Índice de la ORESTIADA de EsquiloPERSONAJES DE LAS COÉFORASLAS COÉFORAS - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

LA ORESTIADA

LAS COÉFORAS
Primera parte

ESQUILO


El fondo de la escena representa el palacio de los Atridas, con tres puertas. Una de las laterales conduce al gineceo. En el proscenio se levanta la tumba de Agamenón. Por la izquierda entran Orestes y Pílades.


ORESTES
Hermes infernal, que defiendes los poderes paternos, sé para mí, te lo pido, un salvador y un aliado. Pues llego a esta tierra y regreso ... Sobre lo alto de esta tumba invoco a mi padre: óyeme, escúchame ... He ofrecido un rizo de mis cabellos a Inaco que me alimentó; y otro en señal de duelo ... Pues no lloré, padre, tu muerte estando presente, ni extendí la mano cuando sacaban tu cadáver ... ¿Qué cosa veo? ¿Qué cortejo de mujeres con negros velos es ese que avanza? ¿A qué desgracia asignarlo? ¿Acaso un nuevo sufrimiento se cierne sobre el palacio? ¿O acierto suponiendo que llevan a mi padre las libaciones que apaciguan a los muertos? No puede ser otra cosa, porque con ellas va, creo, Electra, mi hermana, que se distingue por su llanto amargo. ¡Oh Zeus! Concédeme vengar la muerte de mi padre y sé de grado mi aliado. Pílades, alejémonos para que vea claramente qué es esa procesión de mujeres.


CORO
Enviada de palacio he venido, trayendo libaciones, con agudos golpes de manos. Sangrientas incisiones muestra mi mejilla por el surco reciente que ha abierto la uña, pues mi corazón se alimenta continuamente de gemidos. Los crujientes jirones de mis vestidos de lino han resonado, por causa de mis dolores, en el velo que cubre mi pecho, y estoy abatida por tristes desgracias. Clamoroso y espeluznante llega el terror, como vidente de los sueños, en el corazón de la noche, respirando venganza y sacudiendo el sueño; desde el fondo de la casa he hecho resonar estridente un grito de espanto, cayendo pesadamente sobre las habitaciones de las mujeres. Los intérpretes de sueños, que tienen a los dioses por garantes, han proclamado que, bajo tierra, los muertos se quejan airadamente y se irritan contra sus asesinos. Deseando que este homenaje -inútil homenaje- aleje de ella los males, ¡oh madre Tierra! me envía la mujer maldita. Tengo miedo de proferir estas palabras, pues ¿qué rescate hay de la sangre vertida por el suelo? ¡Oh miserable hogar! ¡Oh palacio aniquilado! Sin sol, odiosas a los mortales, las tinieblas envuelven las mansiones por la muerte de sus señores. La majestad de antaño, invencible, indestructible, inatacable, que penetraba los oídos y el corazón del pueblo, ya no existe. Todos temen. Triunfar: éste es entre los hombres un dios y más que un dios. Mas, el peso de la justicia alcanza rápida a unos en pleno día; para otros, reserva penas tardías en la hora del crepúsculo; y a otros los coge una noche sin fin. Así como la sangre bebida por la madre Tierra no desaparece, sino que se coagula en grumos que esperan venganza, así una cruel Ate soporta al culpable hasta cubrirlo con una abundancia de males. No hay remedio para el que ha hollado la habitación de una virgen, y así, aunque todos los ríos confluyeran en uno para purificar la sangre de la mano impura, lavarían en vano. En cuanto a mí -ya que los dioses me han obligado a compartir la desgracia que envuelve a mi patria, y que de la casa paterna me han traído aquí para un destino servil- debo, a pesar mío, obedecer las órdenes justas o injustas de mis dueños y dominar el odio que roe mi corazón. Debajo de mis velos lloro el miserable destino de mi señor, helado mi corazón por secretos dolores.

ELECTRA
Siervas, bien probadas en el servicio de la casa, puesto que me estáis acompañando en esta procesión, sed también mis consejeras. ¿Qué diré, mientras derramo estas libaciones fúnebres? ¿Qué palabra le será grata? ¿Cómo rogaré a mi padre? ¿Diré que de parte de una mujer amada a un esposo querido traigo la ofrenda, sí, de mi madre? No tengo valor para ello, ni sé qué decir derramando esta ofrenda sobre la tumba de mi padre. ¿O pronunciaré las palabras, como es costumbre entre los hombres: A los que te envían estas guirnaldas otórgales una feliz recompensa ... un presente digno de sus crímenes? ¿O en silencio, con desprecio, tal como pereció mi padre, verteré estas libaciones que beberá la tierra, y regresaré lanzando la urna, como se hace en las lustraciones, sin volver los ojos? Asistidme, amigas, en esta decisión, puesto que alimentamos un odio común. No me ocultéis el fondo de vuestro corazón por miedo de alguien; porque lo que está decretado aguarda tanto al libre como al sometido a una mano extranjera. Hablad, pues, si tenéis algo mejor que decir.

CORIFEO
Como un altar adoro la tumba de tu padre. Te diré, puesto que me lo ordenas, las palabras que salen de mi corazón.

ELECTRA
Habla, tal como adoras la tumba de mi padre.

CORIFEO
Mientras haces libaciones pide bendiciones para los leales.

ELECTRA
Pero ¿a cuál de los suyos puedo saludar con este nombre?

CORIFEO
Ante todo, a ti misma, y luego, a todo el que odia a Egisto.

ELECTRA
¿Para mí y para ti haré esta súplica?

CORIFEO
Por ti misma puedes ya juzgar y decidir.

ELECTRA
¿A qué otro puedo asociar a nuestra causa?

CORIFEO
Acuérdate de Orestes, aunque esté lejos de la casa.

ELECTRA
Excelente idea; no podrías aconsejarme mejor.

CORIFEO
Ahora acuérdate de los culpables de la muerte.

ELECTRA
¿Qué pediré? Enseña a una inexperta, explícame.

CORIFEO
Que venga contra ellos algún dios o mortal.

ELECTRA
¿Hablas de un juez o de un vengador?

CORIFEO
Di sencillamente: alguien que mate a su vez.

ELECTRA.
¿Es piadoso pedir esto de los dioses?

CORIFEO
¿Cómo no lo es devolver mal por mal a los enemigos?

ELECTRA
Heraldo supremo de los vivos y de los muertos, escucha, Hermes infernal, lleva por mí este mensaje y que mis plegarias escuchen los dioses de bajo tierra, vigilantes de la sangre paterna, y la misma Tierra que engendra a todos los seres y habiéndoles nutrido vuelve a recibir su germen. Y yo al derramar esta agua lustral a los muertos, digo, invocando a mi padre: Ten piedad de mí y de tu Orestes. ¡Que seamos dueños de la casa! Ahora somos unos errantes, vendidos por la que nos ha alumbrado, y que en tu lugar ha tomado por esposo a Egisto, cómplice de tu muerte. Yo soy como una esclava, Orestes está privado de sus bienes, mientras ellos se gozan, insolentemente, con el fruto de tus trabajos. ¡Que venga Orestes con fausto suceso, te lo suplico, escúchame, padre! Ya mí concédeme ser más casta que mi madre y que mis manos sean más piadosas. Para nosotros estos votos; pero, para los contrarios digo que aparezca, padre, un vengador y que los asesinos mueran a su vez en justicia. Esto introduzco en mis súplicas, formulando para ellos esta funesta imprecación; para nosotros, en cambio, envía desde abajo bendiciones con ayuda de los dioses, de la Tierra y de la justicia victoriosa. Sobre tales plegarias vierto estas libaciones; vosotros coronadlas, según costumbre, con vuestros lamentos, entonando el peán del muerto.

CORO
Derramad lágrimas, un lamento mortuorio para nuestro fenecido señor, junto a este baluarte que protege de los males y es defensa de los buenos contra el poder de las abominables libaciones vertidas. Escúchame, majestad, escucha, ¡oh señora, la voz de mi confuso corazón. ¡Ay, ay, ay! ¡Oh! ¿ Qué esforzado guerrero, liberador de esta mansión, vendrá blandiendo en la batalla el arco escita tendido en sus manos y empuñando la espada para combatir de cerca?

ELECTRA
La tierra ha bebido ya nuestras libaciones y están en poder de mi padre. (Electra se dispone a bajar del tlÍmulo y entonces se da ctlenta de los cabellos de Orestes). ¡Ah! Compartid ahora esta novedad.

CORIFEO
Habla, mi corazón palpita de miedo.

ELECTRA
Veo sobre la tumba este bucle cortado.

CORIFEO
¿De un hombre o de una mujer de ceñida cintura?

ELECTRA
Esto es fácil de adivinar para cualquiera.

CORIFEO
¿Cómo, pues, a mi edad puedo aprender de la juventud?

ELECTRA
¿No hay, fuera de mí, quien haya podido cortarse este rizo?

CORIFEO.
No, porque son enemigos aquellos que debían al muerto el homenaje de sus cabellos.

ELECTRA
Pero, mirad, este rizo es muy semejante ...

CORIFEO
¿A qué cabellos? Eso deseo saber.

ELECTRA
A los míos. Mira, el parecido es perfecto.

CORIFEO
¿Acaso será de Orestes esta ofrenda secreta?

ELECTRA
Muchísimo se parecen a sus cabellos.

CORIFEO
¿Y cómo aquél se ha atrevido a venir hasta aquí?

ELECTRA
Ha enviado este rizo, cortado en homenaje a su padre.

CORIFEO
Lo que me dices no es menos deplorable, si su pie no ha de pisar más esta tierra.

ELECTRA
También a mí me invade el corazón una oleada de amargura y estoy herida como por un dardo agudo. De mis ojos caen amargas, incontenibles, las lágrimas de una pleamar tempestuosa, a la vista de este rizo. Pues ¿cómo puedo esperar que estos cabellos pertenezcan a algún otro ciudadano? Y menos aún se los cortó la asesina, mi madre, que desmiente este nombre por los sentimientos que alberga, impía, para sus hijos. Mas ¿cómo puedo aceptar del todo la idea de que esta ofrenda procede del más querido para mí de los mortales, de Orestes? Con todo, estoy lisonjeada por la esperanza. ¡Ah! Ojalá este rizo tuviera una lengua inteligente, a manera de mensajero, para no ser agitada entre dos pensamientos y supiera claro o que he de arrojado, si ha sido cortado de una cabeza enemiga o, si procede de un hermano, asociado a mi duelo para ornamento de esta tumba y homenaje a mi padre. Mas, los dioses que invocamos saben en qué tempestades, cual marinos, somos agitados; pero si el destino quiere salvarnos, de una pequeña semilla puede nacer un gran árbol. (Electra se agacha para dejar el rizo y descubre unas huellas en el suelo). Mirad, pisadas, otra señal, iguales a las de mis pies. Sí, hay dos trazas de huellas, las de aquél y las de algún compañero de viaje. Los talones y los contornos de las plantas, si se miden, coinciden en todo con mis pisadas. Me invade una angustia, un desfallecimiento de la razón.


Salen de su escondite Orestes y Pílades. Aquél avanza y saluda a su hermana.

ORESTES
Solicita a los dioses que en lo sucesivo tengas buen éxito, anunciando que tus plegarias han sido realizadas.

ELECTRA
¿Y cuál es la gracia que acabo de obtener de los dioses?

ORESTES
Estás ante la vista de aquel que hace poco invocabas.

ELECTRA
¿Y cuál de los mortales puedes saber que yo llamaba?

ORESTES
Sé que es Orestes por quien tanto suspiras.

ELECTRA
¿Y qué obtengo ahora en respuesta a mis ruegos?

ORESTES
Éste soy yo: no busques a otro más querido.

ELECTRA
¿Es que tramas, extranjero, algún engaño contra mí?

ORESTES
Entonces maquino contra mí mismo.

ELECTRA
Pero ¿quieres burlarte de mis desgracias?

ORESTES
Y también de las mías, si yo me río de las tuyas.

ELECTRA
¿Puedo decir que es realmente Orestes a quien hablo?

ORESTES
Así pues, ahora que me ves, eres tarda en reconocerme, y en cambio, cuando viste este mechón de pelo cortado en señal de duelo y examinaste las huellas de mis pies, volabas en alas de la esperanza y te parecía tenerme ante los ojos. Examina, aproximándolo al lugar de donde lo he cortado, este rizo de tu hermano tan semejante a tu cabellera. Mira este tejido, obra de tus manos; observa la trama de la lanzadera y la imagen de caza. (Electra se lanza gritando en los brazos de Orestes). Domínate; que la alegría no te haga perder la razón. Pues sé que los seres queridos son nuestros enemigos.

ELECTRA
¡Oh cuidado queridísimo para el palacio paterno, llorada esperanza de un germen salvador, confía en tu valor y reconquistarás la casa del padre! ¡Oh dulce luz de mis ojos, que compartes cuatro veces mi destino! Pues debo saludarte como un padre, hacia ti se inclina el amor debido a una madre -con toda justicia aborrecida- , y a la hermana inmolada sin piedad; y tú eres el hermano fiel que me trae el respeto. ¡Que solamente la fuerza y la justicia, y Zeus, el más poderoso de todos, sean mis aliados!

ORESTES
Zeus, Zeus, contempla nuestra situación. Mira la cría huérfana del águila, del padre muerto entre los repliegues y espiras de la terrible víbora. Desamparados, el hambre devoradora los oprime, porque no tienen todavía edad para traer a la tienda la caza paterna. Así puedes ver en mí y en ella, digo Electra, hijos sin padre, a dos seres que sufren el mismo destierro de su casa. Si destruyes los polluelos de un padre que te ofreció tantas víctimas y te colmó de honores, ¿ de qué otra mano semejante recibirás el homenaje de unos espléndidos festines? Si aniquilas la raza del águila, ya no podrás enviar a los mortales augurios persuasivos; y si dejas secar por entero este tronco real, ya no servirá más a tus altares en los días de hecatombes. Protege nuestra casa; de la pequeñez extrema en que ahora parece haber caído, levántala a la grandeza.

CORIFEO
¡Oh muchachos, salvadores del hogar paterno, callad! Que nadie se entere, hijos, y que por dar gusto a la lengua no vaya alguien a referir estas cosas a los que mandan. ¡Ojalá que a éstos pueda yo verlos un día muertos en el humo resinoso de la llama!

ORESTES
No, no me traicionará el poderoso oráculo de Loxias, que me ordena afrontar este peligro, y con voces amenazadoras me anuncia desgracias que hielan mi ardiente corazón, si no persigo a los culpables de mi padre del mismo modo, dando muerte por muerte, con un ímpetu taurino que no conoce rescate de dinero. Sino, decía, pagaré con mi propia vida la deuda en medio de muchos y crueles dolores. Revelando a los mortales el enojo de los muertos irritados bajo tierra, me ha dicho las terribles enfermedades que asaltan las carnes, lepras que con salvajes mandíbulas devoran su antigua naturaleza y pelos blancos que surgen sobre estas llagas. Anuncia también los asaltos de las Erinis, provocados por la sangre de un padre, cuando se ven sus ojos brillando en la oscuridad. El dardo tenebroso de los poderes infernales, cuando piden venganza los muertos de una familia, y la rabia y los vanos terrores que salen de noche, agitan, perturban al hombre y lo arrojan de la ciudad con la carne ultrajada por el agujón broncíneo. Un hombre así no puede tener parte en la amigable libación; la ira invisible de un padre le expulsa de los altares; nadie le recibe ni le aloja; despreciado de todos, sin amigos, muere al fin, miserablemente consumido por un mal aniquilador. ¿Acaso no hay que tener fe en tales oráculos? Sea como sea, la obra ha de realizarse. Muchos deseos confluyen en uno: las órdenes del dios, el duelo inmenso de un padre, la indigencia que me oprime y, en fin, que los ciudadanos más ilustres del mundo, los destructores de Troya, con glorioso espíritu, estén así sometidos a dos mujeres. Porque su corazón es de mujer; y si no, pronto lo sabré.


Orestes y Electra ascienden al tÚmulo de Agamenón.

CORO
¡Oh grandes Moiras, que todo se cumpla por obra de Zeus en el sentido que reclama la justicia! Que un ultraje se pague con otro ultraje, grita la justicia, reclamando lo que se le debe. Que un golpe mortal se expíe con otro golpe mortal: el que así ha obrado así sufra, proclama una máxima tres veces vieja.

ORESTES
¡Oh padre, mísero padre! ¿Qué cosa haciendo o diciendo podría arribar de lejos, con viento propicio, al lecho que te retiene? La luz y las tiniebla se compensan: el llanto que celebra a los Atridas ante palacio es también un grato homenaje.

CORO
Hijo, la feroz quijada del fuego no domina el espíritu del muerto: un día u otro manifiesta su cólera. El muerto es llorado y el vengador aparece. El lamento justificado por padres y genitores arrastra la casa, cuando se lanza con todo vigor.

ELECTRA
Escucha, pues, padre, en respuesta a mis luctuosos pesares. Tus dos hijos sobre la tumba gimen un treno: un sepulcro nos acoge, suplicantes e igualmente desheredados. ¿Qué de estas cosas está sin males? ¿No' es invencible Ate?

CORO
Pero todavía un dios, si quiere, puede hacer salir de estos males cantos de acentos más dulces. En vez de lamentos sobre una tumba, el peán puede traer al palacio real una querida crátera de vino nuevo.

ORESTES
¡Ojalá, bajo Ilión, padre, hubieras muerto atravesado por la lanza de un licio! Habiendo dejado en tu palacio un nombre glorioso y estableciendo en los caminos de tus hijos una vida por todos admirada, tendrías allende el mar una tumba colosal, soportable a los tuyos.

CORO
Amigo entre amigos allí gloriosamente fallecidos, luciría bajo tierra, ministro de los poderosos reyes subterráneos, pues fue rey mientras vivió, teniendo en sus manos la suerte del destino y el cetro persuasivo.

ELECTRA
No, padre, no es mi deseo que caído bajo los muros de Troya, con otros guerreros heridos por la lanza, hubieses sido sepultado junto a las orillas del Escamandro, sino que tus asesinos hubieran sucumbido del mismo modo a fin de que aquí, lejos, nos enteráramos de su destino de muerte, libres de estos deseos.

CORO
¡Oh hija! Quieres más que oro, más que la suprema felicidad de los hiperbóreos; bien puedes. Con todo, me alcanza el chasquido de un doble látigo: de un lado los defensores están bajo tierra, de otro los dueños tienen manos impuras -situación odiosa para él, más todavía para los hijos.

ORESTES
Estas palabras atraviesan mis oídos como una flecha. Zeus, Zeus, que del mundo subterráneo haces surgir la desgracia, en castigo ulterior a la mano atrevida y pérfida de los hombres ... sobre los genitores la venganza igualmente se cumple.

CORO
¡Ojalá pueda lanzar un poderoso alarido sobre el hombre abatido, sobre la mujer expirante! ¿Por qué oculto en mi alma lo que de todas maneras vuela y delante de la proa de mi corazón sopla la ira impetuosa?

ELECTRA
¿Cuándo, pues el exuberante Zeus lanzará contra ellos su brazo? ¡Ay, ay! ¡Que habiendo cortado las cabezas, vuelva la confianza al país. Reclamo justicia contra justicia: escuchadme, Tierra y potestades infernales.

CORO
Pero es ley que las gotas de sangre vertidas por tierra exigen otra sangre. Homicidio grita la Erinis, que en nombre de las primeras víctimas envía calamidad sobre calamidad.

ORESTES
¡Ah, ah! Soberanas del mundo subterráneo, muy poderosas imprecaciones de los muertos, ved, ved lo que resta de los Atridas, la indigencia, la humillante privación del palacio. ¿Hacia dónde dirigirse, oh Zeus?

CORO
Mi corazón de nuevo se agita al oír estos lamentos. Entonces desespera y mis entrañas se ennegrecen a cada palabra que oigo. Pero cuanto te veo lleno de coraje, mi espíritu destierra la pena y todo me parece bello.

ELECTRA
¿Con qué palabras acertaríamos, padre? ¿Recordaré las penas que hemos sufrido de parte de una madre? Es posible halagarlas, pero ellas no se calman: como un lobo voraz, mi corazón, por obra de mi madre, es implacable.

CORO
Golpeo mi pecho al ritmo de un canto ario y según los ritos de las plañideras cisias, podéis ver mis manos extendidas, acumulando golpe tras golpe, agitándose sin cesar, de arriba, de lejos, y con el choque retumba mi resonante y dolorida cabeza.

ELECTRA
¡Oh, oh, madre cruel y atrevida! En crueles exequias, a un rey sin su pueblo, a un marido sin llantos ni lamentos osaste sepultar.

ORESTES
Has dicho toda la infamia, ¡ay de mí! Pero esta afrenta de mi padre, ¿no la pagará con la ayuda de los dioses, con la ayuda de mis brazos? ¡Que yo muera después que la haya matado!

CORO
Lo mutiló, para que lo sepas. Obró, al sepultarlo así, anhelosa de proporcionar a tu existencia un destino insoportable. Ya oyes los tratamientos ignominiosos infligidos a tu padre.

ELECTRA
Hablas del destino paterno. Pero yo era alejada, humillada, por nada tenida. Recluida en mi habitación como perra perniciosa, las lágrimas más prontas que la risa brotaban de mis ojos, vertiendo ocultamente infinitos llantos y gemidos. Oyendo esto fíjalo en tu memoria.

CORO
Fíjalo y por tus oídos deja penetrar una palabra al fondo tranquilo de tu corazón. El pasado es así, el futuro, que tu cólera te lo enseñe. Conviene lanzarse al combate con un ímpetu indomable.

ORESTES
A ti te lo digo, padre: ven en auxilio de los tuyos.

ELECTRA
Y yo también te invoco, derramando lágrimas.

CORO
Y nosotros hacemos eco a tus llamadas: óyenos, regresa a la luz, sé nuestro aliado contra los enemigos.

ORESTES
Ares luchará contra Ares, la justicia contra la justicia.

ELECTRA
¡Oh dioses! Haced prevalecer la justicia.

CORO
Un temblor se desliza dentro de mí al oír estas súplicas. El destino aguarda hace tiempo, pero, si rogamos, puede venir. ¡Oh dolor de la raza, golpe de Ares, lúgubre y sangrante! ¡Oh lamentables, insoportables afanes! ¡Oh dolores que nunca se calman! En la casa está el remedio para curar estas heridas; no de fuera, sino de ella misma, por medio de una cruel, sangrienta discordia. Este es el himno de los dioses subterráneos. Escuchando, dioses infernales, esta imprecación, enviad, clementes, a estos muchachos un socorro para la victoria.


Orestes y Electra se arrodillan y golpean la tierra con sus manos.

ORESTES
Padre, muerto de una manera indigna de un rey, yo te imploro, dame la soberanía de tu palacio.

ELECTRA
Y yo, padre, tengo necesidad de ti para escapar de este duro trabajo e infligirle a su vez a Egisto.

ORESTES
Así se establecerán en tu honor los solemnes festines debidos a los muertos, de lo contrario, permanecerás sin honor en los suntuosos, brillantes, grasientos banquetes de esta tierra.

ELECTRA
Y yo, de mi intacta herencia te traeré mis libaciones nupciales al salir de la casa paterna y honraré esta tumba.

ORESTES
¡Oh tierra!, deja subir a mi padre para que presida el combate.

ELECTRA
¡Oh Perséfone, otórganos una brillante victoria!

ORESTES
Recuerda el baño en donde fuiste arrebatado, padre.

ELECTRA
Recuerda la red que estrenaste.

ORESTES
En qué lazos innobles fuiste cazado, padre.

ELECTRA
En qué velos ignominiosamente urdidos.

ORESTES
¿No despiertas a estos ultrajes, padre?


ELECTRA
¿No alces tu queridísima cabeza?

ORESTES
Envía la justicia a combatir con los tuyos y déjanos usar las mismas tretas, si vencido quieres ser a su vez vencedor.

ELECTRA
Y escucha, Padre, mi último clamor. Viendo tus polluelos acurrucados junto a tu tumba, compadécete de la hembra tanto como de la estirpe varonil y no dejes aniquilar esta semilla de los Pelópidas; pues incluso muerto, no estás sin vida.

ORESTES
Pues los hijos salvan el nombre del padre muerto, como los corchos que sostienen la red y salvan de la profundidad la malla de lino. Escucha, por ti son estos lamentos, tú mismo te salvas haciendo honor a mi plegaria.


Orestes y Electra descienden del túmulo.

CORIFEO
Larga pero irreprochable ha sido vuestra plegaria, honor tributado a una tumba no llorada. Y ahora, puesto que tu corazón ha resuelto actuar, deberías actuar ya probando el destino.

ORESTES
Así será; pero no es fuera de camino preguntar de dónde, por qué razón ha enviado estas libaciones, tratando de sanar demasiado tarde un mal incurable. ¡Miserable tributo para enviar a un muerto miserable! Yo no sabría calcular el valor de estas ofrendas, pero son inferiores a la culpa. Todas las libaciones podrías verte por una sola gota de sangre: sería trabajo inútil. Así se dice. Pero si lo sabes, cuéntame¡ te lo ruego, estas cosas.

CORIFEO
Lo sé, hijo, porque estaba presente. Sobresaltada por sueños y temores nocturnos, ha enviado estas libaciones la mujer impía.

ORESTES
¿Y conocéis el sueño para explicarlo?

CORIFEO
Creyó dar a luz una serpiente, según ella misma dice.

ORESTES
¿Y cuál es la conclusión y el compendio de este relato?

CORIFEO
La ha envuelto en pañales, como a un niño.

ORESTES
¿Qué alimento buscaba este monstruo recién nacido?

CORIFEO
Ella misma en sueños le ha ofrecido su pecho.

ORESTES
¿Y cómo no fue herida por la horrible bestia?

CORIFEO
Sí, hasta sacar con la leche un coágulo de sangre.

ORESTES
Esta visión bien podría no ser vana.

CORIFEO
Ella se despierta y lanza un grito. Numerosas antorchas, cegadas por las tinieblas, surgen en el palacio a la voz de la dueña. Entonces envía estas libaciones fúnebres, esperando un remedio que corte sus males.

ORESTES
Mas yo ruego a esta tierra y a la tumba de mi padre que este sueño tenga para mí cumplimiento. Lo interpreto de tal forma que puede concordar en todo: si esta serpiente saliendo del mismo seno que yo, fue envuelta, como un niño, en pañales y abría su boca alrededor del pecho que me nutrió, y mezcló la dulce leche con un coágulo de sangre, mientras ella gimió de miedo por este hecho, entonces es necesario que, como alimentó al monstruo espantoso, así muera de manera violenta; y yo, transformado en serpiente, la mataré, como predice esta visión.

CORIFEO
Te escojo por adivino de este sueño. Así suceda. Y ahora instruye a tus amigos: a unos explica lo que han de hacer, a otros lo que han de evitar.

ORESTES
El plan es bien sencillo. Ésta que vaya dentro; a vosotros os exhorto que ocultéis estos proyectos míos, a fin de que aquellos que con engaño mataron a un hombre honorable, con engaño también sean cogidos en el mismo lazo y mueran de la manera que ha proclamado Loxias, el soberano Apolo, profeta hasta ahora verídico. Yo, semejante a un extranjero, con un bagaje completo, llegaré a las puertas del recinto con Pílades -yo como forastero, él como huésped antiguo de la casa-. Los dos emplearemos la lengua del Parnaso, imitando el acento del dialecto focense. Si ninguno de los porteros nos acoge con semblante alegre, porque la casa está poseída de males, esperaremos hasta que alguien al pasar delante del palacio conjeture y diga: ¿Por qué Egisto si está en Argos y lo sabe, cierra la puerta al suplicante? Pero si logro franquear el umbral de la puerta del recinto y lo encuentro en el trono de mi padre o viene a hablarme cara a cara y al alcance de mis ojos, sábelo bien, antes que diga: ¿De qué país es el extranjero?, haré un cadáver, envolviéndolo con ágil bronce. Y la Erinis, saciándose de muerte, beberá una sangre pura en la tercera libación. Ahora, pues, tú vigila bien lo que sucede en el palacio, para que todo ocurra según lo concertado. A vosotras os recomiendo tener una lengua discreta: callar cuando precise y hablar oportunamente. El resto ruego a mi padre que lo presida, dándome la victoria en los combates de la espada.

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