Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimoTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Cuarta parte

I

Ahora bien, muchos pueblos fueron fundándose uno por uno, y las diferentes ramas de las tribus se iban reuniendo y agrupando junto a los caminos, sus caminos que habían abierto.

En cuanto a Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, no se sabía dónde estaban. Pero cuando veían a las tribus que pasaban por los caminos, al instante se ponían a gritar en la cumbre de los montes, lanzando el aullido del coyote y el grito del gato de monte, e imitando el rugido del león y del tigre.

Y viendo las tribus estas cosas cuando caminaban:

- Sus gritos son de coyote, de gato de monte, de león y de tigre, decían. Quieren aparentar que no son hombres ante todas las tribus, y sólo hacen esto para engañarnos a nosotros los pueblos. Algo desean sus corazones. Ciertamente no se espantan de lo que hacen. Algo se proponen con el rugido del león, con el rugido del tigre que lanzan cuando ven a uno o dos hombres caminando; lo que quieren es acabar con nosotros.

Cada día llegaban (los sacerdotes) a sus casas y al lado de sus mujeres, llevando solamente las crías de los abejorros y de las avispas y las crías de las abejas para darles a sus mujeres.

Cada día también llegaban ante Tohil, A vilix y Hacavitz y decían en sus corazones:

- He aquí a Tohil, Avilix y Hacavitz. Sólo la sangre de los venados y de las aves podemos ofrecerles; solamente nos sacaremos sangre de las orejas y de los brazos. Pidámosles fuerzas y vigor a Tohil, A vilix y Hacavitz. ¿Qué dirán de las muertes del pueblo, que uno por uno los vamos matando? decían entre sí cuando se dirigían a la presencia de Tohil, Avilix y Hacavitz.

Luego se punzaban las orejas y los brazos ante la divinidad, recogían su sangre y la ponían en el vaso, junto a la piedra. Pero en realidad, no eran de piedra, sino que se presentaba cada uno bajo la figura de un muchacho.

Se alegraban con la sangre de los sacerdotes y sacrificadores cuando llegaban con esta muestra de su trabajo:

- ¡Sigan sus huellas (las de los animales que sacrificaban), allá está su salvación!

- De allá vino, de Tulán, cuando nos la trajeron -les dijeron-, cuando les dieron la piel llamada Pazilizib, untada de sangre: que se derrame su sangre y que ésta sea la ofrenda de Tohil, Avilix y Hacavitz.


II

He aquí cómo comenzó el robo de los hombres de las tribus (de Vuc Amag) por Balam-Ouitzé, Balam-Acab, Mahucutah e lqui-Balam.

Luego vino la matanza de las tribus, Cogían a uno solo cuando iba caminando, o a dos cuando iban caminando, y no se sabía cuándo los cogían, y enseguida los iban a sacrificar ante Tohil y Avilix. Después regaban la sangre en el camino y ponían la cabeza por separado en el camino. Y decían las tribus: El tigre se los comió. Y lo decían así porque eran como pisadas de tigre las huellas que dejaban, aunque ellos no se mostraban.

Ya eran muchos los hombres que habían robado, pero no se dieron cuenta las tribus hasta más tarde.

- ¿Si serán Tohil y Avilix los que se introducen entre nosotros? Ellos deben ser aquellos a quienes alimentan los sacerdotes y sacrificadores. ¿En dónde estarán sus casas? ¡Sigamos sus pisadas! -dijeron todos los pueblos.

Entonces celebraron consejo entre ellos. A continuación comenzaron a seguir las huellas de los sacerdotes y sacrificadores, pero éstas no eran claras. Sólo eran pisadas de fieras, pisadas de tigre lo que veían, pero las huellas no eran claras. No estaban claras las primeras huellas, pues estaban invertidas, como hechas para que se perdieran, y no estaba claro su camino. Se formó una neblina, se formó una lluvia negra y se hizo mucho lodo; y empezó a caer una llovizna. Esto era lo que los pueblos veían ante ellos. Y sus corazones se cansaban de buscar y perseguirlos por los caminos, porque como era tan grande el ser de Tohil, Avilix y Hacavitz, se alejaban hasta allá en la cima de las montañas, en la vecindad de los pueblos que mataban.

Así comenzó el rapto de la gente cuando los brujos cogían a las tribus en los caminos y las sacrificaban ante Tohil, Avilix y Hacavitz; pero a sus (propios) hijos los salvaron allá en la montaña.

Tohil, Avilix y Hacavitz tenían la apariencia de tres muchachos y caminaban por virtud mágica de la piedra. Había un río donde se bañaban a la orilla del agua y allí únicamente se aparecían. Se llamaba por esto En el Baño de Tohil, y éste era el nombre del río. Muchas veces los veían las tribus, pero desaparecían inmediatamente cuando eran vistos por los pueblos.

Se tuvo entonces noticia de donde estaban Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, y al instante celebraron consejo las tribus sobre la manera de darles muerte.

En primer lugar quisieron tratar las tribus sobre la manera de vencer a Tohil, Avilix y Hacavitz. Y todos los sacerdotes y sacrificadores (de las tribus) dijeron ante las tribus:

- Que todos se levanten, que se llame a todos, que no haya un grupo, ni dos grupos de entre nosotros que se quede atrás de los demás.

Se reunieron todos, se reunieron en gran número y deliberaron entre sí. Y dijeron, preguntándose los unos a los otros:

- ¿Cómo haremos para vencer a los quichés de Cavec por cuya culpa se están acabando nuestros hijos y vasallos? No se sabe cómo es la destrucción de la gente. Si debemos perecer por medio de estos raptos, que así sea; y si es tan grande el poder de Tohil, Avilix y Hacavitz, entonces que sea nuestro dios este Tohil. ¡Y ojalá que lo hagan su cautivo! No es posible que ellos nos venzan. ¿No hay acaso bastantes hombres entre nosotros? Y los Cavec no son muchos -dijeron, cuando estuvieron todos reunidos.

Y algunos dijeron, dirigiéndose a las tribus cuando hablaron:

- ¿Quién ha visto a esos que se bañan en el río todos los días? Si ellos son Tohil, Avilix y Hacavitz, los venceremos primero a ellos y después comenzaremos la derrota de los sacerdotes y sacrificadores -esto dijeron varios de ellos cuando hablaron.

- ¿Pero cómo los venceremos? -preguntaron de nuevo.

- Ésta será nuestra manera de vencerlos. Como ellos tienen aspecto de muchachos cuando se dejan ver entre el agua, que vayan dos doncellas que sean verdaderamente hermosas y amabilísimas doncellas, y que les entren deseos de poseerlas -replicaron.

- Muy bien. Vamos, pues; busquemos dos preciosas doncellas -exclamaron, y enseguida fueron a buscar a sus hijas. Y verdaderamente eran bellísimas doncellas.

Luego les dieron instrucciones a las doncellas:

- Vayan, hijas nuestras, vayan a lavar la ropa al río, y si ven a los tres muchachos, desnúdense ante ellos, y si sus corazones las desean, ¡llámenlos! Si les dicen: ¿Podemos llegar a su lado? Sí, les responderán. Y cuando les pregunten: ¿De dónde vienen; hijas de quién son?, contestarán: Somos hijas de los Señores.

