Índice de El decameron de Giovanni BoccaccioNovena jornada - Cuento cuartoNovena jornada - Cuento sextoBiblioteca Virtual Antorcha

NOVENA JORNADA

CUENTO QUINTO


Calandrino se enamora de una joven y Bruno le hace un breve, con el cual, al tocarla, se va con él; y siendo encontrado por su mujer, tienen una gravísima y enojosa disputa.


Terminada la no larga historia de Neifile, sin que demasiado se riese de ella o hablase la compañía, la reina, vuelta hacia Fiameta, que ella siguiese le ordenó; la cual, muy alegre, repuso que de buen grado, y comenzó:

- Nobilísimas señoras, como creo que sabéis, nada hay de lo que se hable tanto que no guste más cada vez si el momento y el lugar que tal cosa pide sabe ser elegido debidamente por quien quiere hablar de ello. Y por ello, si miro a aquello por lo que estamos aquí (que para divertirnos y entretenernos y no para otra cosa estamos) estimo que todo lo que pueda proporcionar diversión y entretenimiento tiene aquí su momento y lugar oportuno; y aunque mil veces se hablase de ello, no debe sino deleitar otro tanto al hablar de ello. Por la cual cosa, aunque muchas veces se haya hablado entre nosotros de las aventuras de Calandrino, mirando (como hace poco dijo Filostrato) que todas son divertidas, osaré contar sobre ellas una historia además de las contadas: la cual, si de la verdad de los hechos hubiese querido o quisiese apartarme, bien habría sabido bajo otros nombres componerla y contarla; pero como el apartarse de la verdad de las cosas sucedidas al novelar es disminuir mucho deleite en los oyentes, en la forma verdadera, ayudada por lo ya hablado, os la contaré.

Niccolo Comacchini fue un conciudadano nuestro y un hombre rico; y entre sus otras posesiones tuvo una hermosa en Camerata, en la que hizo construir una honorable y rica casona, y con Bruno y con Buffalmacco concertó que se la pintaran toda; los cuales, como el trabajo era mucho, llevaron consigo a Nello y Calandrino y comenzaron a trabajar. Donde, aunque alguna alcoba amueblada con una cama y otras cosas oportunas hubiese y una criada vieja viviese también como guardiana del lugar, porque otra familia no había, acostumbraba un hijo del dicho Niccolo, que tenía por nombre Filippo, como joven y sin mujer, a llevar alguna vez a alguna mujer que le gustase y tenerla allí un día o dos y luego despedirla.

Ahora bien, entre las demás veces sucedió que llevó a una que tenía por nombre Niccolosa, a quien un rufián, que era llamado el Tragón, teniéndola a su disposición en una casa de Camaldoli, la daba en alquiler.

Tenía ésta hermosa figura y estaba bien vestida y, en relación con sus semejantes, era de buenas maneras y hablaba bien; y habiendo un día a mediodía salido de la alcoba con unas enaguas de fustán blanco y con los cabellos revueltos, y estando lavándose las manos y la cara en un pozo que había en el patio de la casona, sucedió que Calandrino vino allí a por agua y familiarmente la saludó. Ella, respondiéndole, comenzó a mirarle, más porque Calandrino le parecía un hombre raro que por otra coquetería. Calandrino comenzó a mirarla a ella, y pareciéndole hermosa, comenzó a encontrar excusas y no volvía a sus compañeros con el agua: pero no conociéndola no se atrevía a decirle nada. Ella, que se había apercibido de que la miraba, para tomarle el pelo alguna vez lo miraba, arrojando algún suspirillo; por la cual cosa Calandrino súbitamente se encalabrinó con ella, y no se había ido del patio cuando ella fue llamada a la alcoba de Filippo.

Calandrino, volviendo a trabajar, no hacía sino resoplar, por lo que Bruno, dándose cuenta, porque mucho le observaba las manos, como quien gran diversión sentía en sus actos, dijo:

- ¿Qué diablo tienes, compadre Calandrino? No haces más que resoplar.

Al que Calandrino dijo:

- Compadre, si tuviera quien me ayudase, estaría bien.

- ¿Cómo? -dijo Bruno.

A quien Calandrino dijo:

- No hay que decírselo a nadie: hay una joven aquí abajo que es más hermosa que una hechicera, la cual se ha enamorado tanto de mí que te parecería cosa extraordinaria: me he dado cuenta ahora mismo, cuando he ido a por agua.

- ¡Ay! -dijo Bruno-, cuidado que no sea la mujer de Filippo.

Dijo Calandrino:

- Creo que sí, porque él la llamó y ella se fue a su alcoba; ¿pero qué significa esto? A Cristo se la pegaría yo por tales cosas, no a Filippo. Te voy a decir la verdad, compadre: me gusta tanto que no podría decirlo.

Dijo entonces Bruno:

- Compadre, te voy a explicar quién es; y si es la mujer de Filippo, arreglaré tu asunto en dos palabras porque la conozco mucho. ¿Pero cómo haremos para que no lo sepa Buffalmacco? No puedo hablarle nunca si no está él conmigo.

Dijo Calandrino:

- Buffalmacco no me preocupa, pero ten cuidado con Nello, que es pariente de Tessa y echaría todo a perder.

Dijo Bruno:

- Dices bien.

Pues Bruno sabía quién era ella, como quien la había visto llegar, y también Filippo se lo había dicho; por lo que, habiéndose ido Calandrino un poco del trabajo e ido a verla, Bruno contó todo a Nello y a Buffalmacco, y juntos ocultamente arreglaron lo que iban a hacer con este enamoramiento suyo. Y al volver, le dijo Bruno en voz baja:

- ¿La has visto?

Repuso Calandrino:

- ¡Ay, sí, me ha matado!

Dijo Bruno:

- Quiero ir a ver si es la que yo creo; y si es, déjame hacer a mí.

Bajando, pues, Bruno y encontrando a Filippo y a ella, ordenadámente les contó quién era Calandrino y lo que les había dicho, y con ellos arregló lo que cada uno tenía que decir y hacer para divertirse y entretenerse con el enamoramiento de Calandrino; y volviéndose a Calandrino dijo:

- Sí es ella: y por ello esto hay que hacerlo muy sabiamente, porque si Filippo se diese cuenta, toda el agua del Arno no te lavaría. Pero, ¿qué quieres que le diga de tu parte si sucede que pueda hablarle?

Repuso Calandrino:

- ¡Bah! Le dirás antes que antes que la quiero mil fanegas de ese buen bien de impregnar, y luego que soy su servicial y que si quiere algo, ¿me has entendido bien?

Dijo Bruno:

- Sí, déjame a mí.

Llegada la hora de la cena y éstos, habiendo dejado el trabajo y bajado al patio, estando allí Filippo y Niccolosa, un rato en servicio de Calandrino se quedaron allí, y Calandrino comenzó a mirar a Niccolosa y a hacer los más extraños gestos del mundo, tales y tantos que se habría dado cuenta un ciego. Ella, por otra parte, hacía todo cuanto podía con lo que creía inflamarlo bien y según los consejos recibidos de Bruno, divirtiéndose lo más del mundo con los modos de Calandrino. Filippo, con Buffalmacco y con los otros hacía semblante de conversar y de no apercibirse de este asunto. Pero después de un rato, sin embargo, con grandísimo fastidio de Calandrino se fueron; y viniendo hacia Florencia dijo Bruno a Calandrino:

- Bien te digo que la haces derretirse como hielo al Sol: por el cuerpo de Cristo, si te traes el rabel y le cantas un poco esas canciones tuyas de amores, la harás tirarse de la ventana para venir contigo.

Dijo Calandrino:

- ¿Te parece, compadre?, ¿te parece que lo traiga?

- -repuso Bruno.

A quien repuso Calandrino:

- No me lo creías hoy cuando te lo decía: por cierto, compadre, me doy cuenta de que sé mejor que otros hacer lo que quiero. ¿Quién hubiera sabido, sino yo, enamorar tan pronto a una mujer tal que ésta? A buena hora iban a saberlo hacer estos jóvenes de trompa marina que todo el día lo pasan yendo de arriba abajo y en mil años no sabrían reunir un puñado de cuescos. Ahora querría que me vieses un poco con el rabel: ¡verás que buena pasada! Y entiende bien que no soy tan viejo como te parezco: ella sí se ha dado cuenta, ella; pero de otra manera se lo haré notar si le pongo las garras encima, por el verdadero cuerpo de Cristo, que le haré tal pasada que se me vendrá detrás como la tonta tras el hijo.

- ¡Oh! -dijo Bruno-, te la hocicarás; y me parece verte morderla con esos dientes tuyos como clavijas esa boca suya rojezuela y esas mejillas que parecen dos rosas, y luego comértela toda entera.

Calandrino, al oír estas palabras, le parecía estar poniéndolas en obra, y andaba cantando y saltando tan alegre que no cabía en su pellejo. Pero al día siguiente, trayendo el rabel, con gran deleite de toda la compañía cantó con él muchas canciones; y en resumen en tal desgana de hacer nada entró con tanto mirar a aquélla, que no trabajaba nada sino que mil veces al día, ora a la ventana, ora a la puerta y ora al patio corría para verla, y ella, según los consejos que Bruno le había dado, muy bien le daba ocasiones. Bruno, por otra parte, se ocupaba de sus embajadas y de parte de ella a veces se las hacía; cuando ella no estaba allí, que era la mayor parte del tiempo, le hacía llegar cartas de ella en las cuales le daba grandes esperanzas a sus deseos, mostrando que estaba en casa de sus parientes, donde él entonces no podía verla.

Y de esta guisa, Bruno y Buffalmacco, que andaban en el asunto, sacaban de los hechos de Calandrino la mayor diversión del mundo, haciéndose dar a veces, como pedido por su señora, cuándo un peine de marfil y cuándo una bolsa y cuándo una navajilla y tales chucherías, dándole a cambio algunas sortijitas falsas sin valor con las que Calandrino hacía fiestas maravillosas; y además de esto le sacaban buenas meriendas y otras invitaciones, por estar ocupados de sus asuntos.

Ahora, habiéndole entretenido unos dos meses de esta forma sin haber hecho más, viendo Calandrino que el trabajo se venía acabando y pensando que, si no llevaba a efecto su amor antes de que estuviese terminado el trabajo, nunca más iba a poder conseguirlo, comenzó a importunar mucho y a solicitar a Bruno; por la cual cosa, habiendo venido la joven, habiendo Bruno primero con Filippo y con ella arreglado lo que había que hacer, dijo a Calandrino:

- Mira, compadre, esta mujer me ha prometido más de mil veces hacer lo que tú quieras y luego no hace nada, y me parece que te está tomando el pelo; y por ello, como no hace lo que promete, vamos a hacérselo hacer, lo quiera o no, si tú quieres.

Repuso Calandrino:

- ¡Ah!, sí, por amor de Dios, hagámoslo pronto.

Dijo Bruno:

- ¿Tendrás valor para tocarla con un breve que te dé yo?

Dijo Calandrino:

- Claro que sí.

- Pues -dijo Bruno- búscame un trozo de pergamino nonato y un murciélago vivo y tres granitos de incienso y una vela bendita, y déjame hacer.

Calandrino pasó toda la noche siguiente cazando a un murciélago con sus trampas y al final lo cogió y con las otras cosas y se lo llevó a Bruno; el cual, retirándose a una alcoba, escribió sobre aquel pergamino ciertas sandeces con algunas cataratas y se lo llevó y dijo:

- -Calandrino, entérate de que si la tocas con este escrito, vendrá incontinenti detrás de ti y hará lo que quieras. Pero, si Filippo va hoy a algún lugar, acércate de cualquier manera y tócala y vete al pajar que está aquí al lado, que es el mejor lugar que haya, porque no va nunca nadie, verás que ella viene allí, cuando esté allí bien sabes lo que tienes que hacer.

Calandrino se sintió el hombre más feliz del mundo y tomando el escrito dijo:

- Compadre, déjame a mí.

Nello, de quien Calandrino se ocultaba, se divertía con este asunto tanto como los otros y junto con ellos intervenía en la burla; y por ello, tal como Bruno le había ordenado, se fue a Florencia a la mujer de Calandrino y le dijo:

- Tessa, sabes cuántos golpes te dio Calandrino sin razón el día que volvió con las piedras del Muñone, y por ello quiero que te vengues:'y si no lo haces, no me tengas más por pariente ni por amigo. Se ha enamorado de una mujer de allá arriba, y es tan zorra que anda encerrándose con él muchas veces, y hace poco se dieron cita para estar juntos enseguida; y por eso quiero que te vengues y lo vigiles y lo castigues bien.

Al oír la mujer esto, no le pareció ninguna broma, sino que poniéndose en pie comenzó a decir:

- Ay, ladrón público, ¿eso me haces? Por la cruz de Cristo, no se quedará así que no me las pagues.

Y cogiendo su toquilla y una muchachita de compañera, enseguida, más corriendo que andando, con Nello se fue hacia allá arriba; a la cual, al verla venir Bruno de lejos, dijo a Filippo:

- Aquí está nuestro amigo.

Por la cual cosa, Filippo, yendo donde Calandrino y los otros trabajando, dijo:

- Maestros, tengo que ir a Florencia ahora mismo: trabajad con ganas.

Y yéndose, se fue a esconder en una parte donde podía, sin ser visto, ver lo que hacía Calandrino. Calandrino, cuando creyó que Filippo estaba algo lejos, bajó al patio donde encontró sola a Niccolosa; y entrando con ella en conversación. y ella, que sabía bien lo que tenía que hacer, acercándosele, un poco de mayor familiaridad que la que mostrado le había le mostró, con lo que Calandrino la tocó con el escrito. Y cuando la hubo tocado, sin decir nada, volvió los pasos al pajar, a donde Niccolosa le siguió; y, entrando dentro, cerrada la puerta abrazó a Calandrino y sobre la paja que estaba en el suelo lo arrojó, y saltándole encima, a horcajadas y poniéndole las manos sobre los hombros, sin dejarle que le acercase la cara, como con gran deseo lo miraba diciendo:

- Oh, dulce Calandrino mío, alma mía, bien mío, descanso mío, ¡cuánto tiempo he deseado tenerte y poder tenerte a mi voluntad! Con tu amabilidad me has robado el cordón de la camisa, me has encadenado el corazón con tu rabel: ¿puede ser cierto que te tenga?

Calandrino, pudiéndose mover apenas, decía:

- ¡Ah!, dulce alma mía, déjame besarte.

Niccolosa decía:

- ¡Qué prisa tienes! Déjame primero verte a mi gusto: ¡déjame saciar los ojos con este dulce rostro tuyo!

Bruno y Buffalmacco se habían ido donde Filippo y los tres veían y oían esto; y yendo ya Calandrino a besar a Niccolosa, he aquí que llegan Nello con doña Tessa; el cual, al llegar, dijo:

- Voto a Dios que están juntos y llegados a la puerta del pajar.

La mujer, que estallaba de rabia, empujándole con las manos le hizo irse, y entrando dentro vio a Niccolosa encima de Calandrino; la cual, al ver a la mujer, súbitamente levantándose, huyó y se fue donde estaba Filippo. Doña Tessa corrió con las uñas a la cara de Calandrino que todavía no estaba levantado, y se la arañó toda; y cogiéndolo por el pelo y tirándolo de acá para allá comenzó a decir:

- Sucio perro deshonrado, ¿así que esto me haces? Viejo tonto, que maldito sea el día en que te he querido: ¿así que no te parece que tienes bastante que hacer en tu casa que te vas enamorando por las ajenas? ¡Vaya un buen enamorado! ¿No te conoces, desdichado?, ¿no te conoces, malnacido?, que escurriéndote todo no saldría jugo para una salsa. Por Dios que no era Tessa quien te preñaba, ¡que Dios la confunda a ésa sea quien sea, que debe ser triste cosa tener gusto por una joya tan buena como eres tú!

Calandrino, al ver venir a su mujer, se quedó que ni muerto ni vivo y no se atrevió a defenderse contra ella de ninguna manera: sino que así arañado y todo pelado y desgreñado, recogiendo la capa y levantándose, comenzó humildemente a pedir a su mujer que no gritase si no quería que le cortasen en pedazos porque aquella que estaba con él era mujer del de la casa. La mujer dijo:

- ¡Pues que Dios le dé mala ventura!

Bruno y Buffalmacco, que con Filippo y Niccolosa se habían reído de este asunto a su gusto, como si acudiesen al albproto, aquí llegaron; y luego de muchas historias, tranquilizada la mujer, dieron a Calandrino el consejo de que se fuese a Florencia y no volviera por allí, para que Filippo, si algo oyera de esto, no le hiciese daño.

Así pues, Calandrino, triste y afligido, todo pelado y todo arañado volviéndose a Florencia, más allá arriba no se atrevió a volver, molestado día y noche por las reprimendas de su mujer, y a su ardiente amor puso fin, habiendo hecho reír mucho a sus amigos y a Niccolosa y a Filippo.

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