los ojos, mientras el mienta madres detenía sus sollozos, y dando una gran sorbada, se tragaba de un jalón los mocos para interrogarla:

¿Y tú, niña, qué haces aquí? ¿Se te perdió algo?

Ella parada, paralizada, no sabia si salir corriendo o responderle.

Después de unos minutos, por fin se atrevió a romper el silencio.

No ... pos ... es que le oi gemir y ... pos ... pensé que ... pos ... que algo le ocurría ...

El viejo la miró con sus ojos llorosos y le respondió:

No, niña, no me pasa nada, de pronto así me pongo, sobre todo cuando me acuerdo de su abuela ..., y ahí fue como que se le quebró la voz, pero, esforzándose, rápido se repuso.

A la Anastacia aquello le dió una tristeza espantosa y con sus doce años a cuestas, intentó reconfortar al viejo, pasándole su mano sobre la cabeza y limpiándole, con la otra, las lágrimas de su rostro.

El mienta madres la miró agradecido y esbozo una sonrisa.

¿Cómo pude haber olvidado aquel momento? pensó para sí la Anastacia.

Y después de aquello, todo cambio entre ella y su abuelo, quien pasó de ser el tipo indiferente, a un familiar con el que le gustaba platicar.

Y poco a poco, a través de los meses, fue develándose ante ella quien había sido el famoso mienta madres.

Coronel del Cuerpo de Caballería, bajo las órdenes del general Benjamín Argumedo, el mienta madres fue un elemento leal al gobierno de la Soberana Convención Revolucionaria, al que se ufanaba de haber servido, considerando que su disolución constituyó el fin y la derrota misma de la revolución.

Si, mi niña, no exageró, pero cuando nos partieron la madre, después de que tuvimos que salir de Toluca, toditita la revolución se la llevó el carajo.

Los mani-rotos cabrones, a las órdenes del vejete culero barbas de chivo, del tunco ese hijo de puta y el pinche lentes de ciego del Ejército de Oriente, le pusieron en la madre a nuestro sueño, a nuestros ideales ... toditito se lo llevo la chingada ...

... De la revolución sólo quedaron fechas pa´festejar, pretextos pa´la peda y la hueva ... pero lo mero principal ... los ideales ... las reivindicaciones sociales ... la justicia ... todo quedó reducido a la palabrería y las tranzas de una bola de cabrones oportunistas ...

... Nos pusieron en la madre ... ni hablar ... eso nos pasó por pendejos y creidos ... ahora ... pos no hay otra que esperar otra bola ... y a ver si se nos hace ...

Oyéndole hablar, la Anastacia entendió de dónde le venía el apodito. Muy dificil, si no es que imposible le era a aquel viejillo ligar dos frases sin soltar una leperada.



II

A partir de entonces, sus visitas a su abuelo fueron cada vez más continuas y placenteras. Al viejo le agradaba mucho contarle sus experiencias revolucionarias, y así la Anastacia fue enterándose de cosas que jamás imaginó que un antepasado suyo hubiese enfrentado.

Puntualmente el mienta madres fue explicándole en que habia consistido todo el asunto de la Soberana Convención Revolucionaria, de las grandes esperanzas que generó su formación entre los humildes, y de la descarada traición que a la misma hicieron los señores Carranza y Obregón.

Con lágrimas en los ojos en varias ocasiones le relató los momentos de alto dramatismo que se vivieron en Aguascalientes, ya que él había tenido la oportunidad de presenciar aquello.

Sí, mi niña, yo mismo los vi, a mi general Francisco Villa y al traidorzuelo de Obregón, cuando se hizo aquel show de la firma de la bandera, quien lo propuso fue el Alvaro y quien se dio de inmediato cuenta de la maniobra fue el Licenciado Soto y Gama ... ¡Que huevos de cabrón! Si hubiera visto mi niña la manera tan valiente que les salió al paso ... De hecho los mando al carajo ... Pero ... ¡vaya huevos del Licenciado! Fueron muchos los que, tarados y pendejos como eran ni cuenta se daban del cuatro que les estaba poniendo el cabroncito de Obregón. ¿Y me creerá si le digo que a punto estuvieron de cocer a balazos al Licenciado? Si, mi niña, el ambiente se puso de la puritita chingada, yo esperaba que de un momento a otro se soltara la balacera ... y el Licenciado, tan bragado, le valió madres y siguió con su perorata ... ¡Ay mi niña, si usted lo hubiera visto!

La Anastacia se emocionaba escuchando al viejo, a tal grado que le trasportaba a aquellos tiempos, a la época en la que según su abuelo todavia era dada la esperanza. Y en su juvenil mente imaginaba a los revolucionarios escoltando a Francisco Villa, y al teatro aquel, escenario de la Convención en Aguascalientes, repleto de señores sombrerudos y bigotones armados hasta los dientes. El barullo, los discursos, los aplausos y las rechiflas ... todo, todo, lograba recrearlo en su mente, y prácticamente se sumergia en aquellos trozos de historia que su abuelo con lentitud escupia.

Hubo dias en que su abuelo, poniéndose muy serio, le daba por interpretar el pensamiento de aquellos líderes populares. Y asi, de Villa decía que era un cabrón iletrado e impulsivo pero de un corazón bien grandote, y a contraparte a Obregón de hipócrita y convenenciero no lo bajaba.

Ese pinche catrincito del Obregón era un zorro el hijo de puta. Muy formalito y seriecito, el cabrón sabia camuflearse a la perfección y aparentar lo que quisiera. Y pa´cabarla de amolar, entre tanto pendejo iletrado como habiamos ahi, pues como que nos llevaba al baile cada que se le pegaba su chingada gana. El pinche Obregón aparentaba ser el huele pedos del viejo barbas de chivo, y asi lo consideraban los del equipo de mi general Villa, pero también esos cabrones la erraban, porque en realidad el cabrón de Obregón no era huele pedos de nadie, sino que todo lo que hacia no tenía más finalidad que a si mismo. Porque de que era inteligente, lo era ... la verdad, mi niña, ese cabrón era muy inteligente ...



III

De lo que la Anastacia pudo entender, todo el rollo de la famosa Convención, se debió a una bronca que hubo entre los señores Carranza y Villa, los que se habían enojado agarrándose hasta del chongo por cuestiones militares y políticas, relacionadas pa´ver quien era el mero mero mandón. Como ambos tenían su gente y pos como que eran ejércitos, pues el choque entre ellos fue cosa muy seria, asi que después de muchos dimes y diretes acabaron pactando algo asi como una tregua llegando a la conclusión que una vez que ganaran, se establecería una Convención de los ganadores pa´arreglar las cuestiones políticas que pos como que estaban muy en veremos ...

Si, mi niña, le repetía con insistencia el mienta madres, la peor pendejada que pudieron haber cometido fue esa de lo de la Convención militar. Porque mire, mi niña, realmente aquella propuesta lo que buscaba tapar era que aparte de los Constitucionalistas había otras fuerzas también opuestas al cabrón de Huerta, pero que traían otro boleto.

