Índice de Revistas literarias de México (1821-1867), de Ignacio Manuel AltamiranoCAPÍTULO V - Primera parteA manera de epílogo por Ignacio Manuel AltamiranoBiblioteca Virtual Antorcha

REVISTAS LITERARIAS DE MEXICO
(1821-1867)

Ignacio Manuel Altamirano

CAPÍTULO V

Segunda parte

Veladas Literarias.
En casa de Chavero. En el número 2 de la calle de Gante. En casa de Schiafino. La velada de la Sociedad Gregoriana.



A las dos Veladas fastuosas de Riva Palacio y de Martínez de la Torre, se siguieron dos muy modestas; la primera que tuvo lugar en la casa de Alfredo Chavero y para la que invitaron él y Juan A. Mateos, y la segunda en el entresuelo de la casa número 2 de la calle de Gante, para la que invitaron Ignacio Ramírez y Agustín Siliceo.

Con todo, en la primera, que se dió con el objeto de introducir la reforma en las reuniones literarias, todavía hubo una modestia demasiado confortable. En los saloncitos había hermosos tapices, elegantes muebles de reps, estilo imperial, en las ventanas lujosas cortinas, en las paredes magníficos cuadros y espejos, y en el centro mesas cargadas de libros magníficos y costosos. Todavía en una pieza inmediata se mostraba una mesa, en la que sólo se había suprimido el mantel, pero que estaba llena de pastelería, de confituras y de exquisitos vinos españoles y franceses. Todavía se hicieron libaciones en honor de las musas con champagne y Jerez seco, y todavía se hizo el ponche con kirch. Movieron la cabeza algunos, diciendo: Esta no es aún la reforma; pero, en fin, como estaba convenido que los hermanos estaban en libertad de hacer lo que pudiesen, la noche se pasó alegremente y la literatura ocupó una gran parte de ella.

Esteban González leyó el primer canto de su poema heroico Zaragoza; José Rosas leyó también algunas de sus bellísimas composiciones; Enrique de Olavarría, que no saca a luz sino de cuando en cuando las hermosas perlas de su rico talento, nos mostró una en esta vez que fue admirada de todos; algún otro leyó unas octavas de arte menor intituladas Los naranjos, de un género descriptivo, y que según oímos, parecieron estar al nivel de la temperatura (entonces era muy ardiente), y por último, Joaquín Alcalde se encargó de leer los primeros capítulos de esa novela de Riva Palacio que acaba de publicarse Calvario y tabor, y que entonces estaba conmenzando a escribir.

La segunda Velada si fue de reforma. Los bohemios que se encargaron de ella, escogieron para recibir a sus amigos la casa de otro bohemio, que entonces vivía en el mencionado entresuelo de la casa número 2 de la calle de Gante que hoy ocupa el ministro de Gobernación. Esa habitación estaba entonces desnuda y escueta. Era un verdadero zaquizamí de estudiante. La describiremos lal como estaba esa noche.

El suelo de la sala no tenía alfombra, sino que los prosaicos ladrillos se ostentaban en toda su belleza, no teniendo otro mérito que el de estar barridos y limpiecitos. Cuatro docenas de sillas blancas de pino, eran los asientos de los concurrentes. Sendas estampas representando al Dante, al Tasso, a Shakespeare y a Milton, estaban pegadas en las paredes con pequeños clavos; una mesa humilde ocupaba el centro, en la que, al derredor de una lámpara se veían una edición de la Iliada y la Odisea, y una del Quijote. En los rincones, pobres columnas con candelabros, donde ardían velas esteáricas; porque, eso sí, había mucha luz, como que costaba poco. En un lado de la pared, una pirámide de libros en que estaban confundidas La Jerusalén libertada, Las Lusiadas, El Paraíso perdido, las obras de Rousseau, las obras de Gilbert, las canciones de Beranger y las oDras de nuestro Rodríguez Galván; en fin, todo recordaba allí a los poetas y a los literatos, la pobreza y el infortunio de los más grandes ingenios de la tierra.

Agustín Siliceo para poder amenizar la tertulia, fue a traer un modesto piano de alquiler en el que tocó sus hermosas composiciones, alternándolas con otras en que brilla su destreza como ejecutista.

Este mismo Agustín leyó en primer lugar, por vía de introducción, un pequeño discurso en que hablando de la humilde recepción que se hacía allí a los concurrentes, acostumbrados a las grandezas de las veladas anteriores, los invitaba a pasar a la casa de Fuicheri, si por ventura no quedaban contentos con aquella bohemia. Se acogió con grande júbilo y alegre risa este discurso insolente y prometió cada cual moderar sus instintos gastronómicos y tener estómago de anacoreta.

En efecto, tal se necesitaba, porque en otra piecesita contigua se podía ver una mesa pequeña y limpia, pero no llevaba sobre sí más que algunas grandes tortas de pan blanco, algunas botellas de manzanilla y de cognac, y una tetera, limones, azúcar y agua.

Con todo esto, que era capaz de aterrar a los que, iliteratos, sólo iban a tributar culto a Baco y a Ceres, los hijos de las musas se mostraron contentos como pocas veces; aquella pobre provisión desapareció en el instante, pero ni produjo indigestiones ni excesiva alegría, sino un entusiamo tranquilo y cordial. Verdad es que en las veladas anteriores tampoco pudieran haberse notado excesos de ningún género; pero sí se advertía, que una vez pasados los placeres de la mesa, los convidados iliteratos escurríanse callandito, produciendo con su ausencia cierto vacío, y contagiando con su ejemplo a los demás.

Por otra parte, la riqueza y abundancia de los manjares, la variedad de soberbios vinos y las finezas de los anfitriones, acababan por poner pesados los estómagos, nublados los cerebros, y los corazones más tiernos de lo que se necesita para sentir las bellezas de la poesía. La discusión literaria no era posible después de la mesa; el final de las veladas se iba pareciendo al final de las posadas o de los banquetes del Tívoli, y la dignidad personal de los concurrentes pobres, qne eran los más, sufría con esa ostentación de lujo, que sería un obsequio para ellos, pero en que entraba por mucho un sentimiento distinto del amor a la literatura y del cariño hacia los literatos.

De modo que en la velada de Ramírez y de Siliceo, se disfrutó de bienestar, y los bohemios de las letras se sintieron como en su propia casa. La reunión se prolongó hasta las altas horas de la noche, y todavía los concurrentes se dispersaron recitando versos y riendo alegremente.

A falta de tapices, de espejos y de galantinas y licores, hubo algo mejor, hubo la lectura de composiciones notabilísimas, y que indicaban ya un adelanto y un empeño que sorprendieron. Justo Sierra leyó su magnífica poesía Dios, en que su lira hizo oír los acentos sagrados de la oda antigua, en que su pensamiento, dejando las esferas limitadas de la tierra, se remonta como una águila a los espacios infinitos, para encono trarse frente a frente de la inmensidad y para sentir el aliento omnipotente del Sér Supremo, revelando su existencia de súbito ante el espíritu que osara interrogarle y dudar.

Esta composición ha sido publicada ya en el cuarto cuaderno de las Veladas.

Alfaro, otro poeta inspirado y correcto, leyó también otra composición A Dios, que no es indigna de ponerse al lado de la Sierra, aunque tiene un carácter diverso, pero en la que se notan un gran sentimiento e ideas profundas y originales.

Manuel Peredo leyó un artículo ingenioso y lleno de intención, que remitió José T. de Cuéllar de San Luis Potosí; Joaquín Téllez recitó sin perturbarse, fiado en esa memoria asombrosa que tiene, una de sus más preciosas composiciones serias; un joven que ingresaba por primera vez a aquella reunión, como Alfaro, Rafael Zayas, veracruzano, y por lo tanto fogoso y atrevido, recitó también unos versos en los que si no se advertía una gran destreza en el idioma, sí había gran sentimiento. Zayas ha residido en Europa, y especialmente en Alemania; mucho tiempo se ha consagrado con asiduidad y con gusto al cultivo de esa rica y hermosa lengua, y de esa grandiosa y profunda literatura, y no es de extrañarse que al volver a su país, del que salió todavía niño, conserve aún su acentuación alemana e ignore los secretos de la lengua castellana, que sólo se conocen con la práctica y la lectura de los clásicos. El aprendió el alemán y residió en Prusia en un tiempo en que las impresiones que se reciben quedan grabadas más hondamente que las que vienen después; pero su juventud le pone aún en facilidad de poder manejar su lengua con fluidez y corrección, y si a eso se añade su gusto decidido por la literatura, no dudamosde que progresará pronto.

Entretanto, lo excitamos ya que él posee afortunadamente un conocimiento que falta aquí, como es el idioma alemán, a que haga estudios sobre los grandes escritores alemanes, traducciones de aquellas obras maestras que apenas conocemos, con lo cual prestará un servicio inmenso a la literatura mexicana, porque se enriquecerá con nuevos monumentos. En esta tarea, apenas sabemos de algunos trabajos que se hayan emprendido antes de esta época, por el joven Martínez de Castro, que murió heroicamente combatiendo con invasores americanos en la guerra de 1847. La muerte segó en flor esta vida llena esperanzas y que tanta gloria hubiera podido dar a las bellas letras de México. En la actualidad sabemos también y nos consta que el ilustrado y eminente literato don José Sebastián de Segura, se dedica a traducir algunas célebres composiciones de los mejores poetas alemanes, habiendo concluído ya La canción de la campana, de Schiller, que en opinión de los que saben, es superior a la traducción de Hartzenbusch bajo todos aspectos, lo que nos hace desear que su autor la publique cuanto antes. Hoy trabaja en poner en versos castellanos El buzo, del mismo gran poeta, y confiamos en que el desempeño quedará al nivel del anterior.

La poesía y literatura alemanas son hoy nuestro sueño, y por eso excitamos a Zayas a que trabaje también en hacerlas conocer. Por nuestra parte, y deseando contribuir con nuestro humilde esfuerzo a esa obra, y desconfiando de las traducciones francesas que, como se sabe, no brillan por su exactitud, no podemos hacer por hoy otra cosa que consagrarnos con tenacidad y con empeño al estudio del idioma alemán. ¡Ojalá que podamos el año entrante publicar la serie de estudios que nos proponemos, que aun siendo inferiores, como deben esperarse de nosotros, servirán para estimular a la juventud!

En la Velada de que estamos hablando, se leyeron todavía otras composiciones dignas de atención; y para concluir, El Nigromante ocupó la silla y se puso a recitar unos tercetos, esos tercetos que no hay nadie que haga como él y que se escuchan sin perder una sílaba. Ellos eran una especie de contestación al discurso que leyó el señor Martínez de la Torre en la Velada de su casa, y que se publicó en el cuarto cuaderno. El Nigromante lo anunció así, diciendo que ese discurso le había inspirado su composición, y se puso a recitarla con su gravedad de costumbre, que hace siempre perder a los demás la suya. Ya se podrá concebir cómo era la tal composición, y sólo diremos que a las risas y a los aplausos generales, se agregó hasta la risa y el aplauso del mismo Martínez de la Torre, que no pudo mantener su seriedad al oír a Ramírez poner en caricatura sus ideas. Es lástima que Ramírez no quiera darnos todas estas piezas, que llenarían de gozo a los lectores, sino que las reserve a un círculo de escogidos.

Esta Velada de la pobreza ha servido de ejemplo para que los demás bohemios no se retraigan de hacer sus reuniones por el temor de no poder recibir en salones espléndidos y ofrecer una cena de Baltasar.

Es preciso decir que los amigos de la literatura concurrirán con mayor gusto a una habitación humilde que a un palacio iluminado con mil luces, y que tomarán con más placer una tacita de té, que esas cráteras de hirviente licor que embriagan a las musas; es decir, que irán mejor a la casita de Horacio que a la villa de mármol de Lúculo; a la guardilla de Cervantes, que al palacio del conde de Lemos. Hasta es más propio eso y más digno. De otro modo, si nosotros no hubiésemos manifestado a tiempo nuestro desagrado, habríamos acabado por andar de casa en casa de los grandes, cargando el laúd, como los trovadores de la Edad Media andaban de castillo en castillo, divirtiendo a los ricos hombres en la sobremesa y recibiendo buenas comidas en cambio de cantares. Parece que nosotros no tenemos necesidad de apelar a estas industrias, y que haremos muy bien en no reunirnos sino en casa del amigo rico o pobre, pero que no haga esfuerzo para recibirnos. Que no se diga de nosotros lo que el sarcástico Labédoliere dice en su artículo El poeta, de algunos versistas a quienes se sirve en las soirées después del café y a guisa de refrescos.

