Indice de ¿Para qué sirve la autoridad? y otros cuentos de Ricardo Flores Magón ¡Viva Tierra y Libertad! El soldadoBiblioteca Virtual Antorcha

¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS

RICARDO FLORES MAGÓN

EL SUEÑO DE PEDRO



Sentado en el umbral de la puerta de la humilde vivienda, Pedro, el recio y animoso jornalero, piensa, piensa, piensa. Acaba de leer Regeneración, que un obrero delgado, nervioso, de mirar inteligente, le había regalado ayer cuando se retiraba a su domicilio. Nunca había leído ese periódico, aunque había oído hablar de él, a veces con desprecio o con cólera, otras con entusiasmo.

Sentado en el umbral de la puerta, Pedro piensa, piensa, piensa, y dentro de su cráneo rueda, hasta hacerlo sentir malestar físico, esta simple pregunta: ¿cómo será posible vivir sin gobierno?

Todo, todo lo acepta Pedro, menos eso de que se pueda vivir sin gobierno, y, sintiendo arder su cabeza, se levanta y echa a andar sin rumbo fijo, mientras dentro de su cráneo rueda la pregunta torturadora: ¿cómo será posible vivir sin gobierno?

Son las ocho de la mañana del último día del mes de abril.

Las rosas abren sus pétalos para que los bese el sol: las gallinas atareadas, escarban la tierra en busca de lombrices, mientras los gallos, galantísimos, arrastran elegantemente el ala alrededor de ellas, requiriéndolas de amores.

Pedro camina, camina. Las palmas mecen sus penachos bajo el cielo luminoso; las golondrinas acarrean lodo para fabricar sus nidos; Pedro se encuentra en pleno campo; los ganados pacen tranquilamente, sin necesidad de un gendarme que los apalee; las liebres juguetean sin necesidad de legisladores que las hagan felices por medio de leyes; los gorriones gozan la dicha de vivir, sin que haya, entre ellos, alguno que diga: yo mando; ¡obedecedme!

Pedro experimenta la sensación del que se encuentra libre de un gran peso, y exclama: Sí, sí es posible vivir sin gobierno.

El espectáculo de la vida animal le ha dado la respuesta, y la pregunta ha dejado de dar tumbos dentro de las paredes de su cráneo.

Esos rebaños que tiene a la vista no necesitan gobierno para poder vivir. No existiendo entre ellos la propiedad individual, no se necesita de alguien que cuide esa propiedad de los ataques de los que nada poseen.

Poseen, en común, la bella pradera y el cristalino aguaje, y cuando el sol lanza con furia sus rayos, participan. en común, de la sombra que proyectan los árboles.

Sin gobierno, esos dignos animales no se hacen pedazos unos a los otros, ni necesitan de jueces, ni de carceleros, ni de verdugos ni de esbirros. No existiendo entre ellos la propiedad privada, no hay esa competencia espantosa, esa guerra cruel de una clase contra otra, de un individuo contra otro, que debilita el sentimiento de solidaridad, tan poderoso entre animales de la misma especie.

Pedro respira a pulmones plenos; un vasto horizonte se abre frente a él al derrumbarse, ante su inteligencia, el negro andamiaje de preocupaciones, de prejuicios, de atavismos que la sociedad burguesa tiene cuidado en fomentar para seguir existiendo.

A Pedro se le había enseñado que es indispensable que haya amos y sirvientes, ricos y pobres, gobernantes y gobernados. Ahora todo lo comprende: los que están interesados en que siga existiendo el actual sistema político, económico y social, son los que se empeñan en enseñar que debe existir la desigualdad política, económica y social entre los seres humanos.

Pedro piensa, piensa, piensa. Los coyotes, los lobos, los patos, los caballos salvajes, los búfalos, los elefantes, las hormigas, los gorriones, las golondrinas, las palomas y casi todos los animales viven en sociedad, y esa sociedad está basada en la solidaridad practicada en un grado que la pobre especie humana no ha alcanzado aún, a pesar de las conquistas hechas por la ciencia, siendo la causa de esta verdadera desgracia humana, el derecho de propiedad individual que permite a los más fuertes, a los más inteligentes, a las más malos, acaparar, para su exclusiva provecho, las fuentes naturales de riqueza y los praductos del trabajo humano, dejando a los demás sin participación en la herencia social, y sujetos a trabajar por un mendrugo, cuando tienen derecho a tomar todo lo que necesiten.