No mas pa´comenzar fíjese usted en Zapata y su ejército. El general Zapata no estaba unido al Constitucionalismo, el traía su lucha aparte, ¿y quién iba a poder negar la partida de madre que se dieron los zapatistas en su lucha contra el Huerta?

Otro caso lo era el Partido Liberal Mexicano de don Ricardo Flores Magón, el que venía luchando desde muchísimo antes que el viejo cabrón de Carranza se colgara escapularios de revolucionario.

Muchos Constitucionalistas no tragaban ni a Zapata ni a Magón, y preferian menospreciarlos. ¡Fíjese no´mas que pendejada! ¡Dejar fuera de esa Convención a gente de esa categoría moral y de esa enjundia y caracter revolucionario, no´mas pa´aparentar que en México los únicos chicharrones que tronaban eran los del Ejercito Constitucionalista!

Y resoplando con los ojos bien pelones, el mienta madres hizo una pausa para tomar aire y en seguida continuó su perorata.

Igual que Zapata y que Magón, habia otros revolucionarios que pos no se alineaban con los constitucionalistas, pero que igual se partían la madre contra las huestes de Huerta. Y eso lo sabian tanto el chivustiano como el cabrón de Villa, pero igual se hacian pendejos. A mi general Zapata luego no lo tragaban los cabrones porque se habia peleado con el señor Madero ... pero ... pos ¿cómo no iba a acabar peleado si el Sr. Madero no mas no entendia ni madres de la revolución social? Quizá de la revolución política si, pero de la social no entendia un carajo. ¡Fíjese usted, a quién se le hubiera podido ocurrir la insensata propuesta que le hizo a mi general Zapata de ofrecerle una hacienda! Como si mi general Zapata hubiese estado peleando por esas pendejadas. No, lo que pasaba era que el Sr. Madero pos como que era adinerado, no entendía que hubiera gente que peleara por otro tipo de objetivos que los rollos monetarios.

Y al Sr. Magón no lo querían por su radicalismo, porque don Ricardo era revolucionario de a deveras, no nomas de dientes pa´fuera. El quería el bien pa´los jodidos. Odiaba a los cabrones manirotos oportunistas.

Por eso le digo que la pendejada esa de la Convención militar no mas entre cuates, fue un error que se pagó con mucha sangre.

Acuérdese lo que ya le dije, mi niña, cuando se tomó la ciudad de México, y el borrachales hijo de su mala madre del tal Huerta optó por irse al carajo, se acordó la disolución del Ejercito Federal, pero no sin antes ofrecer a sus mandos que se pasaran del lado de la revolución reconociéndoles sus grados militares. ¡Imagínese, mi niña! Pos fueron un montón los que aceptaron, y pos como que se hizo un pinche revolvedero de la puritita chingada ... Y luego salieron con su pendejada de la Convención militar entre cuates, pos como que le echaron la soga al cuello a la revolución.

Pero todo aquello fue un ardid político del cabron del chivustiano, porque ese fue el que ideó todo.

De nuevo, el mienta madres hizo una pausa, tomo aire, y siguio en su monólogo.

Total que aquella Convención iniciada en la ciudad de México fue un teatro para que el viejo cabrón barbas de chivo, escenificara todo su show. Pero pos los verdaderos revolucionarios, como que se dieron cuenta de que aquella reunión militar estaba bien coja, porque faltaban un titipuchal de revolucionarios y sobraban una bola de cabrones oportunistas.

Ni los generales Villa y Zapata estaban presentes en aquella Convención, y aunque a muchos pos no mas no les cuadraban, tampoco se atrevían a negar que igual se habian partido la madre para mandar al carajo a Huerta. Asi que entre los verdaderos revolucionarios pos como que el teatrito del chivustiano no más no funcionaba.

Lo que el pinche viejo no quería era dejar el poder, estaba aferrado como pinche piojo chupe y chupe la savia del pueblo.

¡Imagínese, mi niña, hasta donde llegó su teatralidad que se aventó la puntada dizque de renunciar a su poder cediéndoselo a la Convención! No, si el pinche viejo era todo un grillote.

Bien sabía que tenía a sus chalanes enquistados en aquella asamblea, y sus chalanes se encargarían de cambiar los vientos y hacer entrar en razón a los babosos generalotes que se tragaban sus cuentos. Dos que tres discursitos bien pronunciados bastarían para darle vuelta a la susodicha renuncia y pedir el regreso del viejo cabrón.

¿Pos pa´que otra cosa cree usted que estaba el Cabrera y compañía? El licenciadito ese era otro grillote de altos vuelos.

Y la Anastacia dejaba que su abuelo, el mienta madres, se hundiera en auténticos monólogos interminables.

Y le dejaba hablar, hablar y hablar, mientras ella, felíz de poder compartir con él esos momentos, guardaba silencio fingiendo que prestaba una gran atención, aunque en realidad le venía valiendo madres todas las pendejadas que decía el viejo.



IV

La vida de la Anastacia se habia enriquecido una vez que generose esa comunicación mágica con el mienta madres. Su transición de la ninez a la adolecencia habia tenido en aquella relación con su abuelo su punto de partida. Desde que Anastacia se compenetró con el mienta madres, su mundo infantil comenzó a deshacerse emergiendo, con toda su fuerza, el poder de su juventud. El mienta madres convirtiose, muy a su pesar, en auténtico guía, en faro conductor. Por supuesto que al viejo eso no sólo no le interesaba, sino que ni cuenta se daba del enorme papel que para con la Anastacia estaba teniendo. El, felíz de contar con alguien que le escuchara, se daba por bien servido, y es que desde la muerte de su compañera, la Manuela, prácticamente no hablaba con nadie, vivía ensimismado en sus recuerdos, en sus lindos y felices recuerdos que con quien había sido por muchísimos años su compañera, su sostén, su apoyo, habia tenido. La muerte de la Manuela representó un golpe tal que de hecho le condujo a una especie de muerte vegetativa, porque él, tan afanoso y frenéticamente obsesivo en el logró de sus objetivos, cayó en el desgano, el valemadrismo. Vivía porque no había tenido el valor para quitarse la vida cuando debió de hacerlo. Su estancia en este mundo la concebía como la lógica punición por su cobardía ... estaba pagando su culpa por no haber actuado como debió haberlo hecho. El viejo, antes de que se estableciera esa química con la Anastacia, era menos que un cero a la izquierda; un bulto, una cosa que estaba ahí porque no había otro lugar en donde estar ...

Pero ahora, teniendo a la Anastacia, la cosa habia cambiado completamente, puesto que de nuevo tenía con quien hablar, a quien comunicarle sus vivencias, sus inquietudes, sus frustraciones ... Otra vez volvía a sentirse vivo. Y como antaño, cuando conversaba con la Manuela, el mienta madres era capaz de volver a experimentar momentos felices, a saborearlos, a gozarlos.

Era plenamente consciente de que Anastacia, debido a su edad, muy probablemente no sólo no entendiera a cabalidad todos los rollos que le aventaba, sino que incluso le valieran un comino, pero ... eso no le importaba, él no veía a Anastacia como su alumna o su seguidora, sino como una amiga, un ser humano que le prestaba atención, que le brindaba compañía, y sobre todo, que le tomaba en cuenta. ¡Eso, eso era lo importante!



