Esquilo

Las suplicantes

Primera edición cibernética, septiembre de 2012

Captura y diseño, Omar Cortés


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ÍNDICE


Presentación de Omar Cortés.

Personajes.

Escenario.

Las suplicantes.




PRESENTACIÓN


De las casi noventa tragedias que se supone escribio el dramaturgo Esquilo, tan sólo se conservan en la actualidad siete, siendo la de más antigüedad precisamente la que ahora colocamos en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, Las suplicantes.

Dícese que esta tragedia fue escrita alrededor del año 490 a.C., siguiendo su estructura la denominada técnica arcaica en donde se privilegia al canto sobre el diálogo, otorgándole al coro el puesto principal.

La temática de esta tragedia se centra en el hecho del asesinato colectivo perpetrado por las Danaidas, esto es, las cincuenta hijas de Dánao quienes, después de casarse con sus cincuenta primos de Egipto, tuvieron la ocurrencia de apuñalarlos en plena noche de bodas. Ante tal hecho las danaidas, aconsejadas y guiadas por su padre, escapan de Egipto buscando refugio ante el rey Pelasgo de Argos.

La trama habrá de desenvolverse ante un cúmulo de reflexiones y pensamientos referentes a la validez que puede tener el que un soberano ponga en peligro la integridad del territorio que gobierna asi como la seguridad de su población al comprometer su reino mismo a las calamidades de una probable guerra, por otorgar asilo a quienes delitos cometieron. Es esa atmósfera la que rodea y conforma la tragedia.

Así, sin ser la mejor de la tragedias de Esquilo, Las suplicantes viene a constituirse en una interesante propuesta que de seguro habrá de ser valorada, en su justa dimensión, por todo aquel que se compenetre en su lectura.

Omar Cortés

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PERSONAJES


CORO DE SUPLICANTES.
EL REY DE LOS ARGIVOS.
DÁNAO.
UN HERALDO.
SOLDADOS.

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ESCENARIO


La escena a la orilla del mar, en las cercanías de Argos. En el fondo, a la falda de una colina, un bosque sagrado con las estatuas de Zeus, Apolo, Poseidón y Hermes. Aparecen el CORO DE DANAIDES, -las 50 hijas de Dánaocon ramos de suplicantes en sus manos, y DÁNAO.

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LAS SUPLICANTES


CORO
Zeus, que protege a los suplicantes, nos mire con piadosos ojos al tomar tierra en este puerto. Hicímonos a la mar en las arenosas bocas del Nilo, y dejamos aquella sagrada región, vecina a la Siria. Venimos huyendo.

No nos destierra sentencia ninguna popular por sangre que no hemos derramado: huímos de los hijos de Egipto, por escapar a sus abominables, impías e incestuosas nupcias. Dánao, nuestro padre, ha sido nuestro consejero y nuestro guía; él quien entre los males, resolviéndose por el más honroso, determinó que huyésemos sin tardanza, cruzásemos el mar y arribásemos a esta tierra de Argos, de donde desciende nuestro linaje: porque nos gloriamos de venir de aquel Epapho, a quien concibió con sólo el tacto de Zeus, con un soplo suyo, la becerrilla perseguida del tábano. Y la qué pueblo que nos fuese más amigo pudiéramos llegar en súplica con estos ramos vestidos de lana, que ostentan nuestras manos.

¡Oh dioses, señores de esta ciudad, y de sus campos y de las claras corrientes que los riegan; oh dioses del cielo, y vosotros los que ocupáis las sillas infernales, tremendos vengadores!; y tú, Zeus, que guardas la morada del piadoso, acoged todos a estas mujeres que os suplican, y haced que las voluntades les sean favorables.

Antes que la caterva insolente de los hijos de Egipto ponga el pie en esta arenosa playa, volvedlos al mar, a ellos y a sus remeras naves. Y allí perezcan asaltados por las olas embravecidas en deshecha borrasca de truenos, relámpagos y vientos, antes que hagan suyas a las hijas del hermano de su padre y profanen con impía fuerza lechos de que la ley los rechaza.

Ven, novillo hijo de Zeus y de nuestra abuela la becerrilla que pacía la verde hierba de los prados; ven. Tú que fuiste concebido con sólo el tacto de Zeus, con un soplo suyo, cruza los mares y acude a nuestra venganza que hoy te invocamos.

¡Epapho! Así te llamaron del origen de tu nacimiento. Pasados los meses que pide la ley de naturaleza, lo te parió, y tu nombre confirmó la verdad de tu origen.

Aquí le pronunciaré yo en estas praderas, antiguamente visitadas de mi progenitora, y recordaré sus trabajos y daré señales ciertas de mi linaje; las cuales, bien que a los habitantes de esta tierra les parezcan inauditas, pero al fin han de comprender, si me atienden, que digo verdad.

Si pasa por aquí algún Argivo que entienda el lenguaje de las aves, y oye nuestras tristes quejas, se imaginará estar oyendo la voz de la mísera esposa del perfido Tereo; la voz de Filomela, perseguida por el gavilán.

La cual, arrojada de los campos y ríos de su querencia, da suelta al dolor en el lugar de su destierro, y junto con él llora la muerte de aquel hijo que entregó a sus manos homicidas el furor de su madre cruel y despiadada.

Así doy yo suelta a mis ayes, remedando la triste canturia jonia, y castigo este delicado rostro, que tostaron los aires del Nilo, mientras se ahoga el corazón con el peso de tantas lágrimas. Mi angustia es extrema; estoy temblando que mi huída de aquella serena región de Egipto ha de empeñar más a mis deudos en perseguirme.

Ea, pues, dioses de mi casa, escuchadme. Mirad por los fueros de la justicia; no dejéis que la iniquidad se consume, y si es verdad que sois aborrecedores de toda insolencia, sed justos con estas nefandas nupcias. Hasta el vencido en la guerra, si se acoge a vuestras aras, encuentra un asilo contra la fuerza del vencedor, y la majestad de vuestra divina grandeza le protege.

¡Quiera Zeus disponerlo así! Inescrutable es tu voluntad, ¡oh Zeus!; mas a las veces muéstrase ella toda resplandeciente, aun en medio de las tinieblas oscuras, para negra desdicha de la raza de los humanos.

Lo que la mente de Zeus tiene decretado que suceda, jamás se tuerce ni se frustra sino que llega a su fin por aquellos caminos dilatados del pensamiento divino, envueltos en espesas tinieblas, donde ojo de hombre no pudo nunca penetrar.

El precipita a los mortales en la sima de su perdición desde las altas torres de sus soberbias esperanzas, y sin hacer esfuerzo ninguno; que todo es llano y descansado para los dioses. Sentada la Mente divina en la cumbre del cielo, ejecuta desde allí todos sus designios sin moverse de su trono de gloria.

Eche, pues, desde la altura una mirada sobre la insolencia de los hombres. Vea a aquellos verdes mozos, cómo se encienden con el lascivo apetito de mis bodas; cuál los ciega y enloquece el aguijón de su furioso y desenfrenado deseo, que no les deja un punto; y más, que ya habrán visto que salieron burlados sus malos intentos.

¡Ah, está la causa de mis males; las penas que me afligen y me hacen romper en agudos gemidos y derramar lágrimas! ¡Ay, ay de mí! En vida estoy celebrando mis honras con estos funerarios plañidos que tan bien sientan a mi dolor. ¡Oh monstruosa tierra de la Argólida, séme propicia; yo te adoro! Escucha benigna mi lengua bárbara. Mira cómo me precipito a hacer jiras estos linos que me visten, y este velo de Sidón que cubre mi cabeza.

En los días de bienandanza, cuando la muerte se aleja de nosotros, ofrécense a los dioses sacrificios en acción de gracias por sus bondades. Pero ¡ay de mí, ay de mí triste, que mis males no tienen fin! ¿Adónde me arrastrará el mar de mis infortunios? ¡Oh monstruosa tierra de la Argólida séme propicia; yo te adoro! Escucha benigna mi lengua bárbara. Mira cómo me precipito a hacer jiras estos linos que me visten y este velo de Sidón que cubre mi cabeza.

Cierto que el leñoso edificio que arman linos y remos me guardó de las olas, y favorecido de los vientos me trajo aquí sin haber pasado por los horrores de la borrasca. No me quejaré, pues, de mi fortuna. ¡Pero quiera el Padre omnividente mostrársenos propicio hasta el fin, por que esta numerosa descendencia de una madre venerada pueda huir, ¡ay de míl, pueda huir el lecho de tales esposos como aquéllos, y queden libres y doncellas!

Casta hija de Zeus, tú cuya serena mirada no hay poder que la turbe, míranos piadosa y defiéndenos de los que nos persiguen. Virgen, sé el amparo de estas vírgenes, por que esta numerosa descendencia de una madre venerada pueda huir, ¡ay de mí!, pueda huir el lecho de tales esposos como aquéllos, y queden libres y doncellas.

Donde no, si no hallamos amparo en los dioses del Olimpo, lazos hay de que colgaros, y una vez muertas nos postraremos ante el Zeus de los muertos, huésped que a rras, en que el rayo precipitó a los hijos de la Tierra, y nos postraremos ante el Zeus de los muertos, huésped que a nadie rechaza, presentándole nuestros ramos de suplicantes. ¡Ay, Zeus! ¡Ay, cólera divina que perseguiste a Io! Reconozco en mis males el furor de aquella esposa augusta que se enseñorea de los cielos; que es muy poderoso el viento que desencadenó esta tormenta.

Graves palabras tendría que sufrir Zeus, nada dignas de su majestad, si menospreciando a las hijas de la becerrilla, después de haber sido su primer padre, apartase ahora los ojos de nuestras súplicas. ¡Diga de las alturas donde habita, esta voz que le implora! ¡Ay, Zeus! ¡Ay, cólera divina que perseguiste a Io! Reconozco en mis males el furor de aquella esposa augusta que se enseñorea de los cielos; que es muy poderoso el viento que desencadenó esta tormenta.

DÁNAO
Obremos con prudencia, hijas. Pues que la experiencia de vuestro anciano padre fué el fiel piloto que os encaminó hasta aquí, ya que estamos en tierra, os recomiendo que seáis prudentes y grabéis mis palabras en la memoria. Estoy viendo una nube de polvo, muda mensajera de un ejército; oigo el rechinar de los cubos de las ruedas, que nada silenciosas giran sobre los ejes, y diviso multitud de peones armados de escudos; y lanzas que se agitan; y corceles, y redondos carros de guerra. Por ventura serán los príncipes de la comarca, que avisados de nuestro arribo vienen a nosotros a verlo por sus propios ojos. Ya vengan de paz, ya mueva a esa gente alguna cruel y airada resolución, lo mejor será, ¡oh hijas!, que a todo evento nos refugiemos en esta colina consagrada a los dioses públicos de este pueblo; que un ara vale más que una torre: es un escudo impenetrable. Ea, pues, id lo más pronto que podáis; ¡al punto! Mostrad reverentes en vuestras manos esos ramos suplicantes, vestidos de blanca lana, alegría del venerando Zeus; y a vuestros huéspedes respondedles lo que haya que responder, con modestia y en tono que les mueva a lástima: en fin, cual conviene a quienes llegan a suelo extraño. Explicadles bien cómo vuestra huída no fue por sangre ninguna que hubiese derramado. Nada de arrogancia en vuestro acento: el semblante honesto, la mirada apacible, y todo vuestro ademán dulce y mesurado. Mucho comedimiento en las palabras, y nada de discursos prolijos: cosa a los de esta tierra aborrecidísima. Acuérdate que hay que ceder; que eres una extranjera fugitiva y necesitada, y que a los que están debajo no les cuadra hablar con altanería.

CORO
Hablaste de prudencia, padre, a quienes saben tenerla. Procuraremos guardar en la memoria tus discretos consejos. ¡Mire por nosotras Zeus, padre de nuestro linaje!

DÁNAO
No estad ahí ociosas; apresuraos a poner por obra vuestro intento.

CORO
Quisiera estar ya a tu lado y sentada al pie de ese trono.

DÁNAO
¡Oh Zeus, compadécete de nosotros antes que sucumbamos a nuestros males!

CORO
El nos mire con ojos de piedad; que si él quiere, todo acabará bien.

DÁNAO
Invocad ahora a ese ave de Zeus.

CORO
¡Saludables rayos del Sol, nosotras os invocamos! ¡Casto Apolo, dios que en otro tiempo te viste desterrado de la mansión celeste, compadécete de nosotras como quien sabe lo que es tal desventura!

DÁNAO
¡Sí, el se compadezca de nosotros y nos acuda propicio!

CORO
¿Y a cuál de estos otros dioses invocaré además?

DÁNAO
Ahí tienes el tridente, atributo de Poseidon.

CORO
¡El que nos trajo con bien a esta tierra, nos reciba en ella piadoso!

DÁNAO
Este otro es Hermes, según le presenta la tradición entre los Helenos.

CORO
¡Sea para nosotros mensajero de libertad y bienandanza!

DÁNAO
Rendid culto a todos los dioses que tienen un altar común. Acogeos al lugar santo bandadas de palomas espantada por voladores gavilanes, por enemigos incestuosos, afrenta de'su propia raza. Ave que devora a otra ave, ¿cómo quedará pura? ¿Cómo quedar puro tampoco quien fuerza a una virgen, y a pesar de ella y de su padre la desposa? Quien tal hiciese, ni aun después de muerto en el mismo Infierno escapará el castigo de su temeraria culpa. Sabido es que allí hay otro Zeus que juzga sin apelación los delitos de los que murieron. Considerad bien lo que os digo, y responded de esta suerte por que tengáis buen suceso en este trance.

Sale el REY, con acompañamiento de guardias

REY
¿De dónde podremos decir que sois, extranjeras, que así venís tan lujosamente aderezadas, con esas túnicas y esos velos a estilo bárbaro? Porque ése no es el traje de Argos ni de ningún otro de los pueblos de la Hellada. Pues cómo os habéis atrevido a llegar con intrépida resolución a esta comarca, sin mensajeros que os anuncien, ni huéspedes que os amparen, ni guías que os encaminen, cosa es también que verdaderamente asombra. Veo junto a vosotras unos ramos de suplicantes, depositados en las aras de los dioses de nuestra ciudad; sois, pues, suplicantes, y esto es sólo lo que Grecia afirmaría qué ha comprendido; pero en lo demás pudieron hacerse, con razón muchas conjeturas si yo no hubiese venido aquí y vosotras no tuvieseis palabra que me explicara todo vuestro suceso.

CORO
Bien has dicho acerca de mi traje. Pero, ante todo, ¿estoy hablando con un ciudadano, o con algún sacerdote, custodio de los templos, o con el cabeza de la ciudad?

REY
Por lo que a eso hace, descuida, y responde a mis preguntas: explícate sin temor ninguno. Porque yo soy Pelasgo, rey de esta comarca, hijo del terrígena Palechthon. El pueblo que posee esta tierra y coge sus frutos son los Pelasgos, que como es razón toman su nombre de mí, que los gobierno. Domino en toda la región que atraviesa el sagrado Estrymonio, al poniente, y encierro dentro de mis fronteras la tierra de los Perrebos, y las que hay más allá de Pindo, aledañas de los Peones, y los montes de Dodona. De la otra parte tengo por límites las aguas del mar. Tales son mis dominios. De antiguo se llama a este suelo comarca de Apis, en honor del médico Apis, hijo de Apolo, a la vez médico y profeta, el cual, de las playas de Naupacto vino aquí y limpió nuestros campos de aquellas alimañas que devoraban a los hombres, las cuales había arrojado de sí esta tierra, manchada con antiguos delitos; y de las bestias fieras, y de la multitud de dragones que nos hacían vecindad terrible. Y porque Apis, con sus remedios, nos libró de nuestros males y exterminó los monstruos, mereció de los Argivos tributo de alabanza y que siempre hagamos memoria de él en nuestras preces. Ya que sabes de mí quién soy, puedes decirme tu linaje y proseguir tu historia; mas te advierto que mi ciudad no es aficionada a discursos largos.

CORO
Breve y clara será la respuesta. Nosotras nos gloriamos de ser de raza argiva; de la sangre de aquella becerrilla que tuvo nobilísimo hijo. Esta es la verdad, que estoy pronta a probar cumplidamente.

REY
¡Oh extranjeras! No puedo creer lo que decís sobre que sois de nuestra raza argiva. Más bien parecéis mujeres de la Libia; pero en manera ninguna de nuestro país. El Nilo debe haber sido quien crió planta tal, porque tenéis todo el sello que en el molde de sus mujeres imprimen a sus obras los maridos Ciprios. He oído también que los Indios nómadas, que viven vecinos a los Etíopes, se valen de camellos que a la vez les sirven de cabalgaduras y bestias de carga. Y aun si fueseis armadas de arcos, de cierto que os tomaría por aquellas Amazonas que dicen que viven sin maridos y se alimentan de carne cruda. Pero vosotras me enteraréis de todo, y así podré saber cómo es que sois de sangre y procedencia argiva.

CORO
Se cuenta que Io, que fue en otro tíempo custodia del templo de Hera, nació en este suelo de Argos; aquella de la cual habréis oído tantas veces.

REY
Que, mortal como era ella, Zeus buscó sus favores. ¿No es esto?

CORO
Sí; y, por el pronto, su comunicación fue a hurto de Hera.

REY
Y después, ¿en qué paró la celosa desavenencia del Rey y la Reina del Olimpo?

CORO
La diosa de Argos convirtió a la mortal en becerrilla.

REY
Hecha una becerrilla y ceñida de cuernos su frente, ¿se llegó a ella todavía Zeus?

CORO
Sí. Dicen que tomando la forma de un toro en celo.

REY
¿Qué hizo a esto entonces la severa esposa de Zeus?

CORO
Puso a la becerrilla guarda tal que todo lo viese.

REY
Y ese pastor omnividente, puesto para guardar una sola vaquilla, ¿quién era?

CORO
Argos, hijo de la Tierra, que fué muerto por Hermes.

REY
¿Qué otra cosa dispuso Hera contra la mísera becerrilla?

CORO
Esa mosca zumbadora que pica a los bueyes y los espanta, a la cual llaman tábano en la ribera del Nilo.

REY
¿Y fué persiguiéndola desde su patria durante una larga carrera ...?

CORO
Cabalmente; eso mismo iba a decir yo.

REY
Y llegó a Canope, y hasta Memphis.

CORO
Y Zeus, con sólo tocarla con la mano, la hizo madre.

REY
¿Quién fue el que pudo llamarse novillo hijo de Zeus y de una becerrilla?

CORO
Epapho, con razón llamado así del precio a que su madre se libró de sus trabajos.

REY
...

CORO
Libia, poseedora de la más grande porción de la tierra.

REY
Y ella, ¿qué descendencia tuvo?

CORO
Belo, que tuvo dos hijos, uno de los cuales fue el padre de mi padre que ves aquí.

REY
Dime el nombre de este mortal venerable.

CORO
Dánao, y su hermano es padre de cincuenta hijos.

REY
Dime también su nombre.

CORO
Egipto. Y ya que conoces mi linaje, haz conmigo de modo que saques de su miserable infortunio a esta familia argiva hoy perseguida.

REY
Ya veo que vuestro linaje procede de esta tierra. Cierto. Mas ¿cómo os atrevisteis a dejar vuestra patria? ¿Qué golpe de fortuna os sobrevino?

CORO
Rey de los Pelasgos: muchos y varios son los males de los hombres. ¡Ojalá no veas jamás el infortunio tendiendo hacia ti sus alas! ¿Quién se hubiese imaginado nunca esta huida inesperada, ni que habíamos de arribar a esta tierra de Argos, de donde somos oriundas, por escapar a unas bodas aborrecidas?

REY
¿Qué pides ahí, postrada delante de los dioses de nuestra ciudad? ¿Por qué esos verdes ramos de suplicantes, orlados de blanca lana?

CORO
Por no verme esclava de los hijos de Egipto.

REY
¿Es que los odias, o que huyes de cometer un crimen?

CORO
¿Y quién ha de querer comprar con su dote un pariente para haber de servirle después?

REY
Así se acrecienta entre los mortales el lustre y fortuna de una casa.

CORO
¡Y así, a lo menos, fácilmente se remedian los que no son bien heredados!

REY
Pero, en fin, ¿qué he de hacer yo en pro vuestro para satisfacer a la amistad?

CORO
Si los hijos de Egipto nos reclaman, no entregarnos a ellos.

REY
Grave es lo que dices; acaso provocar una guerra.

CORO
Pero la Justicia sostendrá a mis defensores.

REY
Cierto, si desde luego estuvo con vuestra causa.

CORO
(Señalando al altar.) Teme a esta popa de la ciudad que coronan nuestros ramos.

REY
Tiemblo al ver esos ramos dando sombra a las aras de nuestros dioses.

CORIFEO
¡Pesado es, en verdad, el enojo de Zeus; del dios que vela por los suplicantes!

CORO
Hijo de Palechthon, rey de los Pda3fos, escúchame con benevolencia. Mírame postrada ante ti, fugitiva y errante como vaquilla perseguida del lobo, que se sube a las rocas escarpadas, y desde allí avisa con sus mugidos al pastor el peligro en que se halla, esperando que la acorra.

REY
Estoy viendo todas estas tiernas doncellas acogidas a la sombra de esos verdes ramos con que imploran protección en nombre de nuestros dioses tutelares. ¡Ojalá sea sin daño para nosotros la venida de estas oriundas de Argos, que hoy solicitan su hospitalidad, y que no nos traiga alguna guerra este improviso y no esperado suceso! ¡Que Argos no tiene necesidad ahora de tales aventuras!

CORO
Vuelva a mi sus ojos la diosa Themis, patrona de los suplicantes e hija de Zeus, distribuidor de todo bien; proteja mi huída que no manchó crimen ninguno. Y tú, anciano, aprende lo que te avisa una tierna doncella. Sé piadoso con quienes te suplican, y no padeceréis reveses de la fortuna; que siempre fueron aceptadas por los dioses las ofrendas de un corazón puro ...

REY
No es en mi hogar donde os habéis amparado suplicantes; no. Si aquí hay sacrilegio, será para toda la ciudad, y así al pueblo en común toca procurar el remedio. Yo no puedo hacer promesa ninguna sin comunicarlo antes con todos los ciudadanos.

CORO
Tú eres la ciudad; tú eres el pueblo; tú, que eres sumo juez a quien nadie juzga, e imperas en el altar, hogar común de la patria. Con sólo tu voto, a una seña tuya, todo lo decides desde lo alto de tu trono, donde no hay más cetro que el tuyo. ¡Guárdate de un sacrilegio!

REY
¡Recaiga el sacrilegio sobre mis enemigos! No puedo daros auxilio sin daño para mí, ni despreciar vuestras súplicas sin tocar en lo inhumano. No sé qué hacer, no sé qué partido tomar, y el alma se llena de temor lo mismo si quiero concederte lo que pides, que si quiero negártelo.

CORO
Piensa en aquel que desde lo alto está velando por nosotras; en aquel custodio de los mortales atribulados que acuden a sus prójimos y no consiguen ser oídos en sus justas súplicas. Nada hay que aplaque la cólera de Zeus, protector de los suplicantes, encendida con los lamentos del que padece.

REY
Pero si los hijos de Egipto alegan derecho sobre ti por las leyes de su pueblo, a título de tus parientes más próximos, ¿quién querrá oponerse a su demanda? Preciso será que excepciones con las leyes de Egipto, probando que conforme a ellas no tienen sobre ti autoridad ninguna.

CORO
¡Jamás me vea yo en manos de esos hombres! Por huir de tan odioso himeneo me arresté a esta larga travesía y me puse a merced de las estrellas del cielo, que me guiaron. Toma, pues, por aliado a la Justicia, y decreta como pide la piedad que se debe a los dioses.

REY
La causa no es tan fácil de juzgar. No me tomes por juez. Ya dije antes que yo no haría nada sin el pueblo. Cuando tuviera potestad para ello, no querría yo que el pueblo pudiese decir nunca, si teníamos algún desastre: por favorecer a unos extranjeros has perdido a Argos.

CORO
Zeus es el juez de esta causa entre mis parientes y yo; Zeus, que se inclina siempre del lado de la justicia, y a cada cual da lo que se merece: castigo a los inicuos y premio a los justos. Siendo la balanza igual para todos, ¿qué mal temes tú que te avenga por hacer justicia?

REY
Negocio es éste que pide reflexión profunda. A modo del buzo que desciende al fondo del abismo, necesito yo un ojo perspicaz y nada turbado de la embriaguez, porque estas cosas sin daño para la ciudad ni para nosotros felicísimamente se rematen. No quiero que las reclamaciones de los Egipcios nos traigan una guerra; pero tampoco que por entregaros a vosotras, después que habéis buscado asilo de las aras de nuestros dioses, nos granjeemos el tremendo castigo de aquel dios vengador, huésped terrible que no se aparta del culpado ni en la muerte, sino que le persigue en el seno mismo del infierno. ¿Paréceos, por ventura, que no necesito considerarlo para llegar a una buena resolución?

CORO
Mira solícito por nosotras; sé nuestro piadoso patrono, como es justo. No hagas traición a una fugitiva a quien una impía violencia ha sacado de tan lejanas tierras. ¡Oh, tú, absoluto señor de esta comarca, no quieras ver que me arranquen de las aras de todos estos dioses a cuya sombra busqué un asilo! Reconoce la insolencia de aquellos hombres y guárdate de la cólera del cielo. No sufras que a tus ojos esta suplicante sea arrancada del pie de estos divinos simulacros, con agravio de la justicia, y que tiren de mí como de una yegua, asiéndome de las cintas que adornan mi frente y de los velos que me cubren. Porque ten por cierto que, según como obrares, así les aguardará la recompensa a tus hijos y a tu casa. Tales son los justos juicios de Zeus. Considéralo bien.

REY
Ya está considerado; ahí vienen a dar todos mis pensamientos: o pelear con los hijos de Egipto, o pelear con los dioses. Fuerza es lo uno o lo otro; no hay salida. Ya está claveteada y carenada la nave, y rueda sobre los rodillos. Donde quiera que me vuelva me he de encontrar con el mal. Puede el que perdió su casa y su hacienda levantarse a mayor fortuna que antes tuvo y juntar grandes riquezas, si así place a Zeus, dispensador de todo bien. Las heridas que abrió en el ánimo una lengua indiscreta, ella misma puede curarlas; con que una palabra vendrá a ser el bálsamo de otra palabra. Pero que corra la sangre de los nuestros ..., calamidad como ésta es necesario que no suceda. Hagamos espléndidos sacrificios; ofrezcamos a los dioses miles de víctimas, que este es seguro remedio contra los males. Quizá me engaño por completo acerca de esta contienda; pero quiero más bien ser agorero ignorante que no sabio previsor de desdichas. ¡Ojalá contra mi juicio tengamos buen suceso!

CORO
Escucha una palabra para fin de tantas súplicas.

REY
He escuchado hasta ahora. Puedes hablar, que no desoiré lo que digas.

CORO
Mira estos ceñidores con que sujeto mi túnica a la cintura.

REY
Muy propios de los arreos femeniles ciertamente,

CORO
Pues ten entendido que ellos serán excelente recurso.

REY
¡Explícate! ¿Qué quieres significar con eso?

CORO
Si no das una seguridad a estas fugitivas.

REY
¿Para qué te servirá entonces el recurso de esos ceñidores? . . .

CORO
Para adornar esas imágenes con ex votos nunca vistos.

REY
¿Qué enigma es ése? Habla claro.

CORO
Al punto nos colgaremos de esas imágenes.

REY
¡Oh, qué palabras, que me han herido en el corazón!

CORO
¿Comprendiste? ... ¡Bien claramente me he expresado!

REY
¡Cuánto imposible! ¡Multitud de males viene sobre mí como torrente que se desborda! ¡Heme aquí en este mar sin fondo de la desgracia, donde me anego sin poder ganar la orilla ni hallar puerto que me abrigue contra mis desventuras! Porque si no vengo en lo que deseas, me amenazas con una resolución de cuya mancha jamás podríamos lavarnos, y si he de venir a trance de batalla con los hijos de Egipto, tus deudos, delante de nuestros muros, ¿cómo no sernos amarllo, qUe por defender a unas mujeres hayamos de ensangrentar el suelo de la patria con la sangre de sus hijos? Y con todo, ello es fuerza temer la cólera de Zeus, patrono de los suplicantes; que no hay para los hombres más formidable temor. Anda, anciano, tú como padre de estas doncellitas, toma en tus brazos esos ramos, y al punto llévalos a las aras de los otros dioses de nuestro pueblo para que todos los ciudadanos puedan saber la razón de vuestra venida. Así no hablarán contra mí; que el pueblo es de suyo amigo de culpar al que manda. Al ver esos ramos fácilmente se moverá a piedad, y todos los Argivos se pondrán de vuestra parte con más empeño aún en odio a vuestros insolentes perseguidores. No hay uno entre ellos que no se incline a favorecer al débil.

DÁNAO
De grande estima es para nosotros el haber encontrado patrono tan respetable. Pero manda conmigo gentes del país que me acompañen y me enseñen el camino, a fin de que podamos dar con las aras, que se alzan frontero a los templos donde moran vuestros dioses tutelares, y discurramos seguros por la ciudad. Porque nuestro aire y porte no es el mismo que el vuestro. La raza que cría el Nilo no se parece a la de las riberas del Inaco. Guarda, no sea que la demasiada confianza nos dé que temer. Ya se ha visto al amigo matar por ignorancia al amigo.

