Índice de Poemas rústicos de Manuel José OthónPaisajes OcasoBiblioteca Virtual Antorcha

POEMAS RÚSTICOS
(Poemas de Manuel José Othón)

LOBREGUEZ


Bajo un cielo plomizo y ventoso,
por aristas de piedra cortado,
el paisaje monótono duerme
en profundo y solemne letargo.
Todo es gris: la silueta del monte,
el inmóvil y frío remanso
que refleja en sus ondas oscuras
un girón sepulcral del espacio;
los barbechos de glebas grietadas
donde yace el rastrojo hacinado,
olvidadas están las coyundas
y descansan los rotos arados;
los corrales de piso fangoso
que han hollado pezuñas y cascos,
sobre el cual, por el aire impelidos,
flotan acres y fétidos vahos;
el humilde jacal del labriego,
mal envuelto en los grises andrajos
que el aliento de otoño arrebata
del humoso fogóri solitario;
el derruido y vetusto convento
de sillares musgosos y pardos,
otro tiempo de monjes refugio
y hoy albergue de espectros y cárabos;
hasta el río de gárrulas ondas
y cristales bullentes y claros,
so las húmedas nieblas, yacente
hoy está, moribundo y helado.

Ya lobrece. Las sombras nocturnas,
como espesa humareda, borrando
van el triste confín de occidente
con un negro y furioso brochazo.
Zumba el Bóreas; los vientos aúllan
remolinos de polvo aventando
y barriendo las nubes que corren
en tropel tumultuoso y fantástico.
La hojarasca crepita dispersa
por las calles tortuosas del rancho,
do se ve agonizar un destello
tras los viejos postigos cerrados.
Y se escucha, a la vez, el chasquido
de las ramas crujiendo en el árbol
y el pesado caer de las gotas
en las áridas sendas del campo.
Las tinieblas se cuajan. El cielo
doloroso, en un círculo trágico
va ciñendo del torvo paisaje
los perfiles y el hórrido espacio.

El relámpago azul fosforesce
una cárdena herida trazando
en la lóbrega nube, que se abre
al sentir el feroz latigazo;
y en las sombras que envuelven y ciñen
valle y bosques, montañas y llanos,
va a clavar, a intervalos, furente
sus sangrientos puñales el rayo.

Todo es negro: la noche profunda
va extendiendo sus alas de cárabo
y el terror culebrea en los nervios,
el cabello y la piel erizando.
A lo lejos, al fin de la senda
que se incrusta en los duros peñascos,
donde empieza a afilar la montaña
sus aristas de pórfido y cuarzo,
empotradas en la áspera roca
y asomándose al hondo barranco,
sus ruinosas paredes levanta
el humilde y rural camposanto.

En la lúgubre noche, las hienas
espantoso festín husmeando,
el silencio de muerte profanan
con aullido espasmódico y largo.
A través de los rotos sepulcros,
en la lívida faz de los cráneos
¡con qué horror, con qué horror aparece
terrorífica mueca de espanto!
Tal vez sienten la garra acercarse,
y allí están, impotentes y trágicos ...
¡Y del mundo, y del cielo, y del alma
olvidados, oh Dios, olvidados!
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