Indice de ¿Para qué sirve la autoridad? y otros cuentos de Ricardo Flores Magón El obrero y la máquinaBiblioteca Virtual Antorcha

¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS

RICARDO FLORES MAGÓN

LOS INQUIETOS



Por todas partes oímos hablar mal de los inquietos. Las personas sensatas los distinguen con su desprecio; las gentes decentes evitan su contacto. Sin embargo, el progreso humano es obra de los inquietos.

Degraciada sería la humanidad si en un momento dado desaparecieran todos los inquietos de la Tierra. La ausencia de esos motores del progreso marcaría el comienzo de una marcha hacia atrás, de un regreso a la barbarie.

Sin el pensamiento y sin la acción de los inquietos, la humanidad no tendría historia, como no la tiene el rebaño. La primera página de la Historia quedó escrita cuando el primer inquieto fabricó la primer hacha de piedra. La Ciencia, el Arte, la Libertad, obra son de los sesos, los músculos y la sangre de todos los inquietos.

Sócrates, Jesús, Espartaco, Newton, Bakunin, Ferrer Guardia, Praxedis G. Guerrero, Margarita Ortega, ¡sublimes inquietos!

El inquieto (Colón) derriba con su audacia la teoría de la forma plana de la Tierra, mientras otros inquietos (los Gracos) afirman el derecho que todo ser humano tiene de aprovecharse de la tierra para obtener su subsistencia. Franklin esclaviza el rayo, y Bruno alarga audazmente el brazo a través de las estrellas para atraer a Dios ante el tribunal de la Razón.

Sin los inquietos, la humanidad sería agua estancada poblada de gusanos.

Sin los inquietos, la Historia escribiría su última página y arrojaría el volumen al olvido.

Sin los inquietos, la máquina de vapor, el tranvía eléctrico, el zepelín, el aeroplano, la telegrafía inalámbrica y el submarino continuarían dunniendo en las sombras de la ignorancia amamantada por las religiones.

El inquieto rasga las tinieblas de las supersticiones y hace brillar la verdad que ilumina el camino que conduce hacia la Libertad y la Justicia.

El mundo marcha gracias a los esfuerzos de los inquietos y el mundo les paga sus servicios con el salivazo, el presidio y el patíbulo. El precio del sacrificio nunca ha sido otro que el escarnio y el martirio. Las personas decentes (?) y sensatas (?) no conocen otra moneda.

(De Regeneración, del número 240, fechado el 8 de julio de 1916).
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