Agustín Cortés

¿De dónde?

Cuarta edición cibernética, enero del 2003

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés




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Indice

Presentación.

¡Ya!

¿De dónde?

Un día de compras

¿Qué pasó en Sodoma?

Mecánica

Viceversa

¿Qué hay de nuevo, Moisés?

¡Cómprame una bomba, papá!

Himno de navidad.




Presentación

El libro que ahora presentamos de Agustín Cortés Gaviño fue editado en el mes de marzo del año de 1969 y registrado bajo el número 62608 en la Oficina de Registro de Derechos de Autor el 30 de junio de 1969.

Compuesto por diez cuentos escritos entre los años de 1965 y 1968, este libro es prueba fehaciente del interés manifiesto por el autor en torno a la literatura fantástica.

La relación entre este libro y la revista literaria Xilote (Revista literaria mexicana), de la cual Agustín fue director, resulta muy estrecha, sobre todo si tomamos en cuenta que el título del cuento que da nombre a este libro, corresponde al primer cuento publicado por el autor en el Nº1 de la revista literaria Xilote, correspondiente al primer bimestre de 1967.

No está de más el señalar que parte de la canción que Lulú, la heroína del cuento titulado ¡Hey Franky! interpreta, fue publicada en la contracarátula del tercer EP del grupo de rock mexicano Antorcha.

En cuanto al contenido de los cuentos, particularmente llamamos la atención del lector sobre Un día de compras, publicado por primera vez en el número tres de la revista Xilote, correspondiente a Mayo - Agosto de 1967, y ¡Cómprame una bomba, Papá! los cuales son a nuestro parecer, simple y sencillamente excelentes.

Otro cuento muy recomendable lo es, sin duda, ¡Hey Franky!

De los cuentos aquí publicados guardamos recuerdos sumamente agradables, por haber constituido su temática charla de sobremesa en la interminables pláticas y discusiones que manteníamos después de haber comido o cenado.

Esperamos que esta edición virtual sea del agrado de los visitantes de ANTORCHA.NET, logrando el propósito de ir dando a conocer, poco a poco, a través de la Red de Redes, la obra de Agustín Cortés, fallecido el pasado 9 de diciembre del año 2000.

Chantal López y Omar Cortés

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¡Ya!

El cavernícola se sentó sobre una roca, y tomando dos piedras las frotó hasta producir una chispa que trajo como consecuencia el fuego. Entonces se puso de pié y en su primitiva lengua exclamó:

- ¡He llegado a la cumbre del saber!

El científico oprimió el switch y el cohete se elevó de su plataforma a conquistar los cielos. Lo vio alejarse y satisfecho exclamó:

- ¡He llegado a la cumbre del saber!

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¿De dónde?

Para Adán y Eva.

Hacia un día espléndido y no resistía la tentación de salir a pasear al campo. En mi auto devoré varios kilómetros por la carretera federal y después por un camino de terracería. Después de haber recorrido unos ocho kilómetros me detuve y estacioné el auto debajo de un pirul, para que quedara en la sombra, y me dispuse a caminar.

Caminé no sé cuanto, el caso es que llegué a la rocosa falda de un cerro. Busqué un lugar sombreado para descansar y no acababa de acomodarme cuando ente unos arbustos descubrí la entrada a una cueva; en principio no le presté atención, pero luego la curiosidad me fue dominando y acabó por vencerme, así que saqué la lámpara que siempre llevo conmigo para casos de emergencia y me dispuse a entrar.

Aquella cueva parecía sacada de un cuento de Las mil y una noches; se conocía que durante muchos, muchos años, nadie había penetrado y que mi descubrimiento había sido casual, ya que tuve que quitar gran cantidad de yerbas y telarañas para poder entrar; cuando lo logré y me encontré adentro, me dediqué a explorar. El aire que ahí se respiraba era un aire con olor a siglos, con olor a tiempo.

Recorrí cuidadosamente la cavidad revisando todo minuciosamente. Mediría aquella cueva unos cuatro metros de fondo, tres de ancho por dos de altura, aproximadamente, y salvo dos o tres alimañas que aplasté, se encontraba vacía. Decepcionado de mi descubrimiento disponía a marcharme cuando encontré aquello; estaba semienterrado entre un montón de piedras y lo encontré debido a que la pluma fuente resbaló de mi bolsillo al agacharme para examinar el suelo. La pluma rodó hacia un rincón y al ir a recogerla me llamó la atención un objeto amarillento entre unas piedras; lo desenterré y desempolvé cuidadosamente. Era una especie de cuaderno de notas, ya amarillento por el paso del tiempo.

En principio supuse se trataba de un cuaderno de notas olvidado por algunos excursionistas, pero como la cueva se encontró oculta por no sé cuántos años - o siglos -, resultaba a fin de cuentas un descubrimiento bastante interesante. La deposité cuidadosamente en mi bolsillo y regresé al auto.

Una vez de regreso al auto, decidí quedarme lo que quedaba de la tarde revisando así mi descubrimiento. Noté inmediatamente que aquella libreta no era de papel, sino de una especie de plástico muy delgado pero enormemente resistente a la vez, algo que nunca en mi vida había visto. La escritura se encontraba un poco borrosa y aunque contenía ciertos términos raros que yo no conocía, se encontraba en un español bastante legible. La cubierta estaba completamente borrada pero en la primera página comenzaba:

Kuarta Boltta de 235/134

Hoy papá trajo los boletos para el gran viaje a Corrtac y como regalo por haber cumplido los diez kopros me van a llevar.

Por lo ahí expuesto supuse que se trataba de algo escrito por un niño. Intrigado por los términos traté de seguir leyendo ya que había palabras borrosas y otras cuyo significado desconocía:

Sexta Boltta 235/134

Mamá está preparando todo para el gran viaje, ya hizo las maletas. Hoy no salí a jugar con mi perrobot ya que reprobé en cálculo infinitesimal, que según el robot maestro es una materia importante y esencial en los primeros estudios, así que me castigaron y tampoco podré ver esta noche la trivisión.

Séptima Boltta de 235/134

Mañana saldremos al gran viaje. Yo estoy muy ilusionado, todos lo saben en la tecnoescuela y me tienen envidia.

Décima Boltta de 235/134

Ha pasado algo horrible. Hace tres Bolttas que salimos en el gran viaje, en el camino nos sorprendió una tormenta cósmica, los instrumentos del transvort se dañaron y nos hemos desviado muchísimo de la ruta. El transvort marcha sin control, no sabemos qué hacer, se cortó la comunicación y quién sabe a dónde iremos a parar. Escribo para tener menos miedo.

Octava Boltta de 236/134

Después de mucho tiempo de viajar sin control hemos caído en un curioso mundo que según papá apenas se encuentra en su primer ciclo de evolución.

El transvort cayó a gran velocidad y se estrelló estrepitosamente resultando heridos varios de los cuarentitrés pasajeros. Como no sabemos cuándo podremos salir de aquí sólo escribiré de vez en vez para que no se acabe el material.

Séptima Boltta de 305/134

Se me había olvidado escribir porque hemos estado ocupados en protegernos de las enormes bestias que nos acechan y que ya han devorado a cinco de nosotros. Hemos perdido la esperanza de poder salir algún día de aquí y tan sólo vamos a tratar de sobrevivir por puro instinto.

Tercera Boltta de 12/135

Los mayores tienen un aspecto chistoso: el pelo les ha crecido y se cubren con pieles de los animales que han logrado cazar ya que sus primeras ropas se acabaron.

Han muerto más de diez y sólo han nacido dos, la diferencia es clara.

Novena Boltta de 15/137

He crecido mucho en estos kopros. No había escrito porque no tenía grabador y hasta hace poco me encontré casualmente uno entre los restos del transvort.

Tengo poco que contar, pues esto parece ser una pesadilla; no tenemos ni la menor idea de cuál es el punto del universo en que nos encontramos.

Jamás podremos salir de este horripilante mundo donde nuestra vida se limita a encerrarnos en las cavernas y en salir unas cuantas horas a cazar para comer. La energía de nuestras armas se ha agotado y nos defendemos de las gigantescas bestias únicamente con piedras afiladas y palos.

No sé hasta cuándo pueda volver a escribir ya que nos iremos a otras cuevas pues los volcanes de la región han iniciado su erupción.

Interrumpí la lectura para poder ordenar mis ideas. ¡Aquello era sorprendente! Me pellizqué pero no estaba soñando. ¡Ante mis ojos tenía la prueba más extraordinaria del origen de la humanidad!

Después de poner en orden mis pensamientos volví a la lectura:

Kuarta Boltta de 185/195

Después de una interminable caminata que nos resultó sumamente penosa, encontramos unas cavernas bastante protegidas. En el trayecto murieron siete y nacieron tres.

Conocí a Virna y nos unimos. Escribo a la luz de una hoguera mientras espero que nazca mi primer hijo.

Nuestro aspecto se ha trasformado notablemente ya que los músculos se nos han ido desarrollando un tanto desproporcionadamente debido a los esfuerzos y al ejercicio. A los pequeños se les están desarrollando enormemente las quijadas debido a lo duro de la carne que comemos casi cruda. Es curiosa la forma en que el medio opera en nosotros.

Aquí hay varias páginas cuya lectura resulta prácticamente imposible por el paso de los siglos.

Décima Boltta de 14/300

No sé si la fecha sea exacta, tanto tiempo ha transcurrido que ya no llevo la cuenta, pero según calculo ya he de tener cerca de cincuenta kopros. Además, las circunvoluciones de este mundo son de diferente magnitud a las del nuestro.

Nuestro grupo ha aumentado notablemente ya que en la actualidad somos noventa de diecisiete que llegamos. Tuve diez hijos. Virna murió devorada por una bestia. Soy el único que se acuerda de escribir, pues por la falta de material nadie más ha aprendido y de los pocos viejos que quedamos, sólo yo me acuerdo, pues soy el único que tiene material y éste ya se está acabando. Debido a esto último, sólo esperaré que ocurra algo notable para anotarlo.

