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En la pared
Desde que entró tuvo la sensación de que alguien la observaba, fue algo como un temblor en el ambiente, como una sacudida del instante que vivía. Mientras permaneció ahí se dedicó a mirar la imagen que el espejo frente a ella reflejaba, ese espacio en el que alguien, muy parecida a ella, aparecía cuando miraba el espejo de frente.
Siempre le había intrigado la existencia de ese alguien y se preguntaba qué cosa haría cuando no lo estaba viendo. Es posible que se pusiera a descansar o se lamentaría de tener que pasar la vida asomándose al espejo cada vez que a ella se le ocurría ponerse frente a uno, o también era posible que se tratara de alguien que mirara transcurrir la vida como un lento arrastrarse entre las cosas, que se hubiera ya cansado de mirar otros ojos en los que pudiera aparecer el brillo de una respuesta.
Durante el tiempo que permaneció sentada la sensación de estar vigilada no la abandonó. Era como si algo le indicara que no era la única en ese lugar. Cuando se lavaba las manos los vio, algo como un presentimiento le hizo levantar la vista por encima del espejo y ahí estaban, en un casi imperceptible hueco de la pared.
Al saberse sorprendidos se quedaron quietos. Eran oscuros, apagados, solitarios; parecían estar esperando algo, algo que nunca llegaba; había una tristeza muy profunda en ellos, una tristeza de la que quizá no tenían conciencia pero que indefectiblemente reflejaban. Al momento de sorprenderlos pensó en gritar, ellos al sentirse sorprendidos se agrandaron pero no desaparecieron, se quedaron ahí, en su cárcel de mirar.
Ella no gritó y ellos no se movieron; entonces, sin saber por qué, sonrió, y sin decirles nada apagó la luz del cuarto de baño antes de salir.
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