Índice de El decameron de Giovanni BoccaccioSexta jornada - Cuento octavoSexta jornada - Cuento décimoBiblioteca Virtual Antorcha

SEXTA JORNADA

CUENTO NOVENO


Guido Cavalcanti injuria cortésmente con unas palabras ingeniosas a algunos 'caballeros florentinos que lo habían sorprendido.


Advirtiendo la reina que Emilia se había desembarazado de su historia y que a nadie quedaba por novelar sino a ella, excepto a aquél que tenía el privilegio de decirla al final, ásí comenzó a decir:

Aunque, gallardas señoras, hoy me habéis quitado más de dos historias entre las que yo había pensado contar una, no ha dejado de quedarme una para contar en cuya conclusión se contienen tales palabras que tal vez ningunas se han contado de tanta sabiduría.

- Debéis, pues, saber que en tiempos pasados había en nuestra ciudad muchas bellas y encomiables costumbres (de las cuales hoy no ha quedado ninguna por causa de la avaricia que en ella ha crecido con las riquezas, que ha desterrado a todas) entre las cuales había una según la cual en diversos lugares de Florencia se reunían los nobles de los barrios y hacían grupos de cierto número, cuidando de poner en ellos a quienes soportar pudiesen cumplidamente los gastos, y hoy uno mañana otro, y así sucesivamente todos invitaban a comer, cada uno el día que le correspondiese, a todo el grupo; y a la mesa frecuentemente invitaban a nobles forasteros, cuando allí llegaban, o a otros ciudadanos; y también se vestían de la misma manera al menos una vez al año; y juntos los días festivos cabalgaban por la ciudad, y a veces justaban, y máximamente en las fiestas principales o cuando alguna noticia alegre de victoria o de otra cosa hubiera llegado a la ciudad.

Entre las cuales compañías había una de micer Betto Brunelleschi, a la que micer Betto y los compañeros se habían esforzado mucho por atraer a Guido, de micer Cavalcanti de los Cavalcanti, no sin razón, porque además de que era uno de los mejores lógicos que hubiera en su tiempo en el mundo y un óptimo filósofo natural (cosas de las cuales poco cuidaba la compañía) fue tan donoso y cortés y elocuente hombre que todo lo que quería hacer y de un noble era propio, supo hacerlo mejor que nadie; y además de esto era riquísimo y lo más que pueda decir la lengua sabía honrar a quien le parecía que valiese. Pero micer Betto nunca había podido tenerlo y creía él con sus compañeros que ello ocurría porque Guido, en sus especulaciones, muchas veces mucho se abstraía de los hombres; y porque en algunas cosas compartía las opiniones de los epicúreos se decía entre la gente vulgar que estas especulaciones suyas estaban solamente en buscar si podía probar que Dios no existía.

Ahora, sucedió un día que, habiendo salido Guido de Orto San Michele y viniendo por el corso de los Adimari hasta San Giovanni, que muchas veces era su camino, estando allí esos sepulcros grandes de mármol que hoy están en Santa Reparata y otros muchos alrededor de San Giovanni, y estando él entre las columnas de pórfiro que allí hay y aquellas tumbas y la puerta de San Giovanni, que cerrada estaba, micer Betto con su compañía a caballo, viendo a Guido allí entre aquellas sepulturas, dijeron:

- Vamos a gastarle una broma.

Y espoleados los caballos, a guisa de un asalto bullicioso estuvieron encima casi antes de que él se diera cuenta, y comenzaron a decirle:

- Guido, tú te niegas a entrar en nuestra compañía; pero di, cuando hayas encontrado que Dios no existe, ¿qué harás?

A quienes Guido, viéndose rodeado por ellos, prestamente dijo:

- Señores, en vuestra casa podéis decirme todo lo que os plazca.

Y poniendo la mano sobre una de aquellas tumbas, que eran grandes, como agilísimo que era dio un salto y se puso del otro lado y, librándose de ellos, se fue. Ellos se quedaron todos mirándose unos a otros y comenzaron a decir que era un aturdido y que lo que había contestado no quería decir nada, siendo como era que allí donde estaban no tenían ellos nada más que hacer que todos los demás ciudadanos, y no Guido menos que ninguno de ellos.

Micer Betto, volviéndose a ellos, dijo:

- Los aturdidos sois vosotros si no lo habéis entendido: nos ha dicho cortésmente y con pocas palabras la mayor injuria del mundo, porque, si bien lo miráis, estas sepulturas son las casas de los muertos, porque en ellas se los pone y se quedan los muertos; las cuales dice que son nuestra casa, y nos prueba que nosotros y los demás hombres incultos y no letrados somos, en comparación de él y de los otros hombres de ciencia, peor que muertos, y por ello al estar aquí estamos en nuestra casa.

Entonces todos entendieron lo que Guido había querido decir, y avergonzándose, nunca más le gastaron bromas; y tuvieron en adelante a micer Betto por sutil y entendido caballero.

Índice de El decameron de Giovanni BoccaccioSexta jornada - Cuento octavoSexta jornada - Cuento décimoBiblioteca Virtual Antorcha