El sol de mediodía cae a plomo, y Pedro se refugia bajo el follaje de un árbol, quedándose dormido.

Los insectos vuelan y revuelan sobre él, como joyas escálpadas de las tiendas, ansiosos de brillar al sol.

Pedro duerme y sueña. Se sueña en un amplio campo, donde se encuentran miles de compañeros trabajando la tierra, mientras de sus gargantas brotan las notas triunfales de un himno al Trabajo y a la Libertad. Nunca, ningún músico concibió melodía de tal naturaleza.

¡Como que nadie, hasta entonces, habíase sentido libre y dichoso de vivir!

Pedro trabaja y canta como los demás, y al cabo de unas dos horas, que para él transcurren como segundos, él y todos aquellos alegres trabajadores emprenden la marcha hacia el poblado, donde sonríen, rodeados de jardinillos, lindas casitas, en las que nada falta para hacer la vida agradable y bella. Todas ellas tienen llave de agua fría y de agua caliente, bujías eléctricas, estufas eléctricas, baño, lavabos, muebles confortables, cortinas, alfombras, piano, despensa repleta de provisiones.

Pedro, como todos, tiene también su casita, y es dichoso con su compañera y sus hijitos. Ya nadie trabaja a salario. Todos son dueños de todo. Los que tienen afición por los trabajos agrícolas están unidos y desempeñan las labores del campo, los que tienen afición por los trabajos de la fábrica se han unido como sus hermanos del campo, y todas las industrias, en fin, se ponen de acuerdo para producir, según las necesidades de la comunidad, poniendo los productos de todas las industrias en un vasto almacén, al que tiene libre entrada toda aquella población laboriosa. Cada quien toma lo que necesita, pues hay abundancia de todo. Por las calles no se ve un mendigo ni una prostituta, porque todos tienen satisfechas sus necesidades. En los trabajos no se ve ni un anciano, pues trabajaron cuando eran aptos, y ahora viven, tranquilos, del trabajo de los fuertes, esperando una muerte tranquila, rodeados de afectos verdaderamente sinceros; los impedidos gozan del mismo previlegio que los ancianos.

Para llegar a este resultado, los habitantes de esta región comenzaron por desconocer toda autoridad, al mismo tiempo que declararon propiedad común la tierra y la maquinaria de producción. Se reunieron los trabajadores de cada industria para discutir la manera de llevar adelante la producción, teniendo al frente una estadística de las existencias que había en los almacenes de la burguesía, y que se encontraban ahora a disposición de todos en un vasto almacén.

Muchas industrias innecesarias fueron suprimidas pues ya no se trataba de especular, y los brazos que antes las movían, así como los brazos de los gendarmes, de los soldados, de los empleados de oficinas públicas y privadas aliviaron, con su contingente, el trabajo, que antes pesaba sólo sobre los obreros. Ya no había parásitos de ninguna clase, pues todos y cada uno de los habitantes eran, a la vez, productores y vigilantes, porque eran, a la vez, trabajadores y propietarios.

¿Para qué era necesario el gobierno? ¿Qué necesidad tenía de destrozarse esa gente cuando toda ella se sentía propietaria? Nadie podía allí ser más que otro. Cada quien producía según sus fuerzas e inteligencia, y cada quien consumía hasta llenar todas sus necesidades.

¿Qué necesidad había de acaparar?

Esa sería una tarea estúpida.

Pedro se siente dichoso, y sonríe mientras duerme. Las mariposas pasan a su lado, como si fueran parte de su sueño ...

De pronto siente Pedro un agudo dolor en la cabeza. y despierta sobresaltado. Es un gendarme, un representante de la señora Autoridad, sin la cual creen las gentes tímidas que no se puede vivir. El esbirro acaba de despertar de un puntapié en la cabeza al recio y animoso jornalero, a quien despóticamenre ordena que vaya a dormir a su casa, o, de lo contrario, lo llevará a la cárcel por vago.

¡Vago, cuando la víspera le dijo el patrón que no tendría trabajo hasta dos días después!

Pedro se estremece de indignación; vuelve la espalda al esbirro, y se marcha. En su rostro se refleja una resolución suprema.

Llega a su casa; besa a sus hijitos y, emocionado, se despide de su compañera y emprende la marcha hacia donde los vailientes se baten al grito de ¡Viva Tierra y Libertad!

(De Regeneración, del número 88, fechado el 4 de mayo de 1912).
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