Índice de Otelo de William ShakespeareCUARTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

OTELO

William Shakespeare

QUINTO ACTO


PRIMERA ESCENA
Una calle.

Entran Yago y Rodrigo.

YAGO
Ponte detrás del poste que ahora viene; desnuda tu tizona, y vete al bulto, ¡zis, zas!, sin miedo; me tendré a tu espalda; nos salvas o nos pierdes, no lo olvides; resuélvete, por tanto, y ten firmeza.

RODRIGO
Está tú cerca por si fallo el golpe.

YAGO
Aquí detrás. Valor, y ponte en guardia.


Se retira.

RODRIGO
No tengo fe en la hazaña; y sin embargo, las causas que alegó son convincentes. ¿Qué es? ¿Uno menos? Sal, mi espada, y muera.


Se retira.

YAGO
Lo traigo tan sobado al pobre bobo que tasca el freno ya. Si a Casio mata, o Casio a él, o si se matan ambos, de todos modos salgo ganancioso. Pues si Rodrigo vive, pediráme restitución cumplida del dinero y joyas que he sabido sonsacarle con el pretexto de ablandar a la otra. No puede ser. Si Casio sobrevive, a todas horas afeará mi vida su limpio proceder. Por otra parte, pudiera descubrirme el moro a Casio, y en gran peligro viérame por eso. Que muera, pues. -Chitón, sus pasos oigo.


Entra Casio.

RODRIGO
Lo reconozco, él es. ¡Villano, muere!


Da una estocada a Casio.

CASIO
Fatal me hubiera sido esa estocada a no llevar jubón mejor forrado de lo que tú imaginas. Ahora, amigo, el tuyo probaré. (Saca la espada y hiere a Rodrigo).

RODRIGO
¡Favor! ¡Me muero! (Yago entre tanto hiere a Casio en la pierna por detrás y se va).

CASIO
¡Baldado estoy por siempre! ¡Al asesino! ¡Favor! ¡Favor! (Cae).


Entra Otelo.

OTELO
¡La voz de Casio! Yago cumplió cual bueno.

RODRIGO
¡Oh vil que soy!

OTELO
No hay duda; él es.

CASIO
¡Favor! ¡Un cirujano! ¡Luces!

OTELO
Es él. Valiente Yago, honrado y justo, que en tu nobleza, cual si propio fuera, sientes el agravio hecho al amigo, tú mi deber me enseñas. ¡Ay liviana! Tu amante yace muerto y se aproxima tu hora fatal. Adúltera, ya acudo. Del corazón ahuyento tus hechizos y la impresión de tus miradas borro; he de purgar tu mancillado lecho con roja sangre de tu torpe pecho. (Se va).


Entran Ludovico y Graciano.

CASIO
¿No hay ronda aquí? ¿No hay nadie que se acerque? ¡Favor! ¡Favor! ¡Prendan al asesino!

GRACIANO
Una desgracia debe ser; las voces terror infunden.

CASIO
¡Ay! ¡Favor!

LUDOVICO
¡Silencio!

RODRIGO
¡Oh vil bellaco!

LUDOVICO
Dos o tres se quejan. ¡Noche fatal! Será un ardid acaso; seamos cautos; fuera peligroso prestar auxilio sin llevar escolta.

RODRIGO
Si nadie acude, desangrado muero.

LUDOVICO
¿Oyes?


Vuelve a salir Yago, medio desnudo, con una luz.

GRACIANO
Un hombre a cuerpo viene y trae armas y luz.

YAGO
¿Quién va? ¿Qué ruido es éste? ¿Quién grita al asesino?

LUDOVICO
Lo ignoramos.

YAGO
¿No oyeron voces?

CASIO
¡Por amor del cielo! ¡Aquí, favor, aquí!

YAGO
Pues ¿qué les sucede?

GRACIANO
Éste es de Otelo alférez, si no yerro.

LUDOVICO
Sin duda alguna; muy valiente mozo.

YAGO
¿Quién eres tú, que exhalas tan triste queja?

CASIO
Yago, he caído en manos de asesinos. Préstame ayuda.

YAGO
¡Cielos! ¡Mi teniente! ¿Quién fue el villano, autor de tu daño?

CASIO
Yace uno de ellos cerca, según creo, y huir no puede.

YAGO
¡Oh infames! ¡Oh traidores! ¡Hola! ¿Quién eres? Ven, presta auxilio. (A Ludovico y Graciano).

RODRIGO
¡Por Dios, favor!

CASIO
Aquél es uno de ellos.

YAGO
¡Traidor cobarde! ¡Pícaro asesino! (Da una puñalada a Rodrigo).

RODRIGO
¡Maldito Yago! ¡Oh perro desalmado!

YAGO
¡Matar de noche y a traición, cobardes! ¿En dónde están, bandidos? ¡Qué silencio reina en las calles! ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Ayuda! ¿Y ustedes, vienen de paz o son aleves?

LUDOVICO
Juzga con arreglo a nuestras obras.

YAGO
¡Ilustre Ludovico!

LUDOVICO
El mismo.

YAGO
Humilde perdón imploro. Herido por villanos yace aquí Casio.

GRACIANO
¡Casio!

YAGO
Hermano mío. ¿qué tal te va?

CASIO
La pierna tengo abierta.

YAGO
¡No lo permita el cielo! Luz, señores. La herida vendaré con mi camisa.


Entra Blanca.

BLANCA
¿Qué ha sucedido aquí? ¿Quién daba voces?

YAGO
¿Quién daba voces?

BLANCA
¡Mi querido Casio! ¡Amado Casio! ¡Oh, Casio, Casio mío!

YAGO
¡Notoria prostituta! Amigo Casio, ¿no sospechas de dónde te vino el golpe?

CASIO
No sé.

GRACIANO
Yo siento hallarte de esta suerte; buscándote iba.

YAGO
¿Quién me da una liga? Muy bien. ¡Oh, quién tuviera una litera para llevarlo a casa suavemente!

BLANCA
¡Ay, se desmaya! ¡Oh Casio, Casio mío!

YAGO
Señores, yo sospecho que esta moza cómplice y parte en el delito sea. Ten paciencia un rato, amigo Casio. Vengan, vengan; que traigan una antorcha; a ver si conocemos esta cara. ¡Ay! ¡Mi querido amigo y compatriota Rodrigo! No ... sí, es él. ¡Gran Dios, Rodrigo!

GRACIANO
¿Rodrigo de Venecia?

YAGO
El mismo, hidalgo. ¿Lo conociste tú?

GRACIANO
Muy bien, por cierto.

YAGO
¡Señor Graciano! Mil perdones pido; y sirva de disculpa a mi torpeza este lance cruel.

GRACIANO
Me alegra el verte.

YAGO
¿Casio, qué tal? Que traigan la litera.

GRACIANO
¡Rodrigo!

YAGO
Él es; él es. Sea en buen hora; ya viene la litera. Con dulzura llévelo a casa algún varón piadoso. Yo iré á llamar en tanto al cirujano del general. No te apures, doncella. El infeliz que allí postrado yace mi amigo fue. ¿Qué ocasionó la riña?

CASIO
Lo ignoro a fe. No sé quien es siquiera.

YAGO
(A Blanca) ¿Mudas ya de color? Llévenlo adentro. (Se llevan a Casio y Rodrigo). Hidalgos, no se vayan. -Hola, doncella, que te vas poniendo pálida colijo. ¿En su mirada no notas espanto? Si te encaras con ella, más oiremos. Mírenla bien, les ruego, contémplenla. ¿No ven, hidalgos? Aunque el labio calle, a pesar suyo grita la conciencia.


Entra Emilia.

EMILIA
¿Qué ocurre? ¡Ay!, ¿qué sucede, esposo mío?

YAGO
Aquí a traición a Casio acometieron Rodrigo, y otros que escapar lograron. Quedó Rodrigo muerto y Casio herido.

EMILIA
¡Ay pobre Casio! ¡Pobre caballero!

YAGO
He aquí los frutos de la vida airada. Emilia, corre, ve, pregunta a Casio dónde cenó esta noche. (A Blanca) ¿Te dan temblores?

BLANCA
Cenó en mi casa; no por eso tiemblo.

YAGO
¿En tu casa? ¿Sí? Ven conmigo.

EMILIA
Miren la mala moza, la ramera.

BLANCA
No soy ramera, sino tan honrada como tú que me ultrajas.

EMILIA
¿Como yo? ¡Bribona!

YAGO
Vamos a ver curar a Casio, hidalgos. Ven, doncella; hay que mudar de tono. Emilia, corre, ve a la ciudadela, y cuenta todo al jefe y a su esposa. Vengan, partamos. (Aparte). -Esta noche oscura Ha de colmar mi dicha o desventura. (Se van).


SEGUNDA ESCENA
Dormitorio del castillo.

Desdémona aparece dormida en una cama.
Arde a su lado una luz.
Entra Otelo.

OTELO
Es con razón, es con razón, mi alma. La causa no te diré, castas estrellas; es con razón. No he de verter su sangre, ni quiero herir su tez, su tez más blanca que el campo de la nieve, y tersa como el mármol de un sepulcro. Y sin embargo, matarla es fuerza o engañará a más hombres. Mato esta luz, y luego ... mato aquélla. Si a ti te apago, refulgente llama, y me arrepiento, devolverte puedo tu luz primera; si la tuya extingo, de alma natura sin igual dechado, ¿dónde hallaré la chispa prometeica que devolverte pueda el ser primero? Si de su tallo la fresca rosa arranco, no puedo renovar su lozanía; es fuerza que se mustie. Aquí en la mata quiero aspirar aún su dulce esencia. (La besa). ¡Oh aliento embalsamado, a la justicia casi persuades a romper su espada! Un beso; y otro más. Después de muerta estáte así: te mataré, y amarte podré después. Un beso más, el último; tan dulce y tan fatal no lo hubo nunca. Fuerza es llorar; pero es cruel mi llanto, y mi pesar es cual de Dios la ira: donde más ama, hiere. Ya despierta.

DESDÉMONA
(Despertando) ¿Quién es? ¿Otelo?

OTELO
Sí, soy yo, Desdémona.

DESDÉMONA
¿Te quieres acostar, esposo mío?

OTELO
Desdémona, ¿rezaste esta noche?

DESDÉMONA
Sí lo hice.

OTELO
Pues si te acuerdas de algún crimen que gracia aún no logró y perdón del cielo, ruega por él al punto.

DESDÉMONA
¡Dios piadoso! ¿Qué me quieres decir, dueño mío?

OTELO
Hazlo, y sé breve. Me retiro en tanto. Sin confesión matarte no quisiera; ¡no, no permita Dios que tu alma mate!

DESDÉMONA
¿Cómo? ¿Hablas de matar?

OTELO
Sí.

DESDÉMONA
¡Entonces piedad, gran Dios!

OTELO
¡Amén, con toda el alma!

DESDÉMONA
Matarme no podrás cuando eso dices.

OTELO
¡Hum!

DESDÉMONA
Te temo, sin embargo; eres terrible cuando los ojos giras de esa suerte. Mas por qué temo ignoro, pues ignoro que haya delito en mí. Con todo, tiemblo.

OTELO
Recuerda tus pecados.

DESDÉMONA
Son amores que a ti te tengo.

OTELO
Sí; por eso mueres.

DESDÉMONA
¿Me matas porque te amo? ¡Oh muerte cruel! ¿Por qué te muerdes iracundo el labio? Pasión sanguinaria te estremece todo. Presagios son; no obstante espero, espero que a mí no amaguen, no.

OTELO
¡Silencio! ¡Calla!

DESDÉMONA
Lo haré. Mas ¿qué sucede?

OTELO
Aquel pañuelo que yo te di, que yo apreciaba tanto, lo diste a Casio.

DESDÉMONA
¡No, por vida y alma! Manda por él, pregúntale.

OTELO
Cuidado, cuidado con jurar en falso, prenda; piensa que yaces en el lecho de muerte.

DESDÉMONA
¿Mas no para morir tan pronto?

OTELO
Luego. Confiesa, pues, tu crimen francamente; pues con negar tus culpas una a una con sacrosanto voto, no lograrás echar por tierra ni amenguar el firme convencimiento bajo cuyo peso gimo agobiado. Has de morir.

DESDÉMONA
Entonces que Dios de mí se apiade.

OTELO
Amén, te digo.

DESDÉMONA
Y tú también. No te ofendí en mi vida. Jamás a Casio amé, le quise sólo con el amor que el cielo santifica, ni dile prenda alguna.

OTELO
¡Cielo santo! Yo mismo vi en sus manos mi pañuelo. Perjura, el corazón me petrificas, y trocarás en vil asesinato lo que cumplir pensé cual sacrificio. ¡Yo vi el pañuelo!

DESDÉMONA
Hallólo él mismo entonces; yo nunca se lo di; que venga pronto y la verdad confiese.

OTELO
Ha confesado.

DESDÉMONA
¿Qué, dueño mío?

OTELO
Que favor le hiciste.

DESDÉMONA
¿Ilícito?

OTELO
Sí tal.

DESDÉMONA
Es imposible que tal repita.

OTELO
No; su boca es muda. Corrió de cuenta del honrado Yago.

DESDÉMONA
¡Oh! ¡Mi temor lo dice! ¿Cómo? ¿Ha muerto?

OTELO
¡Tuviera tantas vidas cual cabellos, y mi venganza atroz las ahogara todas!

DESDÉMONA
¡Ah, Dios! ¡Lo han calumniado y me han vendido!

OTELO
¡Oh pérfida!, ¿le lloras en mis barbas?

DESDÉMONA
Destiérrame, mi bien, mas no me mates.

OTELO
Quita, ramera.

DESDÉMONA
Mátame mañana; mas déjame vivir sólo esta noche.

OTELO
¿Forcejeas aún?

DESDÉMONA
¡Tan sólo una hora breve!

OTELO
Hecho, ya no hay remedio.

DESDÉMONA
Sólo en tanto que rece una oración.

OTELO
No hay tiempo, es tarde. (La estrangula).

EMILIA
(Dentro) ¡Señor, señor, por Dios, señor, ábrame!

OTELO
¿Qué ruido es ése? ¿Aún no expiró del todo? No obstante ser cruel, soy compasivo; no; prolongar no quiero tu agonía. Así, así.

EMILIA
(Dentro) ¡Señor abra!

OTELO
¿Quién llega?

EMILIA
(Dentro) Señor, deja que te diga una palabra.

OTELO
Emilia es. -Ya voy.- Murió. -De Casio vendrá tal vez a referir la muerte. El ruido aquí sonó. -¿Quedóse inmóvil? Tranquila cual la tumba. -¿Le abro? ¿Acaso prudente fuera? -Que se mueve creo. Nada. -¿Qué hacer? Si le abro, con mi esposa hablar querrá sin duda. ¿Con mi esposa? ¡Mi esposa! ¡Esposa! ¿Cuál? No tengo esposa. ¡Hora fatal! ¡Ah, insoportable! Pienso que ahora debiera haber un vasto eclipse de sol y luna, y que espantado el orbe abrir debiera el seno estremecido.

EMILIA
¡Señor, por Dios, abra! Deje que le hable.

OTELO
De ti ya me olvidaba. Emilia, llega. -Despacio.- Voy.- Corramos las cortinas. ¿En dónde estás? (Abre la puerta). (Entra Emilia). ¿Qué te sucede? Dime.

EMILIA
Por Dios, señor, allá han matado a uno.

OTELO
¿Ahora mismo?

EMILIA
Sí señor, ahora.

OTELO
Debido es al influjo de la luna; llega más cerca que antes de la tierra, y roba los sentidos a los hombres.

EMILIA
Casio ha matado a un joven veneciano: Rodrigo se llamó.

OTELO
¿Murió Rodrigo? ¡Y Casio muerto!

EMILIA
No; no ha muerto Casio.

OTELO
¡No ha muerto Casio! Entonces desentona el homicidio, y la venganza dulce en áspera se trueca.

DESDÉMONA
¡Oh injusta muerte!

EMILIA
¿Qué grito es ése?

OTELO
¿Cómo? ¿Cuál?

EMILIA
¡Dios mío! ¡Ay, ésa fue la voz de mi señora! ¡Favor! ¡Favor! Señora, habla de nuevo; señora, habla. ¡Desdémona querida!

DESDÉMONA
Muero inocente.

EMILIA
¡Ay! ¿Quién matóla aleve?

DESDÉMONA
Nadie; yo misma. Adiós; encomiéndame a Otelo. ¡Oh, adiós, mi bondadoso dueño!

OTELO
Pues ¿cómo se halla muerta?

EMILIA
¡Ay, quién lo sabe!

OTELO
Que no fui yo dijo ella misma: ¿oíste?

EMILIA
Sí tal. Que la verdad declare es fuerza.

OTELO
Bajó, cual mentirosa al rojo infierno. Yo fui quien la mató.

EMILIA
¡Más ángel ella! ¡Más negro diablo tú!

OTELO
Cayó en pecado y prostituta fue.

EMILIA
Villanamente tú la calumnias, y eres un demonio.

OTELO
Fue falsa como el agua.

EMILIA
Como el fuego violento y rudo fuiste tú, que falsa la osas llamar. ¡Leal fue como el cielo!

OTELO
Casio la usó; pregunta a tu marido. ¡Oh, fuera menester que mi torpeza purgara del infierno en lo más hondo, a no haber procedido a tal extremo con justa causa! Yago es quien lo supo.

EMILIA
¿Quién, mi marido?

OTELO
Yago, tu marido.

EMILIA
¿Que quebrantó su fe?

OTELO
Sí tal; con Casio. Si hubiera sido fiel, aun cuando el cielo quisiera fabricarme un nuevo mundo de un crisólito entero y sin mancilla, por él no la trocara.

EMILIA
¡Mi marido!

OTELO
Él mismo fue quien me advirtió primero. Es hombre honrado, y aborrece el fango que a la torpeza adhiere.

EMILIA
¡Mi marido!

OTELO
¿A qué esa redundancia? Tu marido.

EMILIA
¡Ay! ¡Ama mía, aleve la vileza se burla del amor! ¡Oh, cuánta infamia! ¿Y que era falsa dijo mi marido?

OTELO
Sí tal, mujer; fue tu marido: ¿lo oyes? ¿Entiendes la palabra? Tu marido; mi amigo Yago, el fiel y honrado Yago.

EMILIA
Si tal dijera, púdrase su alma vil a razón de un átomo por día. Miente el villano; amaba demasiado la escoria ruin que consiguió en mal hora.

OTELO
¡Por vida...!

EMILIA
Haz lo que quieras; tan indigna es esta hazaña tuya de la gloria, cual de ella indigno tú.

OTELO
Mejor callaras.

EMILIA
Mayor que tu poder para ofenderme es mi valor para aguantar el daño. ¡Oh sandio! ¡Oh necio! ¡Imbécil como el lodo! ¡Valiente acción! -Me río de tu espada. Daréte a conocer; diré quién eres, costárame la vida, y veinte vidas. ¡Favor! El moro ha muerto a mi señora. ¡Favor! ¡Favor! ¡Al asesino! ¡Amparo!


Entran Montano, Graciano, Yago y otros.

MONTANO
Mi general, ¿qué es esto? ¿Qué sucede?

EMILIA
¡Ay Yago! ¿Estás ahí? ¡Maña es la tuya! ¡Dejar que así sus crímenes te achaque cualquier bellaco!

GRACIANO
¿Qué es lo que sucede?

EMILIA
Desmiente a ese villano, si eres hombre. Afirma que dijiste que su esposa le había sido infiel. Tal no dijiste. que es falso sé. Tú no eres tan villano. Habla, por Dios, mi corazón rebosa.

YAGO
Lo que pensé le dije, y nada dije que él no haya hallado fidedigno y cierto.

EMILIA
¿Mas le dijiste que era infiel acaso?

YAGO
Sí tal.

EMILIA
Pues le dijiste una mentira, una mentira pérfida y odiosa, una infernal mentira. ¡Por mi alma! ¿Con Casio infiel? ¿Dijiste infiel con Casio?

YAGO
Con Casio, sí, mujer. El labio calla.

EMILIA
No he de callar; hablar me cumple. Aquí en su lecho yace asesinada mi pobre ama.

TODOS
¡Dios no lo permita!

EMILIA
Y tus informes fueron causa de ello.

OTELO
No; no se pasmen; es la verdad, señores.

GRACIANO
¡Fatídica verdad!

MONTANO
¡Oh acción monstruosa!

EMILIA
Alguna trama aleve aquí se oculta. Y bien pensado ... Sí, lo veo todo ... Lo sospeché ya entonces ... ¡Villanía! De rabia me matara. ¡Oh trama aleve!

YAGO
¿Estás demente? A casa ve; lo mando.

EMILIA
Nobles hidalgos, permitan que les hable. Me cumple obedecerlo; mas no ahora. Yago, tal vez no iré jamás a casa.

OTELO
¡Ay! ¡Ay! (Se echa encima de la cama).

EMILIA
¿Te duele al fin? Échate y ruge. Mataste al ser más inocente y puro que alzó jamás la vista.

OTELO
(Levantándose) ¡Oh, fue malvada! Tío, no te conocí. Postrada yace allí tu sobrina, cuyo aliento ha poco, a fe, cortaron estas manos. Sé que esta acción parece negra, horrible.

GRACIANO
¡Desdémona infeliz! Cuánto me alegro que ya no exista tu canoso padre; mortal le fue tu boda, y de su vida pena no más tronchó el caduco hilo. Pues si aún viviera, a vista tan horrenda al ángel de su guarda a maldiciones de sí desesperado ahuyentaría, la cólera celeste desafiando.

OTELO
¡Lástima da! No obstante, Yago sabe que veces mil el acto vergonzoso con Casio cometió; lo dijo él mismo. Y cijole a más en premio de su llama de nuestra fe la prenda, el don primero que yo le di; lo vi en su propia mano: cierto pañuelo fue que en otro tiempo mi padre dio a mi madre.

EMILIA
¡Dios clemente! ¡Omnipotente Dios!

YAGO
¡Silencio, calla!

EMILIA
Callar no puedo, no; callar no quiero; es fuerza que hable libre como el viento; aun cuando Dios, los hombres y el abismo a voz en grito mi baldón proclamen, callar no puedo; es fuerza que lo diga.

YAGO
Ten juicio, y vete a casa.

EMILIA
¡Nunca! (Yago hace ademán de herir a Emilia).

GRACIANO
¿Cómo? ¿La espada desnudas contra una hembra?

EMILIA
¡Oh torpe moro! Aquel pañuelo tuyo hallélo por azar y dilo a mi marido, quien muchas veces con instancia suma, para esa bagatela exagerada, pidióme que lo hurtara.

YAGO
¡Vil ramera!

EMILIA
¿Darlo ella a Casio? No; lo hallé yo misma y dilo a mi marido.

YAGO
¡Infame, mientes!

EMILIA
¡Por Dios, no miento, hidalgos, no, no miento! ¡Oh necio sanguinario! ¡Mentecato, qué habías tú de hacer con esa santa!

OTELO
¿No hay rayos en el cielo? ¿El trueno todos los hubo menester? ¡Atroz villano! (Se lanza sobre Yago, el cual hiere por detrás a Emilia, y se va).

GRACIANO
Se cae; a su mujer mató sin duda.

EMILIA
¡Ay, sí! Pónganme al lado de mi ama.

GRACIANO
Logró escaparse, mas la hirió de muerte.

MONTANO
¡Canalla vil! Toma ,tú esta espada que acabo de quitar de mano al moro; vengan; la puerta vigilen por fuera; no lo dejen pasar; antes mátenlo. Yo en tanto iré detrás de aquel bellaco; pues no hay mayor malvado en todo el orbe.


Se van Montano y Graciano.

OTELO
Ya ni valor me queda; a desarmarme basta cualquier rapaz. ¿E importa acaso que sobreviva a la virtud la honra? Piérdase todo.

EMILIA
¿Qué anunció tu canto, ama querida? Escúchame si aún me oyes: quiero morir cantando como el cisne. (Canta). Canta el sauce y su verdor frondoso ... Moro, fue casta; moro cruel, te amaba. Verdad te digo, así la gloria logre. Y hablando tal cual pienso, muero, ¡ay!, muero. (Muere).

OTELO
Otra arma guardo en esta estancia oculta: una hoja toledana, y duro temple le dió el arroyo helado. Aquí la tengo es menester que salga, noble tío.

GRACIANO
(Dentro) Caro te costará si lo intentaras: no tienes arma, y fuerza es que sucumbas.

OTELO
Entra, pues, aquí dentro, y dame oído, o como estoy, desnudo he de atacarte.


Entra Graciano.

GRACIANO
Pues ¿qué acontece?

OTELO
Mira, espada tengo; mejor no la ciñó soldado nunca; más de una vez con este débil brazo y esta hoja bien templada, paso abríme por entre impedimentos veinte veces mayores que el estorbo que me opones. Mas, ¡ay, ocioso alarde! ¿Quién alcanza su sino a dominar? Ahora es distinto; no temas, aunque armado me contemples; éste es de mi jornada fin y meta, de mi último viaje rada y puerto. ¿Te haces atrás temblando? Miedo inútil. De Otelo el pecho amaga con un junco, y le verás cejar. ¿Dó iría Otelo? Dame tu rostro a ver, desventurada. ¡Pálido cual tu camisa! Cuando juntos ante el celeste trono aparezcamos, esa mirada tuya al alma mía despeñará del cielo, y los demonios de ella asirán con sus feroces garras. Helada estás, mi bien, cual tu pureza. ¡Oh torpe esclavo! ¡Furias, apártenme de cuadro tan celeste a latigazos! ¡Arrebátenme en ráfaga sañuda! ¡Tuesten mis miembros en azufre! ¡En hondas simas de fuego líquido báñenme! ¡Desdémona! ¡Desdémona! ¡Ay! ¡Ay! ¡Muerta!


Entran Ludovico, Montano, Casio, a quien llevan en una silla, y Yago preso.

LUDOVICO
¿Dó está ese temerario sin ventura?

OTELO
Éste es aquel que Otelo fue. Mírenlo.

LUDOVICO
¿Dó está aquel áspid? Salga ese villano.

OTELO
Los pies le miro; pero es cuento aquello. Si eres demonio no podré matarte.


Hiere a Yago.

LUDOVICO
Quítenle el arma.

YAGO
Herido estoy, no muerto.

OTELO
Y pena no me da; quiero que vivas, pues el morir es dicha a juicio mío.

LUDOVICO
Tú que tan noble, ¡oh Otelo!, un tiempo fuiste preso en los lazos de un villano aleve, ¿qué se dirá de ti?

OTELO
Cuanto te ocurra; seré, si te place, un asesino honrado, pues todo por mi honor, nada hice en odio.

LUDOVICO
En parte confesó ya su delito el miserable. ¿Consintieron ambos en acabar con Casio?

OTELO
Sí.

CASIO
Mi jefe, jamás te di motivo.

OTELO
Así lo creo: perdón te pido. -Pregunta, si te place, al semidiablo aquel, cuál fue su intento al enredarme a un tiempo cuerpo y alma.

YAGO
Nada me pregunten, pues no respondo: lo que saben, saben. Desde este instante no vuelvo a hablar.

LUDOVICO
¿Ni en oración siquiera?

GRACIANO
Te obligará el tormento a abrir los labios.

OTELO
Harás mejor.

LUDOVICO
Sabrán lo que ha ocurrido; lo cual aún ignoran, según sospecho. Hay una carta aquí que en el bolsillo del infeliz Rodrigo fue encontrada. Otra hay también. Se cuenta en una de ellas de cómo fue encargado de dar muerte Rodrigo a Casio.

OTELO
¡Oh villano!

CASIO
¡Oh vil! ¡Oh infame!

LUDOVICO
Hay otro escrito lleno de reproches que en su bolsillo fue también hallado. Parece que Rodrigo meditaba remitir esa carta al miserable; pero entre tanto se encontró, sospecho, con Yago, quien sus dudas satisfizo.

OTELO
¡Perro alevoso! ¿Cómo vino, Casio, a estar en tu poder aquel pañuelo que fue de mi mujer?

CASIO
Lo hallé en mi alcoba; y él mismo ha poco confesó que en ella de intento lo extravió porque surtiese el deseado efecto.

OTELO
¡Oh torpe, necio!

CASIO
La carta de Rodrigo a más contiene reconvenciones en que a Yago afea el haberle excitado a desafiarme en el cuerpo de guardia, a cuya riña debí el perder mi puesto; y dijo ha poco el mismo, vuelto en sí de su desmayo, que Yago fue quien le acusó, que Yago fue quien lo hirió.

LUDOVICO
Forzoso es que esta casa abandones, y nos sigas al punto. Has perdido ya poder y mando, y Casio manda en Chipre. En lo que toca al miserable aquel, ten por seguro que si en la sala de tormento hubiera alguno tan cruel que sin matarlo le hiciera padecer por largo tiempo, suyo será. Tú en prisión estrecha sujeto quedarás en tanto falle en tu causa el véneto Senado. Partamos, pues: llevénselo.

OTELO
Poco a poco. Una palabra y se irán. Servicios presté, tal vez no pocos, al Estado, y bien lo sabe; pero basta de eso. Sólo un favor les pido: en sus cartas, cuando mención hagan del triste caso, hablen de mí cual soy, sin disculparme, sin agravar malévolos mi culpa. De un infeliz tendrán que hablar entonces que amó sin discreción, mas con exceso, que tardó en recelar, mas una vez celoso dejóse arrebatar de su locura; de un insensato cuya torpe mano cual la del indio vil tiró una perla de más valía que su tribu toda; cuyos rendidos ojos no avezados en otro tiempo en llanto a derretirse, lágrimas derramaron hilo a hilo sin tregua, cual los árboles de Arabia su zumo medicinal. Nárrenlo todo; y refieran también cómo en Alepo un día, viendo a un turco de altanero turbante atreverse a golpear a un veneciano, infamando de tal modo a la República, agarré del cuello al perro circunciso y dile muerte: así. (Se da una puñalada).

LUDOVICO
¡Fin lastimoso!

GRACIANO
¡En balde hablamos!

OTELO
Antes de matarte, besárte quise: acabe así el suceso; me mato y muero entre beso y beso. (Muere).

CASIO
Me lo temí, pues era de alma noble, creía empero que armas no tuviera.

LUDOVICO
¡Perro espartano! ¡Más cruel que el duelo, el hambre y la mar airada! Mira, mira la trágica carga de este lecho contempla tu obra, cuyo aspecto sólo fuera capaz de emponzoñar la vista. Tápalo al punto. Vigila la casa, Graciano, y embarga los bienes todos del moro: tú le heredas. A ti compete, señor gobernador, el dar castigo a este infernal villano, el sitio y hora fijando y el tormento. ¡Oh!, duro sea. Yo parto luego a dar al alto Estado cuenta del triste caso, contristado.


Se van.
Índice de Otelo de William ShakespeareCUARTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha