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XIII

Una vez que el arzobispo atravesó Dikanka alabó la situación geográfica de la aldea, y al pasar por una de las callejas hizo parar su carruaje ante una cabaña acabada de construir.

-¿A quién pertenece esta bella cabaña pintada? -preguntó su eminencia a una hermosa mujer que se encontraba junto a la puerta y que tenía a un niñito en brazos.

-Es del herrero Vakula -dijo Oksaná, pues no era otra sino ella la mujer que tenía en brazos al niño, haciéndole una reverencia.

-¡Precioso trabajo el suyo! -dijo el arzobispo, examinando puertas y ventanas. Estas realzaban su marco con un color rojo muy vivo, y en las puertas habíase entretenido su dueño en pintar varios cosacos a caballo y fumando en sus pipas.

Pero aun hubo de elogiar más el arzobispo a Vakula cuando supo que no sólo cumplió la penitencia que le impuso su confesor, y que consistía en pintar de balde toda la nave izquierda del templo -la pintó de verde con flores rojas-, sino que en el muro lateral izquierdo según se entra pintó además al diablo en el infierno, dándole un aire tan feo y desagradable, que todos al pasar ante la pintura aquella sentían repugnancia; y las mujeres de la aldea, cuando uno de sus hijos hacía algo malo o lloraba, lo llevaban ante el cuadro diciéndole:

-¡Mira, mira qué ogro!

Y el niño cesaba de llorar, miraba con susto al cuadro y se apretujaba contra su madre.

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