REY
Acompañadle, guardias. Dice bien el extranjero. Guiadle a las aras y templos de los dioses de la ciudad. Y poco hablar con los que os encontréis al paso; que vais acompañando a un extranjero, que llegó por mar, y quiere postrarse en el santuario de nuestros dioses.

Vase DÁNAO, acompañado de algunos guardias.

CORO
Tú te has dirigido a mi padre, y ya sabe él a qué ha de acomodar su conducta; pero yo, ¿qué haré? ¿Cómo proveerás a mi seguridad?

REY
Deja ahí esos ramos, ese emblema del dolor.

CORO
Y bien, ya los dejo, obediente a tus palabras y autoridad.

REY
Ahora retírate a aquel dilatado bosque.

CORO
¿Y qué defensa puede ofrecerme un bosque profano?

REY
No te entregaremos ciertamente a las aves de rapiña.

CORO
¿Y qué, si me entregas a hombres más aborrecibles que los crueles dragones?

REY
Hable bien el que es bien tratado.

CORO
No es maravilla que el temor que se alberga en nuestro pecho nos haga poco sufridas.

REY
Pero siempre se desconfía demasiado de los reyes.

CORO
Devuélvenos tú la alegría con tus palabras y con tus acciones.

REY
Vuestro padre no os dejará solas mucho tiempo. Yo convocaré a los Argivos y trataré de persuadir a la ciudad y de ver cómo puedo ganarla en favor vuestro. Ya advertiré a tu padre lo que debe decir. Por tanto, espera aquí. Eleva tus preces a los dioses de Argos, y pídeles que se logren tUs deseos. Yo marcho a disponerlo todo. ¡Asístanme la Persuasión y la Fortuna para alcanzar feliz suceso!

Vase con su acompañamiento.

CORO
¡Rey de reyes, santo de los santos, potestad altísima sobre todas las potestades, bienaventurado Zeus, escucha mis votos y haz que lleguen a cumplimiento! Aleja de nosotros a aquellos hombres insolentes; muéstrales tu justo enojo; hunde en las purpúreas olas del mar la nave fatal y sus negros remeros. Mira por estas mujeres; mira por nuestro antiguo linaje, descendencia de una mujer que te fué cara. Renueva la memoria de tus amores; acuérdate bien cuando tu mano acariciaba la frente de aquella Io, por la cual nos gloriamos de ser oriundas de esta tierra donde nos amparamos hoy. En ella estamos ahora marchando sobre los mismos antiguos pasos de mi madre. Aquí en los floridos campos y herbosos prados donde ella se apacentaba, siempre bajo los ojos vigilantes del pastor Argos; aquí de donde, perseguida por el tábano, huyó furiosa, atravesando pueblos y pueblos. Sumisa a su destino, pasa a nado el undoso estrecho y demarca así entrambos continentes. Echa por Asia; atraviesa la Frigia, en rebaños abundante, y la ciudad misia de Teutras, y los valles de Lidia y los Cilicios montes; deja atrás con precipitado curso la tierra de los Pamfilios, y los ríos de perenne corriente, y la región de la opulencia, y el suelo consagrado a Afrodita, liberal en doradas espigas. Aguijada por el dardo del alado boyero, llega a los feracísimos campos de Zeus, a aquellos prados que las nieves fecundan cuando contra ellos se desata la cólera de Tifón, el Nilo de saludables y no contaminadas linfas. Allí se lanza lo fuera de sí con el azote de los afrentosos trabajos y agudos dolores que la hace padecer la furibunda Hera. Los hombres que habitaban la comarca por aquel entonces palidecieron y comenzaron a temblar al ver aquella extraña figura; aquel bruto espantable y semihumano, mitad mujer y mitad vaquilla; quedáronse estupefactos del prodigio. ¿Quién fué el que endulzó entonces las penas de la errante y sin ventura lo, y la libró del tábano que la acosaba? Zeus, el rey que reinará por siglos de siglos ...

Con su poder incontrastable, con su divino aliento pone fin a aquella violencia. Io, así que recobra la razón, siente que los encendidos colores de la honestidad asoman a su rostro, y se deshace en lágrimas considerando sus desventuras. Pero ya había concebido en su seno el fruto de los divinos amores. Así fue en verdad, que luego parió un hijo sin tacha. El cual gozó de felicidad colmada por toda su larga vida. De donde toda la tierra dijo a una voz: ¡Vivífica descendencia! ¡De Zeus es a no dudar! ¿Pues quién otro hubiese podido poner fin a los males causados por el rencor de Hera? ¡Obra de Zeus es ésta! Y nosotras, la descendencia de Epafo. Proclamándolo así no digo más que la verdad. ¿A qué otro dios pudiera yo invocar con más justos títulos que a aquel padre, primer autor de mi linaje; a aquel poderoso señor que con sola su mano fecundó a Io y fundó larga descendencia; a aquel Zeus por quien viene todo remedio en los trabajos? No hay potestad alguna sobre él. En grandes y pequeños, en todos reina como señor altísimo. Nadie se sienta en más encumbrado trono, ni puede alegar títulos a su acatamiento. Habla, y se sigue la obra, y al punto se cumple lo que decreta su mente.

Sale DÁNAO

DÁNAO
Animo, hijas. Nuestras cosas con los Argivos van bien. El pueblo todo ha votado por nosotros.

CORO
¡Salve, anciano padre mío, que tan gratas nuevas me anuncias! Pero dinos qué se ha decretado; qué resolución se llevó la mayoría del pueblo.

DÁNAO
Allí no hubo pareceres, sino que de modo fue que sentía yo remozarse mi vieja alma. El aire apareció como erizado de diestras que se alzaban de todo el pueblo argivo entero que a una voz sancionaba el decreto. Podremos vivir aquí libres, y sin que mortal alguno pueda reclamarnos, gozando del derecho de asilo; nadie, ni ciudadano ni extranjero, nos arrancará de estos lugares. Notado de infame será y desterrado por el pueblo cualquier argivo que no acuda en nuestro socorro, si por ventura se tratase de usar de la fuerza. Tal fue la sentencia que en pro nuestro obtuvo el rey de los Pelasgos con su persuasiva palabra. Ciudad, les decía, no amontonéis para lo porvenir sobre la ciudad de Argos la tremenda cólera de Zeus, que protege a los suplicantes. Ved que dos veces los agraviaríais por huéspedes y por ciudadanos, y que sería esto afrenta manifiesta de nuestra ciudad y principio de males sin remedio. Lo cual, así que el pueblo lo oyó, sin aguardar la voz del pregonero, todos los Argivos levantaron las manos, confirmando y ratificando lo que el rey decía. Los Pelasgos se dejaron mover de la palabra persuasiva que les hablaba;Zeus consumó la obra.

CORO
Ea, pues, respondamos con votos de bendición al bien que nos hacé:n los Argivos. Zeus hospitalario atienda a la verdad con que la lengua de esta huéspeda agradecida le ofrece tributo de honor y alabanza para que nuestros votos todos alcance cabal y felicísimo suceso. Vosotros también, dioses hijos de Zeus, escuchad las preces que por este pueblo os dirigimos. Nunca jamás se vea presa de las llamas la ciudad de los Pelasgos, ni oiga el bárbaro y desapacible clamor de la pelea. Vaya Ares a segar hombres a otros campos. Porque se apiadaron de nosotras, y nos dieron voto favorable, y tuvieron respeto para estas suplicantes de Zeus, para este mísero rebaño. No han desoído la demanda de unas débiles mujeres por sentenciar a favor de sus perseguidores, sino que pusieron la consideración en aquel vengador divino, celador de toda obra, en sus castigos inevitables. Imposible que techo ninguno pudiera resistir el peso de la divina venganza, ¡que es abrumadora pesadumbre! Pero han respetado nuestra sangre santísima, y sus sacrificios serán puros y aceptos a los dioses. Salgan, pues, de mi boca, sombreada por estas coronas de olivo, palabras de bendición y dicha. Nunca jamás la peste deje a esta ciudad yerma de sus hijos, ni guerras intestinas ensangrienten su suelo. Viva intacta en su tallo la flor de tu juventud sin que el amante de Afrodita, sin que el enemigo mortal de los hombres, Ares, venga a cortarla en su gallarda lozanía. Véanse rodeadas las aras humeantes de sus dioses de ancianos venerables con que la República esté siempre bien y sabiamente regida. Rinda el pueblo continuo culto de adoración al gran Zeus, altísimo amparador de la hospitalidad, que con antigua ley dispone el destino de los humanos. ¡Jamás se extinga la raza de los fieles celadores de esta tierra! ¡Dígnate Artemis Hecate asistir al parto de sus matronas! Lejos de aquí las discordias civiles, que pierden a los hombres, y arruinan las ciudades, y ahuyentan los músicos apacibles coros, y arman el brazo de Ares, fiero provocador de lágrimas para los pueblos, y de voces lastimosas. Fuera de aquí el enjambre enfadoso de las enfermedades; vaya a posarse lejos de la cabeza de estos ciudadanos. Apolo Liceo vale amoroso por toda la juventud argiva. Haga Zeus que en todo tiempo y estación produzca la fecunda tierra frutos sazonados, y que los rebaños pueblen la pradera herbosa de numerosas crías. ¡No hay bien que Argos no reciba de los dioses! Rompan las musas, diosas del saber y del canto, en himnos de bendición y alegría, y acompañe la cítara los acentos de su boca sagrada. !Ojalá que el pueblo, que es el soberano de la ciudad, guarde sin mancha ni menoscabo el honor de sus legítimos derechos, y que los que le mandan provean siempre solícitos al bien común! Con el extranjero antes sean prontos a entrar en pláticas que a declarar la guerra, y quieran más satisfacer de justos que de vencidos. Honren siempre a los dioses tutelares de la comarca con aquellos homenajes que les tributaban sus antepasados. Ofrézcanles víctimas de bueyes y coronen de laurel sus altares. Así honrarán también a los que les dieron la vida; que es otro de los tres preceptos que están escritos en las leyes de la Justicia suma y perfectísima.

DÁNAO
Alabo esos buenos deseos, hijas mías. Pero escuchad ahora sin alborotos la inesperada nueva que tiene que daros vuestro padre. Desde la atalaya de esta colina, asilo de nuestras súplicas, diviso un navío; se ve harto bien para que me engañe. Distingo todo el aparejo y velamen de él, y las faginas y parapetos con que se cubren sus remeras y hombres de guerra. Allá veo la proa que sigue su derrota mirando hacia nosotros; ¡demasiado obediente al timón, que desde popa la rige, porque no es ninguna nave amiga aquélla! Las blancas túnicas de los marineros hacen resaltar lo negro de sus miembros. He alli que aparecen bien claro las demás naves; toda la escuadra está a la vista. La capitana ha amainado velas, y forzando remos vira hacia la playa. Miradlo con calma. Prudencia, y no olvidaros de estos dioses, que es lo que importa. Yo parto en busca de defensores que tomen sobre sí nuestra causa, y vuelo al punto. Quizá venga algún heraldo o alguno de los príncipes, queriendo poner mano en vosotras y llevaros consigo; pero nada harán. No tembléis al verlos. No obstante, por si retarda el socorro, lo mejor será que no os olvidéis nunca de que en esas aras está vuestra defensa. ¡Animo! Al fin, a su tiempo y día el mortal que menosprecia a los dioses paga la pena que merece.

CORO
¡Padre, estoy temblando! Ya abordan las naves, impelidas de sus ligeras alas. Dentro de un instante los tenemos aquí. El pavor se apodera de mi alma, ¡y con razón! ¿De qué me sirvió mi precipitada huida? ¡Me muero de miedo, padre mío!

DÁNAO
¡Valor, hijas! Pues que los Argivos han decretado a tu favor, ellos pelearán por vosotras; estoy cierto de ello.

CORO
Son una procaz y malvada ralea estos hijos de Egipto, que no se hartan nunca de contiendas. Se lo estoy diciendo a quien lo sabe como yo. Por saciar su encono se han hecho a la mar con todas esas negras y bien trabadas naves, y con tal aparato de atezada y numerosa gente de armas.

DÁNAO
Con quien tendrán que habérselas son muchos en número también y de brazos endurecidos y curtidos por los rayos del sol del Mediodía.

CORO
No me dejes sola, padre; te lo suplico. Una mujer abandonada a sí sola nada es. El valor de las batallas no se alberga en su corazón ..., y ellos son impíos y de bien torcidos y bajos pensamientos, y no serán más respetUosos con las aras de los dioses que los cuervos.

DÁNAO
Lo cual ayudará a maravilla a nuestros deseos, hijas mías, pues que tan odiosos como a vosotras les serán a los dioses.

CORO
Por temer a esos tridentes, ni a la majestad de estas imágenes no dejarán de poner mano en nosotras, padre; que son por demás soberbios e impíos esos rabiosos y desvergonzados perros y se harán sordos a la voz de los dioses.

DÁNAO
Pero sabido es que los lobos pueden más que los perros. El fruto del papiro no aventaja a la espiga.

CORO
Con todo, guardémonos de su poder; que encierran en su pecho toda la rabia y crueldad de las bestias feroces.

DÁNAO
No es maniobra tan pronta la arribada y desembarco de una armada. No se hallan al paso los fondeaderos, ni en todo paraje se pueden amarrar los cables sin peligro, ni así a la primera se fía a las anclas un patrón de nave, y más cuando se aborda a tierra donde no hay puertos. Al ponerse el sol y venir ya la noche, el timonel más experto se llena siempre de temores vivísimos, aunque se eche el viento y la mar duerma serena y en calma. Antes de encontrar fondeadero cómodo donde la armada pueda confiarse, la gente de mar no haría desembarco seguro. Piensa tú que el terror no te haga olvidarte de los dioses, y pídeles su auxilio. Yo corro a avisar a la ciudad. No me desatenderá, porque viejo como soy, mi corazón y mi lengua son jóvenes todavía.

Vase.

