Agustín Cortés Gaviño


Como un fantasma que buscara un cuerpo

Cuarta edición cibernética, enero del 2003

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés



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Indice

Presentación

Como un fantasma que buscara un cuerpo

Nos veremos en Macondo.

Nacido del sueño.

Y otras cosas inverosimiles.- Memoria de un fantasma desvalagado I.

Memorias de un fantasma desvalagado II.

Memorias de un fantasma desvalagado III.

Memorias de un fantasma desvalagado IV.

Memorias de un fantasma desvalagado V.

Memorias de un fantasma desvalagado VI.

Memorias de un fantasma desvalagado VII:


Presentación

Publicado en el año de 1973 en la Colección Zenzontle, el libro Como un fantasma que buscara un cuerpo, refleja a las mil maravillas el carácter y la forma de ser de mi hermano. El volver a leer las Memorias de un fantasma desvalagado, ha sido para mi una experiencia realmente reconfortable.

En los pensamientos expuestos en este libro, vuelvo a encontrar a mi hermano, el adolescente existencialista, rebelde, íntegro y con esa dignidad que siempre le caracterizo.

Leer nuevamente Memorias de un fantasma desvalagado constituyó para mi realizar un hermoso viaje al pasado, un pasado lleno de recuerdos, quizá no todos muy agradables, pero si lo suficientemente humanos como para poder volver a recrearlos con mucho cariño.

No hay más que decir que no sea el invitar a la lectura del libro todo y, particularmente, de Las memorias de un fantasma desvalagado.

Omar Cortés

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Como un fantasma que buscara un cuerpo

El marcha solo, infatigable,

encarcelado en su infinito,

como un solitario pensamiento.

como un fantasma que buscara un cuerpo.

Octavio Paz

Bajaras por la escalinata que conduce directamente a la fuente. En la mano derecha llevarás el viejo portafolios color mostaza y la izquierda sujetará la correa del bolso de piel gris que cuelga de tu hombro. Fijaras la mirada de esos tus ojos líquidos, como el agua que brota de la fuente, a través de las figuras de trasgos demoníacos que la decoran.

Te detendrás antes de descender el último escalón y esperaras hallarme aguardando - con un libro en las manos - la llegada de algún espíritu chocarrero.

Te miraré llegar, seguiré con la mirada cada paso tuyo, desde que empieces a bajar la larga escalinata. Sonreiré cuando te detengas, antes de bajar el último escalón, y trataré de pronunciar tu nombre en voz alta sin lograr que me escuches, debido al sordo rumor que produce el funcionamiento de la fuente.

Los muros del cuarto estarán cubiertos de un color verde oscuro, recordarán el húmedo musgo, el lamoso fondo de la fuente. El techo será blanco y en los rincones se desplegaran las inquietantes figuras de varias telarañas.

Estarás durmiendo, desnuda, a mi lado y con el tacto iré recorriendo el contorno de tu cuerpo: tus muslos, tus caderas, tus senos pequeños y temblorosos, tu largo y fino cuello - de un color más moreno -, tu rostro de facciones angulosas, tu sonrisa infantil de querube renacentista.

No sé qué palabras pronunciaremos, o si nos será dado pronunciar palabra alguna. Sentiré tu mano acariciar mi nuca y suavemente te besaré en una mejilla.

El tiempo es frío, largo, y una neblina fina cubre el parque concediéndole un aspecto fantasmal.

En una banca semiderruída leo sin mucho convencimiento cualquier libro. Cuando el viento sopla siento cómo se estrellan en mi rostro algunas gotas de agua, provenientes de la fuente decorada con trasgos y demonios. De vez en vez vuelvo la vista hacia la interminable escalinata y sonrío al imaginar tu llegada.

Mientras, quizá te deslizas por una calle mojada, sin pensar siquiera que en un parque - para ti desconocido - donde existe una larga escalinata y una fuente decorada con trasgos y demonios, alguien aguarda paciente tu llegada.

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Nos veremos en Macondo

Era la época en que querías hacerlo, los días en que algo como un frenesí se apoderaba del mundo y te envolvía sin remedio; los días de los pájaros sin alas y las serpientes picudas; los calurosos días de verano en que el cielo se transformaba en un monumental espejo azul.

Aún lo recuerdo, aún recuerdo el día que junto al estanque de los cisnes ilusionados me relatabas viejas historias del tiempo del Coronel Aureliano Buendía, y me describías aquel mundo alucinante recalentado por un sol inmemorial.

No ha pasado tanto tiempo para olvidarlo, por lo menos no aquí, en esta biblioteca donde los libros se deshacen si no los terminas de leer y donde busco la fórmula perdida para llegar al país de Nunca Jamás.

No puedo negar, te confieso, que he sentido en ocasiones deseos por saber qué pasa allá afuera, en ese mundo que olvidé una noche de invierno y no he podido volver a recordar.

Simplemente no puedo imaginar qué ha sido de tu vida, si todavía paseas por los bordes del estanque de los cisnes ilusionados, si aún te gusta sentir la frescura del agua sobre el rostro en el bosque de la lluvia perpetua o si no has olvidado el camino al jardín de los rosales perennes.

Quisiera pensar que aún es así, que nada ha cambiado, pero la razón me dice que eso es imposible, que las cosas se transforman y que en este mundo nada permanece. Es en esto último donde yo no quepo, cuando digo en este mundo me refiero al tuyo, a ese en el que un día viví, el que se me olvidó, el que para mí dejó de existir.

En el que ahora vivo nada es, todo se desliza, se mantiene flotando en una eterna corriente de olvido, nada cambia porque nada muere, todo permanece porque nunca ha sido. Tal vez consiga algún día encontrar la fórmula perdida, entonces te llamaré para que juntos vayamos al país de Nunca Jamás.

Desde mi lugar puedo mirar hacia el jardín, a través de las rejas veo a los otros buscadores pasearse con sus batas blancas y la mirada perdida en alguna fugaz visión del paraíso. Hay entre todos un pacto secreto, inviolable, que consiste en que cualquiera que encuentre la fórmula tendrá que comunicarlo a los demás. Cada cual tiene su método, el mío es leer todos los libros no escritos, aquellos que se deshacen si no se termina de leerlos, en ellos creo se encuentra la clave del misterio.

Quisiera saber de ti, si todavía existes. No pierdo la esperanza de volverte a ver, de escuchar de nuevo tu risa, de tocar de nuevo tus manos; tus manos suaves, delgadas, largas, inexistentes. Tal vez algún día, un día de estos, caluroso, vitalmente explosivo, nos volvamos a encontrar. Sí, tal vez un día de estos, en Macondo ...

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Nacido del sueño

Bienaventurados los que sueñan porque ellos verán a Dios.

Evangelio según Judas Iscariote.

Debe estar ahí, en el vacío de aquel atardecer. Acostado debajo de un árbol y con los ojos entrecerrados, sumido en ese estado de ensoñación que fue su vida entera.

No lo engendró nadie, nació del deseo. Dicen que cuando su madre lo supo rompió a llorar, pues bien sabía que el hijo que así había surgido en sus entrañas no serviría sino para soñar y ésa es una actividad dolorosa, terrible, maldita, en el mundo de los hombres.

Dicen también que su madre nunca mostró ninguna señal de llevarlo durante la preñez y que, en el momento del parto, no sintió ningún dolor, sino algo así como un suspiro que salió del vientre.

Desde pequeño dio muestras de sus peculiaridades, lo que le atrajo el desprecio del pueblo entero; por esto su madre lloraba todas las noches.

Se cuenta que hubo quien lo vio volar junto a las mariposas en primavera, y de quien lo vio transformarse en trucha para deslizarse en los ríos durante el verano.

Lo cierto es que jamás dio muestras de interesarse por nada en particular; nunca asistió a la escuela, ni se aplicó al aprendizaje de ningún oficio. Se le veía vagar por días enteros entre las montañas y bosques que rodeaban la población.

La pasividad de su existencia llegó a ser considerada subversiva y un sentimiento de antipatía se fue acrecentando en contra suya. Las autoridades civiles le temían porque era capaz de sobrevivir sin acatar ninguna de las convenciones sociales o legales; las eclesiásticas porque lo que de él se contaba contravenía los sagrados preceptos instaurados para el cómodo vivir de los ministros de Dios; y el pueblo entero por un instintivo sentido de defensa ante lo que representaba algo extraño, incomprensible y, por tanto, peligroso.

Todo lo anterior culminó una tarde airosa, cuando el hijo del Presidente Municipal desapareció y alguien comentó que había sido secuestrado por el soñador. El pueblo entero aprovechó la oportunidad y se lanzó contra la casa que se encontraba entre dos sauces llorones en una de las orillas del poblado.

La casa fue incendiada y la madre del soñador quemada con leña verde, pero él nunca pudo ser localizado. Tres días después apareció el hijo del Alcalde, que había tenido una aventura con un predicador homosexual.

Fue entonces que llegó el viento, un viento pertinaz, rencoroso, que todos los días barría las calles y debilitaba los muros de las casas. Poco a poco se realizó el éxodo, la gente fue abandonando el pueblo donde el viento no dejaba vivir, y las casas fueron desmoronándose y los campos se cubrieron de cizaña y serpientes.

Entonces el soñador regresó y ahora ha de estar ahí, bajo un árbol, con los ojos entrecerrados, escuchando silbar al viento.

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Y otras cosas inverosímiles

Memorias de un fantasma desvalagado

I

En verdad, en verdad os digo que estar vivo es una joda.

Evangelio según Judas Iscariote

A veces la gente se pierde en el vacío, como que se van convirtiendo en sombras, hasta que ya no queda nada de ellas; como que se diluyen así, sin más, simplemente porque ya no tienen donde existir su cuerpo (siempre me he preguntado sino es el alma la que contiene al cuerpo y no al revés como vulgarmente se cree).

También luego siento como que las ánimas en pena no son sino aquellas almas, suficientemente fuertes, que han perdido el cuerpo y que quieren seguir viviendo entre nosotros.

Pero total, la vida dura lo que tarda en consumirse un cigarro, lo que tarda un buen trago en irse aposentando suavemente entre la sangre.

Todo esto viene a propósito de que se hace de noche y de que los perros ladran allá a lo lejos, como queriendo prevenirnos de que algo anda mal, de que perdimos el rumbo y de que el polvo del tiempo no tiene vuelta de hoja posible.

También viene a propósito de que a estas horas el silencio va penetrando por todo el cuerpo, dejando que se escape la angustia, que había conseguido contener por todo el día, y que la soledad vaya tomando la forma de un dolor pesado, obsesivo, como el ladrido incesante de los perros.

Me abandono entonces al silencio, dejo que la angustia vaya saliendo y que la soledad me triture, con la esperanza de que se aburran y se larguen a fastidiar a otro lado y me dejen vacío y me quede sin sombra y me vaya diluyendo sin remedio.

Pero no se van, ha de existir un cordón umbilical que las mantiene unidas a mí, y las siento enroscarse, triturar, juguetear en mi alrededor, y siento que la solución no consiste en ahuyentarlas, sino en dominarlas, en transformarlas en materia positiva que dé fuerza de existencia al alma que contiene mi cuerpo y la haga ser en sí, encontrar su razón de ser en sí misma.

Ahora que, es de considerar, eso es bastante difícil cuando uno se encuentra en mitad de la oscuridad, solo, en un lecho frío, con los ojos pelones, asombrados ante el dolor de estar vivo y escuchando ladrar, allá lejos, a los perros ...

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II

Tu perfil se dibuja en la semioscuridad de la habitación. Te observo lejana, sumida en pensamientos que me son ajenos y un dolor indefinible me oprime la razón. En algún lugar una sinfonola deja escapar las notas de un bolero cursi.

Quisiera poder decirte cosas, cosas, cualquier clase de cosas que fueran capaces de establecer una real comunicación entre nosotros. Quisiera pasar mis manos por tu cuerpo, quisiera dejar mis labios abandonados en los tuyos, quisiera tantas cosas en medio de esta habitación semioscura en donde te defines como una forma vaga, inalcanzable, deslizándose entre la luz de neón que se cuela por las rendijas de la persiana y las notas del bolero cursi que sigue escuchándose.

El olor de tu cuerpo trae lejanas y sutiles imágenes de bosques encantados, de playas solitarias, de trigales ondulantes, de caminos que aún no son andados.

La soledad es el camino inevitable que me tocó seguir, la soledad que dibuja sombras fantasmagóricas en el techo de la habitación, de esta habitación de forma cónica en que me encuentro y donde negros murciélagos cuelgan en las paredes. Esta habitación que se expande y contrae como gigantesco pulmón.

El viejo bolero cursi ondula y se desliza, se cuela por las hendiduras y crea un halo de sonidos sordos, apagados, que envuelve el lecho en que descansa tu cuerpo, cuyo perfil contemplo y trato de fijar en mi recuerdo.

El olor de tu cuerpo, el volumen de tus senos, el sabor agridulce de tu pubis, todo eso que eres tú, que conforma tu perfil material, todo eso que me es tan lejano y que me produce esta sensación de desconsuelo, de desesperanza profunda.

Alargo una mano tratando de alcanzarte y sólo encuentro un vacío infinito, lamentable, dolorosamente helado.

Pero sé que estás ahí, donde tu perfil se dibuja, envuelto por la semioscuridad de la habitación y las notas de un bolero cursi. Y sé que representas la única salida de esta habitación cónica donde los negros murciélagos cuelgan de las paredes y donde la angustia me hace repetir una y otra vez tu nombre.

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III

Cuando comienzan a escupirse carajos la cosa es grave, porque eso significa que hay algo que ya no cabe allá adentro.

Entonces vas a un espejo y te miras sin descubrir nada, nada aparte de ese rostro que lentamente va desmoronándose a golpes de llanto contenido y palabras frustradas.

Y los carajos siguen ahí, uno tras otro, como la sombra de algún fantasma neurótico. Y como que tienen que salir, que escupirse antes que te estrangulen la poca vida que te queda.

Comienzas entonces a sentirte como una mentada de madre dicha a un huérfano, como un garañón castrado, como una prostituta con cinturón de castidad ...

Y la vida es entonces lo que siempre fue sin que te dieras cuenta: una interminable sucesión de absurdos ideados por algún dios esquizofrénico.

Piensas entonces en algún nombre, un nombre que sólo yo y tú sabemos, un nombre que se repite hasta el cansancio en las noches de cama fría y sexo abandonado, un nombre que es casi el símbolo de tu incapacidad para dominar tanto carajo que pugna por salir.

Y todo sigue igual, tú, con tu rostro quebrado frente al espejo y en la garganta una breve vibración que va creciendo, creciendo, hasta que sientes que ya está en la boca, que rebota en los labios y que los obliga a abrirse en un ruidoso y amargo ¡carajo!

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IV

Creerás que no lo puedo ver de esa manera. Creerás que no puedo concebir la vida como ese estado complaciente y egoísta de pura satisfacción material. Creerás que no puedo admitir la negación vital (de las propias inquietudes) en aras de un cúmulo de convenciones sociales vacías, hueras, sin posibilidad de trascendencia posible - tú les llamas matrimonio conveniente, trabajo bien remunerado, posición social aceptable; yo simplemente les llamo mierda -.

Ya sé que no soy nadie, que no tengo autoridad para hablar así, que no me interesa ningún Ing. Lic. o Dr., que anteponer a mi nombre y que si tengo estudios es por otra razón que tal vez jamás llegues a comprender.

Sé también que únicamente soy un pinchurriento poeta, un ser irresponsable e indigno, quizá, de ocupar altos puestos de responsabilidad, pero ya ves, yo todos esos conceptos me los paso por el arco del triunfo.

En este mundo, quiéraslo o no, todos nos tenemos que partir la madre, cada cual a su manera, pero todos, ¿entiendes? Y a los que menos se nos nota somos quizá los que más duro nos la partimos, porque somos conscientes de que nos la estamos partiendo ...

Pero para que te digo más si sé que no me vas a hacer caso o simplemente vas a reírte, para qué si tú ya comenzaste a ganar el mundo ...

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V

Que no te cuenten cuentos, que el vivir se pierde a veces entre el terror de estar vivo y te dejan desnudo a mitad de la noche.

Déjalos ladrar, soñar que viven su propio sueño, y dedícate a soñar tu vida ... y la de ellos.

Que no te vengan a decir que sólo de los cuerdos, de los normales es el mundo, porque te estarán mintiendo con cada sílaba.

Te acuchillarán el alma, es verdad, te perseguirán como perro rabioso, sin darse cuenta que en la rabia está la salvación, te injuriarán y te negarán no tres veces sino un ciento tres veces, pero eso es lo de menos. Lo de más estará en ti mismo, en la conciencia de que son tu sueño.

Que no te digan que vivir de rodillas es la posición más cómoda, porque ése es el mayor embuste que puede decirse. Que no te digan que Dios se encuentra allá, en los abismos metafísicos, porque Él está aquí, porque eres tú y es ellos y es todo - no es por otra cosa que tienen a Aquél clavado -.

Te temerán, es cierto, porque temen a todo lo que no comprenden y jamás podrán comprender al que está de pie ... de pie y soñando.

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VI

Cuando el silencio te degüelle el alma lo pensarás mejor. Te dirás entonces que tal vez yo no andaba tan equivocado y que todo aquel silencio era por algo.

Cuando la soledad - la de verdad, la que traspasa, la que no se grita, la que se sufre entre rodajas de angustia -, cuando la soledad, te digo, comience a deshilacharte los sentidos, comprenderás, tal vez, que vivir no es el mejor de los caminos, pero que tenemos que andarlo dándonos de putazos contra el viento.

Comprenderás, espero, que hay que lancear molinos y acuchillar ovejas para vencer el miedo; el miedo, si, el miedo de saber que alguien nos jugó una mala pasada y nos quitó de plano la posibilidad de crear.

Cuando, una noche cualquiera, sientas el lecho frío, sin mujer, sin donde reposar tu sexo y tu amargura, entenderás por qué el silencio es oro y las apariencias engañan.

Cuando, frente a una calle larga, que se pierde muy lejos, te sientas angustiado, perdido en tus recuerdos y sin saber por qué o para qué seguir y te mires las manos vacías y el sexo marchito y desolado de tanta espera y ansia y te mires los ojos, los ojos azorados y dispersos buscando una señal que nunca llega.

Entonces, cuando estés frente a ti, sin adiciones, sin falsos ornamentos y la única verdad seas tú mismo; entonces, digo, entonces, entenderás por qué se suicidan los poetas.

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VII

Para hablar de cosas tristes estamos aquí tú y yo. Para hablar, por ejemplo, de esos ojos que nunca se encuentran pero que se sabe existen.

Y es que no se puede hablar sino de cosas tristes cuando el calor del sol sólo se percibe entre las rendijas de la soledad, y eso es algo que sabes muy bien, como también sabes que de noche no se encuentran los caminos y que las estrellas están muy lejanas.

Pero la sangre se nos escapa y puede que no sepamos nunca en que lugar del infierno nos hallamos, si al final, al principio o en ninguna parte.

Y hay que hablar de algo, de insomnios enloquecidos, de fantasmas suicidas, de sexos encarcelados, de todo eso en lo que tú y yo podemos entendernos, porque para ti y para mí son lugares comunes.

Para hablar de cosas tristes nos pintamos solos, ¿verdad? Para darnos de topes con la angustia, con el dolor de no encontrar en quién disolver la soledad y en quedarnos callados cuando las tinieblas serpentean entre los dedos.

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