Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO DECIMOSÉPTIMO. En El cerdo de San Anton CAPÍTULO DÉCIMONONO. Jerome FandorBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO DÉCIMOCTAVO

Un prisionero y un testigo



Juve había hablado con un tono que no admitía réplica.

En el día que empezaba a despuntar y que azuleaba la noche, la luz parpadeante del farol dibujaba una aureola amarilla sucia. El joven había tratado de huir visiblemente de este destello de luz; dio algunos pasos ... Pero Juve le retuvo por el brazo.

- ¡Vamos, responde! ¿Tú eres Charles Rambert, tú eras mademoiselle Jeanne?

- ¡No comprendo! -afirmó Paul.

- ¡En Verdad! -desdeñó Juve.

Un coche nocturno pasó cerca; él le llamó.

- ¡Sube! -ordenó abriendo la puerta y haciendo pasar al joven.

Juve, inclinándose hacia el cochero, le dio una dirección; luego, a su vez, entró en el coche.

Permaneció algunos minutos sin hablar; después, volviéndose hacia su compañero, le preguntó:

- ¿Crees que es hábil negar? ¿Crees que no salta a la vista que eres Charles Rambert y que te habías disfrazado de mademoiselle Jeanne?

- ¡Pero usted está equivocado! -dijo Paul-. ¡Charles Rambert está muerto! ...

- ¡Vayal ¿Sabes eso? ¿Reconoces, entonces, que no ignoras de lo que hablo?

Un vivo enrojecimiento tiñó el rostro del joven Paul, que se puso a temblar.

Juve, mirando por la portezuela, haciendo como que no miraba a su compañero, sonreía levemente ...

- ¿Qué dices? -rió ...

Y continuó, con un tono divertido:

- Es estúpido negar lo que no puede negarse ... Por otra parte, deberías pensar que si yo sé que tú eres Charles Rambert, sé también otras cosas ...

- ¡Pues bien, sí! -confesó el joven Paul-. Yo soy Charles Rambert y he estado disfrazado de Jeanne ... ¿Cómo lo ha sabido? ¿Por qué estaba usted en El Cerdo de San Antonio? ¿Venía a detenerme?

- ¡Puede ser!

- ¡Oh!, monsieur Juve, ¿adónde me lleva usted ahora? ¿A la cárcel? ¿A la Comisaría?

Juve alzó los hombros.

- Eres demasiado curioso, muchacho ... Por otra parte, debes conocer París y, por consiguiente, adivinar poco más o menos, por el camino que sigue este coche, la dirección que he dado al cochero ...

- Sí -respondió Charles Rambert-. Eso es lo que me da miedo ... Estamos en los muelles ...

- Y cerca de la Prefectura, muchacho ... Ahora es inútil dar escándalo. Déjate conducir ...

El coche, algunos minutos después, daba la vuelta por el muelle de l'Horloge y se paraba en esa Tour Pointue, que tiene entre los malhechores una reputación tan espantosa, puesto que señala a la vez la entrada de los servicios de la conserjería y de los subterráneos que conducen a la prisión central.

Juve bajó del coche e hizo bajar a su compañero; después, habiendo liquidado con el cochero, subió por la escalera que lleva al primer piso del edificio.

El policía enfiló un largo corredor, dio la vuelta por otro, abrió una puerta y, apartándose, ordenó con tono imperioso:

-´¡Entra!

Charles Rambert, obedeciendo a la invitación, penetró en una pequeña pieza, cuyo amueblamiento le permitió identificar la naturaleza y el nombre. Se encontraba en el cuarto de medidas del doctor Bertillon.

El policía, mientras, llamó en voz alta:

- ¡Héctor! ¡Haga el favor! ...

Un hombre, un empleado del servicio antropométrico, acudió, poniéndose a las órdenes de Juve.

- ¿Quién me llama? -preguntó.

- ¡Yo!

- ¡Ah, monsieur Juve! ¿Trae usted liebre? ... ¿Ya? ... ¿Tan temprano? ... ¿Cree que este bribón es un reincidente? ,..

- No -respondió Juve con tono bastante seco que no admitía más preguntas indiscretas.

Y continuó:

- No le pido, Héctor, que busque la ficha de mi compañero, sino que tome, y de la manera más minuciosa, las medidas necesarias referentes a este último ...

El hombre se asombró vagamente de la petición del policía, pues no era corriente ejecutar tales trabajos en una hora tan temprana.

Disgustado por haberle perturbado el dulce reposo a que se hallaba entregado, llamó a Charles Rambert y le ordenó secamente:

- ¡Vamos! En primer lugar a la toesa ...

Y como el joven se adelantase, él le interpeló:

- No te hagas el tonto, ¿eh?.. No necesitas fingir que ignoras lo que tienes que hacer ...; descálzate ...

Charles Rambert lo hizo y pasó a la talla; después, a una invitación del empleado, se dejó untar sucesivamente los dedos de tinta espesa para la impresión de la mano; se fotografió de frente y de perfil; luego, en último lugar, le midieron el espesor de la cabeza, de una a otra oreja, por medio de un compás de forma especial.

- ¡De verdad, monsieur Juve, no es muy locuaz su detenido! ... ¿Qué es lo que ha hecho?

Juve alzó los hombros, sin responder.

Mientras Charles Rambert, cada vez más asustado, comprendía que estaba irremisiblemente cogido, Juve, dejando la butaca donde había reposado, fue hacia él y, poniéndole la mano en el hombro, le ordenó con cierta dulzura:

- Ven. Hay todavía otras comprobaciones que quiero hacerte ...

Dejaron los dos la clara habitación del servicio antropométrico y siguieron por un corredor sombrío. Después, Juve, sacando una llave de su bolsillo, abrió una puerta y, haciendo pasar a Charles Rambert, anunció:

- Entra; este es el gabinete de investigaciones dinamométricas ...

Un extraño, un profano, habría casi supuesto, recorriendo la pieza donde Juve acababa de conducir a su prisionero, que era, sencillamente, un taller de carpintero.

Planchas de madera de diferentes formas, de espesor variable, de calidades diversas, estaban colgadas a lo largo ae la pared o tiradas en el suelo; en las vitrinas, placas de metal de una longitud de cinco a seis centímetros, más o menos gruesas se amontonaban en pilas.

Juve, después de cerrar cuidadosamente la puerta, advirtió al joven Charles Rambert:

- ¡Pardiez! Me preguntarás por qué te he traído aquí.

Sin dejar de hablar, Juve se quitó el sombrero; después, divisando una especie de mesita bastante alta, le quitó la funda gris.

El mueble estaba constituido por una especie de armazón metálico, con el punto de mira sobre un robusto trípode y formado por un platillo inferior, móvil de adelante atrás, mientras que las dos partes laterales en forma de arbotante y un travesaño de acero fuertemente clavado formaban la parte superior. Esta armazón soportaba dos dinamómetros a los que ordenaba un ingenioso mecanismo.

Juve, mirando a Charles Rambert, dijo:

- Esto es el dinamómetro de fractura del doctor Bertillon, jefe del servicio de antropometría en el que nos encontramos. Voy a servirme de él para comprobar en seguida si eres o no digno de un poco de interés ...

Juve deslizó en una muestra especialmente preparada una delgada tablita de madera que había sido cuidadosamente escogida de un montón de materiales dispuestos a lo largo de la pared. Sacó del cofre una herramienta que Charles Rambert, mezclado desde hacía algún tiempo con la gente del hampa, reconoció como una ganzúa.

- ¡Coge eso! -dijo Juve.

Y el policía añadió:

- Introduce esta ganzúa en esta ranura y apoya con toda tu fuerza ... Si consigues que la aguja varíe hasta un punto que yo conozco y que es difícil de alcanzar, lo confieso, pero no imposible, podrás felicitarte de tu suerte.

Estimulado por el ánimo que le daba el policía, Charles Rambert se apoyó con todas sus fuerzas sobre la palanca ... temeroso de no ser bastante vigoroso.

Juve detuvo pronto su esfuerzo:

- ¡Está bien! -dijo ...

Y, reemplazando la tablita de madera que había colocado en el aparato por una chapa de hierro, tendió otra herramienta al joven.

- ¡Vuelve a empezar! -le ordenó.

Algunos segundos después, Juve, con la lupa, examinó el trozo de madera y el trozo de hierro ... Hizo con la lengua un pequeño chasquido de satisfacción.

- Charles Rambert -dijo-, creo que vamos a hacer una buena obra esta mañana ... El nuevo aparato del doctor Bertillon es una invención útil ...

El inspector de la Sûreté iba, sin duda, a continuar dirigiéndose a sí mismo en monólogo elogioso, cuando un muchacho hizo su aparición en el cuarto.

- ¡Ah! ¿Está usted aquí. monsieur Juve? ... Le estoy buscando por todas partes. Hay alguien que quiere verle y que afirma que usted le recibirá ... Además, pretende que usted le ha citado ...

Juve cogió la cartulina que le tendía el chico de la oficina. Con una ojeada se dio cuenta de quién era.

- Está bien -dijo-. Haz entrar a ese señor en el salón y dile que en seguida voy ...

El muchacho salió. Juve miró a Charles sonriendo.

- Estás muy cansado -le dijo-. Por tanto, ante toda otra cosa, pues es cuestión de humanidad, es preciso que descanses ... ¡Vamos, sígueme! Te voy a llevar a un despacho en donde podrás tumbarte en un diván y dormir una hora por lo menos.

Llevó a Charles Rambert a una salita de espera, y como el joven, cediendo a sus instancias, se tendiera en el diván, Juve, al ver que no decía ni una palabra y que estaba muy pálido, muy ansioso, dijo, suavizando más todavía la voz:

- ¡Duerme! ... Es lo propio de tu edad ... Duerme tranquilo.

Juve abandonó la habitación después de haber requerido a un muchacho y haberle ordenado a media voz:

- Quédese con el señor, ¿comprende? Es un amigo ... Pero un amigo, ¿me entiende?, que no debe salir de aquí ... Voy a recibir a una visita; luego subiré en seguida ...

Dada la orden, Juve se apresuró a bajar al salón, donde, como acababan de decirle, le estaban esperando impacientemente.

El visitante se levantó al oír abrir la puerta y Juve se inclinó ceremoniosamente.

- ¿Hablo a monsieur Gervais Aventin? -preguntó.

- A él mismo -respondió el personaje-. ¿Y es monsieur Juve quien se encuentra ante mí?

- Sí, señor -respondió el policía, que, señalando un asiento a su interlocutor, se sentó a su vez en un sillón, detrás de una mesita sobrecargada de expedientes-. Señor -añadió Juve-, me he permitido escribirle una carta urgente, que usted debe haber recibido, cuando, después de unos informes que mandé hacer sobre usted, pude convencerme que es usted persona de conciencia y que no me podrá desairar, ya que se trata de colaborar en una obra de justicia y de verdad ...

El visitante parecía vivamente sorprendido.

- ¿Ha pedido usted informes míos, señor? ... ¿Y por qué? ¿De dónde me conoce usted?

Juve sonrió.

- ¿Es verdad -dijo, sin responder con precisión, pues le gustaba bastante, como buen policía que era, apasionado por su carrera, intrigar a sus interlocutores-, es verdad que usted se llama Gervais Aventin? ¿Que es usted ingeniero de Obras Públicas? ¿A punto de casarse? ¿Poseedor de una bonita fortuna? ¿Y que, en fin, ha hecho últimamente un corto viaje a Limoges? ...

El joven se inclinó sonriendo.

- Sus informes son exactos en todos sus puntos -respondió-, pero no veo hasta el presente qué delito se me puede haber imputado para dar motivo a sus indagaciones.

Juve sonrió otra vez.

- Me he preguntado, señor, por qué no había respondido a los anuncios que han aparecido en los periódicos y en los cuales se hacía discretamente saber que la Policía buscaba a todos los viajeros que habían tomado el tren ómnibus de París-Luchon el veintitrés de diciembre por la noche, en primera clase.

Esta vez, el joven se turbó.

- ¿Está usted a sueldo de mi futuro suegro?

Juve soltó una carcajada.

- Confiese que usted tomó el tren que le indico, en Vierzon, donde va a casarse, para ir a Limoges a ver a una amiguita ...

- Ignoraba que la Policía oficial se encargaba de espiar.

- ¡Basta de bromas! -dijo Juve-. ¡Me importan poco sus andanzas mujeriegas, señor! ... Son informes, informes muy diferentes, los que yo deseo de usted ...

Gervajs Avenlin pareció asustado esta vez.

- No comprendo nada de todo esto -dijo-. ¿Qué quiere usted saber?

- Esto, buenamente: ¿en qué condiciones hizo el viaje? ¿En qué vagón subió usted? ¿A quién vio en ese vagón?

- ¿Por qué me pregunta todo eso?

- Señor -respondió Juve-, porque tengo motivos para creer que viajó usted esa noche con un asesino que ha cometido un crimen horrible ...

El joven se echó a reír.

- Prefiero eso -confesó- a una investigación sobre mis amores acabados. Subí al tren, señor, en Vierzon, acomndándome en un vagón de primera clase ...

- ¿Cómo era ese vagón?

- Con pasillo ..., de modelo antiguo ...

- Sí -prosiguió Juve-, conozco la disposición de esos vagones: el tocador está en el centro, ¿no es verdad?, y los departamentos que se encuentran en los extremos son, en suma, departamentos parecidos a los de los coches ordinarios, sin pasillo. pero de siete plazas, y, además, en uno de los lados del vehículo hay una puertecita que comunica con el pasaje económico.

- Eso mismo, señor. Tendrá todos los detalles cuando le diga que el departamento del final, en el que yo monté en Vierzon, era un departamento de fumadores.

- No -respondió Juve-, va usted muy de prisa. Dígame qué vio en los diferentes departamentos. Tomemos las cosas de más lejos ... Usted está en el andén de la estación ..., esperando el tren ... Este llega ... ¿Qué pasa? ...

Gervais Aventin sonrió.

- ¿Quiere usted que sea exacto? -observó-. Pues bien: una vez que se hubo parado el tren, busqué el vagón de primera clase. Subí al pasillo y, una vez dentro, quise elegir un departamento. Me acuerdo muy bien que, en primer lugar, fui hacia el departamento situado en la parte de atrás del tren, es decir, el departamento del final. Me fue imposible entrar en él, la puertecita que da al pasillo, y de la que hemos hablado hace un momento, había sido cerrada desde el interior.

- Muy bien -dijo Juve-. Ese departamento estaba vacío, lo sé.

- Al no poder entrar en ese departamento, volví sobre mis pasos y decidí instalarme en el segundo departamento empezando por el pasillo. Pero, en verdad, estaba de mala suerte: un cristal estaba roto y reinaba en este departamento un frío glacial ... Me limité al último departamento que me quedaba por visitar, es decir, el departamento que se encontraba al final del vagón, pero, esta vez, del lado de la cabeza del tren ..., el departamento de fumadores ...

- ¿Eran ustedes muchos?

- Creí al principio que iba a tener un compañero de viaje. El equipaje estaba dispuesto sobre una banqueta y una manta. Pero este viajero estaba, probablemente, en el tocador, pues yo no lo vi. Me extendí sobre la otra banqueta y me dormí. Cuando bajé en Limoges, mi compañero debía de hallarse de nuevo en el lavabo, pues me acuerdo muy bien que no estaba enfrente de mi.

- Pero, dígame, señor, cuando se despertó, ¿tuvo la impresión de que las maletas depositadas en la banqueta, enfrente de usted, habían sido cambiadas de sitio?

Gervais Aventin hizo un gesto dudoso.

- ¡No sabría responder afirmativamente, monsieur Juve! No oí nada y no dormía profundamente ...

- De manera -precisó Juve- que usted viajó en un vagón de primera clase del tren ómnibus de París-Luchon, en la noche del veintitrés de diciembre, y en ese vagón estaba el equipaje de un viajero que usted no vio ... ¡y que podía no estar allí!

- Sí. Mis informes son vagos. ¿No le bastan?

- Sus informes son de los más preciosos. Me enseñan todo lo que quería saber ...

- ¡Pues bien! -dijo-. Explíqueme, pues, a cambio, monsieur Juve, algo que me intriga. ¿Cómo supo usted que yo viajaba en ese tren?

El policía sacó su cartera, cogió de un bolsillito interior un billete de primera clase, que tendió al ingeniero, y dijo:

- Es muy sencillo: he aquí su ticket ... Yo mandé a buscar en todas las estaciones los billetes de primera clase que fueron entregados por los viajeros al bajar del tren.
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