Indice de Los juglares de Ramón Menendez Pidal El juglar ante su publico Biblioteca Virtual Antorcha

LOS JUGLARES

Ramón Menendez Pidal

Carácter internacional de la juglaria:viajes de los juglares



Los viajes son la costumbre juglaresca que más nos interesa para la historia literaria. Los scopas y demás cantores bárbaros erraban por las Cortes de los Reyes y señores; los mimos vagaban también; los cantores árabes recorrían el mundo musulmán desde Oriente hasta Andalucía; de igual modo, los juglares viajaban para buscar y variar su público, comunicando así la producción poética y musical a muy diversas regiones. En cualquier camino, los tipos andariegos que más frecuentemente encontraba el viajero, y de los cuales podía inquirir noticias de los más varios países, eran el mercader, el fraile, el estudiante y el juglar.

El juglar pobre viaja a pie; sólo en momentos de prosperidad pasajera dispone de un caballo. Su equipaje más simple se reduce a la vihuela y al libro, las dos prendas que podían ser embargadas al juglar ambulante. Ya sabemos que la vihuela era el instrumento más frecuentemente usado. El libro era el manuscrito del poema o de las poesías que el juglar cantaba; libro pequeño y de pobre adorno, como el códice del Poema del Cid; diminuto y hecho de desiguales retazos de papel, como el de Elena y María.

Los miniaturistas franceses se figuran al más antiguo juglar provenzal, Cercamón, corriendo mundo a pie, con un pobre hatillo a cuestas. Así pobremente irían muchos de los juglares que difundían las leyendas heroicas, para satisfacer la necesidad de conocer el pasado sentida por el pueblo: pobremente iría el Juglar cazurro que hemos de ver por los pueblos de Andalucía y de la Mancha en el siglo XV, repitiendo los últimos ecos del poema de Alexandre o del Libro de Buen Amor; a pie iría también el ciego juglar que canta viejas fazañas y que con un solo romance, por todo repertorio, cruzaba la España entera.

Distintivo de otros juglares más acomodados era el disponer de una bestia. A caballo viajaba el cedrero castellano de villa en villa, el que llegaba a ser favorecido por el pueblo de Madrid, y a caballo llegaba a la Corte portuguesa el juglar o segrer que podía esperar un don de cien maravedís.

A caballo o a pie, el juglar iba buscando su auditorio, ora por los mercados y plazas de los pueblos, ora por los palacios de los señores. Si el público es burgués, los autores antiguos que hablan de los viajes histriónicos usan expresiones como salir al mercado, juglaresa de buen mercado, joglar entre los ciutadans; si el público es aristocrático, en provenzal se decía joglar en Cort, anar per Cortz, anar per Cortz de reis e de gentil s ,barons, y en gallego andar pelas Cortes.

Una miniatura de las Cántigas de Santa María nos representa al juglar que, envuelto en su capa de camino, se apea del caballo a la puerta de un señor; trae la vihuela enfundada y colgada en el arzón trasero; la alegría llega con el viajero a aquel palacio: el señor sale a la puerta y recibe al juglar con muestras de agrado, mientras un niño de la casa se divierte montado en la cabalgadura del recién venido. El texto de la cántiga cuenta

d'un jograr que ben cantava
e apost' e sen vergoña,
e andando pelas Cortes
fazendo ben sa besoña

ese juglar se hospedó en casa de cierto caballero codicioso, en tierras de Cataluña, el cual, después de dar aquella noche albergue al juglar, cuando éste se despidió a la mañana siguiente y se alejó, lo hizo asaltar en despoblado por sus criados, para robarle la bestia y los vestidos. No de otro modo Giraut de Borneil fue salteado por gentes del Rey de Navarra, cuando volvía a Francia colmado de dones por Alfonso VIII y por los magnates de la Corte castellana.

Otros malos trances podían acaecer: un caballero tacaño cree que el juglar Roy Queimado llama a su puerta para comer, y le azuza los perros, que están a punto de matar al juglar encima de su bestia, aunque el agredido juraba que no iba allí a cantar sino a saber noticias. Temiendo estos mil peligros de la vida errante, el juglar, fuese provenzal o gallego, lo mismo que la soldadera, todos igualmente supersticiosos, antes de emprender un viaje consultaban agüeros, suertes y estornudos.

