Índice de Frankenstein de Mary W. ShelleyAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

Continuación del Diario de Robert Walton

26 de agosto de 17 ...

Margaret, ahora que has leído esta horrible y terrorífica historia, aún debes tener la sangre congelándose en tus venas como yo he tenido la mía. A veces, Frankenstein, sobrecogido por alguna desconocida desazón, se veía incapacitado para proseguir su relato; en otras ocasiones, por el contrario, con su voz quebrada por la emoción, que no por eso dejaba de ser penetrante, pronunciaba dificultosamente frases llenas de angustia mientras sus magníficos ojos azules brillaban ora de indignación y ora de angustia y dolor.

Algunas veces conseguía dominarse y ser comedido en sus ademanes, relatando entonces los incidentes más espeluznantes con voz clara y tranquila. Pero súbitamente, la violencia volvía a apoderarse de él, descomponiendo sus facciones y haciendo que gritara terribles juramentos contra su enemigo.

En apariencia, su relato era tan sencillo que en él se podía apreciar toda la veracidad; no obstante, de no ser por las cartas de Félix Y Safie que llegó a mostrarme, y porque desde mi barco yo había podido ver al mismo monstruo, jamás le hubiese creído. ¿Podía ser verdad que existiera semejante ser? Todavía hoy me encuentro sumido en la sorpresa y la admiración, pero ahora ya no puedo dudar de ello.

Intenté que Frankenstein me diese algunos detalles más específicos sobre la constitución de aquella asombrosa creación suya, pero jamás lo conseguí.

- ¿Acaso te has vuelto loco, mi querido amigo? ¿Dónde quieres ir a parar con tu insaciable curiosidad? ¿Es que quieres hacerte con un enemigo tan terrible? ¡Por favor! Escarmienta con mis experiencias, y no atraigas sobre ti tan cruel desgracia.

Al darse cuenta de que había ido tomando notas de todo lo que me había relatado, mostró interés por verlas y corregirlas, para darles mayor veracidad y reproducir con más detalle el verdadero espíritu de las peroratas que sostuvo con su implacable enemigo.

- Puesto que has tomado estas notas, no me gustaría que pasaran a la posteridad llenas de errores que las falseen.

Así he pasado toda una semana, escuchando el relato más fascinante y extraordinario que jamás haya inventado una mente humana. Todos mis pensamientos, y cada uno de los sentimientos de mi alma, han quedado trastornados ante el interés tanto de mi huésped como de su narración, y también ante las elevadas y dulces maneras de que hace gala. Quisiera tranquilizarle, pero, ¿cómo es posible despertar en un ser tan desgraciado el deseo de vivir? Sólo en la muerte hallará la paz que tanto desea, aunque hay todavía algo capaz de proporcionarle un pequeño placer, y es la soledad de sus sueños. Cuando sueña cree estar hablando en verdad con sus amigos, lo cual le consuela en parte de sus desgracias y de sus afanes de venganza. Para él, estos seres no son producto de una fantasía, sino realidades, alguien que le visita desde un mundo remoto. Este convencimiento presta tanta convicción y tanta majestuosidad a sus delirios, que yo mismo llego a creer que se trata de algo verdadero.

Nuestras charlas no se limitan a hablar de sus infortunios. En cualquier aspecto, por ejemplo en la literatura, demuestra poseer unos conocimientos ilimitados, y es capaz de una rápida comprensión de cualquier tema. Es tan elocuente que a veces, cuando cuenta algún incidente patético o intenta hacer resurgir sentimientos de amor, he llegado a derramar lágrimas. ¡Qué espléndida criatura debió ser en sus días de felicidad! Hasta él parece darse perfecta cuenta de la grandeza de su triunfo y del esplendor de su caída.

- Cuando era más joven -me dijo una vez- me creía destinado a alguna gran empresa. Mis sentimientos no eran superficiales, y poseía una capacidad de juicio que me hacía apto para emprender cualquier cosa que me propusiera. La conciencia que tenia de mi valiosa naturaleza me empujaba en los momentos en que cualquier otro ser hubiera sucumbido; estaba convencido de que desperdiciar en lamentaciones la capacidad de esfuerzo que pudiera resultar útil para la Humanidad era un crimen. Cuando medité sobre lo que acababa de conseguir, es decir, la creación de un ser capaz de sentir y razonar por sí mismo, ya no me era posible alinearme en las filas de los demás investigadores. Precisamente esta idea que me animó en los comienzos de mi trabajo, ahora sólo me sirve para hundirme más y más en el fango. Todas mis especulacion~ han sido reducidas a la nada, y como el ángel que aspiró insensatamente a la omnipotencia, he sido arrojado al infierno. Tenía una imaginación muy viva y un considerable esp{ritu analitico, lo cual, unido a mi intensa aplicación, me hizo concebir la idea de crear un hombre y me permitió también llevarla a cabo. Aún hoy, en estos momentos tan amargos, no puedo por menos de recordar con entusiasmo el periodo que pasé enfrascado en mis trabajos. Unas veces me estremecía ante la adquisición del poder; otras, mi estremecimiento era de incertidumbre ante el probable resultado de ese poder. Desde la más tierna infancia me había dejado dominar por pensamientos grandilocuentes y ambiciones altísimas, llevado por mi efervescente imaginación hasta las cumbres de lo inaccesible. ¡Y ahora tengo que verme hundido! ¡Oh, mi buen amigo! Si me hubieras conocido en aquellos tiempos, no te habria sido posible identificarme en mis actuales condiciones. Antes, mi corazón rara vez era presa del desaliento, porque un gran destino me arrastraba vertiginosamente; pero caí para no levantarme ya más.

¡Mi querida hermana! ¿Crees que puedo abandonar a este admirable ser? Sabes cuánto he echado de menos a un amigo y como he ido a encontrarle en estas aguas desiertas; pero tan sólo para conocer su talento y perderlo inmediatamente. Mi mayor deseo seria reconciliarle con la vida, pero esta idea le repugna.

En otra ocasión me dijo:

- Walton, te agradezco infinito tus buenas intenciones con un ser tan desgraciado como yo soy; pero cuando te oigo hablar de nuevos lazos de afecto, ¿crees posible que encuentre el modo de sustituir los que he perdido? ¿Cómo puedo encontrar a alguien que sea para mí lo que fue Clerval, o una mujer como lo fue mi Elizabeth? Sé que el amor no sólo se basa en la excelencia de las cualidades, pero los amigos de la infancia poseen siempre sobre nuestra imaginación un poder que no puede adquirir ninguna amistad posterior. Ellos conocen nuestras más fervientes inclinaciones infantiles, que, por muchos cambios que la vida experimente, nunca nos son arrebatadas del todo; ellos saben comprender nuestros actos con mayor precisión. Una hermana o un hermano nunca sospecharán del otro que sea capaz de fraude, a menos que esto sea muy evidente y aun cuando un amigo, sea cUal sea su grado de amistad, haga alusión a ello. Pero sucede algo más, y es que yo no quería a mis amigos tan sólo por esos lazos, sino porque sus méritos eran preciosos. Así, dondequiera que me halle, la tranquilizadora voz de mi Elizabeth y la brillante conversación de Clerval resonarán siempre en mis oídos. Pero ellos murieron, y sólo existe un pensamiento que me hace conservar la vida. Si ahora me viera empujado hacía algún trabajo útil para mis semejantes, haría todo cuanto estuviera en mi poder para vivir hasta completarlo. Pero únicamente deseo destruir al ser que creé con mis propias manos ... Entonces, y sólo entonces, habré cumplido mi misión y podré descansar eternamente.


2 de septiembre de 17 ...

Mi muy querida hermana:

Te escribo rodeado de peligros, sin saber si volveré a contemplar a mi querida Inglaterra y a ver a los amigos que ahí tengo. Estoy rodeado por grandes bloques de hielo que no nos permiten ni avanzar ni regresar, y que constantemente son una amenaza para nuestro barco. Toda mi tripulación espera de mí una ayuda que me es imposible darles, y a pesar de que las esperanzas no me han abandonado todavía, soy consciente de que en nuestra situación hay algo que me deja anonadado. Me pesa el saber que la vida de todos estos valientes está en peligro por mi causa. Si llegamos a perdernos, sólo la insensatez de mis planes puede ser la causa de tan gran catástrofe.