V

Ay mi niña, le decía con angustia el mienta madres a Anastacia, todas las marranadas del Chivustiano se fueron al carajo cuando en la Convención de la Ciudad de México, los ahí presentes acordaron trasladarse a Aguascalientes e invitar a los mandos de la División del Norte comandada por mi general Francisco Villa, para que se les unieran. Ahi mero fue cuando el viejo cabrón de Carranza se dio cuenta de que la cosa no la tenía tan controlada como pensaba, y ahi fue tambien cuando el zorro del tunco de La Trinidad, el señor Obregón, enseño el cobre. Las cosas se complicaban mi niña, se complicaban rete harto ...

Por supuesto que Anastacia no entendió ni jota de las preocupaciones que su abuelo buscaba trasmitirle. Y es que para ella poco importaba que se hubieran o no complicado, porque estaba muy clara de que al viejo le encantaba andarle contando un montón de pendejadas quién sabe por qué; pero ella continuaba fascinada ante la presencia del mienta madres. El tono de su voz, sus exhabruptos, todo eso como que la arrullaba, la adormecía trasportándola a un mundo de fabula, en el que se sentia muy bien.

¡Y ya en Aguscalientes, las cosas se le salieron de control al Carranza! mi niña, dijo dramatizando y alzando la voz el mienta madres.

El pinche Chivustiano de seguro sintió como que le metían un fierro por el culo cuando vio como todo se desbarajustaba. El colmo fue cuando ya estando mi general Villa y los altos mandos de la División del Norte en Aguascalientes, pos que deciden invitar a mi general Zapata y los mandos del Ejercito Libertador del Sur y Centro de la República. ¡Ahi sí que al viejo barbas de chivo hasta diarrea le ha de haber dado! Todo indicaba que la cosa iba en serio, que realmente los mandos de las fuerzas revolucionarias estaban tomando al pie de la letra el demogógico ofrecimiento que el Chivustiano les habia hecho en la ciudad de México, de presentar su renuncia al poder. Pero ... no, mi niña, en todo aquel hervidero de pasiones había un grillerio que ni le cuento. En Aguascalientes la Convención era una olla de grillos ... la grilla en todo su apogeo ... la politiqueria desatada ... las pasiones desbordaban todo razonamiento. Habia quienes complotaban para agandallarse todo lo que pudieran; otros no mas andaban buscando como ponerles en la madre a sus opositores; otros más, sedientos de venganza, buscaban cómo hacerle pa´cobrarse agravios pasados ... total que aquello era un maremagnum. Concensaba todo aquel desbarajuste el ansia de la mayoría por liberarse de la tutela del Chivustiano y los titánicos esfuerzos que sus seguidores, abiertos o camufleados, hacian para evitar el desaguisado.

Total, mi niña, a fin de cuentas al Chivustiano terminaron mandándolo al carajo, y el viejo mañoso, nada pendejo, decidió pelarse pa´Veracruz, lugar en el que finalmente se atrincheró esperando mejores momentos ... total, si la cosa no le salía pos ... agarraba un barco y se pelaba de México ...

En Aguascalientes se acordó la destitución del barbas de chivo, nombrándose como jefe del Poder Ejecutivo a mi general Eulalio Gutiérrez, y dejando vestido y alborotado al ingenuote baboso del Villarreal que andaba como guajolote todo contentote, suponiendo, el ingenuo, que seria nombrado presidente de la República ... ¡Pobre general Villarreal, tan inteligente y a la vez tan pendejo!

Y ¡zácatelas mi niña! pos que no se dejan venir pa´la ciudad de México los convencionistas. Si, asi fue, una vez designado mi general Eulalio como presidente, pos se ordenó la movilización de las fuerzas revolucionarias para la capital. Y pos que se dejan venir pa´México. La cosa, mi niña, presagiaba tormenta ...



VI

Un movimiento brusco de Jimeno, acompañado de tremendo ronquido, espantó a Anastacia.

¡Válgame Dios! exclamó alarmada. Después, esbozo una sonrisa y pensó: ¡Ah que mi Jimeno, siempre con sus impertinencias!

Costole trabajo volver a sumirse en sus recuerdos, pero finalmente lo logró.

De nuevo estaba frente a su abuelo, aunque ya no en su recamara sino en el comedor de la casa. El viejo saboreaba una espumosa taza de chocolate y ella prácticamente ruñía un delicioso churro.

Y entre sorbo y sorbo, el mienta madres inició uno de sus tantísimos monólogos, centrándose, en aquella ocasión, en la actuación de los convencionistas una vez instalados en la ciudad de México.

¡Ay mi niña!, si hubiera usted visto ... Parecía que todo iba sobre ruedas. Las anexiones al gobierno convencionista realmente eran mayoritarias. De todas partes de la República comenzaron a llegar telegramas de un montón de generales, felicitando, apoyando y uniéndose a la alternativa convencionista. Don Eulalio estaba que no cabia de gozo. ¡Imagínese, parecía que todo aquel argüende generado por el señor Carranza, se habia superado precisamente con su separación del cargo! Por lo menos así parecía, aunque ...

Y el mienta madres detuvo en seco su monólogo. Y mirándola fíjamente con aquellos ojos suyos tan verdes y expresivos, dejó escapar un involuntario lamento al que siguió un conato de tos.

Anastacia se espantó pensando que algo le iba a pasar al viejo, y alarmada de inmediato le ofrecio un vaso de agua.

El mienta madres no se hizo del rogar, y tomando el vaso apuro su contenido.

Acto seguido, garraspateo limpiándose la garganta y ya apaciguada la tos, reinició su charla.

¡Las acciones impulsivas y los desplantes de mi general Villa dieron al traste con todo! Esa fue la puritita verdad. Duele quizá el decirlo y mucho más el reconocerlo, pero fueron las locas y descabelladas actitudes de mi general Villa lo que jodio todo. El muy cabrón se pasó de rosca y pos ahi que se la pasa dándole órdenes a don Eulalio, el que pos ya ni sabia si era de dia o de noche, porque así lo traia el llamado Centauro del Norte ... No, eso si que ni que ... El cabroncito de mi general Villa llegó a sentirse la mama de los pollitos. Y con sus pendejadas pos les dio rete harta cuerda a sus enemigos, quienes, asustados, pos corrieron a buscar esconderse bajo las faldas del Chivustiano. ¡Y ahí tiene usted que lo que hasta entonces habían sido anexiones y felicitaciones, no tardaron en convertirse en repulsas y defecciones. Pos si, como no, si el cabrón de mi general se pasó de raya.

Por otro lado estaba mi general Zapata, el que, dicho sea con toda imparcialidad y justicia, pos tampoco canto mal las rancheras.

Cuando se juntaron mis generales Villa y Zapata, allá, a finales del catorce, en Xochimilco, cuentan los que estuvieron en aquella junta que todo se les fue en planes militares de cómo ponerle en su madre al Chivustiano y sus achichincles, parecía que el par de cabroncitos ni cuenta se daba de lo que realmente estaba pasando, y de lo que habia que instrumentar para seguir, viento en popa en pos de los ideales de la revolución. Para ellos todo era echar balazos y ponerle en la madre al oponente. Y no crea usted, mi niña, que los de la bola no mas estábamos como pendejos pa´ver que ocurrencias se le venían a sus cabezas. ¡No! ¡Nada de eso! Lo que pasaba es que ni chance teniamos de opinar, y además todos andábamos con un miedo de la chingada porque entre los seguidores de mi general Villa y de mi general Zapata llegaron a darse dos que tres agarrones que ni le cuento. Las venganzas y cabronadas estaban a la orden del día. Y como todos andaban armados, pos ya se imaginara usted, mi niña, los desmadres que armaban.

El mienta madres hizo una pausa, tomo su taza de chocolate y dándole un gran sorbo, la saboreo realmente con gusto.

Anastacia estuvo a punto de soltar la carcajada ante la actitud del viejo, el cual cambiaba sus facciones de acuerdo a como se adentraba en su narración.

Parecía un merolico en la plaza, pensó para si la Anastacia, esbozando una pícara sonrisa que no pasaria desapercibida por su abuelo, el que respondiole cerrándole un ojo y soltando una sonora carcajada, para continuar, de inmediato, con su interminable peroración.

Si, mire, mi niña, el asunto era que tanto mi general Villa como mi general Zapata andaban, de plano, en la pendeja. Cuando en Aguascalientes se propuso formar una comisión pa´que fuera a invitar a mi general Zapata pa´que se uniera a la Convención, no crea usted que fue asunto sencillo. ¡No! ¡Qué va! Si los del Ejército Libertador del Sur sabian hacerse rogar los muy cabrones. Siguieron una pendejada que no soltaron hasta salirse con la suya. Tanto el Licenciado Soto y Gama como el periodista Paulino Martínez, estaban tercos en que si no rendía vasallaje la Convención a su chingao Plan de Ayala, pos no mas nones cabrones. Asi como se lo digo mi niña. Estuvieron chinga que chinga, dale que dale con su pendejada del Plan de Ayala. Total que los convencionistas con el fin de no desairar a los del Ejército Libertador del Sur y adjuntarlos a la Convención, cedieron en relación con el pinche planecillo ese, mandando al carajo al Plan de Guadalupe y jurando fidelidad a las pendejadas del Plan de Ayala. ¡Asi de jodida estuvo la cosa, mi niña! ¡Cómo si hubieran sido más importantes las pendejadas que se decían en ese documento, frente al proceso que se estaba generando con la formación de la Convención! Muchos asi lo pensábamos pero ... pos la verdad no nos atrevíamos a decirlo en voz alta por miedo a que los cabrones sureños nos partieran la madre. Y es que, mi niña, no va usted a creérmelo, pero eran tercos como mulas los pelados.

Y de pronto, como si le hubiera faltado cuerda, el mienta madres se quedó callado. Con la mirada perdida ...

Como que se le fue la onda, pensó Anastacia, dando gracias al cielo por aquella inexplicable interrupción que salvabala de seguir aguantando las impertinencias del vejete.

Ni tarda ni perezosa, aprovecho la tan magnífica coyuntura para, levantándose, dar un beso en la frente del mienta madres, retirándose rápidamente del comedor.



VII

Por aquellos días, la Anastacia habia comenzado a salir con Jimeno, al que conoció en una fiesta de su tia Gertrudis. Mayor que ella por cuatro años, Jimeno era un muchacho muy buena onda. Serio, cortés y sobre todo afable y muy divertido. La Anastacia como que sentía grillos en la panza cada que estaba a su lado. Ante él tenía unas sensaciones que le eran muy dificil de describir, y una vez que la invitó a bailar, el tan solo sentir su cuerpo cerca como que le ponía la carne de gallina.

Definitivamente el Jimeno atraia a su orbita a la Anastacia, y ella se dejaba arrastrar.

El día que el Jimeno la invitó al cine, la Anastacia no cabia de gozo. Andaba toda alborotada, presumiendo que ya iba a ir al cine con su novio, porque asi fue como de buenas a primeras a la Anastacia se le ocurrió andar ventaneando al Jimeno como su novio. Por supuesto que eso la hacia ser el centro de atención de sus amigas y de toda la clase en su escuela. No cualquiera podia andar pavoneándose de tener, a sus trece años, un novio como el Jimeno, un muchacho adolecente en toda forma.

Pero aquella idita al cine muy lejos estuvo de ser la cita ideal que imagino Anastacia, ya que las cosas tomaron un rumbo que ella no había previsto. El Jimeno como que se pasó de raya y anduvo de un agarrón insoportable. Todo fue cosa que se apagaran las luces y que comienza el forcejeo. Por un lado el Jimeno intentando a toda costa meterle mano en donde podia, y del otro la Anastacia presentando una, al principio, feroz resistencia, evitando a toda costa los intentos de tocamientos realizados por Jimeno. Finalmente el muchacho se salió con la suya y le puso una manoseada a la Anastacia de pronóstico reservado. Y ella, por completo resignada, termino dejandose meter mano en donde el Jimeno queria.

De la película, ninguno de los dos la vio, pues todo se les fue en sus forcejeos, y ya casi al final la Anastacia hubo de soportar la lengua del Jimeno en su boca, cuando éste, aprovechando un descuido, le dió un besote que la dejó anonadada.

El cambio de actitud de Anastacia fue enorme a partir de aquella cinéfila cita. Como que toda ella cambio, inclusive físicamente. Sus caderas se ensancharon y sus senos se robustecieron de manera notoria. Ella se percataba de sus cambios físicos al percibir las miradas de los chicos, y ella misma comenzó a fijarse más en ellos. Total que la Anastacia empezó a tener un caudal de admiradores nada despreciable. A las fiestas y a los bailes ya no sólo el Jimeno la invitaba, sino que había otros galanes que andaban igual tras sus huesos, y ella, muy recatadita pero bien que se dejaba querer, llegando incluso a jugar de manera temeraria con los sentimientos del pobre del Jimeno. Coqueteaba con Raul y Fernando e incluso delante del mismo Jimeno.

Raúl le atraía mucho más que Fernando, sobre todo por su físico. Era un muchacho tan sólo un año mayor que ella, pero físicamente parecía llevarle como ocho. Su musculatura, totalmente desarrollada, hacia que la Anastacia de hecho se derritiera en su presencia.

Una vez también el Raúl la invitó al cine, y la Anastacia por supuesto que acepto, pero a escondidas, sin que ninguna de sus amigas o conocidas se diera cuenta, y eso porque temía que el Jimeno se enterara y la armara de tos. Raúl, muchacho experimentado en eso de las chicas, bien que se dió cuenta de todo, por lo que, para facilitarle las cosas a Anastacia le propuso una película que pasaban en un cine bastante alejado de las zonas que la Anastacia frecuentaba, y ella, encantada, aceptó.