Sobre todo, que se otorgue a la literatura una protección verdadera, porque el lujo de las Veladas no conduce a nada útil, y mientras que en dar de comer y de beber a los literatos, en una noche se gastan quinientos o mil pesos, no hay fondos para hacer las publicaciones, los gastos de edición no se recompensan, y los jóvenes autores guardan sus manuscritos por falta de medios para publicarlos.

Por lo demás, estas reuniones, como quiera que hayan sido, han producido un movimiento intelectual notable, como lo hemos notado al principio, y aunque amamantada con champagne y mantenida con manjares temibles, la literatura no ha tenido la desgracia de atragantarse, y ha renacido.

Las dos últimas Veladas tuvieron lugar en la casa de Schiafino y en la casa de Riva Palacio otra vez, como presidente de la Asociación Gregoriana, que fue la que invitó.

Nos detendremos un poco para hablar de la primera.

Schiafino reunió a los literatos en su casa, no a fuer de hombre opulento, sino a fuer de amante de las letras y de las artes, cualidad que nadie puede negarle, porque a un talento distinguido reúne una instrucción nada común, y un gusto refinado y exquisito que posee por naturaleza, y que ha tenido tiempo de cultivar en sus viajes por Europa. El concurría además a las Veladas con anterioridad, y eran muy dignas de oírse sus apreciaciones sobre los trabajos literarios que se daban a luz, de modo que si él aún no había contribuído con su contingente, escribiendo artículos que nosotros y sus amigos todos sabemos que tienen originalidad y gracia, sí había sido útil en nuestro seno con las observaciones de su buen sentido y de su gusto delicado.

Esta Velada estuvo concurridísima. Se sabe en México con cuánta caballerosidad y con qué tacto Schiafino sabe hacer los honores de su casa. Tal cualidad no es tan común como podría creerse, y millonarios hay que darían algo por tenerla, porque sucede generalmente que se disponen un palacio en el que se descubren por donde quiera las desgraciadas combinaciones de la necedad enriquecida, y que el amo de la casa representa ante sus invitados las escenas del Bourgeos gentilhome de Moliere, corregidas y aumentadas. En materia de soirées de especiero, México es fecundo, porque aquí el dinero y la posición no suelen andar de acuerdo con la inteligencia.

Schiafino se distingue por su excelente gusto. Su hermosa casa de la calle del Cinco de Mayo fue la señalada para la reunión. Esta casa es la que se conoce generalmente en México con el nombre de casa pompeyana, y bien merece ser descrita, aunque sea de paso.

La calle del Cinco de Mayo ha sido abierta nuevamente, rompiendo parte del edificio que había servido de colegio de jesuítas, llamado La Profesa. De entre esas ruinas salió esa calle espaciosa y bella, que desemboca por un extremo en la de San José el Real y por el otro en la de Vergara. A los dos lados de la calle se construyen hoy elegantes edificios de gusto moderno y que los propietarios se afanan por embellecer. Una doble hilera de fresnos y de esos pequeños y alegres arbolillos que se llaman troenes por los franceses (la alheña de los españoles), extendiéndose a lo largo de la nueva calle, le da un aspecto completamente europeo. En concepto de todos, la calle del Cinco de Mayo, inaugurada por el Ayuntamiento en mayo de este año, va a ser una de las más hermosas de la capital.

La casa pompeyana está situada en el lado norte de la calle, y cerca del extremo que termina en San José el Real. No hay que buscar en ella el plano del viejo Vitruvio, que era el dominante en las construcciones pompeyanas, según dicen los viajeros. La casa es un verdadero capricho en que se mezclan agradablemente el gusto francés y el gusto antiguo. Por ejemplo, no os encontráis luego con el vestíbulo para penetrar a la casa, sino con una reja de hierro y una puerta, como se usan en las casas de recreo inglesas y francesas. Para que el aspecto fuese rigorosamente pompeyano, era necesario que hubiese este vestíbulo, que daba por decirlo así, aspecto a los edificios romanos, y además era preciso que apareciese sobre el pórtico con letras rojas el nombre del dueño de la casa.

El patio no es el atrium antiguo, sino un patio moderno, porque está a descubierto, según el uso actual, al contrario de aquel, que tenía techo, cualquiera que fuese el genero a que perteneciera, porque Vitruvio señala varios, y lo que debía ser impluvium o receptáculo del agua del cielo por el agujero del techo, no es sino un hermoso tazón de mármol de Carrara que se eleva en un círculo de musgo y de flores. No hay peristilo, y además, el segundo piso, que en las casas pompeyanas era casi invisible y se destinaba a la servidumbre o bien no existía, es aquí el principal del edificio, enteramente como se estila en la actualidad.

¿Para qué hemos de decir más? No hay que ir con el libro de Vitruvio, o con la célebre novela de Bulwer, o con la magnífica descripción de Dezobry, que están basadas en aquel, a examinar la casa de Schiafino, porque se la encontraría enteramente diversa.

El mérito de ella no consiste en la semejanza con las construcciones de Pompeya, sino en el buen gusto que ha presidido a su estructura y su adorno.

Así, pues, la describiremos tal como la vimos la noche de la Velada. Atravesamos la puerta del enverjado y nos hallamos en un patio pequeño y cuadrado, iluminado lujosamente. Este patio es un jardín en miniatura, en el que a los gigantes que crecen en los ángulos, mostrando su gallardo y fresco ramaje que envuelve su tronco hasta el suelo, se mezclan diferentes plantas. Una hermosa palmera crece en otro de los ángulos, dando a aquel lugar con su aspecto un aire morisco y gracioso. En el centro hemos dicho que hay un círculo de musgo y de flores rastreras limitado por callecitas de menuda arena, y en la cual se destaca garbosa una columna que sostiene un vaso de mármol hasta el cual trepan las enredaderas.

Esa noche el centro del jardín estaba bellísimo. Se habían colocado entre el musgo pequeños vasos de luz de varios colores, lo que les daba una gran semejanza con esas coronas de cocuyos que suelen enredarse en la grama de las praderas en las serenas noches de los climas calientes.

En el fondo del patio se eleva un pórtico jónico con zócalo de mármol negro y blanco. Las bases de las columnas son rojas y sus fustes amarillo y blanco. Los capiteles con filetes de colores sostienen un entablamento con cornisas del mismo orden, teniendo por remate una balaustrada. Multitud de enredaderas trepan hasta la mitad de las columnas, cubriéndolas con sus racimos de flores de colores diversos.

Alrededor del jardín hay un pavimento de mármoles de Puebla, sobre el cual se puede pasear a la sombra. Este pavimento es un verdadero mosaico blanco, azul y rojo que forma losanges y otras figuras caprichosas.

Después del pórtico hay un salón espacioso y bello en el que se ha hecho un ensayo de la pintura polícroma como los frescos pompeyanos, realizando una alianza de la forma y del colorido que hace realzar más el relieve. En el pórtico hay pinturas al claro oscuro. Las cuatro Estaciones y las cuatro Edades del hombre.

Del extremo derecho del salón antedicho se pasa a un pequeño jardín interior, que se ha convenido en llamar el viridarium, aunque no ocupa el lugar que éste en las casas romanas. Este jardín es bellísimo. Sus muros están cubiertos con lava del Popocatépetl, de entre los cuales se descuelgan numerosas plantas rústicas. En el centro se eleva una fuente. El agua brota de un Delfín que un niño oprime con el pie. Este grupo de mármol, de una belleza acabada, es composición del hábil escultor mexicano Islas.

En los ángulos del jardín sobre bazares de bronce, se muestran en deliciosa confusión las hortensias, los pienos, los heliotropos, las violetas, algunas plantas alpinas, y grandes grupos de cinerarias, de agapantos, de anémonas, de campánulas, de verónicas y de otras flores que crecen a la sombra y embalsaman la atmósfera de aquel encantado retiro.

Una luz azulada colocada hábilmente entre las flores, hacía el efecto de cascadas que se desprendían de las rocas.

Del jardín, y por una puerta practicada literalmente entre las enredaderas que cubren la pared se pasa a un departamento que se llama la exedra, que en las casas romanas estaba destinado a la reunión de los filósofos y de los poetas. Era el lugar de la conversación.

Este departamento está dividido en dos saloncitos: el uno tapizado elegantemente y con techo de vigas doradas, como las casas señoriales, muestra en sus paredes una copia de la Danae del Ticiano y otros dos cuadros españoles cuyo estilo es de la escuela de Murillo, así como otros dos lienzos representando batallas. Aquí se encontraba un magnífico piano inglés, y había mullidos asientos para los que viniesen a conversar después de las lecturas o a fumar.

El otro, más grande y espléndidamente iluminado, se destinó a la reunión literaria. Este salón es muy hermoso, y en él se ha procurado reproducir el aspecto de aquel que existe en Pompeya, en la casa del poeta trágico. Tiene vista a los dos jardines, sus muros son azules, sus pilastras rojas, y rojas también las cortinas de los tableros. Aquí las pinturas al fresco, obra de artistas de la Academia de San Carlos, representan los asuntos siguientes, copiados de los cuadros pompeyanos:

El sacrificio de los amores.

Patroclo, por orden de Aquiles, entrega a la esclava Brises a los enviados de Agamenón.

Héctor reprocha a Paris estar al lado de Helena y lejos del combate.

Despedida de Hérctor y de Andrómaca.

El sueño y la muerte conduciendo el cuerpo de Sarpedon a Lycis, su patria.

La aurora naciente.

La diosa Minerva-Pallas.

Los siete contra Tebas.

El sueño de Helena.

Clitemnestra.

Las pléyades.

Palasgus ultrajado.

Las suplicantes.

Todos estos asuntos están, como se sabe, sacados de la Ilíada y de la Odisea, del poema de Hesíodo y de las tragedias de Esquilo y de Sófocles.

Como la casa aún no está amueblada de una manera análoga, porque no puede decirse concluída enteramente, esa noche se arregló con elegancia, pero al uso moderno, para recibir a los literatos. Sobre grandes mesas se habían puesto casi todos los periódicos literarios e ilustrados de Europa, las publicaciones históricas contemporáneas y otras curiosidades que fueron una novedad.

Continuaremos describiendo la casa. Al extremo opuesto del salón en que se halla el viridarium, hay una puerta que conduce a la ala derecha de la casa. En este departamento se halla el comedor, triclinia le llama el amo de la casa; porque en efecto, su colocación es la propia, si llamamos exedra a los departamentos de enfrente, y si suponemos que el salón del fondo ocupa el lugar de lo que llamaban los romanos técnicamente tablinum, en el que guardaban los archivos de la familia.

Este lugar de los triclinios es la reproducción del que existe en Pompeya en la casa llamada de Castor y Polux, y brilla por un gusto exquisito en su decoración. El cielo raso es de mosaicos de forma octágona de color verde, azul y rojo, sobre fondo amarillo. En el friso hay pintadas máscaras de báquicas envueltas en un gran festón, con una riqueza de flores y de frutas de una variedad sorprendente.

Las paredes están cubiertas de tableros azules y amarillos, separados por esbeltas columnas adornadas con flores fantásticas, y en el centro hay varios paisajes y decoraciones. El pavimento es semejante al cielo raso. La pieza que sirve de biblioteca tiene una decoración de arabescos.

Del salón del fondo arrancan las escaleras que conducen a la parte alta, que como hemos dicho, es la principal. En ella las habitaciones están decoradas según los modelos de algunas casas de Pompeya; y allí, en magníficos frescos, se ven grupos de bailarines, centauros hombres y mujeres, frutas y animales, y decoraciones de follajes y de pájaros. Pero merecen mencionarse los frescos que representan a:

Venus llorando la muerte de Adonis.

