Índice de Obras de teatro de Ricardo Flores MagónPersonajes de la obra Verdugos y VíctimasACTO SEGUNDO de la obra Verdugos y VíctimasBiblioteca Virtual Antorcha

VERDUGOS Y VÍCTIMAS

ACTO PRIMERO

Interior humilde de un cuarto de vecindad, dividido en dos compartimientos por una cortina corrediza. En el compartimiento de la izquierda, más corto, una cama de tablas asentadas sobre dos burros de madera. En el compartimiento de la derecha, una mesa de pino sin pintar; una máquina de coser; en un rincón, un brasero sin lumbre; la puerta, al fondo, sobre el patio de la vecindad; decorado popular, en el que figuran imágenes de santos; varias sillas de tule, averiadas, repartidas en ambos compartimientos.

Escena I

ISABEL Y JUANA

ISABEL - (Juana, en la cama, dormida. Isabel cose en la máquina). (Sin parar de trabajar). ¡Qué angustia! ¡Qué angustia! (Pára la máquina y se lleva las manos al pecho; tose convulsivamente). (Pausa). El trabajo me aniquila; siento que mis fuerzas se agotan. (Suspira y reanuda la tarea, a la que interrumpe un nuevo acceso de tos). (Pausa). Esto no puede continuar así: debo dejar de trabajar. (Volviendo el rostro hacia el compartimiento donde descansa Juana). Pero si no trabajo, ¿qué será de mi madre, tan enferma como está? No cuenta con nadie más que conmigo. (Llora).

JUANA - (Despertando). ¿Qué es eso, hija mía? ¿Lloras?

ISABEL - (Enjugándose precipitadamente las lágrimas y afectando serenidad). No es nada, madrecita; no lloro. (Acercándose mimosa al lado de la enferma, a quien besa). Mírame.

JUANA - (Acariciándola). Pobrecita, ¡qué cansada te has de sentir después de haber velado toda la noche! (Se acarician).

ISABEL - No te aflijas por mí, mamacita. Estoy todavía joven y fuerte y ... (La interrumpe un acceso de tos). Te lo aseguro, me siento bien, muy ... (Nuevo acceso de tos).

JUANA - (Alarmada). Pero esa tos, esa tos ... Hijita de mi corazón, esa tos no me gusta.

ISABEL - No te alarmes; mira que estás muy delicadita: es un pequeño resfriado y nada más. No te aflijas; el doctor ha dioho que procures no emocionarte; te aseguro que no siento la menor molestia. Ahora, a descansar. No debes fatigarte hablando. (Arregla las almohadas y cobijas, besa a Juana y reanuda su tarea en la máquina).

JUANA - ¿Hija?

ISABEL - ¿Qué se te ofrece, mamá?

JUANA - ¿Me puedes dar una taza de té?

ISABEL - Sí, mamá, voy a prender la lumbre. (Se dirige al brasero y busca en la carbonera). (Con anguslia). ¡Ni un trozo de carbón! Mamacita, voy a pedir a la vecina una taza de agua caliente. (Juana no contesta). (Pausa). ¿Se habrá dormido? (Levanta la cortina y se asoma). Sí, se ha dormido. ¡Qué congoja! Ni un pedazo de pan, ni un carbón. ¡Dios mío! ¿Por qué abandonas a tus hijos? ¿Por qué yo que trabajo hasta agotar mis fuerzas carezco hasta de lumbre para hervir una taza de té? Perdóname, Padre Eterno, pero a veces llego a dudar de que existas, porque si eres todo bondad, ¿por qué no se hace sentir tu bondad? ¿No hay muchos niños que tiritan de frío y lloran de hambre? ¿Por qué descargas tu cólera sobre los inocentes? (Llaman a la puerta). ¿Quién podrá ser? (Abre).


Escena II

LOS MISMOS; MENDIZABAL

MENDIZABAL - (En la puerta, elegante, con el sombrero de seda en la mano). (Melifluo). Buenos días, señorita.

ISABEL - Buenos días, señor.

MENDIZABAL - Desearía decirle dos palabras, si eso no fuera molesto para usted.

ISABEL - Sírvase usted pasar y tomar asiento. (Entra y se sienta; Isabel hace lo mismo).

MENDIZABAL - Mi dependiente me ha informado que no ha podido obtener de usted el pago del alquiler de este cuarto, y he querido venir en persona a arreglar el asunto. Como usted sabe, los negocios van muy mal; el Gobierno necesita dinero para hacer frente a la crisis económica, y los propietarios tenemos que pagar las contribuciones, viéndonos en la penosa necesidad de exigir de nuestros inquilinos el pago exacto de las rentas.

