Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO VIGÉSIMO SEGUNDO. El documento CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO. En la carcelBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO VIGÉSIMO TERCERO

La explosión del Lancaster



El joven, sin decir una palabra, entró en el apartamento del que Juve, maquinalmente, cerró la puerta.

- ¿Qué es lo que tienes? -preguntó Juve, viendo que Jéróme Fandor estaba completamente pálido y muy emocionado.

- ¡Es horrible! -respondió el joven-. Mi pobre padre ha muerto ...

- ¿Qué me cuentas? -dijo Juve-. ¿Monsieur Etienne Rambert ha muerto?

Jéróme Fandor, sin poder contener apenas las lágrimas que asomaban a sus ojos, tendió al policía el periódico que tenía en la mano.

- ¡Lea! -dijo.

Y señalábale un artículo en la primera página del diario, cuyo título estaba bien preparado para impresionar a la imaginación: ¡Agua! ¡Fuego! ¡Pólvora! ¡150 muertos! Un subtítulo explicaba: ¡El naufragio del Lancaster!

El policía no comprendía nada.

- ¿Y qué? -interrogó.

Jérome Fandor insistía:

- ¡Lea!

La emoción del joven era tal que Juve vio que se informaría mejor leyendo el artículo.

Este estaba concebido así:

Una espantosa desgracia acaba de producirse otra vez que hará comprender, seguramente, que ya es tiempo de estudiar leyes que salvaguarden las vidas de los viajeros que las compañías, a ejemplo de las compañías de ferrocarriles, parecen hacer verdaderamente demasiado poco caso ...

Vamos a resumir en algunas líneas la catástrofe que ha tenido lugar esta noche:

El buque de vapor Lancaster, perteneciente a la Red Star Co, que presta servicio entre Caracas y Southampton, se ha hundido con personas y bienes, cuando acababa de llegar a alta mar y se encontraba aún bajo la vigilancia del faro de la isla de Wigth.

Que se sepa, no hay en la hora actual más que una sola persona salva. Toda la tripulación, todos los pasajeros, con excepción de este marinero, se han perdido sin remedio.

El navío acababa apenas de salir del puerto, cuando los guardianes del faro le vieron estallar literalmente; después, en pocos minutos, desaparecer en el fondo de las aguas ...

¿Qué había ocurrido?

Algunas horas más tarde se sabría.

Los guardas del faro dieron inmediatamente la alarma. Los veleros se apresuraron a ir hacia el lugar del accidente. Los steamers que se encontraban en el puerto dieron todo vapor para llegar a socorrer -si era tiempo aún- a los supervivientes del desastre ...

¡Ay!, los salvadores debían llegar demasiado tarde.

Después de horas de búsqueda hubo por fuerza que regresar al puerto y dar los detalles del accidente.

Un solo barco, el Campbell, tuvo la suerte de recoger al único rescatado de esta catástrofe, verdaderamente sin precedentes en la historia de la navegación ...

Nuestro colega el Times ha podido entrevistar a este rescatado. Es un marinero llamado Jackson.

Ha hecho el siguiente relato:

Acabábamos de salir del puerto y nuestro navío estaba en plena marcha, cabeceando y balanceándose normalmente; la mar no era mala. Yo estaba empleado en guardar el lugar donde se encierran los equipajes cuando se produjo una explosión de una horrorosa violencia. Me parece oír todavía la detonación ... Provenía de la sala de las mercancías; estoy seguro; sin embargo, no podría dar más detalles, pues al minuto mismo, sentí que todo el navío estallaba ... Me vi precipitado al mar, aturdido por el choque, medio muerto, no dándome cuenta de lo que pasaba ... Cuando volví en mí, flotaba, pues tuve la suerte de ser enganchado por una boya ligada al empalletado.

Yo estaba alocado, como ustedes pueden comprender, no sabiendo demasiado lo que hacía; sin embargo, el instinto de conservación es tan fuerte, que me agarraba con todas mis fuerzas a este objeto perdido. Algún tiempo después, la tripulación del Campbell me divisaba y me sacaba de la peligrosa situación.

Juve, una vez aún, interrumpió su lectura:

- Un navío que estalla es cada día más incomprensible. Sin embargo, me imagino que no habría pólvora a bordo.

Juve leía el final del artículo y comprobaba en seguida la lista de pasajeros.

En efecto -dijo-; Etienne Rambert está señalado como pasajero de primera clase ... Es raro ...

Jéróme Fandor suspiró profundamente.

- ¡Oh! -dijo-. Es una fatalidad de la que no me consolaré nunca. Cuando el otro día usted mismo me declaró que yo no era culpable, yo no debía haberle escuchado y haber vuelto con mi padre ...

Jéróme Fandor hizo un gran esfuerzo para quedar dueño de sí. Juve le miró sin disimular la simpatía que sentía por este desgraciado muchacho.

- Escucha, muchacho -empezó-; créeme: por extraño que eso pueda parecerte, no te desesperes.

- ¿Qué quiere usted decir? Está bien acabado ahora ...

- Nada prueba que tu padre esté muerto.

- ¡Sí, sí! -afirmó Jéróme Fandor-. No ha leído el final del artículo, Juve; se dice bien claro que se ha buscado por todas partes y que es preciso renunciar a la esperanza de encontrar otros supervivientes de este horrible naufragio ...

- Puede ser que tu padre no estuviese a bordo.

- Pues, sí; figura en la lista de pasajeros.

Juve se paseaba a grandes pasos y parecía muy enervado; se volvió hacia el joven e insistió:

- ¡Vamos! Te digo que no te desconsueles. Hay todos los días errores de esta clase. Tu padre tenía la intención de embarcar, pero puede no haberlo hecho ...

Las afirmaciones del policía eran tan sorprendentes, que Jér6me Fandor se extrañó.

- Pero, en fin, ¿qué quiere usted decir, Juve? -preguntó.

El policía hizo un gesto de duda.

- No quiero decirte nada, muchacho, salvo esto, tú lo creerás si tienes un poco de confianza en mí: cometerás un error, un gran error, si te apenas en este momento ... Nada prueba tu desgracia ... y además te queda todavía tu madre ... Tu madre curará seguramente ..., ¿me entiendes? ¡seguramente!

Y como Jéróme Fandor permaneciese mudo de asombro, Juve, cambiando de repente de conversación, dijo:

- Hay algo que me gustaría saber. ¿Cómo diablos estás tú aquí?

- En mi pena, he pensado en seguida en usted -confesó Fandor-. Por eso, al enterarme del naufragio por este periódico, he venido inmediatamente a avisarle.

- Muy bien -respondió Juve-. Comprendo eso; pero, lo que no comprendo es cómo tú, Fandor, has podido adivinar que yo me encontraba aquí, en casa de Gurn.

Jéróme Fandor parecía turbado por la pregunta.

- Dios mío -comenzó-. Ha sido por azar, monsieur Juve ...

Juve le interrumpió:

- El azar es una explicación que se da a los imbéciles. Además, ¿por qué azar habrías podido verme entrar aquí? ¿Qué diablos hacías en la calle de Levert?

Cada vez más turbado, Jéróme Fandor se levantó e, intentando cortar las preguntas del policía, preguntó, haciendo ademán de dirigirse a la antesala:

- ¿Se va usted?

Juve le detuvo.

- ¡Respóndeme, si gustas! ¿Cómo sabías que yo estaba aquí?

No había duda. Era preciso confesar la verdad. Jéróme Fandor confesó:

- Le había seguido ...

- ¿Me habías seguido? ¿Desde dónde?

- Desde su casa.

- Entonces -precisó el policía- di en seguida que tú me sigues.

Tomando aliento. Jéróme Fandor confesó:

- ... ¡Pues bien!, sí, Juve ... ¡Es verdad! Le sigo .... le sigo todos los días ...

Juve estaba en el colmo de la estupefacción.

- ¿Todos los días? ¡Y yo no me he enterado! Eres muy hábil ...

Y como Jéróme Fandor se callase, el policía exclamó:

- Al diablo, si comprendo por qué ejerces esa vigilancia.

Jéróme Fandor bajó la cabeza.

- Excúseme -dijo-. He hecho una tontería. He creído que ... usted era ¡Fantomas! ...

La suposición del joven Jéróme Fandor divirtió de tal manera al policía, que se dejó caer en una butaca para reírse a sus anchas.

- Palabra -dijo-. Tienes imaginación ... ¿y por qué te imaginabas que yo era Fantomas?

- Monsieur Juve -explicó Fandor-, me he jurado llegar a la verdad y descubrir al criminal que ha arruinado mi existencia. Pero no sabía por dónde empezar mis pesquisas. Después de lo que usted me había dicho, comprendí que Fantomas era un hombre extraordinariamente hábil. Ahora bien: yo no conocía más que a uno que pudiera parecer tan hábil como él ...: ¡usted! Entonces, le he vigilado. ¡Era lógico!

- Escucha, muchacho -dijo-. Estoy muy asombrado de lo que acabas de decirme ... En primer lugar, tu razonamiento no es malo del todo. Y además, me has seguido sin que me haya apercibido ... Eso está muy bien ...

El policía miró atentamente al joven; después prosiguió, poniéndose serio:

- Bien, bien; respóndeme francamente: ¿estás convencido ahora de lo falso de tu hipótesis? ¿O bien sospechas todavía?

- No, monsieur Juve -afirmó Fandor-. No sospecho ya desde que le he visto entrar en esta casa. Fantomas no hubiera venido a indagar en casa de Gurn, porque ...

El joven se interrumpió. Juve le miró con ojos penetrantes, intrigado:

- ¿Quieres que te diga una cosa? -dijo al fin-, Pequeño Fandor, si continúas, en la carrera que has elegido, mostrando tanta reflexión, tanta iniciativa, como acabas de demostrar, serás, y rápidamente, te lo aseguro, el primer periodista policíaco de nuestro tiempo.

Cuando el joven iba a contestar, Juve le arrastró.

- Ven -dijo-. Es preciso que vaya al Palacio de Justicia con toda urgencia.

- ¿Tiene usted algo de nuevo?

- Voy a pedir que se convoque a un testigo interesante en el caso Gurn ...

***

Desde hacía algunos minutos la lluvia, que sin cesar había caído intensamente toda la mañana y toda la tarde, acababa de parar.

El mayordomo Dollon, entendiendo el brazo por la ventana, comprobó que apenas caían aún algunas gotas de agua del cielo gris y, atravesando el cuarto, llamó a su hijo:

- ¡Jacques! ¿Dónde estás?

- En el taller.

El anciano mayordomo sonrió ...

* * *

Cuando, algunos meses después de la muerte de la marquesa de Langrune, la baronesa de Vibray le había tomado a su servicio, contenta de atraerse un auxiliar tan fiel, había venido a instalarse en uno de los pequeños pabellones dependientes de las tierras de Quérelles, Dollon no había previsto ciertamente que el destino de sus hijos iba a cambiar rápidamente.

Madame de Vibray había tomado, realmente, un gran afecto por la joven Elisabeth, que, además, Thérese Auvernois trataba como amiga, y por el pequeño Jacques, un niño que, decía ella, era demasiado inteligente para que fuera un crimen no ayudarle a abrirse camino.

Muy mezclada en el mundo de los artistas, la baronesa de Vibray había quedado asombrada ante las disposiciones que el joven Jacques demostraba por la escultura. Este adolescente, sin maestro de ninguna clase, se divertía en esbozar en arcilla pequeñas estatuas que, muy indulgente, la baronesa de Vibray declaraba interesantes. También, a pesar de las aprensiones del anciano Dollon, poco tranquilo por esa orientación dada a su hijo, había tendido a favorecer el gusto del joven dotándole de las herramientas indispensables a la escultura: banquillos, cinceles, etc.

- ¿Quieres venir conmigo? -propuso el anciano mayordomo cuando acudió su hijo-: Voy hasta el arroyo a ver si han levantado bien las esclusas.

Acompañado de su hijo, el mayordomo bajó al jardín y se preparaba a dirigirse hacia el pequeño arroyo que bordeaba, por un lado, el parque del castillo de madame Vibray, cuando el joven le detuvo.

- Mira, papá, el cartero nos hace señas.

Brusco, pero buen hombre, el peatón que hacía el servicio en las tierras de Quérelles, uniéndose, en efecto, al intendente, gruñó:

- ¡Ah, monsieur Dollon! Cómo me hace usted correr. Ya he venido esta mañana para traerle el correo y no estaba. Tengo una carta oficial, monsieur Dollon, en el correo, y tengo que entregársela a usted personalmente ...

Y le tendió un sobre que Dollon abrió.

- ¿Oficina del juzgado de instrucción? -dijo, mirando el membrete del papel-. ¿Quién diablos puede escribirme del Palacio de Justicia?

Y leyó en voz alta:

Señor: No teniendo tiempo de envlarle por medio del ujier una citación regular, le ruego tenga la amabilidad de presentarse urgentemente, pasado mañana si es posible, en París, en mi despacho, ya que su declaración me es absolutamente necesaria para concluir un asunto cuya solucíón le interesa. Deberá traer, sin excepción, todos los papeles que se le han remitido por la escribanía criminal de Cahors desde la conclusión del caso Langrune ...

- ¿Está firmado? -preguntó Jacques Dollon.

- Está firmado: Germain Fuselier. He leído a menudo este nombre en el periódico; es, en efecto, el de un juez de instrucción muy conocido ...

Dollon releyó otra vez aún la carta que le convocaba a París; después dijo al cartero:

- Escuche, Milaud, ¿tomaría usted un vaso de vino?

- ¡Caramba! ..., eso nunca se rechaza ...

- Pues bien: entonces entre un minuto en casa. Yo voy en seguida a redactar un telegrama, mientras que Jacques le acompaña; y usted me hará el favor de depositarlo por mí en telégrafos.

Mientras que el cartero apagaba la sed, el mayordomo Dollon redactaba la respuesta:

Monsieur Germain Fuselier, juez de instrucción de París: Saldré de Verrieres mañana, doce de noviembre, por la tarde, en el tren de las siete y veinte. Llegaré a París a las cinco de la mañana; fíjeme hora convocatoria por telegrama al hotel de Francs-Bourgeois, calle de Bac 152.

Firmó, Dollon. Releyó el telegrama. Después, pensativo, dijo:

- Siempre lo mismo. ¿Para qué me querrán?
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