Índice de Diálogos de los muertos de Luciano de SamosataCapítulo XXVICapítulo XXVIIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO XXVII

Diógenes, Antístenes, Crates y un pobre

DlÓGENES.- Antístenes y Crates, ahora que tenemos tiempo libre, ¿qué os parece si vamos hasta la bajada del Hades para ver qué tal son los recién llegados?

ANTISTENES.- Vayamos, Diógenes. Será un divertido espectáculo ver a unos llorando, a otros suplicando su libertad, e incluso a algunos bajando a regañadientes, resistiéndose a la fuerza de Hermes, que los coge del cuello, de manera que los pobres no tienen ninguna posibilidad de soltarse y finalmente se dejan caer.

CRATES.- Ahora os contaré lo que vi bajando por el camino de marras.

DlÓGENES.- Adelante, Crates; me da la impresión de que has visto cosas realmente graciosas.

CRATES.- Entre otros muchos que con nosotros bajaban, se encontraban estos distinguidos varones: el rico Ismenódoro, nuestro compatriota; Arsaces, gobernador de Media, y Orestes, el armenio. Pues bien, Ismenódoro, que había sido asesinado por unos ladrones cerca del Citerón cuando se dirigía, según creo, a Eleusis, gemía mientras se tapaba la herida con las manos, sin dejar de nombrar a sus hijos, que había dejado huérfanos a muy temprana edad, reprochándose a sí mismo la audacia de franquear el Citerón y atravesar la comarca de Eléuteras, totalmente desierta a causa de las guerras, sólo en compañía de dos criados, llevando consigo cinco fialas de oro y cuatro cimbias. Arsaces, que era ya anciano y, por Zeus, conservando su aspecto venerabIe, se afligía como un bárbaro y exigía, muy enfadado por tener que ir andando, que le llevasen su caballo, el cual había muerto junto con él, ambos atravesados por la misma arma arrojadiza de un peltasta tracio en una batalla contra los capadocios junto al río Araxes. Pues según cuenta Arsaces, él cabalgaba hacia el enemigo, tras haberse lanzado el primero de su ejército; el tracio le hizo frente, cubriéndose con su pelta (55), desvió la lanza de Arsaces y, manteniendo firme la sarisa (56), atravesó al caballo y al caballero.

ANTISTENES.- ¡Oh Crates!, ¿cómo es posible que ocurra eso de un solo golpe?

CRATES.- Muy fácil, Antístenes, Arsaces atacaba con una lanza de veinte codos. El tracio, tras rechazar el arma con su escudo y pasar desviada junto a él, se puso de rodillas, aguantó la embestida con su sarisa e hirió en el pecho al caballo. La fogosidad e ímpetu de éste fueron la causa de que él mismo se la clavase. Y Arsaces también fue atravesado desde la ingle hasta la nalga. Mi versión es que el hecho fue más bien provocado por el caballo que por el hombre. No obstante, estaba indignado de estar en las mismas condiciones que los demás muertos y quería bajar a caballo. Orestes tenía ambos pies muy delicados y no sólo no podía andar, sino ni siquiera mantenerse en pie. Lo mismo que les ocurre a todos los medos sin excepción: cuando bajan del caballo, andan de forma rara sobre las puntas de los pies como si pisasen espinas. Así que Orestes se echó en el suelo sin que nadie pudiera levantarle, hasta que el gran Hermes lo consiguió y lo llevó hasta la barca, y mientras yo, tenía de qué reírme.

ANTISTENES.- En cambio yo, no me mezclé con los demás al bajar, sino que dejé que se lamentasen y corrí hacia la barca, para coger un buen sitio, y así tener un viaje cómodo. Durante el trayecto, ellos lloraban y se mareaban, lo cual me hacia mucha gracia.

DIÓGENES.- Bien, amigos Crates y Antístenes; esos fueron los compañeros con los que os tocó viajar. A mí, en la bajada, me acompañaron Blepsias, el usurero de Pireo; Lampis, el acarnanio, jefe de mercenarios, y el rico Damis, el de Corinto, que fue envenenado por su hijo; Lampis se suicidó por su amor a la cortesana Mirtio, y Blepsias, creo que murió de hambre, el desgraciado, cosa evidente pues, estaba pálido y delgado en exceso. Yo, conocedor de las causas, les pregunté cómo habían muerto. Y al acusar Damis a su hijo, yo le contesté que el trato de su hijo no había sido injusto, pues a los noventa años aún vivía entre placeres y con mil talentos mientras que su hijo, un joven de dieciocho años, no recibía más de cuatro óbolos. Después, dirigiéndome a Lampis, que se lamentaba también y no cesaba de maldecir a Mirtio, le pregunté por qué razón acusaba a Eros de su desgracia cuando el verdadero culpable era él mismo, un hombre que jamás tembló ante los enemigos, siempre despreciando los peligros, luchaba por delante de los demás, y, en cambio, mi osado amigo, cayó en las redes de la primera mujerzuela que encontró con lágrimas y suspiros fingidos. Con Blepsias no hicieron falta palabras, pues él mismo empezó a acusarse de las tonterías que había cometido; manifestó que había guardado su dinero para gente que no tenía ningún parentesco con él, pues creía, el muy estúpido, que por ella viviría eternamente. En fin, no fue un placer corriente el que me dieron entonces con sus lamentos. Estamos ya junto a la puerta: debemos poner atención y observar desde lejos a los que llegan. ¡Oh cuántos son, y qué distintos! Todos lloran, menos esos chiquillos y niños de pecho. ¡Y los más ancianos también se lamentan! ¿Qué es esto? ¿Habrán tomado el filtro de la vida? Voy a hacerle unas preguntas a ese viejo caduco. ¿Crees que está bien llorar, muriendo a tu edad?, ¿por qué estás irritado, amigo mío, si eres ya un anciano? ¿Es que eres rey?

POBRE.- No, ni hablar.

DIÓGENES.- ¿Y sátrapa?

POBRE.- Tampoco.

DIÓGENES.- Entonces, ¿lloras por qué eras rico y te apena el haber perdido todos tus placeres?

POBRE.- Nada de eso. Yo, a mis noventa años; malvivía de mi caña y mi sedal, así que era increíblemente pobre. Además, era cojo, casi ciego y sin hijos.

DIÓGENES.- Y, ¿te gustaría volver en esas horribles condiciones?

POBRE.- Sí, prefiero la luz de la vida que la oscuridad y las tinieblas de la muerte.

DIÓGENES.- Anciano, tú desvarías y te comportas como un jovenzuelo ante el inevitable destino, a pesar de tu edad. ¿Qué podremos, pues, decir en adelante de los jóvenes, cuando los ancianos como tú, que deberían buscar la muerte como remedio de los males de la vejez, están enamorados de la vida? Debemos irnos ya, alguien podría pensar, al vernos juntos en la puerta, que planeamos fugarnos.

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