ISABEL - Pero es el caso, señor, que no cuento con dinero para pagar lo que adeudamos por el alquiler del cuarto. Mi madre ha estado postrada en cama desde hace largos meses, y todo lo que gano con mi trabajo se ha gastado en médico y medicinas. ¿No pudiera usted esperar un mes más para el pago?

MENDIZABAL - ¡Imposible, señorita! (Acercando su asiento al de Isabel). Sin embargo, si usted fuese razonable, tal vez pudiésemos tener un arreglo.

ISABEL - (Con extrañeza). ¿Razonable?

MENDIZABAL - Sí; si haciendo a un lado escrupulillos, me amase usted ...

ISABEL - Pero si usted tiene mujer e hijos y, además, la Ley y la Religión ...

MENDIZABAL - (Interrumpiéndola). Ya sé lo que me va a decir usted; pero ¿no es sabido que la Ley no alcanza a los ricos, y que el que tiene dinero puede comprar su entrada al cielo?

ISABEL - ¡Dios mío! ¡Dios mío, ayúdame!

MENDIZABAL - Ámeme usted y será ayudada.

ISABEL - Pero ¿es que debo prostituirme para tener el dereoho de vivir en esta pocilga?

MENDIZABAL - (Brutal). Yo necesito hacerme pagar de alguna manera. A falta de dinero, aoepto caricias.

ISABEL - (Se pone en pie). (Indignada). ¡Retírese usted de mi casa!

MENDIZABAL - (Se pone en pie). (Con sorna). Tu casa ... ¡Ja, ja, ja ...! En este momento voy a ver al juez para que con tus cachivaches te pongan de patitas en la calle. Tu casa ... ¡Ja, ja, ja! (Sale).


Escena III

ISABEL Y JUANA

ISABEL - ¡En la calle, Dios mío! ¿Y qué va a ser de mi madre? (Llora). (Pausa). Dios mío, si es cierto que existes, muestra tu poder; pon un freno a la injusticia; no desampares a los débiles. ¿En qué te hemos ofendido para que nos castigues de manera tan cruel? ¿Adónde voy con mi madre moribunda? ¿Adónde, Dios mío? Virgen madre de Dios, ¡ayúdame, salvame! (Llora).

JUANA - (Despertando). ¿Lloras, hija mía?

ISABEL - (Enjugándose precipitadamente las lágrimas). No, mamacita. (Dirigiéndose al lado de la enferma). ¿Te sientes mejor? (La acaricia).

JUANA - Me siento tan débil ... Hijita de mi vida, no quisiera decírtelo, pero creo que se acerca para mí el último momento. (Se abrazan y sollozan). (Pausa). ¿Qué será de ti, sola en el mundo? Si vivieran tus hermanos, moriría más tranquila ...

ISABEL - ¡Pobres hermanos míos, tan buenos, tan abnegados! Parece que los estoy viendo: tan trabajadores, tan honrados. Toda su raya nos la entregaban intacta para los gastos de la casa. ¡Qué fe tan grande era la suya en el triunfo de la Revolución! ¡Con qué entusiasmo leían las proclamas de los caudillos que convocaban al pueblo a la rebelión con promesas ardientes de libertad y de bienestar para los trabajadores! Y yo me pregunto a veces: ¿de qué ha servido tanto sacrificio? Mis hermanos muertos; cientos de miles de trabajadores muertos, y el bienestar no existe; no hay más que miseria y opresión: lo mismo que antes, lo mismo que siempre.

JUANA - Me duele dejarte. Si no fueras bonita, moriría más tranquila; pero bella y pobre ... Me horroriza el pensarlo; te asediarán las seducciones; la lujuria estará en constante acecho de tu virtud. Se te ofrecerá pan, pero a condición de que lleve el sabor de la vergüenza. (Solloza).

ISABEL - (Acariciándola). No te aflijas, mamacita; no pienses en éso. Piensa en que vas a aliviarte. Mira que te hacen daño las emociones fuertes. Alíviate, que fuerza no me ha de faltar para resistir todas las tentaciones del vicio y los rigores de la miseria. (Llaman a la puerta). Voy a ver quién es. (Abre la puerta).


Escena IV

LOS MISMOS; DOCTOR

DOCTOR - (En la puerta). Buenos días.

ISABEL - Buenos días, doctor; pase usted.

DOCTOR - (Entrando). ¿Cómo sigue la enferma?

ISABEL - (En voz baja). Peor; hace cuatro días que he estado llamando a usted para que viniera a verla, y como usted no ha venido, ha empeorado.

DOCTOR - (En voz baja). No es culpa mía, hija. Me debe usted con ésta ocho visitas, y usted comprenderá que no puedo sacrificarme más. Hoy sólo he venido a ver si se me paga. De lo contrario, no receto.

ISABEL - (Con angustia). Sálveme usted a mi madre, doctor. ¡Mi madre se muere!

DOCTOR - Pero es que yo tengo que vivir. Déme usted un abono a cuenta de la deuda, y la serviré con mucho gusto.

ISABEL - (Retorciéndose las manos). Trabajo de día y de noche; casi no pruebo bocado y, sin embargo, no cuento con un solo centavo. No hay un trozo de carbón en el brasero, ni un pedazo de pan para la enferma.

DOCTOR - (Insinuando). Todos sus infortunios terminarían si usted quisiese ...

ISABEL - No veo cómo.

DOCTOR - Yo puedo proteger a usted, y lo haría con gusto porque siento por usted una gran simpatía. Si usted fuese más amable conmigo ...

ISABEL - Lo soy con todo el mundo, dentro de los límites del decoro.

DOCTOR - Muy bien; pero yo quisiera para mí una amabilidad especial, algo que dejara satisfecho el cariño que siento por usted.

ISABEL - ¡Calle usted, por Dios! No profane un sentimiento todo abnegación y todo desinterés como es el del amor, con un simple apetito de la carne. Usted es rico, mientras yo soy pobre; usted es instruído, y yo ignorante. ¿Qué amor puede nacer entre dos seres tan distanciados el uno del otro por la posición social, por la educación, por la instrucción, por las costumbres y hasta por las aapiraciones? El amor sólo puede nacer entre iguales. Cuando el rico fija sus ojos en la pobre, es que quiere hacerla su querida. (Llaman a la puerta). Voy a abrir. (Abre y aparece José).


Escena V

LOS MISMOS Y JOSÉ

JOSÉ - (Entrando). ¡Isabel mía! (La abraza). ¿Cómo sigue tu mama?

ISABEL - (Suspirando). Muy mal.

DOCTOR - Precisamente vine a ver a la enferma para prestarle los auxilios de la ciencia. (Con hipocresía). La profesión del médico es un apostolado, que desgraciadamente el vulgo no entiende. Allí donde está el dolor, allí se encuentra el médico.

JOSÉ - Especialmente cuando hay dinero para pagarle sus visitas.

DOCTOR - ¿Ve usted cómo no se comprende el apostolado del médico? ¡Qué injusticia! No es que quiera yo hacer alarde de mis sacrificios por la humanidad doliente; pero ¿cómo se explica usted mi presencia en este lugar cuando se me deben ocho visitas y no tengo ni la más remota esperanza de que se me paguen? En fin, hay que sufrir con paciencia las debilidades del prójimo. (Con hipocresía). Sólo una humanidad más justa podrá comprender nuestra abnegación y nuestro desinterés. Voy ver a la enferma. (Se aproxima al lecho, se sienta, saca el reloj y torna el pulso a la enferma, que yace sin movimiento).

JOSÉ - (A Isabel, en voz baja). Ese es un farsante.

ISABEL - Pretendía que le pagase ocho visitas atrasadas, pues de lo contrario no recetaría.

JOSÉ - ¡Infame! Se ha instruído en las escuelas sostenidas con el sudor del pueblo, y todavía le cobra al pueblo por sus servicios. (Isabel solloza; José la acaricia).

DOCTOR - (Hablando para sí). Esto es grave; no hallo el pulso. Se trata de un caso de extrema debilidad. Se agota esta mujer por falta de alimentación. Más que me dio mas, necesita leche, huevos, consomé. (Aplica el oído al pecho de la enferma). Esto no tiene remedio. La muerte no tarda en llegar. (Se levanta y va hacia Isabel y José).

ISABEL - (Al doctor). ¿Qué esperanza nos da usted, doctor?

DOCTOR - No hay remedio. Llamen a un padre para que administre a la enferma los últimos sacramentos. Yo le diré a la portera que vaya por el padre. (Sale).


Escena VI

LOS MISMOS, MENOS EL DOCTOR

ISABEL - (Se precipita al lado de su madre, que permanece inmóvil; se arrodilla y la echa los brazos al cuello. José la sigue y permanece de pie). (Sollozando). ¡Madre mía, no quiero que te mueras! ¡Mírame, mira a tu hija! ¡No me dejes sola! ¡Dios justo, Dios bondadoso, que no se muera mi madre o mátame a mí también! ¡No te mueras, mamacita, no te mueras! Mira que trabajaré mucho, ¡mucho!, para comprarte cosas muy buenas, y te mimaré, y platicaremos de cuando, siendo niña, me llevabas de la mano a dejar la costura al almacén, y de regreso me comprabas alguna golosina, y de cuando me enseñabas a leer; ¡pero no te mueras! ¡No me dejes!

JOSÉ - (Se arrodilla al lado de Isabel). (Acariciándola). ¡Pobrecita amada mía! ...

ISABEL - Dios mío, tú que eres el amparo de los débiles, mira mi dolor. (Llaman a la puerta).

JOSÉ - (Levantándose). Yo voy a abrir. (Se dirige a la puerta y la abre, entrando de rondón Mendizábal, un juez, su secretario, varios gendarmes y cuatro cargadores. La puerta queda abierta).


Escena VII

LOS MISMOS, MENDIZABAL, JUEZ Y ACOMPAÑAMIENTO

JUEZ - (A los gendarmes). (Con despotismo). Guardad esa puerta. (Los gendarmes se alínean en la puerta). (A Mendizábal). (Con cortesía). ¿Es ésta la casa que desea usted que sea desocupada, señor Mendizábal?

MENDIZABAL - Sí señor, esta es.

JUEZ - (A José). (Con aspereza). ¿Con quién se entiende uno aquí?

JOSÉ - Las personas que ocupan esta casa son una madre moribunda y una hija desolada. No veo con quién pueda usted entenderse.

JUEZ - (Al secretario). Levante usted el acta de lanzamiento; hay que poner todas estas cosas en la calle. (El secretario se sienta junto a la mesa, desenvuelve unos papeles y se pone a escribir).

JOSÉ - Las circunstancias son excepcionales; hay una persona que agoniza; espero que no se llevará adelante esta diligencia.

JUEZ - (Con énfasis). La Ley es la Ley y tiene que ser respetada. (Aludiendo a Mendizábal). Al señor se le deben los alquileres de esta casa, y ha solicitado el auxilio de la Ley y el apoyo de la justicia para que sus intereses no sufran menoscabo. (Al secretario). Adelante con la diligencia.

ISABEL - (Con angustia). ¡No quiero que te mueras, mamacita! ¡No quiero que te mueras!

JOSÉ - (Se precipita sobre la cortina y la descorre con violencia). (Al juez). ¿Tendrá usted corazón para continuar la diligencia?

JUEZ - (Encogiendo los hombros). La Ley es la Ley; la Ley no tiene corazón. Es triste el espectáoulo; pero como representante de la justicia tengo que velar por que los intereses legítimos no sean lesionados. (Aludiendo a Mendizábal). Al señor se le deben los alquileres, y la justicia y el derecho están de su parte.

JOSÉ - ¡Justicia! ¡Derecho! He ahí dos conceptos prostituídos por la burguesía. La justicia y el derecho nada tienen de común con nuestra Ley, protectora del fuerte y azote del débil.

JUEZ - (Furioso). ¿Es usted anarquista?

JOSÉ - Soy amigo de la justicia, de la justicia humana, de la justicia que no está escrita en los códigos, de la justicia que prescribe que todo sér humano tiene el derecho de vivir sin explotar y sin ser explotado, sin mandar y sin ser mandado.

JUEZ - (A los gendarmes). Este hombre es magonista. ¡Registradlo! (Los gendarmes se echan sobre José y lo registran).

JOSÉ - (Indignado). No soy magonista: soy anarquista. Un anarquista no tiene ídolos. (Los gendarmes no encuentran más que un periódico doblado, que entregan al juez).

JUEZ - (Desdobla el periódico; ve el título y, furioso, se lo muestra a José). ¿Podrá usted negar que este periódico infame no es Regeneración, la infecta hoja de los renegados de California?

JOSÉ - (Sereno). En efecto, es Regeneración.

JUEZ - (Colérico). Con razón está usted tan alebrestado. Este maldito periódico sólo sirve para trastornar las cabezas de los pelados, haciéndoles creer que es posible vivir sin gobierno, que el gobierno es malo cualquiera que sea su forma y quienquiera que se encuentre al frente de él, y otras majaderías por el estilo.

JOSÉ - (Tranquilo). Y el Gobierno se encarga de confirmar las verdades propaladas por los anarquistas, poniendo en la calle a una anciana moribunda y a una hija loca de dolor.

JUEZ - (A los cargadores). (Furioso). ¡Ea, hombres, poned en medio de la calle todo lo que hay aquí! ¡Pronto! (A los gendarmes, señalando a José). Vosotros, detened a ese pelado. (Dos cargadores se apoderan de la moribunda y la sacan del cuarto, mientras los otros se disponen a poner fuera otros objetos. Los gendarmes maniatan a José).

ISABEL - (Siguiendo a los que se llevan a su madre). (Con angustia). ¡En la calle! ¡En la calle! ¿Dónde está tu misericordia, Dios mío? ¿Dónde tu justicia?

MENDIZABAL - (A Isabel cuando pasa). (Con ironía). Tu casa ... ¿eh? ¡Ja, ja, ja ...!

JOSÉ - ¡Apretad, tiranos, que la injusticia afila la hoja de la guillotina!


TELON

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