Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimoPrimera parteSegunda parte (Segundo archivo)Biblioteca Virtual Antorcha

Segunda parte

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I

Ahora diremos también el nombre del padre de Hunahpú e Ixbalanqué. Dejaremos en la sombra su origen, y dejaremos en la oscuridad el relato y la historia del nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué. Sólo diremos la mitad, una parte solamente de la historia de su padre.

He aquí la historia. He aquí el nombre de HunHunahpú, así llamado. Sus padres eran Ixpiyacoc e Ixmucané. De ellos nacieron, durante la noche, Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, de Ixpiyacoc e Ixmucané.

Ahora bien, Hun-Hunahpú había engendrado y tenía dos hijos, y de estos dos hijos, el primero se llamaba Hunbatz y el segundo Hunchouén.

La madre de éstos se llamaba Ixbaquiyalo, así se llamaba la mujer de Hun-Hunahpú. Y el otro Vucub-Hunahpú no tenía mujer, era soltero.

Estos dos hijos, por su naturaleza, eran grandes sabios y grande era su sabiduría; eran adivinos aquí en la tierra, de buena índole y buenas costumbres. Todas las artes les fueron enseñadas a Hunbatz y Hunchouén, los hijos de Hun-Hunahpú. Eran flautistas, cantores, tiradores con cerbatana, pintores, escultores, joyeros, plateros: esto eran Hunbatz y Hunchouén.

Ahora bien, Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú se ocupaban solamente de jugar a los dados y a la pelota todos los días; y de dos en dos se disputaban los cuatro cuando se reunían en el juego de pelota.

Allí venía a observarlos el Voc, el mensajero de Huracán, de Chipi-Caculhá, de Raxa-Caculhá; pero este Voc no se quedaba lejos de la tierra, ni lejos de Xibalbá; y en un instante subía al cielo alIado de Huracán.

Estaban todavía aquí en la tierra cuando murió la madre de Hunbatz y Hunchouén.

Y habiendo ido a jugar a la pelota en el camino de Xibalbá, los oyeron Hun-Camé y Vucub-Camé, los Señores de Xibalbá.

- ¿Qué están haciendo sobre la tierra? ¿Quiénes son los que la hacen temblar y hacen tanto ruido? ¡Que vayan a llamarlos! ¡Que vengan a jugar aquí a la pelota, donde los venceremos! Ya no somos respetados por ellos, ya no tienen consideración ni miedo a nuestra categoría, y hasta se ponen a pelear sobre nuestras cabezas -dijeron todos los de Xibalbá.

Enseguida entraron todos en consejo. Los llamados Hun-Camé y Vucub-Camé eran los jueces supremos. A todos los Señores les señalaban sus funciones HunCamé y Vucub-Camé y a cada uno le señalaban sus atribuciones.

Xiquiripat y Cuchumaquic, eran los Señores de estos nombres. Éstos son los que causan los derrames de sangre de los hombres.

Otros se llamaban Ahalpuh y Ahalganá, también señores. Y el oficio de éstos era hinchar a los hombres, hacerle brotar pus de las piernas y teñirles de amarillo la cara, lo que se llama Chuganal. Tal era el oficio de Ahalpuh y Ahalganá.

Otros eran el Señor Chamiabac y el Señor Chamiaholom, alguaciles de Xibalbá, cuyas varas eran de hueso. La ocupación de éstos era enflaquecer a los hombres hasta que los volvían sólo huesos y calaveras, y se morían, y se los llevaban con el vientre y los huesos estirados. Tal era el oficio de Chamiabac y Chamiaholom, así llamados.

Otros se llamaban el Señor Ahalmez y el Señor Ahaltocob. El oficio de éstos era hacer que a los hombres les sucediera alguna desgracia, ya cuando iban para la casa, o frente a ella, y que los encontraran heridos, tendidos boca arriba en el suelo y muertos. Tal era el oficio de Ahalmez y Ahaltocob, como les llamaban.

Venían enseguida otros Señores llamados Xic y Patán, cuyo oficio era causar la muerte a los hombres en los caminos, lo que se llama muerte repentina, haciéndoles llegar la sangre a la boca hasta que morían vomitando sangre. El oficio de cada uno de estos Señores era cargar con ellos, oprimirles la garganta y el pecho para que los hombres murieran en los caminos, haciéndoles llegar (la sangre) a la garganta cuando caminaban. Éste era el oficio de Xic y Patán.

Y habiéndose reunido en consejo, trataron de la manera de atormentar y castigar a Hun-Hunahpú y a Vucub-Hunahpú. Lo que deseaban los de Xibalbá eran los instrumentos de juego de Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, sus cueros, sus anillos, sus guantes, la corona y la máscara, que eran los adornos de HunHunahpú y Vucub-Hunahpú.

Ahora contaremos su ida a Xibalbá y cómo dejaron tras de ellos a los hijos de Hun-Hunahpú, Hunbatz y Chouén, cuya madre había muerto.

Luego diremos cómo Hunbatz y Hunchouén fueron vencidos por Hunahpú e Ixbalanqué.


II

Enseguida fue la venida de los mensajeros de Hun-Carné y Vucub-Camé.

- Vayan -les dijeron, Ahpop Achih- vayan a llamar a Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. "Vengan con nosotros, les dirán". Dicen los Señores que vengan. Que vengan aquí a jugar a la pelota con nosotros, para que con ellos se alegren nuestras caras, porque verdaderamente nos causan admiración. Así, pues, que vengan, dijeron los Señores. Y que traigan acá sus intrumentos de juego, sus anillos, sus guantes, y que traigan también sus pelotas de caucho, dijeron los Señores. Vengan pronto, les dirán. Les fue dicho a los mensajeros.