En este mundo todos los días son iguales. Es una constante lucha contra los elementos y los espantosos monstruos que lo pueblan.

Siguen varias páginas corroídas y sólo al final se puede leer:

Octava Boltta de ...

No pongo fecha ya que he perdido en absoluto la noción del tiempo. Soy el único que queda de los sobrevivientes del transvort, pues los demás se fueron muriendo poco a poco. Soy ya un anciano y deliberadamente guardé la última página para el día de mi muerte y ese día será hoy, pues mi nieto mayor, que es el jefe, ha ordenado ir a otras cuevas lejos de aquí. Yo no podré por estar viejo y enfermo, así que seré abandonado a mi suerte.

Las generaciones nuevas ya no entienden mis conceptos, pues han ido formando unos propios. Creen que este es su mundo, han nacido en él y se han adaptado, su aspecto es distinto al de sus antecesores, pues tienen la fuerza de cinco de ellos. Los conocimientos elementales se han ido perdiendo y todo vestigio de Boltta se borrará conmigo.

Es triste pensar que en algunas generaciones más se borrará todo vestigio de civilización. Recuerdo, vagamente, que cuando niño leí algo sobre unos hombres que quedaron abandonados en un planeta lejano, durante la gran lucha, igual que nosotros; sin embargo, recuerdo que a ellos los rescataron, en cambio de nosotros jamás se sabrá nada. Posiblemente, los que vendrán, con el transcurso de mucho tiempo logren formar un pueblo civilizado; pero si es que ocurre, será dentro de mucho, muchísimo tiempo.

Para ellos yo soy un extraño, pues no pueden comprenderlo ni aceptar lo que les digo. Y para mí, ellos ya no son mi pueblo. El único lazo con mi verdadero pueblo es esta libreta a punto de agotarse junto con mi vida. Escribo en ella en un desesperado grito de arraigo, tratando de sentirme ligado a algo que fue mío y de los míos y que ya nunca volverá a serlo.

Sé que nadie volverá a leer esta libreta y esto hace más penosa mi agonía. Sólo queda un renglón y un poco de grabador. Todos se han ido ya, y yo me dispongo a esperar mi muerte.

Eso fue lo que logré leer en aquel asombroso descubrimiento mío, pues algunas páginas ya estaban carcomidas y en otras la escritura ya estaba borrada por el paso del tiempo como lo he señalado antes.

Me quede como idiotizado en el auto hasta que anocheció.

Una vez en mi casa pasé la noche en vela pensando qué hacer con aquello, y fue entonces que se me ocurrió escribir este relato que será enviado junto con la libreta a las Naciones Unidas, con el objeto de que sea enterrada en la cápsula del tiempo, que será abierta hasta dentro de cien años, si es que la humanidad sobrevive a su propia estupidez, pues el hombre aún no está preparado para conocer su verdadero origen ya que esto traería el caos en todos los campos del pensamiento.

Somos tan absurdos que no soportaríamos el no ser los únicos en esta magnífica y divina maquinaria que es el universo. Somos como los niños que no soportan la idea de un hermano menor creyendo que les quitará su lugar. Como decía nuestro anónimo antecesor estelar: Para formar un pueblo civilizado se necesitará mucho, muchísimo tiempo.

Cuando acabé de escribir me dirigí a la terraza, había una hermosa noche estrellada, y me senté a fumar un cigarrillo. Mientras lo hacía me quedé viendo larga y detenidamente a las estrellas, y conforme mis ojos escrutaban el espacio, en mi mente se repetía una y otra vez la misma pregunta: ¿De dónde?

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Un día de compras

A Rico Mac Pato con afecto

La señora Pinto tomó su bolso, apretó el botón del teletransportador y se introdujo en el aro de luz. A los pocos segundos se encontraba en los almacenes COMPRAQUI, los más amplios y bien surtidos del planeta Tierra y aquellos que, según las estadísticas habían retenido el mayor volumen de venta durante 2065.

El local se encontraba atestado de compradores en esos momentos y la señora Pinto tuvo que esperar algunos minutos para poder entrar.

Realmente resultaba innecesario en pleno siglo XXI el que hubiera semejantes aglomeraciones, pero los psicólogos habían considerado que era lo mejor ya que, como se había demostrado cincuenta años antes, con el establecimiento de los llamados tubos comerciales, la falta de salidas a comprar y el no poder ver aparadores provocaba en las amas de casa la llamada fatiga del hogar. Además, y esto lo aseguraban los maliciosos, la floreciente actividad de la publicidad se había derrumbado a principios de siglo - por lo que se recurrió a la psicología para demostrar los efectos nocivos del exagerado automatismo y volver a los buenos tiempos publicitarios. Todo esto, a decir, repito, de los maliciosos, por iniciativa de ciertos personajes dueños ahora de los principales almacenes.

Por fin la señora Pinto pudo entrar en el establecimiento. Un enorme lugar en donde, según la publicidad, podía encontrarse desde un alfiler atómico hasta un perro marciano.

Tomó su carretilla y se dedicó a recorrer el almacén.

Primero fue a adquirir los comestibles necesarios a la sección correspondiente. Ahí se encontraba de todo: tomates americanos, zanahorias europeas, papas venusinas, arroz asiático, y todo de la mejor calidad; carnes y mariscos como tiburón marciano, chuletas de res venusina, camarones mexicanos y mil variedades más.

La señora Pinto se disponía a llevar tres paquetes de azúcar Grano Dulce y cuando los iba a tomar, un pequeño foco azul se encendió frente a sus ojos y comenzó a parpadear; una voz ordenó:

- ¡Compre azúcar Grano Blanco!

- Pero si a mí me gusta la Grano Dulce - protestó la señora Pinto.

- ¡Grano Blanco! - replicó imperiosa la voz.

El foquito azul no dejaba de parpadear.

- Está bien - contestó la señora con voz monótona y con la mirada perdida en el vacío.

Tomó tres paquetes.

- ¡Cinco paquetes! - estalló la voz.

- Si, perdón, cinco paquetes.

Colocó los dos que le faltaban en su carretilla y se alejó. Un timbre sonó en esos momentos y la hasta entonces opaca mirada de la señora Pinto volvió a adquirir su brillantez natural.

El hipnoanuncio era un método casi infalible para vender, y digo casi porque no afectaba a personas que llevaran anteojos oscuros, claro que esto jamás se había comunicado al público y por ello la señora Pinto nunca podía explicarse por qué apuntaba en su lista semanal tres paquetes de azúcar Grano Dulce y compraba invariablemente cinco de azúcar Grano Blanco.

Con métodos parecidos, la publicidad había alcanzado un grado superior de desarrollo. La publicidad lo invadía todo. Se habían colocado magnavoces en todas las calles que repetían constantemente los diversos logros del gobierno, aunque éstos no existiesen, consiguiendo con esto una adhesión inconsciente al régimen.

La señora Pinto continuó su recorrido por el enorme almacén realizando sus compras entre foquitos parpadeantes de diversos colores.

Cuando llegó a la sección de ropa para niños tomó unas camisas - Esa Marca no Sirve -. Un hombre joven, bastante bien vestido y de aspecto sumamente agradable se acercó llevando en las manos unas camisas de marca distinta.

- Pero siempre llevo de éstas. Resultan muy buenas.

- Eso era antes señora, ahora las cosas son distintas.

- Pero ...

- Nada de peros - y diciendo esto el joven sacó las camisas que la señora llevaba y colocó las otras.

- Oiga, espere ... yo ...

- Vamos señora, vamos, no proteste y siga su camino. ¿Que no se da cuenta de la cantidad de gente que tengo que atender?

- Perdone - respondió humildemente la señora Pinto plenamente convencida por el aspecto del joven.

Este era uno de los primeros egresados del Centro Capacitador de Vendedores que surgió con apoyo en las teorías de Chabelo Cincopelos - célebre publicista de principios del siglo XXI que sostenía que la publicidad debería llevarse a cabo en una forma enérgica y decidida. Murió en 2035 cuando, predicando con el ejemplo, trató de vender una camisa de fuerza a un esquizofrénico -, y del que se esperaban salieran jóvenes y enérgicos vendedores en el menor tiempo posible y adiestrados en el maravilloso texto de Cincopelos: ¿Cómo obligar a comprar sin amenazar al cliente?

La señora Pinto siguió caminando, ya sólo le faltaba comprar unos guantes y se dirigió a la sección respectiva ...

- Perdone señorita, ¿dónde están los guantes blancos? - preguntó a una empleada.

- ¿Guantes blancos ha dicho? - respondió, sorprendida, la empleada.

- Pero ... ¿usted está loca?

- ¿Cómo dice?

- Que si está loca ¿o qué?

- Oiga, no le permito ...

- ¿Qué no me permite? No hace falta señora, no, es realmente inconcebible que una persona como usted no tenga el menor sentido de la estética.

- ¿Qué yo no tengo qué ...?

- Nada señora, olvídelo. Los guantes blancos están en el estante Z, con su permiso - y diciendo esto la empleada dio media vuelta y se alejó.

La señora Pinto iba a tomar los guantes blancos cuando un terrible sentimiento de duda se apoderó de ella. Lo pensó un momento, luego apretó el timbre y a poco apareció nuevamente la empleada.

- ¿Me llamó señora?

- Sí señorita, quería preguntarle algo.

- Usted dirá ...

- Este ... ¿qué color de guantes cree usted me queden bien?

- Bueno ... Pues ... mmmm - vio una pila de guantes rojos que no se vendían y agregó - Yo diría que rojos.

- ¡Rojos, a mi edad!

- Bueno, yo decía, con permiso.

- No, no se vaya - suplicó en tono de desamparo la señora Pinto.

- ¿Dónde están los guantes rojos? - añadió casi implorando.

- Ahí, mírelos - la empleada le señaló la pila rezagada.

- ¡Ah sí! Me llevo unos. Gracias señorita - la señora casi lloraba de agradecimiento.

- De nada señora, estamos para servirla.

La señora Pinto se retiró muy satisfecha, la psicología aplicada resultaba un método infalible para vender prendas femeninas. Pagó en la caja. Y mientras esperaba turno para abordar un teletransportador pensaba: ¡Ah, qué maravilla vivir en este siglo! ¡Es hermoso poder comprar lo que uno desea con toda libertad y sin limitación alguna! Y con una expresión de felicidad, amén de su sonrisa beatificante, abordó el teletransportador y apretó el botón.

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¿Qué pasó en Sodoma?

A Albert Einstein in memoriam.

La pequeña casa de adobe se destacaba, en el atardecer, sobre la colina. Las ovejas se encontraban ya en los corrales y las gallinas y patos hacía tiempo dormían.

El hombre de blancas barbas y largo cabello también blanco subía dificultosamente, apoyándose en su bastón, a la casa de adobe.

- ¡Hola extranjero! - Gritó un hombre desde la puerta de la casa.

- Los Dioses te sean propicios! - Contestó el anciano al llegar a la puerta.

- ¿De dónde vienes? - Preguntó el hombre de la casa.

- De lejos, de muy lejos - respondió en tono cansado el anciano.

- Bueno, ¿pero qué estamos haciendo aquí? Pasa extranjero, pasa. Debes de venir muy hambriento.

- Gracias buen hombre, gracias.

Los dos entraron en la pequeña casa de adobe. Una rústica mesa, dos o tres bancos de madera y un fogón formaban todo el mobiliario, en uno de los rincones se encontraba un montón de paja distribuido en unos dos metros y que servía de lecho a los moradores.

- ¡Mujer, mujer, prepara la cena que ha llegado un viajero! - Gritó el hombre al entrar a la casa.

Una mujer robusta, de mediana estatura, se encontraba encorvada frente al fogón y sólo giró despreocupadamente la cabeza para ver a los hombres que entraban.

- ¡Alabados sean los Dioses mujer! - Dijo el anciano mientras se sentaba en un banco y aflojaba su cansado cuerpo.

La mujer contestó con un gruñido.

- Dime extranjero - preguntó el campesino tomando también asiento - ¿Tienes ya tiempo viajando por estos caminos?

- Diez jornadas, diez jornadas amigo mío - contestó fatigosamente el anciano. ¿Y sabes tú lo que son diez jornadas a mi edad? ¡Algo terrible!

- Y ... ¿se puede saber de dónde vienes? - Inquirió el campesino.

- De Sodoma - respondió gravemente el anciano. Conseguí salvarme de milagro gracias al aviso.

- ¿Salvarte? ¿De qué?

- De la destrucción. De Sodoma no quedan sino cenizas - La voz del viejo adquirió un tinte dramático.

El campesino escuchaba sorprendido.

La mujer sirvió comida en tres tazones de madera, se los dio a los hombres y sin decir nada se sentó a comer a su lado.

- Cuenta, cuenta extranjero ¿qué ha ocurrido en Sodoma? - Preguntó intrigado el campesino.

- Escucha con atención buen hombre, y tu también mujer, para que puedan contar a sus hijos del terrible castigo de las divinidades. - Apuntó con voz solemne el anciano y continuó:

- Un día bajaron los Dioses del cielo. Bajaron en sus enormes carros de fuego. Eran hermosos, de tez blanca y rubios cabellos, elevada estatura y sus vestiduras resplandecían al sol. Sus poderes eran inmensos. Producían rayos que partían las rocas en dos y podían comunicarse entre ellos aunque fuera muy grande la distancia que los separara.

Hizo una pausa para calmar su agitación y siguió:

- Estuvieron varios días entre nosotros observándonos, preguntando, recorriendo los campos y las villas hasta el día en que decidieron irse. Nos pidieron que abandonáramos la ciudad pues deberían descargar un poder fabuloso en la región. Nadie los escuchó. Advirtieron que la ciudad y toda una enorme área en la región sería devastada. Nadie les hizo caso. Entonces yo fui hasta ellos, me permitieron entrar en uno de sus carros. ¡Qué maravilla! No me habrán de creer pero tenían unos ojos de cristal muy grandes a través de los cuales podían ver todo lo que pasaba fuera del carro. Me llevaron a un salón grande en una de cuyas paredes me permitieron observar acontecimientos ya pasados, castigos a otros lugares. La destrucción a través del fuego era espantosa. Grandes montañas desaparecían, bosques enteros eran destruidos por el fuego en cuestión de instantes. Me dijeron que eso era lo que iba a pasar en la región, y que si no nos íbamos el fuego también nos destruiría a nosotros, que teníamos dos días con sus noches para escapar y que cuando lo hiciéramos no nos detuviéramos bajo ningún motivo so pena de perecer.

- Nadie me creyó en la ciudad, así que al día siguiente tomé a mi mujer, las cosas más indispensable y me marché. El segundo día cuando el sol pegaba de lleno sobre nuestras cabezas, un ruido espantoso hizo retumbar a la región entera, agarré a Sara, mi mujer, y me protegí debajo de unas rocas. Ella no quiso estarse quieta y salió a ver qué pasaba; traté de detenerla sin conseguirlo. No bien había salido comenzó a gritar espantosamente, yo esperé un poco y luego salí a recogerla. Lo único que pude ver fue una columna de humo que llegaba hasta el cielo y que semejaba un enorme y monstruoso hongo - las manos del anciano se crisparon y cerró los ojos mientras temblaba al recordar aquello. Sara - añadió - estaba ciega y llena de manchas por todo el cuerpo. Durante horas se revolcó presa de dolores y después murió; la enterré y caminé hasta llegar aquí. Esa es la terrible historia del fin de Sodoma, amigo mío.

- Historia terrible en verdad es esa extranjero. Pero qué digo, tú estás cansado, debes dormir. - Dijo el hombre de la cabaña incorporándose. Se dirigió a la paja, tomó un montón y la distribuyó en un rincón - ¡Aquí puedes dormir, extranjero!

- Gracias - contestó el anciano y se desplomó pesadamente sobre el improvisado lecho. A los pocos minutos se había quedado dormido.

- ¡Valiente mentiroso resultó este viejo! - Dijo la mujer rompiendo su mutismo.

- Calla mujer, puede oírte.

- ¡Tú le has creído!

- Claro que no mujer, es sólo un loco. ¡Pero cállate y ven a dormir!

La mujer apagó el fuego que aún quedaba y fue a echarse en brazos de su marido.

La habitación quedó a oscuras, sólo un tenue rayo de luna penetraba por la pequeña ventana y caía sobre el cuello del extranjero haciendo resaltar las pequeñas manchas que traía en el cuello.

Afuera sólo se escuchaba el canto de los grillos y el rumor de la noche. La pequeña casa de adobe también dormía.

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¡Hey Franky!

A Boris Karlof quien no morirá

Mientras haya quien se estremezca,

En una noche de lluvia, con un

Lejano aullido y el aletear de un búho.

La noche era fría y oscura. Una densa neblina cubría la campiña, la sombra de los árboles se dibujaba siniestramente en el paisaje y el ulular de los búhos se helaba en el aire quebrándose y cayendo convertido en finísimo polvo helado.

El sendero serpenteaba rítmicamente por entre el bosque y la neblina hasta detenerse en las puertas de una antiquísima mansión.

Un camión subía trabajosamente por el sendero ...

- ¡Vaya nochecita y vaya lugar!

Comentaba el chofer inclinándose sobre los empañados cristales para ver mejor el camino. A su lado otro hombre se cimbraba a cada salto del camión en los baches del camino. No hablaba, sólo miraba fijamente el camino con sus ojillos negros que parecían continuar aquella cavidad oscura que se iniciaba en los pómulos y continuaba a través de las marcadas ojeras.

- Si no fuera por los mil pesos jamás me hubiera aventurado a traerlo. Mi vieja había preparado unas chalupitas como para chuparse los dedos.

El hombre enjuto, que además vestía todo de negro, ni siquiera volteó a mirar al chofer, siguió observando casi obsesivamente el camino y meciéndose con los saltos del vehículo.

El sendero terminó y el camión se detuvo frente al pórtico de la mansión.

- ¡Toque el claxon! - ordenó el hombre de negro.

El chofer obedeció y el ronco claxon del camión rompió en un instante el silencio nocturno.

Durante un buen rato nada ocurrió, el chofer golpeaba nerviosamente el volante con los dedos pulgares. En el sombrío rostro de su acompañante se dibujó un gesto de impaciencia. Por fin se escucho un tétrico rechinido y el portón fue abriéndose lentamente, el camión entró a un gran patio de tierra suelta, completamente desnudo, veinte o treinta metros más adelante dos sauces llorones custodiaban la entrada a la casa.

- ¿Y ahora? - preguntó el chofer.

- ¡Bájelo! - ordenó al bajar del vehículo el hombre de negro.

El chofer descendió, fue hasta la parte de atrás del camión y con grandes trabajos bajo una caja de madera de unos tres metros de largo.

- Yo la llevo - exclamó una voz gutural que hizo dar un salto al chofer. Un hombre de horrible apariencia, jorobado y arrastrando una pierna, se acercó a la caja y ante el asombro del chofer la levantó en vilo y la llevó al interior de la casa.

El hombre de negro apareció de nuevo, su elevada estatura y su extrema delgadez acentuaban lo tétrico de su aspecto.

- Tenga y váyase pronto - dijo al chofer, entregándole un fajillo de billetes. El chofer no necesitó que le repitieran la orden, tomó el dinero, trepó al camión y salió velozmente. El jorobado volvió y fue a cerrar la puerta; luego, siguiendo al hombre de negro, entró a la casa.

Caminaron por corredores alumbrados con antiquísimos candelabros y pasaron frente a severas armaduras medievales hasta llegar a una puerta, en el fondo de uno de los lóbregos corredores, la cual el jorobado abrió con suma dificultad y en medio de grandes ruidos.

- Tráelo - dijo el hombre de negro.

El jorobado fue nuevamente por la caja y el hombre descendió ceremoniosamente por una escalerilla de piedra a un sótano en tinieblas. Fue a una pared y oprimió un interruptor encendiéndose un azuloso alumbrado neón.

El sótano tendría veinte metros de diámetro. A lo largo de sus paredes se alineaban complicadas máquinas conectadas entre sí por tubitos espirales de colores. En el centro, conectada a las máquinas por alambres en cantidades industriales y más tubitos espirales, una enorme plancha de acero.

El jorobado entró con la caja y la depositó en el suelo.

- Profesor Mentecatus, aquí está.

El hombre de negro se acercó a la caja y ayudado por el jorobado la abrió. Luego con gran trabajo, sacaron de ella un cuerpo humano, un enorme y descomunal cuerpo humano que llevaron hasta la plancha de acero y lo sujetaron con fuertes correas conectadas a la plancha y por ende a las máquinas. Le pusieron en la cabeza una especie de casco metálico que, para variar, se encontraba también conectado a las dichosas máquinas.

El hombre de negro, el profesor Mentecatus, y el jorobado se alejaron prudentemente un tramo para mirar con todo detenimiento la mole sobre la plancha.

- ¡Lo logramos Lencho, aquí está! - exclamó alborozado el profesor.

El jorobado asintió imbécilmente y su único ojo, porque además era tuerto, brilló intensamente.

- Sabía que existía, lo sabía - siguió diciendo Mentecatus - diez años buscando y ahora ... ¡Aquí está: el legendario monstruo de Frankestein!

Sobre la plancha, el cuerpo pareció estremecerse al escuchar aquel nombre.

- ¿Dónde lo encontró profesor?

- En una feria. Parece que un barco lo rescató de un iceberg y el capitán del barco lo vendió al dueño de la feria, quien lo exhibía como una rareza.

- Y ... ¿Está vivo?

- Desgraciadamente no, pero si Victor Frankestein llego a hacerlo vivir yo podré reanimarlo nuevamente.

- ¿Cuándo lo intentará?

- Esta misma noche Lencho. Anda, ve y conecta los generadores.

El jorobado, arrastrando su pierna, fue a ejecutar las órdenes del profesor. Este por su parte se dirigió hacia el monstruo, lo examinó detenidamente con gran cuidado, hasta percatarse que el cuerpo se encontraba en perfecto estado de conservación. Luego, frotándose las manos y sonriendo diabólicamente se dirigió a un estante en un rincón, se despojó de su negro levitón y se puso una inmaculada bata blanca.

El ronroneo de los generadores se dejó escuchar. Lencho reapareció en escena y se acercó a ayudar al profesor entre las enormes máquinas y los brillantes tubitos espirales. Durante un par de horas estuvieron entregados frenéticamente a la tarea, al cabo de las cuales Mentecatus alzó los brazos y exclamó:

- ¡Listo!

Luego, junto con Lencho se retiró hasta cerca de la escalera de piedra, donde se encontraban los controles y con una expresión de iluminado en el rostro, conectó bruscamente un switch ...

Primero sólo se escuchó un ligero silbido que luego fue aumentando de intensidad, las máquinas comenzaron a rugir y los tubitos espirales a crepitar hasta que aquello convirtióse en una verdadera tormenta de fabricación casera. Chispas y relámpagos brotaban de todas las conexiones. El enorme cuerpo del monstruo se cimbraba ante cada descarga. Las vibraciones hicieron que uno de los vidrios de las ventanillas del sótano estallara en mil pedazos y un aire helado confundido con la neblina se coló hasta el laboratorio.

El profesor Mentecatus, con los ojos exageradamente abiertos y los labios sacudidos por un temblor nervioso, observaba su obra. A su lado, el jorobado Lencho miraba aquello aterrorizado.

Después se hizo el silencio.

- ¿Qué pasó? - gritó Mentecatus enfurecido.

- Se debe haber fastidiado un generador - respondió Lencho.

El sótano había quedado en tinieblas. El profesor sacó una caja de fósforos, tomó uno y lo encendió.

- Trae velas - dijo.

El jorobado salió del sótano a cumplir el encargo, dejando a Mentecatus con su fósforo en la mano. La helada corriente de aire que penetraba por el cristal roto hacía castañear los dientes al profesor.

Un ruido se escuchó en el laboratorio. El fósforo se apagó.

Un chasquido. Un gruñido.

- ¡Lencho!

Un jadeo. Un cuerpo pesado cayendo.

- ¡Lencho!

El profesor corre hasta la escalera de piedra. Lencho aparece en la puerta con un candelabro en la mano.

- ¡Profesor! - exclama.

Mentecatus ya trepaba gateando, volteó y ...

En medio del laboratorio, gruñendo y mirando extrañado el lugar, el monstruo se erguía imponente.

- ¡Mira Lencho, mira! - gritaba Mentecatus entusiasmado.

El monstruo al oír los gritos, se volvió hacia ellos. Los observó con curiosidad y fue a su encuentro.

- ¡Hemos triunfado, lo sabía, sabía que era posible!

- ¡Viene hacia acá! - gritó con pánico Lencho.

El monstruo se fue hasta la escalera, el profesor se colocó delante de él.

- Escúchame, eres mi creación y tienes que obedecerme - le dijo.

- ¿F R A N K E S T E I N? - preguntó el monstruo trabajosamente, con una voz gutural e inexpresiva, separando cada letra.

- No - dijo el profesor - ¡Mentecatus, Mentecatus el grande! - y alzó una mano en un grotesco gesto dictatorial.

El monstruo, por su parte, levantó el brazo derecho y lo dejó caer sobre el ensoberbecido profesor que fue a dar casi en el centro del laboratorio. Luego subió, abrió la puerta del sótano y salió.

- ¡Deténlo imbécil! - gritó el profesor a Lencho, que temblando de miedo había dejado el paso al monstruo. Luego se incorporó trabajosamente y subió las escaleras corriendo.

El monstruo buscaba una salida. El profesor llegó corriendo y tontamente se colocó de espaldas al portón de salida, señalándoselo así al monstruo que, evidentemente molesto, fue hacia allá.

- ¡Detente! - gritó el profesor.

El monstruo lo tomó entre sus fuertes brazos y, levantándolo en vilo, lo arrojó sobre una vieja armadura que se desmoronó en medio de un estrépito. Mentecatus quedó sin sentido. El monstruo abrió la puerta y salió perdiéndose en la niebla.

II

La neblina se levantaba lentamente, el sol iniciaba cadenciosamente su ascenso en el horizonte, la ciudad se desperezaba tímidamente. El monstruo la miraba con curiosidad desde lo alto de una colina. En su embotada y poco desarrollada mente no cabía aquel extraño paisaje de grandes edificios y serpenteantes avenidas. Decidió descender cuando el sol ya calentaba la fría mañana.

Entro a la ciudad con pasos titubeantes, moviéndose torpemente. Dos mujeres con canastas se cruzaron con él, que ni siquiera volteó a mirarlas.

- ¡Qué tipo tan raro! - dijo una.

- Uno de esos vagos existencialistas - comentó la otra.

Las mujeres siguieron su camino hacia el mercado.

- ¡Qué juventud, qué juventud! - exclamó un hombre al verlo pasar.

- Ya no hayan qué hacer para exhibirse, en mis tiempos ... - comentó una beata que salía de misa.

- No, si desde que el Belmondo ese se hizo famoso, todos los feos se dan unas ínfulas que ... - vociferó una cacariza con cara de fuchi que, en el colmo del optimismo, entraba a un salón de belleza cuando el monstruo cruzaba la acera.

La ciudad adquiría su movimiento cotidiano, su informe perfil. Los autos rugían, las gentes se atropellaban en su rápido caminar ...

Rápido ... rápido ... rápido ...

Completamente descontrolado, el monstruo avanzaba sin que nadie pareciese advertir su presencia, salvo por lo curioso de su atuendo: una camiseta a rayas verdes y rojas, un saco azul desteñido, unos amplísimos pantalones grises, zapatones negros que retumbaban a cada paso.

Trató de atravesar una avenida, un auto se le arrojó encima, intentó esquivarlo pero recibió un golpe en una pierna, yendo a caer sobre la acera y golpeándose la frente de la que escurrió un hilillo de sangre.

- ¡Provinciano, vuelve al cerro! - gritaron desde el auto.

Las personas que pasaban apenas se dignaron mirarlo de reojo, todas tenían prisa ... prisa ... prisa ..., mucha prisa. El monstruo echó a correr, desesperado, la sangre le cubría la vista y el dolor de la pierna se hacía insoportable. Corrió, corrió y corrió. La ciudad rugía, jadeaba a su alrededor y él corría, corría, corría.

Encontró por fin una callejuela solitaria y se refugió en ella. Ya no podía más, se desplomó gimiendo, llorando en medio de unos cajones que, al volcarse, lo cubrieron de inmundicias y desperdicios.

Durante horas quedó en aquel lugar. Temblando y hecho un ovillo, como gato hambriento. Alguien abrió una puerta en la ahora oscura callejuela. Las estrellas ya cintilaban en el firmamento. Cerró fuertemente los ojos y trató de contener el temblor que lo invadía. Alguien se acercó, se detuvo frente a él y una mano lo zarandeó suavemente.

Abrió los ojos y observó a una mujer que lo miraba con curiosidad. El pelo lacio y oscuro caía sobre sus hombros, vestía un suéter negro de cuello alto y pantalones del mismo color, de su cuello pendía un enorme medallón dorado. Era morena, de finas facciones, tendría unos veinte años, y sus ojos parecían brillar en la oscuridad.

- ¡Hola! - dijo la muchacha sonriendo.

El monstruo la seguía mirando con extrañeza.

- ¿F R A N K E S T E I N? - preguntó con voz gutural y pastosa.

La muchacha rió alegremente.

- ¿Así te llamas? Pues viéndolo bien te le pareces un poco - comentó.

Luego se percató de la sangre:

- ¿Estás herido? Ven, vamos a curarte - le ayudó a incorporarse y lo llevó hasta la puerta por donde ella había salido, introduciéndolo en un pequeño departamento. Era un lugar curiosamente amueblada: una cama desvencijada, unos taburetes esparcidos por la habitación, un estante con botellas y en las paredes fotografías de los Beatles, los Rolling Stones, Joan Baez, Raimon, etc. Todo alumbrado por un candil hecho con una vieja rueda de auto.

- Ahí la cocina, ahí el baño ... - explicó la chica mientras limpiaba, desinfectaba y curaba la herida que el monstruo había sufrido en la frente.

- Bueno, te quedas en tu casa - dijo luego que terminó de vendar - tengo que ir a trabajar ... canto, sabes, en un café cercano ... Bien, luego nos vemos.

Con movimientos nerviosos salió de la habitación y cerró la puerta. El monstruo intentó incorporarse pero el agudo dolor de la pierna se lo impidió.

- No hay fractura, es sólo una contusión - había dicho ella y vendó fuertemente la pierna - sanaras en un par de días.

Con extrañeza observó detenidamente la habitación, era todo tan distinto a lo que había vivido. Cerró fuertemente los ojos y fue adormeciéndose, soñando con multitudes vociferantes, cadáveres y hielo ... frío ... hielos ... frío .... hielo ... frío ...

III

- ¡Hola, buenos días!

La cantarina voz le hizo abrir los ojos sobresaltado. La luz del sol entraba de lleno por una ventana que daba a la callecita, y que ahora tenía las cortinas corridas.

- ¿D í a? - preguntó con dificultad.

- Sí, día. Ya son las diez y cuarto, ¿sabes?

La muchacha, sentada en uno de los taburetes, lo miraba fijamente. El volvió a repasar minuciosamente la habitación.

- Eres un tipo muy curioso, ni siquiera me has dicho cómo te llamas.

- F R A N K E S T E I N.

- Bueno, ya que insistes te llamaré Franky, ¿okey?

La chica sonrió graciosamente, le hizo una mueca de resignación. Luego se levantó y preguntó:

- ¿No quieres algo de desayunar?

Pasaron varios días, el monstruo y la muchacha se acoplaron a las mil maravillas. El fue poco a poco aprendiendo nuevamente a hablar y ella a conocer su origen.

La vieja y raída historia de Víctor Frankestein fue revivida en todos sus detalles en cada una de sus conversaciones crepusculares ...

- ¡Sufrir! - respondía él con su voz gruesa y rasposa - Yo no tenía consciencia de lo que era sufrir; todas mis sensaciones eran primarias. Poco a poco fui madurando, demasiado rápido tal vez ...

Ella lo miraba admirándose que aquella grotesca figura no le provocara ningún pavor. Un día le dijo:

- Quiero que me acompañes al café.

- ¿Yo?

- Sí, tú, ¿quién más?

- Pero ... ¡Me has visto bien!

- Perfectamente, por eso te lo pido.

- Bueno, si lo deseas.

IV

El ruido de las guitarras eléctricas lastimó en un principio sus oídos pero el ritmo fue inundando su cuerpo y, a poco, aquellos sonidos acabaron por resultarle agradables.

- Bó, Trucurú, Juanito, Tiny, Rosa y Gaby. Este es Franky.

Saludó tímidamente a aquel grupo de jóvenes barbones y melenudos y chicas de largos cabellos y ajustados pantalones.

- ¡Hola! - respondieron todos a un tiempo.

La plática enfiló por el rumbo de la literatura, la música y la pintura. El no sabía qué decir, aunque algo había leído en los libros que la muchacha le había prestado. Se sentía grotesco; pero ese sentimiento fue desvaneciéndose a medida que se daba cuenta que ninguno de los presentes reparaba en su aspecto, quizá por lo parecido al de ellos. Entonces fue entrando en la conversación y terminó discutiendo sobre literatura existencialista, música moderna y pintura op.

Luego las luces se apagaron y una voz anunció:

- ¡Ahora, la sensacional actuación de Lulú, la voz del subconsciente!

Una combinación centelleante de luces cayó sobre el centro de la pista del café, iluminando a Lulú vestida de amarillo y con una guitarra en la mano. Empezó a pulsar la guitarra y de su garganta se ofreció un agradable ronroneo:

Anda, corre ve y diles

Diles, que no estás muerto

Diles, que estás gritando

Todo lo que llevas en tu alma.

Anda, corre ve y diles

Diles, diles que hay hambre

Diles, que hay miserables

Que no tienen ni un pedazo de pan ...

El monstruo la miraba fijamente. Dentro, un cosquilleo lo estremecía mientras más fijamente observaba aquella figura diminuta ...

Anda, corre ve y diles

A esas madres que llorando están,

Que sus hijos, los más queridos,

Ahora están muertos allá en Viet Nam.

Anda, corre ve y diles

Que la guerra resulta eficaz

Para aquellos que hacen las armas

Para aquellos que no están allá.

Anda, corre ve y diles

Que los comunistas nos darán la paz

Y que sólo esperan tranquilos

Cobrarnos a cambio

Nuestra libertad ...

Lulú hizo que el banco en que estaba sentada diera una vuelta completa sobre sí mismo y luego, fijando su mirada en Franky, continuó:

Anda, corre ve y diles

Que si andas greñudo

A ellos qué les da.

Anda, corre ve y diles

Que ese su mundo no te importa más

Que todo por lo que ellos luchan

A ti te da asco y ansias de morir.

Anda, corre ve y diles

Que no eres banquero

Ni lo vas a ser

Diles que no beberás la sangre de los demás.

Anda, corre ve y diles

Que aquí me tienes,

Que aquí estoy yo

Que no estás sólo, que yo te quiero

Que juntos vamos a luchar.

Anda, corre ve y diles

Diles que no estás muerto

Diles que estás gritando

Todo lo que llevas en el alma.

Al terminar la canción se escuchó una cerrada ovación y varios de los asistentes se pusieron de pie, lo que impidió que el monstruo se percatara de dos figuras archiconocidas que en ese momento entraban al café ...

- ¿Cree que aquí lo vamos a encontrar profesor?

- Es muy probable Lencho. El ruido lo atraerá y debe andar por aquí, recuerda que el del puesto de periódicos nos contó que un auto lo había golpeado a dos cuadras de este sitio.

Mentecatus recorrió detenidamente con la vista el lugar. Los ojos se abrieron desmesuradamente cuando descubrió a Franky aplaudiendo desaforadamente a Lulú.

- ¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Te lo decía Lencho!

El profesor se puso de pie y fue corriendo hasta Franky.

- ¡Soy tu amo! ¿Entiendes? - dijo al llegar frente a él.

Franky lo miró extrañado.

- ¿Se le botó el clavo? - exclamó Trucutú, haciendo ademán de golpearlo.

- Espera - intervino Franky - venga profesor quiero hablar con usted.

Fueron hasta una apartada mesa.

El monstruo comenzó:

- ¿Qué es lo que usted desea?

- Ingrato - reventó Mentecatus - yo te di la vida y me preguntas eso.

- No, usted no me dio nada, me la dio Víctor Frankestein que ya ha pagado por ello. Ahora he vuelto a nacer, luego de pasar harto tiempo en las tinieblas y necesito morir como cualquier humano para poder descansar. Este mundo es distinto, pero no es peor que aquél, estos jóvenes tienen ideales, aunque la mediocridad intente ahogarlos, y yo estoy con ellos, con sus inquietudes y sus anhelos. Así que deje de molestarme o me veré obligado a utilizar la violencia.

Mentecatus, cual vil semáforo, iba cambiando de color conforme hablaba Franky, hasta que al final quedó sin ninguno. El monstruo se levantó y volvió a su mesa. Durante un par de horas estuvo discutiendo y oyendo cantar a Lulú; luego, cuando ella terminó su actuación, bailaron juntos, todo lo grotesco que se quiera, pero contentos, vivos.

Mentecatus miraba todo aquello con una profunda decepción.

- ¿Qué hacemos profesor? - preguntó Lencho.

- Irnos idiota, he sabido que por ahí andan exhibiendo lo que puede ser el esqueleto del conde Drácula. ¡Vamos, tarado!

El profesor descargaba su furia en Lencho. Se embutieron en sus respectivas capas negras y salieron sigilosamente del café.

A las dos de la mañana Franky y Lulú se despidieron de Bó, Trucutú, Tiny, Rosa y Gaby. La calle estaba silenciosa. Lulú atrajo hacia sí el rostro de Franky y lo besó.

- Me gustas mucho - dijo luego.

El le acarició el pelo. Ambos se abrazaron y volvieron a besarse.

- ¡Juventud descarriada, en mis tiempos esto no pasaba! ¿Es ese el respeto que le deben a sus mayores? - reconvino con voz cortada un anciano completamente borracho, que en esos momentos pasaba.

Franky sonrió, tomó por el talle a Lulú y juntos se perdieron en la oscuridad de la calle silenciosa.

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Mecánica

A Henry Ford in memoriam.

A veces quisiera convencerme que todo esto no es más que una pesadilla, un mal sueño del que pronto habremos de despertar. En una ocasión creí que sólo se trataba de una alucinación colectiva, aún trato de convencerme que eso es, pero basta ver el recién agujero de la pared para constatar la inutilidad de tal suposición.

¿Cómo ocurrió? No tengo la menor idea. Cuando trato de encadenar sucesos y encontrar una respuesta lógica a esta situación me veo en un callejón sin salida ...

En un principio los acontecimientos nos parecieron tan absurdos que no les dimos siquiera importancia. Recuerdo que una noche mi mujer me despertó diciendo que había dejado el motor del auto encendido, me levanté como sonámbulo, eran las tres de la madrugada, y fui hasta el garaje donde, efectivamente, el motor del auto se encontraba encendido, subí a la máquina y en esos momentos se apagó, la llave de encendido no estaba y el switch no había sido tocado, no le dije nada a mi mujer para no alarmarla.

Otro día, un domingo creo, llegué a casa luego de pasar un rato en la de Julio, un amigo, y encontré a mi hijo el pequeño sumamente asustado, lloraba y entre sus sollozos decía que se encontraba jugando con su pelota cuando ésta botó en la parte trasera del automóvil que, sorpresivamente se le echo encima. Cosas de chamacos, pensamos tanto mi mujer como yo.

Había casi olvidado aquellos acontecimientos, cuando decidimos ir de vacaciones a una pequeña casa que tenemos en Tequesquitengo. Salimos muy temprano un domingo para poder aprovechar completamente nuestra semana. Llevábamos ya un buen trecho andado sin ningún contratiempo cuando, sin razón alguna el auto dejó de funcionar y se detuvo en una orilla de la carretera, sí, no han leído mal, se detuvo, porque no realicé movimiento alguno para llevarlo a la orilla. Una camioneta de auxilio vial llegó a nosotros para ayudar, revisaron meticulosamente el vehículo sin encontrar falla alguna, sin embargo, cuando nos ofrecían llevarnos a Cuernavaca, el motor se encendió de improviso, dejándonos a todos de una pieza. Preferimos regresar al Distrito Federal olvidando las vacaciones.

Desde ese día mi mujer le tomó verdadera aversión al auto, decía que había momentos en que parecía que la observara ¡vaya locura! Me pedía que nos deshiciéramos de él, a lo que yo respondía con una rotunda negativa, el auto me resultaba imprescindible. ¿Qué haría un abogado sin carro en la ciudad de México?

Un tanto escamado por los acontecimientos decidí contarle todo a Julio, estaba seguro que él comprendería, era mi mejor amigo.

Cuando se lo conté casi se fue de espaldas, no sólo no le sorprendía mi relato, sino que él había tenido experiencias parecidas, en una ocasión trató de pintar el cofre de su coche de un llamativo color verde (tenía un carro deportivo) pero cada vez que se acercaba con el soplete, el motor se encendía y el auto se le echaba encima; otra vez se lo prestó a un amigo para que llevara a pasear a su novia, pero se lo devolvió a las dos horas, diciéndole que ese coche no obedecía a la dirección.

De regreso a casa le dije a mi mujer que había decidido vender el auto, cosa que le agradó muchísimo. Al día siguiente vendí el carro en un lote cercano y de regreso a mi oficina tuve una espeluznante experiencia, en una esquina un auto pequeño embistió a otro más grande, afortunadamente sin graves consecuencias, sin embargo el claxon del auto embestido, comenzó a zumbar intermitentemente y, en forma inexplicable, todos los autos que pasaban, entre ellos el taxi en que iba, se formaron en círculo en derredor del auto causante del accidente del cual bajo, temblando, su dueño, los ocupantes de los demás carros también bajamos rápidamente y nos fuimos a proteger en una esquina cercana. Cuando se hubo formado un amplio círculo de autos en torno al pequeño, los motores aceleraron y lo embistieron una y otra vez hasta dejarlo convertido en vil chatarra. Era un espectáculo impresionante, parecía como si aquella máquina sintiera y se quejara con cada golpe hasta morir. A mi derredor todas las personas comentaban asustadas sucesos parecidos a los que me habían acontecido.

Decidí volver a casa, lo hice a pie, pensando, sin comprender, en todas aquellas experiencias. Cuál no sería mi sorpresa al llegar y ver estacionado en la puerta al auto que acababa de vender. Corrí y entré a la casa, mi mujer, completamente histérica, lloraba tirada en la sala, cuya pared que daba a la calle lucía tremendo boquete. Intenté calmar a mi mujer para que me contara lo ocurrido. Cuando se hubo serenado me relató que estaba en la cocina, preparando la comida, cuando escuchó un ruido tremendo en la sala, fue a ver qué ocurría y al llegar vio el auto con los fanales encendidos y parpadeantes y el motor rugiendo ferozmente.

Llamé al Departamento de Tránsito donde me informaron que eran miles las denuncias de ese tipo y que ya irían a investigarla (tardé dos horas en comunicarme).

Sentía verdadero pánico al subir al auto, pero intuía que de no hacerlo quién sabe qué diabólicas consecuencias desataría. Durante un par de días no hubo ningún problema, pero al tercero, cuando me dirigía a la oficina, perdí completamente la dirección del auto que enfiló con rumbo a Toluca, no podía frenarlo ni abrir la puerta, los cristales estaban cerrados herméticamente y cuando traté de romperlos recibí tremenda descarga eléctrica que casi me hizo desmayar. Durante todo el día el auto me trajo de arriba para abajo por la ciudad de Toluca y lugares circunvecinos hasta el anochecer, cuando se detuvo suavemente frente a casa y las portezuelas se abrieron sin que yo las tocara.

Hablé inmediatamente con Julio, me platicó que su auto también se había vuelto loco y acababa de llegar de Pachuca a donde lo llevó su coche. Decidimos visitar a un amigo mutuo, que ocupa importante puesto en la Dirección General de Tránsito.

Lo que este amigo nos contó, acabo por ponernos los pelo de punta. Hacía meses que los extraños acontecimientos se sucedían sin interrupción en todo el mundo, no había publicado nada la prensa para no provocar pánico. De un tiempo a esta parte las comunicaciones se iban haciendo más difíciles, los autos derribaban postes y asaltaban patrullas, los agentes ya no podían hacer nada. En Detroit y otros lugares en que había fábricas de autos, las máquinas habían secuestrado a los obreros para que trabajaran para ellas y, lo peor, comenzaban a hacer redadas en las ciudades para llevar gente a las fábricas, todo el que se oponía era arrollado sin compasión. En Rusia intentaron utilizar tanques, pero éstos también se habían rebelado, en Francia ocurrió algo parecido. La situación era alarmante.

A partir de entonces, los acontecimientos que nos parecían absurdos se han ido volviendo terriblemente normales. Los automóviles poco a poco van tomando el control de la situación, no hay solución posible. No nos dejan ya salir de nuestras casas, cuando lo intentamos, una o varias máquinas nos obligan a regresar. Un vecino, en un arranque de desesperación, trató de destruir su automóvil, fue horriblemente asesinado, hasta seis veces paso el auto sobre su cuerpo.

Mi mujer casi ha perdido la razón. Los niños se encuentran histéricos. Todas las personas están siendo secuestradas para llevarlas a los talleres. No he vuelto a ver a Julio, me imagino que ya se lo llevaron.

Desde la ventana de mi cuarto alcanzo a distinguir el anuncio luminoso de conocida marca:

Un automóvil no es un lujo, es una necesidad.

Escucho el siniestro ronronear de los motores que se detienen junto a mi casa ...

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Viceversa

A Supermán bizarro con todo disgusto.

- ¡Juventud insolente, perdida!

- ¡Ya no respetan a sus mayores!

- ¡Mira nada más qué fachas!

- ¡Santo Dios, si en mis tiempos hubiera andado ...!

El joven miró fijamente a sus padres, el ilustre abogado Casimiro Casiveo, con su alborotada melena, sus descuidados bigotes y las barbas que daban a su rostro un impresionante aspecto gorilesco; su camisa azul eléctrico sobre la cual destacaba la corbata amarillo canario, la chamarra rosa con lunares verdes, aún estaba en la silla; los ajustados pantalones rojos, calcetines blancos y zapatos tenis daban una imagen rotunda de sobriedad conservadora. Su madre doña Casiana Casicola de Casiveo lo miraba, compasivamente; el pelo lacio, ya algo gris, caía sobre sus hombros, el rostro cubierto de dibujos, vestía una malla negra y sobre ella una faldita color plata, en el pecho, colgando desde el cuello, un curioso adorno de madera.

- Papá, es mi vida. No voy a renunciar a mi personalidad por tus berrinches. Ya estás cascado. Compréndelo, fuera de onda.

- ¡No tendrás dinero esta semana! - amenazó el señor.

- Como quieras, pero tengo que salir.

- ¿A dónde vas hijito? - terció la señora.

- A un concierto. Hoy ponen una sinfonía de Koka Pepsi, el gran compositor de las islas Azores.

- ¡Válgame el señor de la misericordia! ¡Cómo es posible que te guste eso hijito!

- ¿Entonces qué se supone que debe gustarme?

- Pues ... la música de la gente decente, música clásica de los Beatles, por ejemplo.

- Pero si esos son del año del caldo mamá. Música de viejitos. Para que te dé un cólico en las orejas.

La señora movió desoladamente la cabeza de un lado a otro, su marido tomó el diario y se sumió en el sillón, el joven hizo una reverencia y salió de la casa cerrando con mucha suavidad la puerta.

- ¿Viste eso Casimiro? - señaló la señora - cierra la puerta con cuidado sin dar portazo. ¡Qué educación!

- Es tu hijo, ¿no?

- No comencemos Casimiro, no comencemos ...

II

El muchacho bajó ceremoniosamente las descuidadas escaleras de madera de la puerta de su casa y, mientras caminaba con gran dignidad, la gente melenuda y vestida en forma chillona y extravagante que se cruzaba con él, lo miraba extrañada.

Luego de caminar varias calles retorcidas y llenas de basura, se detuvo frente a un impecable local cuya fachada, inmaculadamente blanca, contrastaba con el desaseo de los edificios vecinos, cubiertos de cuarteaduras y los cristales de las ventanas estrellados. En la entrada un mozo de librea se inclinó al verle llegar y abrió respetuosamente la puerta ... El local, magníficamente alumbrado se encontraba lleno, en esos momentos una orquesta de cuerdas interpretaba una suave melodía, el joven cruzó el salón, cuyas cortinas y alfombras eran de un color azul oscuro, las mesitas blancas, dispuestas en círculos concéntricos, dejaban un espacio de mármol negro sobre el que proyectaba su luz un candil de prismas y que servía como pista de baile. Al pasar entre las mesas saludaba ceremoniosamente a jóvenes como él, vestidos de colores oscuros, pelo corto peinado de raya en medio e impecablemente rasurados. Llegó hasta una mesa, en el fondo, donde una muchacha de pelo rizado, vestida con un traje rosa abotonado hasta el cuello y que caía majestuosamente hasta sus tobillos dejando al descubierto una parte de sus botines blancos.

- Margarita - saludó nuestro joven amigo, inclinándose para besar la mano que graciosamente le tendió la chica.

- Tengo cinco minutos esperándote Armando - recriminó coquetamente.

- Discúlpame, es que acabo de tener un desagradable altercado con mis padres.

- ¿Lo de siempre?

- Sí, son incapaces de comprender la marcha del progreso, no entienden nuestras inquietudes ¿por qué tenemos forzosamente que ser como ellos?

- Los míos son iguales.

La orquesta de cuerdas inició un vals y varias parejas se pusieron de pie para bailar.

- ¿Bailamos?

- Bueno.

Las parejas giraban al compás de la música.

- Qué padre vals, ¿de quién es?

- De Paco MacCartney.

- ¿El nieto del viejo Beatle Paul?

- El mismo, su padre lo desheredó por apartarse de la música clásica del abuelo.

- ¡Qué ondas!

- Dicen los viejos que esta música es para dormirse. ¡Hazme el favor!

- Pobres, se aferran a su pasado, a sus recuerdos.

- Por cierto que acaba de aparecer un álbum con las últimas creaciones de Eloiso Presley, descendiente de aquel músico clásico Elvis.

- Ya es hora del concierto, ¿nos vamos? - dijo Armando en el oído de Margarita.

Dejaron de bailar, fueron hacia la mesa en donde la muchacha había dejado su chal y salieron del lugar despidiéndose con leves inclinaciones de cabeza de los demás concurrentes.

Cuando salieron y mientras se dirigían al teatro donde se daría el concierto, escuchaban sonrientes los comentarios de la gente:

- ¡Santo Dios, qué cosas se ven en estos tiempos!

- ¡Qué vergüenza da nuestra juventud!

- ¿Hasta dónde iremos a parar?

Se escuchó una campanada y el reloj de la iglesia cercana inició su marcha al revés ...

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¿Qué hay de nuevo, Moisés?

Para Ciro Peraloca

Ahí está ya.

- Se tardó algo, ¿eh?

- Abre la puerta.

El hombre de la túnica, alto, barbado, cuyo báculo le daba un aspecto imponente, trepaba con gran dignidad la escarpada cumbre. Llegó hasta la masa de brillante metal y lentamente ascendió por ella hasta encontrarse nuevamente en medio de aquella bóveda desnuda, donde la claridad casi cegaba. Se arrodilló, levantó los brazos en actitud implorante y exclamó:

- ¡Piedad Jehová!

- Algo hizo ya este bárbaro.

- Pregúntale, ¿no?

Tomó el micrófono y acercó la cabeza a la pantalla por la que habían observado la escena.

- ¿Qué te trae a mi Moisés?

La voz retumbó estentórea en la bóveda. El hombre barbado miró asustado en derredor suyo y dijo con voz temblorosa:

- ¡Oh señor! Luego que me entregaste las tablas con tus sabios preceptos descendí hasta mis compatriotas, deseoso de hacerles llegar tu mensaje, pero durante mi ausencia habían vuelto a dudar y ... y ... se encontraban adorando a un becerro de oro. Entonces mi ira no tuvo límite y en medio de mi furia destruí las tablas ... ¡Oh Jehová, perdóname!

- Te lo dije, es un bárbaro.

- ¿Qué crees que debemos de hacer?

- No sé, quizá mandarlo al diablo.

- Por lo pronto lo voy a castigar.

Moisés de rodillas y con las manos levantadas, esperaba temeroso.

- ¡Moisés! - la bóveda volvió a estremecerse.

- Di Jehová, tu siervo escucha.

- Deberás permanecer tres días en oración y ayuno mientras decido qué voy a hacer.

- Como lo mandes, señor de Israel.

- Bien, ese se está los tres días hincado.

- ¿No te parece que te mandaste?

- Para que aprenda a contener ese genio de los mil demonios que tiene.

- Bueno, ojalá tengas razón.

- He estado pensando ...

- ¿Qué?

- ¿Por qué no les hablamos directamente?

- Bien sabes que eso no es recomendable. El Consejo ha llegado a la conclusión de que debemos sólo inducir al desarrollo, nunca provocarlo. Además, todo el trabajo de buscar en este planeta un pueblo con las condiciones necesarias para provocar la reacción suficiente que produzca el progreso; gente terca, constante, firma siempre, recuerda que supusimos que los egipcios eran los indicados, pero resultaron un pueblo demasiado encerrado en sus fronteras aunque, eso sí, admirable.

- Es cierto. Luego todo lo que nos costó acondicionar el transmisor mental para influir a aquella mujer que arrojara a su hijo al río en una cesta y a la hija del faraón para que acudiera al río, recogiera al niño y lo educara dentro de su extraordinaria cultura.

- ¡Pero cómo resultó rebelde el condenado. Mira que oponerse al faraón y huir a vivir del pastoreo en el monte!

- Y hasta allá tuvimos que ir para inducirlo a que tratara de sacar a su raza de la esclavitud.

- Sí, en el monte que ellos llaman Horeb, donde fue necesario utilizar algunos trucos químicos para impresionarlo.

- Eso fue juego de niños, lo difícil fue provocar las dichosas plagas; colorear el río, excitar la reproducción de ranas y mosquitos, pastorear nubes de langosta, arrojar gérmenes sobre el ganado, causar lluvias de granizo y usar humo para producir tinieblas ...

- La más terrible fue la última, ¿no crees?

- Seguro, eso de sacrificar a los primogénitos egipcios fue algo espantoso.

- Pero necesario, creo que el símbolo del cordero no lo olvidarán.

- Ya lo creo que no.

- Ahora que eso de irlos guiando sin dejar que vieran la nave ...

- Y controlar las aguas del mar. Creí esa vez que el controlador de materia reventaba.

- Sí, lo forzamos mucho.

- Luego producir aquel pan con el convertidor material, y aquella batalla contra los Amalecitas.

- Palabra que me moría de la risa al verlo ahí, con los brazos levantados, mientras el gas provocaba pánico entre sus enemigos ...

- Lo difícil fue inmunizarlos.

- Vaya si fue latoso.

- Pero creo que valió la pena. Sobre todo con los preceptos que les dimos.

- ¡Y el muy necio los rompió!

- Eso es lo de menos. Le daremos unas nuevas tablas dentro de tres días y esas no las romperá.

- ¿Luego regresamos?

- Aún creo que no, tendremos que seguirlos vigilando hasta que se establezcan, son tercos ...

- ¡Unos bárbaros!

- Pero tengo fe en ellos.

- ¿No llegaran a intuir nuestra ayuda?

- No, todo se irá diluyendo en leyendas a las que darán contenido divino.

- A veces me inquieta eso de fingirnos Dios.

- A mí también, pero es necesario. Algún día caerán en la cuenta de que Dios no es un ente individual, sino una conciencia total de la cual, ellos y nosotros, formamos parte.

- ¿Lo veremos?

- No creo, para eso pasará demasiado tiempo, tanto que ni con todo nuestro enorme ciclo vital lo alcanzaremos. Tal vez nuestros hijos o nietos. ¡Es una tarea tan difícil conocer la naturaleza y encontrar realmente a Dios!

- Creo que ya es mucho de filosofía por hoy, ¿no? Ya tengo sueño.

- Yo también. Programaré al robot y dormiremos estos tres días, nos espera luego mucho trabajo.

- ¿Más?

- Crear una civilización no es un pasatiempo.

- Correcto, vamos entonces a dormir.

- Vamos ...

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¡Cómprame una bomba, papá!

(Herodes tenía razón)

A Santa Claus, Melchor, Gaspar y Baltasar.

Bueno, pues el señor Crispín caminaba llevando de la mano a su hijo Crispinhi (por aquello de Crispín hijo), mejor conocido en su casa y lugares aledaños por Pinhito.

- Papá, quiero un juguete.

El niño, al pasar por una juguetería se había detenido y señalaba un curioso artefacto en forma de triángulo que lucía un anuncio reluciente en la parte baja:

NOVEDAD BOMBA ATÓMICA MINUATURA 1/50 DE MEGATON, NO PUEDE DESTRUIR MÁS QUE UNA RECÁMARA NI MATAR MÁS DE TREINTA PERSONAS, EL REGALO IDEAL PARA SUS HIJOS.

El precio era realmente ridículo, doscientos pesos.

- No hijo, ahora no, tal vez la semana que viene.

- ¡Yo lo quiero ahorita! -el niño inició un berrinche de pronóstico.

- ¿Qué le hace usted al niño?

El señor Crispín volteó inmediatamente para estrellarse ante un rapaz de no más de quince años, que lo miraba maliciosamente. El señor Crispín palideció al mirar la insignia que portaba el chamaco en el lado izquierdo de su uniforme: PIPI (Policía Infantil de Prevención Instantánea) sabía de lo que esos escuincles eran capaces, los había visto actuar en repetidas ocasiones. Cuando su amigo, el señor Josué, se había negado a comprar a su hijo un tanque miniatura para perforación de paredes, un PIPI le había dejado ciego, destruyéndole los ojos con su lasser especial.

- Es que ... - tartamudeó el señor Crispín - quería un juguete que, por ahora, no puedo comprarle.

- ¿Qué no puede comprarle?

- No, tengo varias deudas que saldar antes que gastar tanto en un juguete.

- ¿Le parecen demasiado doscientos pesos para hacer feliz a su hijo?

- No creo que el hecho de no comprarle ahora un juguete afecte su felicidad, además ...

- Además nada - la voz del PIPI adquirió un tono insolente - no podemos admitir que se traume a un futuro ciudadano de esa manera.

- ¡Un momento pequeño demonio!

El señor Crispín amenazó al agente con el puño. Este desenfundó lentamente su lasser especial y apuntó al señor.

- Usted lo quiso, viejo - dijo, y luego volviéndose a Pinhito que, regocijado, contemplaba la escena, le preguntó:

- ¿Qué quieres que le hagamos, mi cuate?

- Espere - el señor Crispín suplicó - le voy a comprar la bomba y listo, ¿eh?

- No viejo, tienes que sufrir algún castigo por egoísta.

- ¡Que haga el burro! ¡Que haga el burro! - palmoteó Pinhito.

- Bueno viejo, ya oyó, haga el burro.

El señor Crispín tuvo que tragarse la rabia que lo invadía, se arrodilló y con las manos extendidas simuló unas orejas.

- Eso está mejor, ahora vaya y cómprele la bomba ...

II

- ¿Qué te obligaron a gastar doscientos pesos en ese juguete?

- Sí mujer.

- Pero ... ¡Necesitábamos ese dinero!

- ¿Qué querías que hiciera? Había un PIPI enfrente.

La mujer apagó la aspiradora y se dejó caer en un sillón.

- Esto ya es intolerable - exclamó. Acaban de informarme que murió la comadre Lucha.

- ¿Qué se murió Lucha?

- Sí, estaba en la cocina mientras Monín jugaba a matar chinos.

- ¿Y ... ?

- Y nada, que el niño gritó: ¡Mamá es china! Y le arrojó una granada.

- No es posible. ¿Bonifacio no hizo nada?

- Eso fue lo peor, trató de castigar al niño y éste se quejó a un PIPI.

- ¡No!

- Sí, y entre éste y otros dos que llegaron, amarraron a Bonifacio y se pusieron a jugar a indios y vaqueros, le arrancaron el cuero cabelludo y luego lo quemaron vivo.

- ¡Qué horrible!

- ¡Hay que hacer algo, Crispín! ¡Hay que hacer algo!

- ¿Qué? Desde que se tomó la determinación de dar armas a los niños para evitar la sobrepoblación sin cargos de conciencia, se han vuelto omnipotentes, asesinan a mansalva, sólo ayer hubo ocho mil homicidios.

- A Monín ya lo inscribieron como Capitán para el juego del próximo domingo.

- Pobre criatura.

- Si, pobre. De esos juegos dicen que no sale ninguno vivo.

- Bueno, algunos. Reúnen a los muchachos en un parque cercado, decorado con fortificaciones simuladas, les entregan armas con apariencia de juguetes, les dan un caramelo relleno de estimulante y los lanzan unos contra otros convenciéndoles que se trata de un juego.

- ¡Ya no sigas! - La mujer estaba llorando.

- Sería espantoso que a Pinhito le hicieran eso.

- Más espantoso sería que él nos hiciera lo que Monín hizo a los compadres ...

- Parece que no quieres a tu hijo - recriminó la señora.

- Tienes razón, hay veces que no concibo que ese pequeño monstruo sea hijo mío.

- ¡Crispín! ¿Cómo te atreves a llamar monstruo a tu hijo?

- ¡Mamá, papá! - el niño llamó desde la puerta.

- ¿Qué tiene mi tesoro? - preguntó la madre.

La muda respuesta llegó pronto: un curioso artefacto triangular, produciendo un raro zumbido, cayó entre ambos. El señor Crispín intentó proteger con el cuerpo a su mujer ...

Un simétrico y blanquecino hongo humeante se levantó en la sala, frente a la mirada complaciente y placentera de Crispinhi (por aquello de Crispín hijo) mejor conocido en su casa y lugares aledaños por Pinhito.

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Himno de navidad

Para los Generales del Pentágono

Cuya inexistencia haría, seguramente,

Un poco feliz a la humanidad, pero

Nos privaría de un buen filón para

Escribir relatos sobre genocidios.

¡Esta noche es noche buena y mañana Navidad!

El villancico se deslizaba por las calles de la nevada y desierta ciudad.

La radio colectiva trepidó:

- Mañana habrá nevadas más fuertes. En el trópico la temperatura se elevará a veintiocho grados a la sombra. Mañana habrá nevadas más fuertes ...

Levantó el paquete que, para descansar, había depositado en el suelo, masculló algo entre dientes y siguió su camino ...

- ¡Atención, atención! Todo mundo a los refugios. No es nada grave, sólo rutina. Repetimos, sólo es ejercicio de rutina. ¡Atención, atención! Todo mundo preparado para ...

¡Esta noche es noche buena y mañana Navidad!

- Maldita radio. Siempre repite lo mismo. Se ha de haber averiado.

Abrió de un puntapié la destartalada puerta de madera.

- ¿Eres tú, Jonás? - preguntó una voz de mujer.

- ¡Qué más quisieras que fuera otro!

- ¡Vaya cara!

Dejó el paquete sobre una mesa y fue a la chimenea para calentarse un poco.

- ¡Qué tal hoy!

- Igual que siempre, mujer, igual que siempre.

- ¿Encontraste algo interesante?

- Algunas latas en buen estado. Dos o tres cobertores ...

- ¿Cobertores? Pero si ya tenemos muchos.

- Es que va a enfriar más.

- Deberíamos emigrar, Jonás.

- Emigrar - murmuró vagamente el hombre - ¿A dónde?

- No lo sé, pero ... recuerda lo que contó aquel chico.

- Estaba trastornado.

- Yo no estaría tan segura ...

- Entonces, Agripina, ¿crees en todas esas fantasías?

- No creo que sean tanto como fantasías.

- Todo eso de que los sobrevivientes están reagrupándose. Que hay que buscar soluciones. Que el mundo volverá a progresar. Zarandajas, no son sino zarandajas.

- Jonás - la mujer dejó lo que estaba haciendo, cerró los ojos y dijo:

- Aún podríamos ...

- ¿Qué?

- Un bebe - como si hubiera dicho una blasfemia, apartó la vista de donde estaba el hombre y volvió a su tarea.

- ¿Un bebe? - Jonás se endereza, la parpadeante luz de la chimenea acentúa lo sombrío de la expresión que su rostro ha adquirido. Sin quitar los ojos del fuego dice:

- Tres veces Agripina, tres veces lo hemos intentado. ¿Recuerdas al primero? No tenia boca.

- ¿Y el segundo? Sin brazos ni piernas ...

- Calla, por favor.

- ¿El tercero?

- Tenía tres ojos.

- Pero pudo vivir.

- Y ... ¿de qué hubiera servido?

- ¿De qué hubiera servido? Jonás, la vida no se hizo para ti o para mí solamente. ¿Recuerdas lo que nos contó aquel muchacho, verdad?

- Sí, claro, ya te lo dije hace un momento. Pero no lo creo posible. ¿Cómo podríamos convivir entre fenómenos?

- Mutantes.

- Llámales como se te antoje. El caso es que son COSAS - subrayó la palabra - extrañas, no son seres humanos ...

- Sí que lo son - interrumpió, susurrando, la mujer - sí que lo son - dirigió la vista hacia la amarillenta fotografía de familia, su madre sostenía a su hermana menor en brazos.

El hombre, con la mirada fija en el fuego de la chimenea murmuró para sí:

- Tanto que cacarearon con la bomba atómica y ... - rió en silencio - con lo que fueron saliendo.

- Para el caso lo mismo - replicó la mujer.

- No Agripina. Estuvimos preparándonos para el mentado ataque atómico, nos entrenaron física y psicológicamente para tal eventualidad y ...

- ¿Y ...?

- Lo que ocurrió fue un golpe bajo. Jugaron sucio, Agripina, jugaron sucio.

Hombre y mujer se quedan quietos. Ninguno dice nada. En su mirada opaca, sólo se advierte el oscuro reflejo de sus recuerdos. El sordo chirriar de la mecedora y el crepitar del fuego evocan imágenes. La ciudad vuelve a vivir, los motores de los autos, el murmullo de la muchedumbre y ...

- ¡Los aviones!

- Y ...

- ¡Los altavoces!

- ¡Todo mundo a los refugios!

- ¡Que no cunda el pánico!

Y ... y ...

Aquel polvo gris que todo lo cubrió. Aquel polvo gris que se introdujo hasta la más reducida hendidura ...

- Guerra bacteriológica, dijeron. Guerra bacteriológica. ¿Qué iba uno a saber qué era una guerra bacteriológica?

- Sin embargo, Jonás, nos salvamos ...

- Sí, por estar arreglando aquel pozo. Pero ... ¿crees que vale dar gracias por ello?

- No sé. No creo que Dios haga nada inútil.

- ¿Dios, dices? ¿Crees aún que existe Dios?

La exclamación rebotó lúgubremente en todos los rincones de la desierta ciudad, hasta llegar a los oídos de la mujer. Miró al hombre con aire ausente, luego vio hacia la ventana, donde los copos de nieve azotaban despiadadamente. Se pudo de pie, fue hacia la mesa y dijo, dirigiéndose al hombre que se había abandonado el suave bamboleo de la mecedora:

- ¡Jonás, ya está la cena!

- ¡Esta noche es noche buena y mañana Navidad ... Mañana habrá nevadas más fuertes ... En el trópico la temperatura aumentará a veintiocho grados a la sombra ... zuuuuuuum ... zuuuuuuum ...!

- ¡Atención, atención!

- Todo mundo a los refugios ... Todo mundo a los refugios ... Ejercicio de rutina ... Ejercicio de rutina ...

- ¡Esta noche es noche buena y mañana Navidad!

- ¡Maldita radio! Mañana iré a ver qué pasa - Jonás dejó la mecedora y con paso cansino fue hacia la mesa murmurando entre dientes ...

- Mañana la arreglaré ... Dios mediante.

En un pesebre, en algún lugar de la Tierra, una madre observa a un niño con tres ojos y seis dedos en cada mano, que acaba de nacer.

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