Presentación de Omar CortésHistoria del príncipe y la vampiroHistoria del mandadero y de las tres doncellasBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MIL Y UNA NOCHES

XI


Historia del joven encantado y de los peces






Sabe, ¡oh señor!, que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó sesenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tío. Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió bajo mi protección durante cinco años hasta que fue un día al hammam, después de haber mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio, y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi cabeza y otra a mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis, pies: ¡Oh Masauda! ¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa eomo nuestra ama, tan pérfida y tan criminal! Y la otra respondió: ¡Maldiga Alá a las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo le es infiel. Y la primera esclava dijo: Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer. Y repuso la otra: ¿Pero qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le echa banj y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni adonde va ella, ni lo que hace. Entonces, después de darle de beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño.

En el momento que oí, ¡oh señor!, lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos. Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin volvió del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de costumbre. Después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba a los labios, como de costumbre, pero la derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: ¡Duerme! ¡Y así no te despiertes nunca más! ¡Por Alá, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu trato!.

Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo salido del palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló a las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió. Y yo eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó a unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y a una torre coronada por una cúpula y construida de ladrillos. Ella entró por la puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza y desde allí me puse a vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita, y el inferior como la marmita misma, ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y tendido sobre un montón de cañas de azúcar. Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella y le dijo: ¡Desdichada de ti! ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido el vino. Y yo no he querido beber por causa tuya. Ella contestó: ¡Oh dueño mío, querido de mi corazón! ¿No sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría derruido toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso.

Y contestó el negro: ¡Mientes infame! Juro por el honor y por las cualidades de los negros, y por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de este día, repudiaré tu trato. ¡Oh pérfida traidora! ¡Qué basural ¡Eres la más despreciable de las mujeres blancas!

Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y prosiguió de este modo:

Cuando oí toda aquella conversación y lo vi todo con mis propios ojos, el mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió a llorar y a lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: ¡Oh amante mío, orgullo de mi corazón! ¡No tengo a nadie más que a ti! ¡Si me despidieses me moriría! ¡Oh amor mío! ¡Luz de mis ojos!

Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Y dijo después: Amo mío, ¿tienes con qué alimentar a tu esclava? Y contestó el negro: Levanta la tapadera de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte. En ese jarro que ves ahí hay buza y la puedes beber.

Y ella comió y bebió y fue a lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.

Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a ambos.

Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente. Y cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diván estuvo lleno hasta el fin del día. Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana: Te ruego que prosigas tu relato. Y ella respondió: De todo corazón, y como homenaje debido.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Schehrazada dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:

Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había matado, porque lanzó un estertor horrible. Y a partir de ese momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero al día siguiente vi que la hija de mi tío se habí a cortado el pelo y se había vestido de luto. Después me dijo: ¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre, que a mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos para llorar y afligirme.

Fingiendo que la creía, le dije: Haz lo que creas conveniente; pues no he de prohibírtelo.

Y permaneció encerrada con su luto, sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo. Y transcurrido el año, me dijo: Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos. Yo le dije: Haz lo que tengas por conveniente. Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y conteniendo un subterráneo como una tumba.

Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada a la hija de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo a todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora. Ella iba a verle todos los días, entrando en la cúpula, y padecía a su lado accesos de llanto y de locura, y le daba bebidas y condimentos. Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse la cara, y decir amargamente estos versos:

¡Partiste!, ¡oh muy amado mío!, y he abandonado a los hombres y vivo en la soledad, porque mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡oh muy amado mío!
¡Si vuelves a pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo de la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si vuelves a pasar cerca de tu muy amada!
¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo, para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!

Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: ¡O h traidora!, sólo hablan así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño. Y levantando el brazo, me disponía a herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie, pronunció unas palabras misteriosas, y dijo: Por la virtud de mi magia, que Alá te convierta mitad piedra y mitad hombre. E inmediatamente, señor, quedé como me ves. Y ya no pude valerme ni hacer un movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo.

Después de ponerme en tal estado, encantó las cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y a mis súbditos los transformó en peces. Pero hay más.

Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome cien latigazos hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin, cubriéndola con la ropa.

El joven se echó entonces a llorar y recitó estos versos:

¡Aguardando tu sentencia y tu justicia, oh mi Señor, sufro pacientemente, pues tal es tu voluntad!
¡Pero me ahogan mis desgracias! Y sólo puedo recurrir a ti, ¡oh Señor!, ¡oh Alá, adorado por nuestro bendito Profeta!

El rey dijo entonces, al joven: Has añadido una pena a mis penas; pero dime: ¿dónde está esa mujer? Y respondió el mancebo: En la tumba, donde está su negro, debajo de la cúpula. Todos los días viene a esta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento para defenderme. Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos.

Entonces exclamó el rey: ¡Oh excelente joven! ¡Por Alá! voy a hacerte un favor tan memorable, que después de mi muerte pasará al dominio de la Historia. Y ya no añadió más, y siguió la conversación hasta que se acercó la noche. Después, se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las brujas. Entonces se desnudó, volvió a ceñirse la espada, y se fue hacia el sitio donde se encontraba el negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fue directamente al negro, le hirió, le atravesó, y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó a hombros, y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió a la cúpula, se vistió con las ropas del negro, y se paseó durante un instante a todo lo largo del subterráneo, tremolando en su mano la espada completamente desnuda.

Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó a la habitación del joven. Apenas hubo entrado, desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó a pegarle. Entonces él gritaba: ¡No me hagas sufrir más! ¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mí! Ella respondió: ¿La tuviste de mí? ¿Respetaste a mi amante? Así, pues, ¡toma, toma! Después, le puso la túnica de crin, colocándole la otra ropa por encima, e inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándole la copa de vino y la taza de plantas hervidas. Y al entrar debajo de la cúpula, se puso a llorar e imploró: ¡Oh dueño mío, háblame, hazme oír tu voz! Y recitó dolorosamente estos versos:

¡Oh corazón mío!, ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa?
¡El amor con que me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas! ¿Hasta cuándo seguirás huyendo de mí? ¡Si sólo querías mi dolor y mi amargura, ya serás feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!

Después rompió en sollozos y volvió a implorar: ¡Oh dueño mío! Háblame, que yo te oiga. Entonces el supuesto negro torció la lengua y empezó a imitar el habla de los negros: ¡No hay fuerza ni poder sin la ayuda de Alá! La bruja, al oír hablar al negro después de tanto tiempo, dio un grito de júbilo y cayó desvanecida, pero pronto volvió en sí, y dijo: ¿Es que mi dueño está curado? Entonces el rey, fingiendo la voz y haciéndola muy débil, dijo: ¡Oh miserable libertina! No mereces que te hable. Y ella dijo: ¿Pero por qué? Y él contestó: Porque siempre estás castigando a tu marido, y él da voces, y esto me quita el sueño toda la noche hasta la mañana. De otro modo ya habría yo recobrado las fuerzas. Eso precisamente me impide contestarte. Y ella dijo. Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado en que se encuentra. Y él contestó: Sí, líbralo y recobraremos la tranquilidad. Y dijo la bruja: Escucho y obedezco. Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de agua, pronunció unas palabras mágicas, y el agua empezó a hervir como hierve en la mamiita. Entonces echó un poco de esta agua al joven, y dijo: ¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa forma y recuperes la primitiva! Y el joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al verse libre: ¡No hay más Dios que Alá, y Mohammed es el Profeta de Alá! ¡Sean con Él la bendición y la paz de Alá! Y ella dijo: ¡Vete, y no vuelvas por aquí, porque te mataré! Y se lo gritó en la cara. Entonces el joven se fue de entre sus manos. Y he aquí todo lo referente a él.

En cuanto a la bruja, volvió en seguida a la cúpula, descendió al subterráneo, y dijo: ¡Oh dueño mío!, levántate, que te vea yo. Y el rey contestó muy débilmente: Aún no has hecho nada. Queda otra cosa para que recobre la tranquilidad. No has suprimido la causa principal de mis males. Y ella dijo: ¡Oh amado mío! ¿Cuál es esa causa principal?

Y el rey contestó : Esos peces del lago, los habitantes de la antigua ciudad y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua, a media noche, para lanzar imprecaciones contra ti y contra mí. Y éste es el motivo de que no recobre yo las fuerzas. Libéralos, pues. Entonces podrás venir a darme la mano y ayudarme a levantar, porque seguramente habré vuelto a la salud.

Cuando la bruja oyó estas palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: ¡Oh dueño mío!, pongo tu voluntad sobre mi cabeza y sobre mis ojos. E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy dichosa, echó a correr, llegó al lago, cogió un poco de agua, y ...

En este momento de su narración Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas palabras misteriosas, los peces empezaron a agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por convertirse en hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad. Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construidos, y cada habitante se puso a ejercer su oficio. Y las montañas volvieron a ser islas como en otro tiempo. Y hete aquí todo lo que hubo respecto a esto.

Por lo que se refiere a la bruja, ésta volvió junto al rey, y como le seguía tomando por el negro, le dijo: ¡Oh querido mío! Dame tu mano generosa para besarla. Y el rey le respondió en voz baja: Acércate más a mí. Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda. Después, dando un tajo, la partió en dos mitades.

Hecho esto salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su desencantamiento, y el joven le besó la mano y le dio efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: ¿Quieres marchar a tu ciudad, o acompañarme a la mía? Y el joven contestó: ¡Oh rey de los tiempos! ¿Sabes cuánta distancia hay de aquí a tu ciudad? Y dijo el rey: Dos días y medio. Entonces le dijo el joven: ¡Oh rey!, si estás durmiendo, despierta. Para ir a tu capital emplearás, con la voluntad de Alá, todo un año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fue porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey!, que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo. El rey se alegró al oírlo, y dijo: Bendigamos a Alá, que ha dispuesto te encontrase en mi camino. Desde hoy serás mi hijo, ya que Alá no me los ha querido dar hasta ahora. Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el límite de la alegría.

Se dirigieron entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció a los notables de su reino que iba a partir para la santa peregrinación a la Meca. Y hechos los preparativos necesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso a su país, del que estaba ausente hacía un año. Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado a temer no verle más. Y los soldados se acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le desearon la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir supo la historia del joven, le dio la enhorabuena, por su desencantamiento y su salvación.

Mientras tanto, el rey gratificó a muchas personas, y después dijo al visir: Que venga aquel pescador que en otro tiempo me trajo los peces. Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del desencantamiento de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos. Y el pescador dijo que tenía un hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra. Después el rey conservó al pescador a su lado y le nombró tesorero general. En seguida envió a su visir a la ciudad del joven, situada en las islas Negras, y le nombró sultán de aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino. Y el rey y el joven siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa tranquilidad y cordial esparcimiento.

En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció mucho y llegó a ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía a sus hijas, que eran esposas de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fue a visitarles la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!

Pero no crean que esta historia —prosiguió Schehrazada— sea más maravillosa que la del mandadero.
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