Y estos mensajeros eran buhos: Chabi- Tucur, Huracán- Tucur, Caquix- Tucur y Holom- Tucur. Así se llamaban los mensajeros de Xibalbá.

Chabi- Tucur era veloz como una flecha; HuracánTucur tenía solamente una pierna; Caquix- Tucur tenía la espalda roja, y Holom- Tucur solamente tenía cabeza, no tenía piernas, pero sí tenía alas.

Los cuatro mensajeros tenían la dignidad de Ahpop-Achih. Saliendo de Xibalbá llegaron rápidamente, llevando su mensaje, al patio donde estaban jugando a la pelota Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, en el juego de pelota que se llamaba Nim Xob Carchah. Los buhos mensajeros se dirigieron al juego de la pelota y presentaron su mensaje, precisamente en el orden en que se lo dieron Hun-Camé, Vucub-Camé, Ahalpuh, Ahalganá, Chamiabac, Chamiaholom, Xiquiripat, Cuchumaquic, Ahalmez, Ahaltocob, Xic y Patán, que así se llamaban los Señores que enviaban su recado por medio de los buhos.

- ¿De veras han hablado así los Señores HunCarné y Vucub-Camé?

- Ciertamente han hablado así, y nosotros los tenemos que acompañar.

- Que traigan todos sus instrumentos para el juego -han dicho los Señores.

- Está bien, dijeron los jóvenes. Aguarden, sólo vamos a despedirnos de nuestra madre.

Y habiéndose dirigido hacia su casa, le dijeron a su madre, pues su padre ya era muerto:

- Nos vamos, madre nuestra, pero en vano será nuestra ida. Los mensajeros del Señor han venido a llevarnos.

- Que vengan -han dicho, según manifiestan los enviados.

- Aquí se quedará en prenda nuestra pelota -agregaron.

Enseguida la fueron a colgar en el hueco que hacía el techo de la casa. Luego dijeron:

- Ya volveremos a jugar.

Y dirigiéndose a Hunbatz y Hunchouén les dijeron:

- Ustedes ocúpense de tocar la flauta y de cantar, de pintar, de esculpir; calienten nuestra casa y calienten el corazón de su abuela.

Cuando se despidieron de su madre, se enterneció Ixmucané y echó a llorar.

- No te aflijas, nosotros nos vamos, pero todavía no hemos muerto -dijeron al partir Hun- Hunahpú y Vucub-Hunahpú.

Enseguida se fueron Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú y los mensajeros los llevaban por el camino. Así fueron bajando por el camino de Xibalbá, por unas escaleras muy inclinadas. Fueron bajando hasta que llegaron a la orilla de un río que corría rápidamente entre los barrancos llamados Nu zivan cul y Cuzivan, y pasaron por ellos. Luego pasaron por el río que corre entre jícaras espinosos. Los jícaros eran innumerables, pero ellos pasaron sin lastimarse. Luego llegaron a la orilla de un río de sangre y lo atravesaron sin beber sus aguas; llegaron a otro río solamente de agua y no fueron vencidos. Pasaron adelante hasta que llegaron a donde se juntaban cuatro caminos y allí fueron vencidos, en el cruce de los cuatro caminos.

De estos cuatro caminos, uno era rojo, otro negro, otro blanco y otro amarillo. Y el camino negro les habló de esta manera:

- Yo soy el que deben tomar porque yo soy el camino del Señor -así habló el camino.

Y allí fueron vencidos. Los llevaron por el camino de Xibalbá y cuando llegaron a la sala del consejo de los Señores de Xibalbá, ya habían perdido la partida.

Ahora bien, los primeros que estaban allí sentados eran solamente muñecos, hechos de palo, arreglados por los de Xibalbá.

A éstos los saludaron primero:

- ¿Cómo estás, Hun-Camé? -le dijeron al muñeco.

- ¿Cómo estás, Vucub-Camé? -le dijeron al hombre de palo. Pero éstos no les respondieron, Al punto soltaron la carcajada los Señores de Xibalbá y todos los demás Señores se pusieron a reír ruidosamente, porque sentían que ya los habían vencido, que habían vencido a Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Y seguían riéndose.

Luego hablaron Hun-Camé y Vucub-Camé:

- Muy bien -dijeron-. Ya vinieron. Mañana preparen la máscara, sus anillos y sus guantes -les dijeron.

- Vengan a sentarse en nuestro banco -les dijeron.

Pero el banco que les ofrecían era de piedra ardiente y en el banco se quemaron. Se pusieron a dar vueltas en el banco, pero no se aliviaron y si no se hubieran levantado se les habrían quemado las asentaderas.

Los de Xibalbá se echaron a reír de nuevo, se morían de la risa; se retorcían del dolor que les causaba la risa en las entrañas, en la sangre y en los huesos, riéndose todos los Señores de Xibalbá.

- Váyanse ahora a aquella casa -les dijeron-; allí se les llevará su raja de acote y su cigarro y allí dormirán.

Enseguida llegaron a la Casa Oscura. No había más que tinieblas en el interior de la casa.

Mientras tanto, los señores de Xibalbá discurrían lo que debían hacer.

- Sacrifiquémoslos mañana, que mueran pronto, pronto, para que sus instrumentos de juego nos sirvan a nosotros para jugar -dijeron entre sí los Señores de Xibalbá.

