Índice de Otelo de William ShakespearePRIMER ACTOTERCER ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

OTELO

William Shakespeare

SEGUNDO ACTO


PRIMERA ESCENA
Un puerto de Chipre.
Una plaza grande cerca del muelle.

Entran Montano y dos caballeros.

MONTANO
¿Qué en alta mar se avista desde el cabo?

CABALLERO 1°
Nada descubro; la tormenta arrecia, y entre el cielo y el piélago no logro ver una sola vela.

MONTANO
Se me antoja que sopla en tierra rudamente el viento; no sacudió jamás nuestras murallas más fuerte temporal. Si ha alborotado del mismo modo en alta mar, ¿qué quilla de roble habrá que en trozos mil no salte, cuando sobre ella montes se derriten? ¿Qué resultas tendrá?

CABALLERO 2°
Sin duda alguna la dispersión de la turquesca armada; pues acercan a la espumosa orilla; las fieras olas a las nubes suben, del viento sacudida, la onda arroja al parecer su líquida melena rugiente, enorme sobre la osa ardiente, cual si apagar quisiera los fanales del polo siempre fijo. No vi nunca perturbación igual en mar airado.

MONTANO
Pues si no se ha ensenada en puerto o cala la armada turca, ha zozobrado cierto; es imposible que se tenga a flote.


Entra otro caballero.

CABALLERO 3°
Nuevas, amigos; acabó la guerra, la airada tempestad zurró a los turcos con furia tal, que cejan en su empeño, Una gallarda nave de Venecia vio naufragar, y en desastre completo, la mayor parte de su armada.

MONTANO
¿Es cierto?

CABALLERO 3°
La nave ya aportó; y es veronesa. Ya echó pie a tierra un cierto Miguel Casio; teniente del bizarro moro Otelo. El moro mismo está embarcado y viene con rumbo a Chipre con poderes amplios.

MONTANO
Digno gobernador, me alegro mucho.

CABALLERO 3°
Pero este Casio, aunque habla tan contento del daño de los turcos, está triste, y al cielo pide que se salve el moro, pues separóles tempestad violenta.

MONTANO
Dios le valga. A sus órdenes estuve; y el hombre manda como buen soldado. Vámonos a la playa, con objeto de ver la nave que de entrar acaba, y escudriñar el mar, de Otelo en busca, aun hasta el punto en que su seno frío con el etéreo azul se funde en uno.

CABALLERO 3°
Partamos, pues; que a cada breve instante hay que esperar algún arribo nuevo.


Entra Casio.

CASIO
Gracias, valientes de esta fuerte isla, que tanto al moro aman. Benigno el cielo contra los elementos déle amparo, pues lo perdí de vista en mar temible.

MONTANO
¿Lleva buen bastimento?

CASIO
Su navío está bien carenado, y su piloto es navegante experto y competente. Por tanto, mi esperanza todavía, aún no herida de muerte, admite cura.

VOCES
(Adentro) ¡Una vela!, ¡una vela!


Entra otro caballero.

CASIO
¿A qué ese ruido?

CABALLERO 2°
El pueblo está desierto, y en la playa amontonada está la gente y grita: ¡Una vela!

CASIO
Me dice la esperanza que es el gobernador. (Se oyen disparos).

CABALLERO 2°
¿No oyen la salva? Amigos son al menos.

CASIO
Yo les suplico que se informen quién es el que ha llegado.

CABALLERO 2°
Al punto voy. (Se va).

MONTANO
Dime, mi teniente: ¿Está casado tu jefe, el moro?

CASIO
Y con gran suerte; pues logró una dama que en vano a describir la fama aspira; supera en hermosura los elogios de lisonjeras plumas, y en riqueza de naturales galas vence al arte.


Vuelve a entrar el caballero 2"

CASIO
Dinos, ¿quién ha arribado?

CABALLERO 2°
Es un tal Yago, del general alférez.

CASIO
Ha tenido rápida y favorable travesía. Las tempestades y los gruesos mares, los vientos bramadores, las arenas amontonadas, y las rocas buídas, traidores encubiertos para daño de la inocente quilla, cual si tuvieran sentido de lo bello, un breve instante su natural mortífero olvidando, dejaron a Desdémona divina libre y seguro el paso.

MONTANO
¿Y quién es ella?

CASIO
La de quien te hablé, la capitana de nuestro capitán, quien al cuidado dejó su conducción del bravo Yago cuya llegada aquí anticipa al menos en siete días nuestras esperanzas. Gran Dios, a Otelo ampara, y con tu soplo omnipotente su velamen hincha, y haz que bendiga su gallarda nave pronto esta playa, y como amante tierno en brazos de Desdémona suspire, avive el fuego en nuestras almas tibias, y alivio a Chipre dé.


Entran Desdémona, Emilia, Yago, Rodrigo y acompañamiento.