Luego les dirán:

Venga una prenda suya. Y si después que les hayan dado alguna cosa ellos les quieren besar la cara, entréguense de veras a ellos. Y si no se entregan, las mataremos. Después nuestro corazón estará satisfecho. Cuando tengan la prenda, traíganla para aca y ésta será la prueba, a nuestro juicio, de que ellos se allegaron a ustedes.

Así dijeron los Señores cuando aconsejaron a las dos doncellas. He aquí los nombres de éstas: lxtah Se llamaba una de las doncellas y la otra Ixpuch. Y a las dos llamadas Ixtah e Ixpuch las mandaron al río, al baño de Tohil, Avilix y Hacavitz. Esto fue lo que dispusieron todas las tribus.

Se marcharon enseguida, bien adornadas, y verdaderamente estaban muy hermosas cuando se fueron allá donde se bañaba Tohil, a que las vieran y a lavar. Cuando ellas se fueron, se alegraron los Señores porque habían enviado a sus dos hijas.

Luego que éstas llegaron al río comenzaron a lavar. Ya se habían desnudado las dos y estaban arrimadas a las piedras cuando llegaron Tohil, Avilix y Hacavitz.

Llegaron allá a la orilla del río y quedaron un poco sorprendidos al ver a las dos jóvenes que estaban lavando, y las muchachas se avergonzaron al punto cuando llegó Tohil. Pero a Tohil no se le antojaron las dos doncellas. Y entonces les preguntó:

- ¿De dónde vienen? -así les dijo a las dos doncellas y agregó -: ¿Qué cosa quieren que vienen aquí hasta la orilla de nuestra agua?

Y ellas contestaron:

- Se nos ha mandado por los Señores que vengamos acá. Vayan a verles las caras a los Tohil Y hablen con ellos, nos dijeron los Señores; y traigan luego la prueba de que les han visto la cara, se nos ha dicho -así hablaron las dos muchachas, dando a conocer el objeto de su llegada.

Ahora bien, lo que querían las tribus era que las doncellas fueran violadas por los naguales de Tohil. Pero Tohil, Avilix y Hacavitz les dijeron, hablando de nuevo a Ixtah e Ixpuch, que así se llamaban las dos doncellas:

- Está bien, con ustedes irá la prueba de nuestra plática. Esperen un poco y luego se la darán a los Señores -les dijeron.

Luego entraron en consulta los sacerdotes y sacrificadores y les dijeron a Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam:

- Pinten tres capas, pinten en 'ellas la señal de su ser para que les llegue a las tribus y se vayan con las dos muchachas que están lavando. Dénsenlas a ellas -les dijeron a Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah.

Enseguida se pusieron los tres a pintar. Primero pintó un tigre Balam-Quitzé; la figura fue hecha y pintada en la superficie de la manta. Luego Balam-Acab pintó la figura de un águila sobre la superficie de la manta; y luego Mahucutah pintó por todas partes abejorros y avispas, cuya figura y dibujos pintó sobre la tela. Y acabaron sus pinturas los tres, tres piezas pintaron.

A continuación fueron a entregar las mantas a Ixtah e Ixpuch, así llamadas, y les dijeron Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah:

- Aquí está la prueba de su conversación; llévenla ante los Señores: En verdad nos ha hablado Tohil, dirán, he aquí la prueba que traemos, les dirán, y que se vistan con las ropas que ustedes les darán -esto les dijeron a las doncellas cuando las despidieron.

Ellas se fueron enseguida, llevando las llamadas mantas pintadas.

Cuando llegaron, se llenaron de alegría los Señores al ver sus rostros y sus manos, de las cuales colgaba lo que habían ido a pedir las doncellas.

- ¿Le vieron la cara a Tohil? -les preguntaron.

- Sí se la vimos, respondieron Ixtah e Ixpuch.

- Muy bien. ¿Y traen la prenda, no es verdad? -preguntaron los Señores, pensando que ésta era la señal de su pecado.

Extendieron entonces las jóvenes las mantas pintadas, todas llenas de tigres y de águilas y llenas de abejorros y de avispas, pintados en la superficie de la tela y que brillaban ante la vista. Enseguida les entraron deseos de ponérselas.

Nada le hizo el tigre cuando el Señor se echó a las espaldas la primera pintura. Luego se puso el Señor la segunda pintura con el dibujo del águila. El Señor se sentía muy bien, metido dentro de ella. Y así, daba vueltas delante de todos. Luego se quitó las faldas ante todos y se puso el Señor la tercera manta pintada. Y he aquí que se echó encima los abejorros y las avispas que contenía. Al instante le picaron las carnes los zánganos y las avispas. Y no pudiendo sufrir ni tolerar las picaduras de los animales, el Señor empezó a dar de gritos a causa de los animales cuyas figuras estaban pintadas en la tela, la pintura de Mahucutah, que fue la tercera que pintaron.

Así fueron vencidos. Enseguida los Señores reprendieron a las doncellas llamadas Ixtah e Ixpuch:

- ¿Qué clase de ropas son las que han traído? ¿Dónde fueron a traerlas, demonios? -les dijeron a las doncellas cuando las reprendieron.

Todos los pueblos fueron vencidos por Tohil.

Ahora bien, lo que querían era que Tohil se hubiera ido a divertir con Ixtah e Ixpuch y que éstas se hubieran vuelto rameras, pues creían las tribus que les servirían de tentación.

Pero no fue posible que lo vencieran, gracias a aquellos hombres prodigiosos: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam.


III

Entonces celebraron consejo nuevamente todas las tribus.

- ¿Qué haremos con ellos? En verdad grande es su condición -dijeron cuando se reunieron de nuevo en consejo-. Pues bien, los acecharemos, los mataremos, nos armaremos de arcos y de escudos. ¿No somos acaso numerosos? Que no haya uno, ni dos de entre nosotros que se quede atrás.

Así hablaron cuando celebraron consejo.

Y se armaron todos los pueblos.

Muchos eran los guerreros cuando se reunieron todos los pueblos para darles muerte.

Mientras tanto estaban Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, estaban en el monte Hacavitz, en el cerro de este nombre.

Estaban allí para salvar a sus hijos en la montaña.

Y no era mucha su gente, no tenían una muchedumbre como la muchedumbre de los pueblos.

Era pequeña la cumbre del monte donde tenían asiento y por eso las tribus dispusieron matarlos cuando se reunieron todos, se congregaron y levantaron todos.

Así fue, pues, la reunión de todos los pueblos, todos armados de sus arcos y sus escudos. No era posible contar la riqueza de sus armas; era muy hermoso el aspecto de todos los jefes y varones, y ciertamente todos cumplían sus órdenes.

- Serán destruidos definitivamente, y en cuanto a Tohil, será nuestro dios, lo adoraremos, si lo hacemos prisionero -dijeron entre ellos.

Pero Tohil lo sabía todo y lo sabían también Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah. Ellos oían todo lo que proyectaban, porque no dormían, ni descansaban desde que se armaron de sus armas todos los guerreros.

Enseguida se levantaron todos los guerreros y se pusieron en camino con la intención de introducirse por la noche. Pero no llegaron, sino que estuvieron en vela en el camino todos los guerreros y luego fueron derrotados por Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah.

Se quedaron todos en vela en el camino y nada sintieron hasta que acabaron por dormirse. Luego comenzaron a arrancarles las cejas y las barbas; después les quitaron los adornos de metal del cuello, sus coronas y collares. Y les quitaron el metal del puño de sus picas. Lo hicieron así para castigarlos y para humillarlos y para darles una muestra del poderío de la gente quiché.

