Llorar a solas,

sin que te vea nadie,

para acallar la sangre de tus venas.

Hacer creer,

a los que te rodean,

que el sentir humano te es ajeno.

Llorar callado,

ahogándote en tu sangre,

llorar a solas

rasgándote las venas.

Sentir tu sangre,

tibia,

igual a la de todos

y aparentar que es fría,

como si no sintiera.

Llorar callado,

de cara a las estrellas,

quemarte dentro de tu propio infierno,

pero jamás,

a nadie revelarle,

el palpitar de lo que te arde dentro.

Llorar a solas

tu soledad callada,

tu trepidar

en tu semblante quieto.

Llorar callado

tu hambre de ternura

y tu dolor de hombre insatisfecho.

Hacer creer

que a ti nada te importa

que todo lo humano

te es ajeno.

Llorar callado

temiendo que te oigan

y vengan a burlarse de tu llanto.

Llorar a solas

tragándote tus lágrimas

para que nadie sepa siquiera que existieron.

El temeroso,

el hosco,

el inconforme

el que se arrastra

con el volcán a cuestas;

aquel que llora,

a solas por la noche,

ese eres tú,

aquél,

el del espejo.