Esquilo


Prometeo encadenado

Primera edición cibernética, enero del 2005

Captura, diseño y versión de Chantal López y Omar Cortés



Haz click aquí para acceder al catálogo de la Biblioteca Virtual Antorcha










Presentación

La obra que aquí presentamos, es una de las siete tragedias del magno dramaturgo griego creador del género literario de la tragedia, que han sobrevivido al paso del tiempo. En efecto, no obstante que los investigadores hayan llegado a la conclusión de que Esquilo (525-456 a.C.) escribió alrededor de setenta y nueve tragedias, sólo siete se conocen en la actualidad (Las suplicantes, Las persas, Los siete contra Tebas, Agamenón, Las coéforas, Las euménides y Prometeo encadenado). Igualmente, los investigadores de su obra han concluido que escribía sus tragedias para que fuesen representadas a manera de trilogía, es decir en tres actos. Y, de todas las trilogías que escribió, sólo una se conoce de manera íntegra en la actualidad: La Orestiada, compuesta por las tragedias, Agamenón, Las coéforas y Las Euménides. En cuanto a la que aquí digitalizamos, Prometeo encadenado, supónese constituía parte de una trilogía, denominada por algunos estudiosos de Esquilo como trilogía prometéica, la cual completarían las tragedias Prometeo desencadenado y Prometeo, el que trae el anillo.

Ahora bien, el mítico personaje central de esta tragedia, Prometeo, es un dios particular en la mitología griega, ya que es el que guarda una estrecha relación con la especie humana.

Cuenta la leyenda que Prometeo, cuyo nombre más o menos significa el que prevee, fue comisionado, junto con su hermano, Epimeteo, nombre que significa el irreflexivo, para crear la vida en la Tierra. Dícese que el irreflexivo le entró con ganas al asunto y púsose a obsequiar a los animales, grandes e importantes atributos, a tal grado que cuando le tocó otorgar a la especie humana los atributos que deberían diferenciarla de las otras especies animales, simple y sencillamente ya no supo que hacer, por lo que se vió obligado a solicitar el auxilio de su hermano, el que prevee.

Así las cosas, a Prometeo tocóle otorgar a la especie humana sus particulares atributos como lo fueron el hacer que caminara erguida, que pensase, hablase, utilizase sus manos para tomar cosas ... pero, también, ocurriósele obsequiarle el fuego, el cual robó a Hefestos (personaje mítico que en la mitología romana se convertiría en Vulcano), y, por si todo esto fuese poco, Prometeo se aventuró incluso a engañar al mismísimo Zeus, cuando otorgó a la especie humana el atributo de alimentarse con carne.

Cuéntase que Prometeo colocó la carne y las vísceras de un buey, en el interior de un estómago de este animal, y, paralelamente, separó los huesos cubriéndolos de grasa. A continuación suplicó a Zeus que escogiese entre los dos alimentos cuál debería quedar destinado a los dioses y cuál a la especie humana. El glotón de Zeus, como era natural, se inclinó por la grasa, suponiendo que ahí encontrábase, de hecho, toda la carne del buey pero ... ¡cuál sería su sorpresa al descubrir que debajo de la grasa sólo había huesos! El enojo de Zeus fue enorme, pero como dios que era, hubo de conformarse por tener como dieta el tragar grasa y chupar huesitos ... sin embargo, la muina que hizo se convertiría en la base del eterno odio que el mero mero de los dioses tendría para con el personaje central de esta tragedia.

Dícese también que Zeus, después de haber destronado a su padre Cronos, tenía en mente hacer desaparecer a la especie humana desatando un diluvio, a lo cual, por supuesto, Prometeo opúsose de manera terminante. Finalmente el mero mero de los dioses, Zeus, ordenaría a su séquito celestial que aprehendiese a Prometeo y le encadenase como punición por haber robado el fuego a Hefestos entregándoselo a los humanos, quedando el mismísimo Hefestos encargado de llevar a cabo tal encomienda.

Entonces, tenemos que Prometeo, el que prevee, vendría siendo el creador de la especie humana, algo así como su santo patrono, que habría de purgar una buena dosis de sufrimiento por haberse aventurado a otorgarle divinos favores como lo fue, por ejemplo, la donación del fuego y una alimentación superior a la de los dioses.

Aparte de la importancia que guarda para entender la particular concepción cósmica griega y también la visión social filosófica de su autor, Prometeo encadenado es una obra entretenidísima que se lee con una facilidad sorprendente, invitando al lector a adentrarse en un mundo fantástico, pudiéndose recrear tanto a los personajes como al drama en sí... o sea, invita a soñar despiert@.

Chantal López y Omar Cortés





Personajes

Fuerza

Violencia

Hefestos

Prometeo

Océano

Io

Hermes

Coro de Oceánidas







En una región montañosa, cercana al mar, Fuerza y Violencia llevan prisionero a Prometeo. Junto a ellos va Hefestos, el dios del fuego hijo de Zeus, que con sus herramientas dispónese a sujetar a Prometeo a una roca.


FUERZA. Hemos alcanzado la región más extrema de la Tierra, el último rincón de Escitia, en un desierto nunca encontrado. A tí te corresponde, Hefestos, cumplir las órdenes de tu padre. Debes fijar a este malhechor en estas abruptas rocas, utilizando irrompibles grilletes de bronce, porque robó el resplandor del fuego, origen de todas las artes, entregándoselo a los hombres. ¡Debe pagar a los dioses por esa falta! Y así aprenderá a sufrir la tiranía de Zeus y renunciar a sus humanitarios sentimientos.

HEFESTOS: Fuerza y Violencia, ya habéis cumplido el mandato de Zeus y nada os retiene. Pero yo no me atrevo a encadenar a un dios hermano en esta tormentosa cima. Pero ... es necesario tener coraje para eso, ya que es muy grave no cumplir con las órdenes de un padre.

(Dirijiéndose a Prometeo): Magnánimo hijo de la consejera Temis, contra tu voluntad y la mía voy a clavarte con fuertes lazos de bronce en esta inhóspita roca, donde no volverás a escuchar la voz ni podrás ver la figura de un mortal, ya que, quemado por la resplandeciente llama del Sol, tu piel se estremecerá. Con alegría, darás la bienvenida a la noche que con su manto estrellado atenuará los sufrientes efectos de la potentísima llama del Sol; pero el amanecer se convertirá de nuevo en el inicio de tu angustia y sufrimiento y siempre te alumbrará la carga del mal presente, pues todavía no ha nacido tu libertador.

¡Esto es lo que has ganado con tus humanitarios sentimientos! ¡Tú, un dios que no temes la cólera de los dioses, has otorgado incomprensibles honores a los mortales! ¡He aquí, pues, la causa por la que habrás de permanecer atado a esta roca, montando ingrata guardia, eternamente de pie, sin poder incarte, ni sentarte, sin dormir. Mucho habrás de lamentarte, mucho habrás de gemir, pero todo será inútil, porque el corazón de mi padre Zeus es inflexible.

FUERZA: ¡Basta! ¡Basta de vana palabreria! ¡Hefestos, no te demores más! ¿Acaso no eres capaz de aborrecer a este dios que ha entregado el fuego a los mortales?

HEFESTOS: Mucho me confunde el parentesco que tengo y la amistad que tuve con este insolente.

FUERZA: Eso es entendible pero ... ¿es posible que no obedezcas las órdenes de tu padre? ¿No crees que eso es muy peligroso?

HEFESTOS: ¡Siempre resplandece tu crueldad y tu audacia!

FUERZA: ¡Basta! ¡Basta de lloriqueos y de pretextos! ¡Nada ganarás compadeciéndote por ése miserable!

HEFESTOS: ¡Oh, qué miseria tan grande he de arrastrar con mi repugnante oficio!

FUERZA: Pero ... ¿a qué vienen esos lamentos? Tu oficio no tiene culpa de nada.

HEFESTOS: Pues hubiera preferido que esta tarea le hubiese tocado a otro desempeñarla.

FUERZA: Todo oficio y toda tarea tienen su grado de molestia, pero lo que es imposible es mandar sobre los dioses, porque nadie, salvo Zeus, es libre.

HEFESTOS: ¡Lo sé, lo sé! ¡Eso es indiscutible!

FUERZA: ¿Entonces? ¡Qué esperas para encadenarlo! No vaya a ser que tu padre se percate de tus dudas ...

HEFESTOS: ¿Que no ves que ya le he sujetado las muñecas?

FUERZA: Sí, si ... pero eso no es suficiente. Amárralo bien, sujétalo a la roca, que quede inmovilizado ...

HEFESTOS: Ya, ya, ya. No me apures que casi termino.

FUERZA: Pero sujétalo bien. ¡Clava con fuerza los grilletes a la roca! Este es capaz hasta de lo imposible por fugarse ...

HEFESTOS: No, que va. Esta muy bien sujeto. No se puede escapar.

FUERZA: ¡No te confies! ¡Has bien tu trabajo! ¡Demuestrale a este infelíz para que aprenda a comportarse!

HEFESTOS: Pues pienso que salvo él, no habrá nadie que pueda quejarse del resultado de mi trabajo.

FUERZA: ¿Qué dices? ¿Es broma, verdad? ¡Que no ves que puede mover libremente el torso! ¡Nada, nada! ¡Sujétale con fuerza! ¡Inmovilízalo totalmente!

HEFESTOS: (Dirigiéndose a Prometeo) ¡Oh, Prometeo, no sabes cuanto lo siento!

FUERZA: Pero ... ¿qué es lo que mis ojos ven? ¡Estás llorando por tu enemigo! No es posible. ¿Qué aún no te has percatado de la gravedad del delito de este infelíz? Oye, ándate con cuidado, no sea que algún día habrás de compadecerte de tí mismo.

HEFESTOS: Pero, ¡no te conmueves, Fuerza, ante este tétrico espectáculo!

FUERZA: ¿Habría de hacerlo? ¿Por qué? Anda, dime ¿por qué he de compadecerme? Tan sólo estoy presenciando el merecido y justo castigo de un delincuente. ¿O no?

HEFESTOS: Bien, que sea. mi trabajo, aunque desagradable, estoy obligado a hacerlo, así que mejor guárdate tus comentarios.

FUERZA: Ya deja de quejarte, porque no dejaré de observarte y de hacerte tantas indicaciones sean necesarias para que este ladronzuelo quede sólidamente atado.

HEFESTOS: Ya, por fin, he terminado.

FUERZA: ¿Cómo que has terminado? Pero ... si lo has apretado con una dulcura incomprensible. ¡No! Sujétale fuerte. ¡Que sienta el rigor de los grilletes en su carne!

HEFESTOS: ¡Eres verdaderamente malvada, Fuerza!

FUERZA: Anda, calla y haz bien lo que debes de hacer. Ah ... y no te atrevas a reprenderme por mi obstinación. Tan sólo deseo que las órdenes de tu padre se cumplan estrictamente.

HEFESTOS: Ya vámonos. ¿Que no ves que esta inmovilizado? o ¿acaso esa manta de cadenas crees que le permita moverse?

FUERZA: (Dirigiéndose a Prometeo) ¡Insolente! ¡Cómo fue que te atreviste a despojar a los dioses de sus privilegios para trasmitirlos a los degradados y efímeros humanos! Anda, piensa en la clase de alivio que los mortales podrán proporcionarte. ¡Paga, paga con tus penas y sufrimientos eternos el mal que has hecho!

(Hefestos, Fuerza y Violencia se retiran)

PROMETEO: ¡Oh, divino éter y viento de alas rápidas; oh, fuentes de los ríos, y perpetua risa de las marinas olas; oh, tierra madre universal y círculo omnividente del sol: ¡yo os invoco! ¿Soy un dios pero me hallo aquí sufriendo por obra de los mismos dioses!

¡Mirad los ulrajes a que he sido sometido para la eternidad! Tal es la infame cadena que ha urdido contra mí el joven caudillo de los felices. ¡Oh! ¡Oh! Gimo por mi sufrimiento presente y futuro sin saber hasta cuánto habré de padecer.

Pero ... ¿qué digo? Sé muy bien todo lo que habrá de suceder y ninguna imprevista desgracia hará presa de mi. Debo, sin embargo, conformarme con mi suerte que ya ha sido decretada por el invencible.

¡Pero no puedo hablar de mis desdichas y tampoco puedo dejar de hacerlo! ¡Oh, oh, oh! ¡Qué suerte la mia! Por haber proporcionado una dádiva a los mortales, heme aquí uncido al yugo de este suplicio. Cuando en el tallo hueco de una caña lleve el manantial del fuego robado, que es para los mortales maestro de todas las artes y un poderoso recurso, jamás pensé que terminaría como estoy. ¡Por ese acto pago ahora la pena sujeto por innumerables cadenas bajo el éter!

¡Ay! ¡Ay de mí! Pero ... ¿qué ruido, qué aroma invisible ha volado hasta mí? ¿Viene de un dios, de un semidios o de un mortal? ¿Acaso ha llegado hasta aquí, en los límites del mundo sólo para contemplar mis penas y ver a este sufriente y encadenado dios lamentarse de su suerte?

Por mi amor a los mortales he terminado enemistándome con Zeus y con todos los dioses que su corte frecuentan. ¡Ay, ay de mí! Pero ... ¿qué es eso que escucho? El aire me parece que susurra con un ligero batir de alas. ¡oh! Todo lo que se aproxima me aterroriza.

(Arriba el Coro de Oceánidas en un carro alado que se posa sobre una roca cercana a la que está sujeto Prometeo)

Coro: No temas. Amiga tuya es esta bandada que en rápida carrera de alas se ha acercado a esta roca consiguiendo persuadir a duras penas el corazón paterno. Veloces las brisas nos han traido.

Y es que el eco de los golpes sobre el bronce penetró hasta el fondo de las cavernas despojàndonos de nuestro tímido pudor; y descalzas lanzámonos en el carro alado.

PROMETEO: ¡Ay, qué sufrimiento! Hijas de la fecunda Tetis, hijas del padre Océano, que con su curso insomne gira en torno a toda la Tierra, ¡miradme!, ¡contempladme!: ¡Aquì encadenado, aprisionado en esta cima rocosa, custodiado de este precipicio, monto una nada envidiable guardia.

CORO: Te vemos, Prometeo, y una leve y tìmida niebla llena de lágrimas nuestros ojos al contemplarte sobre esa roca consumiéndote bajo la ignominia de estos grilletes de bronce. Y todo ello porque nuevos mandos gobiernan el Olimpo, y Zeus, con nuevas leyes, reina de manera arbitraria aniquilando a los colosos de antaño.

PROMETEO: ¡Si por lo menos hubiéseme precipitado bajo tierra, hasta el infranqueable Tártaro, más allá del Hades hospitalario a los muertos, aherrojándome ferozmente con insolubles cadenas, de tal suerte que ni un dios ni nadie se regocijara de ello! Pero, heme aquì, como un vil juguete de los vientos, sufriendo de manera miserable para escarnio de mis enemigos.

CORO: ¿Quién de los dioses tendrà un corazòn tan duro para recrearse y regocijarse con tus padecimientos? ¿Quién, además de Zeus, no es susceptible de compartir tus pesares? Porque Zeus, en su eterna ira somete la estirpe celestial, y bien sabemos que no habrà de cejar hasta haber saciado su pasión. (Mirando a Prometeo) Y pensar que tu única oportunidad sería que otro dios tomase el lugar de Zeus ... pero ... eso es, y lo sabes, imposible.

PROMETEO: Es verdad, mas sin embargo y no obstante estar aquí cargado de cadenas, aún tendrá necesidad de mí el príncipe de los Felices, pues habré de advertirle el nuevo designio que terminará despojándole de su cetro y de sus honores. Y no será capaz de ablandarme con los dulces sortilegios de la persuasión, ni tampoco yo, incluso bajo duras amenazas, revelaré este secreto, antes de que me libre de estas cadenas y consienta en pagar la pena de este ultraje.

CORO: ¡Eres osado y en vez de ceder por tus amargos sufrimientos, hablas con excesiva libertad. Pero abrigamos temor y nos estremecemos por la suerte que te espera. ¿A qué límite habrán de llegar tus desdichas para que tengan fin? Pues el hijo de Cronos tiene un carácter inaccesible y un corazón inflexible.

PROMETEO: Sé que es severo y que tiene en su poder la justicia; sin embargo, creo que llegara el día en que su corazón se ablande cuando sea sacudido por la desdicha. Entonces, aplacando esa rígida e inflexible cólera, se acercará a mí para concertar una alianza y una amistad.

CORO: Explícanos qué culpa cargas para que Zeus haya ordenado ultrajarte de una manera tan infame y cruel.

PROMETEO: Duéleme hablar de ello, pero también duéleme más no hacerlo. Los dioses empezaron a enfadarse y produciéndose entre ellos la discordia; unos querian arrojar a Cronos de su trono, para que Zeus desde entonces reinara; otros, por el contrario, esforzáronse en que Zeus no mandara jamás sobre los dioses; y yo fui incapaz de persuadir con mis mejores consejos a los titanes, hijos de la Tierra y del Cielo. Despreciando las arteras trazas, creyeron, en su brutal presunción, que sin fatiga se harían dueños sólo por la violencia. Mi madre, Temis y Tierra, quienes son, como lo sabéis, un sólo ser bajo nombres diversos, habíanme profetizado -y no una sola vez- cómo se cumpliría el futuro: que no por la fuerza o por la violencia, sino con engaño debería vencerse a los poderosos. Mientras yo les explicaba estas cosas con mis palabras, nunca se dignaron a dirigirme la mirada. Lo mejor en aquellas circunstancias me pareció que era, haciendo caso a mi madre, ponerme del lado de Zeus que recibió, agradecido, a un voluntario. Por mis consejos, el antro negro y profundo del Tártaro encierra hoy al antiguo Cronos y a sus aliados. Tales fueron los beneficios que recibio de mí el tirano de los dioses y que me ha pagado con esta cruel recompensa. Sin duda, es un vicio inherente a la tiranía, no confiar en los amigos.

Ahora, me preguntáis por qué causa me ha aprisionado y os lo aclararé. En cuanto se sentó en el trono paterno, enseguida distribuyó entre los dioses sus privilegios, a cada uno diferentes, y organizó su imperio; pero no se preocupó en lo absoluto de los míseros mortales sino que, aniquilando toda raza, deseaba crear otra nueva. A este proyecto sólo yo me opuse. Yo me atreví; libré a los mortales de ser precipitados al Hades. Por ello ahora estoy padeciendo este agónico penar, sufrimiento doloroso muy dificil de soportar y bastante lamentable de presenciar. Por haber tenido ante todo piedad de los mortales, no fui juzgado digno de conseguir la comprasión sino que implacablemente soy tratado. ¡Espectáculo infamante para Zeus!

CORO: De corazón de roca y tallado en piedra es el que no se indigna, Prometeo, por tus penurias. Por nuestra parte hubièsemos deseado no verlas, y ahora que las vemos sentimos el corazón dolido.

PROMETEO: Sí, no hay duda de que para los amigos es muy doloroso verme.

CORO: Pero ¿no habrà sido, Prometeo, que tu acción fue, tal vez, más grave que lo que nos relatas?

PROMETEO: Sí, es probable, ya que logré que los mortales dejaran de pensar en la muerte antes de tiempo.

CORO: ¿Será? Pero, dinos, què hiciste para ello.

PROMETEO: Sencillo: hice habitar entre ellos la ciega esperanza.

CORO: ¡Gran favor otorgaste con eso a los mortales!

PROMETEO: Pero, además de esto, yo les regalé el fuego.

CORO: ¿Y ahora los seres efímeros tienen el fuego resplandeciente?

PROMETEO: ¡Sí! Y por él aprenderán muchas artes.

CORO: Entendemos. Es, pues, por tales culpas, que Zeus te ...

PROMETEO: ... me ultraja negándose a disminuir mis males.

CORO: ¿Pero ... acaso no ha fijado un término para tu pena?

PROMETEO: No, ninguno, solo cuando le plazca a él.

CORO: -¿Y cuándo será eso? ¿Hay alguna esperanza de que pronto ponga término a tus sufrimientos? Pero, bueno, ya te has convencido de tus errores, así que tu aceptación de haber delinquido conlleva implìcita una pena de profundo sufrimiento en ti. Mas ... dejemos esto y busquemos la manera de que pronto te libres de estas cadenas.

PROMETEO: Fácil resulta al que tiene el pie fuera de las desgracias aconsejar y amonestar al infortunado. Pero todo esto yo ya lo sabía. A conciencia cometí la falta, ¡no lo niego!; por ayudar a los mortales he encontrado este castigo. Sin embargo nunca supuse que mi falta me conduciría a consumirme en unas rocas abruptas, en una cima desierta alejada de todo y de todos. Pero ahora, sin que os lamentéis por estos sufrimientos, bajad a tierra firme, escuchad mi suerte futura, para que lo sepáis todo hasta el fin. ¡Creedme, creedme! Compadeced al que sufre; la aflicción vuela sin cesar, y se posa en uno, y a veces, en otro.

CORO: Tú urges a una tropa dispuesta a obedecerte, Prometeo. Ahora, dejando con pie ligero este raudo asiento y el éter, ruta sagrada de las aves, nos acercaremos a este suelo escabroso, porque deseamos escuchar hasta el final tus padecimientos.

(A la vez que las Oceánidas descienden, aparece, ascendiendo, Océano en un carro tirado por un caballo alado)

OCÉANO: Por fin he llegado al final de un largo viaje en mi recorrido hacia ti, Prometeo. Sólo con mi mente y sin bridas, conduje este alado monstruo. De tus desgracias me conduelo. El parentesco, creo, me obliga y, además de la sangre, no hay a quien dé mayor amistad que a ti. Verás que digo la verdad y que no se halla en mí adular en vano. Venga, pues, dime en qué he de ayudarte, porque nunca dirás que tienes un amigo más seguro que Océano.

PROMETEO: ¿Qué es esto? ¿Tú también quieres ser testigo de mis males? ¿Cómo te atreviste a venir a la Tierra, madre del hierro, abandonando la corriente que lleva tu nombre y las grutas naturales? ¿O acaso has venido para contemplar mi suerte e indignarte con mis males? Mira este espectáculo: yo, el amigo de Zeus, que lo ayudé a establecer su tiranía, ahora bajo que sufrimientos me abato.

OCÉANO: Lo veo, Prometeo, y me gustaria aconsejarte lo mejor, y aunque sé que eres sagaz, seria bueno que reconsideraras y adoptaras nuevas actitudes, ya que también hay un nuevo tirano entre los dioses. Pero si continuas lanzando palabras tan duras y aceradas, quizá tus insultos lleguen a los oidos de Zeus, que está, nunca lo olvides, sentado mucho más alto que tú, y puede ser que el enojo de tus presentes males termine pareciéndote un juego frente a lo que Zeus, en su furia, pudiera desatar. Así, desgraciado, deja a un lado tu arrogancia y busca la liberación de estos males. Tal vez te parecerá que digo cosas viejas; sin embargo, tal es, Prometeo, el premio que obtiene una lengua demasiado altiva. No tienes la virtud de la humildad ni cedes a los males, y a los presentes, quieres añadir otros. Tómame, pues, por maestro y no la emprendas contra el aguijón; ahora reina un monarca duro que a nadie debe rendir cuentas. Ya me marcho e intentaré, si puedo, librarte de estas penas. Tú tranquilízate y trata de dominar tu lengua. ¿O, acaso tu sabiduría no te alcanza para comprender lo peligroso de tener una lengua tan suelta?

PROMETEO: Te envidio porque te encuentras fuera de culpa aunque participaste en todo y te asociaste a mi osadía. Ahora deja a Zeus y no te preocupes. De todos modos no le convencerás; no es fácil de convencer. Pero ten cuidado de que tu actitud no termine perjudicándote.

OCÉANO: Eres mucho mejor para inspirar prudencia al prójimo que a ti mismo; juzga por hechos, no por palabras. Pero en mi afán, no me retengas. Porque me ufano, sí, me ufano de que Zeus me concederá la gracia de librarte de estos males.

PROMETEO: Te alabo por tu generosidad y no cesaré de hacerlo; en buena voluntad nadie se asemeja. Pero no te esfuerces en vano, sin provecho para mí; si es que quieres hacerlo. Permanece tranquilo y mantente apartado. Porque ya que soy desdichado, no por ello quisiera que a los otros alcanzaran las desgracias. No, en verdad, pues ya me consume la suerte de mi hermano Atlas, que en las regiones de Occidente, de pie, sostiene sobre sus espaldas la columna del Cielo y de la Tierra, peso nada ligero para el brazo. También he compadecido, al verlo, al hijo de la Tierra, habitante de las cuevas de Cilicia, gran gigante de cien cabezas domado por la fuerza, el impetuoso Tifón. Se enfrentó a todos los dioses, silbando miedo por sus atroces fauces; en sus ojos brillaba horrible esplendor, como si fuera a aniquilar violentamente la tiranía de Zeus. Pero le alcanzó el dardo que no duerme, el rayo de Zeus que desciende respirando fuego, y lo derrotó en sus altivas fanfarronadas. Pues herido en el mismo corazón, quedó reducido a cenizas, y su fuerza disipada por el rayo. Y ahora, su cuerpo inútil y arrinconado, yace cerca del estrecho marino, oprimido bajo las raíces del Etna, mientras Hefestos, instalado en las altas cimas, forja el hierro ardiente. De allí un día irrumpirán torrentes de fuego que, con feroces fauces, devorarán las vastas llanuras de la fecunda Sicilia. Tal ira exhalará Tifón con los ardientes dardos de una insaciable tormenta de fuego, aunque carbonizado por el rayo de Zeus. Pero tú no eres un inexperto y no necesitas mi guía; sálvate, como sabes. Yo apuraré éste, mi destino, hasta que Zeus aplaque su ira.

OCÉANO: ¿No sabes, Prometeo, que las palabras son médicos de la cólera, cruel enfermedad?

PROMETEO: Sí, si uno ablanda el corazón en el momento preciso, y no reduce por la fuerza una pasión virulenta.

OCÉANO: Pero, si uno muestra solícito esfuerzo y valor para la acción, ¿qué daño ves tú que haya en ello?

PROMETEO: Trabajo inútil y simplicidad irreflexiva.

OCÉANO: Déjame que sufra esta enfermedad. Es provechoso parecer insensato cuando uno es cuerdo.

PROMETEO: Esta falta más bien parecerá la mía.

OCÉANO: Sin duda, tus palabras me envían de nuevo a casa.

PROMETEO: Temo que tus lamentos por mí te originen una enemistad.

OCÉANO: ¿Con el que acaba de sentarse en un todopoderoso asiento?

PROMETEO: Vigila que no se agríe tu corazón.

OCÉANO: Tu infortunio, Prometeo, es maestro.

PROMETEO: Vete, aléjate, salva tu actual buen sentido.

OCÉANO: Dices esas palabras a quien las anhela. Mi cuadrúpeda ave acaricia ya con sus alas el dilatado camino del éter y gozoso doblará la rodilla en su establo.

(Océano y su monstruo alado se retiran, y tras un breve silencio aparecen las Oceánidas sobre una roca y cantan)

CORO: Lloramos por un fatal destino, Prometeo, y vertiendo de nuestros delicados ojos una corriente de lágrimas, mojamos nuestras mejillas con húmedas fuentes.

Hostil, gobernando con leyes propias, Zeus manifiesta a los dioses de antaño su lanza soberbia.

Ya todo el país ha lanzado un grito lastimero; los pueblos lloran por tu grandeza y tu antiguo prestigio y el de tus hermanos. Y todos los mortales que habitan la tierra vecina de la sagrada Asia sufren ante el gran gemido de tus penas.

Y las vírgenes que habitan en Cólquide, valientes luchadoras, y la turba de Escitia, que ocupa el lugar más remoto de la tierra alrededor del lago de Meotis.

Y la flor guerrera de Arabia, los que viven en una ciudadela escarpada cerca del Cáucaso, hostil ejército que brama entre lanzas de acerada proa.

Antes, sólo a otro dios titán hemos visto sufrir, vencido en la ignominia de unos lazos de acero: Atlas, que gime cargando siempre en la espalda, con fuerza inflexible, la Tierra y la bóveda celeste. Brama la ola marina cayendo ola sobre ola, llora el abismo, ruge el tenebroso Hades en las profundidades de la tierra y las fuentes de los sagrados ríos exhalan su dolor quejumbroso.

PROMETEO: (TRAS UN SILENCIO) No creáis que callo por arrogancia o altanería; un pensamiento me devora el corazón al verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿qué otro sino yo les repartió exactamente sus privilegios? Pero sobre esto callo, pues ya sabéis vosotras cuanto podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres. De niños que eran antes, he hecho unos seres inteligentes, dotados de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres sino para mostraros con qué buena voluntad regalé mis dones. Ellos, al principio, miraban sin ver. Y escuchaban sin oír, y semejantes a los fantasmas de los sueños, al cabo de siglos aún no había cosa que por ventura no confundiesen. No conocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; sumergidos vivían como ágiles hormigas en el fondo de cuevas a donde jamás llega la luz. No tenían signo alguno seguro ni del invierno ni de la floreciente primavera ni del fructífero estío, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les mostré las salidas y los ocasos de los astros, difíciles de conocer.

Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y uncí al yugo las bestias esclavizadas, que ahora doblan la cerviz, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores; y llevé hasta el carro a los cabaIlos, dóciles a las riendas, orgullo del fasto opulento. Luego inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino. ¡Y, mísero de mí, yo, que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia!

CORO: Padeces un castigo indigno; privado de razón divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado, te desanimas y no puedes encontrar para ti mismo los remedios curativos.

PROMETEO: Escuchen el resto y se sorprenderán más: las artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía enfermo, no había ninguna defensa, ni alimento, ni pócima ni bálsamo sino que, faItos de medicina, morían, antes de haberles enseñado las mezclas de los remedios con los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos procedimientos de adivinación y fui el primero en distinguir los sueños verdaderos y les di a conocer los sonidos de oscuro presagio y las señales que a veces salen al encuentro en el camino. Determiné exactamente el vuelo de las aves rapaces, los que son naturalmente favorables y los siniestros, los hábitos de cada especie, los odios y amores mutuos, sus compañías, y qué color y lisura necesitan las entrañas para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del lóbulo del hígado. Haciendo quemar los miembros cubiertos de grasa y el ancho lomo, encaminé a los mortales a un arte difícil de entender y les revelé los signos de la llama, que antes eran oscuros. Tal fue mi obra y las preciosidades ocultas a los hombres: bronce, hierro, plata, oro, ¿quién podría preciarse de haberlas descubierto antes que yo? Nadie, lo sé bien, a menos que quiera hablar en vano. En pocas palabras: los mortales tienen todas las artes gracias a Prometeo.

CORO: No ayudes a los mortales más allá de lo necesario descuidando, de esa manera, tu propia desgracia. Tenemos buenas esperanzas de que un día, cuando estés librado de estas cadenas, no serás menos poderoso que Zeus.

PROMETEO: No tiene decretado todavía la Moira, que todo lo lleva a término, que esto se cumpla; cuando esté abrumado por mil dolores y desgracias, escaparé de estas cadenas. El arte es, por cierto, más débil que el Hado.

CORO: ¿Y quién es el timonel del Hado?

PROMETEO: La triforme Parca y las memoriosas Erinias.

CORO: ¿Zeus, pues, es más débil que ellas?

PROMETEO: No puede escapar a su destino.

CORO: ¿Y cuál es el destino de Zeus sino reinar por siempre?

PROMETEO: Sobre esto no pregunten más, no insistan.

CORO: Es, sin duda, un augusto secreto lo que ocultas.

PROMETEO: Hablad de otra cosa; no es ahora el momento de revelar este secreto sino más bien de esconderlo lo más posible, pues guardándolo oculto, escaparé de estas humillantes cadenas y de estos sufrimientos.

CORO: Que nunca Zeus, el que todo gobierna, coloque frente a nuestra voluntad su fuerza. Que jamás nos acerque a los dioses con sagrados festines de hecatombes junto al inagotable curso del Padre Océano, ni los ofenda con nuestras palabras. Antes permanezca firme en nosotras este propósito y no se borre jamás.

Es dulce pasar una larga vida en confiadas esperanzas alimentando el corazón. Pero nos estremecemos cuando te vemos desgarrado por tantos sufrimientos. Pues sin temer a Zeus, por propio impulso, Prometeo, piadoso fuiste en exceso para con los mortales.

Vamos, amigo, dinos, ¿qué recompensa te aporta tu favor? ¿Quién de entre los seres efímeros te dará su ayuda? ¿No sabías de la flaqueza que se apodera como el sueño, de la ciega raza humana? Nunca la voluntad de los mortales quebrantará el orden establecido por Zeus.

Esto he aprendido observando tu funesto destino, Prometeo. ¡Cuán diferente nos suena este canto a aquel de himeneo que un día, en torno a tu baño y a tu lecho de bodas entonamos, cuando llevaste a nuestra hermana Hesíone, persuadida por tus presentes, a compartir contigo el tálamo como esposa.

(ENTRA IO, QUIEN TIENE EN SU FRENTE DOS CUERNOS DE VACA. DESPUÉS DE SUS PRIMERAS PALABRAS, SIENTESE SACUDIDA POR EL AGUIJÓN DEL TÁBANO)

I0: ¿Qué tierra es ésta? ¿Qué raza? ¿A quién diré que miro atormentado con pétrea brida? ¿Qué falta expiras en esta agonía? Dime a qué parte de la Tierra he llegado, mísera, en mi extravío.

¡Ay, ay! ¡Ah, ah! ¡Desdichada de mí! Vuelve nuevamente a picarme un tábano, fantasma de Argos, hijo de la Tierra. Apártalo, Tierra, porque tiemblo al ver al boyero de mil ojos. Se acerca con su pérfida mirada. Ni muerto la Tierra lo oculta sino que, saliendo de las sombras, me da caza a mí, infortunada, y me hace errar, entre errante y hambrienta, por la arenosa playa.

Detrás de mí, la sonora caña encerada deja oír la canción de cuna. ¡Ay, ay, dioses! ¿A qué lejanas tierras me llevan estas carreras sin término? Hijo de Cronos, ¿en qué falta me has sorprendido para haberme uncido a estos tormentos. ¡Ay, ay!, extenuar así a una desgraciada alocada por el temor del tábano que la persigue. Abrásame en el fuego, escóndeme bajo tierra, dame por aliento a los monstruos marinos. No rechaces mis ruegos, señor. Mis carreras infinitas me han ejercitado sobradamente. No puedo saber cómo escapar de los padecimientos.

CORO: ¿Oyes el clamor de la bicorne doncella?

PROMETEO: ¿Cómo no oír a la hija de Inaco, la muchacha hostigada por el tábano? Ella abrasa de amor el corazón de Zeus y ahora, odiada de Hera, se ejercita por fuerza en esas infinitas carreras.

IO: ¿Cómo es que has pronunciado el nombre de mi padre? Responde: ¿quién eres tú, miserable, que a esta desdichada recibes con palabras tan ciertas y nombraste el mal de divina procedencia que me consume al morderme con certeros aguijones?

Empujada con violencia por el hambriento ultraje de mis saltos, he llegado víctima de la ira de Hera. ¿Quién entre los desdichados, sufre, ¡ay, ay!, como yo? Dime con claridad lo que voy a padecer. ¿Qué remedio hay para mi mal? Dímelo, si lo sabes. Habla, da a conocer esto a la pobre virgen errante.

PROMETEO: Te diré claramente todo lo que quieras saber, no entretejiendo enigmas sino en lenguaje simple, como es justo abrir la boca a amigos. Estás viendo a Prometeo, quien le dio el fuego a los mortales.

IO: Oh, si te mostraste tan beneficioso a la comunidad de los mortales, paciente Prometeo, ¿por qué razón sufres esto?

PROMETEO: Acabo justamente de quejarme por mis desventuras.

IO: Entonces, ¿no vas a otorgarme ese favor?

PROMETEO: Di qué pides; de mí puedes saberlo todo.

IO: Indica quién te ató en esa escarpada roca.

PROMETEO: La decisión fue de Zeus, pero de Hefestos fue la mano.

IO: ¿Y cuál es la falta que te condena?

PROMETEO: Basta que te haya manifestado sólo esto.

IO: Muéstrame, además, el fin de mi viaje y cuál será este día para mí, la desdichada.

PROMETEO: A veces, no conocer es mejor que conocer.

IO: No me escondas lo que he de padecer.

PROMETEO: No te rehúso ese favor.

IO: Entonces, ¿por qué tardas en decir lo que sabes?

PROMETEO: No es mala voluntad, pero dudo en turbar tu alma.

IO: No te preocupes más por mí que yo misma.

PROMETEO: Ya que lo deseas, debo hablar; escucha, pues.

CORO: No, todavía no; danos también a nosotras una parte de satisfacción. Sepamos primero la historia de sus dolores, que nos diga ella misma sus funestos infortunios. Sabrá después, por tu boca, los restantes trabajos.

PROMETEO: A ti te toca, IO, complacerles con esta dádiva, máxime cuando son hermanas de tu padre, pues llorar y lamentar las desgracias cuando se ha de obtener una lágrima de los que escuchan, merece el esfuerzo realizado.

IO: No sé cómo podría negarme a vosotras; en términos claros sabréis todo lo que pedís; sin embargo, me avergüenzo al contar cómo la tempestad suscitada por un dios, y causa de mis metamorfosis, se ha abatido sobre mí, mísera.

Sin cesar visitaban mi alcoba virginal visiones nocturnas; me exhortaban con dulces palabras: Oh, muy feliz muchacha, ¿por qué permanecer tan largo tiempo virgen, cuando puedes alcanzar la boda más excelsa? Zeus está inflamado con el dardo del deseo y anhela compartir contigo los placeres de Cipris. Tú, niña, no rechaces el lecho de Zeus; marcha hacia la fértil pradera de Lerna, a los rediles y corrales de su padre, para que el ojo de Zeus cese en tu deseo. Tales eran los sueños que todas las noches me sobresaltaban, mísera, hasta que osé revelar los sueños nocturnos a mi padre. Inmediatamente despachó frecuentes mensajeros a Delfos y a Dodona para saber qué debía aprender a decir para que fuese agradable a los dioses. Pero ellos regresaban con respuestas equívocas, oscuras, difíciles de interpretar. Finalmente, una respuesta nítida llegó a Inaco, que claramente le recomendaba y anunciaba que me arrojara de la casa y de la patria, para errar en libertad hasta los últimos confines de la Tierra, si no quería que viniera el rayo inflamado de Zeus que destruiría todo su linaje. Obediente a estos oráculos de Loxias, mi padre me desterró y cerró su casa, a pesar suyo y mío: pero Zeus lo obligaba a obrar con violencia y a tascar el freno. Al punto, mi forma y mi espíritu se alteraron y, así, cornuda y mordida por el tábano de acerado aguijón, me precipité de un salto hacia la saludable corriente de Cernea y a la fuente de Lerna. Un boyero, hijo de la Tierra, el implacable Argos, seguía mis pasos con sus innumerables ojos fijos. Un destino imprevisto le privó de repente de vivir, y yo, desgarrada por el tábano, corro de país en país bajo el látigo divino. Ya sabes lo sucedido, y si puedes decirme qué penas me faltan, dímelo, pues digo que no hay enfermedad más vergonzosa que las frases adornadas.

CORO: Deja, deja, calla. ¡Ay! Nunca, nunca pensamos que unas palabras tan extrañas llegaran a nuestros oídos, que unos sufrimientos, unas miserias, unos espantos tan penosos de ver, tan penosos de sufrir, helaran nuestra alma con aguijón de doble filo. ¡Ay, destino, destino, nos estremecemos al contemplar la suerte de lo!

PROMETEO: Demasiado pronto gimes y llena estás de temor. Aguarda hasta que sepas el resto.

CORO: Habla, explícate; es un alivio para los enfermos conocer exactamente de antemano el dolor que les falta.

PROMETEO: La anterior petición la lograsteis fácilmente gracias a mí; deseabais primero saber por ella misma el relato de sus desgracias; ahora oíd lo que queda, qué sufrimientos ha de padecer esta joven, por orden de Hera. Y tú, semilla de Inaco, guarda mis palabras en tu corazón, si quieres conocer el final de tu camino.

Primero, partiendo de aquí, vuélvete hacia el sol naciente y ve hacia los campos sin arar. Llegarás ante los escitas, los nómadas que habitan chozas de mimbre trenzado sobre carros de hermosas ruedas y que llevan consigo flechas de largo alcance. No te aproximes a ellos sino que, poniendo el pie en los acantilados donde resuena el mar, atraviesa el país. A mano izquierda viven los que trabajan el hierro, los cálibes: guárdate de ellos, pues son feroces, inaccesibles a los extranjeros. Llegarás al río Hibristes, que no se desdice de su nombre; no lo atravieses, no es fácil de cruzar antes de que alcances el mismo Cáucaso, el más alto de los montes, donde este río impetuoso brota de sus sienes. Debes pasar por encima de sus cumbres amigas de los astros, para tomar el camino que lleva al mediodía, en donde hallarás la hueste de las amazonas enemigas de los hombres, que un día se asentarán en Temiscira, a orillas del Thedemonte, donde avanza la mandíbula áspera del Ponto, huésped cruel para los marinos, madrastra de las naves. Ellas te guiarán muy gustosamente. Entonces llegarás al istmo de Cimería, junto a las mismas puertas estrechas del lago Meotis. Con corazón intrépido debes dejarlo y atravesar el peligroso estrecho.

Entre los mortales siempre vivirá el glorioso relato de tus pasos y Bósforo recibirá de sobrenombre. Dejando el suelo de Europa, llegarás al continente asiático. ¿No os parece que el tirano de los dioses es en todo igualmente violento? Dios como es, deseando unirse a esta mortal, lanzó contra ella este destino errante. ¡Amargo pretendiente de tu boda has encontrado, doncella! El relato que acabas de oír, piensa, no es siquiera el preludio de tus desventuras.

IO: ¡Ay, ay de mí! ¡Ah, ah!

PROMETEO: De nuevo gritas y suspiras; ¿qué harás, pues, cuando sepas los sufrimientos que te restan?

CORO: ¿Tienes otros sufrimientos para contar?

PROMETEO: Si, un mar de fatales calamidades.

IO: ¿Qué gano entonces con vivir? ¿Por qué no me arrojo al instante desde esta roca escarpada, para que, aplastándome en el suelo, me libere de todos estos males? Mejor es morir de una vez que sufrir miserablemente todos los días.

PROMETEO: Difícilmente, entonces, podrías soportar mis pruebas. Yo no tengo destinado morir, pues la muerte sería una liberación de mis dolores. Pero no hay un final para mis males hasta que Zeus caiga de su trono.

IO: ¿Es posible que un día Zeus decline su poder?

PROMETEO: Sin duda tú te alegrarías de ver este suceso.

IO: Desde ya; si es por Zeus que sufro tan desgraciadamente.

PROMETEO: Que esto será así, debes estar segura.

IO: ¿Quién lo despojará de su cetro tiránico?

PROMETEO: Será víctima de sus insensatos planes.

IO: ¿De qué manera? Dímelo, si no hay daño en ello.

PROMETEO: Contraerá una boda de la que un día se arrepentirá.

IO: ¿Con una diosa o con una mortal? Dímelo, si se puede.

PROMETEO: No está permitido decir con quién.

IO: ¿Acaso su esposa lo derribará de su trono?

PROMETEO: Ella le dará un hijo más fuerte que su padre.

IO: ¡Y no hay manera de apartar este designio!

PROMETEO: Ciertamente no, salvo que yo sea desatado de estas cadenas.

IO: ¡Y quién te desatará sin el permiso de Zeus!

PROMETEO: Seguramente debe de ser uno de tus descendientes.

IO: ¿Cómo dijiste? ¿Un hijo mío te liberará de estos males?

PROMETEO: Sí, el tercer linaje después de diez generaciones.

IO: No es fácil de comprender esta profecía.

PROMETEO: No debes intentar comprender el fondo de tus padecimientos.

IO: No me ofrezcas un bien para después quitármelo.

PROMETEO: De dos, te concederé uno.

IO: ¿Cuáles? Muéstramelos y dame a elegir.

PROMETEO: Te lo concedo, elige: o te diré claramente el resto de tus males o el nombre de quien me liberará.

CORO: De estas dádivas, concede una a ésta y otra a nosotras, y no desprecies nuestras palabras. A ella cuéntale el término de esta errática carrera, y a nosotras, quién será tu libertador. Pues esto es lo que deseamos saber.

PROMETEO: Puesto que éste es vuestro deseo, no me negaré a narrar todo. A ti, lo, te revelaré el curso de tu agitada carrera; grábala en las fieles tablillas de tu memoria.

Cuando hayas atravesado la corriente, frontera de los dos continentes, sigue adelante hacia los encendidos amaneceres por donde asoma el Sol, cruzando el rugiente mar, hasta que alcances la llanura de Cístenes, donde viven las Fórcides, tres viejas doncellas de figura de cisne, que tienen un ojo común, un solo diente, y a las que nunca alcanza el Sol con sus rayos ni la nocturna Luna. Cerca de ellas se hallan tres hermanas aladas, con cabellera de serpiente: las Gorgonas, aborrecidas de los hombres, a las que ningún mortal puede ver sin expirar. Tal es la advertencia que te hago. Pero escucha otro peligroso espectáculo: guárdate de los grifos de pico corvo, los mudos perros de Zeus, de dientes afilados. Huye también del ejército Arimaspo, gente de un solo ojo, montada a caballo, que vive junto a las aguas del aurífero río Plutón; tú no te acerques a ellos. Llegarás a una tierra lejana, de un pueblo de tez oscura, establecido junto a las fuentes del Sol, donde está el río Etíope. Baja por las riberas de éste hasta la catarata, por donde el Nilo precipita sus aguas augustas y saludables. Éste te conducirá hasta el país triangular, donde el destino os reserva, lo, a ti y a tus hijos, fundar una gran colonia. Si algo de esto es confuso y difícil de comprender, pregunta de nuevo y entérate con precisión. Dispongo de más tiempo del que quiero.

CORO: Si tienes algo nuevo u olvidado que contar acerca de tu triste historia, dilo; pero si lo has dicho todo, concédenos ahora el favor que pedimos. Lo recuerdas, sin duda.

PROMETEO: Es todo cuanto tengo para decir sobre su viaje. Pero, a fin de que sepa que no me escucha vanamente, le diré qué trabajos ha sufrido antes de venir aquí, dándole con ello la prueba de mi relato. Con todo, omitiré la mayor parte de las fatigas e iré al término mismo de sus viajes.

En cuanto llegaste al escarpado dorso de Dodona, donde está la profética sede de Zeus, Thesprocio, ¡oh prodigio increíble!, las encinas que hablan te saludaron claramente y sin enigmas como a la que había de ser la ilustre esposa de Zeus. Luego, punzada por el tábano, te lanzaste por el camino de la costa hasta el gran golfo de Rea, donde la tormenta te hizo retroceder. Este golfo marino, con el tiempo, será llamado jonio, recuerdo de tu paso para todos los mortales. Ésta es la prueba de que mi mente ve más de lo que es manifiesto.

Hay una ciudad, Cánobo, en el extremo del país, junto a la misma boca del Nilo y las arenas que acarrean sus aguas. En ella, Zeus, imponiéndote su mano serena, al simple contacto, te devolverá el juicio. Allí darás a luz un hijo, Éphalo, que recogerá el fruto de todo el país que riega el Nilo de ancha corriente. La quinta generación después de él, formada por cincuenta doncellas, volverá de nuevo a Argos no de buen grado, huyendo de unas bodas consanguíneas con sus primos; éstos, en el frenesí de su deseo -halcones que van a la caza de palomas- las acosarán, codiciosos de unas bodas prohibidas. Mas un dios les negará lo que desean, y el país pelasgo los recibirá, vencidos por los golpes de un Ares femenino. Audaz matanza nocturna se arrojará sobre ellos, pues cada esposa quitará la vida a su esposo, tiñendo en el degüello una espada de doble filo. ¡De este modo venga Cepria a mis enemigos! El encanto del amor no le deja, a una sola de las desposadas, dar muerte al compañero de lecho sino que titubeará en su resolución; de dos cosas preferirá una, ser llamada cobarde antes que asesina. Y de ella verá la luz, en Argos, real linaje. Exponerlo claramente requeriría un largo relato; sabed, al menos, que de esta siembra nacerá el hombre valiente, famoso por su arco, que me librará de estos tormentos. Éste es el oráculo que me contó mi madre. Mas cómo y de qué manera lo hará, requiere mucho tiempo para contarlo, y tu no ganarías nada con saberlo.

IO: ¡Ah, ah! Una convulsión, un delirio que turba mi mente vuelve a abrasarme; el dardo sin forjar del tábano me hiere. Mi corazón horrorizado palpita en mi pecho y mis ojos giran en sus órbitas. Un viento me arrastra fuera del camino y no gobierno mi lengua; los confusos pensamientos chocan al azar contra las olas de la odiosa Ate.

(IO se retira)

CORO: Sabio, sí, sabio era el primero que concibió en su espíritu y formuló con la lengua que casarse según su rango es con mucho lo mejor, y cuando se es artesano no ambicionar unas bodas con gente mimada por las riquezas o envanecida por el linaje.

¡Ojalá que nunca, oh, Moiras inmortales, nos veáis aproximarnos como esposas al lecho de Zeus ni conseguir por marido a alguien de los dioses! Pues ver a la doncella lo, hostil al varón, nos estremece. Vemos cómo se consume en la fatigosa carrera de sufrimientos.

A nosotras, una boda con un igual, no nos asusta. la que tememos es que el amor de los dioses nos mire con sus inevitables ojos. Pues es una lucha inevitable, sin más esperanza que la desesperanza, y no sabemos qué sería de nosotras. Porque no vemos cómo se podría escapar a la voluntad de Zeus.

PROMETEO: En verdad, todavía Zeus, por altivo que sea de corazón, será humilde según la boda que se dispone a contraer, que lo arrojará, aniquilado, de su tiranía y de su trono. Entonces se cumplirá del todo la maldición que su padre Cronos pronunció al caer de su trono. De estos trabajos, ningún dios, salvo yo, podría mostrarle claramente la solución. Yo lo sé y de qué forma. Después de esto, que esté sentado, animoso y confiado en los ruidos con que llena los aires, blandiendo en sus manos un dardo flamígero. Nada de esto le bastará para no ser desplazado ignominiosamente; tal es el adversario que se está preparando contra sí mismo, prodigio invencible, que encontrará una llama más poderosa que el rayo y un ruido más ensordecedor que el trueno; y dispersará el azote marino que sacude la Tierra, el tridente, lanza de Poseidón. Cuando choque con este mal, aprenderá qué diferencia hay entre mandar y obedecer.

CORO: Conviertes tus deseos en predicciones para con Zeus.

PROMETEO: Digo lo que se cumplirá y además lo que deseo.

CORO: ¿Hay que esperar que alguien venza a Zeus?

PROMETEO: Y tendrá que soportar fatigas más pesadas que las mías.

CORO: ¿Cómo no tienes miedo de pronunciar palabras como éstas?

PROMETEO: ¿Y qué puede temer aquel que está decretado que no muera?

CORO: Puede enviarte pruebas más dolorosas aun.

PROMETEO: Que lo haga; todo lo espero.

CORO: Sabios son los que se inclinan ante Adrastrea.

PROMETEO: Implora y adula al poderoso; a mí me importa Zeus menos que nada. Que haga, que mande como quiera durante este corto período, pues no reinará mucho tiempo sobre los dioses.

Ahí llega el correo de Zeus, el servidor del nuevo tirano.

(Irrumpe HERMES conducido por sus aladas sandalias)

HERMES: A ti, el diestro y mordaz, que ofendiste a los dioses, pasando a los seres efímeros sus privilegios, ladrón del fuego, a ti te lo digo: el padre te manda preguntar qué bodas son ésas de que tanto alardeas por las cuales él será destronado. Y esta vez explícate sin enigmas y cada cosa por separado. Evítame, Prometeo, un doble viaje, porque ya ves que Zeus no se ablanda con tus procedimientos.

PROMETEO: Éste es un discurso solemne y lleno de arrogancia, como de un criado de los dioses. Sois jóvenes y ejercéis un poder joven, y creéis que habitáis una fortaleza inaccesible a los dolores. Pero ¿no he visto ya dos soberanos caídos de estas alturas? Y al tercero, al que ahora señorea, lo veré con más ignominia y rapidez. ¿Acaso aparento tener miedo y agazaparme delante de los dioses jóvenes? Mucho, o mejor dicho, más bien me falta todo para ello. Regresa por el camino que seguiste, pues no sabrás nada de lo que intentas averiguar de mí.

HERMES: Sin embargo, con estas arrogancias de antaño has venido a anclar en estos males.

PROMETEO: No cambiaría mi desgracia por tu condición servil. Es mejor estar esclavizado a esta roca que ser fiel mensajero del padre Zeus. Porque a los ultrajes hay que corresponder con ultrajes.

HERMES: Te envaneces de tu actual situación.

PROMETEO: ¿Yo, envanecerme? Así viera yo envanecidos a mis enemigos. Y a ti te cuento entre ellos.

HERMES: ¿Me acusas, también a mí, de tus desgracias?

PROMETEO: En una palabra, odio a todos los dioses que, habiendo recibido beneficios de mí, me tratan inicuamente.

HERMES: Comprendo que deliras, poseído por un gran padecimiento.

PROMETEO: Sí, estoy enfermo, si enfermedad es odiar a los enemigos.

HERMES: Serías insoportable si estuvieras bien.

PROMETEO: ¡Ay de mí!

HERMES: Zeus no conoce qué significa esta palabra.

PROMETEO: El tiempo, al envejecer, todo lo enseña.

HERMES: Tú, sin embargo, todavía no sabes ser sensato.

PROMETEO: Ciertamente, no habría hablado a un criado como tú.

HERMES: Parece que no quieres decir nada de lo que desea el padre.

PROMETEO: Estando en deuda con él, debería devolverle el favor.

HERMES: Te burlas de mí como si fuera un niño.

PROMETEO: ¿No eres un niño y algo más simple todavía, si esperas saber alguna noticia de mí? No hay ultraje ni artificio con los cuales Zeus me obligue a declarar esto antes de que desate estas cadenas infamantes. Que lance la llama devoradora, que con la nieve de blanca ala y con truenos subterráneos confunda y agite todo el universo; nada de ello me doblegará como para revelarle por quién ha de caer de su tiranía.

HERMES: Esta actitud no te ayudará en nada.

PROMETEO: Hace tiempo que todo está visto y decidido.

HERMES: Decídete, insensato. Ante estos sufrimientos, decídete a razonar bien.

PROMETEO: En vano me importunas, como si exhortaras a una ola. No imagines que un día, asustado por el decreto de Zeus, llegue a ser de alma mujeril y suplique al gran odiado, levantando hacia él mis palmas a guisa de mujer, para que me libere de estas trabas.

HERMES: Me parece que, si hablo, voy a hablar mucho y en vano, pues en nada te conmueves ni ablandas con ruegos. Mordiendo el bocado como un potro recién domado, te rebelas y luchas contra las riendas. Tu violencia, sin embargo, se funda en un débil razonamiento, pues la obstinación, para el que razona mal, nada puede por sí misma. Considera, si no te convencen mis palabras, qué tempestad, qué triple ola de desgracias te caerá inexorablemente encima. Primero, ese escarpado pico, con el trueno y la llama del relámpago, el padre lo hará pedazos y esconderá tu cuerpo que quedará aprisionado en los brazos encorvados de la piedra. Cuando haya transcurrido mucho tiempo, regresará nuevamente a la luz; pero entonces el perro alado de Zeus, el águila sangrienta, desgarrará vorazmente un gran jirón de tu cuerpo; un comensal que, sin ser invitado, vendrá todos los días a regalarse con el negro manjar de tu hígado. No esperes un término de este suplicio hasta que aparezca un dios dispuesto a sucederte en los trabajos y se ofrezca a descender al tenebroso Hades y a las oscuras profundidades del Tártaro. Ante esto, reflexiona, pues no se trata de una jactancia fingida sino de una palabra muy bien pronunciada. Porque la boca de Zeus no sabe mentir sino que cumple todo lo que dice. Tú mira bien y medita, y no creas jamás que la insolencia sea mejor que el prudente consejo.

CORO: Hermes no parece hablar desatinadamente: te invita a dejar la arrogancia y a buscar la sabia discreción. Escúchalo, pues para un sabio es vergonzoso persistir en el error.

PROMETEO: Que un enemigo sea maltratado por enemigos, no es deshonroso. Así pues, que lance contra mí el rizo de fuego de doble filo, que el éter sea agitado por el trueno y que la furia de los salvajes vientos sacuda la tierra y la arranque de sus fundamentos con sus raíces, que la ola del mar con su ardiente rugido confunda las rutas de los astros celestes, que caiga mi cuerpo al negro Tártaro en los implacables torbeIlinos de la Necesidad. Sin embargo, ¡él nunca me hará morir!

HERMES: Tales son los pensamientos y las palabras que es posible oír de seres sin juicio. ¿Qué falta a tu suplicio para ser un delirio? Si te trataran mejor ¿se calmarían tus furores? Pero en todo caso, vosotras que compartís sus sufrimientos, retiraos aceleradamente de estos lugares, no sea que el rugido implacable del trueno aturda vuestros sentidos.

CORO: Háblanos de otras maneras y exhórtanos en términos que nos convenzan, pues no se puede tolerar la palabra que acabas de soltar. ¿Cómo puedes obligarnos a practicar villanías? Con éste queremos sufrir lo que sea preciso, pues hemos aprendido a odiar a los traidores, y no hay ruindad que aborrezcamos más que ésta.

HERMES: Bien, pues, no olvidéis lo que ahora os prevengo. Cuando seáis botín de la calamidad no reprochéis a la fortuna y nunca digáis que Zeus os lanzó a un padecimiento imprevisible sino, en verdad, vosotras a vosotras mismas. Porque sabiéndolo y sin sorpresas ni engaño os encontraréis por vuestra locura, prendidas en la red inextricable de Ate.

(Se retira HERMES, los vientos se huracanan y la tierra se estremece)

PROMETEO: No se trata ya de palabras sino de hechos: la tierra tiembla. En sus zigzagueantes profundidades ruge el eco del trueno y los relámpagos fulguran encendidos. Los torbellinos agitan tolvaneras y los vientos saltan unos contra otros, anunciando una lucha de hostil aliento. El cielo con el mar se mezclan confundidos. Tal es el ímpetu de Zeus que, intentando asustarme, avanza claramente contra mí. ¡Oh majestad de mi madre!, ¡oh éter que haces girar la luz común a todos! ¡Ya veis de qué manera tan injusta padezco!

(PROMETEO y LAS OCEÁNIDAS QUEDAN A LA MERCED DE TÉTRICOS RAYOS Y TRUENOS).