Aquella idita al cine fue muy diferente a la que en un pasado reciente habia tenido con Jimeno, porque en esta ocasión tanto ella como Raúl sabían a lo que iban, y para nada rehuian las consecuencias. En aquella ocasión no hubo forcejeo, ni lucha, ni nada parecido. Ahí si que a lo que te truje Chencha, y desde que se apagó la luz comenzaron los fajes, tocamientos, chupetones y todo lo sexualmente imaginable, por ambas partes. El Raúl y la Anastacia se servían el postre con la cuchara del mole dándole vuelo a los besos y lamidas. Fue ahí, en aquella cita que la Anastacia pudo comprobar cuál era la diferencia fisica fundamental entre un hombre y una mujer, al haber experimentado, por primera vez en su vida, el tocamiento de un pene. Como yegua desbocada, la Anastacia le dió vuelo a la hilacha sirviéndose a sus anchas con el pene del Raúl, que estrujaba y jalaba con frenesí.

El pobre muchacho, no obstante toda su experiencia, materialmente jadeaba buscando evitar el desaguisado de una violenta eyaculación. Luchó como desesperado, pero finalmente hubo de rendirse ante los malabares de Anastacia quien, sin tener conciencia de ello, provocó la temida eyaculación del Raúl, siendo la primera sorprendida de sus manoseos. La pobre ingenua muchacha no acababa de entender qué demonios era aquel líquido blancusco y viscoso que su objeto sexual, el Raúl, le había desparramado en plena mano, embarrándole su brazo e incluso su vestido. Con asco y repugnancia soltó el pene de Raúl emitiendo un ahogado grito de repudio.

Aquella traumática experiencia dejó sacada de onda a la Anastacia por algunos meses.

A Raúl no volvió a verlo después de aquello, y él, ni el intento hizo de tratar de buscarla.

Nadie de sus amistades y conocidos supo algo de aquello, y ella tuvo la prudencia de guardarlo con llave en el arcón de sus recuerdos.



VIII

Sentado cómodamente en la sala, el mienta madres estaba felíz ante la visita de Anastacia, a quien hacia ya semanas no habia visto.

La muchacha, en mucho debido a sus obligaciones escolares, habia dejado de acudir a sus citas con el mienta madres, al que ya tan sólo veía de manera ocasional. Eso habia conducido a su abuelo a volver al ensimismamiento, a sentirse nuevamente solo, y ella bien sabia que eso estaba mal, por lo que aquella tarde se había hecho la promesa de pasarla con el viejo.

El mienta madres, estaba listo para continuar con sus monólogos ante su nieta. En esa ocasión buscaba trasmitirle sus recuerdos sobre lo que ocurrió con la Convención a la huida de don Eulalio Gutiérrez.

¡Ay mi niña! expresó de manera lastimosa el mienta madres, ¡Si hubiera estado usted ahí! La verdad que fue bien triste lo que ocurrió. Mi general Villa, por completo desquiciado con sus pendejadas, pos como que se le ocurrió ponerle arresto domiciliario a don Eulalio. ¡Imagínese! ¡Dónde se ha visto que un subordinado se imponga a un presidente! Pos el cabrón de mi general Villa asi actuó. Y no hubo nadie que le pusiera un alto, que le aconsejara, que le dijera el costo de la pendejada que estaba haciendo. ¡No! Movido por sus pinches impulsos locos, se le metió en la cabeza que don Eulalio lo estaba traicionando, y eso porque el cabrón del Chivustiano, al darse cuenta de las tropelias del Villa, pos busco atraerse a don Eulalio con el consabido: Ya vez, te lo dije ... Y el pobre del don Eulalio que realmente se habia creido que era el presidente de la Convención pos por supuesto que le hizo caso al barbas de chivo, y el Villa, que era un zorro en esto de los complots, pos andaba todo inquieto, y de ahi fue que tomó la determinación de meterle arresto domiciliario a don Eulalio, el que, de manera desesperada, prefirio pelarse con un grupo de sus seguidores, abandonando la ciudad de México y proclamando que con su salida de la ciudad, el gobierno por él representado se trasladaba a otra ciudad.

Lo triste de todo aquello es que no hubo nadie que tomara en serio las palabras y los dichos de don Eulalio. ¡Asi de jodida estaba la cosa! Su salida de la ciudad de México fue por todos vista como una simple huida a la furia del Centauro del Norte. De ratero, traidor y cabrón no bajaron los villistas al pobre de don Eulalio. A quien llegaron a señalar como un pinche achichincle del Chivustiano y el Obregón. Total, que ya habiendose hecho del poder, los villistas nombraron a uno de los suyos como presidente, tocandole la designacion a mi general Roque González Garza. Individuo muy recto y decente, eso que ni que, pero que sobre su cargo cargaba el antecedente del descarado dedaso, o sea que no habia sido elegido por la Revolución en pleno, sino solo por una parte de ella representada por la División del Norte.

Con tal actitud, mi general Villa desbarató todo lo construido en cuanto a acercamientos y puentes de entendimiento, poniendo las cosas al borde de la guerra civil. ¡Qué digo al borde! ¡Aventándola de plano al precipicio de la matanza entre hermanos!

A partir de ahí, la situación no tenía más salida que la guerra. La única alternativa que quedó después de aquella temeraria imprudencia, fue la de ponerle en la madre a los ejércitos fieles a don Venustiano, los cuales aumentaron su membresía rápidamente.

Mi general Villa convirtiose en el centro de los odios y en el villano de la película. Villa acabó siendo, para infinidad de revolucionarios, un soberano cabrón cuya única finalidad era la de controlar la revolución sin ninguna oposición.

El mienta madres detuvo su peroración, y aclarando su garganta, pidió a su nieta le llevara un vaso de agua.

Anastacia, se apresuró a satisfacer la orden de su abuelo, trasportándose a la cocina.

De regresó, noto a su abuelo sumamente cansado ... a tal grado que le produjo temor su estado.

¿Qué le pasa, abuelo? le preguntó tímidamente.

No sé, mi niña, respodió el viejo. De un tiempo para aca, como que se me baja la bateria. A veces me siento muy debilitado. Ha de ser cosa de los años mi niña. Y diciendo esto como que se le cerraron los ojos y soltó un enorme bostezo.

Anastacia comprendió que lo más prudente era dejar descansar al viejo, por lo que, arropándolo con una frasada que encontró ahí, le dió un beso en la frente y se despidió prometiéndole volver a verlo en muy poco tiempo.



IX

Anastacia, sentada, boquiabierta; y el mienta madres, parado frente a la tarja de la cocina, escenificaban una particular conversación.

Anastacia, que desde hacia algunas semanas no veía al mienta madres, llegó relativamente temprano, puesto que al no haber tenido la clase de geografía, acudió con su abuelo una hora antes de lo previsto, encontrándole en la cocina lavando los trastes de la comida.

El viejo hallábase felíz de la visita de Anastacia, puesto que realmente la extrañaba. Asi que de inmediato, sin que mediara preámbulo, inició uno de sus acostumbrados monólogos en torno a la Soberana Convención Revolucionaria, precisándole a su nieta que en esa ocasión le contaria las gravísimas consecuencias que las impulsivas y locas actitudes de Francisco Villa atrajeron para con aquel interesantísimo proceso.