Ahora bien, su acote era una punta redonda de pedernal del que llaman zaquitoc; éste es el pino de Xibalbá. Su acote era puntiagudo y afilado y brillante como hueso; muy duro era el pino de los de Xibalbá.

Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú entraron a la Casa Oscura. Allí fueron a darles su acote, un solo acote encendido que les mandaban Hun-Camé y Vucub-Camé, junto con un cigarro para cada uno, encendido también, que les mandaban los Señores. Esto fueron a darles a Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú.

Estos se hallaban en cuclillas en la oscuridad cuando llegaron los portadores del acote y los cigarros. Al entrar, el acote alumbraba brillantemente.

- Que enciendan su acote y sus cigarros cada uno; que vengan a devolverlos al amanecer, pero que no los consuman, sino que los devuelvan enteros; esto es lo que les mandan decir los Señores.

Así les dijeron. Y así fueron vencidos. Su acote se consumió, y asimismo se consumieron los cigarros que les habían dado.

Los castigos de Xibalbá eran numerosos; eran castigos de muchas maneras.

El primero era la Casa Oscura, Quequma-ha, en cuyo interior sólo había tinieblas.

El segundo la Casa donde tiritaban, Xuxulim-ha, dentro de la cual hacía mucho frío. Un viento frío e insoportable soplaba en su interior.

El tercero era la Casa de los Tigres, Balami-ha, así llamada, en la cual no había más que tigres que se revolvían, se amontonaban, gruñían y se mofaban. Los tigres estaban encerrados dentro de la casa.

Zotzi-ha, la Casa de los Murciélagos, se llamaba el cuarto lugar de castigo. Dentro de esta casa no había más que murciélagos que chillaban, gritaban y revoloteaban en la casa. Los murciélagos estaban encerrados y no podían salir.

El quinto se llamaba la Casa de las Navajas, Chayin-ha, dentro de la cual solamente había navajas cortantes y afiladas, calladas o rechinando las unas con las otras dentro de la casa.

Muchos eran los lugares de tormento de Xibalbá; pero no entraron en ellos Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Solamente mencionamos los nombres de estas casas de castigo.

Cuando entraron Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú ante Hun-Camé y Vucub-Camé, les dijeron éstos:

- ¿Dónde están mis cigarros? ¿Dónde está mi raja de acote que les dieron anoche?

- Se acabaron, Señor.

- Está bien. Hoy será el fin de sus días. Ahora morirán. Serán destruidos, los haremos pedazos y aquí quedará oculta su memoria. Serán sacrificados -dijeron Hun-Camé y Vucub-Camé.

Enseguida los sacrificaron y los enterraron en el Pucbal-Chah, así llamado. Antes de enterrarlos le cortaron la cabeza a Hun-Hunahpú y enterraron al hermano mayor junto con el hermano menor.

- Llévense la cabeza y pónganla en aquel árbol que está sembrado en el camino -dijeron Hun-Camé y Vucub-Camé.

Y habiendo ido a poner la cabeza en el árbol, al punto se cubrió de frutas este árbol que jamás había fructificado antes de que pusieran entre sus ramas la cabeza de Hun-Hunahpú.

Y a esta jícara la llamamos hoy la cabeza de HunHunahpú, que así se dice.

Con admiración contemplaban Hun-Camé y Vucub-Camé el fruto del árbol.

El fruto redondo estaba en todas partes; pero no se distinguía la cabeza de Hun-Hunahpú; era un fruto igual a los demás frutos del jícaro. Así aparecía ante todos los de Xibalbá cuando llegaban a verla.

A juicio de aquéllos, la naturaleza de este árbol era maravillosa, por lo que había sucedido en un instante cuando pusieron entre sus ramas la cabeza de HunHunahpú.

Y los Señores de Xibalbá ordenaron:

- ¡Que nadie venga a coger de esta fruta! ¡Que nadie venga a ponerse debajo de este árbol! -dijeron, y así dispusieron impedirlo todos los de Xibalbá.

La cabeza de Hun-Hunahpú no volvió a aparecer, porque se había vuelto la misma cosa que el fruto del árbol que se llama jícaro. Sin embargo, una muchacha oyó la historia maravillosa. Ahora contaremos cómo fue su llegada.


III

Ésta es la historia de una doncella, hija de un Señor llamado Cuchumaquic.

Llegaron (estas noticias) a oídos de una doncella, hija de un Señor. El nombre del padre era Cuchumaquic y el de la doncella Ixquic. Cuando ella oyó la historia de los frutos del árbol, que fue contada por su padre, se quedó admirada de oírla.

- ¿Por qué no he de ir a ver ese árbol que cuentan? -exclamó la joven-. Ciertamente deben ser sabrosos los frutos de que oigo hablar.

A continuación se puso en camino ella sola y llegó al pie del árbol que estaba sembrado en Pucbal-Chah.

- ¡Ah! -exclamó-, ¿qué frutos son los que produce este árbol? ¿No es admirable ver cómo se ha cubierto de frutos? ¿Me he de morir, me perderé si corto uno de ellos? -dijo la doncella.

Habló entonces la calavera que estaba entre las ramas del árbol y dijo:

- ¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redondos que cubren las ramas del árbol no son más que calaveras.

Así dijo la cabeza de Hun-Hunahpú dirigiéndose a la joven.

- ¿Por ventura los deseas? -agregó.

- Sí los deseo -contestó la doncella.

- Muy bien -dijo la calavera-. Extiende hacia acá tu mano derecha.

- Bien -replicó la joven, y levantando su mano derecha, la extendió en dirección a la calavera. En ese instante la calavera lanzó un chisguete de saliva que fue a caer directamente en la palma de la mano de la doncella. Se miró ésta rápidamente y con atención la palma de la mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano.

- En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia (dijo la voz en el árbol). Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren se espantan los hombres a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan a sus hijas y a los hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra que así será -dijo la cabeza de Hun-Hunahpú y de Vucub-Hunahpú.

Y todo lo que tan acertadamente hicieron fue por mandato de Huracán, Chipi-Caculhá y Raxa-Caculhá.

Se volvió enseguida a su casa la doncella después que le fueron hechas todas estas advertencias, habiendo concebido inmediatamente los hijos en su vientre por la sola virtud de la saliva. Y así fueron engendrados Hunahpú e Ixbalanqué.

Llegó, pues, la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, al observar que tenía hijo.

Se reunieron entonces en consejo todos los Señores Hun-Camé y Vucub-Camé con Cuchumaquic.

- Mi hija está preñada, Señores; ha sido deshonrada -exclamó el Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores.

- Está bien -dijeron éstos-. Oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar, castígala; que la lleven a sacrificar lejos de aquí.

- Muy bien, respetables Señores - contestó. A continuación interrogó a su hija:

- ¿De quién es el hijo que tienes en el vientre, hija mía?

Y ella contestó:

- No tengo hijo, señor padre, aún no he conocido varón.

- Está bien -replicó-. Definitivamente eres una ramera. Llévenla a sacrificar, señores Ahpop Achih; tráiganme el corazón dentro de una jícara y vuelvan hoy mismo ante los Señores -les dijo a los buhos.

Los cuatro mensajeros tomaron la jícara y se marcharon llevando en sus brazos a la joven y llevando también el cuchillo de pedernal para sacrificarla.

Y ella les dijo:

- No es posible que me maten, ¡oh mensajeros!, porque no es una deshonra lo que llevo en el vientre, sino que se engendró solo cuando fui a admirar la cabeza de Hun-Hunahpú que estaba en Pucbal-Chah. Así, pues, no deben sacrificarme, ¡oh mensajeros! -dijo la joven, dirigiéndose a ellos.

- ¿Y qué pondremos en lugar de tu corazón? Se nos ha dicho por tu padre: Tráiganme el corazón, vuelvan ante los Señores, cumplan con su deber y pongan manos a la obra, tráiganlo pronto en la jícara, pongan el corazón en el fondo de la jícara. ¿Acaso no se nos habló así? ¿Qué le daremos entre la jícara? Nosotros bien quisiéramos que no murieras -dijeron los mensajeros.

- Muy bien, pero este corazón no les pertenece a ellos. Tampoco debe ser aquí su morada, ni deben tolerar que los obliguen a matar a los hombres. Después serán ciertamente suyos los verdaderos criminales y míos serán enseguida Hun-Camé y Vucub-Camé. Así, pues, la sangre y sólo la sangre será de ellos y estará en su presencia. Tampoco puede ser que este corazón sea quemado ante ellos. Recojan el producto de este árbol -dijo la doncella.

El jugo rojo brotó del árbol, cayó en la jícara y enseguida se hizo una bola resplandeciente que tomó la forma de un corazón hecho con la savia que corría de aquel árbol encarnado. Semejante a la sangre brotaba la savia del árbol, imitando la verdadera sangre. Luego se coaguló allí dentro la sangre o sea la savia del árbol rojo, y se cubrió de una capa muy encendida como de sangre al coagularse dentro de la jícara, mientras que el árbol resplandecía por obra de la doncella. Se llamaba Árbol rojo de grana, pero (desde entonces) tomó el nombre de Árbol de la Sangre porque a su savia se le llama la Sangre.

- Allá en la tierra serán amados y tendrán lo que les pertenece -dijo la joven a los buhos.

- Está bien, niña. Nosotros nos iremos allá, subiremos a servirte; tú, sigue tu camino mientras nosotros vamos a presentar la savia en lugar de tu corazón ante los Señores -dijeron los mensajeros.

Cuando llegaron a presencia de los Señores, estaban todos aguardando.

- ¿Se ha terminado eso? -preguntó Hun-Camé.

- Todo está concluido, Señores. Aquí está el corazón en el fondo de la jícara.

- Muy bien. Veamos -exclamó Hun-Camé. Y cogiéndolo con los dedos lo levantó, se rompió la corteza y comenzó a derramarse la sangre de vivo color rojo.

- Aticen bien el fuego y pónganlo sobre las brasas -dijo Hun-Camé.

Enseguida lo arrojaron al fuego y comenzaron a sentir el olor los de Xibalbá, y levantándose todos se acercaron y ciertamente sentían muy dulce la fragancia de la sangre.

Y mientras ellos se quedaban pensativos, se marcharon los buhos, los servidores de la doncella, remontaron el vuelo en bandada desde el abismo hacia la tierra y los cuatro se convirtieron en sus servidores.

Así fueron vencidos los Señores de Xibalbá. Por la doncella fueron engañados todos.


IV

Ahora bien, estaban con su madre Hunbatz y Hunchouén cuando llegó la mujer llamada Ixquic.

Cuando llegó, pues, la mujer Ixquic ante la madre de Hunbatz y Hunchouén, llevaba a sus hijos en el vientre y faltaba poco para que nacieran Hunahpú e Ixbalanqué, que así fueron llamados.

Al llegar la mujer ante la anciana, le dijo la mujer a la abuela:

- He llegado, señora madre; yo soy su nuera y su hija, señora madre -así dijo cuando entró a la casa de la abuela.

- ¿De dónde vienes tú? ¿En dónde están mis hijos? ¿Por ventura no murieron en Xibalbá? ¿No ves a éstos a quienes les quedaron su descendencia y linaje y que se llaman Hunbatz y Hunchouén? ¡Sal de aquí! ¡Vete! -gritó la vieja a la muchacha.

- Y sin embargo, es la verdad que soy su nuera; há tiempo que lo soy. Pertenezco a Hun-Hunahpú. Ellos viven en lo que llevo, no han muerto Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú: volverán a mostrarse claramente, mi señora suegra. Y así, pronto verá su imagen en lo que traigo -le fue dicho a la vieja.

Entonces se enfurecieron Hunbatz y Hunchouén. Sólo se entretenían en tocar la flauta y cantar, en pintar y esculpir, en lo que pasaban todo el día, y eran el consuelo de la vieja.

Habló luego la vieja y dijo:

- No quiero que tú seas mi nuera, porque lo que llevas en el vientre es fruto de tu deshonestidad. Además, eres una embustera: mis hijos de quienes hablas ya son muertos.

Luego agregó la abuela:

- Esto que te digo es la pura verdad; pero en fin, está bien, tú eres mi nuera, según he oído. Anda, pues, a traer la comida para los que hay que alimentar. Anda a cosechar una red grande (de maíz) y vuelve enseguida, puesto que eres mi nuera, según lo que oigo -le dijo a la muchacha.

- Muy bien -replicó la joven, y se fue enseguida para la milpa que poseían Hunbatz y Hunchouén.

El camino había sido abierto por ellos y la joven lo tomó y así llegó a la milpa; pero no encontró más que una mata de maíz; no había dos, ni tres, y viendo que sólo había una mata con su espiga, se llenó de angustia el corazón de la muchacha.

- ¡Ay, pecadora, desgraciada de mí! ¿A dónde he de ir a conseguir una red de maíz, como se me ha ordenado? -exclamó.

Y enseguida se puso a invocar al Chahal de la comida para que llegara y se la llevase.

- ¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau, ustedes las que cuecen el maíz; y tú Chahal, guardián de la comida de Hunbatz y Hunchouén! -dijo la muchacha.

Y a continuación cogió las barbas, los pelos rojos de la mazorca y los arrancó, sin cortar la mazorca. Luego los arregló en la red como mazorcas de maíz y la gran red se llenó completamente.

Se volvió enseguida la joven; los animales del campo iban cargando la red, y cuando llegaron, fueron a dejar la carga a un rincón de la casa, como si ella la hubiera llevado.

Llegó entonces la vieja y luego que vio el maíz que había en la gran red, exclamó:

- ¿De dónde has traído todo este maíz? ¿Por ventura acabaste con nuestra milpa y te la has traído toda para acá? Iré a ver al instante -dijo la vieja, y se puso en camino para ir a ver la milpa.

Pero la única mata de maíz estaba allí todavía y asimismo se veía el lugar donde había estado la red al pie de la mata.

La vieja regresó entonces a toda prisa a su casa y dijo a la muchacha:

- Ésta es prueba suficiente de que realmente eres mi nuera. Veré ahora tus obras, aquellos que llevas (en el vientre) y que también son sabios -le dijo a la muchacha.


V

Contaremos ahora el nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué. Aquí, pues, diremos cómo fue su nacimiento.

Cuando llegó el día de su nacimiento, dio a luz la joven que se llamaba Ixquic; pero la abuela no los vio cuando nacieron. En un instante fueron dados a luz los dos muchachos llamados Hunahpú e Ixbalanqué. Allá en el monte fueron dados a luz.

Luego llegaron a la casa, pero no podían dormirse.

- ¡Anda a botarlos afuera! -dijo la vieja, porque verdaderamente es mucho lo que gritan.

Y enseguida fueron a ponerlos sobre un hormiguero. Allí durmieron tranquilamente. Luego los quitaron de ese lugar y los pusieron sobre las espinas.

Ahora bien, lo que querían Hunbatz y Hunchouén era que murieran allí mismo en el hormiguero, o que murieran sobre las espinas. Lo deseaban así a causa del odio y de la envidia que por ellos sentían Hunbatz y Hunchouén.

Al principio se negaban a recibir en la casa a sus hermanos menores; no los conocían y así se criaron en el campo.

Hunbatz y Hunchouén eran grandes músicos y cantores; habían crecido en medio de muchos trabajos y necesidades y pasaron por muchas penas, pero llegaron a ser muy sabios. Eran a un tiempo flautistas, cantores, pintores y talladores; todo lo sabían hacer.

Tenían noticia de su nacimiento y sabían también que eran los sucesores de sus padres, los que fueron a Xibalbá y murieron allá. Grandes sabios eran, pues Hunbatz y Hunchouén en su interior sabían todo lo relativo al nacimiento de sus hermanos menores. Sin embargo, no demostraban su sabiduría, por la envidia que les tenían, pues sus corazones estaban llenos de mala voluntad para ellos, sin que Hunahpú e Ixbalanqué los hubieran ofendido en nada.

Estos últimos se ocupaban solamente de tirar con cerbatana todos los días; no eran amados de la abuela ni de Hunbatz, ni de Hunchouén. No les daban de comer; solamente cuando ya estaba terminada la comida y habían comido Hunbatz y Hunchouén, entonces llegaban ellos. Pero no se enojaban, ni se encolerizaban y sufrían calladamente, porque sabían su condición y se daban cuenta de todo con claridad. Traían sus pájaros cuando venían cada día, y Hunbatz y Hunchouén se los comían, sin darle nada a ninguno de los dos, Hunahpú e lxbalanqué.

La sola ocupación de Hunbatz y Hunchouén era tocar la flauta y cantar.

Y una vez que Hunahpú e Ixbalanqué llegaron sin traer ninguna clase de pájaros, entraron (en la casa) y se enfureció la abuela.

- ¿Por qué no trajeron pájaros? -les dijo a Hunahpú e Ixbalanqué.

Y ellos contestaron:

- Lo que sucede, abuela nuestra, es que nuestros pájaros se han quedado trabados en el árbol y nosotros no podemos subir a cogerlos, querida abuela. Si nuestros hermanos mayores así lo quieren, que vengan con nosotros y que vayan a bajar los pájaros -dijeron.

- Está bien -dijeron los hermanos mayores, contestando- iremos con ustedes al amanecer.

Consultaron entonces los dos entre sí la manera de vencer a Hunbatz y Hunchouén.

- Solamente cambiaremos su naturaleza, su apariencia; cúmplase así nuestra palabra, por los muchos sufrimientos que nos han causado. Ellos deseaban que muriésemos, que nos perdiéramos nosotros, sus hermanos menores. En su interior nos tenían como muchachos. Por todo esto los venceremos y daremos un ejemplo.

Así iban diciendo entre ellos mientras se dirigían al pie del árbol llamado Canté. Iban acompañados de sus hermanos mayores y tirando con la cerbatana. No era posible contar los pájaros que cantaban sobre el árbol y sus hermanos mayores se admiraban de ver tantos pájaros. Había pájaros, pero ni uno solo caía al pie del árbol.

- Nuestros pájaros no caen al suelo. Vayan a bajarlos -les dijeron a sus hermanos mayores.

- Muy bien -contestaron éstos. Y enseguida subieron al árbol, pero el árbol aumentó de tamaño y su tronco se hinchó. Luego quisieron bajar Hunbatz y Hunchouén, pero ya no pudieron descender de la cima del árbol.

Entonces exclamaron desde lo alto del árbol:

- ¿Qué nos ha sucedido, hermanos nuestros? ¡Desgraciados de nosotros! Este árbol nos causa espanto de sólo verlo, ¡oh hermanos nuestros! -dijeron desde la cima del árbol.

Y Hunahpú e Ixbalanqué les contestaron:

- Desaten sus calzones, átenlos debajo del vientre, dejando largas las puntas y tirando de ellas por detrás de ese modo podrán andar fácilmente -así les dijeron sus hermanos menores.

- Está bien -contestaron, tirando la punta de sus ceñidores, pero al instante se convirtieron éstos en colas y ellos tornaron la apariencia de monos.

Enseguida se fueron sobre las ramas de los árboles, por entre los montes grandes y pequeños y se internaron en el bosque, haciendo muecas y columpiándose en las ramas de los árboles.

Así fueron vencidos Hunbatz y Hunchouén por Hunahpú, e Ixbalanqué; y sólo por arte de magia pudieron hacerlo.

Se volvieron éstos a su casa y al llegar hablaron con su abuela y con su madre, diciéndoles:

- ¿Qué será, abuela nuestra, lo que les ha sucedido a nuestros hermanos mayores, que de repente se volvieron sus caras como caras de animales? -así dijeron.

- Si ustedes les han hecho algún daño a sus hermanos, me han hecho desgraciada y me han llenado de tristeza. No les hagan semejante cosa a sus hermanos, ¡oh hijos míos! -dijo la vieja a Hunahpú e Ixbalanqué.

Y ellos le dijeron a su abuela:

- No se aflija, abuela nuestra. Volverá a ver la cara de nuestros hermanos; ellos volverán, pero será una prueba difícil para usted, abuela. Y tenga cuidado de no reírse. Y ahora, ¡a probar su suerte! -dijeron.

Enseguida se pusieron a tocar la flauta, tocando la canción de Hunahpú-Qoy. Luego cantaron, tocaron la flauta y el tambor, tomando sus flautas y su tambor. Después sentaron junto a ellos a su abuela y siguieron tocando y llamando con la música y el canto, entonando la canción que se llama Hunahpú-Qoy.

Por fin llegaron Hunbatz y Hunchouén y al llegar se pusieron a bailar; pero cuando la vieja vio sus feos visajes se echó a reír al verlos la vieja, sin poder contener la risa, y ellos se fueron al instante y no se les volvió a ver la cara.

- ¡Ya lo ves, abuela! Se han ido para el bosque. ¿Qué has hecho, abuela nuestra? Sólo cuatro veces podemos hacer esta prueba y no faltan más que tres. Vamos a llamarlos con la flauta y con el canto, pero procura contener la risa. ¡Que comience la prueba! -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.

Enseguida se pusieron de nuevo a tocar. Hunbatz y Hunchouén volvieron bailando y llegaron hasta el centro del patio de la casa, haciendo monerías y provocando a risa a su abuela hasta que ésta soltó la carcajada. Realmente eran muy divertidos cuando llegaron con sus caras de mono, sus anchas posaderas, sus colas delgadas y el agujero de su vientre todo lo cual obligaba a la vieja a reírse.

Luego se fueron otra vez a los montes. Y Hunahpú e Ixbalanqué dijeron:

- ¿Y ahora qué hacemos, abuela? Sólo esta tercera vez probaremos.

