Salvador Díaz Mirón
Selección de Omar Cortés

Idilio
y otros poemas

Primera edición cibernética, enero del 2012

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

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INDICE


Presentación de Chantal López y Omar Cortés.

Cleopatra.

La nube.

Música de Schubert.

Música fúnebre.

Ejemplo.

El fantasma.

Engarce.

A ella.

La gitana.

Idilio.




PRESENTACIÓN


La breve selección de poemas que, con el título de Idilio y otros poemas, del veracruzano Salvador Díaz Mirón (1853-1928), colocamos ahora en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, pretende exponer, a manera de semblanza, la poesía de un literato que, aunque por su nefasta actitud ideológica pueda ser criticado, debe recordársele en cuanto a sus innegables aptitudes literarias como uno de los iniciadores de la corriente modernista.

Chantal López y Omar Cortés


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CLEOPATRA


La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta ...
Estaba toda desnuda
aspirando humo de esencias
en largo tubo escarchado
de diamantes y de perlas.

Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza,
y cual el ojo de un tigre
un ópalo daba en ella
vislumbres de sangre y fuego
al oro de su ancha trenza.

Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas,
y cerca de los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso triángulo
de rizada y rubia seda.

En un brazo se torcía
como cinta de centella
un áspid de filigrana
salpicado de turquesas,
con dos cartuchos por ojos
y un dardo de oro en la lengua.

Tibias estaban sus carnes,
y sus alto~ pechos eran
cual blanca leche vertida
dentro de dos copas griegas,
convertida en alabastro,
sólida ya pero aún trémula.

¡Ah! hubiera yo dado entonces
todos mis lauros de Atenas
por entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando con los eunucos
mis coturnos a la puerta.

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LA NUBE

¿Qué te acongoja mientras que sube
del horizonte del mar la nube,
negro capuz?
¡Tendrán por ella frescura el cielo,
pureza el aire, verdor el suelo,
matiz la luz!

No tiembles. Deja que el viento amague
y el trueno asorde y el rayo estrague
campo y ciudad;
tales rigores no han de ser vanos ...
¡Los pueblos hacen con rojas manos
la Libertad!

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MÚSICA DE SHUBERT

Crin que al aire te vuela, rizada y bruna,
parece a mis ahogos humo en fogata;
y del arpa desprendes la serenata
divinamente triste, como la luna.

Y del celo ardoroso despides una
fragancia de resina y él te dilata
ojo que resplandece con luz de plata,
como en la sombra el vidrio de la laguna.

Mas tu marido llega, con su fortuna,
nos dice dos lisonjas, va por su bata,
y al dormido chicuelo besa en la cuna.

Y mientras que te tiñes en escarlata,
crin que al aire te vuela, rizada y bruna,
parece a mis ahogos humo en fogata.

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MÚSICA FÚNEBRE


Mi corazón percibe, sueña y presume.
Y como envuelta en oro tejido en gasa,
la tristeza de Verdi suspira y pasa
en la cadencia fina como un perfume.

Y frío de alta zona hiela y entume,
y luz de sol poniente colora y rasa,
y fe de gloria empírea pugna y fracasa
como en ensayos torpes un ala implume.

El sublime concierto llena la casa;
y en medio de la sorda y estulta masa,
mi corazón percibe, sueña y presume.

Y como envuelta en oro tejido en gasa,
la tristeza de Verdi suspira y pasa
en la cadencia fina como un perfume.

Diciembre de 1899

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EJEMPLO

En la rama el expuesto cadáver se pudría,
como un horrible fruto cdgante junto al tallo,
rindiendo testimonio de inverosímil fallo
y con ritmo de péndola oscilando en la vía.

La desnudez impúdica, la lengua que salía,
y alto mechón en forma de una cresta de gallo,
dábanle aspecto bufo; y al pie de mi caballo
un grupo de arrapiezos holgábase y reía.

Y el fúnebre despojo, con la cabeza gacha,
escandaloso y túmido en el verde patíbulo,
desparramaba hedores en brisa como racha,
mecido con solemnes compases de turíbulo.
Y el sol iba en ascenso por un azul sin tacha,
y el campo era figura de una canción de Tíbulo.

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EL FANTASMA


Blancas y finas y en el manto apenas
visibles y con aire de azucenas,
las manos -que no rompen mis cadenas.

Azules y con oro enarenados,
como las noches limpias de nublados,
los ojos -que contemplan mis pecados.

Como albo pecho de paloma el cuello,
y como crin de sol barba y cabello,
y como plata el pie descalzo y bello.