Desgraciadamente las pendejadas y aceleres de mi general Villa dieron al traste con todo lo que se habia logrado. Cuando Eulalio Gutiérrez se vió obligado a salir huyendo de la ciudad de México, las defecciones a la Convención llegaron a montones. Decenas, y decenas y decenas de generales ordenaron a sus representantes que se retiraran de la Convención, y estos, al ser subordinados, pos tenian que obedecer las órdenes de sus superiores. Y asi fue como la Convención que estaba en pleno ejercicio discutiendo la estructura social, política, cultural y económica que debía de emerger como producto de la revolución mexicana, casi se desbarata, quedando tan sólo albergando la representación norteña, esto es, el grueso del ejército de la División del Norte, y la sureña, o sea la amplia gama que formaba el Ejército Libertador del Sur y Centro de la República Mexicana, además de algunos otros generales. porque el grueso de la representación convencionista, defeccionó a raíz de las pendejadas de mi general Villa.

Ante la situación desatada por las locuras de Villa, todo quedó listo para la guerra civil. Cuatro grandes cuerpos de armas iban a participar en aquella guerra. La División del Norte, comandada por Villa; el Ejercito Libertador del Sur y Centro de la República, comandado por Zapata: el Ejército de Oriente, comandado por Pablo González, y, el Ejército de Occidente, comandado por Obregón. Los dos primeros representando a la Soberana Convención Revolucionaria; y los dos últimos, al bando constitucionalista.

En medio de aquella lucha fratricida, la Soberana Convención desarrollaba sus sesiones de trabajo en la ciudad de México, instaurando un regimen parlamentario, mientras que el señor Carranza despachaba, como titular del Ejecutivo, desde la ciudad de Veracruz, reafirmando un regimen presidencialista.

En aquellas fechas llegó a considerarse el traslado de la Soberana Convención a tierras chihuahuenses, ya que a decir de algunos mandos militares, en aquella zona se podria proteger mejor la labor de la Convención, sin embargo tal idea fue deshechada porque aparte de los terribles inconvenientes que representaba el realizar un viaje tan largo, tácitamente se dejaría fuera de la Convención a los sureños, quienes de ninguna manera iban a trasladarse a region tan lejana.

Asi las cosas, la suerte de la Convención estaba echada: habría de aguantar a pie firme las intentonas desestabilizadoras de los constitucionalistas, puesto que muy lejana se veía la posibilidad de que los ejércitos de la Convención lograsen tomar el puerto de Veracruz, única posibilidad real que tenían para poder desbaratar al constitucionalismo. Era mucho más probable que los constitucionalistas tomaran la ciudad de México a que los convencionistas tomasen la de Veracruz.

Si, mi niña, no obstante que un tiempo hubo en que las fuerzas leales a la Convención prácticamente abarcaban a la República en su conjunto, las locuras y aceleres de mi general Villa cambiaron radicalmente aquel panorama.

Mantener la ciudad de México no era cosa sencilla, antes al contrario, representaba, militarmente hablando, un terrible problema, ya que inmovilizaba y distraía importantes núcleos de tropa, cuya presencia en otras zonas y regiones era mucho más importante. No olvide, mi niña, que al ser la ciudad de México, la capital de la República, pos el cuerpo diplomático de todos los países con los que México tenía relaciones se encontraba ahí, y pos habia que protegerlos, además de que la población de la ciudad pos era de las más grandes de México y había que ofrecerles vigilancia, alimentos, servicios. No, si eso de haberse quedado en la ciudad de México representó todo un problemón.

Las sesiones de la Convención se desarrollaban puntualmente, habiéndose formado dos bandos que por lo general discutían entre ellos. Por un lado los norteños, y por el otro los sureños. Las posiciones ideológicas estaban francamente enfrentadas, lo que fácilmente puede usted ver si encuentra algun acta de las sesiones que hubo. Lo que es norteños y sureños se daban hasta por debajo de la lengua a través de extensísimos discursos. ¡De que rollaban, rollaban! Pero mientras unos rollaban y grillaban, otros se la pasaban en campaña partiéndose la madre con los del bando contrario. Total que la Convención fatalmente se dividio entre el elemento propiamente militar y el elemento político.

Los mandos que entraban en campaña militar, pos ni en cuenta tenían el montón de pendejadas que se discutía en las sesiones convencionistas; y a la inversa sucedía igual: los que discutían con pasión y entrega la estructura política. social, económica y cultural que debiera establecerse en México, pos ni en cuenta tomaban a los cabrones que a balazo limpio se la rajaban en los campos de batalla. ¡Eso fue una tragedia mi niña, una auténtica tragedia!

Finalmente lo que se temía que pasara, pos pasó ... y los convencionistas hubieron de abandonar la ciudad de México retirándose a Cuernavaca para seguir, allá, con sus sesiones. Y en el terreno miltar los ejércitos de la Convención fueron, de a poquito a poquito perdiendo terreno, tanto por las pendejadas tácticas de los sureños, asi como por su particular manera de pelear.

Mire, mi niña, un dato muy triste fue cuando el tunco de La Trinidad tomó Puebla. Las fuerzas del Ejército Libertador del Sur y Centro de la República, que la custodiaban, ascendían a más de cinco mil elementos; a contraparte, el tunco de La Trinidad, el general Obregón, tan sólo tenía un poco más de quinientos ... y ¿qué fue lo que ocurrió? Pos que los más de cinco mil salieron como almas que se lleva el diablo, corriendo como desesperados con la cola entre las patas, al enterarse del arribo de lo quinientos obregonistas. ¿Cómo fue posible aquello si numéricamente eran muchísimos mas? La respuesta es sencilla. Las fuerzas de mi general Zapata estaban conformadas como por una especie de confederación de comunidades, pero los miembros de cada comunidad tan sólo tenían consciencia de sus pares, esto es, sólo se fiaban de los miembros de la misma comunidad, ya que a los otros los veian como extraños. Asi que cuando los obregonistas, que si tenían una conciencia conjunta de cuerpo militar, llegaron con sus quinientos elementos, los zapatistas vieron que ellos eran muchísimo menos porque tan sólo tomaban en cuenta sus propios vecinos y no a los de las otras comunidades. La falta de una concepción corporativa de ejército era lo que los hacia sentirse inferiores en número. Pero aquello que pasó en Puebla verdaderamente fue patético, ya que descontroló por completo a las fuerzas convencionistas y elevo al séptimo cielo a los constitucionalistas. Fue una derrota espantosa, no por la pérdida de elementos o material de guerra; ni siquiera por la pérdida de la plaza de Puebla, sino por lo que representó y evidenció.

Asi las cosas, todo indicaba que tarde o temprano, en el terreno exclusivamente militar, terminaría perdiéndose.

Visiblemente cansado, el mienta madres detuvo su perorata y, como ya venía siendo en él costumbre, se quedó callado mirando al vacío.

Anastacia comprendió que había llegado la hora de retirarse, por lo que acercándose al abuelo, diole un beso en la mejilla y le dejó en la cocina ...



X

Aquella tarde, cuando Anastacia llegó de visita con su abuelo, lo encontró algo fatigado.