Tocaron de nuevo la flauta y volvieron los monos bailando. La abuela contuvo la risa. Luego subieron sobre la cocina; sus ojos despedían una luz roja; alargaban y se restregaban los hocicos y espantaban de las muecas que se hacían uno al otro.

En cuanto la abuela vio todo esto se echó a reír violentamente; pero ya no se les volvieron a ver las caras, a causa de la risa de la vieja.

- Ya sólo esta vez los llamaremos, abuela, para que salgan acá por la cuarta vez -dijeron los muchachos.

Volvieron, pues, a tocar la flauta, pero ellos no regresaron la cuarta vez, sino que se fueron a toda prisa para el bosque.

Los muchachos le dijeron a la abuela:

- Hemos hecho todo lo posible, abuelita; primero vinieron, luego probamos a llamarlos de nuevo. Pero no te aflijas; aquí estamos nosotros, tus nietos; a nosotros debes vernos, ¡oh madre nuestra! ¡oh nuestra abuela!, como el recuerdo de nuestros hermanos mayores, de aquellos que se llamaron y tenían por nombre Hunbatz y Hunchouén -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.

Aquéllos eran invocados por los músicos y los cantores, por las gentes antiguas. Los invocaban también los pintores y talladores en tiempos pasados. Pero fueron convertidos en animales y se volvieron monos porque se ensoberbecieron y maltrataron a sus hermanos.

De esta manera sufrieron sus corazones; así fue su pérdida y fueron destruidos Hunbatz y Hunchouén y se volvieron animales. Habían vivido siempre en su casa; fueron músicos y cantores e hicieron también grandes cosas cuando vivían con la abuela y con su madre.


VI

Comenzaron entonces sus trabajos, para darse a conocer ante su abuela y ante su madre. Lo primero que harían era la milpa.

- Vamos a sembrar la milpa, abuela y madre nuestra -dijeron-. No te aflijas; aquí estamos nosotros, tus nietos, nosotros los que estamos en lugar de nuestros hermanos -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.

Enseguida tomaron sus hachas, sus piochas y sus azadas de palo y se fueron, llevando cada uno su cerbatana al hombro. Al salir de su casa, le encargaron a su abuela que les llevara su comida.

- A mediodía nos traes la comida, abuela -le dijeron.

- Está bien, nietos míos -contestó la vieja.

Poco después llegaron al lugar de la siembra. Y al hundir el azadón en la tierra, éste labraba la tierra, el azadón hacía el trabajo por sí solo.

De la misma manera clavaban el hacha en el tronco de los árboles y en sus ramas y al punto caían y quedaban tendidos en el suelo todos los árboles y bejucos. Rápidamente caían los árboles, cortados de un solo hachazo.

Lo que había arrancado el azadón era mucho también. No se podían contar las zarzas ni las espinas que habían cortado con un solo golpe del azadón. Tampoco era posible calcular lo que habían arrancado y derribado en todos los montes grandes y pequeños.

Y habiendo aleccionado a un animal llamado Ixmucur, lo hicieron subir a la cima de un gran tronco y Hunahpú e Ixbalanqué le dijeron:

- Observa cuando venga nuestra abuela a traernos la comida y al instante comienza a cantar y nosotros empuñaremos la azada y el hacha.

- Está bien -contestó Ixmucur.

Enseguida se pusieron a tirar con la cerbatana; ciertamente no hacían ningún trabajo de labranza.

Poco después cantó la paloma e inmediatamente corrió uno a coger la azada y el otro a coger el hacha. Y envolviéndose la cabeza, el uno se cubrió de tierra las manos intencionalmente y se ensució asimismo la cara como un verdadero labrador, y el otro adrede se echó astillas de madera sobre la cabeza como si efectivamente hubiera estado cortando los árboles.

Así fueron vistos por su abuela. Enseguida comieron, pero realmente no habían hecho trabajo de labranza y sin merecerla les dieron su comida. Luego se fueron a su casa.

- Estamos verdaderamente cansados, abuela -dijeron al llegar, estirando sin motivo las piernas y los brazos ante su abuela.

Regresaron al día siguiente, y al llegar al campo encontraron que se habían vuelto a levantar todos los árboles y bejucos y que todas las zarzas y espinas se habían vuelto a unir y enlazar entre sí.

- ¿Quién nos ha hecho este engaño? -dijeron-. Sin duda lo han hecho todos los animales pequeños y grandes, el león, el tigre, el venado, el conejo, el gato de monte, el coyote, el jabalí, el pisote, los pájaros chicos, los pájaros grandes; éstos fueron los que lo hicieron y en una sola noche lo ejecutaron.

Enseguida comenzaron de nuevo a preparar el campo y a arreglar la tierra y los árboles cortados. Luego discurrieron acerca de lo que habían de hacer con los palos cortados y las hierbas arrancadas.

- Ahora velaremos nuestra milpa; tal vez podamos sorprender al que viene a hacer todo este daño -dijeron discurriendo entre sí.

Y a continuación regresaron a la casa.

- ¿Qué te parece, abuela, que se han burlado de nosotros? Nuestro campo que habíamos labrado se ha vuelto un gran pajonal y bosque espeso. Así la hallamos cuando llegamos hace un rato, abuela -le dijeron a su abuela y a su madre-. Pero volveremos allá y velaremos, porque no es justo que nos hagan tales cosas -dijeron.

Luego se vistieron y enseguida se fueron de nuevo a su campo de árboles cortados y allí se escondieron, recatándose en la sombra.

