Índice de La madre de Máximo GorkiCapítulo vigésimo - Segunda ParteCapítulo vigésimo segundo - Segunda ParteBiblioteca Virtual Antorcha

LA MADRE

Máximo Gorki

Segunda parte

CAPÍTULO XXI


Por la noche, se hallaba Ignat sentado en un sótano, frente a Vesovschikov, y en voz baja, fruncido el entrecejo, le decía:

- Cuatro golpes en la ventana de en medio ...

- ¿Cuatro? -repitió Nikolái en tono de preocupación.

- Primero, tres ... ¡así!

Y dio tres golpes en la mesa con el dedo doblado, contándolos:

- Uno, dos, tres. Luego otro, después de esperar un poco.

- Ya entiendo ...

- Le abrirá un mujik pelirrojo y le preguntará: ¿Viene por la comadrona? Usted le contestará: Sí, de parte del fabricante. Nada más. Ya entenderá él de qué se trata.

Estaban sentados con las cabezas inclinadas una junto a la otra, ambos eran robustos y fuertes, y hablaban conteniendo la voz; cruzados los brazos sobre el pecho, en pie al lado de la mesa, la madre los miraba.

Todos aquellos golpes misteriosos, aquellas preguntas y respuestas convenidas le hacían sonreír para sus adentros y pensaba:

Son todavía unos niños ...

En la pared ardía una lámpara, iluminando el suelo en el que se veían cubos abollados y virutas de hojalata. Un olor de herrumbre, de pintura al óleo y de humedad llenaba la habitación.

Vestía Ignat un grueso abrigo de velludo paño, que le gustaba mucho: la madre veía cómo acariciaba con amor una de las mangas, volviendo con esfuerzo el fuerte cuello para mirarse. Y un pensamiento golpeaba suavemente el corazón de la madre:

¡Hijos! ¡Hijos queridos...!

- ¡Bueno! -dijo Ignat, poniéndose en pie-. A ver si se acuerda: primero, a casa de Murátov, preguntar por el abuelo ...

- ¡Me acordaré! -respondió Vesovschikov.

Pero Ignat, por lo visto, no quedó muy convencido y volvió a repetirle todos los golpes que había de dar, todas las palabras y consignas; por último, le tendió la mano:

- Salúdelos de mi parte. Es buena gente, ya verá ...

Se contempló con expresión satisfecha, se acarició el abrigo con las manos y preguntó a la madre:

- ¿Puedo irme?

- ¿Sabrás el camino?

- ¡Claro! No me perderé ... Entonces, ¡hasta la vista, camaradas!

Y se fue, levantando los hombros, sacando el pecho, el gorro nuevo ladeado sobre una oreja, metidas las manos en los bolsillos. Sobre las sienes le temblaban alegres unos rizos claros.

- ¡Bueno, al fin tengo ya tarea! -dijo Vesovschikov aproximándose suavemente a la madre-. Ya empezaba a fastidiarme esto... Me preguntaba: ¿para qué me habré escapado de la cárcel? No hago más que esconderme. Mientras que allí, aprendía. ¡Pável nos apretaba los sesos que era un contento! ¿Y qué, Nílovna? ¿Qué han decidido de la evasión?

- ¡No sé! -contestó ella con un involuntario suspiro.

Él, poniéndole su manaza en el hombro y acercándole la cara, continuó:

- Tú díselo a ellos, a ti te harán caso. ¡Eso es facilísimo! Tú misma lo vas a ver. Aquí está el muro de la cárcel; al lado, un farol. Enfrente, un solar; a la izquierda, el cementerio; a la derecha, la ciudad. Un farolero va a limpiar el farol en pleno día; coloca la escalera junto al muro, sube, sujeta en el borde del muro los ganchos de una escala de cuerda, la deja caer en el interior del patio ... ¡y en marcha! Allí, en la cárcel, saben la hora en que se va a hacer esto; se pide a los presos de delitos comunes que armen jaleo, o lo arma uno mismo; entretanto, los designados suben por la escala al muro... una, dos, tres... ¡y listo!

Manoteaba con viveza ante la cara de la madre exponiendo su plan, y todo en él resultaba sencillo, claro, hábil ...

Ella le había conocido pesado y torpe. Antes, los ojos de Nikolái miraban todo con sombrío rencor y desconfianza; en cambio, ahora parecía que se le habían abierto otros nuevos; brillaban con una luz igual y tibia, que convencía y emocionaba a la madre ...

- Piénsalo; pero eso, ¡tiene que ser de día! ¡Precisamente de día! ¿ Y a quién se le va a pasar por la cabeza que un preso se va a decidir a fugarse de día, ante los ojos de toda la gente de la cárcel...?

- ¿Y si le matan a balazos? -preguntó la madre estremeciéndose.

- ¿Quién? Soldados no hay, y los carceleros emplean el revólver para clavar clavos.

- Muy sencillo lo pintas todo ...

- ¡Ya verás cómo es así! Tú habla con ellos. Yo lo tengo ya todo preparado, la escala de cuerda, los ganchos, y mi patrón hará de farolero ...

Alguien se movía tosiendo detrás de la puerta; oyóse un ruido metálico:

- ¡Aquí está! -dijo Nikolái.

Un baño de cinc asomó por el hueco de la puerta y una voz ronca dijo:

- Entra, demonio...!

Luego apareció una cabeza redonda y canosa, sin gorro, con ojos saltones, bigotes y expresión bonachona.

Vesovschikov ayudó a entrar la bañera; un hombre alto y encorvado cruzó el umbral, tosió hinchando las rasuradas mejillas, escupió y dijo con voz cavernosa:

- ¡Buenas noches!

- ¡Anda, pregúntale a él! -exclamó Nikolái.

- ¿A mí? ¿Sobre qué?

- Sobre lo de la fuga ...

- ¡Ah! -dijo el patrón, limpiándose el bigote con sus negros dedos.

- Mira, Yákov Vasílievich, ella no cree que sea tan sencillo...

- ¡Hum! ¿No cree? Entonces es que no quiere. Pero nosotros dos queremos, y por eso creemos -dijo calmoso el patrón, y de pronto, doblándose por la cintura, empezó a toser sordamente. Cuando se le pasó la tos, estuvo un buen rato en medio de la habitación, frotándose el pecho, dando resoplidos y mirando a la madre con ojos desorbitados.

- El decidirlo es cosa de Pável y de los camaradas -dijo Nílovna.

Nikolái bajó la cabeza pensativo.

- ¿Quién es ese Pável? -preguntó el patrón, sentándose.

- Es mi hijo.

- ¿Cuál es su apellido?

- Vlásov.

Meneó la cabeza, sacó la bolsa del tabaco y dijo con voz entrecortada, mientras cargaba la pipa:

- He oído hablar de él. Mi sobrinillo le conoce. También está en la cárcel; Evchenko, ¿ha oído hablar de él? Y mi apellido es Gobún. Pronto van a meter a todos los jóvenes en la cárcel, y entonces... ¡los viejos vamos a estar a nuestras anchas! El jefe de los gendarmes me promete mandar a mi sobrino a Siberia. ¡Y lo hará el muy perro!

Después de encender la pipa, se dirigió a Nikolái, escupiendo con frecuencia en el suelo.

- ¿Conque no quiere? Eso es cosa suya. El hombre es libre: que se cansa de estar sentado, echa a andar; que se cansa de andar, se sienta. Si te despojan, cállate; si te pegan, aguanta; si te matan, yace en tierra. Esto es sabido. Pero lo que es a Savka, yo le saco. ¡Le sacaré!

Sus frases, breves como ladridos, llenaron de perplejidad a la madre, pero sus últimas palabras excitaron su envidia.

En la calle, caminando de cara al viento frío ya la lluvia, pensó en Vesovschikov:

¡Cómo ha cambiado!, ¡hay que ver!

Y al recordar a Gobún, meditó, casi piadosamente:

Por lo que se ve, ¡no soy yo la única que vive una vida nueva...!

Tras este pensamiento, en su corazón se alzó la imagen del hijo.

¡Si él consintiera!

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