El sacrificio de Ifigenia.

La vendedora de amores.

Ariadna abandonada, sentada sobre la ribera del mar, al pie de una roca, desde donde ve huir el buque en que se va Teseo.

Retratos de Niobe.

La cabeza de Aquiles.

Una vacante desnuda, recostada sobre un monstruo y llenándole una copa.

Ultima entrevista de Aquiles y de Briseis.

También allí se encuentra el salón azteca, que contiene decoraciones antiguas, según los modelos de nuestros libros históricos. Es una restauración de un salón del tiempo de Moctezuma.

Fáltanos sólo decir que el arquitecto que construyó esta casa es don Santiago Evans.

Como se ve, es una casa curiosa y bella, demasiado vasta para alojar una familia y sólo propia para servir a una asociación. Hoy en ella se halla establecido el club de la Unión, que se inauguró hace pocos meses.

Hablando ahora de la Velada, diremos que estuvo animadísima. Se leyeron composiciones del señor Híjar y Haro, que las envió desde Guadalajara y que fueron muy bien recibidas; del señor don Sebastián Mobellán y de los señores Rosas, Olavarría, Villalobos, Ortiz, Prieto, Sierra, Al faro, Téllez, Ríos, Montiel y Uhink, que nos hizo conocer un nuevo estudio sobre Shakespeare.

El señor Villalobos leyó una poesía de un joven que se halla hoy en una situación angustiada y apelando a la generosidad de los concurrentes, recogió en su favor una suscripción regular. El señor Payno inició la idea de establecer el club de la Unión, para que allí se hiciesen constantemente las reuniones literarias, y se inscribieron en el acto los primeros socios.

El señor Ramírez nos dió el placer, a petición de todos, de hacer críticas, para lo que tiene el talento, los conocimientos. y la gracia que se necesitan.

Ramírez no ejerce la crítica, como pudiera suponerse, con sátiras, sino con razones que convencen, con un tesoro de conocimientos literarios y con un tacto que no pueden menos que hacer inclinar confeso y convicto a aquel que oye un fallo de su boca. Los chistes con que sazona sus juicios, son chistes de buena ley que revelan el ingenio y la agudeza. En suma, él hace notar la distancia inmensa que hay entre el análisis del hombre superior y el sarcasmo del pobre envidioso, que quisiera ver a todos al nivel de su exigua inteligencia, y que no puede reprimir su chillido de rabia al oír los aplausos que obtienen los demás.

Por eso todos han concedido por unanimidad la silla del magisterio a Ramírez, apartando desde un principio a algunos pretensiosos que se hubieran querido sentar, al menos, en ella, sin haberse tomado la pena de estudiar y de hacer méritos para poder aspirar a tan encumbrado puesto literario.

Estas críticas de Ramírez fueron perfectamente recibidas y aplaudidas, y todos se propusieron pedir que las continuase en las reuniones posteriores, porque ellas llenan el objeto verdadero que se propusieron los concurrentes, que no fue el de hacerse aplaudir, sino el de estudiar.

Una vez concluídas las lecturas, el señor Schiafino, invitó a sus amigos, a pasar al triclinio. Allí, con el tacto exquisito que le distingue y sin hacernos sentir su opulencia ni hacernos notar lo rico de las viandas, ni lo costoso de los vinos, sino con la modestia que había sido su rasgo dominante en toda la noche, nos hizo gustar de todos los placeres de una mesa confortable y bien servida.

No encontramos en ella nada romano, pero los invitados pudieron gustar de un surtido de pasteles deliciosos, mientras que los más positivos se dedicaban a la galantina trufada, al jamón de York y al salmón, sabrosamente preparados por Michaud, que fue el Promuscondus de este festín. Además se sirvieron ricos helados de fresa y de limón, y si no probamos las nueces de Tasos, las avellanas de Iberia y los dátiles de Egipto, sí pudimos gustar de algo mejor, escogiendo entre las olorosas piñas, dorados mangos y otras frutas de la tierra caliente y del valle de México; todo esto sazonado con excelentes vinos, que un conocedor como el dueño de la casa, no podía permitir que fuesen de inferior calidad.

La Velada, merced a la galantería de Schiafino, se prolongó hasta las seis de la mañana, siendo ésta la primera vez en que se permitieron los literatos esta licencia; siendo de notar que cuando se separaron, a la hora en que México despertaba, aún conservaban el entusiasmo y el vigor con que habían comenzado.

Todos conservamos el recuerdo de esta noche bellísima, y un gran reconocimiento por las finezas de un tan cumplido caballero, como fue el que en esa vez reunió en su casa a la juventud amante de las letras.

La Velada siguiente tuvo lugar en la casa del señor Riva Palacio, y a ella invitó la Asociación Gregoriana. Esta Asociación, sobre la que hemos tenido el gusto de hablar otra vez, y que personifica todo lo que hay de grande, de noble y de generoso en el país, quiso también manifestar su amor a la literatura nacional, presidiendo una de nuestras reuniones, que ha sido hasta aquí la última, y en los salones de su presidente volvimos a ver a los hermanos de San Gregorio, a quienes sin distinción de colores políticos enlaza el más puro sentimiento de fraternidad.

También ellos hicieron los honores de la casa con exquisita finura y con notable modestia, habiendo sobrepujado, con todo, en lujo y en refinamiento, a cuanto habíamos visto en las Veladas anteriores.

Antes de comenzarse las lecturas hubo un incidente que se nos permitirá recordar, no por vanidad personal, sino por gratitud. El que esto escribe fue honrado por la Asociación Gregoriana con una distinción inmerecida, y que no atribuimos a otra cosa que al afecto amistoso con que aquellos generosos hermanos nos miran.

Es el caso, que habiendo escrito nosotros una revista de la fiesta gregoriana de este año, en la que no hacíamos sino rendir el debido homenaje a los hijos de tan ilustre colegio, la Asociación determinó darnos una grata sorpresa en su Velada, honrándonos de una manera singular.

Apenas habíamos llegado al salón cuando Guillermo Prieto, en nombre de los gregorianos, vino a ofrecernos un ejemplar del Paraíso perdido de Milton, de la edición lujosísima de Barcelona, que reprodujo los bellos grabados que tenía la edición francesa con la traducción de Chateaubriand. En la primera hoja de este magnífico libro pusieron los miembros de la junta central de San Gregorio una dedicatoria, y abajo se ven las firmas siguientes:

Vicente Riva Palacio, presidente;
José Linares, vicepresidente;
Manuel María Ortiz de Montellano;
Luis Malanco;
Ignacio Ramírez;
Manuel Romero;
Jesús Macla Aguilar;
Isidro Díaz, tesorero suplente;
Manuel Gómez Parada;
José María Rodríguez y Cos, prosecretario;
José María Iglesias;
Mariano Brito;
Nicolás Pizarro;
Carlos María Escobar;
Joaquín M. Alcalde, secretario;
Gabriel María Islas, vocales.

Hemos querido estampar aquí los nombres de estos buenos amigos que componen la junta central de la Asociación, para manifestarles nuestro profundo agradecimiento, hoy que se ofrece una oportunidad que antes no habíamos tenido. Que ellos crean que apreciando debidamente la acción generosa con que nos distinguieron, nos creemos indignos de ella y por eso les conservamos el más profundo reconocimiento.

¡Nosotros guardaremos el precioso libro como un recuerdo de cariño, como una de las pocas flores que hemos recogido en el camino desierto de nuestra vida, como una de las compensaciones más dulces que hemos tenido en la tarea amarga y desdeñada del escritor de México; lo guardaremos con orgullo y amor, como el primer premio que recibe un estudiante pobre y abandonado, que ve sonreír al destino por la primera vez! y cuando agobiados en una de esas horas de tristeza, que son tan frecuentes en nuestra vida de angustia, nos sobrecoja el desaliento, correremos a abrir nuestro Paraíso perdido, y en su primera hoja encontraremos la palabra que nos anime y que nos ayude a continuar la senda del trabajo y del estudio. Entonces será la Asociación Gregoriana a quien debamos nuestra constancia, y no tendremos para ella, como ahora, sino palabras de bendición.

Hablemos ya de las lecturas.

Fueron como siempre numerosas. Nosotros sometimos al juicio de nuestros amigos las primeras páginas de la presente Revista, que fueron acogidas con benevolencia. Nos hizo oír Prieto otro de sus cantos sublimes, y todos los jóvenes se fueron sucediendo en la silla del lector. El señor Zamacois, poeta español, pero que puede reputarse mexicano, leyó la introducción de un libro que va a dedicar al señor Mobellán; en seguida Peredo nos alborozó con un precioso juguete en que nos pintó a su musa como una muchachita traviesa e insurgente, decidora y terrible, a la que no pone miedo sino el nombre del Nigromante.

Sierra, siempre elevado y magnífico, recitó su poesía El genio. González recitó de memoria parte de una comedia de costumbres populares, que tuvo que repetir en medio de las risas y de los aplausos de todos.

La Velada terminó a las dos de la mañana.

Desde entonces las reuniones se suspendieron; pero en breve volverán a comenzar con mejor forma y con novedades importantes. Nuestros amigos se impacientan, y tenemos trabajo en resistir a sus repetidas instancias para convocar a nuevas sesiones literarias.


EL GENIO
W. Shakespeare

I

Ni límite, ni espacio, ni horizonte;
Y dejadlo trazando de su vuelo
La curva gigantesca en el vacío.
Marchar en su misión, marchar; el cielo
No tiene la medida
De sus alas de fuego; los espacios
Se estremecen al soplo de su vida.

Marchar es su misión, marchar sin tregua
Del infinito arcano
Por el oscuro y eternal camino,
Cabalgando, jinete soberano,
Sobre el corcel domado del destino.

¿Es un dios por ventura?
Como la ardiente arena que levanta
En las Pampas el gaucho, tras sus huellas
Brotan nubes de luz, polvo de estrellas,
Que brillando en la marca de su planta,
Bosqueja del Eterno en la presencia
La vía láctea de l´alma inteligencia.

¿Es un dios por ventura? De sus labios
Brota el Verbo divino, la palabra,
Que deja impresa su señal augusta
En las creaciones que la mente labra:
En derredor de su soberbia frente,
Sol de invisibles mundos
Que inundan de misterio el firmamento,
Fulgura como el polo entre las sombras
El zodíaco inmortal del pensamiento.

Y nada, nada su ambición sujeta;
Para él lo imposible sólo es nombre:
Inclínate, mortal; es un poeta
Hijo de Dios, que se encarnó en el hombre.

II

Como un nido de cisnes que se mece
En el estanque azul,
Albión se eleva Sobre la tierra, el pedestal formando
De la estatuta de Shakespeare, que trepando
Adonde el sol le da la fulgorosa
Corona de su disco, se presenta
A la admirada tierra
Velada acaso por nativa bruma,
En pie sobre la base prodigiosa
Que los tumbos del mar ciñen de espuma.

Allí está, titán que no se inclina
Por el peso del genio, soportando
Treinta y cinco medidas de gigante
En su talla divina:
Allí está; mientras a sus pies se estrellan
De los siglos que van, las tempestades,
Su sombra se proyecta soberana
Sobre el inmenso mar de las edades ...

Bajo el dorado cielo de la Italia
En su trono de mármol, Alighieri,
Se destaca magnífico en los tiempos.
En torno de su rostro de granito.
Las águilas revuelan, y a sus plantas
Yace el arpa sublime del proscrito.

Al través de los siglos, de las tierras,
Cambian una mirada los colosos:
La voz de cada estatua dice: - Hermano.
¡Cíclopes de la luz que en lo infinito
Con suprema efusión se dan la mano!

Envueltos en los pliegues majestuosos
De su ropa de piedra, en torno suyo
Ven caer los imperios poderosos,
Hundirse los palacios y los reyes,
Los templos suntüosos
Creaciones del arte peregrinas:
Ellos del tiempo a desafiar las leyes
Descuellan impasibles en las ruinas.

III

Britano, a ti la admiración y el canto,
A ti, que con las sienes palpitantes
De emoción, inclinado
Sobre el cráter voraz de las pasiones
Sorprendiste aterrado
En la noche perpetua del abismo
Los contornos negrísimos del odio,
El miedo blanco y de sudor cubierto,
Los ojos sin mirada del que ha muerto;
El gemido fatídico que inspira
Pavor al que lo escucha, la siniestra
Terrible carcajada de los antros,
El relámpago azul de los aceros,
Los ayes postrimeros
Del que convulso de dolor expira ...
Y trémulo te alzabas, jadeante,
Sobre el volcán en donde el mal se encierra
Y al través de tu lira de diamante,
Iba tu grito a estremecer la tierra.
A ti la admiración, a ti el sublime
Cantor de los amores,
Como jamás cantaron en el prado
Las aves a las flores;
Cuya vista fijábase inspirada
En el cielo, querido del poeta,
Y del azul del cielo y su mirada
Se formaban Desdémona y Julieta;

A ti que has enseñado
Un idioma divino a los mortales;
A ti la admiración. Colón dejando
Las playas españolas
A lo ignorado enderezó el navío,
Y aparecióse América en las olas ...
Tú también, tú también, Colón britano.
Con la brújula inmensa de tu genio,
Navegaste en el piélago profundo,
Y en medio al mar del corazón humano
Llegaste a descubrir un nuevo mundo.

Abril 1868.
JUSTO SIERRA.


ESPERANZA

Vino ya con sus sombras
La amiga noche a recoger cual antes,
Mis suspiros amantes,
Muda depositaria
De este secreto que en mi pecho mora;
Y el ángel cuya imagen bienhechora
Vive en mi corazón, cual solitaria
Perla escondida en ignorada concha,
Vuela a llevarle en las veloces alas
De su brisa callada,
Mis suspiros de amor, las ansias mías,
No cual en otros días
Con lágrimas mezcladas,
Con lágrimas de sangre envenenadas.

¡Qué largas son las noches
Del dolor sin consuelo!
¡Ni una luz en la tierra,
Ni una estrella en el cielo!
Y el que en tan negra oscuridad sumido
Cruza el campo, perdido,
Y amparo busca, y luz, y compañía,
Aguarda en vano al día;
Porque para el que llora
No hay celajes, ni aurora,
Ni brisa matinal, ni luna llena:
¡Su pena nada más, sólo su pena!

Tal vez allá a los lejos
Anhelante descubre los reflejos
Que el tibio rayo de la luna envía,
Y se figura el triste que es ya el día,
Y de esa luz menguada,
Con tanto afán deseada,
El escaso fulgor llorando adora;
Que esa luz bienhechora
Que al fin piadoso el cielo le depara,
Es para él la clara
Antorcha que le guía en el camino
Por do va, fatigado peregrino.

¡Con qué placer registra cuidadoso,
De la escarpada senda
Que hasta allí recorrió con pie medroso,
Ambas orillas que engalana y viste
El floreciente mayo!
Y al efímero rayo
Con que se anima el triste,
Avido busca las pintadas flores
Que allí desparramadas se le ofrecen,
Y aspira sus olores,
Y en tanto sus pesares se adormecen.

¡Oh, si pudiera detener el curso
De la tupida nube,
Que ya rápida sube
A eclipsar los escasos resplandores
De aquella luz incierta,
A sus ojos un punto descubierta!
¡Oh, si dado le fuera
Que hasta en su hora postrera
Bañase su abatida
Frente, ya sumergida
En el letal desmayo;
De la bendita luz el tibio rayo!

¡Y sí la bañará! porque es reflejo
Esa luz bienhechora
Del sol eterno a quien cantando adora
En himnos de celeste melodía
Cuanto creado existe;
Bálsamo de consuelo para el triste,
Fuente de bendición para el que llora;
Porque esa luz que alcanza
A descubrir entre la noche oscura
De su negra amargura,
Viene de Dios, se llama la Esperanza.

En ella fía el vacilante paso
Al continuar; a ella se encomienda
De nuevo al emprender la áspera senda
En su largo camino;
Y cual el peregrino
Que al tocar los umbrales
Del santuario a do va con fe piadosa
Siente desvanecerse por encanto
El cansancio, la pena y la ardorosa
Sed que antes le rendía,
Así de aquella luz al fulgor santo
Nuevo vigor y nuevo aliento cría,
Y ligero se apresta
Del monte a trasponer la áspera cresta.

Porque en el fondo oscuro
De su cerrado porvenir, y escritas
Cual por la mano compasiva y santa
De aquel que lo levanta
Y las perdidas fuerzas le devuelve
Ha leído seguro
Estas letras benditas,
Este anuncio que el alma le recrea
Y que le hace exclamar: ¡Bendito sea!

Dios no llevó a sus hijos en el mundo
Por senda que a la dicha no encamine
Y en la dicha termine;
Ni un suspiro jamás de lo profundo
Del corazón arranca, que no sea
En himno convertido,
Himno del corazón agradecido
(+).

Ven, pues, dulce bien mío,
Tú que la senda del dolor cruzando
Y en pos de ti dejando
De lágrimas un río,
A mi lado caminas valerosa;
Ven, y tu cariñosa
Mano, me enjugue las que vierto triste;
Que si nublado viste
El horizonte de la dicha nuestra,
Hoy esa luz te muestra
Roto el oscuro velo
Dicha sin fin en el azul del cielo.

Juntos vivir, y hasta la muerte juntos,
Tal es nuestro destino;
Sigamos, pues, en paz nuestro camino,
Y confiada espera
Que hasta en la ora postrera
Bañe nuestra abatida
Frente, ya sumergida
En el letal desmayo,
De la bendita luz, el tibio rayo.

Junio 22 de 1861.
MANUEL PEREDO.

Nota

(*) Zummerman, La soledad.


Hemos concluído esta larga revista, que es como el resumen de los trabajos literarios en la primera mitad del año presente, con más una especie de compendio sobre la novela mexicana desde principios de este siglo. Nuestra revista, pobre como es, y desnuda de todo mérito, servirá de acta del primer movimiento literario en los años que sucedieron a la invasión francesa, y será útil al observador para medir el progreso de nuestros trabajos futuros.

Tal vez se note por algunos que nuestro estudio no es verdaderamente un estudio crítico, y con sobrada razón. Ni tenemos la capacidad que se necesita, ni creemos tampoco llegada la oportunidad de hacer juicios severos sobre las obras de los jóvenes que se empeñan en el adelantamiento intelectual de su país.

La literatura renace hoy; ¿sería discreto exigirle la madurez y el perfeccionamiento que sólo es dable conseguir a pueblos más viejos y más experimentados y cuya escuela data de luengos siglos? ¿Sería discreto descaminar a los jóvenes, mostrándoles los infinitos obstáculos que tiene que salvar el estudioso para llegar a adquirir un nombre en el mundo de las letras? Fuera eso matar el entusiasmo por satisfacer un sentimiento de vanidad femenil. Los que mucho saben nos dan el ejemplo de moderación y de juicio en esta parte, y acogen con marcada benevolencia las obras de los discípulos. Para corregirlas no adoptan otro lenguaje que el paternal y dulce del maestro, y no el duro y discordante del Axistarco inflexible. Solamente algunos zoilos han creído conveniente, por lucir un chiste desabrido y satisfacer una vanidad pueril, censurar acremente nuestros trabajos; pero, ¡infelices!, su envidia dejó ver los dientes desde luego, porque ellos eran los que menos podían extender juicios severos y los que por sus obras más necesitaban de indulgencia. Eran literatos en virtud de nuestra tolerancia. Pero fuera de éstos, cuyo grito ha sido cubierto luego por la desaprobación general, todos han concurrido a la obra de reconstrucción literaria con sus consejos y con su protección, con sus luces y no con su vanidad, con razones y no con inútiles sarcasmos, que el que es docto razona, y sólo al ignorante envidioso le queda, por toda arma, la risotada de despecho o el epigrama de la impotencia.

Así, pues, nosotros que somos de los que principian, y que necesitamos también de la indulgencia de nuestros amigos, no hemos tomado la pluma con el objeto de enseñar, sino de animar, y por eso que no se nos eche en cara nuestra propensión al elogio y nuestra admiración, tal vez demasiado cándida, pero seguramente sincera.

Nosotros deseamos el progreso de la literatura en México, nosotros creemos en el porvenir de nuestros hermanos y no somos tan mezquinos para levantar un puñado de tierra pretendiendo opacar el poco o mucho brillo que hayan podido adquirir, porque nosotros no conocemos, lo decimos con orgullo, la baja pasión de la envidia, ni nos duele el corazón cuando oímos el elogio de los demás, sino que hacemos coro en voz más alta, ni queremos detener a nadie con el chuzo de la sátira para que no se nos adelante en el camino de la reputación. No: nosotros con un talento humilde y una instrucción incompleta y desordenada, merced a la pobreza suma de nuestra juventud, pues hemos carecido a veces hasta de libros propios, y hemos tenido otras que escuchar las lecciones científicas a las puertas del aula, por no poder subvenir a los gastos del estudiante, hasta que la mano de un protector venerable vino a quitar de nuestra senda los obstáculos; nosotros, repetimos, con todas nuestras nulidades, no bajaremos jamás a la mezquina posición del envidioso.

Esta es la explicación de nuestra conducta literaria y del fin que nos propusimos al publicar la presente revista, escrita, nos es preciso confesarlo, con un poco de prisa, en nuestras horas de enfermo, y sin más pretensiones que las de consignar en ella un recuerdo al trabajo de duestros hermanos.

NOTA

Como nuestro estudio sobre la novela no puede reputarse completo, ni aun como sinopsis, pues no tuvimos otra intención al escribir que la de hacer indicaciones sobre las diversas escuelas, no parecerá extraño que se hayan omitido en él muchos nombres importantes de novelistas anteriores al siglo XIX, y que antes de Voltaire en Francia, de Walter Scott en Inglaterra y antes y después de Cervantes en España, habían hecho ensayos dignos de mención. Por eso no hablamos de las novelas de Scarron imitadas de otras españolas, ni de Marmontel, que cultivó la novela histórica y política con grande éxito, ni de Florian ni de Lesage.

Por igual razón nada dijimos sobre algunos ensayos que hicieron en México en la época transcurrida desde el tiempo del Pensador hasta que Payno escribió El fistol del diablo, como por ejemplo los de Pesado, Rodríguez Galván, Pacheco, y otros más que se publicaron ya en los periódicos literarios, ya en pequeños libros muy raros hoy. Las dimensiones de estas novelitas eran muy estrechas, y muchas veces no contenían más que ocho o diez páginas. Pero sí nos creemos en el deber de reparar un olvido que sufrimos al hablar de la segunda época literaria en México. Era muy justo hacer mención del Liceo Hidalgo, asociación de jóvenes literatos instalada en esta capital en 1850, siendo su primer presidente el conocido literato don Francisco Granados Maldonado que ha publicado varias colecciones de poesías y una traducción en versos libres del Paraíso perdido de Milton. Entre los nombres de estos miembros del Liceo hallamos algunos que merecen atención y que omitimos en las primeras páginas de estas Revistas. Estos nombres son los de don Emilio Rey, elegante poeta y correcto prosador; de don Francisco González Bocanegra, cuya lira enmudeció muy temprano destrozada por la muerte, cuando era el encanto de los amantes de la poesía; de José María Rodríguez y Cos, el laborioso autor del poema Anáhuac; de don Luis Rivera Melo, cuya instrucción y talento son conocidos de todos. Cuando publiquemos nuestros ensayos próximos, volveremos a hablar más detalladamente sobre estos distinguidos literatos, al examinar sus obras.

Por hoy nos limitamos a mencionarlos honrosamente, porque así debe ser cuando se trata de hacer la historia de los progresos literarios en nuestro país.

Índice de Revistas literarias de México (1821-1867), de Ignacio Manuel AltamiranoCAPÍTULO V - Primera parteA manera de epílogo por Ignacio Manuel AltamiranoBiblioteca Virtual Antorcha