Se reunieron entonces todos los animales, uno de cada especie se juntó con todos los demás animales chicos y animales grandes. Y era media noche en punto cuando llegaron hablando todos y diciendo así en sus lenguas: ¡Levántense, árboles! ¡Levántense, bejucos!

Esto decían cuando llegaron y se agruparon bajo los árboles y bajo los bejucos y fueron acercándose hasta manifestarse ante sus ojos (de Hunahpú e Ixbalanqué).

Eran los primeros el león y el tigre, y quisieron cogerlos, pero no se dejaron. Luego se acercaron al venado y al conejo, y sólo les pudieron coger las colas, solamente se las arrancaron. La cola del venado les quedó entre las manos y por esta razón el venado y el conejo llevan cortas las colas.

El gato de monte, el coyote, el jabalí y el pisote tampoco se entregaron. Todos los animales pasaron frente a Hunahpú e Ixbalanqué, cuyos corazones ardían de cólera porque no los podían coger.

Pero, por último, llegó otro dando saltos al llegar, y a éste, que era el ratón, al instante lo atraparon y lo envolvieron en un paño. Y luego que lo cogieron, le apretaron la cabeza y lo quisieron ahogar, y le quemaron la cola en el fuego, de donde viene que la cola del ratón no tiene pelo; y así también le quisieron pegar en los ojos los dos muchachos Hunahpú e Ixbalanqué.

Y dijo el ratón:

- Yo no debo morir a manos suyas. Y su oficio tampoco es el de sembrar milpa.

- ¿Qué nos cuentas tú ahora? -le dijeron los muchachos al ratón.

- Suéltenme un poco, que en mi pecho tengo algo que decirles y se lo diré enseguida, pero antes denme algo de comer -dijo el ratón.

- Después te daremos tu comida, pero habla primero -le contestaron.

- Está bien. Sabrán, pues, que los bienes de sus padres Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, así llamados, aquellos que murieron en Xibalbá, o sea los instrumentos con que jugaban, han quedado y están allí colgados en el techo de la casa: el anillo, los guantes y la pelota. Sin embargo, su abuela no se los quiere enseñar porque a causa de ellos murieron sus padres.

- ¿Lo sabes con certeza? -le dijeron los muchachos al ratón. Y sus corazones se alegraron grandemente cuando oyeron la noticia de la pelota de goma.

Y como ya había hablado el ratón, le señalaron su comida al ratón.

- Ésta será la comida: el maíz, las pepitas de chile, el fríjol, el pataxte, el cacao: todo esto te pertenece, y si hay algo que esté guardado u olvidado, tuyo será también, ¡cómelo! -le fue dicho al ratón por Hunahpú e Ixbalanqué.

- Magnífico, muchachos -dijo aquél-; pero ¿qué le diré a su abuela si me ve?

- No tengas pena, porque nosotros estamos aquí y sabremos lo que hay que decirle a nuestra abuela. ¡Vamos!, lleguemos pronto a esta esquina de la casa, llega pronto a donde están esas cosas colgadas; nosotros estaremos mirando al desván de la casa y atendiendo únicamente a nuestra comida -le dijeron al ratón.

Y habiéndolo dispuesto así durante la noche, después de consultado entre sí, Hunahpú e Ixbalanqué llegaron a mediodía. Cuando llegaron llevaban consigo al ratón, pero no lo enseñaban; uno de ellos entró directamente a la casa y el otro se acercó a la esquina y de allí hizo subir al instante al ratón.

Enseguida pidieron su comida a su abuela.

- Prepara nuestra comida, queremos un chilmol, abuela nuestra -dijeron.

Y al punto les prepararon la comida y les pusieron delante un plato de caldo.

Pero esto era sólo para engañar a su abuela y a su madre. Y habiendo hecho que se consumiera el agua que había en la tinaja:

- Verdaderamente nos estamos muriendo de sed; ve a traernos de beber -le dijeron a su abuela.

- Bueno -contestó ella y se fue.

Se pusieron entonces a comer, pero la verdad es que no tenían hambre; sólo era un engaño lo que hacían. Vieron entonces en su plato de chile cómo el ratón se dirigía rápidamente hacia la pelota que estaba colgada del techo de la casa.

Al ver esto en su chilmol, despacharon a cierto Xan, el animal llamado Xan, que es como un mosquito, el cual fue al río y perforó la pared del cántaro de la abuela, y aunque ella trató de contener el agua que se salía, no pudo cerrar la picadura hecha en el cántaro.

- ¿Qué le pasa a nuestra abuela? Tenemos la boca seca por falta de agua, nos estamos muriendo de sed -le dijeron a su madre y la mandaron fuera.

Enseguida fue el ratón a cortar (la cuerda que sostenía) la pelota, la cual cayó del techo de la casa junto con el anillo, los guantes y los cueros.

Se apoderaron de ellos los muchachos y corrieron al instante a esconderlos en el camino que conducía al juego de la pelota.

Después de esto se encaminaron el río, a reunirse con su abuela y su madre, que estaban atareadas tratando de tapar el agujero del cántaro. Y llegando cada uno con su cerbatana, dijeron cuando llegaron al río:

- Qué están haciendo? Nos cansamos (de esperar) y nos vinimos -les dijeron.

- Miren el agujero de mi cántaro que no se puede tapar -dijo la abuela. Al instante lo taparon y juntos regresaron, marchando ellos delante de su abuela.

Y así fue el hallazgo de la pelota.

Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimoPrimera parteSegunda parte (Segundo archivo)Biblioteca Virtual Antorcha