CORO
¡Oh, tierra montuosa, de mí con tanta justicia venerada! ¿Qué va a ser de nosotras? ¿Dónde refugiarme en esta tierra de Apis? ¿Habrá alguna sombría y caliginosa caverna donde nos ocultemos? ¡Qué no me volviera yo negro humo para subir hasta las nubes de Zeus y allí desvanecerme;o bien que no pudiese yo volar sin alas como el polvo y desaparecer en el aire! ¡Alienta, corazón; ten fuerzas para huir de aquí! Pero, ¡ay!, que mi corazón tan sólo las tiene para palpitar, cubierto con las negras sombras del espanto. Estos lugares, donde mi padre vió mi salvación, serán mi ruina. ¡Me muero de terror! Echémonos un lazo al cuello y quitémonos la vida antes que nos lleguen las manos de esos hombres abominables. ¡Antes muertas y sometidas al imperio caliginoso de Ades! ¡Quién me diera a mí un lugar en aquellos etéreos espacios donde la nieve se engendra en las acuosas nubes, o la escueta cima de altiva, tajada y áspera roca, que se pierde en las alturas; yerma, cerrada a las cabras, y sólo de los buitres apetecida! Siquiera me aseguraría caída de muerte antes que pasar por un cruel himeneo que rechaza mi corazón. Y luego, sea yo pasto de los perros y aves de esta tierra; no diré que no; el morir libre de lágrimas y males. ¡Venga la muerte antes que la consumación de esas bodas! ¿Dónde, si no, encontrar camino que de ellas me liberte? ¡Alza hasta el cielo tu triste voz; rompe en doloridas letanías que te alcancen de los dioses auxilio y remedio contra tus penas! Padre celestial, tú, cuyos severos ojos aborrecen la iniquidad, mira la bárbara fuerza que se me hace. ¡Sé benigno con tus suplicantes, soberano señor de la tierra, Zeus omnipotente! Porque los hijos de Egipto, con insolencia intolerable, corren tras de mí, y me persiguen, y acosan con grandes voces por ver de lograrme, siquiera tengan que usar de la fuerza. Pero, sobre todo, está el fiel de tu balanza. Sin ti, ¡qué pueden los mortales! ¡Oh, oh, oh! ¡Ah, ah, ah! ¡Nuestro raptor, que dejó ya la nave y saltó en tierra! ¡Así mueras a mi vista antes de llegar aquí, raptor inicuo! ¡Socorro, socorro! Por todas partes se oyen mis gritos de terror y angustia! ¡Principios de los males y violencias que me aguardan, ya os veo! -¡Pronto, pronto, venid a favorecer nuestra huída!- ¡Por tierra y por mar resuenan los brutales y odiosos alaridos de la lascivia de nuestros forzadores, codicia de satisfacerse! ¡Protégenos, señor del universol

Sale un HERALDO egipcio con acompañamiento de soldados.

HERALDO
¡Corriendo, corriendo a las naves! ¡Pronto!

CORO
¡Bien, aquí nos tenéis! ¡Heridnos el rostro; maltratadnos; cortadnos la cabeza; derramad nuestra sangre toda!

HERALDO
¡Corre, infeliz, corre a la nave! Ven conmigo por el dilatado espacio donde se agitan las saladas ondas. Cede por fin al deseo de tu señor y al poder de su férrea lanza. Bañada en sangre te arrojaré en la nave. Allí, tendida en el fondo, podrás gritar cuanto quieras. Ceda mal que te pese tu obstinada locura. ¡Lo mando!

CORO
¡Ay, ay de mí!

HERALDO
Deja esas aras; anda a la nave. Ven a adorar a los dioses que venera nuestro pueblo.

CORO
¡Nunca más vuelva yo a ver el almo río, el de las crecidas fecundantes, el de las aguas vivíficas que vigorizan la sangre de los hombres! Mi patria, anciano, mi antigua y sagrada patria es la tierra donde se alzan las aras de estos dioses.

HERALDO
Que quieras que no, a la nave irás; a la nave, y pronto. Sucumbirás a la fuerza; a la fuerza de tu señor, que es poderosa; y después de haber recibido miles de ultrajes de sus manos crueles, tendrás que sufrir su lecho.

CORO
¡Ay, ay! ¡Ojalá hubieses perecido miserablemente al cruzar la movible selva de los mares, arrojado por deshecha borrasca contra el arenoso promontorio de Sarpedon!

HERALDO
Grita, vocifera, llama a los dioses. No escaparás a la nave egipcia. Grita, clama; puedes quejarte de tu miseria con más amargura todavía.

CORO
¡Ay, cielos! ¡Perezcas tú frente a esas costas dando voces y ladridos; tú que tan jactancioso me escarneces! ¡Que el caudaloso Nilo, que te crió, te haga desaparecer a ti, insolente, y a tu insolencia!

HERALDO
Andad, os digo. La Nave ya se balancea en las ondas. ¡Pronto! Nada de tardanzas, y así no seréis llevadas de los cabellos.

CORO
¡Ay, ay, Padre mío celestial! !Busqué mi defensa en estas aras, y hallé mi perdición! Ya me arrastran al mar. Ya me cercan y se van llegando a mí como la araña a su presa. ¡Parece un sueño! ... ¡Sueño negro y espantoso! ¡Socorro, socorro! Madre Tierra, madre Tierra, aleja de mí estos gritos furiosos que me llenan de espanto! ¡Oh, Rey, hijo de la Tierra! ¡Oh, Zeus!

HERALDO
No temo yo a los dioses de este pueblo. Ni ellos me criaron de niño, ni ellos me han de sostener en mi vejez.

CORO
Cerca de mí bípeda serpiente se retuerce furiosa. ¡Es una víbora que me va a sujetar entre sus dientes! ¡Socorro, socorro! ¡Madre Tierra, madre Tierra: aleja de mí esos gritos que me llenan de espanto! ¡0h, Rey, hijo de la Tierra! ¡0h, Zeus!

HERALDO
Si no venís a la nave, si no me obedecéis, no me detengo ante vuestros vestidos y los hago jiras.

CORO
¡Favor, príncipes que veláis por la ciudad, que me roban!

HERALDO
¿Príncipes llamáis que os acorran? Pronto vais a ver aquí, no uno, sino muchos: a todos los hijos de Egipto. Perded cuidado, que no os quejaréis por falta de señores.

Sale el REY con su acompañamiento.

CORO
¡Perdidas somos! - ¡Oh, rey qué nunca vista violencia!

HERALDO
Paréceme que os voy a llevar arrastrando de los cabellos, ya que no queréis atender a mis razones.

REY
Hola, tú, ¿qué estás haciendo ahí? ¿Qué arrogancia es ésa con que ultrajas a esta tierra, la tierra pelásgica? ¿Por ventura piensas que has venido a una ciudad de mujeres? Para ser bárbaro, alardeas demasiado con los Griegos. Grave es tu atentado; sin duda tienes perdido el juicio.

HERALDO
Pues ¿en qué yerro yo, ni me aparto de la justicia?

REY
En primer lugar, con ser extranjero no sabes lo que es hospitalidad.

HERALDO
¿Cómo que no? Encuentro lo que perdí, y lo recobro.

REY
Y ¿a cuál de los patrones, que la ciudad tiene diputados para proteger los extranjeros, los reclamaste tú?

HERALDO
A Hermes, máximo patrono de los extranjeros, y abogado de las cosas perdidas.

REY
¡Hablas de invocar a los dioses, y no tienes para los dioses ninguna reverencia!

HERALDO
Yo venero a los dioses del Nilo.

REY
A lo que te oigo, ¿los de aquí no son nada?

HERALDO
Si no es que por la fuerza me las quitáis, yo me las he de llevar.

REY
Pudiera ser que lo llorases si las tocas, y no muy tarde.

HERALDO
¡Nada tienen de hospitalarias tus palabras!

REY
Yo no doy jamás hospitalidad a ladrones sacrílegos.

HERALDO
¿Irías tú a decir eso a los hijos de Egipto?

REY
Y ¿qué cuidado me podrá dar a mí?

HERALDO
Pero, en fin, para que yo lo sepa y pueda comunicarlo mejor, según conviene a un heraldo que debe hacer relación fiel y exacta de cada punto; en fin, ¿quién eres tú? ¿Quién les digo que les ha tomado sus primas hermanas? ¡Asegúroos que Ares no llamará testigos para dirimir esta contienda, ni admitirá composición, sino que antes que sentencia han de caer muchos hombres y han de perderse muchas vidas entre agonías espantosas!

REY
¿A qué decirte mi nombre? Luego le aprenderéis, lo mismo tú que los que vienen contigo. Si estas doncellas lo quieren así, y ése es el deseo de su corazón; si con blandas y comedidas razones las persuades, puedes llevártelas; mas a la fuerza no se te entregarán. Así lo ha proclamado y ratificado la ciudad de Argos por voto unánime. Y el decreto está bien clavado, de modo que nadie será poderoso a moverlo. No lo hemos grabado en tablas, ni lo refrendamos y confirmamos en las vueltas de un papiro; pero te lo dice, fiándotelo, la boca de un hombre libre. Quítate cuanto antes de mi vista.

HERALDO
Sábelo, pues: pronto tendréis guerra. ¡Sean la victoria y la dominación de los que sean hombres!

REY
Aquí, en los ciudadanos de Argos, encontraréis hombres, y que no beben vino de cebada.

(Vase el HERALDO).

Vosotras, cobrad ánimos, y acompañadas de vuestras fieles siervas, dirigíos todas a la ciudad; está muy bien guarnecida de muros y fortificada con torres de profundo y solidísimo cimiento. Allí encontraréis muchos edificios públicos que poder ofreceros, y aun mi casa, pues no se labró con encogida y corta mano. Es gran contento habitar bien dispuesta casa en numerosa compañía; pero si os place más vivir solas, podéis hacerlo así. Pronto está todo; escoged, pues, lo que mejor os parezca y más os agrade. Yo estoy aquí para defenderos, y conmigo los ciudadanos todos; que por voto unánime se han empeñado en esta empresa. ¿Podrás esperar tú mejor fianza?

CORO
¡No en verdad! ¡Antes, divino rey de los Pelasgos, que seas colmado de bienes en premio del que tú nos haces! Pero dígnate traemos aquí a nuestro animoso padre Dánao; a nuestro guía y consejero. Su consejo ha de resolver qué casa nos conviene habitar y dónde debe ser nuestro puesto. Tratándose de extranjeros, cada cual se apresura a murmurarlos. Sigamos el partido más prudente.

REY
Vosotras seréis recibidas en la ciudad con aplauso de todo el pueblo, y nadie os ofenderá, ni tendrá para vosotras más que palabras de alabanza. Fieles siervas, marchad en su compañía, y cada una con aquella a cuyo servicio la hubiese destinado Dánao.

Sale DÁNAO

DÁNAO
Bendigamos a los Argivos, hijas mías, y ofrezcámosles sacrificios y libaciones como a los dioses del Olimpo, porque todos ellos sin excepción acaban de salvarnos. Con grande acedía y enojo oyeron de mi boca lo sucedido con nuestros obstinados deudos, y luego ordenaron que viniesen escoltándome estos guardias armados por hacerme honor y para estorbar que golpe aleve e inesperado me diese muerte: con que caería sobre este suelo mancha sempiterna. Después de tales beneficios les debéis aún más acendrado agradecimiento y reverencia que a mí. Grabad ahora en vuestra mente esta máxima junto a los demás avisos que os dió la prudencia de vuestro padre: el tiempo es el que prueba lo que son y valen los desconocidos. Al extranjero que se avecina entre nosotros, todos nos adelantamos a murmurarle, y la lengua anda lista para denostarlo y ejercitarse a su costa. Encarézcoos, pues, que cuidéis de no afrentarme, porque estáis en ese verdor de la mocedad que tanto atrae las miradas de los hombres. Fruta en sazón nunca fue buena de guardar; todos son a arrebatarla, los hombres y las fieras; las alimañas que surcan los aires y las que se arrastran por el suelo. ¿Y cómo no? Ciprias convida a voz de pregón a coger el fruto sazonado, y marchita su lozanía y no deja vivir la flor. Cualquiera que pasa junto a una doncella se siente vencido del deseo, y lanza sobre los encantos de su hermosura dardo de amorosa mirada. ¡Mirad, no veamos menoscabada nuestra honra, que tantos trabajos nos ha costado salvar, y por la cual tan dilatados mares hemos tenido que correr; que esto sería trabajar en nuestra afrenta y en contento de nuestros enemigos. En cuanto a habitación donde nos alojemos, dos hay: la de Pelasgo y la que nos ofrece la ciudad, y ambas sin merced ninguna; negocio es, pues, de bien poca monta. Sólo os digo que guardéis las advertencias de vuestro padre y tengáis la honestidad en más que la vida.

CORO
¡Quieran los dioses favorecernos en todo lo demás, que en cuanto a mi mocedad, descuida, padre, que a no determinar otra cosa los dioses, no se ha de apartar paso mi corazón de la senda que ha emprendido.

PRIMER SEMICORO
Marchad; celebrad con jubilosos cánticos a los bienaventurados dioses, señores y patronos de la ciudad, y a los que habitan las riberas del antiguo Erasino.

SEGUNDO SEMICORO
Responded a mis cánticos, vosotras que me acompañáis. ¡Gloria y alabanza a la ciudad de los Pelasgos! ¡Ya no más celebrar con mis himnos las aguas del Nilo!

PRIMER SEMICORO
Sino los ríos que tienden sus múltiples brazos por esta región, y con sus sabrosas fecundantes aguas alegran y sustentan sus campiñas.

SEGUNDO SEMICORO
Mire con piedad la casta Artemis a estas mujeres fugitivas. Que Citere no nos imponga sus lazos por la fuerza: ¡tormento aborrecible!

PRIMER SEMICORO
Cipris, tampoco te olvido a ti en mis piadosos cultos. Tu poder con el de Hera iguala casi al de Zeus. Tus golpes, ¡oh, astuta diosa!, son temidos de los mortales, y así intentan ganarte con homenajes reverentes.

SEGUNDO SEMICORO
Acompáñanla siempre, como a su querida madre, el Deseo y la blanda Persuasión, a quien nadie se resiste, y aquella Armonía, a la cual ha dado en suerte Afrodita los susurrantes requiebros de los amores.

PRIMER SEMICORO
Pero ¡ay! que temo mucho la tormenta que se ha de levantar con mi huida; los fieros males y sangrientas guerras que han de sobrevenir. ¿Por qué hicieron tan feliz navegación nuestros activos y tenaces perseguidores?

SEGUNDO SEMICORO
¡Cúmplanse los decretos del Destino! Nadie hay que pueda escapar a los designios altísimos e insondables de Zeus. ¡Quizá como tantas otras mujeres antes de nosotras, habremos de acabar por contraer un lazo aborrecido!

PRIMER SEMICORO
¡Oran Zeus, aparta de mí el himeneo con los hijos de Egipto!

SEGUNDO SEMICORO
¡Sería eso el mayor de los bienes! Pero quizá tratas de mover a un dios inexorable.

PRIMER SEMICORO
Lo que ha de suceder no lo sabes tú.

SEGUNDO SEMICORO
¿A qué esforzarme en penetrar en el abismo de la mente de Zeus, a cuyo fondo no llegó jamás mirada alguna? Sé más moderada en tus deseos.

PRIMER SEMICORO
¿Por qué me das esa lección?

SEGUNDO SEMICORO
Porque no te atrevas curiosa a las cosas divinas.

PRIMER SEMICORO
¡Soberano Zeus, líbranos de un himeneo funesto y aborrecido! Tú libraste a lo de sus males, acariciándola con mano que le volvió la salud. ¡Dichosa fuerza aquélla, donde se engendró nuestro linaje!

SEGUNDO SEMICORO
¡Danos la victoria, que somos débiles mujeres! ¡Permita el cielo que entre dos males tan sólo padezca el menor, templando siquiera con algún bien! Alcancen mis súplicas que la Justicia triunfe de sus enemigos con ayuda de los dioses.

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