Índice de Edipo rey de SófoclesAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

EDIPO REY
QUINTA PARTE



CORO.- ¡Oh espectáculo desgarrador para todo mortal, oh cuadro el más lastimero que mis ojos han presenciado! ¿Qué locura, infeliz, qué locura te ha asaltado? ¿Cuál es el maligno espíritu que con brutal ímpetu se ha abalanzado sobre su ya insufrible desgracia? ¡Ay, ay, desdichado! Pero si ni a mirarte me atrevo, aun cuando tengo tantas cosas que decirte, tantas cosas que preguntarte, tantas que meditar en ti. ¡Tal es el estremecimiento que me causas!


EDIPO.- ¡Ay, ay, desgraciado de mi! ¿A qué rincón del mundo huiré, infeliz? ¿Dónde irá mi voz a perderse en la soledad? ¡Oh espíritu malo, hasta dónde te has abalanzado!


CORO.- ¡Hasta un abismo, para el oído, para los ojos!


EDIPO.- ¡Oh tinieblas, oh noche mía, insufrible, tan íntima a mí y tan inexplicable, tan irresistible, tan funestamente arrolladora! ¡Ay de mi! ¡Ay de mi una y otra vez, cuán adentro habéis entrado, punta de acero cruel y recuerdo de males más crueles!


CORO.- Nada de extraño que, en tan horrendas desdichas, dobles sean los males que lamentas, dobles los que sufres.


EDIPO.- ¡Oh amigo verdadero, pues sigues aún constante en asistirme! ¡Aún tienes paciencia para mirar por este ciego! ¡Ay de mi! No te desconozco, no; envuelto en tinieblas, aún reconozco el acento de tu voz.


CORO.- ¡Oh acciones las tuyas! ¿Cómo te has atrevido a desgarrarte así los ojos? ¿Qué mal espiritu te ha poseído?


EDIPO.- Apolo, Apolo ha sido, ¡oh amigos!, quien ha descargado sobre mi todos, todos estos males mios, tan míos. Pero el golpe no lo descargó nadie, sino yo, yo mismo. Porque ¿a qué había yo de tener ojos, si los ojos no habían de ver cosas que no fueran su tormento?


CORO.- Así es como tú dices.


EDIPO.- Sí, amigos, ¿qué puedo yo ya ver, qué puedo ya amar, qué pueden mis oídos escuchar, que sea para gusto mío? Sacadme, amigos, cuanto antes de aquí, sacadme; expulsad al ser más funesto, al mortal más execrado, al más aborrecido de todos los dioses.


CORO.- ¡Desdichado, y aún no más por tus desgracias que por lo que entiendes de elIas! ¡Así no las hubieras conocido jamás!


EDIPO.- ¡Maldito sea quienquiera que él fue, el que en la floresta arrancó mis pies de los crueles grillos y me libró de la muerte y me restituyó a la vida! ¡Maldito beneficio! Hubiera yo entonces muerto y no sería hoy el tormento de mis amigos y el de mi mismo.


CORO.- También yo lo deseara así.


EDIPO.- No hubiera lIegado a ser el matador de mi padre, ni las gentes me llamaran el marido de la que me dio el ser.

Mas ahora soy ya el dejado de los dioses, el fruto del infame himeneo, el miserable que dio a otros el ser alli donde él lo recibió. Y si todavía hay abominaciones más abominables, todas ellas han tocado en suerte a Edipo.


CORO.- No acierto a dar por bueno lo que has hecho. Para vivir ciego, mejor estuvieras muerto.


EDlPO.- No me digas que lo hecho no está bien hecho, ni me des ya más consejos. Que no sé yo con qué ojos había de presentarme y mirar, al bajar a los infiernos, a mi padre y a mi madre desventurada, habiendo cometido contra el uno y la otra cosas que con la horca aún quedan honradas.

¿O era en la vista de mis hijos, hijos nacidos como nacieron, en la que había de desear deleitarse mis ojos? No, no, estos ojos míos, jamás.

Ni la ciudad tampoco, ni sus torreones ni las sagradas estatuas de los dioses; de todo esto me privé para siempre yo, desventurado de mí; yo, el más famoso de cuantos han vivido en Tebas, cuando decreté que todos echasen de sus casas al impío, al declarado por los dioses como infame, al verdadero descendiente de Layo.

Y a estos ciudadanos, ¿con ojos serenos los había de mirar yo, después de haber descubierto la fea mancha de mí? Jamás, jamás; antes al contrario, si hubiera cómo obstruir las vías del sonido en los oídos, cerrara también al punto esa entrada a este miserable cuerpo, para que ni voz percibiera ni luz, que es dulce al alma vivir aislada de los males que por fuera la rodean.

¡Oh Citerón! ¿Por qué me recibiste? ¿Por qué al recibirme no me estrellaste al punto para que jamás llegase a revelar al mundo mi torpe nacimiento? ¡Oh Pólibo, oh Corinto y hogar que llamábamos paterno, qué belleza criabais en mí, encubriendo una postema! ¡Y al reventar he salido yo, malvado e hijo de malvados!

¡Oh tres caminos y escondido valle y encinar aquel, y desfiladero junto a la triple encrucijada, que de mis manos bebisteis la sangre de mi padre, que era la mía!, ¿os acordáis de lo que hice yo ahí y de lo que hice al llegar acá?

¡Oh himeneo, himeneo! Me diste tú la vida y por mi luego la diste tú mismo a otros, e hiciste fea amalgama de padres, hijos, hermanos, todo en uno mismo; y doncellas, esposas, madres y cuantas abominaciones son posibles en los hombres.

Mas, pues no es dado hablar de lo que está vedado, obrad, cuanto antes, y por los dioses, escondedme en alguna parte fuera de aquí o dadme la muerte o arrojadme al fondo del mar, donde no podáis verme jamás. Por favor, dignaos tocar a un hombre desdichado; por piedad, no me tengáis miedo, que males como los mios no puede soportarlos nadie sino yo.


CORIFEO.- Muy a tiempo para responder a tus deseos y darte consejo y ayuda ha llegado acá Creonte, que en faltando tú, es el único soberano de esta tierra.


EDIPO.- ¿Qué le voy yo a contestar, desdichado de mí, a este hombre? ¿Qué derecho tengo yo a que me dé crédito, yo que tan abiertamente injusto fui con él?


(Llega CREONTE, acompañado de otros)


CREONTE.- No vengo, Edipo, a insultarte en tu desgracia, ni tampoco a echarte en cara indiscreciones pasadas.

Vosotros (A los acompañantes de Edipo), si no tenéis miramientos a los ojos de los hombres, al menos, por respeto a esa sagrada luz del sol que todo lo vivifica, no tengáis así al descubierto tan fea mancha, que ni la tierra ni la sagrada lluvia ni la luz del cielo pueden soportar.

Llevadle sin demora a palacio, que reclama la piedad que males de familia no se vean ni se oigan sino en el seno de la familia.


EDIPO.- Por los dioses, ya que tan inesperadamente disipas mis recelos, mostrándote tan amable para con hombre tan detestable como yo, concédeme una gracia; por tu bien te la pido y no por mi interés.


CREONTE.- ¿Cuál es el favor que asi deseas alcanzar de mi?


EDIPO.- Echame cuanto antes de esta tierra, adonde no haya mortal que pueda hablarme.


CREONTE.- Hubiéralo hecho ya, Edipo, no lo dudes, si no hubiera creído mejor preguntar primero al dios lo que conviene hacer.


EDIPO.- Su voluntad bien la manifestó ya el dios: acaba con el parricida, con el impuro, conmigo.


CREONTE.- Así se dijo, es verdad. Con todo, en tan apretado trance, mejor es preguntar lo que hay que hacer.


EDIPO.- Pero ¿de veras hacéis así consultas en favor de un ser tan desdichado?


CREONTE.- Así darás tú también crédito a la respuesta del dios.


EDIPO.- Sí. Mas, en tanto, acoge tú mis ruegos y mi última voluntad.

A la que yace en palacio, dale el enterramiento que tu amor te inspire, que tú sabrás mirar por las honras de los tuyos.

En cuanto a mí, que jamás se vea esta mi patria condenada a tenerme vivo dentro de sus muros; déjame vivir en los montes, donde está el Citerón de Edipo, sepulcro mío propio, señalado en vida por mi padre y por mi madre; mátenme allí muertos los que vivos lo intentaron. Pues bien sé yo que ni las enfermedades ni males algunos han de acabar conmigo; que no hubiera escapado de las garras de la muerte si no fuera para mal alguno sin ejemplo.

Pero mi suerte ruede como ella guste.

Tampoco mis hijos varones te den mayor cuidado, Creonte; hombres son, y donde estén no les faltará con qué vivir.


(A una señal de CREONTE, vase un PAJE por el lado izquierdo)


EDIPO.- Pero a mis dos pobres y desgraciadas niñas, que jamás se llevaron el pan a la boca sin tener a su padre al lado, y que participaban de cuantos bocados gustaba su padre, cuidamelas con amor. Sobre todo, permíteme que llegue yo a abrazarlas y a llorar sobre ellas mis males. Sí, príncipe, otórgame, tú, noble por tu sangre; que si llego a estrecharlas en mis brazos, creeré que aún son mías, como cuando las veía con mis ojos.


(Oyese el lloro de las dos niñas de EDlPO, y entran estas, traídas por el PAJE)


EDIPO.- ¿Qué es esto? ¡Por los dioses! ¿No son mis dos hijitas las que oigo llorar? ¿No se ha compadecido de mí Creonte y me ha traído los más queridos de mis hijos? ¿No es verdad?

CREONTE.- Verdad; yo soy quien te las ha traído. Sé, por lo que con ellas antes te gozabas, lo que ahora te han de consolar.


EDIPO.- Seas tú bendito y, por tanta delicadeza, el cielo sea contigo más benigno que conmigo.

¿Dónde estáis, hijas mias? Venid a estas manos, hermanas de las vuestras; a ellas debéis, hijas, el ver como los veis los antes radiantes ojos de vuestro padre; padre que, sin verlo y sin saberlo, os ha sacado de donde él salió.

Lloro, hijas mias, ya que no me es dado ver vuestro rostro, al contemplar la triste vida que sin remisión os han de dar los hombres. ¿A qué reuniones de ciudadanos podréis acudir, a qué fiestas podréis asistir que no hayáis de volveros llorando y excluidas del espectáculo? Y cuando estéis en sazón ya para la boda, ¿quién será el hombre, hijas mias, quién el que no tenga empacho en cargar sobre si con las feas inculpaciones con que todos deshonrarán vuestro nombre y el de mis padres? ¿No están aquí todos los males juntos? Vuestro padre mató a su padre, se casó con la que a él le engendró, y os obtuvo a vosotras de alli mismo de donde él salió.

Todo esto se os echará en cara, y ¿quién pedirá vuestra mano? Nadie, hijas mías, nadie. Irremediablemente huérfanas y abandonadas, habréis de arrastrar vuestra miserable vida.

Mas tú, hijo de Meneceo, Creonte, que eres el único padre que les queda -pues nosotros, ella y yo, estamos ya sin vida-, no permitas que tus sobrinas vaguen mendigas y sin marido por el mundo, ni las midas con la medida de mis desventuras. Compadécete de ellas al verlas así tan abandonadas y sin más apoyo que el tuyo.

Prométemelo, noble Creonte, y dame en prueba de ello tu diestra.


(Se la da CREONTE)


EDIPO.- A vosotras, hijas, muchas cosas os dijera, si tuvierais ya edad; sean estas vuestras plegarias, hijas mías: que el cielo os conceda vivir en la moderación y gozar de suerte más feliz que la del padre que os engendró.


CREONTE.- Ya basta de lástimas, Edipo; vamos, entra en palacio.


EDIPO.- Habrá que obedecer, aunque a la verdad es doloroso.


CREONTE.- Las cosas son buenas cuando están a punto.


EDIPO.- ¿Sabes con qué condición obedezco?


CREONTE.- Puedes decírmela, y la sabré.


EDIPO.- Que me eches lejos de la patria.


CREONTE.- Al dios le toca eso, no a mí.


EDIPO.- Ya los dioses me han declarado su enemigo.


CREONTE.- Entonces tendrás pronto lo que pides.


EDIPO.- ¿Me lo prometes?


CREONTE.- Lo que no pienso, no me gusta decirlo inútilmente.


EDIPO.- Sácame, pues, ya de aquí.


CREONTE.- Camina, y deja ya a las niñas.


EDIPO.- ¡Oh, no!, no me las quites a estas.


CREONTE.- No quieras mandar en todo, que ni aquello en que mandabas te ha obedecido de por vida.


CORIFEO.- Ciudadanos de nuestra patria Tebas: Mirad el ejemplo de Edipo; él resolvia las misteriosas adivinanzas, él estaba en la cumbre del poder, no había quien no mirase con envidia su prosperidad y ventura. Mirad en qué abismo le ha hundido la desdicha.

A ningún mortal que esté aún en espera del último dia de su vida llaméis jamás feliz; esperad a que haya traspasado el umbral de la muerte sin caer en desventura alguna.


(Entra EDIPO en palacio. Síguenle CREONTE y LAS NIÑAS. El CORO se retira)

Índice de Edipo rey de SófoclesAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha