Índice de El paraiso perdido de John MiltonLIBRO UNDÉCIMOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DUODÉCIMO



Argumento

El Ángel Miguel continúa refiriendo lo que acontecerá después del diluvio. Al hacer mención de Abraham, recorre sucesivamente la escala de los siglos hasta llegar a explicar quién será el fruto nacido de la mujer que se había prometido a Adán y Eva, culpables ya; su encarnación, muerte, resurrección y ascensión; y el estado de la Iglesia hasta su segunda venida. Completamente satisfecho Adán y tranquilizado con aquellos anuncios y promesas, baja de la montaña con Miguel. Despierta a Eva, que había estado durmiendo todo aquel tiempo, y cuyos agradables sueños la habían predispuesto a la tranquilidad de ánimo y a la obediencia. Miguel, llevándolos de la mano, los conduce a ambos fuera del Paraíso, y arroja su ardiente espada, mientras los querubines se colocan en sus respectivos puestos según les había ordenado.




Como el viajero que obligado a caminar de prisa interrumpe, sin embargo, su marcha al mediodía, suspendió aquí el Arcángel su narración, quedando entre el mundo destruido y el mundo restaurado, por si Adán quería además discurrir sobre lo que había oído; pero al poco rato, valiéndose de una sencilla transición, prosiguió de nuevo, diciendo:

Has visto entonces el principio y el fin de un mundo; has visto renacer al Hombre de un tronco; y aún tienes más que ver, pero conozco que tu vista mortal se debilita; estos objetos divinos no pueden menos que deslumbrar y fatigar los sentidos humanos. Lo que ha de acontecer después es mejor que te lo refiera; así que oye y préstame atención.

Mientras esta segunda generación de hombres se reduzca a corto número, y mientras en sus ánimos subsista el recuerdo de la terrible sentencia que se dictó, vivirán temerosos de Dios, procederán justa y rectamente y se multiplicarán en breve. La tierra, cultivada por ellos, les dará colmadas cosechas de trigo, vino y aceite; sacrificarán a menudo lo más selecto de sus rebaños: el toro, el cabrito, el cordero; prodigando con afectuosa mano sus libaciones e instituyendo fiestas sagradas, transcurrirán sus días en inocente júbilo, en paz segura, divididos en tribus y familias bajo el mando de paternal autoridad, hasta que se levante un hombre altivo y ambicioso, que enemigo de igualdad tan bella y de tan feliz estado, se arrogue un injusto dominio sobre sus hermanos, y ahuyente de la Tierra toda concordia, toda ley natural. Empleará sus armas, y no contra las fieras, sino contra los hombres, en guerras y hostiles asechanzas, y cuantos se nieguen a obedecer su tirano imperio; y por esto se llamará el gran cazador, a despecho del Señor; a despecho también del cielo, pretenderá derivar del mismo su transmitida soberanía, y su nombre equivaldrá al de rebelión, aunque acuse de rebeldes a los demás.

Acompañado o seguido de una multitud tan ambiciosa como él y no menos propensa a la tiranía, marchando desde el Edén hacia el Occidente, encontrarán una llanura, donde de las entrañas de la Tierra, verdadera boca del infierno, brotará un betún negro e hirviente, y con él y con ladrillos labrados al intento, procurarán fabricar una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo, con lo que logren eternizar su nombre, no sea que diseminados alguna vez por extrañas tierras, su memoria se dé al olvido, aunque por lo demás no se cuiden de que sea buena o mala esta memoria. Pero Dios, que sin ser visto desciende muchas veces a visitar a los hombres, y entra en sus moradas para investigar sus obras, fijó en ellos sus miradas y bajó a aquella ciudad antes de que su torre ocultara las torres del Cielo, y burlándose de ellos, puso en sus lenguas espíritus diversos que alterando por completo su nativo idioma, lo convirtieron en un ruido disonante de palabras desconocidas. Se suscitó de pronto un confuso y estrepitoso clamoreo entre los constructores; se llamaban unos a otros, pero nadie se entendía, de modo que redoblando sus gritos, enfurecidos y creyéndose mutuamente injuriados, trabaron entre sí descomunal pelea. ¡Oh! ¡Qué de risas produjo en el Cielo aquel espectáculo, con su extraño azoramiento y su horrenda vocería! Cayó así en ridículo y concluyó la soberbia fabricación, que por esta causa fue llamada Confusión.

Luego de escuchar esto Adán, exclamó con paternal enojo:

¡Hijo detestable, que así aspira a avasallar a sus hermanos, apoderándose de una autoridad usurpada, que no le ha concedido Dios! Sólo nos ha dado dominio absoluto sobre las bestias, los peces y las aves; este derecho tenemos, debido a su bondad; pero no ha hecho al hombre señor de los demás hombres, sino que reservándose este título para sí, dejó a la humanidad libre de toda servidumbre humana. Y ese usurpador no se contenta con someter a su orgullo al hombre, sino que con su torre pretende asaltar y desafiar al Cielo. ¡Miserable! ¿Qué alimentos pensará trasportar allá arriba para atender a su subsistencia y a la de su temerario ejército, cuando el aire sutil que reina sobre las nubes seque sus groseras entrañas y lo prive de respiración, ya que no esté privado de sustento?

A lo que contestó Miguel:

Con razón te indignas contra ese mal hijo que tal perturbación produce en la tranquila existencia humana, empeñándose en subyugar la libertad, hija de la razón; pero no olvides, sin embargo, que desde tu culpa original, la verdadera libertad se ha perdido, la libertad gemela de la recta razón, y por consiguiente partícipe con ella de su mismo ser. Una vez oscurecida u olvidada en el hombre la razón, nacen en él los deseos inmoderados, las pasiones violentas, que lo privan del imperio que sobre él ejerce aquélla, y de libre que era, lo reducen a la esclavitud. Por lo mismo, desde el momento en que consiente que un poder ominoso avasalle el albedrío de su razón, Dios le impone el justo castigo de someterlo exteriormente a violentos opresores, que por lo común tiranizan con no menos injusticia su libertad externa; y está bien que exista la tiranía, aunque no por eso sea el tirano disculpable. A veces las naciones decaerán de la virtud, que es la razón, de tal manera, que no la iniquidad, sino la justicia o la maldición que sobre ellas caiga, las privará de su libertad externa y aun de la que interiormente disfruten. Es testigo el hijo irrespetuoso de aquel que fabricó el arca, que a consecuencia de la afrenta con que infamó a su padre, oyó fulminar contra su viciosa raza esta maldición terrible: Serás esclavo de los esclavos.

Caerá, pues, este último mundo como el primero, de un mal en otro peor, hasta que cansado Dios de tantas maldades, retire su presencia de entre los hombres y aparte de ellos sus santas miradas, resuelto a abandonarlos en los caminos de perdición, y a elegir entre todas las naciones una sola que sea la que lo invoque, una nación que proceda del único hombre fiel, el cual more en la parte de acá del Eufrates, aunque haya sido criado en el seno de la idolatría.

¿Podrás creer que esos hombres sean estúpidos hasta el punto de abandonar al Dios vivo, aun en vida del patriarca preservado del diluvio, y de adorar las obras salidas de sus propias manos, los leños y las piedras, como si fueran dioses? Pues a pesar de esto, el Altísimo Señor se dignará, por medio de una visión, alejar a ese hombre de la casa de su padre, de entre los suyos y del culto de sus falsos dioses, enviándolo a una tierra que le mostrará; y hará que sea principio de una nación poderosa, a la cual colmará de bendiciones, de manera que todas las demás naciones de su raza lleguen a ser igualmente benditas. Y ese hombre obedece al momento; no conoce la tierra adonde va, pero abriga una fe ciega. Yo estoy viéndolo, aunque tú no puedas verlo; veo la fe con que deja sus dioses, sus amigos, su suelo natal, la ciudad de Ur, de Caldea, pasando el vado para ir a Harán, y llevando en pos un séquito embarazoso de ganados y de sirvientes. No camina pobre, mas confía todas sus riquezas a Dios, que lo llama a una tierra desconocida; y llega a Canaán, donde descubro sus tiendas colocadas alrededor de Siquén y en la llanura próxima a Moreh; y allí se le promete para su descendencia la donación de toda aquella tierra, desde Hamath, por la parte del norte, hasta el desierto, a la del mediodía -distingo los lugares por sus nombres, aunque estos nombres no existan ya-, y desde el monte Hermón hasta el anchuroso mar occidental. A este lado Hermón; en el otro el mar. Mira en perspectiva estos puntos según los voy mencionando: en la costa el monte Carmelo; aquí la corriente del Jordán con los manantiales que la alimentan, verdadero límite hacia el Oriente; pero sus hijos se establecerán en Senir, en aquella larga cadena de colinas. Considera bien esto, que todas las naciones de la Tierra serán benditas en la descendencia de ese hombre, y que en SU descendencia está incluido tu gran Libertador, el destinado a hollar la cabeza de la serpiente; lo cual en breve te será más claramente revelado.

Este bendito patriarca, que a su tiempo tendrá el nombre de fiel Abraham, dejará un hijo, y este hijo un nieto, igual a él en fe, en sabiduría y en fama, el cual acompañado de sus doce hijos partirá de Canaán para una tierra más adelante llamada Egipto, fertilizada y dividida por el río Nilo. Mira por dónde corre éste, y cómo desagua en el mar por medio de siete bocas. Invitado por el más joven de sus hijos, viene a residir en esta tierra en tiempo de carestía. Se ilustra este hijo por sus hechos, que lo elevan a ser el segundo en el imperio de los faraones, y muere allí dejando una posteridad que muy pronto llega a ser una nación, la cual, creciendo de día en día, se hace sospechosa a uno de los reyes sucesivos, y éste procura atajar el incremento de aquella gente extraña tan numerosa, convirtiéndola de huéspedes en esclavos, y en vez de hospitalidad dando muerte a todos los hijos varones; pero por último nacen dos hermanos, llamados Moisés y Aarón, enviados por Dios para redimir a su pueblo de la esclavitud, que regresan llenos de gloria y de despojos a la tierra de promisión.

Ya antes de esto el pérfido tirano, que renegaba de su Dios y menospreciaba su mensaje, ha de verse amenazado de señales y anuncios terribles: los ríos se teñirán de sangre, aunque no lleven ninguna; invadirán su palacio las ranas, los piojos y las moscas, y lo inundarán todo, y plagarán toda aquella tierra; sus ganados morirán de morriña y peste; su cuerpo y los cuerpos de todos sus súbditos se cubrirán de úlceras y tumores. Mezclado el trueno con el granizo y el granizo con el rayo, despedazarán el cielo de Egipto, devorando la tierra por donde pasen; y lo que no devoren de hierbas, frutos o granos, quedará envuelto en una negra nube de langostas, que formando un inmenso enjambre, consumirán hasta el más pequeño resto de verdura. Se verán sumidos en tinieblas todos sus reinos, tinieblas palpables que suprimirán tres días; y finalmente, en una misma noche y de un solo golpe morirán todos los recién nacidos de Egipto. Traspasado por diez heridas el dragón del río, consentirá entonces en la partida de sus huéspedes, y con frecuencia humillará su empedernido corazón; mas como el hielo que se endurece de nuevo después de la blandura, sintiéndose poseído de mayor ira, perseguirá a los que ya había dejado libres, y el mar lo tragará con su hueste, dejando pasar a los viajeros a paso seco, entre dos muros cristalinos; y la vara de Moisés tendrá separadas las olas hasta que el pueblo del Señor llegue a la segura playa.

Tal es el milagroso poder que Dios concederá a su profeta¡ y Dios estará presente en su Angel, que caminará delante de ellos en una nube y en una columna de fuego, de día en la nube, de noche en la columna, para guiarlos en su camino o ponerse a sus espaldas cuando los persiga el obstinado rey. Y los perseguirá en efecto toda una noche, pero se interpondrá la oscuridad para defenderlos hasta que se aproxime el alba, y entonces Dios, dirigiendo sus miradas a través de la columna y de la nube, confundirá a las impías legiones y hará polvo las ruedas de sus carros, y a su mandato por segunda vez tenderá Moisés su poderosa vara sobre el mar, y el mar, obediente a ella, volverá sus olas sobre los ordenados escuadrones y dejará allí sepultados a sus guerreros. A salvo ya el pueblo escogido, camina desde la playa hacia Canaán, atravesando el áspero desierto, pero no directamente, por temor de que alarmados los Canaanitas, no susciten una guerra que amedrente a gente inexperta en ella, y el miedo la obligue a retroceder a Egipto, prefiriendo la vida menguada de la esclavitud¡ porque para los nobles como para los que no lo son, la vida más dulce es la más extraña a las armas, cuando no se acude a ellas por un impulso de desesperación.

La permanencia en el desierto les será además provechosa, dado que podrán fundar un gobierno, y entre sus doce tribus elegir un gran senado que ejerza su autoridad conforme a ordenadas leyes. Descenderá Dios al monte Sinaí, cuya nebulosa cima lo recibirá temblando, y desde allí entre truenos y relámpagos y estruendoso tañido de trompetas les dictará sus leyes, unas referentes a la justicia civil, otras a los ritos religiosos de los sacrificios, anunciándoles por medio de imágenes y sombras al que está destinado a hollar la cabeza de la serpiente y el modo con que proveerá a la salvación del género humano. Pero la voz de Dios es temerosa al oído humano, y así le pedirán que les manifieste su voluntad por boca de Moisés, poniendo término a su temor; y Dios accederá a su ruego, una vez persuadidos de que no podrán acercarse a El sin mediador, sublime oficio que desempeña Moisés ahora en figura, para introducir otro gran mediador cuyo tiempo predecirá; y todos los profetas cantarán sucesivamente el advenimiento del gran Mesías.

Establecidos estos ritos y estas leyes, de tal manera se mostrará Dios complaciente con los hombres dóciles a su voluntad, que se dignará poner su tabernáculo en medio de ellos para que el único Santo habite entre los mortales. Al tenor de lo que ha prescrito, se fabrica un santuario de cedro, cubierto de oro, y dentro de él un arca en que se conservan los testimonios y recuerdos de su alianza; encima se eleva el trono de la misericordia, resguardado por las alas de dos fulgentes querubines. Arden delante de este trono siete lámparas que, como en un zodiaco, representan las antorchas celestiales; y sobre la tienda permanecerá de día una nube y de noche un flamígero destello, excepto los días en que las tribus estén caminando, las cuales conducidas por el Angel del Señor, llegarán por fin a la tierra prometida a Abraham y su descendencia.

Sería muy prolijo referirte todo lo demás, el número de batallas empeñadas, de reyes destronados, de reinos que han de conquistarse; cómo el Sol quedará inmóvil todo un día en el cielo, retrasándose el acostumbrado curso de la noche, y esto a la voz de un hombre que gritará: ¡Oh, Sol! Párate sobre el Gibeón, y tu, Luna, en el valle de Ajalón hasta que Israel haya vencido, que así se llamará el tercer hijo de Abraham, hijo de Isaac, nombre que se trasmitirá a su posteridad vencedora de los pueblos de Canaán.

Al llegar aquí lo interrumpió Adán diciendo:

¡Oh, mensajero del cielo, luz de mis tinieblas! ¡Qué de cosas favorables me has revelado, sobre todo en lo que concierne a Abraham y su descendencia! Por primera vez siento ahora verdaderamente abiertos mis ojos, y menos angustiado mi corazón; hasta el presente todos mis pensamientos eran vacilaciones respecto a la suerte que me estaba reservada, y no sólo a mí, sino a todo el género humano; pero ya veo el día en que serán bendecidas todas las naciones; merced que yo no merezco por haber buscado la ciencia prohibida por medios también ilicitos. No acabo de comprender, sin embargo, por qué se imponen tantas y tan diversas leyes a aquellos entre quienes se dignará Dios residir en la Tierra. Esta multitud de leyes supone igual multitud de culpas. ¿Cómo Dios puede habitar entre tales hombres?

Le respondió Miguel:

No dudes que entre ellos reinará el pecado, que has engendrado tú. La ley se les impone únicamente para evidenciar su natural perversidad, que sin cesar está incitando al pecado a rebelarse contra aquélla; y cuando vean que dicha ley puede poner de manifiesto el pecado, y no borrarlo, excepto por débiles apariencias de expiacion, como la sangre de toro o de macho cabrio, deducirán que para satisfacer la deuda del Hombre es menester sangre más preciosa, la del justo por el injusto, a fin de que en esta justicia que ha de imputárseles por la fe, puedan hallar su justificación para con Dios y la paz de su conciencia, que no bastarían a procurar todas las ceremonias de la ley, cuya parte moral no puede cumplir el Hombre, y no cumpliéndola, no puede vivir. Pues la ley parece imperfecta y únicamente dictada con el objeto de someter a los hombres en la plenitud de los tiempos a una alianza más íntima, y disciplinados ya, hacerlos pasar de las figuras aparentes a la realidad, de la carne al espíritu, de la imposición de una ley estrecha a que libremente acepten una amplia gracia, del temor servil al respeto filial, y de las obras de la ley a las obras de la fe. Así que no será Moisés, aunque tan amado del Señor, pero sólo ministro de la ley, quien conduzca a su pueblo a Canaán, sino Josué, llamado Jesús por los gentiles y encargado con este nombre de ser quien descubra a la serpiente y conduzca con toda seguridad al Hombre, completamente perdido en los desiertos del mundo, al eterno descanso del Paraíso.

Entre tanto, establecidos aquéllos en el Canaán terrestre morarán y prosperarán allí por largo tiempo; mas cuando sus pecados lleguen a perturbar el sosiego público, provocarán a Dios a que les suscite nuevos enemigos, de los cuales se verán libres luego que den muestras de arrepentimiento; y esta libertad les procurarán primero los jueces y después los reyes. El segundo de éstos, célebre por su piedad y sus gloriosos hechos, obtendrá la irrevocable promesa de que su regio trono ha de subsistir perpetuamente; todas las profecias referirán también que del real tronco de David, nombre propio de este rey, procederá un hijo, nacido de la mujer, el mismo que se te ha predicho, y predicho igualmente a Abraham, como aquel en quien tendrán su esperanza todas las naciones, y también predicho a los reyes, y que será el postrero de éstos, porque su reino no tendrá fin.

Pero a Él ha de preceder una larga sucesión de reyes. El primero, hijo de David, famoso por sus riquezas y sabiduría, colocará en un suntuoso templo, rodeada de una nube, el arca del Señor, que hasta entonces habrá andado vagando con sus tiendas. De los demás que han de seguirlo, unos se contarán en el número de los buenos, otros en el de los malos reyes. Los malos formarán más larga serie, y sus torpes idolatrías y todos sus otros crímenes, añadidos a la perversidad del pueblo, de tal manera irritarán a Dios, que se apartará de ellos, y abandonará su tierra, sus habitaciones, su templo, su santa arca y sus reliquias más sagradas a la burla y rapacidad de la ciudad cuyos muros has visto entregados a la confusión, de donde le vino el nombre de Babilonia. Allí los dejará en cautiverio por espacio de sesenta años y por fin los sacará de él, recordando su misericordia y la alianza jurada a David, inalterable como los días del cielo. Vueltos de Babilonia por disposición de los reyes sus señores, que Dios les inspirará, reedificarán ante todo la casa del mismo Dios, y vivirán algún tiempo moderada y regularmente, hasta que creciendo en opulencia y número degeneren en facciosos. Las primeras discordias nacerán de los sacerdotes, hombres que consagrados a los altares, deberían no pensar más que en la paz; sus rencillas llegarán hasta profanar el mismo templo, acabando por arrebatar el cetro, sin hacer caso de ninguno de los hijos de David, y por último lo perderán, y pasará a manos de extranjeros, para que el verdadero ungido, el Mesías, nazca privado de sus derechos.

Nace este rey, sin embargo, y una estrella hasta entonces oculta en los cielos, anuncia su venida y sirve de guía a los sabios de Oriente que lo buscan para ofrecerle incienso, mirra y oro. Un ángel, mensajero de paz, enseña el lugar de su nacimiento a unos sencillos pastores que velaban durante la noche, los cuales acuden transportados de júbilo y oyen los coros de innumerables ángeles que entonan cantos al recién nacido. Su madre es una virgen; su padre el Altísimo Omnipotente. Subirá al trono hereditario, y se extenderá su reino a los confines más apartados de la Tierra, como su gloria a todos los ámbitos del Cielo.

Miguel guardó silencio al notar en el semblante de Adán una alegría tan viva, que asemejándose al dolor lo hacía verter abundante llanto y no le permitía proferir una palabra; mas al fin pronunció las siguientes:

¡Oh, profeta de faustas nuevas! Has colmado mis mayores esperanzas. Comprendo ahora lo que en mis más profundas meditaciones buscaba en vano; por qué el que con tanta ansia esperamos, debe llamarse fruto de la mujer. ¡Salve, virgen Madre, que tan encumbrada estás en el amor del cielo! Sin embargo, de mi carne nacerás, y de tu vientre nacerá el Hijo de Dios Altísimo. Así se unirá Dios con el Hombre. Es forzoso que la serpiente aguarde con mortal angustia el quebrantamiento de su cabeza. Mas dime: ¿dónde y cuándo será el combate? ¿Qué golpe herirá la planta del vencedor?

No te imagines, respondió Miguel, que el combate vaya a ser un duelo, ni que se produzcan realmente las heridas en la planta o en la cabeza; el Hijo no une la humanidad a la divinidad para postrar con más fuerza a tu enemigo; ni quedará así aniquilado Satanás, cuando un escarmiento más terrible, su caída del Cielo, no lo imposibilitó para hacerte a ti una mortal herida. El Mesías, tu Salvador, no te curará destruyendo a Satanás, sino destruyendo en ti y en tu raza las obras de éste, lo cual no puede efectuarse sino perfeccionando lo que a ti te falta, la obediencia a la ley de Dios, impuesta bajo pena de muerte y padeciendo esta muerte que ha merecido tu desobediencia y la de aquellos que de tí desciendan. Sólo así puede satisfacerse la Suprema Justicia. El cumplirá exactamente la ley de Dios por obediencia y por amor, aunque sólo el amor baste al cumplimiento de esta ley. Sufrirá tu castigo exponiéndose en la carne a una vida perseguida y a una abominable muerte. Prometerá la vida a los que crean en su redención y en que por medio de la fe se les imputará su obediencia y los méritos para salvarse, no por sus propias obras, aunque se ajusten a la ley. Vivirá en la Tierra odiado, blasfemado, prendido por fuerza, juzgado y condenado a muerte, infamado, maldito, enclavado en la cruz por su propia nación, y muerto por haber dispensado la vida. Pero en su cruz quedarán clavados tus enemigos; con El serán crucificados el castigo que se te ha impuesto y los pecados de todo el género humano, y ningún daño experimentarán después los que confíen plenamente en su satisfacción. Así morirá, pero resucitará en breve. La muerte no tendrá sobre El poder muy duradero, pues antes de que vuelva a lucir la tercera aurora, lo verán los astros de la mañana alzarse de su sepulcro, puro como la naciente luz; y entonces quedará satisfecho el rescate que redime al Hombre de la muerte, y su muerte salvará al Hombre, siempre que no menosprecie una vida así ofrecida, y que contraiga el mérito de la fe acompañada de buenas obras. Este divino acto anula tu sentencia, la muerte que hubieras debido sufrir, envuelto como estabas en el pecado y eliminado para siempre de la vida; este acto quebrantará la cabeza de Satanás y rendirá su fuerza, una vez derrotados el pecado y la muerte, sus dos principales armas, cuyo aguijón se clavará más hondamente en su cabeza que la herida que haga la muerte temporal en la planta del vencedor o de sus rescatados, porque esta muerte es como un sueño del que dulcemente se despierta para pasar de la vida a la inmortalidad.

Después de su resurrección sólo se detendrá en la Tierra el tiempo preciso para aparecerse alguna vez a sus disápulos, hombres que durante su vida lo siguieron siempre; ya ellos les encargará que anuncien a las naciones lo que de El y de la salvación humana han aprendido, bautizando en agua corriente a los que crean, señal que purgándolos de la mancha del pecado para la pureza de su vida, los preparará también en espíritu, si fuera menester para una muerte semejante a la del Redentor. Enseñarán por consiguiente a todas las naciones, porque desde aquel día predicarán la salvación no sólo a los hijos nacidos del seno de Abraham, sino a los que profesen la fe de Abraham, cualquiera que sea el lugar del mundo donde se hallen; y así en su raza serán bendecidas todas las naciones.

En seguida ascenderá el Salvador al cielo de los cielos, llevando en pos la victoria, triunfante de sus enemigos y de los tuyos; en su ascensión sorprenderá a la serpiente, como príncipe que es del aire, y arrastándola encadenada por todo su imperio, la dejará por último confundida. Entrará luego en su gloria y recobrará su trono a la derecha de Dios, magníficamente exaltado sobre todas las divinidades del Cielo, desde donde, cuando ese mundo esté preparado para su disolución, volverá en toda su gloria y majestad a juzgar a los vivos y a los muertos; juzgará a los muertos apartados de la fe y recompensará a los fieles, recibiéndolos en su bienaventuranza, y así en el Cielo como en la Tierra, porque toda la Tierra será entonces Paraíso, lugar más bienaventurado que este Edén, y días aquellos venturosísimos.

Así habló el arcángel Miguel; luego suspendió el discurso, como si sobreviniera el gran periodo del mundo; y nuestro primer padre, lleno de júbilo y admiración, exclamó:

¡Oh, bondad infinita, bondad inmensa, que hasta del mal haces nacer todo este bien, trocando en bienes los males, maravilla más grande que la de la creación, al salir la luz de las tinieblas! Cercado me veo ahora de incertidumbres; no sé si arrepentirme del pecado en que he incurrido y a que he dado ocasion, o si más bien regocijarme, porque de él ha resultado mayor bien, gloria más grande a Dios, a los hombres más benévola protección del cielo, y que a la cólera haya sustituido la gracia. Pero dime: si nuestro libertador toma a los cielos, ¿qué será de ese escaso número de fieles, abandonados en medio de ese rebaño impío, de tantos enemigos de la verdad? ¿Quién guiará a su pueblo, quién lo defenderá? ¿No serán sus discípulos víctimas de más sañudo rigor que el que con El han empleado?

Puedes estar seguro, replicó el Angel, de que así ha de suceder; pero desde el Cielo enviará a los suyos un consolador, el prometido de su Padre, su espíritu, que residirá en ellos y grabará en sus corazones la ley de la fe por medio del amor para guiarlos con toda verdad; y les infundirá amor espiritual con que puedan resistir las tentaciones de Satanás y despuntar sus envenenados dardos. Nada de lo que pueda intentar el hombre contra ellos los intimidará, ni aun la misma muerte, pues recibirán en sus interiores consuelos la compensación de todas sus crueldades. Su inquebrantable firmeza desarmará a menudo a sus más tenaces perseguidores, porque el Espíritu comunicado primero a los apóstoles que han de predicar a las naciones el Evangelio, y después a cuantos reciban la gracia del bautismo, infundirá en aquéllos el portentoso don de hablar todas las lenguas y de renovar todos los milagros que antes de ellos hizo su Maestro; y así en cada nación persuadirán a una inmensa muchedumbre a oír embelesada las nuevas venidas del cielo; y finalmente cumplido su ministerio y terminada gloriosamente su carrera, morirán dejando escritas su historia y su doctrina.

Pero, según lo habían predicho, en lugar de ellos, sucederán los lobos a los pastores; lobos crueles, que emplearán los sagrados misterios del cielo en saciar su vil ansia de ambición y lucro, y que corromperán con supersticiones y falsas tradiciones la verdad, que sólo se conserva en las palabras puras de la Escritura y sólo es comprensible para el espíritu. Entonces procurarán valerse de nombres, dignidades y títulos, y unir el poder secular a éstos, aunque fingiendo que únicamente aspiran al espiritual, con lo que se apropiarán el espiritu de Dios, prometido y otorgado por igual a todos los creyentes. A favor de tal ficción impondrán leyes espirituales por medio del poder humano a cada conciencia; leyes que nadie hallará escritas en los libros santos, ni entre las que el Espiritu grabó tan profundamente en los corazones. ¿Qué pretenden, pues, más que violentar el espíritu de la Gracia, y esclavizar a su compañera la libertad? ¿Qué otra cosa que destruir los templos vivos edificados por la fe, por su propia fe, y no por ninguna extraña? Porque, ¿quién puede ser infalible en la Tierra, obrando contra la fe y contra la conciencia? Muchos se gloriarán de seda, y de esta variedad nacerá una rigurosa persecución contra los perseverantes adoradores en espíritu y en verdad. El resto, que será el mayor número, creerán cumplir con la religión apelando a demostraciones exteriores y a especiosas formalidades. Hostigada por los dardos de la calumnia huirá la verdad, y se hallará rara vez la práctica de la fe. De esta manera el mundo llegará a ser funesto para los buenos, halagüeño para los malos y se sentirá abrumado bajo su propia pesadumbre, hasta que luzca el día de descanso para el justo y de venganza para el malvado, que será el del advenimiento del Defensor que recientemente se te ha prometido, fruto de una mujer, vagamente anunciado, y a quien no puedes ya menos de conocer como tu Salvador y tu Soberano. Cercado de brillantes nubes, se revelará, por fin, en el Cielo, partícipe de la gloria de su Padre, y vendrá a aniquilar á Satanás con todo su perverso mundo; y de esta masa candente, purificada por el fuego, sacará nuevos cielos, una nueva tierra, y creará siglos interminables, fundados en la justicia, en la paz y en el amor, que darán frutos de colmado bien y perpetua felicidad.

Terminó con estas palabras, y Adán también, añadiendo:

¡Qué pronto, celestial profeta, has recorrido este mundo transitorio y la serie de los tiempos hasta que lleguen a fijarse estables! Más allá todo es un abismo, todo una eternidad, cuyo fin no puede alcanzar la vista. Saldré de aquí perfectamente instruido y en paz con mis pensamientos; llevo cuanto puede contener este pequeño vaso, y mi locura fue aspirar a llenarlo más. Sé para el futuro que lo mejor es obedecer solamente a Dios; amarlo y temerlo a un tiempo; proceder como si estuviera siempre delante de El; no desconfiar jamás de su Providencia; entregarse del todo a El, que misericordioso en todas sus obras, hace que el bien triunfe sobre el mal, y convierte las cosas más pequeñas en las más grandes, y sorprende con el impulso que se cree más ineficaz los mayores poderes de la Tierra, y toda la ciencia mundana con la más humilde sencillez. Sé que el que padece por la verdad adquiere valor bastante para lograr el supremo triunfo, y que para el fiel, la muerte no es más que la puerta de la vida. Esto he aprendido con el ejemplo de Aquel a quien reconozco ya como mi Redentor siempre bendito.

Y el Angel por última vez repuso:

Pues sabiendo esto has llegado a la cumbre de la sabiduría, y no esperes alcanzarla mayor, aunque conocieras todas las estrellas por su nombre, todos los poderes etéreos, los secretos del abismo, todas las obras de la Naturaleza y las de Dios en el cielo, en el aire, en la tierra y en los mares; aunque disfrutaras de todas las riquezas de este mundo y lo redujeras todo a tu solo imperio. Añade a tu saber acciones que sean dignas de él, agrega la fe, la virtud, la paciencia y la templanza; añade el amor que algún día será llamado caridad, y que es el alma de todo lo demas; y entonces sentirás menos abandonar este Paraíso, porque dentro de ti hallarás otro mucho más venturoso y bello.

Pero bajemos ya de esta altura de contemplación, que ha llegado la hora precisa en que es forzoso partir de aquí, y esos vigilantes que ves, colocados por mí en aquella colina, aguardan para marcharse. Flamígera espada, signo de proscripción, vibra furiosamente delante de ellos; no podemos permanecer más tiempo. Anda, despierta a Eva; también la he tranquilizado a ella con agradables sueños, mensajeros consoladores, y predispuesto su ánimo a una sumisa resignación. En ocasión oportuna, tú la harás partícipe de cuanto has oído, y principalmente de lo que le conviene a su fe saber, de la gran redención que su descendencia, la descendencia de la mujer, traerá a todo el género humano para que puedan vivir, ya que serán largos sus días, unidos en una sola fe, aunque tristes, y no sin causa, al recordar los males pasados, pero contentos, sin embargo, considerando su fin dichoso.

Así dijo, y bajaron ambos de la colina; y apenas se vio al pie de ella, corrió Adán al lecho en que había dejado a Eva durmiendo, y la encontró despierta, y oyó que lo recibía con estas palabras, nada melancólicas por cierto:

Ya sé de dónde vienes y adónde has ido, porque Dios también nos asiste cuando estamos dormidos, y en los sueños se aprende algo, y los que me ha sugerido han sido muy agradables y me ha predicho grandes bienes, en cuanto, abrumada de pesar y con el corazón tan angustiado, cerré los ojos. Sé tú ahora mi guía; no me detendré un momento; ir contigo vale tanto como permanecer aquí; quedarme sin ti sería alejarme contra mi voluntad, porque tú eres para mí cuanto existe bajo el cielo, y contigo estaré en todos los lugares, contigo, a quien mi crimen voluntario expulsa de esta mansión. Al salir de aquí llevo, sin embargo, el consuelo que más puede tranquilizarme: que aunque por mí se ha perdido todo, y aunque no merezco favor tan grande, de mí nacerá la prometida estirpe por quien todo ha de restaurarse.

Así habló nuestra madre Eva; Adán la escuchaba complacido, pero nada le respondió, porque a su lado estaba el Arcángel. De la otra colina, donde estaban colocados, con paso majestuoso descendían los querubines; se deslizaban al andar como fúlgidos meteoros, como la niebla de la tarde, que levantándose del río, pasa rozando la superficie de los pantanos, y avanza presurosa hurtando el suelo a las pisadas del labrador, que regresa a su cortijo. Levantada delante de ellos, fulguraba la espada del Señor, despidiendo airados resplandores, como un cometa, y su ardiente fuego y los vapores que exhalaba iban acalorando el templado clima del Paraíso, como el adusto aire de Libia. El Angel entonces, tomando de las manos a nuestros padres, y apresurando sus lentos pasos, los condujo directamente a la puerta oriental, y desde ella con la misma prontitud hasta el pie de la roca donde se extendía la llanura inferior, y luego desapareció.

Miraron ellos hacia atrás y descubrieron toda la parte oriental del Paraíso, venturosa morada suya en otro tiempo, que ondulaba al trémulo movimiento de la fulminante espada, y agrupadas a la puerta figuras de imponente aspecto y relumbrantes armas. Como era natural, se les llenaron de lágrimas los ojos, que se enjugaron pronto. Delante tenían todo un mundo donde podían elegir el lugar que más les gustara para su reposo, además tenían como guía a la Providencia; y estrechándose uno a otro la mano, prosiguieron por en medio del Edén su solitario camino con pasos lentos e inciertos.

Índice de El paraiso perdido de John MiltonLIBRO UNDÉCIMOBiblioteca Virtual Antorcha