¿Qué le pasa, abuelo? Le preguntó intrigada.

La mera verdad no sé, mi niña, pero desde hace días como que no me he sentido bien. Apenas me levanto y ya estoy cansado. Yo creo, mi niña, que lo que me pasa es que ya estoy viviendo horas extras ...

¡No diga eso! Intervino tajante Anastacia, mientras un escalofrio recorría su cuerpo.

Anastacia no podía hacerse tonta. Era más que evidente que el mienta madres no estaba bien, y que, muy probablemente ello estuviera relacionado a su avanzada edad.

Perdone, abuelo, díjole Anastacia, pero ... pos ¿cuantos años tiene?

El mienta madres respondíó con una apagada carcajada, precisando:

Pos la mera verdad, mi niña, ya perdí la cuenta. ¡Imagínese! Que yo me acuerde he de andar como por los noventa y tres, si no es que mas ...

La Anastacia peló los ojos y viéndolo de arriba a abajo, puso una cara de interrogación que hizo reir al vejete.

Bueno, bueno, mi niña, ya estuvo bien de andar curioseando con las intimidades de uno, ¿qué le parece si mejor volvemos a lo nuestro?

Sin pronunciar palabra, Anastacia asintio con un movimiento de cabeza.

Ta´bueno, pues ... ¿Qué le parece si ahora le cuento lo que sucedió cuando la Convención se trasladó pa´Cuernavaca?

Pos ta´bien, respondio Anastacia tomando asiento junto a su abuelo.

El viejillo pareció reanimarse, y felíz se dejó caer en el sofá para, tomando aire, iniciar su charla.

Pos si, mi niña, militarmente la Convención era un desastre. La comunicación entre los diversos cuerpos armados era muy pero muy deficiente, y de ahí que los movimientos tácticos pos francamente no existían. Cada general movía sus fuerzas a la buena de Dios. A veces le atinaban poniéndoles unas tremendas tundas a los constitucionalistas, pero la mayoría le erraban, y eso propiciaba que aunque fuera poco a poquito, pos los ejércitos de los constitucionalistas se atrincheraban bien colocándose donde debían. Desgraciadamente las fuerzas militares convencionistas eran un auténtico desastre, porque además de que cada chango andaba colgado de su mecate y de que no´mas no habia la comunicación debida entre ellos, cada general se planteaba sus objetivos, o sea que la carencia de un plan común era harto evidente. El general Villa traia su rollo, y el general Zapata el suyo, además de que los generales intermedios pos a veces se enteraban de lo que querían sus altos mandos, pero la mayoría de las veces no. Y asi, mi niña, pos ¿cómo querían ponerles en la madre a los constitucionalistas? La verdad que estaba de la puritita chingada.

Las sesiones de la Convención, allá en Cuernavaca, fueron de lo más lucidas y productivas que pueda usted imaginarse. El rollerío fue inmenso. Discursos iban y venían, e incluso los sureños aprovecharon el momento pa´mandar al carajo al General Roque González Garza y nombrar, como presidente de la Convención, al Licenciado Francisco Lagos Cházaro, personaje de ellos, de su mera confianza. Asi que los sureños, pos como que se hicieron por completo de la Convención, aunque en el terreno militar las cosas estaban pa´llorar.

Todo indicaba que la situación, militarmente hablando, estaba más que madura pa´que en breve se desataran combates cruciales, en los que el que perdiera se lo iba acabar llevando la chingada. Y las cosas no parecían inclinarse a favor de los ejércitos convencionistas. Ante eso, muchos generales tanto de Zapata como de Villa pos como que sin querer queriendo iban viendo la manera de entrar en contacto con los constitucionalistas pa´ir arreglando detalles en caso de rendición. Fueron pasos bien temerarios los que dieron esos generales, ya que sentaron las bases pa´que cundiera, además del desánimo, la desconfianza, en el seno convencionista. Y pos ni mi general Zapata, ni tampoco mi general Villa se tentaron el corazón pa´mandar fusilar a los que consideraban traidores.

Ese fue otro grandísimo problema, porque, mire usted, mi niña, por ejemplo, mi general Zapata se reventó ni más ni menos que al general Otilio Montaño, a quien sin miramientos mandó fusilar por considerar que el Otilio andaba en pláticas con los obregonistas, pactando rendiciones. La cosa siempre quedó en duda porque no se pudo probar a ciencia cierta si de lo que acusaron a Montaño era verdadero pero, no mas vea a que grado llegaron las cosas ... Montaño habia sido un elemento importantísimo en el desarrollo de los sureños, y la verdad que no se merecía el haber acabado ante un pelotón de fusilamiento de sus propios hermanos. Pero pos a ese grado habían llegado las cosas.

A otro que se reventó fue a mi general Francisco Pacheco, ni más ni menos que el mismísimo Ministro de Guerra de la Convención. La acusación fue que pos andaba en pláticas de rendición con el general Pablo González, y acabó mandándolo fusilar. ¡Imagínese nada mas qué cosas!

Por su parte, mi general Villa, ¡nada más mandó despachar a Tomás urbina! ¡Imagínese usted! Urbina, el que había sido su uña y carne. Inseparables desde un inicio. ¿Quién iba a imaginar que terminaría como terminó? No, mi niña. Si la situación realmente se habia vuelto un relajo.

Luego vino el desmadre de las batallas de Celaya, La Trinidad y León, donde el cabrón de Obregón acabo poniéndole en toda su madre a Villa, y pos de ahí pa´l real a la Convención se la cargo la chingada.

Nosotros, mi niña, recibimos la orden de movilización en Toluca. Debiamos de abandonar la plaza y escoltar al presidente Francisco Lagos Cházaro, en una retirada táctica, pa´evitar que los del Ejército de Oriente, encabezado por el de los lentes de ciego, el General Pablo González, pos apresara al gobierno convencionista y nos pusiera en toditita nuestra madre. Asi que, dirigidos por mi general Benjamín Argumedo, nos movilizamos de inmediato. Nuestro destino era Ixtlahuaca, pero ahí nos estaban esperando los cabrones constitucionalistas y de plano nos sorprendieron dándonos una buena partida de madre, pero no acabándonos ...

Nos repusimos y logramos pelarnos pa´la huasteca, donde nos internamos y ... pos ahí la llevábamos, aunque traiamos a los Constitucionalistas pisándonos los talones. Nuestro objetivo era pelarnos pa´l norte agrupándonos con las fuerzas en retirada de mi general Villa, pero en Zacatecas nos alcanzaron los cabrones constitucionalistas y en un lugar llamado La Gruñidora nos pusieron una partida de madre que ni le cuento ... Ahi si que cada quien corrió por su vida. El Lic. Lagos Cházaro se peló acompañado por un pequeñito grupo de compas, y yo me segui con mi general Argumedo dirigiéndonos pa´Durango, zona que mi general conocía como la palma de su mano y en la que de plano los constitucionalistas no iban a poder agarrarlo ...

¡Y así fue, mi niña! Nos les pelamos a los cabrones constitucionalistas, quienes ni el intento hicieron de seguirnos cuando nos metimos en los desiertos duranguenses.

Después la cosa se puso bien fea. Hubo una serie de actos asquerosos, pos gente de nosotros mismos, vio la manera de traicionar a mi general Argumedo, y pa´no hacerle más largo el argüende, acabaron traicionándolo ocasionando que lo detuvieran y se lo reventaran fusilándolo ...

De pronto, el mienta madres se puso a sollozar, para terminar llorando como bebe.

Anastacia, alarmada, levantóse de su asiento y de inmediato tomó a su abuelo entre sus brazos buscando reconfortarlo.

¡No pasa nada, abuelo, no pasa nada! ¡Cálmese, cálmese! Le decía en tono imperativo buscando sacarlo de ese estado de postración en que había caído.

El mienta madres chillaba a pulmón abierto, moqueando y tosiendo. Era tal su estado, que Anastacia llegó a temer por la vida de su abuelo. Pero, para su tranquilidad, después de algunos momentos de estar chillando, poco a poco el mienta madres fue tranquilizándose, hasta quedarse totalmente dormido.

La Anastacia lo colocó en el sofá arropándolo, pero sin atreverse a marcharse, quedose velando su sueño ...



XI

Cuando el mienta madres despertó, se encontró a Anastacia dormida junto a él. La muchacha no había querido dejarlo solo.

Con lentos movimientos, el mienta madres, sigiloso, se levantó teniendo cuidado de no despertar a Anastacia, la cual dormia profundamente.

Con su respiración cansada, el mienta madres se quedó contemplando a su nieta, mientras esbozaba una sonrisa y de sus ojos escurrian un par de lágrimas.

¡Qué linda chiquilla tengo como nieta, verdad de Dios! murmuró para sí, al tiempo que se encaminaba a la cocina.

Puso a calentar agua y busco las bolsitas de te. Acostumbraba tomar un te de hierbabuena por las tardes, porque le hacia sentirse bien. De hecho preparó dos tazas, no olvidando a su invitada.

La tarde se desvanecia y la noche irrumpía cuando Anastacia se despertó.

¡Ay canijos! ¿Pos qué hora será? Balbuceó al tiempo que se incorporaba.

El mienta madres terminaba los preparativos de la ceremonia del te, colocando las bolsitas en las tazas y virtiendo agua hirviendo.

¿Qué tal durmió mi bella durmiente? le dijo a Anastacia a la vez que sonreia.

La muchacha buscaba arreglarse el pelo a la vez que se desarrugaba el vestido.

¡Huy abuelo! Creo que ahora si que se me hizo muy tarde.

No, qué va, espérese y tómese conmigo un tesito, va a ver que le caerá muy bien, respondiole el mienta madres.

No, abuelo, creo que mejor me voy. Mi mamá va a estar preocupada.

No tiene porque estarlo, le respondió el mienta madres. Ella sabia que usted vendria pa´ca, ¿no?

Pos si, respondió Anastacia. Pero de todas maneras ... pos ya es muy tarde ...

No, no, no ... andele, tómese su tesito y luego se va. ¿Qué le parece?

Ta´bueno abuelo, respondió la Anastacia.

Y el viejillo, felíz de la vida, se sentó frente a ella colocando las tazas de te y la azucarera, para empezar, nuevamente, con su sempiterno rollerio ...

Mire, mi niña, ya pa´terminar tan sólo le comentaré algo que a nadie, absolutamente a nadie le he dicho desde aquellos años ...

Anastacia lo miraba fíjamente, sin tener la menor idea de lo que iba a comunicarle el vejete.

Cuando salimos de Toluca, empezó el mienta madres, se corrió el chisme de que el Licenciado Lagos Cházaro, cargaba con él, el tesoro de la Convención, hablándose de algo asi como ciento veinticinco mil pesos oro. El chisme corrió como reguero de pólvora entre todo el destacamento que lo custodiábamos. Incluso se decía que mi general Benjamin Argumedo era el encargado directo de salvaguardar aquel dinerito.

Pos quién sabe si aquello seria o no cierto, pero en toda la travesía no hubo nadie de nosotros que se percatara directamente de la existencia de aquel supuesto tesoro. Ni cuando nos tundieron en Ixtlahuaca, ni tampoco cuando nos corretearon por la huesteca, menos aun cuando nos dieron hasta por debajo de la lengua en La Gruñidora. Nadie, absolutamente nadie, vio nunca ese supuesto tesorito.

Después de lo de La Gruñidora, en donde cada quien corrió pa´donde pudo, se regó el chisme de que quien se había quedado con el oro, no había sido otro que mi general Benjamín Argumedo ... Pero le juro mi niña, que yo jamás vi nada de ese oro ... Y pos yo fui de los pocos que jalamos con mi general Argumedo internandonos en los desiertos duranguenses.

Todo ese chisme del oro de la Convención no fue mas que un pinche rumor pendejo ... El único tesoro de la Convención que realmente existió estuvo siempre bien guardado en nuestros corazones mi niña, en los corazones de los que como yo, siempre hemos creido que la única alternativa real que hubo en aquellos tiempos revolucionarios no fue otra que la tentativa convencionista.

Mire, mi niña, en este corazón de viejo carcamán es donde realmente esta el famoso tesoro de la Convención, al igual que lo estuvo en el de muchos que como yo dimos todo por tratar de mantener aquella esperanza ...

Perdimos, mi niña, perdimos ... de eso no hay duda, pero en nuestros corazones todavía late algo de aquella esperanza, de aquella euforia, de aquella noble alternativa ... A mi no tarda en cargarme la huesuda. En poco tiempo voy a chupar Faros, mi niña, pero usted, cuando eso pase, no´mas acuérdese de que el tesoro de la Convención lo van a enterrar conmigo, ¡porque ese tesoro esta aquí! dijo poniéndose la mano en el pecho ...

El lejano canto de un gallo sacó a Anastacia de su profunda meditación, distrayéndola y advirtiéndole que pronto amanecería. Jimeno, continuaba dormido como bendito, y ella, que habia pasado toda la noche en vela enredada en sus recuerdos de las conversaciones con su abuelo, esbozo una sonrisa de felicidad.

Pensándolo bien, se dijo, hoy mismo le llevare flores al abuelo, creo que hacerle una visita me vendrá bien.

A los tres meses y una semana de aquella su última reunión, el mienta madres fue encontrado muerto en su cama. La huesuda como él acostumbraba llamarla, le habia sorprendido mientras dormía. Murió apaciblemente, sin sobresaltos, dejándole a su nieta un titipuchal de papeles y periódicos viejos, en los que, incluso, el mismo aparecía en las fotos, montado en su caballo y con dos cartucheras cruzándole el pecho. De aquellas fotos, Anastacia habia escogido una en la que, a su decir, el mienta madres se veía re´guapo, mandándola enmarcar y colocándola en la sala de su casa.

Con la mirada perdida, Anastacia escuchaba claramente la voz de su abuelo exclamando: el tesoro de la Convención esta aquí, en nuestros corazones, acuérdese bien de esto mi niña ...

Octubre de 2014
Omar Cortés

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