Mas, claro es que, por lo común, el juglar hallaba grata acogida, lo mismo entre los señores que entre los humildes, y hasta, muchas veces, ni tenía que preocuparse de buscar alojamiento, pues era convidado, como Pero da Ponte cuando en el camino de Burgos le sale a encontrar un infanzón para llevárselo a comer.

El juglar traía a la casa regocijo y fiesta que rompían la monotonía habitual de la vida; no es extraño que fuese muy solicitado. Esto vemos también en un cuento de don Juan Manuel; refiere cómo Saladino, para viajar desconocido por el mundo, parte en compañía de dos juglares, vestido como ellos, y encuentra un escudero que vuelve muy contento de su caza, el cual les dice que para complir el alegría, que pues eran ellos muy buenos joglares, que fuesen con él esa noche; los tres van a la casa del escudero, y, después de cenar y de levantar los manteles, hacen su oficio juglaresco.

Así tañendo y cantando pagaban la hospitalidad. Otra miniatura de la Cántiga de Santa María ya mencionada, nos representa al juglar, en la noche de su hospedaje (aunque los versos gallegos de Alfonso X nada digan sobre ello), cantando al son de su vihuela, ante el caballero codicioso, ante los hijos y demás personas de la familia, para agradecerles la buena acogida. Éste era uso corriente también en Francia, decir el juglar al huésped una canción o un fabliau.

Una noche, según vemos, solía detenerse el juglar en la casa o en la Corte donde le albergaban, y a la mañana siguiente proseguía su viaje. Esto hace también el que viene a consultar un caso de cortesía al palacio de Hugo de Mataplana, solazando durante la velada a los barones y damas de la Corte; y el otro juglarcito que halla a Ramón Vidal en la plaza de Besalú, después de pasar una noche en la Corte del Delfín de Alvernia, alegrándola con su canto, partió a la mañana.

El juglar que viajaba por las Cortes solía presentarse en éstas, ora con alguna misiva de un caballero o trovador, ora provisto de cartas comendatorias. El segrer Picandón se introduce acerca del hidalgo portugués Coello recomenda'do por el poeta Sordelo, y solicita del portugués recomendaciones para otros señores amigos, las cuales le ayudan a ganarse la vida por las Cortes (guarecer per Corte). Estas cartas comendatorias motivaban tensones, o disputas poéticas, humorísticas. El mismo Coello hubo también de recomendar un juglar a don Juan de Aboim (mediados del siglo XIII), y éste, en una tensón, maldice del juglarón que no sabe cantar ni citolar y que, sin duda, pagó algo a Coello para que le recomendase; Coello replica que Aboim debe darle don al juglar, pues éste tuvo la desgracia de perder la voz tan sólo por excesos de taberna y de burdel.

Comentario a estas tensones es el formulario latino que Boncompagno nos ha dejado con varias cartas de recomendación para cada especialidad juglaresca, y como muestra de una carta española citaré la de doña María de Jérica, que en diciembre de 1327 recomienda a su sobrino, el Rey aragonés Alfonso IV, dos juglares de la Corte de Roberto de Anjou, Rey de Nápoles.

8abet, sobrino, dice la dama a Alfonso, que han tenido agora con nos, en Exérica, la fiesta de Nadal, Alegret e Petrucho, jutglares del duch sobrino nuestro e fijo qui es del senyor Rey Rubert hermano nuestro, los cuales se van agora pora avos; por aquesto rogamos a vos que vós, por honra vuestra e por onor nuestra e de los sobredichos hermano e sobrino nuestros, ayades por bien de facerles alguna ayuda e mercé, en tal manera que los sobredichos Alegret e Petrucho, jutglares, entiendan que las nuestras rogarias les han mucho aprovechado ..., e nos gradecer vos lo hemos mucho, e porque ellos se puedan laudar mucho delant los sobredichos senyor Rey Rubert e duch fijo suyo, e delant aquellas otras gentes en aquellas partidas.

Como vemos, no sólo los juglares errantes, sino los adscritos al servicio de una Corte, viajaban también para ganar dones en otras tierras, y esto, no por accidente, sino por razón misma de su oficio, de una manera habitual. Así lo declara expresamente Pedro IV de Aragón, en carta fecha en Daroca, el 29 de octubre de 1337, por la cual recomienda a todos los oficiales de su Corte y súbditos de su reino, un juglar suyo, Vidal de Pueyo, que iba a viajar con ocasión de su oficio, y manda a todos que le reciban como juglar del Rey y le atiendan graciosa y favorablemente.

Esta recomendación, dirigida a varios, se hacía, como en este caso, por medio de una carta circular, o también por copias múltiples: el mismo Pedro IV expide varias cartas para los señores que en su camino había de encontrar otro juglar suyo, Alfonso Fernández, que iba a las solemnes bodas del infante don Pedro, a Castellón de Ampurias, en 1331, y con varias cartas recomienda también su ministrer Jaquet de Portalbert a los Reyes de Navarra, de Castilla y de Francia y a muchos señores franceses e ingleses, en 1385.

Eduardo III de Inglaterra fijó las condiciones bajo las cuales sus ministriles podían salir a viajar por otras Cortes. Ausentarse sin permiso era grave falta; por eso el mismo Pedro IV toma a injuria que su juglar Johan Paris se quiera embarcar para Chipre sin licencia, por lo cual manda prenderle en 1356.

Lo mismo que los de los Reyes, los juglares de los grandes viajaban, y también eran enviados por sus señores como un obsequio. El duque de Medinasidonia envió desde Sevilla un sacabuche para honrar las bodas de Fernán Lucas en Andújar, el año 1470; Y la Reina doña María de Aragón, en 1420, manda su juglar Virgilio a la infanta Catalina para que la distraiga segunt ha acostumbrado fazer plazenterías e alegrías, en las quales sin falta trobaredes plazer.

Estos viajes, realizados lo mismo por los juglares errantes que por los servidores de una Corte, daban a la juglaría un carácter de muy abierta internacionalidad. Desde la época más remota, los juglares ponían en comunicación literaria las varias regiones y reinos de la Península.

Si nos fijamos en los juglares de la escuela gallega encontraremos al compostelano Palla siguiendo la Corté del emperador Alfonso VII en Burgos, el año 1136, y otros muchos siguiendo a san Fernando y a Alfonso el Sabio. Puede servir de ejemplo principal Pero da Ponte (entre 1230 -1260), que viaja por las ciudades de ambas Castillas y de Andalucía, visita casas solariegas de Navarra y casi seguramente canta en la Corte de Jaime I de Aragón. Arias Páez, de Orense, viajaba al servicio de la Corte de Sancho IV, en 1293, encontrándose probablemente en Molina de Aragón, y en 1304 se hallaba ante la Corte aragonesa, en Zaragoza; Juiáo Bolseiro parece que estuvo en Sevilla y en Portugal (hacia 1270?); Juan de León (entre 1320-1335) iba anualmente a la Corte portuguesa, y en cambio el portugués Lourenco emigró de Portugal a la Corte del Rey Sabio. Esta comunicación juglaresca entre Portugal y Castilla era frecuente, pues servía de intermediaria la comarca leonesa, y especialmente Galicia; en cambio, las relaciones de los gallegos con Aragón eran menores, pues les separaba demasiado el idioma. Y menos aun salían los gallegos fuera de la Península: el coruñés Pero de Ambroa (entre 1250-1270) estuvo en Mompeller como peregrino a Tierra Santa, y acaso en el santuario lemosín de Rocamador, o al menos, camino de allá, en Roncesvalles; la Balteira también peregrinó a Ultramar, pero no tenemos noticia de otros viajes planeados para ejercitar la juglaría, aunque es de suponer la ejercitasen algo durante esas piadosas romerías.

No conservamos de los juglares castellanos noticias personales tan valiosas como de los gallegos, pero aun así, podemos saber algo acerca de su radio de expansión.

En las gestas de los siglos XIII y XIV vemos ensancharse el campo geográfico que conocía cada autor, comparándolas con las de época más antigua. El que compuso la primera gesta de los Infantes de Salas describe tan sólo con conocimiento directo el país que se extiende al Sureste de Burgos, esto es, Salas y los pinares de Soria, mientras el juglar de la segunda gesta, en la primera mitad del siglo XIV, muestra familiaridad con los caminos que se alejan mucho más en dirección contraria, al Suroeste de Burgos, por los valles del Carrión, del Pisuerga y del Esgueva. De igual modo, el juglar que hacia 1140 compuso el Mio Cid sólo muestra haber caminado por la tierra que se extiende desde San Esteban de Gormaz hasta Albarracín, pero el refundidor del siglo XIII describe itinerarios mucho más lejos, hacia Valladolid y hacia Valencia, como si esperase hacer oír su canto en esas ciudades. Casos como éstos nos hacen pensar que en los siglos XIII y XIV los juglares épicos castellanos erraban mucho más que antes y se internaban hasta las últimas playas del reino aragonés; también la gesta del Abad Juan de Montemayor nos deja creer que llegaban a Portugal.

En apoyo de estas suposiciones relativas a los juglares de gesta, vienen los documentos cancillerescos que nos hablan de algunos juglares castellanos viajeros fuera de su reino, aunque nada nos digan del arte que esos cantores propagaban en sus peregrinaciones. Fijándonos, como siempre, por vía de ejemplo, en el Rey aragonés Jaime II, sabemos que hallándose en Valencia, en Ariza o en Calatayud, por los años 1303 y 1304, oía el canto de los juglares y de las soldaderas de don Juan Manuel, de don Diego López de Vizcaya y de otros ricoshombres e infantes castellanos; en 1308, residiendo en Valencia, recompensaba a Martín Pérez, juglar del infante castellano don Juan, aquel ambicioso hijo de Alfonso el Sabio que pronto iba a ser tutor de Alfonso XI; en 1294 el mismo Jaime II hace en Barcelona un donativo a Alfonso de Murcia, juglar que es de suponer fuera de la comarca cuyo nombre llevaba; Saborejo, juglar en 1315 del obispo de Vich, lleva un nombre de tipo castellano, no aragonés ni catalán.

Mencionaré otro episodio también aragonés: hallándose Alfonso IV de Aragón en Valencia, convaleciente de una enfermedad, el 19 de octubre de 1329, escribía a don Yússef de Ecija, almojarife mayor de Alfonso XI de Castilla, y, después de darle noticias de su salud, añade:

e porque querríamos tomar algun placer con aquellos joglares del Rey de Castiella que eran en Taracona, el uno que tocaba la xabeba et el otro el meo canón, vos rogamos que qui [sies] sedes quel dito Rey nos envie los ditos joglares, et gradecer vos lo hemos mucho.

El Rey aragonés, recién casado en segundas nupcias con la hermana del Rey de Castilla, recordaba con gusto las habilidades que, cuando se celebraron sus bodas en Tarazona, en febrero de ese mismo año 1329, habían desplegado los dos juglares que venían en el séquito de la novia.

En el siglo XV veremos cómo los juglares y juglaresas de Juan II de Castilla, o los del infante don Fernando de Antequera, ejercían su oficio por Aragón, por Navarra o por Francia, y cómo Juan de Valladolid andaba por las Cortes de Aragón, de Nápoles, Mantua o Milán.

De igual modo, los juglares portugueses, o los de las ciudades de Aragón o de Valencia, iban a ganar su soldada a los reinos vecinos; tenemos, sobre tOdo, noticias de los juglares y las cantaderas del Rey aragonés que pasaban frecuentemente a Navarra y a Castilla, como veremos, por ejemplo, al reseñar la juglaría del Rey Ceremonioso aragonés, o del Rey castellano Juan II. Por ser caso más significativo mencionaremos sólo el del infante primogénito aragonés Juan T, cuando en 1377 contesta a una petición de sus ministriles, dándoles licencia para que vayan a Castilla a las bodas del hijo del Marqués de Villena, don Pedro (el que luego iba a morir en el desastre de Aljubarrota), y autorizándoles para que, una vez allá, puedan enseñar todas las canciones nuevas, que ellos saben, a los ministriles del Marqués. He aquí cómo los continuos viajes de los juglares no sólo propagaban la literatura y la música entre el público, sino entre los mismos profesionales del país visitado; y es de suponer que si los ministriles aragoneses tenían interés en enseñar sus canciones a los castellanos era para aprender, en cambio, las novedades con que éstos pudiesen pagarles.

También conocemos varios casos de juglares navarros que cantaban en Aragón o en Castilla; y sabemos de juglares aragoneses o navarros que iban a países extranjeros, sobre todo a Francia, Alemania y Flandes, para comprar instrumentos o para reclutar ministriles afamados que viniesen a servir a las Cortes españolas, y, sobre todo, para cursar en las escuelas de música famosas; el don destinado expresamente para ir a escuelas era dado, no sólo por el señor del juglar, sino por los extraños.

En la Corte de Navarra debían de abundar los juglares vascos, como Arnaut Guillén de Ursua, el ciego, juglar de cítola y de vihuela de arco (1412-1432), o como Sancho de Echalecu, juglar de laúd, y García Churri, que recibían don de la Reina aragonesa en 1428.

Viajes más largos y variados que los juglares peninsulares emprendían los franceses.

Los provenzales recorrían frecuentemente, no sólo la Occitania, sino que entraban en el Norte de Italia por Génova, Lombardía o la Marca Trevisana; en el Norte de España, desde Cataluña, Aragón y Castilla hasta León y Galicia, llegando también, sin duda, a Portugal, aunque las noticias falten; menos veces viajaban hacia el Norte de Francia, por ejemplo, al Poitou. El primer juglar de que hay biografía, el maestro del viejo Marcabrú, se apodaba Cercamón corre el mundo, porque viajó por todas las tierras donde pudo andar; ningún juglar llegaba a saber bien el arte si no salía de su tierra, y las biografías hacen notar, respecto de los juglares de poco valor, que viajaron poco, como Hugo de la Bacalairía, o que nunca salieron de su tierra, como Albertet de Cailla.

Luego veremos cómo los juglares provenzales recorren las Cortes de Aragón, León y Castilla, desde antes de mediar el siglo XII hasta bastante pasada la mitad del siglo XIII. En 1267 el infante aragonés Pedro, hijo de Jaime I, tenía a su servicio un juglar gascón, y aun después de la gran decadencia del arte provenzal, los juglares occitánicos siguieron viniendo.

En 1315, Somsaire, juglar del conde Aimerí de Narbona, cantaba ante Jaime II de Aragón; en 1361 unos ministriles de Bayona se presentaban ante el Rey de Navarra Carlos el Malo, y a la Corte de su sucesor hicieron varias visitas los juglares del conde de Foix.

Casos como éstos podrían aducirse muchos más. Sólo añadiré uno que no se refiere a las Cortes: en 1347 eran nombrados para el cargo de juglares de la ciudad de Lérida, Simón de Orenga y Aparicio de Perpiñán, es decir, uno del Delfinado (Orange) y otro del Rosellón. Y no creamos que eran sólo músicos: A Pero Guillén de Narbona, juglar de boca, da 6 florines en 1391 el Rey Carlos el Noble de Navarra, y todavía en la primera mitad del siglo XV, en la Corte literaria de Juan II de Castilla, Martín el juglar alternaba el canto lemosino con el castellano, lo cual parece indicar que tal cantor provenía del Sur de Francia. Insisto en esto porque se ha creído que a fines del siglo XIV no podía haber en España un conocimiento directo de la poesía provenzal, fuera del de los tratados gramaticales y teóricos de la gaya ciencia.

Los juglares de gesta franceses en España muestran conocer sobre todo el camino de Santiago, por Roncesvalles, Pamplona, Burgos, Sahagún, León y Astorga. Muchos vendrían acompañando a los señores de alta calidad que hacían la peregrinación compostelana. Un ejemplo, aunque no sabemos si se refiere a juglares de gesta o no, hallamos en Mosén Johan de Chartres y en Pierres de Monferrant, caballeros franceses que, peregrinando a Santiago de Galicia, llevan consigo tres juglares, en 1361.

No sería difícil documentar, más abundantemente aun que la de provenzales, la presencia de juglares franceses en España. Nuestros datos pertenecen al siglo XIV. En 1303, andando Jaime II de Aragón por tierras de Tarragona, hace don a dos juglares y dos juglaresas franceses. El Rey Carlos el Malo de Navarra, en 1382 daba 27 libras al juglar de la vieilla et de rota del conte de Vertus; en 1383, con ocasión de la visita que le hizo León de Lusignan, ex Rey de Armenia, regalaba 15 florines al juglar del dito Rey; y en el mismo año daba 30 libras a los juglares del seynor de Cucy; en 1384 recompensaba con 28 libras a ciertos juglares de Borgoynne que han jugado delant Nos.

Carlos el Noble, sucesor de el Malo, daba 100 florines, en 1387, a los quoatro juglares et la trompeta de su cormano el duque de Borbón que han seido devers Nos con el dicho duc; en 1388, hacía don de 30 florines a los tres juglares del duc de Montblanc, quoando vinieron a las honores de las bodas de la fija de Remiro; en 1391, 20 florines a Guillebert, menestrel des orgues du Roy de France; en 1407, 4 florines a unos ministriles del conde de la Marche.

Es de suponer que muchos de estos juglares que andaban por Navarra pasarían después por Castilla y por León en peregrinación a Santiago, ya que Pamplona era la primera etapa importante del camino francés en España.

Los juglares y troveros franceses que asimismo trasponían los Alpes, guiados principalmente en peregrinación a Roma, despertaron por el Norte de Italia toda una literatura en francés o en lengua mixta franco-italiana, cultivada por autores italianos; no sucedió en el Norte de España cosa semejante, pero sin duda aquí se oyeron también obras francesas en gran número, pues inspiraron multitud de gestas y romances de asunto carolingio. Es de suponer también que los juglares bretones cantasen en España sus lais y sus poemas, que desde muy pronto fueron conocidos e imitados entre nosotros.

Aunque la influencia de Italia en España fue durante los siglos XIII y XIV menor que la de Francia, los juglares italianos viajaban mucho entre nosotros, sobre todo por Aragón, cuya casa real se vió entronizada en Sicilia (1282) y en Nápoles (1435). Fijándonos sólo en uno de los Reyes aragoneses, sabemos que Jaime II escuchó en Zaragoza, en 1305, a Albertino, juglar de Génova; en Valencia, en 1307, a Nicolutxo, y en 1308 a Veneciano de Mesina; en Barcelona, en 1309, a Bussiquello y a Francisco, juglares de los embajadores de la ciudad de Pisa, y en Tarragona, 1319, extendía un salvoconducto para Jorge, juglar del Rey Federico I de Sicilia, que viajaba mucho por el reino de Aragón.

Respecto de Castilla no tengo noticias antiguas, aunque sin duda las relaciones con Italia existían. En 1428, la Reina María de Aragón, segoviana de nacimiento, la cual protegía especialmente a los músicos sicilianos, como Reina que era también de Sicilia, da 10 doblas de oro baladíes a Nicolás de Mesina para que pudiese pasar a Castilla, y el mismo año, el marido de doña María, Alfonso V de Aragón, recomendaba un ministrer napolitano a Juan II de Castilla, al condestable don Alvaro de Luna y al Maestre de Santiago don Enrique: el fiel ministrero de cuerda de casa nuestra, Colavetxa, del reahñe de Napoles, assin en el dito realme como en otras partes nos ha servido con grant afeccion, e entiende ir en aquexos vuestros regnos, por fazervos reverencia: por tanto vos rogamos ... hayades el dito Colavetxa specialment recomendado.

Si volvemos la vista al camino francés y, por tanto, al archivo de Pamplona, allí encontramos memorias perdidas del continuo paso de juglares de otras muchas naciones. Tres pobres juglares alemanes, que iban a Santiago de Galicia, reciben don del Rey navarro Carlos el Malo en 1385. Nos bastarían las noticias del año anterior, 1384, en que el mismo Carlos el Malo da 60 libras a tres juglares del Rey d'Escocia (Roberto II Stuardo), los quoales fueron con Nos a las fiestas de Nadal; el 8 de febrero regala 30 florines a una inglesa, juglaressa del harpa, en Olite; el 2 de agosto concede 40 libras a maestre Tomás, juglar del harpa, inglés, por dono ... a yr a su tierra; el 11 de octubre a dos juglares d'Alemaynna, por dono, 20 libras. En el año siguiente, 1385, estaban en la Corte navarra Isabel la cantadera y su marido, juglares del Rey de Inglaterra, Ricardo II.

Juglares de mucho más extraña procedencia podiamos hallar. Jaime II de Aragón fue padrino de un juglar tártaro, a quien, en 1320, bautizó el obispo de Tarazona con el nombre de Lorenzo. Pero particularmente los juglares musulmanes de Arabia, Persia, Siria y Egipto tuvieron especial acceso entre los musulmanes andaluces desde los esplendorosos tiempos del califato de Córdoba, y bajo su influjo se formaron en la España árabe importantes escuelas de juglares; Úbeda, por ejemplo, fue famosa por sus doctos músicos, por sus juglares diestros en los juegos de espadas y cubiletes, y por sus danzaderas, encantadoras de ingenio y habilidad.

La influencia de la juglaria musulmana hubo de ser muy grande. Los cristianos se recreaban con la música árabe y también con el canto, aunque por su excesivo tecnicismo fuese casi imposible de entender para un europeo. Ben Hayán cuenta la anécdota de un conquistador de Barbastro, en 1064, que hace grandes demostraciones de interés y complacencia escuchando el canto de su cautiva mora, como si comprendiese los versos cantados, de los cuales, sin duda, no se le alcanzaria apenas nada; el conquistador, muy aficionado a su botin de guerra, rechaza el considerable rescate que le ofrecian por algunas cautivas.

Ya hemos dicho que las Cortes de España y de Sicilía eran en Europa los principales puntos de contacto de las dos juglarias, cristiana y sarracena. Respecto a la Corte de Alfonso X nos informa una miniatura de las Cántigas de Santa María, la cual presenta ante nuestros ojos las figuras de un juglar moro y otro cristiano cantando a dúo, ambos de pie junto a una mesita donde está el vino que les inspira; esa miniatura representa gráficamente la intima colaboración de dos juglarias de las más diversas que pudiera uno imaginarse. Habrá, empero, quien tenga por increible que esa miniatura haya de referirse concretamente a los loores de la Virgen, en los que parece no podia tomar parte un músico moro; yo pensé asi y seguiria pensando lo mismo si, gracias a reposadas conversaciones de paseo con J. Ribera, no me hubiera penetrado al fin de la intima convicción de éste acerca de la gran influencia del arte musulmán sobre el cristiano. En apoyo de la opinión de Ribera están los cánones del Concilio de Valladolid, en 1322, donde los obispos castellanos alli reunidos condenan severamente la costumbre que entonces tenían los fieles de llevar a las vigilias nocturnas, celebradas en las iglesias, juglares sarracenos o judíos para cantar y tañer instrumentos.

Fuera de la Iglesia la influencia morisca es evidente. En la Corte de Sancho IV de Castilla cobraban sueldo mensual, en 1293, hasta 27 juglares, de los cuales, 13 eran moros (entre ellos dos mujeres), uno era judío y 12 eran cristianos: además, las nóminas de la casa real registran otros dos juglares moros a quienes se da paño para su vestir. Y si bajamos de la Corte al pueblo, nos encontramos con el Arcipreste de Hita, que declara haber compuesto muchas cántigas para cantaderas moras; tan familiar era entonces el arte del juglar musulmán, que el Arcipreste se toma el trabajo de enumerar todos los instrumentos que no sirven bien para acompañar los cantares en arábigo.

A fines del mismo siglo XIV pudiera también simbolizar la unión de las dos corrientes artísticas el matrimonio de Garci Fernández de Gerena con una juglaresa que había sido mora. Para el siglo XV mencionaré un asiento de las actas municipales de Teruel, 30 de agosto de 1443, en que los regidores de la ciudad mandan pagar a Mahoma Chacho, moro del lugar de Fuentes, juglar, diez sueldos por que havia feto sonar con su cazamara en la feria próximo pasada.

Una de las escuelas más importantes de juglares musulmanes en la segunda Edad Media se albergaba en las calles de la morería de Játiva; de alli salian los artistas moros para recorrer, no sólo el reino de Aragón, sino los de Castilla y Navarra. En el siglo XIII un tamborero de Sancho IV era jativés; en 1337 Pedro IV de Aragón tenía también a sueldo dos juglares de Játiva tañedores del rabel y de la exabeba, y todavía en 1439 varios moros y moras de Játiva fueron a Navarra para actuar en las bodas del Príncipe de Viana celebradas en Olite.

Los juglares judíos tenían mucha menor importancia que los moros. Sólo un judío, Ismael, tañedor de la rota, con su mujer, figuran como juglares de Sancho IV de Castilla, junto a los 15 moros. Sin embargo, el Arcipreste de Hita coloca las cantaderas judías al lado de las moras, y realmente en todas las grandes fiestas de las ciudades españolas, donde al lado de las parroquias cristianas había sinagogas y mezquitas, concurrían juntamente los juglares de las tres religiones. Un ejemplo muy antiguo de estas fiestas de tres leyes es cuando el recibimiento solemne de Alfonso VII en Toledo, el año 1139: todo el pueblo de la ciudad sale al camino, cristianos, sarracenos y judíos, con tambores, cedras, rotas y toda clase de músicos, cantando cada uno en su idioma alabanzas al Emperador; en comentario poético a este pasaje puede recordarse el romance judío referente a la expulsión de los judíos de Portugal, en 1479, cuando describe el recibimiento hecho a la hija de los Reyes Católicos como esposa del Rey don Manuel:

Ya me salen a encontrar tres leyes a maravilla:
los cristianos con sus cruces, los moros a la morisca,
los judios con vihuelas que la ciudad se estrujía ...

Al lado del Ismael de Sancho IV de Castilla debemos mencionar aquí a Bonafós y su hijo Sento, juglares judíos de Pamplona, favorecidos por el Rey navarro Carlos II con casas y otros dones varios.

El viaje de los juglares no era sólo un caso individual: concurrían en muchedumbres a toda fiesta sonada. La noticia de una boda principal, por ejemplo, les hacía ponerse en camino desde los puntos más distantes; en máxima turba rodean el tálamo nupcial de la hija de Alfonso VII, cuando se celebraron las bodas en León, el año 1144.

El autor del Alexandre, contando la boda de dos príncipes, nos dice: avie í un pueblo solo de jugraressas ..., jograres de todo'l mundo e de muchas maneras; y en el gran recibimiento que el Arcipreste de Hita finge hecho a don Amor, los juglares llenan los eriales y las cuestas, hinchendo el aire con la algazara de los más variados instrumentos y con la melodía de sus cántigas, chansones y motetes. Precisando la cuantía de estas multitudes, podemos recordar que en Inglaterra, para la caballería del príncipe Eduardo, el año 1306, se reunieron 150 juglares nominados, sin contar los anónimos, y hasta 426 se reunieron para las bodas de la hija de Eduardo I; en Italia concurren más de 1.500 juglares a una Corte tenida por los Malatesta en Rímini, el año 1324; en España, la solemne comitiva que se formó en una de las ceremonias de la coronación de Alfonso IV, en Zaragoza, el año 1328, llevaba 300 pares de trompas, y de otros juglares y caballeros salvajes había más de mil.

Los viajes y las grandes reuniones de juglares cumplían en la Edad Media la función de divulgar la música y la literatura a países muy diversos, sustituyendo en cierto modo los medios modernos que trajo consigo la imprenta.

Los juglares músicos viajaban más que otros, pues su arte se difundía sin traba ninguna para ser comprendido en cualquier parte. Los juglares de voz veían limitado el campo para su juglaría de cantar, a causa de no ser entendidos en país extranjero. Mas a pesar de la diferencia de idiomas (según queda indicado y veremos en adelante), los juglares no sólo comunicaban entre sí las varias regiones dialectales de un país, contribuyendo vivamente a uniformar el habla, lo mismo que los gustos y las maneras de sentir de las varias comarcas, sino que propagaban las ficciones poéticas rebasando las fronteras del idioma original en más o menos grado, según la fuerza expansiva de cada literatura y de cada juglaría, ora en modo tenue y difuso, ora en modo más decisivo. No sólo se traducían las obras extranjeras a la lengua del país, sino que a veces se aceptaba la misma lengua extraña como lengua poética adoptiva o supletoria. El dialecto franco-italiano en el Norte de Italia, y el gallego castellanizado, usado en Castilla, son ejemplo principal de adaptaciones lingüísticas que los juglares ensayaban para hacerse entender fuera de su tierra y que los poetas intentaban para asociarse a una literatura forastera.

Mediante esta compenetración lingüística, o mediante la traducción, encontramos ejemplos notables de la difusión de la materia literaria. Los troveros franceses ven divulgadas sus ficciones, no sólo por los países latinos, sino por los germánicos; los poetas provenzales propagan por Francia, Italia y España las formas de su poesía cortés; los gallegos imponen su idioma lírico a los poetas castellanos hasta el siglo XV; los castellanos extienden sus leyendas locales haciéndolas nacionales de toda España.

Los juglares, vagando de Corte en Corte o de mercado en mercado, son los que principalmente logran estos grandes efectos; ellos hacen florecer en regiones muy apartadas entre sí aquellos tipos literarios o lingüísticos más afortunados, como el insecto que en su vuelo une y fecunda las plantas alejadas.
Indice de Los juglares de Ramón Menendez Pidal El juglar ante su publico Biblioteca Virtual Antorcha