En cuanto despertaron quisieron tomar sus coronas y sus varas, pero ya no tenían el metal en el puño ni sus coronas.

- ¿Quién nos ha despojado? ¿Quién nos ha arrancado las barbas? ¿De dónde han venido a robarnos nuestros metales preciosos? decían todos los guerreros. ¿Serán esos demonios que se roban a los hombres? Pero no conseguirán infundirnos miedo. Entremos por la fuerza a su ciudad y así volveremos a verle la cara a nuestra plata; esto les haremos -dijeron todas las tribus, y todos ciertamente cumplirían su palabra.

Entre tanto estaban tranquilos los corazones de los sacerdotes y sacrificadores en la cumbre de la montaña. Y habiendo consultado Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, construyeron una muralla en las orillas de su ciudad y la cercaron de tablas y aguijones.

Luego hicieron unos muñecos que tomaron forma de hombres, y los pusieron en fila sobre la muralla, los armaron de escudos y de flechas y los adornaron poniéndoles las coronas de metal en la cabeza.

Esto les pusieron a aquellos simples muñecos y maniquíes, los adornaron con la plata de las tribus que les habían ido a quitar en el camino y con esto adornaron a los muñecos.

Hicieron unos fosos alrededor de la ciudad y enseguida le pidieron consejo a Tohil:

- ¿Nos matarán? ¿Nos vencerán? -dijeron sus corazones a Tohil.

- ¡No se aflijan! Yo estoy aquí. Y esto les van a poner. No tengan miedo -les dijo a Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam.

Luego les dieron los zánganos y las avispas. Esto fue lo que les fueron atraer. Y cuando vinieron los pusieron entre cuatro grandes calabazas que colocaron alrededor de la ciudad. Encerraron los zánganos y las avispas dentro de las calabazas, para combatir con ellos a los pueblos.

La ciudad estaba vigilada desde lejos, espiada y observada por los agentes de las tribus.

- No son numerosos -decían.

Pero sólo vieron a los muñecos y los maniquíes que meneaban suavemente sus arcos y sus escudos. Verdaderamente tenían la apariencia de hombres, tenían en verdad aspecto de combatientes cuando los vieron las tribus, y todas las tribus se alegraron porque vieron que no eran muchos.

Las tribus eran muy numerosas; no era posible contar la gente, los guerreros y soldados que iban a matar a Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah, quienes estaban en el monte Hacavitz, nombre del lugar donde se hallaban.

Ahora contaremos cómo fue su llegada.


IV

Estaban, pues, Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, estaban todos juntos en la montaña con sus mujeres y sus hijos cuando llegaron todos los guerreros y soldados. Las tribus no se componían de dieciséis mil, ni de veinticuatro mil hombres.

Rodearon toda la ciudad, lanzando grandes gritos, armados de flechas y de escudos, tañendo tambores, dando el grito de guerra, silbando, vociferando, incitando a la pelea, cuando llegaron al pie de la ciudad.

Pero no se amedrentaban los sacerdotes y sacrificadores, solamente los veían desde la orilla de la muralla, donde estaban en buen orden con sus mujeres y sus hijos. Sólo pensaban en los esfuerzos y vociferaciones de las tribus cuando subían éstas por las faldas del monte.

Poco faltaba ya para que se arrojaran sobre la entrada de la ciudad, cuando abrieron las cuatro calabazas que estaban a las orillas de la ciudad, cuando salieron los zánganos y las avispas, como una humareda salieron de las calabazas. Y así perecieron los guerreros a causa de los insectos que les mordían las niñas de los ojos, y se les prendían de las narices, la boca, las piernas y los brazos.

- ¿En dónde están -decían-, los que fueron a coger, los que fueron a sacar todos los zánganos y avispas que aquí están?

Directamente iban a picarles las niñas de los ojos, zumbaban en bandadas los animalejos sobre cada uno de los hombres; y aturdidos por los zánganos y las avispas, ya no pudieron empuñar sus arcos ni sus escudos, que estaban doblados en el suelo.

Cuando caían quedaban tendidos en las faldas de la montaña y ya no sentían cuando les disparaban las flechas y los herían las hachas. Solamente palos sin punta usaron Balam-Quitzé y Balam-Acab. Sus mujeres también entraron a matar. Sólo una parte regresó y todas las tribus echaron acorrer. Pero los primeros que cogieron los acabaron, los mataron; no fueron pocos los hombres que murieron, y no murieron los que ellos pensaban perseguir, sino los que los insectos atacaban. Tampoco fue obra de valentía, porque no murieron por las flechas ni por los escudos.

Entonces se rindieron todas las tribus. Se humillaron los pueblos ante Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah.

- Tengan piedad de nosotros, no nos maten -exclamaron.

- Muy bien. Aunque son dignos de morir, se volverán (nuestros) vasallos por toda la vida -les dijeron.

De esta manera fue la derrota de todas las tribus por nuestras primeras madres y padres; y esto pasó allá sobre el monte Hacavitz, como ahora se le llama. En éste fue donde primero estuvieron fundados, donde se multiplicaron y aumentaron, engendraron sus hijas, dieron el ser a sus hijos, sobre el monte Hacavitz.

Estaban, pues, muy contentos cuando vencieron a todas las tribus, a las que derrotaron allá en la cumbre del monte. Así fue como llevaron a cabo la derrota de las tribus, de todas las tribus. Después de esto descansaron sus corazones. Y les dijeron a sus hijos que cuando los quisieron matar, ya se acercaba la hora de su muerte.

Y ahora contaremos la muerte de Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, así llamados.


V

Y como ya presentían su muerte y su fin, les dieron sus consejos a sus hijos. No estaban enfermos, no sentían dolor ni agonía cuando dejaron sus recomendaciones a sus hijos.

Éstos son los nombres de sus hijos: Balam-Quitzé tuvo dos hijos, Qocaib se llamaba el primero y Qocavib era el nombre del segundo hijo de Balam-Quitzé, el abuelo y padre de los de Cavec.

Y éstos son los dos hijos que engendró Balam-Acab; he aquí sus nombres: Qoacul se llamaba el primero de sus hijos y Qoacutec fue llamado el segundo hijo de Balam-Acab, de los de Nihaib.

Mahucutah tuvo solamente un hijo, que se llamaba Qoahau.

Aquellos tres tuvieron hijos, pero Iqui-Balam no tuvo hijos. Ellos eran verdaderamente los sacrificadores, y éstos son los nombres de sus hijos.

Así, pues, se despidieron de ellos. Estaban juntos los cuatro y se pusieron a cantar, sintiendo tristeza en sus corazones; y sus corazones lloraban cuando cantaron el Camucú, que así se llamaba la canción que cantaron cuando se despidieron de sus hijos.

- ¡Oh hijos nuestros! Nosotros nos vamos, nosotros regresamos; sanas recomendaciones y sabios consejos les dejamos. Y ustedes, también, que vinieron de nuestra lejana Patria, ¡oh esposas nuestras! -les dijeron a sus mujeres, y de cada una de ellas se despidieron-. Nosotros nos volvemos a nuestro pueblo, ya está en su sitio Nuestro Señor de los Venados, manifiesto está en el cielo. Vamos a emprender el regreso, hemos cumplido nuestra misión, nuestros días están terminados. Piensen, pues, en nosotros, no nos borren (de la memoria), ni nos olviden. Volverán a ver sus hogares y sus montañas, establézcanse allí, y que ¡así sea! Continúen su camino y verán de nuevo el lugar de donde vinimos.

Estas palabras pronunciaron cuando se despidieron. Luego dejó Balam-Quitzé la señal de su existencia:

- Éste es un recuerdo que dejo para ustedes. Éste será su poder. Yo me despido lleno de tristeza -agregó.

Entonces dejó la señal de su ser, el Pizom-Gagal, así llamado, cuyo contenido era invisible, porque estaba envuelto y no podía desenvolverse; no se veía la costura porque no se vio cuando lo envolvieron.

De esta manera se despidieron y enseguida desaparecieron allá en la cima del monte Hacavitz.

No fueron enterrados por sus mujeres, ni por sus hijos, porque no se vio qué se hicieron cuando desaparecieron. Sólo se vio claramente su despedida, y así el Envoltorio fue muy querido para ellos. Era el recuerdo de sus padres e inmediatamente quemaron copal ante este recuerdo de sus padres.

Y entonces fueron creados los hombres por los Señores que sucedieron a Balam-Quitzé, cuando dieron principio los abuelos y padres de los de Cavec; pero no desaparecieron sus hijos, los llamados Qocaib y Qocavib.

Así murieron los cuatro, nuestros primeros abuelos y padres; así desaparecieron, dejando a sus hijos sobre el monte Hacavitz, allá donde permanecieron sus hijos.

Y estando ya los pueblos sometidos y terminada su grandeza, las tribus ya no tenían ningún poder y vivían todas dedicadas a servir diariamente.

Se acordaban de sus padres; grande era para ellos la gloria del Envoltorio. Jamás lo desataban, sino que estaba siempre enrollado y con ellos. Envoltorio de Grandeza le llamaron cuando ensalzaron y pusieron nombre a la custodia que les dejaron sus padres como señal de su existencia.

Así fue, pues, la desaparición y fin de Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, los primeros varones que vinieron de allá del otro lado del mar, de donde nace el sol. Hacía mucho tiempo que habían venido aquí cuando murieron, siendo muy viejos, los jefes y sacrificadores así llamados.


VI

Luego dispusieron irse al Oriente, pensando cumplir así la recomendación de sus padres que no habían olvidado. Hacía mucho tiempo que sus padres habían muerto cuando las tribus les dieron sus mujeres, y se emparentaron cuando los tres tomaron mujer. y al marcharse dijeron:

- Vamos al Oriente, allá de donde vinieron nuestros padres.

Así dijeron cuando se pusieron en camino los tres hijos. Qocaib se llamaba el uno y era hijo de Balam-Quitzé, de los de Cavec. El llamado Qoacutec era hijo de Balam-Acab, de los de Nihaib; y el otro que se llamaba Qoahau era hijo de Mahucutah, de los Ahau-Quiché.

Éstos son pues, los nombres de los que fueron allá al otro lado del mar; los tres se fueron entonces, y estaban dotados de inteligencia y de experiencia, su condición no era de hombres vanos. Se despidieron de todos sus hermanos y parientes y se marcharon alegremente. No moriremos, volveremos, dijeron cuando se fueron los tres.

Seguramente pasaron sobre el mar cuando llegaron allá al Oriente, cuando fueron a recibir la investidura del reino. Y éste era el nombre del Señor, Rey del Oriente a donde llegaron. Cuando llegaron ante el Señor Nacxit, que éste era el nombre del gran Señor, el único juez supremo de todos los reinos, aquél les dio las insignias del reino y todos sus distintivos. Entonces vinieron las insignias de los Ahpop y los Ahpop-Camhá, y entonces vino la insignia de la grandeza y del señorío del Ahpop y el Ahpop-Camhá, y Nacxit acabó de darles las insignias de la realeza, cuyos nombres son: el dosel, el trono, las flautas de hueso, el cham-cham, cuentas amarillas, garras de león, garras de tigre, cabezas y patas de venado, palios, conchas de caracol, tabaco, calabacillas, plumas de papagayo, estandartes de pluma de garza real, tatam y caxcón. Todo esto trajeron los que vinieron, cuando fueron a recibir al otro lado del mar las pinturas de Tulán, las pinturas, como le llamaban a aquello en que ponían sus historias.

Luego, habiendo llegado a su pueblo llamado Hacavitz, se juntaron allí todos los de Tamub y de Ilocab; todas las tribus se juntaron y se llenaron de alegría cuando llegaron Qocaib, Qoacutec y Qoahau, quienes tomaron nuevamente allí el gobierno de las tribus.

Se alegraron los de Rabinal, los cakchiqueles y los de Tziquinahá. Ante ellos se manifestaron las insignias de la grandeza del reino. Grande era también la existencia de las tribus, aunque no se había acabado de manifestar su poderío. Y estaban allí en Hacavitz, estaban todos con los que vinieron del Oriente. Allí pasaron mucho tiempo, allí en la cima de la montaña estaban en gran número.

Allí también murieron las mujeres de Balam-Quitzé, Balam-Acab y Mahucutah.

Se vinieron después, abandonando su patria y buscaron otros lugares donde establecerse. Incontables son los sitios donde se establecieron, donde estuvieron, y a los cuales les dieron nombre. Allí se reunieron y aumentaron nuestras primeras madres y nuestros primeros padres. Así decían los antiguos cuando contaban cómo despoblaron su primera ciudad llamada Hacavitz y vinieron a fundar otra ciudad que llamaron Chi-Quix.

Mucho tiempo estuvieron en esta otra ciudad, donde tuvieron hijas y tuvieron hijos. Allí estuvieron en gran número, y eran cuatro los montes a cada uno de los cuales le dieron el nombre de su ciudad. Casaron a sus hijas y a sus hijos; solamente las regalaban y los regalos y mercedes que les hacían los recibían como precio de sus hijas y así llevaban una existencia feliz.

Pasaron después por cada uno de los barrios de la ciudad, cuyos diversos nombres son: Chi-Quix, Chichac, Humetahá, Culbá y Cavinal. Éstos eran los nombres de los lugares donde se detuvieron. Y examinaban los cerros y sus ciudades y buscaban los lugares deshabitados porque todos juntos eran ya muy numerosos.

Ya eran muertos los que habían ido al Oriente a recibir el señorío. Ya eran viejos cuando llegaron a cada una de las ciudades. No se acostumbraron a los diferentes lugares que atravesaron; muchos trabajos y penas sufrieron y hasta después de mucho tiempo no llegaron a su pueblo los abuelos y padres. He aquí el nombre de la ciudad a donde llegaron.


VII

Chi-Izmachí es el nombre del asiento de su ciudad, donde estuvieron después y se establecieron. Allí desarrollaron su poder y construyeron edificios de cal y canto bajo la cuarta generación de reyes.

Y gobernaron Conaché y Beleheb-Queh, el Gales-Ahau. Enseguida reinaron el rey Cotuhá e Iztayul, así llamados, Ahpop y Ahpop-Camhá, quienes reinaron allí en Izmachí, que fue la hermosa ciudad que construyeron.

Solamznte tres Casas grandes existieron allí en Izmachí. No había entonces las veinticuatro Casas grandes, solamente tres eran sus Casas grandes, una sola Casa grande de los Cavec, una sola Casa grande de los Nihaib y una sola de los Ahau-Quiché. Sólo dos tenían Casas grandes, las dos ramas de la familia (los quichés y los Tamub).

Y estaban allí en Izmachí con un solo pensamiento, sin animadversiones ni dificultades; tranquilo estaba el reino, no tenían pleitos ni riñas, sólo la paz y la felicidad estaban en sus corazones. No había envidia ni tenían celos. Su grandeza era limitada, no habían pensado en engrandecerse ni en aumentar. Cuando trataron de hacerla, empuñaron el escudo allí en Izmachí y sólo para dar muestras de su imperio, en señal de su poder y señal de su grandeza.

Viendo esto los de Ilocab, comenzó la guerra por parte de los de Ilocab, quienes quisieron ir a matar al rey Cotuhá, deseando tener solamente un jefe suyo. Y en cuanto al Señor Iztayul, querían castigarlo, que fuera castigado por los de Ilocab y que le diesen muerte. Pero su envidia no les dio resultado contra el rey Cotuhá, quien cayó sobre ellos antes que los de Ilocab pudiesen darle muerte al rey.

Así fue el principio de la revuelta y de las disensiones de la guerra. Primero atacaron la ciudad y llegaron los guerreros, y lo que querían era la ruina de la raza quiché, deseando reinar ellos solos. Pero sólo llegaron a morir, fueron capturados y cayeron en cautividad y no fueron muchos de entre ellos los que lograron escapar.

Enseguida comenzaron a sacrificarlos; los de Ilocab fueron sacrificados ante el dios, y éste fue el pago de sus pecados por orden del rey Cotuhá. Muchos fueron también los que cayeron en esclavitud y en servidumbre; sólo fueron a entregarse y ser vencidos por haber dispuesto la guerra contra los Señores y contra la ciudad. La destrucción y la ruina de la raza y del rey del Quiché era lo que deseaban sus corazones; pero no lo consiguieron.

De esta manera nacieron los sacrificios de los hombres ante los dioses, cuando se libró la guerra de los escudos, que fue la causa de que se comenzaran a hacer las fortificaciones de la ciudad de Izmachí.

Allí comenzó y se originó su poderío, porque era realmente grande el imperio del rey del Quiché. En todo sentido eran reyes prodigiosos; no había quien pudiera dominarlos, ni había nadie que los pudiera humillar. Y fueron asimismo los creadores de la grandeza del reino que se fundó allí en Izmachí.

Allí creció el temor a su dios, sentían temor y se llenaron de espanto todas las tribus, grandes y pequeñas, que presenciaban la llegada de los cautivos, los cuales eran sacrificados y matados por obra del poder y señorío del rey Cotuliá, del rey Iztayul y los de Nihaib y de Abau-Quiché.

Solamente tres ramas de la familia (quiché) estuvieron allí en Izmachí, que así se llamaba la ciudad, y allí comenzaron también los festines y orgías con motivo de sus hijas, cuando llegaban a pedirlas en matrimonio.

Y así se juntaban las tres Casas grandes, por ellos así llamadas, y allí bebían sus bebidas, allí comían también su comida, que era el precio de sus hermanas, el precio de sus hijas, y sus corazones se alegraban cuando lo hacían y comían y bebían en las Casas grandes.

- Éstos son nuestros agradecimientos y así abrimos el camino a nuestra posteridad y nuestra descendencia; ésta es la demostración de nuestro consentimiento para que sean esposas y maridos - decían.

Allí se identificaron, y allí les dieron sus nombres, se distribuyeron en parcialidades, en las siete tribus principales y en cantones.

- Unámonos, nosotros los de Cavec, nosotros los de Nihaib y nosotros los de Ahau-Quiché -dijeron las tres familias y las tres Casas grandes.

Por largo tiempo estuvieron allí en Izmachí, hasta que encontraron y vieron otra ciudad y abandonaron la de Izmachí.


VIII

Después de haberse levantado de allá, vinieron aquí a la ciudad de Gumarcaah, nombre que le dieron los quichés cuando vinieron los reyes Cotuhá y Gucumatz y todos los Señores. Habían entrado entonces en la quinta generación de hombres desde el principio de la civilización y de la población, el principio de la existencia de la Nación.

Allí, pues, hicieron muchos sus casas y asimismo construyeron el templo del dios; en el centro de la parte alta de la ciudad lo pusieron cuando llegaron y se establecieron.

Luego fue el crecimiento de su imperio. Eran muchos y numerosos cuando celebraron consejo en sus Casas grandes. Se reunieron y se dividieron, porque habían surgido disensiones y existían celos entre ellos por el precio de sus hermanas y de sus hijas, y porque ya no hacían sus bebidas en su presencia.

Ésta fue, pues, la causa de que se dividieran y que se volvieran unos contra otros y se arrojaran las calaveras de los muertos, se las arrojaran entre sí. Entonces se dividieron en nueve familias, y habiendo terminado el pleito de las hermanas y de las hijas, ejecutaron la disposición de dividir el reino en veinticuatro Casas grandes, lo que así se hizo. Hace mucho tiempo que vinieron todos aquí a su ciudad, cuando terminaron las veinticuatro Casas grandes, allí en la ciudad de Gumarcaah, que fue bendecida por el Señor Obispo. Posteriormente la ciudad fue abandonada.

Allí se engrandecieron, allí instalaron con esplendor sus tronos y sitiales, y se distribuyeron sus honores entre todos los Señores. Se formaron nueve familias con los nueve Señores de Cavec, nueve con los señores de Nihaib, cuatro con los Señores de Ahau-Quiché y dos con los señores de Zaquic.

Se volvieron muy numerosos y muchos eran también los que seguían a cada uno de los Señores; éstos eran los primeros entre sus vasallos y muchísimas eran las familias de cada uno de los Señores.

Diremos ahora los nombres de cada uno de los Señores de cada una de las Casas grandes. He aquí, pues, los nombres de los Señores de Cavec. El primero de los Señores era el Ahpop, (luego) el Ahpop-Carnhá, el Ah-Tohil, el Ah-Gucumatz, el Nim-Chocoh-Cavec, el Popol-Vinac-Chituy, el Lol-met-Quehnay, el Popol-Vinac Pahom Tzalatz y el Uchuch-Camhá.

Éstos eran, pues, los Señores de los de Cavec, nueve Señores. Cada uno tenía su Casa grande. Más adelante aparecerán de nuevo.

He aquí los Señores de los de Nihaib. El primero era el Ahau-Galel, luego vienen el Ahau-Ahtzic-Vinac, el Gatel-Carnhá, el Nimá-Carnhá, el Uchuch-Camhá, el Nim-Chocoh-Nihaibab, el Avilix, el Yacolatam, el Utz-am-pop-Zactatol y el Nimá-Lolmet-Ycoltux, los nueve Señores de los de Nihaib.

Y en cuanto a los de Ahau-Quiché, éstos son los nombres de los Señores: Ahtzic-Vinac, Ahau-Lolmet, Ahau-Nim-Chocoh-Ahau y Ahau-Hacavitz, cuatro Señores de los Ahau-Quiché, en el orden de sus Casas grandes.

Y dos eran las familias de los Zaquic, los Señores Tzutuhá y Galel-Zaquic. Estos dos señores sólo tenían una Casa grande.


IX

De esta manera se completaron los veinticuatro Señores y existieron las veinticuatro Casas grandes. Así crecieron la grandeza y el poderío del Quiché. Entonces se engrandeció y dominó la superioridad de los hijos del Quiché, cuando construyeron de cal y canto la ciudad de los barrancos.

Vinieron los pueblos pequeños, los pueblos grandes ante la persona del rey. Se engrandeció el Quiché cuando surgió su gloria y majestad, cuando se levantaron la casa del dios y la casa de los Señores. Pero no fueron éstos los que las hicieron ni las trabajaron, ni tampoco construyeron sus casas, ni hicieron la casa del dios, pues fueron (hechas) por sus hijos y vasallos, que se habían multiplicado.

Y no fue engañándolos, ni robándolos, ni arrebatándolos violentamente, porque en realidad pertenecía cada uno a los Señores, y fueron muchos sus hermanos y parientes que se habían juntado y se reunían para oír las órdenes de cada uno de los Señores.

Verdaderamente los amaban y grande era la gloria de los Señores; y era tenido en gran respeto el día en que habían nacido los Señores por sus hijos y vasallos, cuando se multiplicaron los habitantes del campo y de la ciudad.

Pero no fue que llegaran a entregarse todas las tribus, ni que cayeran en batalla los (habitantes de los) campos y las ciudades, sino que se engrandecieron a causa de los Señores prodigiosos, del rey Gucumatz y del rey Cotuhá. Verdaderamente, Gucumatz era un rey prodigioso. Siete días subía al cielo y siete días caminaba para descender a Xibalbá; siete días se convertía en culebra y verdaderamente se volvía serpiente; siete días se convertía en águila, siete días se convertía en tigre: verdaderamente su apariencia era de águila y de tigre. Otros siete días se convertía en sangre coagulada y solamente era sangre en reposo.

En verdad era maravillosa la naturaleza de este rey, y todos los demás Señores se llenaban de espanto ante él. Se esparció la noticia de la naturaleza prodigiosa del rey y la oyeron todos los Señores de los pueblos. y éste fue el principio de la grandeza del Quiché, cuando el rey Gucumatz dio estas muestras de su poder. No se perdió su imagen en la memoria de sus hijos y sus nietos. Y no hizo esto para que hubiera un rey prodigioso; lo hizo solamente para que hubiera un medio de dominar a todos los pueblos, como una demostración de que sólo uno era llamado a ser el jefe de los pueblos.

Fue la cuarta generación de reyes, la del rey prodigioso llamado Gucumatz, quien fue asimismo Ahpop y Ahpop-Camhá.

Quedaron sucesores y descendientes que reinaron y dominaron, y que engendraron a sus hijos, e hicieron muchas cosas. Fueron engendrados Tepepul e Iztayul, cuyo reinado fue la quinta generación de reyes, y asimismo cada una de las generaciones de estos Señores tuvo sucesión.


X

He aquí ahora los nombres de la sexta generación de reyes. Fueron dos grandes reyes, Gag-Quicab se llamaba el primer rey y el otro Cavizimah, e hicieron grandes cosas y engrandecieron el Quiché, porque ciertamente eran de naturaleza portentosa.

He aquí la destrucción y división de los campos y los pueblos de las naciones vecinas, pequeñas y grandes. Entre ellas estaba la que antiguamente fue la patria de los cakchiqueles,la actual Chuvilá, y los de Rabinal, Pamacá, la patria de los de Caoque, Zaccabahá y las ciudades de los de Zaculeu, de Chuvi-Miquiná, Xelahú, Chuvá-Tzac y Tzolohché.

Estos (pueblos) aborrecían a Quicab. Él les hizo la guerra y ciertamente conquistó y destruyó los campos y ciudades de los rabinaleros, los cakchiqueles y los de Zaculeu; llegó y venció a todos los pueblos, y lejos llevaron sus armas los soldados de Quicab. Una o dos tribus no trajeron el tributo, y entonces cayó sobre todas las ciudades y tuvieron que llevar el tributo ante Quicab y Cavizimah.

Los hicieron esclavos, fueron heridos y asaeteados contra los árboles y ya no tuvieron gloria, no tuvieron poder.

Así fue la destrucción de las ciudades que fueron al instante arrasadas hasta los cimientos. Semejante al rayo que hiere y destroza la roca, así llenó de terror en un momento a los pueblos vencidos.

Frente a Colché, como señal de una ciudad (destruida) por él, hay ahora un volcán de piedras, que casi fueron cortadas como con el filo de un hacha. Está allá en la costa llamada de Petatayub, y pueden verlo claramente hoy día las gentes que pasan, como testimonio del valor de Quicab.

No pudieron matarlo ni vencerlo, porque verdaderamente era un hombre valiente, y todos los pueblos le rendían tributo.

Y habiendo celebrado consejo todos los Señores, se fueron a fortificar las barrancas y las ciudades, habiendo conquistado las ciudades de todas las tribus. Luego salieron los vigías para observar al enemigo y fundaron a manera de pueblos en los lugares ocupados:

- Por si acaso vuelven las tribus a ocupar la ciudad -dijeron cuando se reunieron en consejo todos los Señores.

Enseguida salieron a sus puestos.

- Éstos serán como nuestros fortines y nuestros pueblos, nuestras murallas y defensas; aquí se probarán nuestro valor y nuestra hombría -dijeron todos los Señores cuando se dirigieron al puesto señalado a cada parcialidad para pelear con los enemigos.

Y habiendo celebrado consejo todos los Señores, se fueron a fortificar las barrancas y las ciudades.

- ¡Vayan allá, porque ya son tierra nuestra! ¡No tengan miedo si hay todavía enemigos que vengan a ustedes para matarlos; vengan aprisa a dar parte y yo iré a darles muerte! -les dijo Quicab cuando los despidió a todos en presencia del Galel y el Ahtzic-Vinac.

Se marcharon entonces los flecheros y los honderos, así llamados. Entonces se repartieron los abuelos y padres de toda la nación quiché. Estaban en cada uno de los montes y eran como guardias de los montes, como guardianes de las flechas y las hondas y centinelas de la guerra. No eran de distinto origen ni tenían diferente dios, cuando se fueron. Solamente iban a fortificar sus ciudades.

Salieron entonces todos los de Uvilá, los de Chulimal, Zaquiyá, Xahbaquieh, Chi-Temah, Vahxalahuh, y los de Cabracán, Chabicac-Chi-Hunahpú, y los de Macá, los de Xoyabah, los de Zaccabahá, los de Ziyahá, los de Miquiná, los de Xelahuh, y los de la costa. Salieron a vigilar la guerra y a guardar la tierra, cuando se fueron por orden de Quicab y Cavizimah, (que eran) el Ahpop y el Ahpop-Camhá, y del Galel y el Ahtzic-Vinac, que eran los cuatro Señores.

Fueron enviados para vigilar a los enemigos de Quicab y Cavizimah, nombres de los reyes, ambos de la Casa de Cavec, de Queemá, nombre del Señor de los de Nihaib, y de Achac-Iboy, nombre del Señor de los Ahau-Quiché. Éstos eran los nombres de los Señores que los enviaron y despacharon cuando se fueron sus hijos y vasallos a las montañas, a cada una de las montañas.

Se fueron enseguida y trajeron cautivos, trajeron prisioneros a presencia de Quicab, Cavizimah, el Galel y el Ahtzic-Vinac. Hicieron la guerra los flecheros y los honderos, haciendo cautivos y prisioneros. Fueron unos héroes los defensores de los puestos, y los Señores les dieron y prodigaron sus premios cuando aquéllos vinieron a entregar todos sus cautivos y prisioneros.

A continuación se reunieron en consejo por orden de los Señores, el Ahpop, el Ahpop-Camhá, el Galel y el Ahtzic-Vinac, y dispusieron y dijeron que los que allí estaban primero tendrían la dignidad de representantes de su familia.

- ¡Yo soy el Ahpop! ¡Yo soy el Ahpop-Camhá!, mía será la dignidad de Ahpop; mientras que la tuya, Ahau-Galel, será la dignidad de Galel -dijeron todos los Señores cuando celebraron su consejo.

Lo mismo hicieron los de Tamub y los de Ilocab; igual fue la condición de las tres parcialidades del Quiché cuando nombraron capitanes y ennoblecieron por primera vez a sus hijos y vasallos. Tal fue el resultado de la consulta. Pero no fueron hechos capitanes aquí en el Quiché.

Tiene su nombre el monte donde fueron hechos capitanes por primera vez los hijos y vasallos, cuando los enviaron a todos, cada uno a su monte, y se reunieron todos. Xebalax y Xecamax son los nombres de los montes donde fueron hechos capitanes y recibieron sus cargos. Esto pasó en Chulimal.

Así fue el nombramiento, la promoción y distinción de los veinte Galel, de los veinte Ahpop, que fueron nombrados por el Ahpop y el Ahpop-Camhá y por el Galel y el Ahtzic-Vinac. Recibieron sus dignidades todos los Galel-Ahpop, once Nim-Chocoh, Galel-Ahau, Galel-Zaquic, el Galel-Achih, Rahpop-Achih, Rahtzalam-Achih, Utzam-Achih, nombres que recibieron los guerreros cuando les confirieron los títulos y distinciones en sus tronos y asientos, siendo los primeros hijos y vasallos de la nación quiché, sus vigías, sus escuchas, los flecheros, los honderos, murallas, puertas, fortines y bastiones del Quiché.

Así también lo hicieron los de Tamub e Ilocab; nombraron y ennoblecieron a los primeros hijos y vasallos que había en cada lugar.

Éste fue, pues, el origen de los Galel-Ahpop y de las dignidades que existen ahora en cada uno de estos lugares. Así fue su origen cuando surgieron. Por el Ahpop y el Ahpop-Camhá, por el Galel y el AhtzicVinac aparecieron.


XI

Diremos ahora el nombre de la casa del dios. La casa era designada asimismo con el nombre del dios. El Gran Edificio de Tohil era el nombre del edificio del templo de Tohil, de los de Cavec. Avilix era el nombre del edificio del templo de Avilix, de los de Nihaib; y Hacavitz era el nombre del edificio del templo del dios de los Ahau-Quiché.

Tzutuhá, que se ve en Cahbahá, es el nombre de un gran edificio, en el cual había una piedra que adoraban todos los Señores del Quiché y que era adorada también por todos los pueblos.

Los pueblos hacían primero sus sacrificios ante Tohil y después iban a ofrecer sus respetos al Ahpop y al Ahpop-Camhá. Luego iban a presentar sus plumas ricas y su tributo ante el rey. Y los reyes a quienes sostenían eran el Ahpop y el Ahpop-Camhá, que habían conquistado sus ciudades.

Grandes Señores y hombres prodigiosos eran los reyes portentosos Gucumatz y Cotuhá, y los reyes portentosos Quicab y Cavizimah. Ellos sabían si se haría la guerra y todo era claro ante sus ojos; veían si habría mortandad o hambre, si habría pleitos. Sabían bien que había donde podían verlo, que existía un libro por ellos llamado Popol Vuh.

Pero no sólo de esta manera era grande la condición de los Señores. Grandes eran también sus ayunos. Y esto era en pago de haber sido creados y en pago de su reino. Ayunaban mucho tiempo y hacían sacrificios a sus dioses. He aquí cómo ayunaban: Nueve hombres ayunaban y otros nueve hacían sacrificios y quemaban incienso. Trece hombres más ayunaban, otros trece hacían ofrendas y quemaban incienso ante Tohil. Delante de su dios se alimentaban únicamente de frutas, de zapotes, de matasanos y de jocotes. Y no tenían tortillas que comer.

Ya fuesen diecisiete hombres los que hacían el sacrificio, o diez los que ayunaban, de verdad no comían. Cumplían con sus grandes preceptos, y así demostraban su condición de Señores.

Tampoco tenían mujeres con quienes dormir, sino que se mantenían solos, ayunando. Estaban en la casa del dios, estaban todo el día en oración, quemando incienso y haciendo sacrificios. Así permanecían del anochecer a la madrugada, gimiendo en sus corazones y en su pecho, y pidiendo por la felicidad y la vida de sus hijos y vasallos y asimismo por su reino, y levantando sus rostros al cielo.

He aquí sus peticiones a su dios, cuando oraban; y ésta era la súplica de sus corazones:

¡Oh tú, hermosura del día! ¡Tú, Huracán; tú, Corazón del Cielo y de la Tierra! ¡Tú, dador de la riqueza, y dador de las hijas y de los hijos! Vuelve hacia acá tu gloria y tu riqueza¡ concédeles la vida y el desarrollo a mis hijos y vasallos; que se multipliquen y crezcan los que han de alimentarte y mantenerte¡ los que te invocan en los caminos, en los campos, a la orilla de los ríos, en los barrancos, bajo los árboles, bajo los bejucos.

Dales sus hijas y sus hijos. Que no encuentren desgracia ni infortunio, que no se introduzca el engañador ni detrás ni delante de ellos. Que no caigan, que no sean heridos, que no forniquen, ni sean condenados por la justicia. Que no se caigan en la bajada ni en la subida del camino. Que no encuentren obstáculos ni detrás ni delante de ellos, ni cosa que los golpee. Concédeles buenos caminos, hermosos caminos planos. Que no tengan infortunio, ni desgracia, por tu culpa, por tu hechicería.

Que sea buena la existencia de los que te dan el sustento y el alimento en tu boca, en tu presencia, a ti, Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, Envoltorio de la Majestad. Y tú, Tohil; tú, Avilix; tú, Hacavitz, bóveda de cielo, superficie de la tierra, los cuatro rincones, los cuatro puntos cardinales. ¡Que sólo haya paz y tranquilidad ante tu boca, en tu presencia, oh Dios!

Así (hablaban) los Señores, mientras en el interior ayunaban los nueve hombres, los trece hombres y los diecisiete hombres. Ayunaban durante el día y gemían sus corazones por sus hijos y vasallos y por todas sus mujeres y sus hijos cuando hacían su ofrenda cada uno de los Señores.

Éste era el precio de la vida feliz, el precio del poder, o sea el mando del Ahpop, el Ahpop-Camhá, el Galel y el Ahtzic-Vinac. De dos en dos entraban (al gobierno) y se sucedían unos a otros para llevar la carga del pueblo y de toda la nación quiché.

Uno solo fue el origen de su tradición y el origen de la costumbre de mantener y alimentar, y uno también el origen de la tradición y de las costumbres semejantes de los de Tamub e Ilocab y los rabinaleros y cakchiqueles, los de Tziquinahá, de Tuhalahá y Uchabahá. Y eran un solo tronco (una sola familia), cuando escuchaban allí en el Quiché lo que todos ellos hacían.

Pero no fue sólo así como reinaron. No derrochaban los dones de los que los alimentaban y sostenían, sino que se los comían y bebían. Tampoco los compraban: habían ganado y arrebatado su imperio, su poder y su señorío.

Y no fue así no más como conquistaron los campos y ciudades; los pueblos pequeños y los pueblos grandes pagaron cuantiosos rescates; trajeron piedras preciosas y metales, trajeron miel de abejas, pulseras, pulseras de esmeraldas y otras piedras, y trajeron guirnaldas hechas de plumas azules, el tributo de todos los pueblos. Llegaron a presencia de los reyes portentosos Gucumatz y Cotuhá, y ante Quicab y Cavizimah, el Ahpop, el Ahpop-Camhá, el Galel y el Ahtzic- Vinac.

No fue poco lo que hicieron, ni fueron pocos los pueblos que conquistaron. Muchas ramas de los pueblos vinieron a pagar tributo al Quiché; llenos de dolor llegaron a entregarlo. Sin embargo, su poder no creció rápidamente. Gucumatz fue quien dio principio al engrandecimiento del reino. Así fue el principio de su engrandecimiento y del engrandecimiento del Quiché.

Y ahora enumeraremos las generaciones de los Señores y sus nombres; de nuevo nombraremos a todos los Señores.


XII

He aquí, pues, las generaciones y el orden de todos los reinados que nacieron con nuestros primeros abuelos y nuestros primeros padres, Balam-Quitzé Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, cuando apareció el sol y aparecieron la luna y las estrellas.

Ahora, pues, daremos principio a las generaciones, al orden de los reinados, desde el principio de su descendencia, cómo fueron entrando los Señores, desde su entrada hasta su muerte; cada generación de Señores y antepasados, así como el Señor de la ciudad, todos y cada uno de los Señores. Aquí, pues, se manifestará la persona de cada uno de los Señores del Quiché.

Balam-Quitzé, tronco de los de Cavec.

Qocavib, segunda generación de Balam-Quitzé.

Balam-Conaché, con quien comenzó el título de Ahpop, tercera generación.

Cotului e Iztayub, cuarta generación.

Gucumatz y Cotuhá, principio de los reyes portentosos, que fueron la quinta generación.

Tepepul e Iztayut, del sexto orden.

Quicab y Cavizimah, la séptima sucesión del reino.

Tepeput e Iztayub, octava generación.

Tecum y Tepepul, novena generación.

Vahxaqui-Cnam y Quicab, décima generación de reyes.

Vucub-Noh y Cauutepech, el undécimo orden de reyes.

Oxib-Queh y Belelreb-Tzi, la duodécima generación de reyes. Éstos eran los que reinaban cuando llegó Donadiú y fueron ahorcados por los castellanos.

Tecum y Tepepul, que tributaron a los castellanos; éstos dejaron hijos y fueron la décimo tercera generación de reyes.

Don Juan de Rojas y don Juan Cortés, décimocuarta generación de reyes, fueron hijos de Tecum y Tepepul.

Éstas son, pues, las generaciones y el orden del reinado de los Señores Ahpop y Ahpop-Camhá de los Quichés de Cavec.

Y ahora nombraremos de nuevo las familias. Éstas son las Casas grandes de cada uno de los Señores que siguen al Ahpop y al Ahpop-Camhá. Éstos son los nombres de las nueve familias de los Cavec, de las nueve Casas grandes y éstos son los títulos de los Señores de cada una de las Casas grandes:

Ahau-Ahpop, una Casa grande. Cuhá era el nombre de la Casa grande.

Ahau-Ahpop-Camhá, cuya Casa grande se llamaba Tziquinahá.

Nim-Chocoh-Cavec, una Casa grande.

Ahau-Ah-Tohil, una Casa grande.

Ahau-Ah-Gucumatz, una Casa grande.

Popol-Vinae Chituy, una Casa grande.

Lolmet-Quehnay, una Casa grande.

Popol- Vinac Pahom Tzalatz Ixcuxebá, una Casa grande.

Tepeu-Yaqui, una Casa grande.

Éstas son, pues, las nueve familias de Cavec. Y eran muy numerosos los hijos y vasallos de las tribus que seguían a estas nueve Casas grandes.

He aquí las nueve Casas grandes de los de Nihaib. Pero primero diremos la descendencia del reino. De un solo tronco se originaron estos nombres cuando comenzó a brillar el sol, al principio de la luz.

Balam-Acab, primer abuelo y padre.

Qoacul y Qoacutec, la segunda generación.

Cocizahuh y Cotzibahá, la tercera generación.

Beleheb-Queh (I), la cuarta generación.

Cotuhuá (I), la quinta generación de reyes.

Batzá, la sexta generación.

Iztayul, la séptima generación de reyes.

Cotuhá (II), el octavo orden del reino.

Beleheb-Queh (II), el noveno orden.

Quemá, así llamado, décima generación.

Ahau-Cotuhá, la undécima generación.

Don Christóval, así llamado, que reinó en tiempo de los castellanos.

Don Pedro de Robles, el actual Abau-Galel.

Éstos son, pues, todos los reyes que descendieron de los Ahau-Galel.

Ahora nombraremos a los Señores de cada una de las Casas grandes.

Ahau-Galel, el primer Señor de los de Nihaib, jefe de una Casa grande.

Ahau-Ahtzic-Vinac, una Casa grande.

Ahau-Galel Camlui, una Casa grande.

Nimá-Camhá, una Casa grande.

Uchuch-Camhá, una Casa grande.

Nim-Chocoh-Nihaib, una Casa grande.

Ahau-Avilix, una Casa grande.

Yacolatam, una Casa grande.

Nimá-Lolmet-Ycoltux, una Casa grande.

Éstas son, pues, las Casas grandes de los de Nihaib; éstos eran los nombres de las nueve familias de los de Nihaib, así llamados. Numerosas fueron las familias de cada uno de los Señores, cuyos nombres hemos consignado primero.

He aquí ahora la descendencia de los de Ahau-Quiché, siendo su abuelo y padre.

Mahucutah, el primer hombre.

Qoahau, nombre de la segunda generación de reyes.

Caglacán.

Cocozom.

Comahcun.

Vucub-Ah.

Cocamel.

Coyabacoh.

Vinac-Bam.

Éstos fueron los reyes de los de Ahau-Quiché: éste es el orden de sus generaciones.

He aquí ahora los nombres de los Señores que componen las Casas grandes; s6lo había cuatro Casas grandes:

Ahtzic-Vinac-Ahau se llamaba el primer Señor de una Casa grande.

Lolmet-Ahau, segundo Señor de una Casa grande.

Nim-Chocolz-Alzau, tercer Señor de una Casa grande.

Hacavitz, el cuarto Señor de una Casa grande.

Cuatro eran, pues, las Casas grandes de los Ahau-Quiché.

Había, pues, tres Nim-Chocok, que eran como los padres (investidos de autoridad) por todos los Señores del Quiché. Se reunían los tres Chocoh para dar a conocer las disposiciones de las madres, las disposiciones de los padres. Grande era la condición de los tres Chocoh.

Eran, pues, el Nim-Chocoh de los Cavec, el Nim-Chocoh de los Nihaib, que era el segundo, y el Nim-Chocoh-Ahau de los Ahau-Quiché, que era el tercer Nim-Chocoh, o sean los tres Chocoh, que representaba cada uno a su familia.

Y ésta fue la existencia de los quichés, porque ya no puede verse el (libro Popol Vuh) que tenían antiguamente los reyes, pues ha desaparecido.

Así, pues, se han acabado todos los del Quiché, que se llama Santa Cruz.

Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimoTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha