Guy de Maupassant


El Horla

Primera edición cibernética, diciembre del 2003

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés



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Indice

Presentación, por Chantal López y Omar Cortés.

1.

2.






Presentación

René Albert Guy de Mupassant, el famoso escritor francés, hijo de Gustave Maupassant y Laura Le Postevin, nació el 5 de agosto de 1850.

Su infancia y adolecencia transcurrirían en un insano medio familiar marcado por las constantes peleas entre sus padres, debidas a la incorregible actitud mujeriega del señor Gustave Maupassant, quien frecuentemente poníale los cuernos a su esposa la señora Laura Le Postevin, la cual, como es de entenderse, no se quedaba precisamente con los brazos cruzados, armándole fortísimos borlotes a su querido esposo. Y quienes finalmente pagaban, como se dice, el pato, no eran otros que los dos hijos de tan inestable pareja, los niños René y Hervé.

Finalmente, para fortuna de aquellos infantes, la pareja terminó separándose de manera definitiva en el año de 1862.

Rene Albert estudio tanto en el Liceo Napoleón, como en un colegio de Yvelot, administrado por curas, del que por cierto termino siendo expulsado, y en el Liceo de Ruan.

Bajo la influencia del célebre escritor Flaubert, quien era íntimo amigo de su madre, René Albert encaminó sus pasos por los senderos de la literatura.

Participaría en la guerra franco-prusiana y, finalizada ésta, trabajaría en el Ministerio de Marina.

Para 1876, gracias a la ayuda que Flaubert le proporcionaría, escribiría en varios periódicos y revistas utilizando el seudónimo Guy de Velmont.

En 1880 publicaría un cuento titulado Bola de sebo que le significaría su ascenso en cuanto escritor respetable.

En 1881 publicaría una serie de relatos recopilados en un volumen titulado La casa Tellier. En 1882 otra recopilacion de cuentos suyos sería publicada bajo el título Madmoiselle Fifi, y en 1883 publicaría una novela titulada, Una vida.

Sería en el año de 1885 cuando René Albert Guy de Maupassant publicaria la novela Bel ami, que le elevaría a las insospechadas alturas del éxito económico, generándole enormes utilidades.

A raíz del éxito obtenido por la publicación de esa novela, René Albert considerablemente eleva sus posibilidades de nivel de vida, y ratificando que como buen hijo de tigre él era pintito, le dió, como se dice comúnmente, vuelo a la hilacha, en cuanto a sus aficiones e inclinaciones sexuales se refería, no deteniéndose en la heterosexualidad sino adentrándose en experiencias de otro tipo.

A Bel ami seguiría la publicación de novelas como Mont-Oriol (1887), Pierre et Jean (1888) y Fuerte como la muerte (1889), asi como innumerables cuentos y relatos.

El cuento que aquí publicamos, El Horla, lo escribió, precisamente, en el año de 1887, año éste en el que se generaría un notable cambio en su vida, puesto que es cuando comienza a patinársele el coco.

En efecto, como resultado de su particular forma de vida, René Albert empieza a perder la razón, presentando claros síntomas de locura, mediante un irreprimible deseo por el suicidio. En El Horla su sintomatología se retrata de manera clara, incluso su tendencia hacia el suicidio es manifiesta.

El 1° de enero de 1892 llevaría a cabo su anhelado intento de suicidarse, rebanándose el cogote, pero con tan mala fortuna que no logró su objetivo, siendo trasladado al hospital en el cual permanecería hasta su muerte ocurrida el 6 de julio de 1893.

Chantal López y Omar Cortés.


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I

8 de Mayo.

¡Qué día admirable! Pase toda la mañana recostado sobre el césped delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la abriga y le da sombra.

Amo esta tierra y la amo porque aquí están mís raíces, esas profundas y sutiles raíces que nos atan a la tierra donde han nacido y muerto nuestros antepasados, que se identifica con todo lo que uno piensa, con todo lo que alimenta al cuerpo y al espíritu, a las costumbres, al idioma, a los dichos populares, en fin, a todas las manifestaciones de su cultura y de su paisaje.

Y, sobre todo, amo la casa donde he nacido. Desde sus ventanas veo el Sena que corre, a lo largo de mi jardín, detrás del camino, cerca de aquí; el gran Sena que se desliza desde Ruan hasta El Havre, cubierto de barcos que pasan lentamente. Desde aquí, allí abajo, puedo divisar Ruan con sus techos azules poblados de campanarios góticos; veo infinidad de ellos, de diversas dimensiones, dominados por la imponente catedral. ¡Es, verdaderamente, una hermosa mañana! A las once, aparece un largo convoy arrastrado por un remolcador, que semeja un vulgar insecto achatado sobre el agua, que arroja bocanadas de humo. Detrás de dos goletas inglesas, con sus pabellones rojos ondulando contra el cielo, avanzaba un soberbio torpedero brasilero, blanco, soberbiamente limpio y brillante. No sé por qué lo saludé y no me pude dar razón del placer que me causaba la visión de ese navío.

12 de mayo.

Desde hace algunos días tengo algo de fiebre. Sufro y me invade la angustia y la tristeza. ¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que transforman en abatimiento nuestra felicidad, en recelo nuestra confianza? ¿Será lícito pensar que provienen del éter, del éter invisible poblado de potencias incognoscibles de las cuales solo percibimos su misteriosa presencia? ... Despierto pleno de alegría, con alegres proyectos, con ansias vitales y, luego de un corto paseo, retorno a mi hogar desolado por el presentimiento de alguna inevitable desgracia. Siento que un profundo estremecimiento invade mi ser, destruye mis nervios y ensombrece mi alma y me siento como la víctima de un poder invisible contra el cual es imposible luchar. ¿Es que el mundo circundante, todo eso que miramos sin ver, todo lo desconocido que nos roza, todo lo que tocamos sin percibir, ejerce sobre nuestros órganos, nuestra mente y nuestro corazón efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables? ... ¡Qué profundidad posee ese misterio de lo invisible! Imposible sondearlo con nuestros groseros sentidos, con nuestros ojos, incapaces de ver lo más pequeño y lo más grande, ni lo muy cercano ni lo demasiado lejano, ni los habitantes de una estrella ni los de una gota de agua. Con nuestros oídos, que nos engañan, puesto que nos transmiten las vibraciones del aire transformadas en notas sonoras, cual hadas que transforman en ruido el movimiento y, con esta metamorfosis, dan nacimiento a la música, nuestro oído, falaz y sublime, que transforma en canto la muda agitación de la naturaleza. Con nuestro olfato, mucho más débil que el de un perro y nuestro empobrecido paladar que apenas puede discernir la edad de un vino. Si fuéramos dueños de otros sentidos que nos abrieran las puertas de otros tantos milagros, qué maravillas no descubriríamos a nuestro alrededor! ...

¡No soporto más esta tensión! ... Intento, con dolorosos esfuerzos, cambiar, rechazar ese ser que me destroza y me aniquila. ¡No puedo más! Constantemente me despierto enloquecido, agitado y bañado en sudor. Enciendo la luz y veo que estoy solo. Después de este violento despertar, que se repite todas las noches, duermo, con calma, hasta el alba.

2 de junio.

Mi estado se agravó. ¿Qué es, entonces, lo que me sucede? El bromuro no surte efecto, las duchas no me sirven de nada. Para fatigar mi cuerpo paseo por los bosques de Roumare. El aire es fresco, suave y dulce, aromatizado por las hierbas y el follaje. Por mis venas parece circular sangre renovada que insufla energía a mi débil corazón. Tomo por una ancha avenida de caza, volviendo hacia La Bouille por una estrecha alameda, entre dos filas de árboles desmesuradamente altos que forman un techo verde y espeso, casi negro, entre el cielo y yo.

Se apodera de mí un estremecimiento, no de frío sino de angustia. Apuro el paso, inquieto al sentirme solo en el bosque, acobardado sin razón, tontamente, por esa profunda soledad.

De pronto siento la impresión de que me siguen, que alguien me pisa los talones, muy cerca, cada vez más cerca. Me vuelvo bruscamente. Compruebo que estoy solo, detrás mío solo se ve la recta y larga alameda, enhiesta y solitaria, terriblemente solitaria. Cierro los ojos y me pregunto por qué. Giro rápidamente como un trompo y siento la sensación de caer. Entreabro los ojos. Los árboles danzan. La tierra flota, siento como si me faltara apoyo, como si el piso vacilara bajo mis pies. Debo sentarme y me siento extraviado. Sin saber cómo llegue hasta aquí. Tomo un camino a mi derecha y encuentro el camino que me llevó al corazón del bosque.

3 de junio.

Fue una noche terrible. Me iré por unas semanas. Un viaje, seguramente, me repondrá.

2 de julio.

De vuelta. Estoy curado. Mi excursión ha sido extraordinaria. Visité el Monte de San Miguel, que no conocía. ¡Qué hermoso panorama se divisa, al llegar a Avranches, al atardecer. La ciudad esta emplazada sobre una colina. Recuerdo especialmente el Jardín Botánico, que me produjo una profunda admiración. Una anchurosa bahía se extiende delante mío, perdiéndose entre dos costas que, envueltas en la bruma se van esfumando hacia el horizonte y, en medio de esta bahía dorada, bajo un cielo que reverberaba su claridad se elevaba un monte, extraño y sombrío. En la penumbra del amanecer se dibujaban en su cúspide las líneas de un extraño edificio.

Al amanecer volví allí y me quedé absorto mirando, en lo alto del monte, la sorprendente abadía.

Tuve que caminar varias horas para llegar a la enorme masa de piedra por donde se llega a la ciudad, dominada en el centro por la gran iglesia.

Subí por una calle, pendiente y estrecha, entrando luego a la más admirable morada gótica que haya construido Dios sobre la tierra, grande como una ciudad, atestada de salones cuyos techos bajos parecían aplastarse bajo el peso de enormes bóvedas y altas galerías sostenidas por gráciles columnas. Entré en esa gigantesca joya de granito, ligera como un encaje, cubierta de torreones, ascendiendo por tortuosas escaleras de piedra que parecian querer llegar al cielo, azul y puro durante el día, negro y sombrío por la noche, donde se yerguen cúpulas erizadas de quimeras diabólicas, de bestias fantásticas y feroces monstruos de piedra.

Un monje me acompañó en la ascensión. Cuando llegamos a la cumbre exclamé:

- ¡Qué bien se debe estar aquí, padre! ...

- Corre mucho viento -dijo él, indicándome un reparo.

Conversábamos mientras veíamos crecer el mar que corría sobre la arena cubriéndola con una coraza de acero.

El religioso comenzó a narrar las viejas historias del lugar, sus sagas, sus infaltables leyendas.

Una de ellas me atrapa y me apasiona. Las gentes del lugar, sobre todo los montañeses, pretenden escuchar, por las noches, en las playas, el misterioso balido de dos cabras, el uno potente y débil el otro. Los incrédulos afirman que se trata del graznido de las aves marinas, pero muchos pescadores que se rezagan en su vuelta a la costa, afirman haber encontrado, rondando por las dunas, entre dos mareas, a un viejo pastor con la cabeza cubierta por una capa, conduciendo a un macho cabrío con cabeza de hombre y a una cabra con rostro femenino que discuten contínuamente en un idioma desconocido, interrumpiéndose y cesando de gritar solo para emitir fuertes balidos.

-¿Creéis eso? -pregunté al monje.

-No puedo responder con firmeza -murmuró.

-Bien -insisto- pero, de existir sobre la tierra otras criaturas, ya las hubiéramos vlsto; ¿supongo que no me haréis creer que las habéis visto? ...

-Es que vemos, acaso, la cienmilésima parte de lo que existe -me responde-. El viento, por ejemplo, es una de las fuerzas más potentes de la naturaleza, derriba a los hombres, arranca árboles, abate edificios, levanta montañas de agua en el mar, arrojando contra las rocas y destruyendo los grandes navíos; ¿lo habéis visto, sin embargo, alguna vez? ...

Callé ante tan sencillo razonamiento. Ese hombre podría ser tanto un sabio como un necio; me sentí incapaz de afirmar una u otra cosa y callé.

3 de julio.

Dormí mal. Aquí hay algo que predispone a la fiebre, pues mi cochero padece lo mismo que yo. Ayer noté en su rostro una extraña palidez, le pregunté:

-¿Qué es lo que le pasa, Juan? ...

-No puedo dormir, señor -me respondió con voz cansada- ... Mis noches parecen devorar mis días. Después de su partida, me sentí muy extraño.

Los otros criados están bien. Siento un profundo temor de sufrir nuevas alucinaciones.

4 de julio.

Decididamente, estoy como al principio. Vuelven mis antiguas pesadillas. Esta noche, en mi lecho, sentí que alguien se inclinaba sobre mí, que ponía su boca sobre la mía y que parecía sorber mi espíritu. Sí, por qué ocultármelo, ¡también apoyaba su boca en mi garganta como un vampiro! ... Después se fue y yo desperté tan herido y aniquilado que apenas podía moverme. Si esto continúa, volveré a partir.

5 de julio.

¿He perdido la razón ? ... Lo que me ocurrió anoche es increíble y extraño. Tanto que mi cerebro parece estallar cuando lo recuerdo.

Como lo hago todas las noches, cerré la puerta con llave y, antes de acostarme, me serví del botellón, que siempre tengo encima de una mesilla cerca de mi lecho, medio vaso de agua y lo bebí. Me acosté y, como de costumbre, caí en mis espantosos sueños, de los cuales me libré al cabo de dos horas cuando me desperté sobresaltado. Imagináos a un hombre que sueña que la persiguen para asesinarlo, que siente un puñal clavado en su espalda, que jadea, que se arrastra cubierto de sangre, desfalleciente y a punto de morir, y tendréis una idea aproximada de mi estado.