Dulce y triste la faz; la veste zarca ...
Así, del mal sobre la inmensa charca,
Jesús vino a mi unción, como a la barca.

Y abrillantó a mi espíritu la cumbre
con fugaz cuanto rica certidumbre,
como con tintas de refleja lumbre.

Y suele retornar y me reintegra
la fe que salva y la ilusión que alegra;
y un relámpago enciende mi alma negra.

Cárcel de Veracruz, diciembre 1893

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ENGARCE

El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.

De alto balcón apostrofóme a tino,
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella ...
¡Oh qué timbre de voz trémulo y fino!

¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!

¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.

Veracruz, julio de 1900

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A ELLA

Semejas esculpidas en el más fino
hielo de cumbre sonrojado al beso
del sol, y tienes ánimo travieso,
y eres embriagadora como el vino.

Y mientes: no imitaste al peregrino
que cruza un monte de penoso acceso
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.

Obrando tú como rapaz avieso,
correspondiste con la trampa el trino,
por ver mi pluma y torturarme preso.

No así el viandante que se vuelve a un pino
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.

Xalapa, el 27 de mayo de 1901

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LA GITANA


I

Es un monstruo que me turba. Ojo glauco y enemigo,
como el vidrio de una rada con hondura que, por poca,
amenaza los bajeles con las uñas de la roca.
La nariz resulta grácil y aseméjase a un gran higo.

La guedeja blonda y cruda y sujeta, como el trigo
en el haz. Fresca y brillante y rojísima la boca,
en su trazo enorme y burdo y en su risa eterna y loca.
Una barba con hoyuelo, como vientre con ombligo.

Tetas vastas, como frutos del más pródigo papayo;
pero enérgicas y altivas en su mole y en su peso,
aunque inquietas, como gozques escondidos en el sayo.

En la mano, linda en forma, vello rubio y ralo y tieso,
cuyos ápices fulguran como chispas, en el rayo
matinal, que les aplica fuego móvil con un beso.

II

¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,
que de púas amarillas resplandecen espinosas,
en un pórfido que finge la vergüenza de las rosas,
por estar desnudo a trechos ante lúbricas miradas.

Albos pies, que con eximias apariencias azuladas
tienen corte fino y puro. ¡Merecieran dignas cosas!
¡En la Hélade soberbia las envidias de las diosas,
o a los templos de Afrodita engreír mesas y gradas!

¡Qué primores! Me seducen; y al encéfalo prendidos,
me los llevo en una imagen, con la luz que los proyecta,
y el designio de guardados de accicientes y de olvidos.

Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,
marco y fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,
a presencia de la torre mujeril que los afecta.

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IDILIO


A tres leguas de un puerto bullente
que a desbordes y grescas anima,
y al que a un tiempo la gloria y el clima
adornan de palmas la frente,
hay un agrio breñal, y en la cima
de un alcor un casucho acubado,
que de lejos diviso a menudo,
y rindiéndose apoya un costado
en el tronco de un mango copudo.

Distante, la choza resulta montera
con borla y al sesgo sobre una mollera.

El sitio es ingrato, por fétido y hosco.
El cardón, el nopal y la ortiga
prosperan; y el aire trasciende a boñiga,
a marisco y a cieno; y el mosco
pulula y hostiga.

La flora es enérgica para
que indemne y pujante soporte
la furia del soplo del Norte,
que de octubre a febrero no es rara,
y la pródiga lumbre febea,
que de marzo a septiembre caldea.

El Oriente se inflama y colora,
como un ópalo inmenso en un lampo,
y difunde sus tintes de aurora
por piélago y campo.
Y en la magia que irisa y corusca,
una perla de plata se ofusca.

Un prestigio rebelde a la letra,
un misterio inviolable al idioma,
un encanto circula y penetra
y en el alma es edénico aroma.
Con el juego cromático gira,
en los pocos instantes que dura;
y hasta el pecho infernado respira
un olor de inocencia y ventura.
¡Al través de la trágica Historia,
un efluvio de antigua bonanza
viene al hombre, como una memoria,
y acaso como una esperanza!

El ponto es de azogue y apenas palpita.
Un pesado alcatraz ejercita
su instinto de caza en la fresca.
Grave y lento, discurre al soslayo,
escudriña con calma grotesca,
se derrumba cual muerto de un rayo,
sumérgese y pesca.

Y al trotar de un rocín flaco y mocho,
un moreno, que ciñe moruna,
transita cantando cadente tontuna
de baile jarocho.

Monótono y acre gangueo,
que un pájaro acalla, soltando un gorjeo.

Cuanto es mudo y selecto en la hora,
en el vasto esplendor matutino,
halla voz en el ave canora,
vibra y suena en el chorro del trino!

Y como un monolito pagano,
un buey gris en un yermo altozano
mira fijo, pasmado y absorto,
la pompa del otro.

***

Y a la puerta del viejo bohío
que oblicuando su ruina en la loma
se recuesta en el árbol sombrío,
una rústica grácil asoma,
como una paloma.

Infantil por edad y estatura,
sorprende ostentando sazón prematura:
elásticos bultos de tetas opimas;
y a juzgar por la equívoca traza,
no semeja sino una rapaza
que reserva en el seno dos limas!

Blondo y grifo e inculto el cabello,
y los labios turgentes y rojos,
y de tórtola el garbo del cuello,
y el azul del zafiro en los ojos.
Dientes albos, parejos, enanos,
que apagado coral prende y liga,
que recuerdan, en curvas de granos,
el maíz cuando tierno en la espiga.
La nariz es impura, y atesta
una carne sensual e impetuosa;
y en la faz, a rigores expuesta,
la nieve da en ámbar, la púrpura en rosa,
y el júbilo es gracia sin velo
y en cada carrillo produce un hoyuelo.

La payita se llama Sidonia.
Llegó a México en una barriga:
en el vientre de infecta mendiga
que, del fango sacada en Bolonia,
formó parte de cierta colonia
y acabó de miseria y fatiga.

La huérfana ignara y creyente
busca sólo en los cielos el rastro;
y de noche imagina que siente
besos ¡ay! en los hilos de un astro.
¿Qué ilusión es tan dulce y hermosa?
Dios le ha dicho: Sé plácida y bella;
y en el duelo que marque una fosa
pon la fe que contemple una estrella
!

¿Quién no cede al consuelo que olvida?
La piedad es un santo remedio;
y después, el ardor de la vida
urge y clama en la pena y el tedio
y al tumulto y al goce convida.
De la zafia el pesar se distrae,
desplome de polvo y ascenso de nube.
¡Del tizón la ceniza que cae
y el humo que sube!

La madre reposa con sueño de piedra.
La muchacha medra.

Y por siembras y apriscos divaga
con su padre, que duda de serlo;
y el infamé la injuria y estraga
y la triste se obstina en quererlo.

Llena está de pasión y de bruma,
tiene ley en un torpe atavismo,
y es al cierzo del mal una pluma ...
¡Oh pobreza! ¡Oh incuria! ¡Oh abismo!

***

Vestida con sucios jirones de paño,
descalza y un lirio en la greña,
la pastora gentil y risueña
camina detrás del rebaño.

Radioso y jovial firmamento.
Zarcos fondos, con blancos celajes
como espumas y nieves al viento
esparcidas en copos y encajes.

Y en excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y funesta,
un vil zopilote resbala
tendida e inmóvil el ala.

El Sol meridiano fulgura,
suspenso en el Toro;
y el paisaje, con varia verdura,
parece artificio de talla y pintura,
según está quieto en el oro.

El fausto del orbe sublime
rutila en urgente sosiego;
y un derribo de paz y de fuego
baja y cunde y escuece y oprime.

Ni céfiro blando que aliente, que rase,
que corra, que pase.

Entre dunas aurinas que otean,
tapetes de grama serpean,
cortados a trechos por brozas hostiles,
que muestran espinas y ocultan reptiles.
Y en hojas y tallos un brillo de aceite
simula un afeite.

La luz torna las aguas espejos;
y en el mar sin arrugas ni ruidos
reverbera con tales reflejos,
que ciega, causando vahidos.

El ambiente sofoca y escalda;
y encendida y sudando, la chica
se despega y sacude la falda,
y así se abanica.

Los guiñapos revuelan en ondas ...
La grey pace y trisca y holgándose tarda.
Y al amparo de umbráticas frondas
la palurda se acoge y resguarda.

Y un borrego con gran cornamenta
y pardos mechones de lana mugrienta,
y una oveja con bucles de armiño
-la mejor en figura y aliño-
se copulan con ansia que tienta.

La zagala se turba y empina ...
y alocada en la fiebre del celo,
lanza un grito de gusto y de anhelo ...
¡Un cambujo patán se avecina!

Y en la excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y funesta,
un vil zopilote resbala,
tendida e inmóvil el ala.

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