Índice de Poemas rústicos de Manuel José OthónPresentación de Chantal López y Omar Cortés InvocaciónBiblioteca Virtual Antorcha

POEMAS RÚSTICOS
(Poemas de Manuel José Othón)

A manera de prólogo

AL LECTOR




Creo que todo el que se consagra seriamente a una labor intelectual, llegada la ocasión está obligado a presentar al público su obra, para que la aproveche, si digna es de aprovecharse, o para que la desdeñe, si debe ser despreciada por insuficiente y baladí. Fiel a mis principios, juzgo que es ya tiempo de cumplir este deber, puesto que he traspasado, con mucho, la mitad del camino de la vida. Abordo, pues, la tarea, y doy comienzo con el primero de los cuatro volúmenes de que consta mi obra lírica; que si Dios me concede calma y espacio, continuaré publicando la serie de mis trabajos de otro género.

Desde mi adolescencia compongo versos; pero hace más de veinte años he sacudido o, al menos, he procurado sacudir todo ajeno influjo. La Musa no ha de ser un espíritu extraño que venga del exterior a impresionarnos, sino que ha de brotar de nosotros mismos para que, al sentirla en nuestra presencia, en contacto con la Naturaleza, deslumbradora, enamorada y acariciante, podamos exclamar en el deliquio sagrado de la admiración y del éxtasis, lo que el padre del género humano ante su divina y eterna desposada: Os ex ossibus meis et caro de carne mea! Por otra parte, el artista ha de ser sincero hasta la ingenuidad. No debemos expresar nada que no hayamos visto; nada sentido o pensado a través de ajenos temperamentos, pues si tal hacemos ya no será nuestro espíritu quien hable y mentimos a los demás, engañándonos a nosotros mismos.

Pero no basta con esto. Es necesario considerar en el Arte lo que es en sí: no sólo una cosa grave y seria, sino profundamente religiosa, porque el Arte es religión, en cuanto Belleza y en cuanto Verdad, y uno de los vínculos, acaso el más fuerte, que nos liga con la eterna Verdad y con la Belleza Infinita; porque, en suma, el Arte es Amor, amor a las cosas que están dentro y fuera de nosotros.

Por esta causa paréceme que el ideal estético de todas las épocas, y especialmente de la actual, es que el Arte ha sido y debe ser impopular, inaccesible al vulgo. Cuando más se ha extendido o se extienda su culto, será porque el vulgo ha ido o irá ascendiendo, abandonando, por lo mismo, su naturaleza; mas no porque el arte baje, pues es imposible que pierda su sustantividad. Esto no quiere decir que el artista deba producir sólo para los iniciados en las fórmulas técnicas del procedimiento: se debe componer, pintar, esculpir para todos los espíritus finos y ya sensibilizados que forman una porción de inteligencias educadas, de almas accesibles y apercibidas a recibir y retener la impresión estética. Y en los momentos presentes esas inteligencias, esas almas no son tan raras como se cree, pues abundan, casi puede decirse, sobre todo en los grandes centros de civilización donde la vida moderna ha hiperestesiado los nervios y los espíritus. Fuera de allí es preferible que nadie (hablo del vulgo, del vulgo vestido, entiéndase bien) absolutamente nadie comprenda a los artistas a tener la irreparable desgracia de saber que una estrofa, una melodía, un cuadro o un bloque nuestros, están en los labios, en los oídos, en la memoria, en la oficina o en el boudoir de damas frívolas, de letrados indoctos, de escritores ignaros y de jóvenes sentimentales, susceptibles de conmoverse hasta las lágrimas, ante las insipientes manifestaciones de un arte espurio.

Estos son mis principios y esta mi teoría estética que he creído deber apuntar de paso y en compendio, porque tal vez servirá de disculpa a lo exiguo, débil y deficiente de mi labor; pues tengo que agregar a lo ya dicho, que el Arte no puede, no debe ser tomado como pasatiempo, ocio o distracción, sino que hay que consagrar a él todas las energías del corazón, del cerebro y de la vida. Y esto, desgraciadamente, no ha podido ser para mí, por más que la voluntad y la inclinación han sobrepujado, a las veces, el límite de mis aptitudes y rompido, casi siempre, la argolla de hierro de mis necesidades. Sólo, sí, diré que todos los cantos que publico y publicaré, los he sentido, pensado y vivido muy intensamente y han brotado de las hondonadas más profundas de mi espíritu. Si la forma no corresponde a la pasión, será porque mi molde es muy estrecho y muy frágil, y ha estallado cuando quise vaciar en él mis sensaciones.

Consagro este primer volumen de mis obras líricas a la capital del Estado de Jalisco, porque en ella están vinculadas las más hondas afecciones de mi alma, pues de sus hijos he recibido, hasta hoy, los pocos bienes y las únicas grandes satisfacciones que han alegrado mis días.

Cuando se publicaron en revistas y periódicos los poemas de esta colección, aparecieron todos dedicados a mis amigos más queridos. Hoy suprimo las dedicatorias en el libro, pero no los nombres en mi corazón y en mis recuerdos. Dejo solamente aquellas necesarias para la inteligencia del poema, que son como parte integrante de su materia y de su forma.

Y con esto acabo, encomendándome a la gracia del lector, que, si la de Dios no me falta, he de dar fin y remate a la tarea que me impongo, si no para mayor gloria del Arte, sí para perpetuo descanso de mi ánima.

Manuel José Othón
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