Al despertar siento sed nuevamente; me incorporo y, al tratar de llenar el vaso ... ¡noto que el botellón está vacío! ... ¡Completamente vacío! ... Me parece no comprender nada y, a punto de enloquecer, me dejo caer en una silla. Después me incorporo de un salto para mirar a mi alrededor. Nada ni nadie. Caigo nuevamente en la silla con la mirada extraviada y fija en el botellón. Mis manos tiemblan. ¿Quién ha bebido el agua? ... ¿quién? ¿yo? Si, no puede ser otro más que yo ... Entonces, soy sonámbulo. Vivo, sin saberlo, esa doble vida misteriosa que hace sospechar la existencia de dos seres en nuestro interior o un ser extraño, incognoscible y animado que, por momentos, reemplaza nuestro espíritu y, dominando el cuerpo, le obliga a obedecer sus órdenes. ¡Ah, es que alguien comprenderá mi abominable angustia! ... ¡Quién compartirá la emoción de un hombre, sano de espíritu, despierto y razonable, mirando, a través del vidrio de un botellón un poco de agua esfumada mientras él dormía? ...

Asr permanecí hasta el alba, sin atreverme a mirar mi lecho.

6 de julio.

¡Enloquezco! ... ¡Se han vuelto a tomar todo el líquido del botellón durante la noche. Y estoy persuadido de no haber sido yo. Y si es así, ¿quién es? ¡Oh, Dios, quién puede salvarme! ...

10 de julio.

Realicé comprobaciones sorprendentes. Decididamente estoy loco. El seis de junio, antes de acostarme, coloqué sobre mi mesa vino, leche, agua, pan y algunas fresas. Me bebíeron, o yo he bebido, todo el agua y un poco de leche sin tocar lo demás. El día 7 repetí la prueba con el mismo resultado; el 8 suprimí el agua y la leche y todo permaneció intacto. Por último, el día 9 puse sobre la mesa el agua y la leche, envolviendo cuidadosamente las botellas con trozos de muselina blanca y precintando los tapones. Luego cubrí mis labios y mis manos con plombagina (Grafito de plomo) y me acoste.

Se apoderó de mí un invencible sopor, seguído bien pronto por un terrible despertar. Aparentemente no me había movido en el lecho. Ni las sábanas, ni las muselinas que cubrían las botellas, habían sido manchadas por la plombagina. Saqué los precintos . .. ¡Se habían bebido toda la leche y el agua! ... Dios mío, salgo para París. Allí lejos de esta casa, quizá me cure esta obsesión.

12 de julio.

París. Debo haber perdido la cabeza durante los últimos días. Seguramente, no fui más que un juguete de mi imaginación debilitada, a menos que no sea realmente sonámbulo o que haya experimentado una de esas influencias constatadas llamadas sugestión. De cualquier manera, mi desequilibrio raya en la demencia y, veinticuatro horas aquí en París bastaron para recuperar mi seguridad y mi equilibrio.

Ayer, después del paseo y las visitas, que saturaron mi alma con un aire nuevo y vivificante, termine mi velada en el Teatro Francés. Se representaba una obra de Alejandro Dumas, hijo. Ese espíritu iluminado y poderoso terminó de curarme. Nada más cierto que la soledad es muy peligrosa para las mentes activas. Tenemos necesidad de vivir rodeados de hombres que piensen y hablen. La soledad puebla el alma de fantasmas.

Paseé por las calles, llegando alegre al hotel. Al rozarme con la multitud recordaba, no sin ironía, mis terrores pasados, mis alucinaciones de la semana anterior, cuando creía, sí, creía, que un ser invisible habitaba bajo mi techo. ¡Cómo nuestro cerebro es débil, se desequilibra y se extravía cuando un pequeño fenómeno incomprensible lo golpea! En lugar de razonar que uno no comprende el fenómeno solo porque desconoce su causa, nos imaginamos espantosos misterios y poderes sobrenaturales.

14 de julio.

Fiesta de la República. Paseo por las calles. Los petardos y las banderas me entusiasman como a un niño, aunque pienso que es una necedad alegrarse un día determinado por decreto del gobierno. El pueblo no es más que un rebaño de imbéciles, ya estúpidamente manso, ya ferozmente revoltoso. Se le dice: diviértete, y se divierte; se le dice: pelea con tu vecino, y se bate. Se le dice: vota por tu Emperador, y vota por el Emperador. Luego se le dice: vota por la República, y así lo hace.

Sus dirigentes también son necios pues en lugar de obedecer a los hombres, como el pueblo, obedecen a los principios que han de ser necesariamente falsos por lo mismo que son principios, es decir: ideas con pretensión de ciertas e inmutables en este mundo donde nada lo es, donde la luz y los sonidos no son más que ilusiones, donde nuestros sentidos nos engañan.

16 de julio.

Ayer he visto cosas que me turbaron profundamente.

Cené con mi prima, la señora Sabie, cuyo esposo es comandante del séptimo regimiento de cazadores de Limoges. Me encontré en casa de ella con dos jóvenes señoras, una de las cuales está casada con el doctor Parente, especialista en enfermedades nerviosas y en ciertas manifestaciones paranormales como el hipnotismo y la sugestión.

El doctor nos enumera largamente los resultados asombrosos obtenidos en estas materias, por los sabios ingleses y la escuela de Nancy.

Estos hechos me parecen tan raros que me declaro, en principio, escéptico.

Estamos -afirmó el doctor- a punto de descubrir uno de los más importantes secretos de la naturaleza; diré mejor: de ésta nuestra Tierra, pues hay secretos muy grandes en el Universo. Desde que el hombre piensa, desde que él escribe sus pensamientos, trata de suplir con un titánico esfuerzo de su pensamiento la imperfección de sus sentidos. Cuando esta inteligencia vuelve al estado rudimentario, este comercio habitual de fenómenos invisibles ha tomado formas comúnmente espantosas. De aquí nacen las creencias del pueblo en lo sobrenatural, las leyendas de almas en pena, de hadas, gnomos, aparecidos y hasta estoy por decir, la leyenda de Dios, puesto que no concebimos al gran artífice de lo creado, de cualquier religión que sea, sino bajo formas e invenciones muy mediocres y la mayor parte inaceptables, salidas todas ellas del limitado cerebro de la humanidad. Nada es más cierto, que el sentido que encierra esta frase de Voltaire: Dios ha hecho al hombre a su imagen, pero el hombre ha deshecho su obra, desfigurando a Dios. Pero, desde hace poco más de un siglo, parece que se presiente algo nuevo. Mésmer y algunos otros, nos han puesto sobre la inesperada pista del misterio, sobre un camino nuevo y de cuatro o cinco años a esta parte, hemos obtenido resultados sorprendentes.

Mi prima, tan incrédula como yo, sonreía. El doctor Parent le dijo:

-¿Queréis que trate de hipnotizaros, señora?

-Como queráis; no tengo inconveniente.

Y después de hacerla sentar en un sillón, empezó a mirarla fijamente. Yo me sentí turbado; el corazón me latía fuertemente; parecía que una mano de hierro me apretaba el cuello para estrangularme. Miraba con terror a Mme. Sable, cuyos ojos se cerraban pesadamente y, con la boca crispada, parecía ahogarse, a juzgar por el movimiento agitado de su pecho.

Al cabo de diez minutos dormía.

-Ponéos detrás de ella -me ordenó el médico.

Una vez que lo hube verificado, colocó entre las manos de mi prima una tarjeta de visita y le dijo:

-Aquí tenéis un espejo; ¿qué veis en él?

-Veo a mi primo -respondió.

-¿Qué está haciendo?

-Se retuerce el bigote.

-¿Y ahora?

-Saca un retrato del bolsillo.

-¿Quién es el original de esta fotografia?

-El, mi primo.

¡Era cierto! Se trataba de una fotografía que acababan de entregarme aquella tarde en el hotel.

-¿Cómo está en el retrato?

-De pie, con el sombrero en la mano.

Era evidente que ella veía en aquella tarjeta, en aquel trozo de cartulina blanca, como si se tratase de un espejo.

Las señoras, espantadas, suplicaban: ¡Basta, basta! Pero el doctor, impertérrito, continuó:

-Os mando, os exijo, que mañana os levantéis a las ocho y enseguida vayáis al hotel donde vive vuestro primo y le roguéis os preste cinco mil francos, que vuestro marido os pide con urgencia, para que se los entreguéis a su llegada.

Después la despertó.

Al volver al hotel, pensaba en la curiosa experiencia a que acababa de asistir y mil dudas me asaltaban, que de ningún modo se referían a la absoluta buena fe de mi prima, a quien yo conocía, como si se tratase de una hermana, desde la infancia, sino de una posible superchería del doctor. ¿Acaso no podía haber escondido disimuladamente en su mano un espejo, que enseñaba a la joven dormida, al mismo tiempo que la tarjeta?

Los prestidigitadores de profesión hacen cosas semejantes y algunas de ellas más extraordinarias.

Pensando en esto, me acosté.

Ahora bien; esta mañana, sobre las ocho y media, fui despertado por mi ayuda de cámara, que me dijo:

-Madame Sable desea con urgencia, hablar al señor.

Me vestí rápidamente y salí a recibirla.

Tomó asiento frente a mí, turbada y temblorosa, los ojos bajos y el velo caído.

-Querido primo -me dijo-, tengo que pediros un gran favor.

-¿De qué se trata, prima?

-Mucho trabajo me cuesta decíroslo, pero es absolutamente preciso. Necesito con urgencia, hoy mismo, cinco mil francos.

-¿Cómo? ¡Vos! ...

-Sí, yo; mejor dicho, mi marido, que me ha dado el encargo de buscarlos.

Yo estaba de tal modo sorprendido, que apenas podía balbucear mis excusas. Dudaba si ella y el doctor Parent, de mutuo acuerdo, se burlaban de mí y si aquello no era una farsa preparada de antemano y representada a la perfección.

Pero al fijarme en mi prima, todas mis dudas se disiparon. De tal modo le lastimaba su determinación, que temblaba de angustia y apenas podía reprimir sus sollozos.

Sin embargo, como yo sabía que su fortuna era muy considerable, repetí:

-¡Cómo! ¡Vuestro esposo no tiene cinco mil francos a su disposición? Reflexionadlo bien. ¿Estáis segura que os ha encargado me hagáis esta petición?

Después de dudar algunos segundos, como si hiciera un esfuerzo para concentrar sus recuerdos, respondió:

-Sí ... sí; estoy segura.

-¿Os ha escrito?

Mi prima volvió a reflexionar, a turbarse. Yo comprendía el trabajo que le costaba encontrar una idea en su imaginación torturada. Nada sabía. Lo único que recordaba es que debía pedirme cinco mil francos para su marido. Conocía en su cara que iba a decidirse a mentir.

-Sí, me ha escrito.

-¿Cuando? Ayer no me dijisteis nada.

-Es que ... he recibido su carta esta mañana.

-¿Podríais enseñármela?

-No ... no ... en ella se trata de cosas íntimas, demasiado personales ... así es ... que la he quemado.

-Entonces, hay que suponer que vuestro marido ha contraído deudas.

-No sé nada -murmuró después de unos instantes de duda.

-Pues bien -le contesté bruscamente- no puedo disponer de tal cantidad en este momento, querida prima.

-¡Oh! os lo suplíco ... os lo ruego ... buscádlos -exclama lanzando una especie de grito doloroso.

Y se exaltaba, uniendo sus manos, como si fuese a rogármelo de rodillas. ¡Su voz cambiaba de tono: lloraba, mezclando con su llanto frases entrecortadas, inquieta, dominada por la orden irresistible que había recibido.

-¡Oh, oh! Yo os lo ruego ... ¡si supiérais cómo sufro! ... Me es preciso tenerlos hoy en mi poder.

Al fin hube de apiadarme de ella.

-Los tendréis enseguida, os lo prometo.

-Gracias, gracias -exclamó- ¡qué bueno sóis!

-¿Os acordáis de lo que pasó ayer tarde en vuestra casa? -le pregunté.

-Sí.

-¿Os acordáis que el doctor Parent os obligó a dormiros?

-Sí.

-Pues bien: él os ha ordenado que viniéseis esta mañana a pedirme los cinco mil francos, y vos obedecéis en este momento a dicha sugestión.

Después de reflexionar algunos segundos respondió:

-Estoy segura que es mí marido quien me los pide.

Durante una hora traté de convencerla, sin resultado.

Al marcharse, corro a casa del doctor. Iba a salir; después de escucharme sonriendo me dice:

-¿Creéis ahora?

-No tengo otro remedio.

-Vamos a casa de vuestra prima.

Cuando llegamos dormitaba sobre un sofá, rendida de fatiga. El médico la pulsa, la mira algunos instantes, con la mano extendida frente a sus ojos, que la joven cierra poco a poco, bajo el esfuerzo insostenible de esta potencia magnética.

-Vuestro marido -le dijo una vez la hubo dormido- no tiene necesidad de cinco mil francos. Debéis olvidar ahora mismo que se los habéis pedido prestados a vuestro primo y si os habla de esto, no lo comprendáis.

Después la despertó. Saqué de mi bolsillo un talón.

-Aquí tenéis, querida prima, lo que me habéis pedido esta mañana.

Tal fue su sorpresa, que no me atreví a insistir. Traté, sin embargo, de despertar sus recuerdos, pero empezó a negar con tal seguridad, creyendo que me burlaba de ella; que faltó poco para que se enfadara.

Tanto me ha impresionado este experimento, que al volver a casa y tratar de almorzar, no he podido probar bocado.

19 de julio.

Muchas personas a quienes he contado esta aventura, se han burlado de mi credulidad. No sé lo que pensar.

21 de julio.

He comido en Bougival y he pasado la tarde en el baile de los boteros. Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Es prodigiosa la influencia del medio.

La semana próxima regresaré de nuevo a mi casa.

30 de julio.

Desde anteayer, estoy aquí. Todo va bien.

2 de agosto.

No he notado nada nuevo; hace un tiempo delicioso. Paso mis días viendo correr el Sena.

4 de agosto.

Riñas entre mis criados. Pretenden que durante la noche alguien rompe los vasos que hay en los armarios. El ayuda de cámara, acusa a la cocinera:, la cocinera acusa a la lavandera, ésta acusa a su vez a los dos. ¿Quién será el culpable? El tiempo lo dirá.

6 de agosto.

Esta vez, no estoy loco. ¡Lo he visto! ¡lo he visto! No me es posible dudar ya ... ¡lo he visto! Aún siento frío, hasta en las uñas ... aún siento miedo hasta en la médula ... ¡lo he visto!

Hace dos horas, me paseaba, tomando el sol en mi parterre de flores, en la avenida formada por los rosales de otoño, que empiezan a florecer.

De repente, al pararme a contemplar un hermoso ejemplar geant des batailles, que tenía tres magníficas flores, vi, vi distintamente separarse del rosal la más próxima a mí, como si una mano invisible la hubiese cogido después de retorcer su tallo y romperlo. Después, la flor se levantó, siguiendo la curva que hubiera descrito un brazo al llevarla a la boca, quedando luego suspendida en el aire transparente, inmóvil y sola, pavorosa mancha roja colocada a tres pasos de mí.

Atónito, pasmado, me arrojé sobre ella para cogerla. No encontré más que el vacío; la flor había desaparecido. Una cólera furiosa se apoderó de mí, reprochándome mi estupidez, por creer que no le esté permitido a un hombre razonable y serio dejarse llevar de semejantes alucinaciones.

Pero ¿tenía la seguridad de que todo había sido producido por una de estas alucinaciones? Volví a buscar el rosal y en él encontré el tallo recién cortado en medio de las dos rosas que quedaban en la rama.

Poco después entraba en casa con el alma trastornada; ya no me cabe duda; ahora estoy cierto, tan cierto como de la alternativa del día y de la noche, que existe cerca de mí un ser invisible que se nutre de leche y agua, que puede tocar las cosas, tomarlas y cambiarlas de lugar a voluntad, dotado por consiguiente de una naturaleza material, aunque imperceptible para nuestros sentidos y que habita conmigo, bajo mi techo.

7 de agosto.

He dormido tranquilo. Se ha bebido el agua de mi botella, pero no ha turbado mi sueño.

A veces me interrogo a mí mismo para ver si estoy loco. En mis largos paseos, que doy para tomar el sol a lo largo del río, las más extrañas dudas me asaltan; dudas del estado de mi razón, pero no vagas como las que hasta aquí había tenido, sino precisas, claras, absolutas. Yo he visto locos y casi todos ellos tenían una noción clara y lúcida de todas las cosas de la vida, menos de una que era la segura causa de su manía. La mayor parte habla con facilidad, con profundidad, pero cuando su pensamiento tropieza en el escollo de su locura, su razón se oscurece, se deshace en fragmentos (por decirlo así) se lanza a ese océano temible y furioso, a ese mar de olas embravecidas, borrascosas y desordenadas que se llama demencia.

Desde luego, yo hubiera creído con seguridad en mi locura, si no hubiera sido porque me daba cuenta exacta de mi estado, sondeándolo conscientemente y analizándolo con completa lucidez. Yo no era, en suma, más que un razonable alucinado. Una irregularidad desconocida, se había producido en mi cerebro, una de esas anomalías que tratan de observar y de precisar los flsiólogos modernos; y esta irregularidad debía haber determinado en mi espírItu, en el orden y lógica de mis ideas, una profunda convulsión. Un fenómeno parecido tiene lugar durante el sueño, cuando nos pasea a través de las más inverosímiles fantasmagorías, sin que nos sorprendamos por ello, puesto que el aparato verificador, el que registra nuestras impresiones, se halla dormido, mientras la facultad imaginativa vela y trabaja. ¿Debía temer que una de las sonoras cuerdas del arpa cerebral, atrofiada, paralizada, rota ... no produjera en mi mente sus necesarias vibraciones? He conocido algunos que, a consecuencia de un accidente cualquiera, pierden la memoria en lo que se refiere a nombres propios, verbos, cifras o solamente de ciertas fechas. Las localizaciones de todas las partes de que se compone el pensamiento, están hoy comprobadas. Ahora bien, lo que me admira, es que mi facultad de comprobación en lo que atañe a la imposibilidad de ciertas alucinaciones se va entorpeciendo por momentos.

Pensaba en todas estas cosas, siguiendo el borde del río. El sol cubría de claridad las verdes orillas, jugaba con la superficie azul arrancando de ella reflejos de oro: la tierra se estremecía al calor de sus rayos y mis ojos se llenaban de estos destellos de vida y de amor; pasaban las golondrinas proyectando su sombra en el suelo y alegrando mi vista con sus rápidos giros; la naturaleza entera parecía desear la vida y hasta el dulce roce de la hierba que tapiza las márgenes del río, llegaba a mIs oídos como una vaga y cariñosa melodía de amor .

Poco a poco, sin embargo, un malestar inexplicable se iba apoderando de mí. Una fuerza incomprensible, oculta, sin duda, me entorpecía, me detenía, trataba de alejarme, de hacerme volver atrás. Experimentaba esa necesidad dolorosa, que os oprime y os obliga a regresar a vuestra casa cuando se ha dejado en ella un enfermo querido y tenéis el triste presentimiento de una recaída.

Volví, pues, a pesar mío, seguro que iba a encontrar en casa una mala noticia, una carta o un telegrama. Y a pesar de todo no había novedad; me quedé más sorprendido e inquieto que si hubiera tenido una nueva visión fantástica.

8 de agosto.

Ayer pasé una tarde horrible. No ha hecho manifestación alguna, pero lo siento cerca espiándome, mirándome, apoderándose de mí, dominandome, cada vez más formidable y ocultándose después de haber dado a entender con fenómenos sobrenaturales su presencia invisible y constante.

No obstante, he dormido tranquilo.

9 de agosto.

Nada; pero tengo miedo.

10 de agosto.

Nada: ¿qué ocurrirá mañana?

11 de agosto.

Lo mismo; no me es posible permanecer aquí con este miedo y estos pensamientos que se han apoderado de mi alma; me marcho.

12 de agosto (diez de la noche).

Todo el día he tenido el mismo deseo. marcharme; he tratado de realizarlo y no he podido. He querido llevar a cabo este acto de libertad tan fácil, tan sencillo; salir, subir en mi coche para dirigirme a Rouen. No me ha sido posible. ¿Por qué?

13 de agosto.

Cuando se apoderan de nosotros ciertas enfermedades, parecen romperse todos los resortes de nuestro ser físico, hasta el extremo de sentir anuladas nuestras energías, relajados nuestros músculos y debilitado todo nuestro organismo. Todo esto lo he experimentado yo de un modo extraño y desconsolador; en el orden moral, carezco de fuerza, de autonomía, del valor, del dominio de mí mismo, necesarios para el funcionamiento de la voluntad. No puedo mandar, querer, alguien lo hace por mí y yo obedezco.


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II

14 de agosto.

¡Estoy perdido! ¡Alguien posee mi alma y la gobierna! Alguien ordena todos mis actos, todos mis movimientos, todos mis pensamientos. No soy nadie; asisto como un espectador, aterrado, esclavo, a todos los actos de ml vida. Deseo salir y no puedo. No quiere El y he de quedarme forzosamente, desatinado y tembloroso, en el sillón donde me ha obligado a sentarme. Deseo no más levantarme, revolverme, a fin de creer que soy dueño de mí todavía. ¡No puedo! y permanezco clavado en mi sitio, adherido al suelo, de tal modo, que ninguna fuerza humana podría moverme.

De repente, siento la necesidad, el deseo, el invencible deseo de ir al jardín a comer fresas. ¡Es preciso, es preciso ir! Y voy; cojo fresas y las como. ¡Oh, Dios mío, Dios mío! ¿Será un Dios? ¿Quién me librará de El? ¡Salvadme! ¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Favor! ¡Salvadme! ¡Oh! ¡Qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué horror!

15 de agosto.

Ahora comprendo cómo estaba poseída y dominada mi pobre prima, el día que vino a pedirme los cinco mil francos. Debía sufrir un poder extraño dentro de sí, como otra alma, un alma parásita y dominadora. ¿Será éste el fin del mundo?

¿Será, acaso, invisible el ser que me gobierna? ¿Quién será este desconocido, este ladrón de una raza sobrenatural?

¿Luego existen los invisibles? Entonces, ¿cómo desde el origen del mundo no se habían manifestado aún de un modo preciso, tal como lo han hecho conmigo?

Jamás he leído nada parecido a lo que a mí me pasa. ¡Oh! Si pudiese abandonar mi casa ... si pudiese huir, marcharme y no volver, me salvaría, pero ... no puedo.

16 de agosto.

Hoy he tenido dos horas de libertad, he podido escaparme, como un prisionero que encuentra abierta, por casualidad, la puerta de su calabozo. No puedo explicarme cómo me he dado cuenta de que estaba libre ... de que El estaba lejos de mí. He mandado enganchar a escape y ¡ah! qué alegría poder decir a un hombre que obedece: ¡A Rouen!

He dado orden de parar frente a la biblioteca y he rogado que se me entregase, a título de devolución, la obra de Hermann Herestauss, sobre los habitantes desconocidos del mundo antiguo y moderno.

Después, en el momento de volver a subir en mi coupe, he querido decir: ¡A la estación!, y he gritado (con voz tan fuerte que los transeúntes se han vuelto con extrañeza): ¡A casa! He caído sobre el asiento de mi coche, loco de pavor. ¡Me ha encontrado y se ha vuelto a posesionar de mí!.

18 de agosto.

¡Ah! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Y a pesar de todo, me parece que debo alegrarme. He estado leyendo hasta la una de la madrugada. Hermann Herestauss, doctor en filosofía y teogonía, ha escrito la historia y manifestaciónes de los seres invisibles que rondan en torno del hombre, o los soñados por él. Describe sus orígenes, su dominio, su poder. Ninguno de ellos se parece al que me persigue. Se diría que el hombre, desde que tuvo la facultad de pensar, sospechó y temió un nuevo ser más fuerte que él, su sucesor en el mundo, y al sentir su proximidad y no poder prever la naturaleza de su futuro dueño, ha creado en su terror todo ese mundo fantástico de seres ocultos, vagas sombras nacidas del miedo.

Después de haber leído, como he dicho, hasta la una, me he sentado cerca de la ventana abierta, por donde entraba el aire y la sombra, refrescando mi frente abrasada y mi dolorida cabeza.

¡Oh, que noche más tibia; qué majestuoso silencio! ¡Cómo hubiera gozado en otra ocasión de su solemne calma!

No habra luna y en el fondo negro del cielo, las estrellas brillaban con temblorosos destellos. ¿Quién habitará esos mundos? ¿Qué formas, qué habitantes, qué animales, qué plantas habrá allá arriba? Los seres racionales de esos universos lejanos, ¿estarán más adelantados que nosotros? ¿Serán más fuertes? ¿Conocen lo que nosotros conocemos? Tal vez un día, no lejano, uno de ellos, atravesando el espacio, aparecerá sobre nuestro planeta para conquistarlo, como en los tiempos históricos hicieron los normandos, atravesando los mares para ir a esclavizar a los pueblos débiles.

Somos tan ignorantes, tan pequeños, tan degenerados, tan débiles sobre este grano de arena, que gira disolviéndose en una gota de agua, que todo es factible.

Pensando en esto me adormecí, acariciado por el fresco ambiente de la noche. Después de dormir apróximadamente cuarenta minutos, abrí los ojos, sin osar moverme, despierto por no sé qué emoción confusa y extraña. Al pronto no vi nada, pero de repente me pareció ver que una página del libro que había quedado abierto sobre mi mesa acababa de volverse sola. Ni un soplo de aire entraba por mi ventana. Lleno de sorpresa, esperé. Al cabo de cuatro minutos apróximadamente, ví, ví con asombrados ojos levantarse otra página y abatirse sobre la anterior como si un dedo la hubiese hojeado. Mi sillón estaba vacío, en apariencia, pero comprendí que se encontraba allí. El, sentado en mi sitio, leyendo. De un salto furioso, de un salto de fiera, que se rebela contra el domador para destrozarla, salvé la distancia que me separaba de la mesa, para caer sobre él y exterminarlo, ¡y matarlo! ... Pero antes de que hubiese podido alcanzarle, el sillón se vuelve como si alguien huyese de mí ... la mesa oscila, cae la lámpara y se apaga y la ventana se cierra, como si un malhechor sorprendido, lanzándose en el oscuro vacío, hubiera empujado con poderosa mano los batientes.

¡Se habra salvado! ¡Tenía miedo de mí! ... ¡Miedo de mí! ¡El! ... Entonces ... mañana o un día cualquiera ... podré ¡quién sabe! ... podré apoderarme de él ... estrellarle contra el suelo. ¿Pues qué? ¿Acaso el perro no se rebela a veces contra su dueño y le muerde y le destroza?

18 de agosto.

Mi pensamiento no ha descansado hoy. ¡Oh! Sí; debo obedecerle, seguir sus impulsos, cumplir todos sus deseos, hacerme humilde, sumiso, cobarde. Es él más fuerte. Pero llegará un día ...

19 de agosto.

¡Lo sé, lo sé, todo lo sé! Acabo de leer en la Revista del Mundo Científico. Una noticia curiosísima nos llega de Río de Janeiro. Una locura, una epidemia de locura, solo comparable a las demencias contagiosas que invadieron los pueblos de Europa en la Edad Media, se ceba en este momento en la provincia de San Paulo. Los habitantes desatinados dejan sus hogares, huyen de los pueblos, abandonan sus campos creyéndose perseguidos, poseídos, gobernados como bestias por seres invisibles, aunque tangibles, especies de vampiros que se nutren de su vida, dúrante el sueño y que se alimentan, de agua y leche, sin que toquen, al parecer, ninguna otra clase de alimento.

El profesor don Pedro Henríquez, acompañado de varias eminencias médicas, ha salido para la provincia de San Paulo, a fin de estudiar sobre el terreno los orígenes y manifestaciones de esta sorprendente epidemia y proponer al Emperador las medidas que le parezcan más convenientes para volver a la razón a estas turbas delirantes.

¡Ah! ¡Ahora recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó bajo mis ventanas remontando el Sena el 8 de Mayo último! ¡Recuerdo que me pareció blanco, alegre, reluciente! ¡En él venía el Ser, venía de allá abajo, donde ha nacido su raza! ¡Me vio; vio mi casa blanca y alegre también y ha saltado sobre la orilla! ... ¡Oh! ¡DIos mío!

Ahora lo sé todo; lo adivino: ¡El reinado del hombre sobre la Tierra ha terminado!

Ha venido Aquel que inspiró los primeros temores a los pueblos sencillos; Aquel a quien exorcisaban inquietos los párrocos y evocaban los hechiceros en las noches sombrías, sin verlo aparecer jamás; Aquel a quien los presentimientos de los dueños pasajeros del mundo, prestaron todas las formas monstruosas o extrañas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes. Después de las groseras concepciones debidas al terror primitivo, hombres más perspicaces lo han presentido de un modo más claro. Mésmer lo había adivinado y los médicos, de diez años a esta parte, han descubierto de una manera precisa la naturaleza de su poder, antes que la hubiese ejercido. Han manejado al arma que les ha proporcionado este Ser nuevo a favor de la teoria sobre el dominio de un misterioso mando ejercido sobre el alma humana, que de este modo pasaba a ser esclava, Y a esto se le ha puesto por nombre, magnetismo, hipnotismo, sugestión ... Y se han divertido como niños imprudentes, con este formidable poder. ¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! ¡Ha venido! ... el .., el, ¿cómo se llama? ... el ... ¡me parece que alguien me grita su nombre y no lo entiendo! ... ¡me grita! ¡Ya escucha! ... Nada, no puedo ... lo repite; el ... ¡El Horla! Ahora lo he oido bien .. el Horla ... es él ... ¡El Horla ha llegado!

¡Ah! El buitre se ha comido a la paloma; el lobo a la oveja; el león ha devorado al búfalo de agudos cuernos; el hombre ha herido al león con la flecha, con el puñal, con la pólvora ... pero el Horla va a hacer del hombre, lo que el hombre había hecho del caballo y del buey; su cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad. ¡Desgraciados de nosotros!

No obstante, algunas veces la fiera se ha revuelto contra su domador y lo ha matado. ¡A mi vez, yo podré ... yo quiero deshacerme de él; pero para eso es preciso conocerle, tocarle, verle! Los sabios aseguran que el ojo de los animales difiere del nuestro; que no tiene el mismo modo de percepción. El mío no puede tampoco distinguir a este ser recién llegado, que me oprime. ¿Por qué? ¡Oh! Ahora recuerdo las palabras del fraile del monte Saint-Michel: ¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe? Ahí tenéis el viento, que es una de las fuerzas naturales más grandes; que derriba a los hombres, los edificios, desarraiga los árboles, levanta en el mar montañas de agua, las estrella contra las rocas y arroja contra ellas, también, las poderosas naves; el viento, que silba, gime, muge, mata, en fin, ¿lo habéis visto? ¿Lo conocéis? Sin embargo, existe.

Y seguía torturando mi pensamiento. La vista del hombre es tan débil, tan imperfecta, que no puede distinguir a través de los cuerpos sólidos, que es posible sean transparentes como el vidrio. Si un espejo sin límites obstruye el camino, se arroja sobre él, como el ave aturdida, que al querer salir de una habitación, se rompe la cabeza contra los vidrios. Otras mil cosas le engañan y desconciertan. ¿Qué tiene de extraño, pues, que no sepa apercibir un cuerpo nuevo, que la luz atraviesa?

¡Un ser nuevo! Nuevo, ¿por qué? No podía dejar de venir, ¿acaso nosotros debíamos ser los últimos? No le conocemos, como no conocemos tampoco a los que nos precedieron. Tal vez su naturaleza es más perfecta, su cuerpo mejor constituído, más acabado que el nuestro, tan débil, tan torpemente concebido, embarazado por órganos siempre fatigados, siempre forzados como resortes demasiado compiejos; mejor que el nuestro, repito, que necesita vivir como una planta, como una bestia, nutriéndose penosamente de aire, de vegetales y de carne, máquina animal, presa de enfermedades, de deformacIones y de podredumbres; asmático, mal ajustado, simple y extraño, ingeniosamente mal hecho, obra grosera y delicada a un tiempo, esbozo de un ser que podría llegar a ser inteligente y grande.

¿Entre las múltiples variedades desde la ostra al hombre, por qué no se ha de admitir otra más, una vez cumplido el periodo que separa las apariciones sucesivas de las diversas especies? ¿Por qué no? ¿Y por qué también, la de otros árboles, llenos de inmensas flores, resplandecientes, que perfumasen regiones enteras? ¿Por qué no han de existir más elementos que el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¿Por qué han de ser cuatro, tan solo, nuestros amos? ¡Qué lástima! ¿Por qué no habrán de ser cuarenta, cuatrocientos, cuatro mil? ¡Cuánta pobreza; cuánta mezquindad, cuánta miseria! ... ¡Qué avaramente otorgado, qué secamente inventado, qué groseramente hecho! ¡Ah! ¡Cuánta gracia en los movimientos del elefante y del hipopótamo! ¡Qué curvas más elegantes las del camello! ...

Me objetaréis ... ¿Y la mariposa? ¡Una flor con alas! Yo sueño en una que podría ser tan grande como cien universos, dotada de unas alas, cuya forma, belleza, color y movimientos no me es posible explicar. Parece que la veo ... Va de estrella en estrella, de mundo en mundo, refrescándolos y embalsamándolos con su ligero y armonioso aleteo ... Y los seres que pueblan el infinito la miran pasar, extasiados y llenos de amor ...

¿Qué es lo que tengo? ¡Es él, él, el Horla, que me posee, que me hace pensar estas locuras! ¡Está en mí, dentro de mi alma! ¡Lo mataré! ...

19 de agosto.

¡Lo mataré! ¡Ya lo he visto! Ayer sentado ante la mesa de mi despacho, hacía ademán de escribir con gran atención. Estaba seguro que vendría a rondarme muy de cerca, tan cerca, que quizás podría tocarle, cogerle ... Entonces, ¡ah! entonces ... la desesperación me daría fuerzas; haría uso de mis manos, de mis rodillas, de mi pecho, de mis dientes, ¡hasta de mi cabeza, para estrangularlo, aplastarlo, morderlo ... despedazarlo!

Y con todo mi organismo excitado, acechaba, ... esperando el momento apetecido.

Había encendido las dos lámparas del despacho y las ocho bujías de la chimenea, como si con esta claridad hubiese podido descubrirlo.

Enfrente de mí tenía la cama, una antigua cama con columnas de encina; a la derecha, la chimenea, a la izquierda la puerta, cuidadosamente cerrada, después de haberla dejado abierta largo tiempo con el objeto de atraerlo; detrás de mí, un elevado armario de espejo, frente del que tengo la costumbre de acicalarme y vestirme, y donde me suelo mirar, de pies a cabeza, cada vez que paso delante de él.

Así, pues, simulaba escribir, como antes he dicho, para engañarle, puesto que estaba seguro de que me espiaba; no tardé en apercibirme, con certeza, de que estaba leyendo por encima de mi hombro y que se encontraba allí, rozando mi piel.

De repente, me levanto y extendiendo los brazos, me vuelvo tan rápidamente que estuve a punto de caer. ¡Ah! ¿Qué era aquello? A pesar de la profusión de luces ... ¡no me veía en el espejo! ¡Estaba vacío, claro, profundo, lleno de luz! ... ¡Mi imagen no estaba allí! ... Sin embargo, yo estaba enfrente, ¡sí, estoy seguro! ¡Y contemplaba con ojos despavoridos aquel gran vidrio completamente límpido! ¡No me atrevía a dar un paso hacia él, ni osaba hacer movimiento alguno, seguro de que El estaba allí y de que su cuerpo impalpable, impedía al mío reflejarse! ... ¡Y se me escapaba otra vez!

¡Qué miedo se apoderó de mí! De repente, empiezo a ver mi imagen reflejarse en el fondo del espejo, envuelta en una ligera bruma como a través de una sábana de agua, y me parecía que esta capa de agua resbalaba de izquierda a derecha, lentamente, dejando precisar mi imagen de segundo en segundo. Era como el final de un eclipse. El cuerpo que me ocultaba, no parecía tener contornos claramente definidos, sino una especie de trasparencia opaca que iba aclarándose poco a poco.

Al fin, pude distinguirle completamente, como de ordinario.

¡Lo había visto! Tal es el espanto que he experimentado, que aún me estremezco de frío.

20 de agosto.

¿Matarlo? ¿Cómo, puesto que no puedo alcanzarlo? ¿El veneno? Pero me verá mezclarlo en el agua, y además, ¿quién me asegura que nuestros venenos produzcan efecto en su cuerpo imperceptible? No ... no ... esto no tiene duda. Entonces, ¿qué?

21 de agosto.

He hecho venir de Rouen a un cerrajero y le he encargado unas persianas de hierro para mi habitación; como las tienen en París ciertas casas particulares, de planta baja, por temor a los ladrones. Además me construiré una puerta semejante. Me habré tomado por un cobarde, pero no me importa.

10 de septiembre.

Rouen - Hotel Continental. Esto es hecho ... es hecho ... pero, ¿habrá muerto? Aún tengo el alma trastornada de lo que he visto.

Ayer, después que el cerrajero hubo colocado las persianas y la puerta de hierro, dejé todo abierto hasta cerca de la medianoche, a pesar del frío que se dejaba sentir.

De pronto noté su presencia y sentí una alegría feroz. Me levanté con negligencia y comencé a dar paseos arriba y abajo un buen rato para que no sospechase nada. Después me quité las botas y me calcé unas zapatillas distraídamente; luego cerré mis persianas de hierro y dirigiéndome con paso tranquilo hacia la puerta, la cerré con doble vuelta. Volviendo otra vez a la ventana, reforzéla con un candado, del cual, me guardé la llave en el bolsillo.

De repente, comprendí que se agitaba a mi alrededor, que a su vez tenía miedo de mí y me ordenaba que le abriese. Fingí ceder, pero en vez de hacerlo, me arrimé a la puerta y entreabriéndola, salí de espaldas y, gracias a mi estatura la obstruí casi por completo. ¡Estaba seguro que no había podido escaparse y allí lo encerré, solo, completamente solo! ¡Qué alegría! ¡Estaba en mi poder! Entonces bajé corriendo; cogí del salón que había bajo mi habitación las dos lámparas y derramé todo el petróleo sobre los tapices, sobre los muebles, por todas partes; una vez hecho esto les prendí fuego y me puse a salvo, después de haber cerrado con doble vuelta la gran puerta de entrada.

Y fui a ocultarme en el fondo de mi jardín, tras un macizo de laureles. ¡Qué largo me parecía el tiempo! Todo era oscuridad, quietud y silencio; no se percibía ni un gemido del aire y ni una estrella se divisaba a través de las enormes montañas de nubes, que yo adivinaba sin verlas, porque me parecía que gravitaban sobre mi alma con todo su peso inmenso ... infinito.

Miraba a mi casa y esperaba. ¡Qué eternos se me hacían los minutos! Creía ya que el fuego se había extinguido por sí solo o que El había logrado apagarlo, cuando una de las ventanas del piso bajo cayó hecha astillas, impulsada por el voraz elemento y una llama, una gran llama roja y amarilla, larga, blanda, acariciadora, subió besando el muro, a lo largo, hasta rebasar el techo. Una luz pavorosa se reflejó en los árboles, en las ramas, en las hojas y algo así como un estremecimiento de miedo, un temblor insólito, se apoderó de todo cuanto me rodeaba. Los pájaros se despertaban, los perros aullaban; parecía que iba a amanecer. Otras dos ventanas estallaron del mismo modo en seguida y, un segundo después, toda la planta baja no era más que un espantoso brasero. Pero un grito, un grito horrible, más agudo ... desgarrador, un grito de mujer, rompió el silencio de la noche, al mismo tiempo que el techo se hundía. ¡Había olvidado a mis criados! Yo vi sus caras demudadas, enloquecidas y sus brazos agitándose convulsivamente ... Entonces, Ioco de terror, echo a correr hacia la ciudad, gritando: ¡Socorro ... socorro! ¡Fuego ... fuego! Encontré gente que acudía al lugar del siniestro y me uní a ellos, para ver hasta el fin.

La casa no era ya más que una hoguera horrible y magnífica, que alumbraba la tierra; un brasero donde se quemaban algunas personas y donde se quemaba también El, El, mi prisionero, el nuevo Ser, el nuevo Dueño ... ¡El Horla!

Bien pronto cayó el techo entero como devorado entre los muros y un volcán de llamas se remontó hasta el cielo. Por todas las ventanas abiertas sobre aquel horno veía la inmensa pira y pensaba en que El estaba allí, en aquel infierno, muerto ...

¿Muerto? ¿Será posible? Su cuerpo, aquel cuerpo que la luz atravesaba ... ¿Podía destruirse por los mismos medios que el nuestro? ¿Y si no había muerto? Entonces, solo el tiempo puede ejercer su poder sobre el Ser Invisible y Formidable. ¿Era de temer que este cuerpo transparente, desconocido, este cuerpo de Espíritu, estuviese sujeto también a las enfermedades, a las heridas, a los males que nos afligen a los demás, a la destrucción prematura en fin?

¿La destrucción prematura? ¡Todo el miedo de la humanidad es producido por ella! Después del hombre, ¡el Horla! Después del que puede morir cualquier día, a cualquIer hora, a cualquier minuto, por un accidente imprevisto, ha llegado el que no debe morir más que en su día, a su hora, en su minuto, alcanzar el límite de su existencia.

No ... no ... no hay duda, no hay duda alguna, ¡no ha muerto! ¡Entonces si él no ha perecido será preciso que yo me suicide!


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