CASIO
¡Miren, mírenla! A tierra echó la nave sus riquezas; nobles de Chipre, hínquense humildes; salve, señora, y que el amor del cielo por todas partes sin cesar te siga y te rodee.

DESDÉMONA
Valiente Casio, gracias. ¿Qué nuevas puedes darme de mi esposo?

CASIO
Aún no ha llegado; sólo sé decide que se halla bien y que estará aquí en breve.

DESDÉMONA
No obstante, temo. ¿Cómo se separaron?

CASIO
Del cielo y de la mar la fiera lucha nos separó.

Voces adentro
¡Una vela! ¡Una vela!


Se oyen disparos.

CASIO
¿No escuchan? Es una vela.

CABALLERO 2°
A la playa tributa su saludo. También amigos son.

CASIO
Vean qué hay de nuevo.


Se va un caballero.

CABALLLERO 2°
Alférez, bienvenido; y tú, señora. (A Emilia). Buen Yago, no te apure la paciencia la libertad que tomo; mi crianza tolera tan cortés atrevimiento. (Besa a Emilia).

YAGO
Si te regalara con sus labios tanto como a mí con su lengua muchas veces, estuvieras harto.

DESDÉMONA
No se le oye apenas.

YAGO
De sobra a fe. Yo bien lo advierto cuando me acosa el sueño. Cuando está presente su Merced, sin duda se domina y con el pensamiento sólo riñe.

EMILIA
¡Cual si tuvieras tu razón de queja!

YAGO
Calla; dechados son fuera de casa; sonajas en la sala; en la cocina gatas montesas; cuando hacen agravio, santas; cuando ofendidas, diablos; tardas en el menaje, y en la cama activas.

DESDÉMONA
¡Calumniador!

YAGO
Es cierto lo que digo; te levantas para jugar, y al lecho te vas a trabajar, y te viene estrecho.

EMILIA
No escribirás mi elogio.

YAGO
No, más vale.

DESDÉMONA
¿Qué escribieras de mí si me elogiaras?

YAGO
No me retes a duelo tal, señora, pues nada soy si criticar no puedo.

DESDÉMONA
Vamos, prueba. ¿Fue alguno al puerto?

YAGO
Fue.

DESDÉMONA
No estoy alegre; es que tan sólo escondo bajo aparente gozo mi zozobra. Sepamos qué dirás en mi alabanza.

YAGO
Lo estoy pensando; pero mi inventiva como liga de frisa se desprende de mi cabeza: arranca seso y todo. Mi musa está de parto, y esto pare. Si es de alba tez y lista, su hermosura engendra gozo que discreta apura.

DESDÉMONA
No es mal elogio. ¿Y si es morena y lista?

YAGO
Siendo morena y lista, esté segura que a un blanco hechizará su donosura.

DESDÉMONA
¡Peor, peor!

EMILIA
¿Y si es hermosa y necia?

YAGO
Jamás fue necia la que fuera hermosa; pues la más necia logra ser esposa.

DESDÉMONA
Ésas son viejas paradojas de mal gusto con que se divierten los tontos en las tabernas. ¿Qué miserable elogio tendrás para la que es fea y necia?

YAGO
Ninguna haya la vez tan necia y fea que al fin de amor no triunfe en la pelea.

DESDÉMONA
¡Oh crasa ignorancia! Elogias más a la que menos vale. Pero ¿qué elogio tributarás a la buena mujer, la cual, con la autoridad de su virtud, obligara a la malicia misma a reconocer su bondad?

YAGO
La que fue hermosa siempre, y nunca vana, que tuvo lengua y no de usarla gana, que, rica, no gastó lujoso arreo, que tuvo la ocasión y no el deseo, la que ofendida, y la venganza a mano, guardó la ofensa y no rencor insano, la que jamás trocó con ligereza la cola del salmón por la cabeza, medita mucho y loca no delira, ve que la siguen y hacia atrás no mira, fuera, si se encontrara, asaz discreta.

DESDÉMONA
Y ¿en qué la emplearías?

YAGO
En criar necios y en hacer calceta.

DESDÉMONA
¡Oh tristísima e impotente conclusión! Emilia, no te dejes guiar por él aunque sea tu marido. ¿Qué dices, Casio? ¿No es por demás profano y desvergonzado este hablador?

CASIO
Habla claro, señora: te agradará más como soldado que como letrado. (Desdémona y Casio hablan aparte).

YAGO
(Aparte) (La coge de la mano) Bien, bien; cuchicheen; me basta esa pequeña red para entrampar a una mosca tan grande como Casio. Mírala y sonríete, anda; ya te sabré coger en el lazo de tu propia galantería. Tienes razón; en efecto, así es. Si con tales mañas consigues perder tu empleo de teniente, más te valiera no haber besado tantas veces tus tres dedos, con los cuales estás a punto de volver a hacer el galante. ¡Magnífico! bien besado, ¡brava cortesía! Así es, en efecto. Y vuelta con llevar los dedos a la boca. Por causa tuya quisiera que fueran tubos de jeringa. (Suena una trompeta). El moro. Conozco su señal.

CASIO
Él es de seguro.

DESDÉMONA
Salgamos a su encuentro a recibirlo.

CASIO
Vean donde viene.


Entran Otelo y acompañamiento.

OTELO
¡Oh mi guerrera hermosa!

DESDÉMONA
¡Otelo mío!

OTELO
Grande cual mi contento es mi sorpresa al verte aquí tan pronto. ¡Oh dicha mía! Si a toda tempestad tal calma sigue, vientos, soplen y despierten a la muerte, naves, suban los cerros de las olas altas como el Olimpo, y sumérjanse luego en el seno de profundas simas hondas como el infierno ¡Ay, si muriera, feliz en este instante moriría! Mi pecho está tan colmo de ventura, que temo que el destino misterioso otra como ésta para mí no guarda.

DESDÉMONA
¡Ay, no permita Dios que nuestra suerte y nuestro amor no crezcan a medida que aumenten nuestros años!

OTELO
¡Dios lo quiera! Me falta aliento para dicha tanta; me roba el habla: es por demás mi gozo. ¡Ah, sean las mayores disonancias que entre nosotros suenen estos besos! (La besa).

YAGO
(Aparte) Están aún bien templados; pero pronto, honrado y todo, aflojaré las llaves que templan esta música.

OTELO
Partamos. vámonos al castillo. Amigos míos, no hay guerra ya; los turcos perecieron. Digan a mis antiguos camaradas, ¿qué tal les va? -Mi bien, tendrás en Chipre buena acogida. Gran merced me hicieron. Hablo sin ton ni son, amada mía; tanta felicidad me vuelve loco. Buen Yago, te lo ruego, ve a la playa; mis cofres desembarca, y al castillo lleva al piloto, que es marino diestro y es menester premiar su valentía. Desdémona, ven, y bien hallada, una vez más, en la guerrera Chipre.


Se van Otelo, Desdémona y acompañamiento.

YAGO
(A solas con Rodrigo) Ve en seguida al puerto, y espérame allí. Ven acá. Si eres valiente (y dicen que hasta los cobardes, cuando están enamorados, adquieren bríos que no les son propios), escucha. El teniente estará de guardia esta noche en el patio del castillo; -pero ante todo es menester que te diga que Desdémona está perdidamente enamorada de él.

RODRIGO
¿De él? ¡Imposible!

YAGO
Pon el dedo así (llevándose un dedo a los labios, en señal de silencio), y déjate aconsejar. Piensa con qué vehemencia se enamoró del moro, sólo porque éste, para echárselas de valiente le contó cuatro mentiras fantásticas. Y ¿crees tú que seguirá amándolo por su charla? Sé discreto y desengáñate. Sus ojos piden halago; ¿y qué deleite podrá hallar en contemplar al demonio? Cuando la sangre se entibia a fuerza de gozar, ha menester, para volver a encenderse y dar a la saciedad nuevo apetito, hallar belleza en las formas, simpatía en los años, costumbres y encantos; de cuyas condiciones todas carece el moro. Luego, por falta de estos necesarios requisitos, su tierna sensibilidad se sentirá engañada; empezará a suspirar, le tomará repugnancia, y acabará aborreciendo al moro; la misma naturaleza la enseñará, y la obligará a hacer nueva elección. Pues bien, sentado esto, -que no es sino una hipótesis por demás evidente y natural- ¿quién está tan cerca de lograr esa dicha como Casio? El tunante es listo en extremo; no tiene más conciencia que la que es menester para aparentar un exterior civil y afable, a fin de satisfacer más fácilmente sus lascivos, ocultos y locos deseos. Nadie, nadie; es un tunante de lo más sutil y tramposo que puede hallarse; sabe aprovechar las ocasiones como nadie; sus ojos descubren y falsifican favores que en realidad no existen; es la misma piel del diablo. Además, el tunante es guapo, joven, y posee todos aquellos requisitos por que se afanan la liviandad y el poco seso; él es un pícaro redomado, y ella ya le ha echado el ojo.

RODRIGO
No puedo pensar tan mal de ella; es de condición virtuosísima.

YAGO
¡Virtuosísimas narices! El vino que bebe es zumo de uvas; si fuera virtuosa, no se habría enamorado del moro. ¡Dale con la virtud! ¿No viste cómo le tecleaba la palma de la mano? ¿No lo notaste?

RODRIGO
Sí que lo noté; pero lo hizo por cortesía.

YAGO
Por lujuria, pongo la mano en el fuego: no fue sino un índice y oscuro prólogo de la historia de su lascivia y livianos pensamientos. Juntaron tanto sus labios que sus alientos se abrazaban. Abrigan pensamientos livianos, Rodrigo. Cuando estas intimidades empiezan a despejar el camino, muy de cerca las sigue, definitiva, la conclusión carnal. Calla, y déjate guiar por mí; yo soy quien te trajo de Venecia. Montarás guardia esta noche; yo te designaré tu puesto. Casio no te conoce. Yo no estaré lejos. Busca tú alguna ocasión de enojar a Casio, ya sea hablando demasiado alto, ya criticando su disciplina, o bajo cualquier otro pretexto de que en un momento dado pudieras echar mano.

RODRIGO
Bien.

YAGO
Es de genio muy vivo, y se enfada pronto, y fuera fácil que te pegara; provócalo con tal objeto; pues me basta esa reyerta para hacer que se amotinen estos chipriotas, los cuales no se apaciguarán hasta haber logrado la destitución de Casio. De esta suerte acortarás el camino que te ha de conducir al logro de tus deseos, merced a los medios que tendré para favorecerte; y lograremos vencer el estorbo, sin cuyo vencimiento no tendríamos esperanza de éxito.

RODRIGO
Lo haré, si la ocasión me fuera favorable.

YAGO
No lo dudes. Te espero luego en la ciudadela. Es menester que traiga su equipaje a tierra. Dios te guarde.

RODRIGO
Adiós. (Se va).

YAGO
Tengo por cierto que la adora Casio; y es lógico y probable que ella lo ame. Por más que lo aborrezco, es hombre el moro, de amable condición, constante y noble, y hallará en él Desdémona, sin duda, un tierno esposo. A fe, yo también la quiero; no con lascivo intento -aunque el pecado tal vez menor no sea en que ahora incurro más bien por dar sustento a mi venganza, porque sospecho que el lascivo moro anduvo en mi cercado; cuya idea como un veneno mis entrañas roe; y nunca me daré por satisfecho hasta lograr cumplida mi venganza, esposa por esposa; o a falta de eso, he de tratar de atormentar al moro con celos tan feroces, que no logre curarle la razón. Con cuyo objeto, -si es que este pobre galgo de Venecia, que adiestro ahora porque caza presto, la pista sigue- agarro por la nuca a Miguel Casio, y lo delato al moro por seductor infame -pues confieso que temo a Casio aun con mi propia esposa haré que el moro agradecido me ame, y a más me premie por lograr astuto hacerle hacer papel de burro insigne, y turbar su quietud y su reposo hasta volverlo loco. -Aquí lo tengo; en cierne, y aún confuso: la vileza sólo en acción descubre su torpeza.


(Se va).


SEGUNDA ESCENA
Una calle.

Entra un heraldo con una proclama; el pueblo lo sigue.

HERALDO
Es la voluntad de Otelo, nuestro noble y valiente general, que en vista de las fidedignas noticias que acaban de ser recibidas, anunciando la completa pérdida de la armada turca, dé libre vuelo cada cual a su júbilo, unos bailando, otros encendiendo hogueras, o bien con la diversión y regocijo que a cada cual le sugiera su inclinación; pues, a más de tan fausto suceso, celebra hoy sus nupcias. Esto es lo que por su mandato se proclama. Todas las salas del castillo estarán abiertas, y hay completa libertad para festejar desde la hora presente de las cinco hasta que la campana haya repicado las once. Dios guarde la isla de Chipre y a nuestro noble general Otelo. (Se van).


TERCERA ESCENA
Una sala del castillo.

Entran Otelo, Desdémona, Casio y acompañamiento.

OTELO
Mi buen Miguel, atiende tú a la guardia del castillo esta noche; practiquemos la saludable máxima que enseña a poner freno al gozo.

CASIO
Ya di a Yago las oportunas órdenes; no obstante, con estos ojos velaré por todo.

OTELO
Yago es honrado en extremo. Casio, buenas noches: Mañana a primer hora tengo que hablarte. -Ven, amor mío; sigue a la compra el goce de la hacienda; y aún no gozamos de ella, dulce prenda. Buenas noches.


Se van Otelo, Desdémona y acompañamiento.
Entra Yago.

CASIO
Bienvenido, Yago; es fuerza acudir a la guardia.

YAGO
Falta una hora todavía, mi teniente; aún no son las diez. El general nos ha abandonado tan pronto por amor de su Desdémona; y no se lo podemos tomar a mal, pues aún no ha pasado la noche con ella, y a fe que es digna de Júpiter.

CASIO
Es una mujer deliciosa.

YAGO
Y apostaré la cabeza que es más retozona que un cabrito.

CASIO
En verdad que no puede ser más fresca ni más delicada.

YAGO
¡Qué ojos tiene! Parecen un cartel de desafío.

CASIO
Sí; tiene ojos que convidan; y sin embargo, su mirada es asaz modesta.

YAGO
Y cuando habla, ¿no suena su voz como un llamamiento al amor?

CASIO
A fe que es la perfección misma.

YAGO
¡Dios bendiga su tálamo! Ven, mi teniente; tengo un barrilito de vino, y allá fuera hay un par de galanes de Chipre que de buena gana vaciarán una botella a la salud del negro Otelo.

CASIO
Esta noche no, buen Yago; tengo una cabeza desdichada para la bebida. ¡Ojalá inventara la cortesanía otro modo de entretenerse!

YAGO
¡Bah!, son amigos nuestros; una copa nada más, yo beberé por ti.

CASIO
No he bebido esta noche más que una sola copa, y ésa bastante aguada, y mira qué novedad produce en mí; desgraciadamente tengo esa debilidad, y no me atrevo a cargar mis débiles fuerzas con más.

YAGO
Calla, es noche de broma; esos galanes lo desean.

CASIO
¿Dónde están?

YAGO
Allá afuera. Diles que entren, te lo pido.

CASIO
Lo haré; pero lo hago de mala gana. (Se va).

YAGO
Si logro hacerla beber alguna copa, con lo que ya ha bebido por la tarde se pondrá pendenciero y más rabioso que un gozquecillo. El buen Rodrigo, el asno, a quien amor ha trastornado el juicio, ha libado esta noche largo y hondo a la salud de su gentil Desdémona; a él le toca la guardia. úes galanes chipriotas, bravos mozos y valientes, celosos de su honor, la flor y nata de la guerrera Chipre, cuyos cascos he calentado ya con sendas copas, están también de guardia. Entre esta trinca de borrachos haré que, loco, Casio cometa alguna acción que a la isla agravie. Mas calla, que aquí vienen. -Si propicio favor me presta el éxito, mi idea navegará con viento y con marca.


Vuelve a entrar Casio con Montano y otros caballeros; llegan criados con vino.

CASIO
¡Por vida! ... Ya me han dado un meneo.

MONTANO
Bien poca cosa ha sido: una botella escasa, a fe de soldado.

YAGO
¡Hola; vino acá! (Canta). Las copas choquen; retintín, las copas choquen; retintín, el soldado es mortal, y la lid es fatal; beba, pues, el soldado sin fin. ¡Vino, muchachos!

CASIO
¡Brava canción, vive Dios!

YAGO
La aprendí en Inglaterra, en donde, a fe, hay valientes bebedores. El danés, el alemán y el panzudo holandés -¡vino acá!- nada valen comparados con el inglés.

CASIO
¿Acaso es tan experto bebedor el inglés?

YAGO
Con la mayor facilidad te dejará al danés debajo de la mesa; no ha menester sudar para tumbar al alemán; y antes de vaciar otra botella, hará echar las tripas al holandés.

CASIO
¡A la salud del general!

MONTANO
Estoy contigo, mi teniente, y te haré justicia.

YAGO
¡Oh dulce Inglaterra! (Canta). Esteban fue un rey noble y caballero; costábanle sus calzas un doblón; dolíale el gastar tanto dinero, y regañaba al sastre por ladrón. Él fue un monarca grande y poderoso; tú no eres sino un mísero gañán; más de uno se perdió por orgulloso; ponte, pues, el capotón de barragán. ¡Hola! ¡Vino acá!

CASIO
Esta canción es mejor que la otra.

YAGO
¿La quieres oír otra vez?

CASIO
No; porque creo que quien tales cosas hace es indigno de su empleo. Lo dicho: Dios está sobre todo; hay almas que se salvarán y almas que no se salvarán.

YAGO
Dices verdad, mi teniente.

CASIO
Por mi parte, sin ofender al jefe, ni a ninguna persona principal, espero que me salvaré.

YAGO
Yo también lo espero, mi teniente.

CASIO
Sí, pero con tu permiso, no primero que yo; es menester que el teniente se salve antes que el alférez. -Basta ya de eso. Cada cual a su puesto.¡Perdónanos nuestros pecados! -Caballeros, a nuestros negocios. No piensen, señores, que estoy borracho: éste es mi alférez; ésta es mi mano derecha, y ésta es mi mano izquierda; no estoy borracho, les digo; ya ven que ando bien, y hablo bastante acorde.

TODOS
Perfectamente.

CASIO
Pues sí, perfectamente. No piensen, pues, que estoy borracho. (Se va).

MONTANO
Vamos a la explanada a montar guardia.

YAGO
¿Ves a ese mozo que se fue ahora mismo? Digno es de estar al lado del gran César, y de mandar. Ya ves que vicio tiene; y ése es de su virtud el equinoccio. Los dos iguales son: ¡lástima grande! Temo que a Chipre pueda ser funesta la confianza que en él pone Otelo, si en hora desdichada por ventura le diera el mal.

MONTANO
¿Sucede con frecuencia?

YAGO
Todas las noches antes de ir al lecho. Será capaz de no cerrar los ojos en horas veinte y cuatro, si no mece su sueño la bebida.

MONTANO
Fuera bueno dar oportuno aviso a tu jefe. Tal vez no lo advirtió; tal vez estima tan sólo la virtud que advierte en Casio y en su bondad disculpa sus errores. ¿No es cierto lo que afirmo?


Entra Rodrigo.

YAGO
(Aparte a Rodrigo) ¿Qué hay, Rodrigo? Corre tras el teniente; pronto, vamos.


Se va Rodrigo.

MONTANO
Es de sentir, a fe, que el noble moro confíe a un hombre a quien domina el vicio el importante cargo de segundo. Fuera loable acción hablarle al moro.

YAGO
A fe, no seré yo quien se lo diga; pues quiero a Casio, y cualquier cosa hiciera para curarle. ¡Calla! ¿Oyes qué ruido?

VOCES
(Adentro) ¡Favor! ¡Favor!


Vuelve a entrar Casio persiguiendo a Rodrigo.

CASIO
¡Ah pícaro, tunante!

MONTANO
¿Qué hay, teniente?

CASIO
¿A mí darme lecciones un villano? Le he de matar a palos, ¡vive el cielo!

RODRIGO
¡Palos a mí!

CASIO
Tunante, ¿aún me contestas?


Pega a Rodrigo.

MONTANO
¡Por Dios, detén la mano, mi teniente!

CASIO
¡Déjame, te digo, o te cruzaré la cara!

MONTANO
Estás borracho.

CASIO
¿Yo, borracho? (Riñen).

YAGO
(Aparte a Rodrigo) Corre, y grita por doquier ¡motín, alarma!


Se va Rodrigo.

YAGO
Por Dios, teniente -que haya paz, hidalgos. ¡Favor! ¡Favor! -Montano¡ mi teniente, ¡favor, señores! ¡Buena guardia hacemos! (Se oye una campana tocar a rebato). ¿Quién toca la campana? -¡Voto al diablo! ¡Querrán alborotar al pueblo entero! Por Dios, detente, teniente, que es vergüenza¡ te pierdes para siempre.


Entra Otelo con acompañamiento.

OTELO
¿Qué sucede?

MONTANO
Yo me desangro, estoy de muerte herido. (Se desmaya).

OTELO
¡Deténganse, por vida suya!

YAGO
¡Mi teniente, detente! -¡Señor Montano, caballeros! ¿Así olvidan lo que el deber exige? Deténganse; el general es quien les habla.

OTELO
¿Qué ocurre aquí? ¿De qué nació la riña? ¿Somos turcos, acaso, y nos hacemos con nuestras propias manos lo que el cielo no permitió que hiciera el otomano? Si son cristianos, pongan al punto freno a su enojo bárbaro; el primero que ose blandir el hierro, o dar un paso, pagará con su vida su osadía. Que calle esa fatídica campana, que arrebata el sosiego a la isla entera. Hidalgos, ¿qué sucede? Honrado Yago, pálido estás de pena; dilo todo. ¿Quién empezó? De tu lealtad lo exijo.

YAGO
Lo ignoro. Amigos eran ha un instante, tan cariñosos como novio y novia cuando a acostarse van, y de repente (cual trastornados por algún planeta, desnudan las espadas y se embisten en contienda mortal. Decir no puedo cómo empezó reyerta tan extraña. ¡Perdiera yo en alguna acción gloriosa luchando como bueno entrambas piernas que a tomar parte en ella me llevaron!

OTELO
¿Qué ligereza, Casio, fue la tuya?

CASIO
Te ruego, perdóname; hablar no puedo.

OTELO
Solías ser civil, digno Montano; en tu juventud el mundo te otorgaba fama de hombre prudente y comedido, y andaba en boca de los más sesudos honrado ese tu nombre: ¿qué sucede para que así empañes el claro brillo de tal reputación, ganando fama de reñidor nocturno y pendenciero? ¿Qué cambio es éste? Responde al punto.

MONTANO
Ilustre Otelo, me hallo mal herido; Yago, tu oficial, podrá informarte (en tanto que yo callo, pues me duele el mucho hablar) de cuanto sé, e ignoro que haya podido cometer ofensa con obra o de palabra en esta noche; a menos que no sea falta o crimen el conservar la vida, y defenderse contra violento ataque.

OTELO
¡Vive el cielo! Mi sangre empieza ya a regir mi juicio, y la pasión, cegando mi templanza, quiere usurpar el mando. Si me altero, si sólo llego a levantar el brazo, humillaré de un tajo al más valiente. Digan cómo empezó la vil reyerta: ¿Quién promovió la lucha? ¡Ay del culpable! Aunque mi hermano fuera, mi mellizo, me perderá por siempre. ¿Están demehtes? Aquí en la fortaleza, cuando aún se oye ronco bramar el eco de la guerra, cuando los corazones de la gente colmas de miedo están, ¿venir ahora la misma guardia a perturbar el orden, de noche, con rencillas y quimeras? ¡Es inaudito! Dime al punto, Yago, ¿quién promovió la lid?

MONTANO
Si en sólo un punto, por ser tu amigo Casio y compañero, faltas a la verdad, no eres soldado.

YAGO
No me pongas en tan fatal apuro. Primero que ofender a Miguel Casio, la lengua me arrancara de la boca. No obstante, tengo para mí que en nada te perjudico la verdad diciendo. Así pasó, mi general: estando el buen Montano en plática conmigo, un mozo se acercó favor pidiendo, de Casio perseguido, espada en mano, con fiero intento; cuando se interpuso este hidalgo, y pidió cortés a Casio que se tuviera. Yo seguí la huella del que chillaba, porque no asustara (cual sucedió por fin) el pueblo a voces; mas, ligero de pies, burló mi intento, y yo volvíme al punto, habiendo oído choque y rumor de espadas, y de Casio el renegar violento, cosa extraña y nunca oída en él hasta esta noche. Cuando volví (pues breve fue mi ausencia) hallé trabada la pendencia entre ellos a tajo y a revés, del mismo modo que luego cuando tú los separaste. Más sobre el caso no sabré decirte. Los hombres, hombres son, y los más justos suelen pecar a veces; pues aunque Casio le hizo algún daño, a guisa del que pega en su locura a su mejor amigo, seguro estoy que recibió él primero del fugitivo ofensa tal, que nunca bastara la paciencia a soportarla.

OTELO
Tu afecto, Yago, y tu valor te mueven a atenuar el hecho, disculpando la cólera de Casio. -Casio, te tengo afecto; mas ya no puedes ser teniente mío.


Entra Desdémona con acompañamiento.

OTELO
Vean, a mi amada despertó el tumulto. Haré en ti un ejemplo.

DESDÉMONA
¿Qué sucede?

OTELO
Todo acabó, mi bien; vamos al lecho. En cuanto a tu herida, buen hidalgo, en mí hallarás un médico. Llévenlo.


Se llevan algunos a Montano.
Yago, recorre la ciudad, y trata de apaciguar al pueblo, al que la riña alborotó.

OTELO
Desdémona, partamos. Tal es, mi bien, del militar la vida; en lo mejor del sueño, una asonada viene a turbarle la quietud preciada.


Se van todos menos Yago y Casio.

YAGO
¿Estás herido, mi teniente?

CASIO
Sí tal; y no hay cirujano capaz de sanarme.

YAGO
¡No lo permita Dios!

CASIO
¡Reputación, reputación, reputación! ¡Ay, he perdido mi reputación! He perdido la parte inmortal de mi ser, y lo que queda es bestial. ¡Mi reputación, Yago, mi reputación!

YAGO
A fe de hombre honrado, pensé que habías recibido alguna herida corporal, lo cual importaría más que la reputación. La reputación no es sino una vaga y engañosísima impostura, que, no pocas veces, se adquiere sin mérito y se pierde sin culpa. No has perdido reputación alguna, a menos que tú mismo la juzgues perdida. ¡Ánimo, hombre! Hay medios para volver a captar la buena voluntad del general. No ha hecho más que relegarte en un momento de cólera; cuyo castigo te impone más por política que por malicia; como cuando pega uno a un perro inofensivo con objeto de asustar a un fiero león; vuelve a suplicarle, y será tuyo.

CASIO
Le suplicaré que me desprecie antes que engañar a tan buen jefe con un oficial tan liviano, tan borracho y tan indiscreto como yo. ¡Por vida de...! ¡Emborracharse un hombre, parlotear como un loro, y disputar, y fanfarronear, renegar y hablar sin sentido, como un pelafustán con su propia sombra! ... ¡Oh espíritu invisible del vino, si aún no tienes nombre alguno por el cual se te pueda conocer, te llamaré demonio!

YAGO
¿Quién era aquel a quien perseguías con la espada? ¿Qué te había hecho?

CASIO
No lo sé.

YAGO
¿Será posible?

CASIO
Recuerdo un cúmulo de cosas, pero ninguna con fijeza; sé que hubo una riña, cuya causa ignoro. ¡Dios mío: que se traguen los hombres por la boca a un enemigo para que les robe el juicio! ¡Que nos convirtamos así, con gozo, alegría, júbilo y regocijo, en brutos insensatos!

YAGO
Pero ya estás bastante sereno. ¿Cómo has recobrado el juicio tan pronto?

CASIO
Le plugo al demonio de la embriaguez ceder el puesto al demonio de la ira; un defecto saca otro a relucir, a fin sin duda de que acabe de aborrecerme a mí mismo.

YAGO
Vamos, eres un moralista demasiado severo. Teniendo en cuenta la hora, el sitio y el estado de esta tierra, desearía de todo corazón que esto no hubiera sucedido; pero una vez que es así, trata de enmendar la falta en provecho propio.

CASIO
Le solicitaré nuevamente mi empleo, y me llamará borracho. Tuviera yo las bocas de la hidra, y semejante respuesta las tapara todas. ¡Ser ahora un hombre sensato, un momento después un loco, y luego una bestia! ... ¡Horror! Cada copa de más que se apura, es una maldición, y su ingrediente un demonio.

YAGO
Vamos, vamos, que el buen vino es cosa buena y sociable, cuando de él no se abusa; no clames más contra él. Creo, mi teniente, que no dudarás de mi afecto hacia ti.

CASIO
Tengo pruebas de tu amor. ¡Yo borracho!

YAGO
Tú y cualquiera puede emborracharse una vez en la vida. Yo te diré lo que tienes que hacer. La mujer de nuestro general es hoy la que manda; bien lo puedo decir, puesto que él está embebecido y completamente entregado a la contemplación, admiración y adoración de sus gracias y hechizos. Descúbrele francamente tu pecho; importúnala, que ella te ayudará a conseguir nuevamente tu empleo. Es de condición tan franca, tan bondadosa, tan dulce, tan bendita, que sin duda tendrá a desdoro el no hacer más de lo que le pidas; ruégale que entablille este miembro fracturado entre tú y su esposo; y apostaré mi fortuna contra cualquier chuchería, a que este rompimiento será parte a estrechar tu amistad con el moro.

CASIO
Tu consejo es saludable.

YAGO
Te lo doy con toda la sinceridad de mi amor y con la honradez de que es capaz mi buen deseo.

CASIO
Lo creo así; y mañana a primera hora suplicaré a la virtuosa Desdémona que se interese por mí. Desespero de mi suerte, si me abandona en este trance.

YAGO
Tienes razón. Buenas noches, mi teniente; tengo que acudir a la guardia.

CASIO
Buenas noches, honrado Yago.


Se va.

YAGO
¿Y quién podrá decir que soy bellaco? Honrado y franco es el consejo mío, le digo lo que siento, y en efecto, ese es el modo de ablandar al moro; que es cosa fácil conseguir que ruegue Desdémona en favor del desvalido, siendo su causa honrada: es bondadosa más que la misma bendición del cielo. ¿y qué le ha de costar ganar al moro? Aun cuando le exigiera que abjurara su religión, los símbolos y santos preceptos todos de la fe de Cristo, le tiene de tal suerte encadenada el alma con su amor, que está en su mano llevarlo, traerlo, hacer de él a su antojo lo que mejor le plazca: su capricho es hoy el dios que manda en su flaqueza. ¿Cómo he de ser bellaco, si aconsejo a Casio la conducta que más pronto le ha de llevar al logro de su dicha? ¡Diabólica deidad! Cuando el demonio quiere lograr sus más perversos fines, empieza seduciendo al alma incauta con gracia celestial, cual yo hago ahora. Pues mientras este honrado majadero procure de Desdémona el apoyo, y ella suplique al moro en favor suyo, destilaré en su oído mi ponzoña; diréle que Desdémona lasciva se afana tanto porque vuelva Casio para saciar su lúbrico deseo; y cuanto más se esfuerce por servirle, tanto será más sospechosa al moro. Conseguiré trocar, de tal manera, en vicio su virtud, tejiendo astuto con su misma bondad la red infame en que juntos caerán.


Entra Rodrigo.

YAGO
¿Qué hay, pues, Rodrigo?

RODRIGO
Sigo la cacería, no como el podenco que caza, sino como un apéndice al ojeo. Mi bolsa está ya casi agotada; esta noche me han zurrado de lo lindo; y creo que el desenlace de todo esto será ganar yo alguna experiencia a costa de muchos sinsabores, volviéndome luego a Venecia sin dinero y con más seso.

YAGO
¡Pobre de aquel que no tiene paciencia! ¿Curóse alguna herida de repente? No por ensalmo, por ingenio obramos, que ha menester que demos tiempo al tiempo. ¿No marcha todo? Casio te ha pegado; con eso tú le quitas el destino. Aunque sin sol la mala yerba cunde, la flor temprana es de temprana fruta señal segura. Tu ansiedad aplaca. ¡Por vida!, ya es de día. ¡Cómo acortan las horas el deleite y los quehaceres! Vete a tu alojamiento, ve; más de esto sabrás después. Mas, por favor, ve, vete. (Se va Rodrigo). Dos cosas hay que hacer: primero es fuerza que apoye mi mujer con su señora la pretensión de Casio: voy a hablarle. Yo mientras tanto llamo aparte al moro, y sobrevengo con él precisamente cuando esté Casio con ardor instando a su esposa. Así ha de ser. Ahora obremos sin tibieza y sin demora. (Se va).

Índice de Otelo de William ShakespearePRIMER ACTOTERCER ACTOBiblioteca Virtual Antorcha