Indice de ¿Para qué sirve la autoridad? y otros cuentos de Ricardo Flores Magón Las dos plumas La barricada y la trincheraBiblioteca Virtual Antorcha

¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS

RICARDO FLORES MAGÓN

EL DESPERTAR DE UN CEREBRO



I

- ¿Qué te pasa, Nicanor? -dice Petra alarmada al ver entrar a su marido, pálido, con los brazos caídos, arrastrando apenas los pies, encorvadas las espaldas, el sarape deslizándose de sus hombros.

Nicanor no responde; pero sus ojos hermosos fulguran como dos brasas en la penumbra del cuarto. Petra, discreta, guarda silencio; mas el temblor de sus labios denuncia gran inquietud.

.- ¿Qué podrá ser?, se pregunta la linda muchacha, y sus pestañas se entornan como un fleco de seda que quisiera ocultar dos estrellas.

Un silencio angustioso reina en el cuarto, al que añade amargura ese sonido peculiar que produce un líquido, como queja, como lamento, cuando está próximo a entrar en ebullición. El sonido proviene de una olla de barro en que se cuecen los frijoles.

Nicanor había estado con el amo aquella tarde para ver si al fin lograba que le pagase lo que le correspondía por un mes que había prestado sus servicios en la hacienda. El amo estaba borracho, y le había dicho lo de siempre: Dile a tu mujer que ella venga a cobrarme por ti.

El malhumor de Nicanor es visible. A la luz de los tizones contempla a su Petra con amargura:

- ¡Qué gran desgracia es para el pobre el tener mujer bonita!, piensa.

No le queda otro recurso que huir de la hacienda, como si hubiera cometido un delito, como si tuviera que esconderse de los hombres para que no lo señalen con el dedo por sus malas acciones.

Y al pensar en todo esto, siente que algo se sacude en el fondo de su ser, e instintivamente palpa por encima de los calzones blancos la aguda hoja de su puñal ...

Tiene que huir de la hacienda, él lo sabe muy bien, si no quiere tener la misma suerte que Abundio, a quien fusiló la Acordada por un caso parecido al suyo, o la de Torcuato que, por lo mismo, se encuentra en el 5° batallón de infantería, o bien la de Toribio, que se pudre en la prisión por un caso igual, y la de tantos otros nobles trabajadores que no supieron otra cosa, mientras tuvieron vida o permanecieron libres, que regar todos los días con su sudor el surco.

- Petra, ¡huyamos! Dice al fin con una entonación de voz más parecida a la de un culpable que a la de un inocente.

Petra se estremece.

- ¡Tal vez acaba de cometer un delito!, piensa. Pero, discreta por excelencia, se abstiene de hacer la pregunta más ligera. ¿Nicanor aconsejaba huir? Pues Nicanor debía tener sus razones, porque no había, en veinte leguas a la redonda, mozo tan inteligente y tan concienzudo como Nicanor.

Diez minutos después dos figuras humanas, una de hombre, de mujer la otra, se pierden en las tinieblas, en marcha hacia lo desconocido.

No hubo necesidad de grandes preparativos de viaje: un petate y una cobija. ¡Este es el equipaje de los productores de la riqueza social!

II

Amanece. Tlanepantla está a la vista con su caserío monótono. Nuestros viajeros han caminado toda la noche, el oído atento para notar si les persiguen. La aurora besa las nubes, las casas, los árboles y las montañas, y con cada beso deja una rosa. Los pajarillos suspenden su gorgeo matutino para atisbar, desde las ramas de los sauces del camino, a la pareja que pasa. ¡Es tan linda. la pareja! ¡Qué dicha el verse libres de esta cárcel grande que se llama hacienda! Y si los pajarillos enmudecen para dar rienda a su curiosidad. nuestros amigos entonan ese himno robusto a la Naturaleza, rimado con suspiros, con besos, con latidos de corazones henchidos de pasión. ¡Qué amable se ofrece la Vida a nuestros dos jóvenes proletarios!

Una voz aguardentosa que resuena detrás de ellos desbarata su idilio. como una mano brutal que despoja de sus pétalos a una flor. ¡Es un gendarme!

- ¡Deténganse, pelados! ¿De dónde vienen? ¿A dónde van? ¿Quiénes son ustedes? ¿Quién los conoce?

Ninguna respuesta satisface al guardián del orden, al protector de los intereses de la sociedad burguesa. Nuestros amigos son internados en la cárcel acusados de vagancia, y condenados, él, a los trabajos del terraplén del camino que conduce a la ciudad de México; ella, a moler maíz en las arrecogidas.

III

Diez meses después encontramos a nuestros amigos en la ciudad de México. Es el 21 de noviembre de 1910. Por la ciudad circulan los rumores más estupendos. La Revolución había estallado el día anterior y se refieren actos asombrosos llevados a oabo por los rebeldes. La gentecilla oficial muestra caras alargadas, presintiendo el quebrantamiento de su poder y de su influencia. Los hombres del pueblo disimulan sus sentimientos -muy contrarios, por lo demás, de los que animan a la gentecilla burocrática- por temor de la ley fuga o del cuartel.

- Petra -dice Nicanor conmovido, como que la resolución es solemne-, yo me marcho a la Revolución. Y volviendo el rostro para el lado opuesto, se enjuga dos lágrimas que le queman las mejillas.

Y no es que Nicanor sea cobarde, que muestras ha dado más de una vez de una hombría reconocida en todas partes; pero irse a la Revolución es separarse de su Petra, de su amor, y cuando su espíritu, atormentado, se ahogue en las tinieblas de la angustia, ya no tendrá aquellos dos soles que lo empapen de luz, los ojos de Petra, ni cuando su corazón oprimido reclame un alivio recibirá el consuelo de una sonrisa, bella como la luz de la aurora, blanda como la seda de un pétalo de flor.

IV

Nicanor ha luchado como bravo, no desmintiendo su fama de mozo valiente y audaz.

El peleó, como tantos otros, en la creencia de que hay hombres buenos, abnegados, qué una vez en la Presidencia de la República pueden hacer la felicidad del pueblo; pero Madero en el Poder es un tirano como cualquier otro gobernante.

Subsiste el mismo mal que hizo que Nicanor se lanzara a la Revolución: la miseria y la tiranía.

Nicanor está sombrío. En su cerebro tiene lugar un desquiciamiento, un cataclismo. El creía en la democracia. Creía que con la boleta electoral se podía obtener un gobierno que diera Tierra y Libertad. El chasco ha sido superior, y la ilusión se desvanece como el oro de las alas de una mariposa. Nicanor medita, y en su sencillez comprende que ha cometido un error. Pero ¿en qué ha estado el mal? Esto es lo que le atormenta. El creía que por medio de un decreto la tierra quedaría en poder del pueblo, y hasta dio más de un mojicón a los que le decían que la tierra y toda la riqueza social debía ser tomada por la fuerza. ¡Cuánto se avergüenza ahora de su impulsivismo!

V

- ¡Ahí está el mal! -dice a Petra conmovido-, en haber creído que otro puede dar lo que debemos tomar con nuestras propias manos. Henos aquí tan pobres y tan desamparados como antes, expuestos a toda clase de atropellos de parte de los fuertes, pues me he llegado a convencer de que la Autoridad no hace justicia al débil.

Estas reflexiones hace Nicanor sentado al lado de Petra en una banca del Zócalo, frente al Palacio Nacional. Los chamacos papeleros pasan y repasan ofreciendo la prensa burguesa; un hombre, en otra banca, está entregado a una lucha formal con los piojos; el sol hace hervir la sangre en las arterias. Un gendarme se acerca; Nicanor presiente un atropello.

- ¡Ven acá, pelado sinvergüenza, te voy a dar un trabajito! -le dice el tecolote.

Momentos después se ve a Nicanor atravesando las calles de la ciudad con un borracho a cuestas, camino de la demarcación de policía. Excusado es decir que nada se le paga por ese trabajo, pues el pobre está condenado a prestar gratuitamente sus servicios a la señora Autoridad.

VI

Pasan los años. La ciudad se encuentra bajo el dominio carrancista. En los Estados del Sur operan las fuerzas expropiadoras de Zapata y de Salgado; en el Nordeste del territorio mexicano y a lo largo de la costa occidental operan las columnas villistas. Carranza no ha podido exterminar esos movimientos, y en todo el país germina la semilla anarquista sembrada por el Partido Liberal Mexicano.

Con el carrancismo todo se ha ganado, menos el derecho de vivir; en el territorio controlado por sus fuerzas, masas hambrientas y desnudas hablan muy alto en contra de un movimiento que, por radical que sea, tenga como base el derecho de propiedad privada y el principio de Autoridad.

Nicanor quiere trabajar, está dispuesto a trabajar para lograr su subsistencia y la de su linda compañera; pero no hay trabajo.

Las máquinas y todas las industrias siguen siendo propiedad de la burguesía. Petra está enferma, y no puede levantarse del petate. Nicanor, a su lado, en cuclillas, medita tristemente. Petra se agota por momentos. De vez en cuando abre los párpados y parece entonces que la obscura covacha se inunda de luz: son los últimos fulgores de dos estrellas que se apagan ...

Nicanor siente que una mano de hierro le oprime el corazón, y a pesar de los esfuerzos que hace para contener el llanto, las lágrimas se deslizan a lo largo de sus mejillas. Petra lo advierte y, sonriendo con sus labios pálidos como dos violetas moribundas, dice con dulzura:

- No te aflijas, bien mío, que pronto seré libre. La muerte: esa es la libertad de los pobres, porque nadie nos manda, ni a nadie tenemos que obedeoer.

Nicanor la acaracia dulcemente. No hay en el cuarto ni un pedazo de tortilla ni un grano de frijol.

VII

- ¡Tan, tan, tan! -llaman a la puerta.

Nicanor y Petra se miran con sobresalto. ¿Quién podrá ser? Y sus corazones se oprimen angustiados presintiendo una desgracia.

Es el escribano público que, custodiado por varios gendarmes, trae la orden del juez que manda poner en la calle a nuestros infortunados amigos por no haber pagado la renta de la covacha durante tres meses. No valen razones. ¿Que la mujer está moribunda? ¡Tanto peor para ella! -dice el escribano- y ordena a los esbirros que en peso la pongan en la calle.

La orden es obedecida con ese placer malsano de los malos corazones que sienten alegría ante el dolor humano. Entre dos toman el petate y la mujer, y como si se tratase de un fardo, tiran la carga a media calle. Nicanor se arroja sobre su adorada Petra gritando:

- ¡Petra! ¡Petra! ¡Petra!

Todo llamado es en vano; Petra ha muerto, Petra ya es libre ...

VIII

Nicanor está sentado en una banca del Zócalo, con su sarape en el hombro y sus penas en el pecho. ¿Qué forma del recuerdo del ser amado es más exquisita que el suspiro ...?

- ¡Pobre de su Petra! ¡Muerta como un perro!

Y en lo más hondo de su ser se agita algo que le hace acariciar el agudo puñal por encima del calzón blanco.

- ¿Qué valemos los pobres bajo cualquier Gobierno?, se pregunta con amargura, y su cerebro se entrega a las profundas reflexiones.

-Todo Gobierno es malo, piensa, porque por su propia naturaleza no puede ser bueno sino para aquellos que tienen intereses que perder, y para ellos son todos los cuidados, todas las atenciones, por lo que me he convencido de que el Gobierno es simplemente el guardián de los ricos, el que cuida que no caigan de las manos de los burgueses las riquezas que los pobres producimos. ¡Muera todo Gobierno!

El cerebro de Nicanor ha despertado.

(De Regeneración, del número 213, fechado el 20 de noviembre de 1915).
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