Índice de Romeo y Julieta de William ShakespeareAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO QUINTO

ESCENA TERCERA

Un camposanto, en el que se erige el monumento de los Capetos

(Entran París y su paje, llevando flores y una antorcha)

Paris: Dame esa tea, muchacho ... Aléjate un poco. Apaga la luz, no quiero que me vean ... Tiéndete al pie de aquellos tejos, y aplica el oído al suelo sonoro. La tierra está blanca y hueca, por removerla constantemente la azada; de modo que nadie pisará el cementerio sin que tú lo sientas. Si algo ocurre, da un silbido en señal de que alguien se acerca. Trae esas flores. Márchate y haz lo que te ordeno.

Paje (Aparte): Me produce cierto temor quedarme solo aquí en el cementerio. No obstante, me atreveré. (Se retira).

Paris: ¡Dulce flor, tu lecho matrimonial riego con flores! ¡Sepultura adorada, que en tu aposento encierras el modelo más perfecto de la eternidad! Hermosa Julieta, que convives con los ángeles, acepta el postrer homenaje de quien supo honrarte en vida, y muerta, viene a venerar tu tumba con tributos funerarios. ¡Oh dolor! Polvo y mármoles son tu dosel, que con agua olorosa acudiré a regar de noche, o a falta de ella, con lágrimas destiladas por mis quejidos. Las exequias nocturnas que he de celebrar por ti consistirán en llorar y esparcir flores sobre tu fosa ... (El paje silba). ¡El paje avisa! ¡Alguien se acerca! ¿Qué planta maldita vaga por la noche por este sitio, interrumpiendo el culto y rito del verdadero amor? ¡Qué! ¡Con una tea! ¡Noche, ocúltame con tu velo por un instante! (Se retira).

(Entran Romeo y Baltasar, con una tea, un azadón, etcétera).

Romeo: ¡Acércame ese azadón y la palanca de hierro! Toma; a las primeras horas de mañana entrega esta carta a mi padre. Acerca la luz. ¡Te advierto, por tu vida, que veas lo que veas o escuches lo que escuches, debes permanecer fuera de aquí y no me interrumpas! El porqué desciendo a esta cueva de la muerte, en parte es para contemplar el rostro de mi adorada; pero principalmente para quitar de su dedo difunto una sortija preciosa, que necesito para un grato empleo. De modo que ¡retírate pronto! Pero si tú, receloso, regresas a este sitio para espiar mis actos, ¡te juro por los cielos que voy a destrozarte, miembro por miembro, y a esparcir tus restos por este hambriento cementerio! ¡La hora y mis instintos tienen una crueldad salvaje! ¡Son mucho más feroces y desalmados que los tigres hambrientos y el océano bramador!

Baltasar: Me retiro, señor, y no lo fastidiaré.

Romeo: De esta manera me demostrarás tu afecto. Toma esto. Vive y sé feliz. ¡Y adiós, buen compañero!

Baltasar (Aparte): Voy a ocultarme, por eso mismo, cerca de aquí. Me atemorizan sus miradas, y sospecho de sus intenciones. (Se retira).

Romeo: ¡Tú, buche abominable, seno de muerte, repleto del bocado más exquisito de la tierra, así fuerzo yo a que se abran tus quijadas podridas, y en compensación he de atiborrarte de nuevo pasto! (Abre la tumba).

Paris: (Aparte): Ése es aquel exiliado malvado Montesco que asesinó al primo de mi amada, y de cuyo dolor se cree que sucumbió esa bella criatura. ¡Y viene ahora a cometer alguna torpe profanación con los difuntos! Voy a aprehenderlo ... (Adelantándose). ¡Sacrílego Montesco! ¡Suspende tus indignos propósitos! ¿Puede llevarse la venganza más allá de la muerte? ¡Desdichado villano! ¡Date preso! Obedéceme y sígueme, pues debes morir.

(Entra Romeo).

Romeo: ¡Debo morir, verdaderamente, y a morir he venido! ... Apreciable y gentil mancebo, no tientes a un hombre desesperado. ¡Huye de aquí y déjame! Piensa en éstos que partieron; que ellos te infundan temor. Te lo suplico, doncel; no agregues un pecado más a mis culpas, desesperándome hasta el furor. ¡Oh, vete! Te juro por el cielo que te aprecio más que a mí mismo, porque armado contra mí solo he venido hasta aquí. ¡No te detengas! ¡Huye en seguida! ¡Vive, y di luego que la clemencia de un loco te obligó a que salieras de aquí!

Paris: ¡Desprecio tus conjuros, y te prendo aquí, por criminal!

Romeo: ¿Intentas provocarme? ¡Defiéndete, entonces, muchacho! (Riñen).

Paje: ¡Oh Dios; pelean! ¡Llamaré a la ronda! (Sale).

Paris: ¡Oh! ¡Muerto soy! (Cae). ¡Si tienes compasión, abre la tumba y colócame con Julieta! (Muere).

Romeo: ¡Lo haré por mi fe! ... Veamos de cerca esa cara ... ¡El pariente de Mercutio! ¡El noble conde de Paris! ... ¿Qué me decía mi criado durante el viaje, cuando mi alma, en medio de sus tempestades, no le atendía? Creo que me contaba que París se iba a casar con Julieta ... ¿No era eso lo que dijo, o lo he soñado? ¿O es que estoy tan loco que oyéndole hablar de Julieta imaginé tal cosa? ... ¡Dame la mano, tú que, como yo, has sido inscrito en el libro funesto de la desgracia! ¡Yo te enterraré en una tumba triunfal! ¿Una tumba? ¡Oh, no; una linterna, joven víctima! Porque aquí descansa Julieta, y su hermosura transforma esta cripta en un regio salón de fiestas, radiante de luz. (Colocando a Paris en el mausoleo). ¡Muerte, un muerto te entierra! ... ¡Cuántas veces, cuando los hombres están a punto de expirar, experimentan un instante de alegria al que llaman sus enfermeros el relámpago precursor de la muerte! ¡Oh! ¿Cómo puedo llamar a esto un relámpago? ¡Oh! ¡Amor mío! ¡Esposa mía! ¡La muerte que ha saboreado el néctar de tu aliento, ningún poder ha tenido aún sobre tu belleza! ¡Tú no has sido vencida! ¡La enseña de la hermosura ostenta todavía su carmín en tus labios y mejillas, y el pálido estandarte de la muerte no ha sido enarbolado aquí! ... Teobaldo, ¿eres tú quien yace en esa sangrienta mortaja? ¡Oh! ¿Qué mayor favor puedo hacer por ti que, con la mano que segó en flor tu juventud, tronchar la del que fue tu adversario? ¡Perdóname, primo mío! ¡Ah! ¡Julieta querida! ¿Por qué eres aún tan bella? ¿Habré de creer que el fantasma incorpóreo de la muerte se ha prendado de ti y que ese aborrecible monstruo descarnado te guarda en estas tinieblas, reservándote para manceba suya? ¡Así lo temo, y por ello permaneceré siempre a tu lado, sin salir jamás de este palacio de noche sombría! ¡Aquí, aquí quiero quedarme con los gusanos, doncellas de tu servídumbre! ¡Oh! ¡Aquí fijaré mi eterna morada, para librar a esta carne, hastiada del mundo, del yugo del mal influjo de las estrellas! ... ¡Ojos míos, lancen su última mirada! ¡Brazos, den su último abrazo! Y ustedes, ¡oh, labios!, puertas del aliento, sellen con un legítimo beso el pacto sin fin con la acaparadora muerte. (Cogiendo el frasco del veneno) ¡Ven, amargo conductor! ¡Ven, guía fatal! ¡Tú, desesperado piloto, lanza ahora de golpe, para que vaya a estrellarse contra las duras rocas tu maltrecho bajel, harto de navegar! (Bebiendo) ¡Brindo por mi amada! ¡Oh, sincero boticario!, ¡tus drogas son activas! ... Así muero ..., ¡con un beso! ... (Muere).

(Entra por el otro extremo del cementerio Fray Lorenzo con una linterna, una palanca y un azadón)

Fray Lorenzo: ¡San Francisco me ayude! ¡En cuántas ocasiones han tropezado esta noche con las tumbas mis viejos pies! ¿Quién va? ...

Baltasar: Aquí, un amigo que lo conoce bien.

Fray Lorenzo: ¡Dios te bendiga! Dime, mi buen amigo, ¿aquella tea que en vano presta luz a los gusanos y vacías calaveras, no arde en el panteón de los Capuletos?

Baltasar: Así es, venerable señor, y allí está mi amo, a quien aprecias.

Fray Lorenzo: ¿Quién?

Baltasar: Romeo.

Fray Lorenzo: ¿Hace mucho que está aquí?

Baltasar: Media hora.

Fray Lorenzo: Ven conmigo a la cripta.

Baltasar: No me atrevo, señor. Mi amo no sabe que estoy aquí, y me ha amenazado terriblemente de muerte si me quedaba para acechar sus intentos.

Fray Lorenzo: Quédate, entonces. Iré yo solo. El miedo se apodera de mí. ¡Oh, mucho temo un funesto accidente!

Baltasar: Cuando me encontraba durmiendo al pie de aquel tejo, soñé que mi amo y otro se batían, y que mi amo lo mataba.

Fray Lorenzo: ¡Romeo! (Avanzando). ¡Ay! ¡Ay! ¿Qué sangre es ésta que mancha los umbrales de piedra de este sepulcro? ¿Qué significan estas espadas enrojecidas, abandonadas y sangrientas, en esta mansión de paz? (Entrando en el panteón). ¡Romeo! ¡Oh, pálido! ... ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris también? ¡Y bañado en sangre! ¡Ah! ... ¿Qué hora terrible ha sido culpable de este lance desastroso? ... La señora rebulle ... (Julieta despierta).

Julieta: ¡Oh fraile consolador! ¿Dónde está mi esposo? Recuerdo bien dónde debía hallarme, y aquí estoy. ¿Dónde está mi Romeo? (Ruido dentro).

Fray Lorenzo: ¡Oigo cierto rumor! ¡Señora, abandonemos este antro de muerte, contagio y sueño contranatural! ¡Un poder superior a nuestras fuerzas ha frustrado nuestros planes! Vámonos, vámonos de aquí. Tu esposo yace ahí muerto, en tu seno; y París también. Ven, yo te haré ingresar en una comunidad de santas religiosas. ¡No me interrogues, pues la ronda se acerca! ¡Vamos, ven, buena Julieta! ¡No me atrevo a permanecer más tiempo!

Julieta: ¡Vete, márchate de aquí, pues yo no me moveré! (Sale Fray Lorenzo). ¿Qué veo? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? ¡El veneno, por lo visto, ha sido la causa de su prematuro fin! ... ¡Oh, ingrato! ¿Todo lo apuraste, sin dejar una gota amiga que me ayude a seguirte? ¡Besaré tus labios! ... ¡quizá quede en ellos un resto de ponzoña para hacerme morir con un reconfortante! (Bésame). ¡ Tus labios están calientes aún!

Guardia primero (Dentro): ¡Guíanos, muchacho! ¿Por dónde?

Julieta: ¿Qué? ¿Rumor? ¡Seamos breves, entonces! (Cogiendo la daga de Romeo) ¡Oh, daga bienhechora! ¡Ésta es tu vaina! (Hiriéndose). ¡Enmohécete aquí y dame la muerte! (Cae sobre el cadáver de Romeo y muere).

(Entra la ronda con el paje de Paris).

Paje: Éste es el sitio; allí donde arde la tea.

Guardia primero: Está el suelo ensangrentado. Recorran el cementerio y aprehendan a quienquiera que hallen ... ¡Qué desolador espectáculo! ¡Aquí yace asesinado el conde, y Julieta sangrando, caliente y recién fallecida, tras haber estado aquí dos días sepultada! Vayan a buscar al Príncipe; corran a casa de los Capuletos; despierten a los Montescos; que algunos otros practiquen indagaciones. Vemos el lugar donde ha ocurrido esos desastres, pero cómo se han originado no podemos saberlo sin conocer las circunstancias.

(Entran algunos guardias con Baltasar).

Guardia segundo: ¡Aquí está el criado de Romeo! Lo hemos encontrado en el cementerio.

Guardia primero: Vigílenlo bien, hasta que llegue el Príncipe.

(Vuelve a entrar Fray Lorenzo y otros guardias).

Guardia tercero: Aquí hay un fraile que tiembla, suspira y llora. Le hemos quitado este azadón y esta piqueta cuando venía de este lado del cementerio.

Guardia primero: ¡Sospecha grave! Detengan al fraile también.

(Entra el Príncipe con su séquito).

Príncipe: ¿Qué desgracia tan madrugadora viene a robarnos el sueño matinal?

(Entran Capuleto y su esposa, y otros).

Capuleto: ¿Qué es eso, qué grita la gente en todas partes?

Señora de Capuleto: El pueblo exclama por las calles, unos Romeo, otros Julieta y otros París, y todos corren con grandes clamores hacia nuestro panteón.

Príncipe: ¿Qué terror es ése que causa sobresalto en nuestros oídos?

Guardia primero: Soberano, aquí yace el conde París, asesinado, y Romeo, muerto, y Julieta, muerta también, caliente y recién asesinada.

Príncipe: ¡Busquen, indaguen y descubran cómo ha ocurrido esta horrenda matanza!

Guardia primero: Aquí está un fraile y el criado del difunto Romeo con varias herramientas que llevaban, propias para abrir las tumbas de esos muertos.

Capuleto: ¡Oh, cielos! ¡Ay, esposa! ¡Ve cómo sangra nuestra hija! Este puñal erró su camino, pues, mira, su vaina está vacía en el cinto de Montesco, y se ha envainado equivocadamente en el pecho de nuestra hija.

Señora de Capuleto: ¡Ay de mí! ¡Este espectáculo de muerte es como una campana que llama mi vejez al sepulcro!

(Entran Montesco y otros).

Príncipe: Acércate, Montesco, pues temprano te levantas para ver caído más tempranamente todavía a tu hijo y heredero.

Montesco: ¡Ay, monseñor! ¡Mi esposa ha expirado esta noche! La pena producida por el exilio de mi hijo cortó su aliento. ¿Qué otros dolores conspiran contra mi ancianidad?

Príncipe: ¡Mira, y verás!

Montesco: ¡Oh, tú, descomedido! ¿Qué maneras son ésas de precipitarte a la tumba antes que tu padre?

Príncipe: Sella por un momento el ultraje, en tanto aclaramos estas ambigüedades, y sepamos su origen, su causa, su verdadera sucesión, y entonces yo seré caudillo de sus dolores y los guiaré hasta la muerte. Calma mientras, y que la desventura sea esclava de la resignación. Que comparezcan ante mí las partes sospechosas.

Fray Lorenzo: Yo soy la principal, si bien la menos capaz de llevar a cabo semejantes actos. Sin embargo, soy sospechoso en gran manera, toda vez que la hora y el lugar deponen contra mí en esa horrible carnicería. Y heme aquí dispuesto a acusarme y defenderme, siendo yo mismo quien se disculpa y condena.

Príncipe: Entonces di en seguida lo que sepas del asunto.

Fray Lorenzo: Seré breve, pues el corto plazo que me queda de vida no es tan largo como el enojoso relato del suceso. Romeo, aquí muerto, era esposo de Julieta, y ella ahí difunta, era fiel consorte de dicho Romeo. Yo los casé, y el día de su secreto matrimonio fue el último de Teobaldo, cuya muerte temprana fue causa de que el novel esposo saliera exiliado de esta ciudad, por el cual, y no por Teobaldo, padecía Julieta. Usted (a Capuleto), con objeto de alejar de ella aquel asalto de dolor, la prometiste al conde de Paris, y se empeñó en casarla con él, contra su voluntad. Entonces vino ella a mí, y, con el semblante turbado me rogó que trazara algún medio para librarla de este segundo matrimonio, o, de lo contrario, allí mismo, en mi celda, se daría la muerte. Aleccionado entonces por mi experiencia, le di un brebaje letárgico, que obró como yo esperaba, pues produjo en ella la apariencia de la muerte. Mientras tanto, yo escribí a Romeo para que viniera aquí esta misma desgraciada noche, con intención de que me ayudara a sacar a Julieta de su falsa tumba, por ser el tiempo en que debía terminar la fuerza del narcótico. Mas el portador de mi carta, Fray Juan, se vio detenido por accidentes fortuitos, y ayer por la noche me devolvió la misiva. Entonces, yo solo, a la hora prevista para despertar a Julieta, he acudido a sacarla de la cripta de sus antepasados, con ánimo de guardarla secretamente en mi celda hasta que hallara yo ocasión de mandar aviso a Romeo. Pero cuando he llegado, breves minutos antes del instante en que despertara ella, yacían aquí muertos prematuramente el noble Paris y el fiel Romeo. Se despertó ella: comencé a instarla para que saliera de aquí y soportarse con paciencia este golpe de los cielos; pero en aquel momento se oyó un rumor que me hizo huir sobresaltado del mausoleo. Ella, desesperada en demasía, se resistió a seguirme, y, según todas las apariencias, ha atentado violentamente contra su propia persona. He aquí cuanto sé; y en lo que respecta al casamiento, el Ama se halla al corriente. De modo que, si en este suceso ha salido mal alguna cosa por culpa mía, sacrifiquen mi vida, ya caduca, breves horas antes de su fin, bajo el peso de la ley más severa.

Príncipe: Siempre te tuvimos por un santo varón. ¿Dónde está el criado de Romeo? ¿Qué puede manifestar acerca del caso?

Baltasar: Llevé a mi amo la noticia de la muerte de Julieta, y al punto, corriendo la posta, vino de Mantua a este mismo sitio, a este mismo mausoleo. Me encargó que de madrugada entregara esta carta a su padre, y en el instante de penetrar en la cripta me amenazó de muerte si no me marchaba y lo dejaba allí solo.

Príncipe: Dame la carta, quiero verla. ¿Dónde está el paje del conde, el que llamó a la ronda? Muchacho, di ¿qué hacía en este lugar tu amo?

Paje: Vino con flores, para esparcirlas sobre la tumba de su dama. Me mandó que permaneciese algo distante, lo que hice acto seguido. Inmediatamente llegó un hombre con una luz a abrir el panteón, y un momento después mi amo lo acometió con el acero desnudo, y entonces salí corriendo a llamar a la ronda.

Príncipe: Esta carta prueba las palabras del monje. En ella se narran los incidentes de tales amores, la noticia de la muerte de Julieta, y aquí escribe Romeo que adquirió de un pobre boticario un veneno, con el que vino a esta cripta decidido a morir y reposar aliado de su amada. ¿Dónde están esos enemigos? ¡Capuleto! ¡Montesco! ¡Miren qué castigo ha caído sobre sus odios! ¡Los cielos han hallado modo de destruir vuestras alegrías por medio del amor! ¡Y yo, por haber tolerado sus discordias perdí también a dos de mis parientes! ¡Todos hemos sido castigados!

Capuleto: ¡Oh, hermano Montesco! Dame tu mano. Ésta es la viudez de mi hija, pues nada más puedo pedir.

Montesco: Pero yo puedo ofrecerte más. Porque erigiré una estatua de oro puro, para que, en tanto Verona se llame así, ninguna efigie sea tenida en tan alto precio como la de la fiel y constante Julieta.

Capuleto: Tan rica como la suya tendrá otra Romeo, junto a su esposa. ¡Pobres víctimas de nuestra enemistad!

Príncipe: Una paz lúgubre trae esta alborada. El sol no mostrará su rostro, a causa de su duelo. Salgamos de aquí para hablar más extensamente sobre estos sucesos lamentables. Unos obtendrán perdón y otros castigo, pues nunca hubo historia más dolorosa que esta de Julieta y su Romeo. (Salen).

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