¿Cuál será, Margaret, tu estado de ánimo? Si sucede lo peor, nunca sabrás si he muerto y seguirás esperando mi regreso. con ansia. Pasarán largos años de sufrimiento y desaliento, y acabará dominándote la desesperación sin que otra tortura, la de la esperanza, desaparezca. ¡Querida hermana! Cuando pienso en los sufrimientos de tu corazón por la ausencia de tu hermano, mi propia muerte deja de tener importancia. No obstante, me consuelo pensando que tienes marido e hijos y que puedes ser feliz. ¡Qué el cielo derrame sobre ti toda clase de bendiciones y de felicidad!

Mi desgraciado huésped me mira con compasión y se esfuerza por devolverme la esperanza, llegando incluso a hablar de la vida como de algo de lo que él mismo gozara. Me recuerda que estos mismos acontecimientos han sido vividos por muchos otros navegantes, sin que se produjera el fatal desenlace cuando intentaron cruzar estos mares. Con todo y estar lleno de pesimismo, consigue devolverme la esperanza. Los mismos marineros se ven influenciados por su elocuencia, y cuando les habla olvidan su miedo, renuevan sus energías y creen que estos gigantescos montes de hielo se derretirán con el ardor de su empeño. Pero este sentir es transitorio, y cada día que pasa aumentan sus temores, viéndome yo amenazado por un motín cuya causa seria exclusivamente la desesperación.


5 de septiembre de 17 ...

Acaba de suceder algo que tiene un interés poco común y que, aun cuando lo más probable es que estos papeles no lleguen nunca a tus manos, no quiero dejar de transcribirlo.

Estamos rodeados todavía por montañas de hielo, y persiste el peligro de que nos veamos aplastados por ellas. El frio es glacial, y algunos de mis compañeros de infortunio han encontrado ya la muerte en este lugar desolador. LA salud de Frankenstein es cada día más precaria; la fiebre hace brillar sus ojos, está agotado, y cuando intenta el menor esfuerzo, acuciado por la agitación, vuelve a caer en un sopor que se parece en todo al de la muerte.

En mi carta anterior te hablé ya del temor que sentía ante un posible levantamiento de la tripulación. Pues bien, esta mañana, mientras me hallaba observando el pálido rostro de mi amigo, que tenía los ojos entreabiertos y cuyas extremidades yacían a ambos lados del cuerpo, en la más completa inmovilidad, media docena de marineros pidieron permiso para entrar en mi camarote. Una vez concedido, penetraron en la estancia, y el que parecía ser su jefe se dirigió a mí. Me dijo que venían en representación de sus compañeros para hacerme una petición que, en justicia, no les podía negar. Siguió diciendo que estábamos en uná situación desesperada, aprisionados por los hielos, y que probablemente no saldríamos de ella jamás. Ellos temían que si los hielos cedían, dejando un paso libre, yo sería tan temerario de lanzarme a proseguir una aventura tan descabellada, llevándoles a peligros tan graves o mayores que cuantos hasta el momento habíamos afrontado, después de haber tenido la inmensa fortuna de poder escapar del que nos encontrábamos. Querían arrancarme la promesa formal de que, si el barco quedaba libre, emprenderíamos el regreso.

Estas palabras me indignaron. Yo no habla perdido las esperanzas, y la idea de regresar no había pasado por mi pensamiento. De todos modos, ¿podía, en justicia, rechazar aquella petición? Durante unos momentos dudé que contestar pero cuando iba a hacerlo Frankenstein salió de su letargo, se incorporó con los ojos brillantes y las mejillas ardiendo por un vigor momentáneo, y dijo a los hombres lo siguiente:

- ¿Qué significan vuestras palabras? ¿Qué intentáis exigir a vuestro capitán? ¿Es que habéis perdido el ánimo y pensáis abandonar una empresa con tanta facilidad? ¿Acaso no dijisteis que esta era una expedición gloriosa? ¿Por qué razón es, pues, gloriosa? Desde luego, no porque el camino sea fácil como el de un mar del Sur, sino porque está lleno de dificultades, porque a cada paso que habéis dado se ha puesto a prueba vuestra fortaleza y vuestro valor, porque el peligro y la muerte os han acechado allí donde habéis estado y porque existen una multitud de obstáculos que vencer. Esto es lo que convierte a una empresa en gloriosa, y por esto el que se empeña en ella adquiere el honor. Si conseguís vuestro propósito se os alabará como bienhechores de la Humanidad, vuestro nombre será reverenciado por todo el mundo como el de unos seres de valor inigualado, que han encontrado la muerte buscando el progreso de sus semejantes. Pero ahora, delante de las primeras dificultades serias, frente a la simple idea del peligro o, si lo preferís, ante un obstáculo que os pone verdaderamente a prueba, a vosotros y a vuestro valor, retrocedéis e intentáis ser enjuiciados como hombres incapaces de soportar el frlo y los peligros, como chiquillos que desean volver tiritando de frío a sus calientes y cómodos hogares. Permitid que os diga que para esto no es necesario ningún preparativo, y mucho menos el haber llegado hasta aquí. Si queriais llenar de vergüenza el alma de vuestro capitán, con la derrota, y demostrar que en realidad sois unos cobardes, no era preciso llegar tan lejos. ¡Sed hombres o, si es preciso, más que hombres! Permaneced constantes en vuestros propósitos y sed tan firmes como rocas graníticas. Este hielo que tanto os aterroriza no está hecho de lo mismo que vuestras almas; por el contrario, es mutable, y si vuestro empuje es el debido, no soportará vuestros embates. No debéis volver a vuestras casas con la marca de la derrota en vuestras faces. Regresad como unos héroes que salieron a vencer y que ignoraron lo que es dar la espalda al enemigo.

Mientras decía esto, su voz iba expresando los distintos sentimientos que manifestaban sus palabras. Los ojos rebosaban propósitos elevados y un heroísmo sin igual, por lo que no es de extrañar que aquellos duros hombres de mar se conmovieran. Se miraron unos a otros, incapaces de pronunciar una sílaba, y al final yo les dije que se retiraran y que sopesasen lo que se les había dicho. Si no querían, yo no les llevaría al Norte; pero esperaba que su valor aumentase al reflexionar sobre estas maravillosas palabras.

Salieron, y yo me volví hacia mi amigo; pero éste había vuelto a desfallecer en su lecho.

Una pregunta aparece como constante en mis pensamientos: ¿Cómo acabará todo esto? No obstante, prefiero la muerte a regresar lleno de oprobio y vergüenza por no haber alcanzado mi objetivo. Temo que mi suerte sea ésta, ya que estos hombres carecen del valor necesario, que sólo la gloria puede dar, y no están dispuestos a soportar únicamente por buena voluntad un presente tan cruel.


7 de septiembre de 17 ...

¡La suerte está echada! He dado mi consentimiento al regreso si los hielos que nos circundan no nos destruyen antes. Mis esperanzas se han desvanecido por la cobardía, indecisión y falta de valor de los otros. Voy a volver ignorante y decepcionado. Seria necesario un gran acopio de filosofía, que yo no poseo, para soportar esta injusticia con paciencia.


12 de septiembre de 17 ...

Todo ha pasado ya. Hemos iniciado nuestra vuelta a Inglaterra, y mis sueños de ser útil a la Humanidad y alcanzar la gloria se han difuminado por completo ... Y lo que es todavía peor: he perdido a mi amigo. Voy a intentar detallarle las terribles circunstancias de su muerte, y como sea que vuelvo a ti, mi querida hermana, no quiero permitir que la desesperación me domine.

El día 9 de este mes, el hielo c0menzó a ceder, dejando oír unos impresionantes crujidos, que más parecían truenos que otra cosa, y que eran producidos por los choques de las islas flotantes y por los cortes que se iban produciendo en toda la masa helada. Aquel fue un momento de angustia y de gran peligro, pero como que no estaba en nuestra mano el hacer nada, me ocupé de mi huésped; su estado era tan grave que ni tan siquiera podía moverse de la cama.

El hielo se fue rompiendo y finalmente, ayudados por un fuerte viento del Este, el día 11 pudimos ver libre el camino hacia el sur. Cuando este cambio fue advertido por los tripulantes del barco, todos vieron con claridad que el regreso a sus casas estaba muy próximo, y esto les llenó de un júbilo delirante, que manifestaron con ruidosas muestras de alegria. Frankenstein, que dormitaba, despertó con los gritos y preguntó por la causa de tanto tumulto.

- Gritan -le expliqué- porque pronto regresarán a Inglaterra.

- Entonces, ¿regresa, usted, por fin?

- Por desgracia, si. No puedo negarme a su petición. Sin su consentimiento me es imposible conducirles hasta el peligro. Por esto regreso.

- Si ésta es tu intención ... pero yo no retrocederé. Eres muy libre de abandonar tu pr0pósito, pero el mío está planeado y guiado por el cielo, y no puedo desobedecer. Estoy muy débil, ya lo sé, pero los espíritus que me han asistido hasta ahora no me dejarán y me darán la fuerza que preciso.

Y así hablando, intentó levantarse. Pero no pudo soportar el esfuerzo y cayó otra vez, desvanecido, sobre los almohadones.

Pasó mucho tiempo antes de que los sentidos volvieran a él. Pensé que había muerto, pero al fin abrió los ojos y, respirando con dificultad, trató de hablar. No pudo articular una palabra. El médico le dio una pócima y nos ordenó que permaneciera en el más completo descanso, al tiempo que me comunicaba que mi amigo no iba a durar muchas horas más.

Su sentencia estaba dictada, por lo que hube de hacer acopio de valor para resignarme a esta nueva desgracia. Me senté junto a su cama con objeto de observarle, y le creí dormido; pero al poco rato me llamó y, con una voz que apenas era un gemido, me dijo:

- ¡Ay! Las fuerzas en que confiaba me han abandonado y siento que se aproxima el fin, mientras que mi enemigo está todavía lleno de vida. Querido Walton, no creas que me impulsa ya el deseo de venganza que otrora me invadió, pero creo que mis esperanzas de ver muerto al monstruo son bien fundadas y no merecen reproche alguno. Durante estos últimos días me he dedicado a examinar mi conducta en el pasado ... En un arrebato de locura creé a un ser racional, al que me sentí unido, te lo juro, porque deseaba hacerle feliz. Esta era mi obligación como creador, aunque ya tenía otros deberes más importantes para con mis semejantes, cuyo cumplimiento suponía en mayor proporción felicidad o miseria. Movido por este deber, me negué a crear una compañera para esa primera criatura mía, y así fue como llegó a demostrar una maldad y un egoísmo sin parangón en el mundo. Destruyó a mis amigos, y con ellos desaparecieron unos seres bondadosos y sabios ... No sé todavía a dónde quiere ir a parar con su sed de venganza, pero si que debe morir para evitar cometa nuevos crlmenes. Yo me había impuesto el deber de hacerle desaparecer, pero no lo he podido cumplir; he fracasado. Una vez, dominado por mi egoísmo, te pedí a ti que continuaras mi tarea; pero ahora, después de razonarlo con calma, vuelvo a hacerte la misma petición ... Sé que no puedo tener la osadía de solicitarte que renuncies a tu patria, a tus amigos, a todo lo que te es querido, para dedicarte tan sólo a esta empresa. Sé que, puesto que vuelves a Inglaterra, las oportunidades que tendrás de dar con él son escasas. Dejo en tus manos, pues, la decisión y el determinio de lo que creas conveniente hacer. Mis juicios y mis pensamientos empiezan a nublarse por el velo de la muerte. Por otra parte, no voy a pedirte que hagas lo que yo creo acertado por temor a equivocarme. La idea de que el monstruo pueda seguir viviendo y se dedique a saciar su sed de crímenes me inquieta sobremanera. No obstante, en este momento en que tan cerca estoy de verme librado de todo ello me siento lleno de esa dicha que no he podido disfrutar desde hace muchos, muchísimos años. A mi alrededor están las sombras de mis seres amados, con quienes voy a reunirme. ¡Adios, Walton! Busca serenamente la felicidad y evita la ambición, aunque ésta sea en apariencia tan inofensiva como la que persigue el camino de la ciencia ... Pero no sé por qué te digo todo esto. Es posible que otro pueda triunfar donde yo he fracasado ...

Su voz se convirtió en un susurro, y poco a poco se hizo el silencio. Finalmente, una media hora después, realizó un último esfuerzo para volver a hablar. No lo consiguió. Apretó suavemente mi mano, y sus ojos se cerraron, mientras que en sus labios aparecía una débil sonrisa.

¡Ah, Margaret! ¿Qué palabras podrian expresar lo que sentí ante la desaparición de un espíritu tan brillante? ¿ Qué puedo decir para hacerte comprender la profundidad de mi pena? Cualquier expresión seria inadecuada y vana. Mientras te escnoo estas líneas, se me llenan los ojos de lágrimas y mi mente se siente decepcionada; pero vuelvo a mi querida Inglaterra, donde espero hallar el consuelo que no me es posible conseguir ahora.

Me interrumpen ... ¿Qué ruido es ése? Son las doce de la noche y la brisa sopla suave y delicadamente. Puedo percibir desde aquí al vigía que permanece inmóvil en su puesto. Vuelvo a oír ese ruido y es como una voz humana; pero parece más tosca. Viene del camarote donde descansan los restos de mi buen amigo. Voy a ver de que se trata.


Buenas noches, querida hermana.

¡Dios de dioses! ¡Qué escena acabo de ver con mis propios ojos! Estoy desconcertado y no sé si tendré la fuerza suficiente para contarte con detalle lo sucedido. Voy a tratar de hacerlo porque, de lo contrario, cuanto te he dicho perdería parte de su sentido.

He penetrado en el camarote de Frankenstein y he podido ver a una figura gigantesca, inclinada sobre su cadáver. No sé como describirla, pero era un ser desproporcionado y no podía verle la cara. Cuando se inclinaba, le caían, colgando, unos mechones de pelo lacio y espeso. La mano que tendía hacia el cuerpo inerme era enorme y parecía, por su color y su aspecto, la de una momia. Cuando me acerqué, y al darse cuenta de mi presencia, ese horrible ser dejó de lamentarse, para intentar huir por la ventana del camarote. En ese mismo instante cerré los ojos instintivamente, en un esfuerzo por recordar mi deber para con el enemigo de mi buen Frankenstein. Entonces le ordené que se detuviese, cosa que él hizo no sin mirarme con aire sorprendido y volviendo en seguida su horrible faz hacia el inanimado cuerpo de su creador. Cada uno de sus gestos parecía el fruto de una pasión incontrolable.

- ¡He aquí una de mis víctimas! -exclamó-. En su muerte se consuma mi ansia de venganza y se cierra el ciclo de mi mísera existencia. ¡Frankenstein, generoso y devoto espíritu! ¿Acaso me serviría de algo pedirte perdón? Yo, que sin consideración a nada ni a nadie destruí a tus seres queridos ... ¡Pero ya estás frío y no puedes responderme!

Su voz estaba dominada por el dolor, y mi primer impulso ha sido cumplir con la voluntad de mi amigo y destruir al monstruo. Pero no lo he hecho porque me lo ha impedido un sentimiento de compasión, mezclado con la curiosidad. Aun cuando me acerqué a él, no osé levantar los ojos hacia su cara ultraterrena, capaz de atormentar al más tranquilo y sereno de los mortales. Intenté hablarle, pero las palabras se helaron en mis labios, mientras aquel ser continuaba lamentándose. Finalmente, aprovechando un silencio en su letanía de lamentos y tras de muchos esfuerzos, le dije:

- Tu arrepentimiento no es ya necesario. Si hubieras escuchado la voz de la conciencia y atendido los aguijonazos del remordimiento, antes de llevar a cabo tu demoniaca venganza, Frankenstein estaria aún vivo.

- ¿Acaso creéis -me interrumpió- que nunca me he sentido embargado por el remordimiento? Este hombre -añadió, señalando el cadáver- no tuvo que sufrir mientras realizaba su tarea... El no experimentó ni una pequeñísima parte de la angustia que yo he sufrido cuando llevaba a cabo mis atroces asesinatos. Un egoísmo ciego me empujaba a la acción, al tiempo que mi corazón se arrepentía. ¿Acaso creéis que los estertores de Clerval fueron para mí una música celestial? Yo deseaba amor y simpatía. Y cuando me vi obligado al odio y al vicio, por causa de la desgracia, tuve que soportar torturas inigualadas por nadie y que vos no podéis ni tan siquiera imaginar ...

Así, después del asesinato de Clerval volví a Suiza con el corazón destrozado, y tuve tanta compasión de Frankenstein que hasta yo me sentí aterrorizado. Pero cuando supe que el autor de mis días y de mis innumerables tormentos osaba concebir ideas de felicidad mientras sobre mí se acumulaba desgracia tras desgracia, cuando vi que se disponia a disfrutar de una felicidad que a mí me estaba negada, me sentí dominado por una envidia impotente y por una amarga indignación que acicatearon mi deseo de venganza. Recordé las amenazas que yo mismo había proferido, y decidí cumplirlas. Sabia de antemano que me conducirian a una nueva y mortal tortura, pero yo me sentía el esclavo, y no el dueño, de un apasionamiento que no podia abandonar, aun cuando me resultase aborrecible. Y cuando ella murió ... No, aquella vez no me sentí miserable. Cometí aquel crimen renegando de toda clase de sentimientos y movido por el afán de venganza. A partir de aquel momento, el mal se convirtió para mí en bien, y llegado a este extremo era obvio que no tenia elección. Por lo tanto, me fue necesario adaptar mi naturaleza a algo que yo mismo habla elegido voluntariamente, y desde entonces el cumplimiento de mis diabólicos proyectos no ha sido más que una pasión insaciable. Ahora, por fin, he rematado mi obra. ¡Esta ha sido mi última víctima!

Estas manifestaciones comenzaron por conmoverme, pero al recordar lo que me había dicho Frankenstein respecto a su elocuencia y a su capacidad de convicción y viendo el cuerpo de mi amigo exánime, sentí como la indignación se apoderó nuevamente de mí.

- ¡Monstruo mil veces maldito! -le dije-. ¿Por qué vienes a llorar la muerte de tu última víctima? Tú que arrojaste una brasa ardiendo al techo de una cabaña, y luego te quedaste para contemplar tu obra destructora a la vez que te lamentabas. ¡Maldito hipócrita! Si aquel a quien lloras volviese a la vida, se convertiría de nuevo en el blanco de tu venganza. No es piedad lo que sientes. No. Tus lamentos se deben a la desesperación que te produce verle fuera de tu poder.

- ¡Oh, no, esto no es verdad! -me interrumpió-. No busco simpatía alguna en mi dolor, porque sé perfectamente que jamás la encontraría. La primera vez que la busqué fue en el amor y la virtud; quise participar de las sensaciones de la felicidad y el afecto. Pero ahora, la virtud es para mí un espejismo y la felicidad se ha convertido en odio. ¿Dónde creéis que puedo encontrar simpatía? Me basta con sufrir en solitario, mientras duren mis padecimientos, pues sé que cuando muera los únicos recuerdos que acompañarán mi memoria estarán teñidos de vergüenza y horror. Hubo un tiempo en que mi imaginación se alimentaba con sueños de virtud, fama y felicidad, en que esperaba con candorosa ilusión encontrar en mi vida seres capaces de olvidar mi malformación y de amarme por las excelencias de mi alma. Pero el crimen me ha reducido a un nivel peor que el de las alimañas. No hay en el mundo maldad, ni desgracia, ni miseria, que sean comparables a la mía. A veces examino la senda de mis horribles crímenes, y no puedo creer que los haya cometido la misma criatura que en otro tiempo tuvO sublimes y trascendentes visiones de la belleza y la majestad que caracterizan a la virtud. Estaba escrito: el ángel caído se convierte en el espíritu del mal. Pero él, enemigo de Dios y de los hombres como fue, tiene amigos que le consuelan en su desolaci6n, mientras que yo estoy completamente solo.

Vos os llamáis amigo de Frankenstein, y parecéis tener algún conocimiento de mis crímenes y de mis penas. Pero por muchos detalles que él os haya podido dar, nunca serán sino el resumen de horas, de meses en los que se han acumulado las miserias y he desperdiciado mis energías en inútiles apasionamientos. Porque, mientras iba consumando la venganza, yo no conseguía calmar mis ardientes deseos. Bullía por encontrar amor y afecto, y lo único que hallaba era el desprecio y el horror. ¿Acaso no es esto una cruel injusticia? ¿ Por qué solamente yo tenía que ser tachado de criminal, cuando toda la humanidad pecaba contra mí? ¿Por qué no odiáis a Félix, que tan violentamente me expulsó de su lado? ¿Por qué aquel gañán intentó matar al salvador de su hija? ¡Ay! Aquéllos eran unos seres inmaculados, y sólo yo soy el miserable, el proscrito, un monstruo que merece ser pisoteado. Ahora, cuando recuerdo esto y me arrepiento de mis acciones, no puedo evitar que la sangre bulla en mis venas.

Es cierto, ¡soy un miserable/ He asesinado a criaturas indefensas; he estrangulado al inocente mientras reposaba; he arrancado la vida de quienes no me habían ofendido jamás; he conseguido que mi creador se convirtiera en un alma en pena después de haber sido un magnífico ejemplo de admiración y amor ... Le he perseguido hasta acosarle, y ahora yace aquí, sin vida. Vos podéis odiarme, pero nunca llegará vuestro odio al nivel que llega el que yo siento por mí mismo. Miro estas manos asesinas, escucho el corazón que concibió tales planes, y espero con ansia el momento en que ni mis ojos ni mis oídos serán capaces de ver u oír.

No debéis temer que sea todavía instrumento de desgracias ajenas. He terminado, casi, mi trabajo. No me hace falta ni vuestra vida ni la de ningún otro hombre para completar lo que es necesario completar. La única vida que preciso es la mía, y no tardaré mucho en obtenerla. Voy a abandonar vuestro barco en el mismo témpano que me trajo a él, y me dirigiré al extremo más alejado del hemisferio. Allí reuniré el material que adornará mi pira funeraria, y en ella convertiré este cuerpo deforme y horrendo en cenizas, para que no sirva de curiosidad a ningún buscador de gloria que desee crear otro ser tan desgraciado como yo he sido. Moriré, y muriendo no sentiré ningún dolor ni experimentaré insatisfacción alguna ... Quien me dio la vida ha muerto; así pues, cuando yo haya desaparecido, el recuerdo de ambos desaparecerá también. El sol no volverá a calentarme, la brisa no acariciará ya nunca más mis mejillas y las estrellas no me servirán de guía. La luz, el sentimiento y los sentidos formarán parte del pasado, y sólo cuando esto suceda podré encontrar mi auténtica felicidad. Hace algunos años, cuando pude apreciar por primera vez la cálida alegría de la primavera y escuchar el murmullo de las hojas y el piar de los pájaros, cuando creí que todo aquello también había sido creado para mi disfrute! podía haber muerto de felicidad. Pero ahora, emponzoñado como estoy por mis crímenes, destrozados como tengo todos mis sentimientos, ¿dónde podré encontrar el reposo que necesito si no es en la muerte?

¡Adiós, os dejo! Por última vez dirijo mis ojos hacia el ser humano. ¡Adiós, Frankenstein! Si te fuera posible volver a la vida, si todavía quedase en tu alma un rescoldo que alimentase sentimientos de venganza hacia mí, te juro que quedarías más satisfecho con mi triste vida que con mi muerte. Pero las cosas no serán así, porque tú has buscado mi destrucción para poner fin a nuevas y mayores desgracias. Y aun suponiendo que no hayas dejado de sentir, dondequiera que estés no querrás imponerme un castigo mayor que el que padece mi existencia. Tu vida fue desgraciada y miserable; pero peor fue la mía, porque el dolor del remordimiento me seguirá clavando sus puñales hasta que la muerte cierre para siempre las heridas de mi alma.

Pronto, muy pronto -exclamó con solemne entusiasmo-, moriré y dejaré de experimentar lo que ahora siento. Pronto acabaré con estos pensamientos. Ascenderé, gozoso, a mi pira funeraria, y gozaré del dolor que me produzcan las llamas. El fulgor de esta conflagradón se apagará lentamente, el viento recogerá mis cenizas para llevarlas hasta el mar, y mi espíritu encontrará al fin la paz ... Aunque me sea posible pensar, estoy seguro de que ya no será lo mismo, de que todo será distinto a como es ahora. ¡Adiós!

Y saltó por la ventana del camarote al terminar de pronunciar estas palabras, cayendo sobre el témpano de hielo que flotaba a uno de los costados del buque. Las olas le arrastraron en una especie de torbellino y se perdió en la oscuridad de la distancia.

Índice de Frankenstein de Mary W. ShelleyAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha