Omar Cortés
(Compilador) Poesías del recuerdo Primera edición cibernética, abril del 2004 Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés Haz click aquí para acceder al catálogo de la Biblioteca Virtual Antorcha El brindis del bohemio, por Guillermo Aguirre y Fierro. La plegaria de los niños, por Ignacio Manuel Altamirano. Volverán las oscuras golondrinas, por Gustavo Adolfo Becquer. La vida es sueño, por Pedro Calderón de la Barca. Redondillas, por Sor Juana Inés de la Cruz. Los motivos del lobo, por Rubén Dario. Canción del pirata, por José de Espronceda. La casada infiel, por Federico García Lorca. La Chacha Micaila, por Antonio Guzmán Aguilera. Vida - Garfio, por Juana de Ibarbourou. Y pensar que pudimos, por Ramón López Velarde. ¡Tabernero!, por Rubén C. Navarro. Guaja, por Vicente Neira. Gratia plena, por Amado Nervo. El seminarista de los ojos negros, por Miguel Ramos C. Como se podrá percatar quien se acerque a echar un vistazo, el común denominador de las quince poesías que componen esta breve selección, lo es ese saborcillo agridulce un tanto tristón. Y es que desde que tengo memoria, mi gusto por poesias melancólicas fue más que evidente. No se si ello se haya debido al medio en el que me desarrolle o a mi inclinación, digamos natural, por la poesía productora del moqueo. Pues no sé porque razón creci con la idea de que la mejor poesía es aquella que nos hace llorar. Ciertamente algunas poesías provocan ese efecto, pero no por tristes sino más bien por malas. Hay una escena familiar que de vez en vez se me viene a la memoria pareciendo que ocurrió ayer: se trata de mi abuela y mi madre, leyendo la primera el famoso Seminarista de los ojos negros, y moqueando la segunda hasta el delirio. ¡Esa escena no se me va a olvidar jamás! ¿Y qué decir de mi actitud cuando escuche por primera vez La chacha Micaila? Realmente esa poesía me impacto muchísimo, a tal grado que aún ahora se me pone la piel de gallina cuando vuelvo a leerla. En fin, consciente soy de que mi conocimiento de la poesía es verdaderamente estrecho, sin embargo creo poder ufanarme al señalar que mis gustos son en general bastante populacheros. Espero que quien se acerque a leer esta pequeña selección poética comparta el gusto por algunas de las poesías aquí reproducidas. Omar Cortés Guillermo Aguirre y Fierro una noche de invierno, regocijadamente departían seis alegres bohemios. Los ecos de sus risas escapaban Y de aquel barro quieto iban a interrumpir el imponente y profundo silencio. El humo de olorosos cigarrillos en espirales se elevaba al cielo, simbolizando al revolverse en nada la vida de los sueños. Pero en todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros, y repartidas en la mesa, copas pletóricas de ron, whisky y ajenjo. Era curioso ver aquel conjunto, aquel grupo bohemio, del que brotaba la palabra chusca, la que vierte veneno, lo mismo que melosa y delicada, la música de un verso. A cada nueva libación, las penas hallábanse más lejos del grupo, y nueva inspiración llegaba a todos los cerebros con el idilio roto que venía en alas del recuerdo. Olvidaba decir que aquella noche, aquel grupo bohemio celebraba entre risas, libaciones, chascarrillos y versos, la agonía de un año que amarguras dejó en todos los pechos, y la llegada, consecuencia lógica, del felíz año, nuevo ... Una voz varonil dijo de pronto; Las doce, compañeros. Digamos el requiscat por el año que ha pasado a formar entre los muertos. ¡Brindemos por el año que comienza! porque nos traiga ensueños; porque no sea su equipaje un cúmulo de amargos desconsuelos. Brindo, dijo otra voz, por la esperanza, que a la vida nos lanza de vencer los rigores del destino, por la esperanza nuestra, dulce amiga que las penas mitiga y convierte en vergel nuestro camino. Brindo porque ya hubiese a mi existencia puesto fin con violencia esgrimiendo en mi frente mi venganza; si en mi cielo de tul limpio y divino no alumbrara a mi, sino una pálida estrella: Mi esperanza. ¡Bravo!, dijeron todos, inspirado esta noche has estado y hablaste breve, bueno y sustancioso. El turno es de Raúl: alce su copa y brinde por ... Europa, ya que su extranjerismo es delicioso. Bebo y brindo, exlamó, el interpelado, brindo por mi pasado, que fue de luz, de amor y de alegría; y en el que hubo mujeres seductoras y frentes soñadoras que se juntaron con la frente mia ... Brindo por el ayer que en la amargura que hoy cubre la negrura, mi corazón esparza sus consuelos trayendo hasta mi mente las dulzuras de goces, de ternuras, de dichas, de delirios, de desvelos. Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente brote un torrente de inspiración divina y seductora, porque vibre en las cuerdas de mi lira el verso que suspira, que sonrie, que canta y que enamora. Brindo porque mis versos cual saetas lleguen hasta las grietas formadas de metal y de granito del corazón de la mujer ingrata que a desdenes me mata ... ¡Pero que tiene un cuerpo muy bonito! Porque a su corazón llegue mi canto, porque enjuguen mi llanto sus manos que me causan embelesos, porque con creces mi pasión me apague ... ¡Vamos!, porque me embriague con el divino nectar de sus besos. Siguió la tempestad de frases vanas, de aquellas tan humanas que hallan en todas partes acomodo, y en cada frase de entusiasmo ardiente, hubo ovación creciente, y libaciones y reir y todo. Se brindó por la Patria, por las flores, por los castos amores que hacen de un valladar una ventana, y por esas pasiones voluptuosas que el fango del placer llenan de rosas, y hacen de la mujer la cortesana. Sólo faltaba un brindis, el de Arturo, el del bohemio puro, de noble corazón y gran cabeza; aquel que sin ambages declaraba que sólo ambicionaba robarle inspiración a la tristeza. Por todos estrechado alzó la copa frente a la alegre tropa desbordante de risa y de contento. Los inundó en la luz de una mirada, sacudió su melena alborotada y dijo así, con inspirado acento: Brindo por la mujer, mas no por esa en la que halláis consuelo en la tristeza rescoldo de placer ¡desventurados!; no por esa que os brinda sus hechizos, cuando besáis sus risos artificiosamente perfumados. Yo no brindo por ella, compañeros, brindo por la mujer, pero por una, por la que me brindó sus embelesos y me envolvió en sus besos; por la mujer que me arrulló en la cuna. Por la mujer que me enseñó de niño lo que vale el cariño exquisito, profundo y verdadero, por la mujer que me arrulló en sus brazos y que me dió en pedazos uno por uno, el corazón entero. ¡Por mi madre! bohemios, por la anciana que piensa en el mañana como algo muy dulce y muy deseado, porque sueña tal vez, que mi destino me señala el camino por el que volveré pronto a su lado. Por la anciana adorada y bendecida, por la que con su sangre me dio la vida y ternura y cariño, por la que fue la luz del alma mía y lloró de alegría, sintiendo mi cabeza en su corpiño. Por esa brindo yo, dejad que llore, y en lágrimas desflore esta pena letal que me asesina. Dejad que brinde por mi madre ausente, por la que llora y siente que mi ausencia es un fuego que calcina. Por la anciana infelíz que gime y llora y que del cielo implora, que vuelva yo muy pronto a estar con ella, por mi madre, bohemios, que es dulzura vertida en mi amargura y en esta noche de mi vida, estrella ... El bohemio calló, ningún acento profanó el sentimiento nacido del dolor y la ternura, y pareció que sobre aquel ambiente flotaba inmensamente, un poema de amor y de amargura. Ignacio Manuel Altamirano ¡Tocan, hijos, la oración ...! ¡De rodillas! ... y roguemos a la madre del Señor por vuestro padre infelice, que ha tanto tiempo partió, y quizá esté luchando de la mar con el furor. Tal vez a una tabla asido, ¡no lo permita el buen Dios! naufrago triste y hambriento, y al sucumbir sin valor, los ojos al cielo alzando con lágrimas de aflicción, dirija el adiós postrero a los hijos de su amor. ¡Orad, orad, hijos míos, la Virgen siempre escuchó la plegaria de los niños y los ayes de dolor! En una humilde cabaña, con piadosa devoción, puestas de hinojos y triste a sus hijos así habló: la mujer de un marinero al oir la santa voz de la campana del puerto que tocaba la oración. Rezaron los pobres niños todo quedóse en silencio y después sólo se oyó, entre apagados sollozos, de las olas el rumor. De repente en la bocana truena lejano el cañón: ¡Entra buque!, allá en la playa la gente ansiosa gritó. Los niños se levantaron; mas la esposa, en su dolor, no es vuestro padre les dijo: Tantas veces me engañó la esperanza, que hoy no puede alegrarse el corazón. Pero después de una pausa ligero un hombre subió por el angosto sendero, murmurando una canción. Era un marino ... ¡Era el padre! La mujer palideció al oirle, y de rodillas palpitando de emoción, dijo: ¿Lo veís hijos míos? La Virgen siempre escuchó la plegaria de los niños y los ayes de dolor. VOLVERAN LAS OSCURAS GOLONDRINAS Gustavo Adolfo Becquer en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala en sus cristales jugando llamaran. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar aquellas que aprendieron nuestros nombres ... Esas ... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez en la tarde, aún más hermosas, sus flores se abrirán. Pero aquellas, cuajadas de rocio cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día ... Esas ... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante el altar, como yo te he querido ... desengáñate. ¡Así no te querrán! Pedro Calderón de la Barca con ese engaño mandando, disponiendo y gobernando, y este aplauso que recibe prestado, en el viento escribe; y en cenizas le convierte la Muerte ¡desdicha fuerte! ¡Que hay quien intente reinar viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte! Sueña el rico en su riqueza que más cuidados le ofrece, sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza, sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí de estas cadenas cargado y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño. ¡Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son! Sor Juana Inés de la Cruz a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual, solicitáis su desdén ¿por qué queréis que obre bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego con gravedad decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parece quiere el denuedo de vuestro parecer loco al niño que pone el coco y luego le tiene miedo. Queréis con presunción necia, hallar a la que buscáis para pretendida Thais, y en la posesión, Lucrecia. ¡Qué humor puede ser más raro que el que falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no está claro? Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos si os quieren bien. Opinión ninguna gana, pues lo que más se recata si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis, que con desigual nivel, a una culpáis por cruel, y a la otra por fácil culpáis. ¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende si la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada? Mas entre el enfado y la pena que vuestro gusto prefiere, bien haya la que no os quiere y quejáos enhorabuena. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada, la que cae de rogada, o el que ruega de caido? ¿O cuál es más de culpar aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿Pues para qué os espantáis de la culpa que tenéis? queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, y después con más razón, acusaréis la afición. de la que os fuere a rogar. Bien, con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia: pues es promesa e instancia juntas diablo, carne y mundo. Rubén Dario alma de querube, lengua celestial, el mismo y dulce Francisco de Asis, esta con un rudo y torvo animal bestia temerosa, de sangre y de robo, las fauces de furia, los ojos de mal. El lobo de Gubbia, el terrible lobo, rabioso ha asolado los alrededores, cruel ha desecho todos los rebaños; devoró corderos, devoró pastores, y son incontables sus muertes y daños. Fuertes cazadores armados de hierros fueron destrozados. Los duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros, como de cabritos y de corderillos. Francisco salió. Al lobo buscó en su madriguera. Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme, que al verle se lanzó feroz contra él. Francisco, con su dulce voz, akzando la mano, al lobo furioso dijo: ¡Paz hermano lobo! El animal contempló al varón de tosco sayal; dejó su aire arisco, cerró las abiertas fauces agresivas, y dijo: - ¡esta bien, hermano Francisco! - ¡Cómo! exclamó el santo- ¿Es ley que tu vivas de horror y de muerte? La sangre que vierte tu hocico diabólico, el duelo y espanto que esparce, el llanto de los campesinos, el grito, el dolor. ¿No han de contener tu encono infernal? ¿Vienes del infierno? ¿Te ha infundido acaso su rencor eterno Luzbel o Behal? Y el gran lobo, humilde: -¡Es duro el invierno, y es horrible el hambre! En el bosque helado no hallé qué comer, y busqué el ganado y en veces comi ganado y pastor. ¿La sangre? Yo vi más de un cazador sobre su caballo, llevando el azor al puño, o correr tras el jabalí, el oso o el ciervo, y a más de uno vi mancharse de sangre, herir, torturar, de las roncas trompas al sordo clamor, a los animales de Nuestro Señor. Y no era por hambre, que iban a cazar. Francisco responde: -En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la bestia es pura. Tú vas a tener desde hoy que comer. Dejarás en paz rebaños y gente en este país. ¡Que Dios modifique tu ser montaraz! -Está bien, hermano Francisco de Asis. Ante el Señor, que todo ata y desata, en fe de promesa tiéndeme la pata. El lobo tendió la pata al Hermano de Asís, que a su vez le alargó la mano. Fueron a la aldea. La gente veía, y lo que miraba casi no creía. Tras el religioso iba el lobo fiero, y, baja la testa, quieto le seguia como un can de casa, o como un cordero. Francisco llamó a la gente a la plaza y allí predicó: Y dijo: -He aquí una amable caza. El hermano lobo se viene conmigo; me juró no ser ya nuestro enemigo, y no repetir su ataque sangriento. Vosotros, en cambio, daréis su alimento a la pobre bestia de Dios. -¡Así sea contestó la gente toda de la aldea, y luego, en señal de contentamiento, movió testa y cola el buen animal, y entró con Francisco de Asis al convento. Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo en el santo asilo. Sus vastas orejas los salmos oían y los claros ojos se le humedecían. Aprendió mil gracias y hacia mil juegos cuando a la cocina iba con los legos, y cuando Francisco su oración hacía, el lobo las pobres sandalias lamía. Salía a la calle, iba por el monte, descendia al valle, entraba a las casas y le daban algo de comer. Mirábanle como a un manso galgo. Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, desapareció, tornó a la montaña y recomenzaron su aullido y su saña. Otra vez sintióse el temor, la alarma entre los vecinos y entre los pastores; colmaba el espanto los alrededores, de nada servían el valor y el arma pues la bestia fiera no dio tregua a su furor jamás, como si tuviera fuegos de Moloch y de Satanás. Cuando volvió al pueblo el divino santo, todos lo buscaron con quejas y llanto, y con mal querellas dieron testimonio de lo que sufrian y perdian tanto por aquel infame lobo del demonio. Francisco de Asís se puso severo. Se fue a la montaña a buscar al falso lobo carnicero. Y junto a su cueva halló a la alimaña. -En nombre del Padre del sacro Universo, conjúrote -dijo- ¡oh lobo perverso! a que me respondas: -¿Por qué has vuelto al mal? Contesta, te escucho. Como en sorda lucha habló el animal, la boca espumosa y el ojo fatal: -Hermano Francisco, no te acerques mucho ... yo estaba tranquilo, allá en el convento, al pueblo salía, y si algo me daban estaba contento, y manso comía. Mas empecé a ver que en todas las casas estaba la Envidia, la Saña, la Ira, y en todos los rostros ardían las brasas de odio, lujuria, infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacian la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y perra, y un buen día todos me dieron de palos. Me vieron humilde, lamía las manos y los pies. Seguía tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos, los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos. Y así me apalearon y me echan fuera, y su risa fue como una agua hirviente, y entre mis entrañas revivió la fiera, y me sentí lobo malo de repente; mas siempre mejor que esa mala gente. Y recomencé a luchar aquí, a me defender y a me alimentar, como el oso hace, como el jabalí, que