Indice de ¿Para qué sirve la autoridad? y otros cuentos de Ricardo Flores Magón La muerte de Ricardo Flores Magón, por William C. Owen Dos revolucionariosBiblioteca Virtual Antorcha

¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS

RICARDO FLORES MAGÓN

EL ASESINATO DE MAGÓN



El llamado Departamento de Justicia del Gobierno de los Estados Unidos ha asesinado a Ricardo Flores Magón, uno de los hombres más valientes y sinceros y una de las almas más puras y elevadas que han entregado su vida al martirio, en servicio de la humanidad oprimida y esclavizada.

Este valiente líder de las masas trabajadoras, cuyo altivo espíritu no quiso doblegarse y que desdeñó comprometer su honor por su libertad, fue deliberadamente entregado a la muerte por una lenta tortura en la penitenciaría federal de Leavenworth, crimen inexplicable que dejará una mancha vergonzosa y vituperable en las páginas de la Historia norteamericana.

Conocí a Ricardo Flores Magón desde hace muchos años, y siempre le vi descollar como campeón de los oprimidos y como un apóstol de mejores tiempos. Era de una educación superior, muy culto y de envidiable posición social; pudo fácilmente llegar a ser una eminencia en México, su país natal; pero volvió la espalda a todo esto para adoptar la causa del despreciado peón. Combatió al tirano Díaz cuando el Gobierno de los Estados Unidos, bajo Taft, hizo todo lo que estuvo en su poder para conservár a ese monstruo en el Poder, y por ello fue perseguido; cazado y desterrado.

Después de cruzar la frontera de los Estados Unidos -el asilo de los oprimidos,- Uncle Sam se convirtió pronto en el sabueso de Díaz, y Magón fue perseguido inexorablemente, golpeado y aprisionado como si hubiese sido el más vil de los criminales cuando trataba, con peligro de su vida, de derrocar a un tirano infame, dando libertad al pueblo mexicano.

Más tarde, cuando se precipitó la carnicería mundial, naturalmente se opuso a ella, se atrevió a decirlo, y ese fue su crimen. No cometió ningún otro delito, no perjudicó a ningún ser viviente; se opuso, simplemente, a la horrible carnicería de sus semejantes, y por esto solo el Gobierno de los Estados Unidos, para su eterna vergüenza e ignominia, lo sentenció a muerte al consignarlo, por 20 años, a un pestilente infierno para que se pudriera poco a poco, hasta que su noble espíritu se desprendió de su cuerpo agotado.

Estuvo enfermo mucho tiempo, pero no exhaló ninguna queja. Su vista se alteró y gradualmente, por la insistente tortura, quedó ciego por completo. Su abogado y sus amigos apelaron al Departamento de Justicia -¡Dios salve al dinero!-; pero allí solamente había capitalistas mercenarios. Cada súplica por la vida de Magón caía siempre sobre corazones de piedra. Magón se opuso al asesinato en masa, a la carnicería de millones de seres bajo la orden de sus dueños imperialistas; él también había dicho: No matarás, y por esto debió ser entregado a la tortura y sufrir la muerte de un perro para satisfacer a la nación cristiana más avanzada de la tierra.

Ricardo Flores Magón se elevó sobre los infames funcionarios de Wáshington, quienes lo torturaron hasta matarlo, como pico de una montaña sobre los montones de estiércol; su heroica sangre cayó sobre sus manos rojas, y la aborrecible mancha nunca se borrará. La cruel venganza de la justicia (?) norteamericana y su implacable odio deben de estar saciados ahora. Su víctima está muerta y es inmortal, y ellos viven y son infames.

La moral de esta monstruosa tragedia es sencilla. La libre palabra es ahora un gran crimen que se castiga con la muerte en la tierra de los libres y en el hogar de los valientes.

Este epitafio debería ser inscrito sobre la tumba de Ricardo Flores Magón:

Asesinado por el Departamento de Justicia del Gobierno de los Estados Unidos, por tener una opinión propia y el valor de expresarla.

Esta es una verdad solemne, y todo lo prueba. Veinte años en la penitenciaría por decir No Matarás. ¡Qué monstruosa acusación al Gobierno y a las instituciones bajo las cuales vivimos, y al pueblo entre el cual habitamos!

Esto es demasiado espantoso, demasiado terrible, y parece como una horripilante pesadilla. La enormidad del crimen de asesinar a un alma tan cristiana, nos asombra y nos hace vacilar. Por completo está más allá de toda comprensión. La ignominia ha caído sobre todos nosotros.

Y ahora surge la pregunta: ¿será la suerte de Magón la que correrán todos los presos políticos? ¿Serán asesinados todos ellos por tener una opinión desagradable a los piratas y acaparadores de Wall Street? Esta es la pregunta actual y la moral del martirio de Magón; ella es hecha a todos nosotros, a ustedes y a mí, a todos los ciudadanos decentes de los Estados Unidos. ¿Qué vamos a hacer a propósito de esto? ¿Vamos a someternos humildemente a ver nuestros hermanos asesinados y a nuestros camaradas tratados como perros? Ya no tenemos garantías. La Constitución ha sido arrojada al suelo y pisoteada en el fango.

Las leyes de espionaje, nacionales y de los Estados, han tomado su lugar. Cada juez federal es un abogado de las corporaciones. ¿Qué podemos hacer?

Podemos y debemos levantar al pueblo norteamericano, debemos referir la vergonzosa y trágica historia de Magón, y dar voces de alarma que escuche todo el pueblo.

Sesenta y ocho presos políticos languidecen aún en sus tristes calabozos, cuatro años después de que la guerra ha pasado. Todos ellos se niegan a renunciar sus principios y piden libertad decorosa.

En Michigan, en California y en otros Estados, otros muchos están en la cárcel o en libertad bajo caución, pendientes de ser juzgados por el delito de haber tenido opinión, siendo el maligno propósito de las potencias acaparadoras el prohibir completamente la libre emisión de palabra y acallar, por completo, toda agitación y protesta contra su tiranía criminal y corrompida.

La situación es clara y debemos enfrentarnos a ella; no debemos evadirla ni someternos resignadamente a Wall Street, como esclavos cobardes y miserables.

Iniciemos de una vez, en cada ciudad, en cada pueblo, en cada aldea, una agitación que abarque a toda la nación, para liberar a los presos políticos; para que se deroguen todas las infames leyes de espionaje, y no cesaremos de agitar al pueblo para que proteste, hasta que nuestra tarea sea realizada finalmente.

Eugene V. Debs.
(De The New York Call, Diciembre 3 de 1922).
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