para vivir, tiene que matar. Déjame en el monte, déjame en el risco, déjame existir en mi libertad; vete a tu convento, hermano Francisco, sigue tu camino y tu santidad. El santo de Asís, no le dijo nada. Lo miró con una profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló a Dios Eterno con su corazón. El viento del bosque llevó la oración. Que era: ¡Padre nuestro que estas en los cielos ...! José de Espronceda viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín: bajel pirata que llaman, por su bravura el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confin. La luna en el mar riela, en la loma gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul. Navega, velero mío, sin temor; que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. Que es mi barco mi tesoro que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza del viento, mi única patria la mar. Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra que yo tengo aqui por mio cuanto abarca el mar bravio, a quien nadie impuso leyes. Y no hay playa sea cualquiera, mi bandera de esplendor, que no sienta y dé pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria la mar. A la voz de ¡barco viene!, es de ver como vira y se previene a todo trapo escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido por igual solo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río: no me abandona la suerte y al mismo que me condena, colgaré de alguna antena, quizá en su propio navío. Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida yo la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudi. Que es mi barco mi tesoro que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria la mar. Son mi música mejor aquilones; el estrépito y temblar, de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento y del viento al rebramar yo me duermo sosegado arrullado por el mar. Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios mi libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria la mar. Federico García Lorca creyendo que era mozuela pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toque sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quite la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni dardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nacar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la lleve al río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy, como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande, de raso pajiso, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río. Antonio Guzmán Aguilera ya pa´que lo quero, si se jué la paloma del nido si me falta el calor de su cuerpo, si ya sus canarios de tiricia se han ido muriendo, si los capulines ya no sueltan sus frutos del tiempo, y las campanillas, las adormideras se han caído, tan recio que cualquiera que va a visitarme pisa sobre pétalos. Y yo que la vide, dialtiro decáida y con los ojos negros zambutidos en una ojeras moradas, y aluego los tales quejidos los tales mareos que dizque eran váidos al decir del médico. Yo nomás de acordarme, padezco. ¡Algame la Virgen!, mucho escalofrío y me hogo del pecho, y se mi hacen manos y pieses, como los badajos de los timbres eléctricos. ¡Que poco a poquito se me jue muriendo! y lloraba la probe en silencio. -No llores Micaila, por toitos los santos del cielo, tosía y tosía y al decirlo lloraba yo mesmo. -Si te pondrás güena, con los revoltijos que te ha dao el médico, no sias desconfiada con las medecinas, que a mi me sacaron del maldito infierno. ¡Ándale mi Chacha, quero ver en tu rostro trigüeño como dos tizones achispaos tus lindos ojuelos. ¡Ah, se me olvidaba decirte que trujo un rebozo de bola mi compadre Chencho, pa´cuando te alivies y en el cuaco trotón, en el prieto, he pensado pa´entonces que vayamos los dos riales un sábado a verlo! ¿Queres? Y el domingo le entraremos al mole muy rico, y a la barbacoa, y a los asaderos, al paso golvemos y en cuanto que Dios oscurezca, por el llano, abajo, asegún se sigue la falda del cerro ... ¡Micaela no llores! y le daba un beso Ella se sonreía, un instante, pero me miraba con una tristeza como si la sombra del presentimiento la preñara los ojos de llanto, que después derramaba en silencio. El día de su muerte, su rostro cenizo, me dió mucho miedo. -¿Pos que tienes Chacha? -No sé lo que tengo, pero sé que me voy y es pa´siempre. -Correré si queres por el siñor médico. ¿Quieres trigüeñita? -Ya pa´qué, mejor tate sosiego. Antes de que me ahoguen los remordimientos quero hablarte por último, Chacho. Asiéntate y oye, yo quise decírtelo dende hace mucho tiempo y a la mera, no, pos yo me ciscaba. ¡Como una es mujer! Chacho, ¡qué caray! y el miedo dizque no anda en burro pero ora qué li hace, mi negro, si ya se muere tu Chacha que li hace que sepas mi horrible secreto. Hace unos seis años, siguro, ¿recuerdas que nos envitaron a los herraderos los siñores amos? -¡Vaya si me acuerdo! ¿No jue aquel domingo que salí cornao por un toro prieto, cerca de las trancas, en el Rancho Verde de flor Juan? -El mesmo, ya vide que tiás acordado; pos ay tienes nomás que al saberlo, de la casa grande por la puerta mesma me salí corriendo y en las trancas jallé a don Antonio, aquel hijo mayor de don Pedro, que era entonces alcalde del pueblo. Preguntéle al punto por ti, por tu herida, por tu paradero, y me dijo que en una camilla te jalaron pa´casa del médico, y que si quería me llevaba en ancas. En el punto mesmo aceité, ¡qué caray!, no era cosa de dejarte morir como un perro. No nos vido salir de las trancas naiden, y llegando de un bote al potrero y a galope tendido trepamos a la cuesta del cerro, y al bajar la barranca del Cristo, tan jonda y tan negra, don Antonio empezó con sus cosas, con sus chicoleos: que si yo era una rosa de mayo, que si eran mis ojos nocturnos luceros. Yo a todo callaba, él se puso necio y me dijo que tu eras muy probe: total un ranchero; que él, en cambio, era dueño de hacienda con muchas talegas de pesos; que ti abandonara y nos juéramos pa´México, o pa´las Uruapas o pa´los Querétaros. Yo me puse muy jira y le dije que aunque probe me daba mi prieto pa´presumir mucho y andar diariamente con el zagalejo muy lentejuchao, y cada semana con rebozo nuevo. -Pos si no por amor, por la juerza, me dijo rayando su penco; y sin más me apretó la centura y mi boca mancho con un beso. Nunca lo hubiera hecho, sentí que la sangre cegaba mis ojos, y el furor, mi seno; saqué del arzón el machete, y por las espaldas, lo jundi en su cuello. Cayó pa´adelante con un grito horrendo, y rodó rebotando hasta el jondo del desfiladero ... Naiden supo nada; cuando la jallaron todito disecho, guiados por el puro jedor del barranco, los jueces dijeron, quesque jue un suicidio, por no sé qué amores y demás enredos. Yo me estuve callada la boca pero ahora pos dime: ¿Ya pa´qué, mi prieto? Se quedó como estática, acaso rezaba al morir, por el muerto. La abracé en silencio la besé en silencio y a poco a poquito, se me jue muriendo ... Mi jacal tá maldito ... si lo queres, madre, pos ai te lo dejo, si te cuadra, quémalo, no lo queres, véndelo; yo me guelvo a la filas, mi mama. a peliar por la patria me guelvo; si me quebra una bala, ¡qué hace! al cabo en el mundo, pa´los que sufrimos la muerte en el alma vivir o morir es lo mesmo. Mi cantón, magrecita del alma. sin ella ¿ya pa´qué lo quero ...? Juana de Ibarbourou A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente alboroto divino de alguna pajarera, o junto a la encantada charla de alguna fuente. A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea más breve. Yo presiento la lucha de mi carne por volver hacia arriba, por sentir en sus átomos la frescura del viento. Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos podrán estarse quietas, que siempre, como topos, arañarán la tierra en medio de las sombras estrujadas y prietas. Arrójame semillas. Yo quiero que se enraicen en la greda amarilla de mis huesos menguados. ¡Por la parda escalera de las raíces vivas yo subiré a mirarte en los lirios morados! Ramón López Velarde la senda milagrosa en que se hubiera abierto nuestra ilusión como perenne rosa ... Y pensar que pudimos, enlazar nuestras manos y apurar en un beso la comunión de fértiles veranos ... Y pensar que pudimos, en una onda secreta de embriaguez, deslizarnos, valsando un vals sin fin, por el planeta ... Y pensar que pudimos, al rendir la jornada, desde la sosegada sombra de tu portal y en una suave conjunción de existencias, ver las constelaciones del Zodiaco sobre la sombra de nuestras conciencias ... Rubén C. Navarro ¡Voy de paso! ¡Dame un vaso de tu vino que me quiero emborrachar, para dejar de pensar en este cruel destino, que me hiere sin cesar ...! ¡Tabernero, dame vino, del bueno para olvidar ...! Tú que a todos envenenas con tu brebaje maldito, ¿cómo quieres comprender lo infinito de las penas que da al morir un querer? ¡Acaso nada te apura porque tienes la ventura de tener una dulce compañera que te espera, sin saber que algún día no lejano, se irá con rumbo al Arcano, para nunca más volver ...! Yo también tuve un amor, que fue grande, ¡quizá tanto como lo es hoy mi dolor! y también sentí el encanto de una boca perfumada, que en la frente y en los ojos y en los labios me besó! ¡Yo también tuve mi amada; pero ... ya no tengo nada porque Dios me la quitó ...! Ya ves qué amargo es el destino que me hiere sin cesar. ¡Tabernero ... dame vino ... del bueno ... para olvidar ...! Vicente Neira ¿Dónde andas, so guaja? Hoy te mondo los güesos a palos. No llores ni juyas, porque no te escapas. Yo no sé lo que hacer ya contigo. ¡Me tienes muy jarta! A ti ya no te valen razones. A ti ya no te valen palabras, ni riñas, ni encierros, ni golpes, ni nada. Te dije al marcharme: Levántate pronto, y estira los güesos, y dobla las mantas, y enciende la lumbre, arrima el puchero, y enjuaga las ollas, y barre la casa. Y vengo y me encuentro, grandísimo pillo, la lumbre sin brasas; la puchera, sin caldo ni pringue; la vivienda, peor que una cuadra, la burra, sin pienso; las pilas, sin agua. ¡Segaste la yerba? ¿Trajiste la paja? ¿Regaste los tiestos? ¿Cerniste la harina? ¿Clavaste la estaca? ¿Comió la cordera? ¿Bebió la lechona? ¿Cogiste los güevos? ¿Mudaste la cabra? ¿Y a tí qué te importa? ¿Pa´qué quiés cansarte, si aquí está la burra que tó te loaga? ¿Tu piensas, granuja, que ha de estar tu madre jechita una negra, quemándose el alma, pa´que tú me malgastes el tiempo, que da más que lástima, jecho un ropasuelta, jecho un rajamantas, por esas callejas detrás de los perros, por esos regatos tirando a las ranas, o buscando níos por las zarzamoras. que así estás de lindo, grandísimo guaja? ¡Y ese siete tan guapo en la blusa? ¿Y esos pantalones tan llenos de manchas? ¡Qué gorra más limpia! ¡Qué medias tan majas! ¡Qué pelos tan lindos! ¡Qué codos, qué cuello, qué puños, qué mangas! ¡Ya no sé lo que hacer ya contigo! ¡Me tienes mu jarta! ¡De sobra conoces que semos solitos, que ya no tenemos quién nos lo ganaba ... que la vida de toitos los pobres es vida de lágrimas! ... Pero ni por esas. A tí, que te den roncando en la cama, y que te pongan la mesa tres veces, y rueden los días, y viva la holganza. Súbete esos calzones, so pillo; átate esos zapatos, so randa. Quítate esos mocos. Lávate esa cara. ¡Y vete ahora mismo donde no te vea que me tienes, me tienes mu jarta! Te aseguro, chiquitin, te aseguro que esto se te acaba en desde mañana, a la cola del burro; conmigo a la plaza, conmigo al molino, conmigo a la jaza. ¡A suar fatigas! ¡A mojarte el alma! Ya verás las penitas que cuesta, ya verás con qué agobios se gana ese pan que tan cómodamente a lo bobo, a lo bobo te zampas. La aurora se acerca espléndida, diáfana; lentamente despliegan los campos su manto de escarcha. La madre, afanosa, se tira del lecho y sus toscos aperos prepara, que ya espera, más ruda que nunca, la brega diaria; se acerca a la cama, donde el niño cándido tranquilo descansa. Un instante contempla amorosa su faz sonrosada, y después con cariño ferviente, dando un beso en sus labios, exclama: -¡Yo turbar ese sueño tan dulce! ... ¡No fuera quien soy, ni tuviera entrañas! ¡Juega y brinca y destroza, hijo mío! ¡Tu madre lo gana! Amado Nervo su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar ... El ingenio de Francia de su boca fluía. Era llena de gracia, como el Avemaria, ¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! Ingenua como el agua, diáfana como el día, rubia y nevada como margarita sin par, al influjo de su alma celeste amanecia. Era llena de gracia, como el Avemaria; ¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! Cierta dulce amable dignidad la investia de no sé qué prestigio lejano y singular, más que muchas princesas, princesa parecía; ¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar, y cadencias arcanas, halló mi poesía. Era llena de gracia, como el Avemaria; ¡quien la vio no la pudo ya jamás de olvidar! ¡Cuanto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía ... pero flores tan bellas nunca pueden durar! Era llena de gracia, como el Avemaria; y a la fuente de gracia, de donde procedia, ¡se volvió ... como gota que se vuelve a la mar! EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS Miguel Ramos C. I abierto en verano, cerrado en invierno por vidrios verdosos y plomos espesos, una salmantina de rubio cabello y ojos que parecen pedazos de cielo, mientras la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo, marchan en dos filas pausados y austeros sin más nota alegre sobre el traje negro que la beca roja que ciñe su cuello y que por la espalda casi roza el suelo. II Un seminarista, entre todos ellos, marcha siempre erguido, con aire resuelto. La negra sotana dibuja su cuerpo gallardo y airoso, flexible y esbelto. El solo a hurtadillas y con el recelo de que sus miradas observen los clérigos, desde que en la calle vislumbra a lo lejos a la salmantina de rubio cabello la mira muy fijo, con mirar intenso, Y siempre que pasa le deja el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros. III Monótono y tardo va pasando el tiempo y muere el estio y el otoño luego, y vienen las tardes plomizas de invierno. Desde la ventana del casucho viejo siempre sola y triste rezando y cosiendo, una salmantina de rubio cabello ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Pero no ve a todos: ve sólo a uno de ellos, un seminarista de los ojos negros. IV Cada vez que pasa gallardo y esbelto, observa la niña que pide aquel cuerpo en vez de sotana. Cuando en ella fija sus ojos abiertos con vivas y audaces miradas de fuego, parece decirle: ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo! ¡Si yo no soy tuyo me muero, me muero! A la niña entonces se le oprime el pecho, la labor suspende, y olvida los rezos, y ya vive sólo en su pensamiento el seminarista de los ojos negros. V En una lluviosa mañana de invierno la niña que alegre saltaba del lecho, oyó tristes cánticos y fúnebres rezos; por la angosta calle pasaba un entierro. Un seminarista sin duda era el muerto, pues cuando llevaban en hombros el féretro, con la beca roja encima cubierto, y sobre la beca el bonete negro. Con sus voces roncas cantaban los clérigos, los seminaristas iban en silencio, siempre en dos filas hacia el cementerio, como por las tardes al ir de paseo. La niña angustiada miraba el cortejo: los conoce a todos a fuerza de verlos ... Sólo uno faltaba entre todos ellos: el seminarista de los ojos negros. VI Corrieron los años, pasó mucho tiempo ... Y allá en la ventana del casucho viejo, una pobre anciana de blancos cabellos, con la tez rugosa y encorvado el cuerpo, mientras la costura mezcla con el rezo, recuerda con tristeza, por las tardes, al seminarista de los ojos negros.Presentación, por Omar Cortés.
Recordar las poesías que más me gustaban en mi infancia y parte de mi juventud, elaborando una recopilación de algunas de ellas, tal es el objetivo que me ha movido para concretizar esta edición virtual a la que he puesto por nombre Poesías del recuerdo.
En torno de una mesa de cantina,
En la campana del puerto
Volveran las oscuras golondrinas
Sueña el rey que es rey, y vive
Hombres necios, que acusáis
El varón que tiene corazón de liz,
Con diez cañones por banda,
Y que yo me la lleve al río
Mi cantón, magrecita del alma,
Amante: no me lleves, si muero, al camposanto.
Y pensar que extraviamos
¡Tabernero!
Ven acá, granuja.
Todo en ella encantaba, todo en ella atraía
Desde la ventana de un casucho viejo