Chantal López y Omar Cortés

Compiladores


De chile, manteca y dulce

Antología de poesía mexicana


Cuarta edición cibernética, enero del 2003


Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés


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Indice

Presentación, Chantal López y Omar Cortés.

México en 1847, Manuel Carpio.

Invocación de los Aztecas al Dios de la guerra, José Joaquín Pesado.

Profecía de Guatimoc, Ignacio Rodríguez Galván.

Por los desgraciados, Ignacio Ramírez.

Nocturno, Manuel Acuña.

La Duquesa Job, Manuel Gutiérrez Nájera.

En el desierto. Idilio salvaje, Manuel José Othón.

La elegía del retorno, Luis G. Urbina.

La noche, Manuel M. Flores.

Definiciones, Josefa Murillo.

Tres cruces, Justo Sierra.

Las horas, Francisco A. de Icaza.

Oremus, Amado Nervo.




Presentación.

Desde hacía ya algún tiempo, acariciábamos la idea de realizar un pequeña selección poética, y ahora, por fin, lo hemos hecho.

Nuestro objetivo es presentar una breve semblanza de la poesía mexicana a través de algunos de sus más importantes representantes.

Así, el lector podrá encontrar poemas de los veracruzanos Josefa Murillo (1860 - 1898) y Manuel Carpio (1791 - 1860); de los grandes poetas de la ciudad de México, Manuel Gutiérrez Nájera (1859 - 1895), Luis G. urbina (1864 - 1934) y Francisco A. de Icaza (1863 - 1925); de los poetas poblanos, José Joaquín Pesado (1801 - 1861) y Manuel M. Flores (1840 - 1885); del hidalguense, Ignacio Rodríguez Galvan (1816 - 1842); del guanajuatense, Ignacio Ramírez (1818 - 1879); del gran romántico coahuilense Manuel Acuña (1849 - 1873); del potosino, Manuel José Othon (1858 - 1906); del campechano, Justo Sierra (1848 - 1912) y del gran poeta nayarita, Amado Nervo (1870 - 1919).

Esperamos que quienes lean esta breve antología poética, puedan disfrutar de los diferentes estilos de poesías que la componen.

Chantal López y Omar Cortés

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México en 1847

Manuel Carpio

¿Quién me diera las alas de paloma

para cruzar los montes y los ríos,

los mares nebulosos y bravíos,

y llegar hasta el lago de Sodoma?


Quiero sentarme al pie de una columna

de la famosa y trágica Palmira,

y allí entre escombros que el viajero admira

quiero llorar al rayo de la luna.


Quiero pisar las playas del Mar Rojo

y el arma del bárbaro desierto,

y andar vagando con destino incierto,

y allá ocultar mi llanto y mi sonrojo.


Yo ví en las manos de la patria mía

verdes laureles, palmas triunfadoras,

y brillante con glorias seductoras

yo la ví rebosar en alegría.


Yo ví a las grandes e inclitas naciones

en un tiempo felíz llamarla amiga;

y ella, depuesta el asta y la loriga,

a la sombra dormir de sus pendones.


Más la discordia incendia con su tea

desde el palacio hasta la humilde choza;

bárbara guerra todo lo destroza,

todo se abrasa y en contorno humea.


Armados con sacrílegas espadas

sin piedad se degüellan los hermanos,

y alzan al cielo pálidas las manos,

manos en sangre fraternal bañadas.


¿Cuál es el campo que la guerra impía

una vez y otra no ha ensangrentado?

¿Y cuál de las montañas no ha temblado

al trueno de pesada artillería?


¿Que ciudades, qué pueblos o desiertos,

no han visto los más bárbaros estragos?

¿Dónde están los arroyos y los lagos

que no tiñó la sangre de los muertos?


En medio a tanto mal, el incensario

llenó de humo los templos ofendidos;

y cánticos y lloros y gemidos

sonaron en el lúgubre santuario.


En vano todo; el indignado cielo

a México en su angustia desampara,

y el terrible Jehová vuelve la cara

a los pueblos sencillos de otro suelo.


En tanto se levanta pavorosa

allá en el aquilón negra tormenta,

y en la abatida México revienta

y rayos mil y mil lanza estruendosa.


Yo vi del Norte carros polvorosos,

y vi grandes caballos y cañones,

y vi los formidables batallones

tomar trincheras y saltar los fosos.


En las calles de México desiertas,

vi correr los soldados extranjeros,

vi relumbrar sus fúlgidos aceros,

y vi las gentes pálidas y yertas.


Y vi también verter la sangre roja,

y oí silbar las balas y granadas,

y vi temblar las gentes humilladas,

y vi también su llanto y su congoja.


Llorad hijas de México, dolientes

en las tristes orillas de los ríos,

y bajo los árboles sombríos

al estruendo gemid de los torrentes.


Todo en la vida a llanto nos provoca;

gemid, pues, en los campos y ciudades,

cual gime en las profundas soledades

el ave solitaria de la roca.


Quitad del cuello el oro y los diamantes

y de luto tristísimo vestíos.

¿Por qué ostentar ni galas ni atavíos

en tiempos congojosos y humillantes?


Es hora de llorar, huya la risa

de vuestros labios rojos e inocentes;

estampad en el polvo vuestras frentes,

en ese polvo que el normando pisa.


Yo también lloraré tantos pesares,

y al enojado cielo haré plegarias,

en medio de las noches solitarias,

en las remotas playas de los mares.


Esas mismas naciones que algún día

con rosas coronaron tu cabeza,

hoy te burlan ¡oh patria! con vileza,

y todas te encarnecen a porfía,


¿Cómo es, dicen soberbias, que humillada

sin trono está la reina de Occidente?

¿Quién la diadema le arrancó a su frente?

¿En dónde está su formidable espada?


Sus hijos sin pudor y afeminados

se espantan del cañón al estallido,

y de las balas al fugaz silbido

huyen sus capitanes y soldados.


¿En dónde están su orgullo y su ardimiento?

¿Sus laureles en dónde y sus hazañas?

Son como viles y quebradas cañas

que abate el soplo de un ligero viento.


Otros burlan también nuestros errores,

abran su historia y cállense sus labios:

no volvamos agravios por agravios:

que nos dejen llorar nuestros dolores.


Feliz ¡ay! muy feliz el mexicano

que al golpe de mortífera metralla

ha expirado en el campo de batalla,

antes de ver el ceño del tirano.


Mejor me fuera en tierras muy remotas

vivir entre escorpiones y serpientes

que mirar humilladas nuestras frentes

a fuerza de reveses y derrotas.


Más, pisé yo la patagonia playa,

o ya escuche del Niágara el estruendo,

ya los helados Alpes esté viendo

o contemple el magnífico Himalaya.


Allá en la soledad ¡oh patria mía!

siempre estarás presente en mi memoria.

¿Cómo olvidar tu congojosa historia?

¿Cómo olvidar tu llanto y tu agonía?


Antes del sauce nacerá la rosa,

y crecerán las palmas en los mares,

que me llegue a olvidar de mis hogares,

que te pueda olvidar, México hermosa.


¡Roma, patria de Curios y Catones!

Compadezco tu suerte lamentable:

leyes te dieron con sangriento sable

del Norte los terribles batallones.


Los viles e insolentes pretorianos

desgarraron tus leyes con la espada,

la toga venerada fue pisada

mil veces por brutales veteranos.


¡Patria infeliz! sin Curios ni Catones,

ha sido tu destino lamentable:

leyes te dieron con sangriento sable

del Norte los terribles batallones.


Tu también has sufrido mil tiranos

que pisaron las leyes y la toga,

y que apretaron con sangrienta soga,

tu cuello tierno y tus cansadas manos.


Mas baste ya. Quiero alas de paloma

para cruzar los montes y los ríos,

los mares nebulosos y bravíos,

y llegar hasta el lago de Sodoma.


Quiero pisar las playas del Mar Rojo

y la arena del bárbaro desierto,

y andar vagando con destino incierto

y allá ocultar mi llanto y mi sonrojo.

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Invocación de los Aztecas al Dios de la Guerra

José Joaquín Pesado

¡Invisible poder del cielo y la tierra,

señor omnipotente de la guerra,

invicto lideador:

tu pueblo ante tus aras se presenta,

y al rudo asalto y a la lid sangrienta

se apresta con valor!


La muerte a tu mandato se levanta;

tiembla el suelo oprimido de tu planta;

huye el numen de paz;

y abre y dilata sus profundos senos,

de eterna noche y de silencio llenos,

el sepulcro voraz


¡Cuánta sangre vertida por la espada

descenderá al abismo, consagrada

al infernal furor!

¡Cuántos cuerpos truncados, insepultos,

en montes asperísimos, incultos,

serán ofrenda al sol!


Sus víctimas señala airado el cielo,

y lágrimas sin término y sin duelo

a la tierra infeliz;

ignora de su amor la dulce esposa,

y del hijo la madre cariñosa,

¡ay!, el próximo fin.


Hermosa imagen de su padre, el hijo

derrama en su morada el regocijo

con infantil candor;

crece robusto joven, y en un punto

cayendo inmóvil en la lid, difunto,

causa inmenso dolor.


Breves son los instantes de contento,

larguísimas las horas de tormento,

prolijo el padecer;

tal es la suerte que a los hombres cupo;

así con sabio porvenir lo supo

el cielo disponer.


Que si nos dio, con término y medida,

beber las dulces auras de la vida

y ver su clara luz;

hace también, si que crueldad implique,

que la guerra nos postre y sacrifique

con fúnebre segur.


Del sepulcro voraz somos tributo;

somos el reino de pavor y luto

efrenda funeral;

inevitables víctimas nacemos;

y en sacrificio al cielo nos debemos

con término fatal.


Al que muera en la lucha sanguinosa

traslada ¡oh Dios! con mano poderosa

a la etérea mansión;

ciñe su frente con diadema de oro,

y vístelo de pompa y de decoro

con vívido esplendor.


Abre la helada mano de la muerte

gloriosas puertas al guerrero fuerte

que espera en dura lid;

aposéntalo el sol en sus palacios

de cristal fabricados y topacios

en campo de zafir.


Allí en jardines llenos de verdura,

do florecen con plácida frescura

el cedro y el laurel;

cabe tanques y fuentes bulliciosas,

gusta del lirio y encendidas rosas

la perfumada miel.


Concede, ¡oh Dios! un ánimo valiente,

invicto brazo y corazón ardiente

al bravo lideador;

haz su espada triunfar en las batallas,

postra a sus pies ciudades y murallas,

míralo con favor.

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Profecía de Guatimoc

Ignacio Rodríguez Galvan

No fue más que un sueño de la

de la noche que se disipó con la aurora.

San Juan Crisóstomo


I


Tras negros nubarrones asomaba

pálido rayo de luciente luna

tenuamente blanqueando los peñascos

que de Chapultepec la falda visten.

Cenicientos a trechos, amarillos,

o cubiertos de musgo verdinegro

a trechos se miraban, y la vista

de los lugares de profundas sombras

con terror y respeto se apartaba.

Los corpulentos árboles ancianos,

en cuya frente siglos mil reposan,

sus canas venerables conmovían

de viento leve al delicado soplo

o al aleteo de nocturno cuervo,

que tal vez descendiendo en vuelo rápido

rizaba con sus alas sacudidas

las cristalinas aguas de la alberca,

en donde se mecía blandamente

la imagen de las nubes retratadas

en su luciente espejo. Las llanuras

y las lejanas lomas repetían

el aullido siniestro de los lobos

o el balar lastimoso del cordero,

o del toro el bramido prolongado.

¡Oh soledad, mi bien, yo te saludo!


¡Cómo se eleva el corazón del triste

cuando en tu seno bienhechor su llanto

consigue derramar! Huyendo al mundo

me acojo a ti. Recíbeme, y piadosa

divierte mi dolor, templa mi pena.

Alza mi corazón al infinito,

el velo rasga de futuros tiempos,

templa mi lira, y de los sacros vates

dame la inspiración.


Nada en el mundo,

nada encontré que el tedio y el disgusto

de vivir arrancara de mi pecho.

Mi pobre madre descendió a la tumba

y a mi pobre padre infeliz deje buscando

un lecho y pan de la piedad ajena.

El sudor de mi faz y el llanto ardiente

mi sed templaron. Amistad sincera

busqué en los hombres, y no hallé ... Mentira,

perfidia y falsedad hallé tan sólo.

Busqué el amor, y una mujer, un ángel

a mi turbada vista se presenta

con su rostro ofuscando a los malvados

que en torno la cercaban, y entre risas

de estúpida malicia se gozaban,

que en sus manos sacrílegas pensando

la flor de su virtud marchitarían

y de su faz las rosas ... ¡Miserables!

¿Cuando la nube tempestuosa y negra

pudo apagar del sol la lumbre pura,

aunque un instante la ofuscó? ¿Ni cuándo

su irresistible luz el pardo buho

soportar pudo?


Yo temblé de gozo,

sonrió mi labio y se aclaró mi frente,

y brillaron mis ojos, y mis brazos

vacilantes buscaban el objeto

que tanto me asombró ... ¡Vaya esperanza!

En vez de un alma ardiente cual la mía,

en vez de un corazón a amar creado,

aridez y frialdad encontré solo,

aridez y frialdad ¡indiferencia!


Y mis ensueños de placer volaron

y la fantasma de mi dicha hoyóse,

y sin lumbre quedé perdido y ciego.


Sin amistad y sin amor ... (La ingrata

de mi aparta la vista desdeñosa,

y ni la luz de sus serenos ojos

concede a su amador ... En otro tiempo

en otro tiempo sonrió conmigo).

Sin amistad y sin amor, y huérfano.

Es ya polvo mi padre, y no abrazarlo

pude al morir. Y abandonado y solo

en la tierra quedé. Mi pecho entonces

se oprimió más y más, y la poesía

fue mi gozo y placer, mi único amigo.

Y misteriosa soledad de entonces

mi amada fue.


¡Qué dulce, qué sublime

es el silencio que me cerca en torno!

¡Oh cómo es grato a mi dolor el rayo

de moribunda luna, que halagando

está mi yerta faz! Quizá me escuchan

las sombras veneradas de los reyes

que dominaron el Anáhuac, presa

hoy de las aves de rapìña y lobos

que ya su seno y corazón desgarran.

- ¡Oh varón inmortal! ¡oh rey potente!

Guatimoc valeroso y desgraciado,

si quebrantar las puertas del sepulcro

te es dado acaso ¡ven! Oye mi acento;

contemplar quiero tu guerrera frente,

quiero escuchar tu voz ...


II


Siento la tierra

girar bajo mis pies, nieblas extrañas

mi vista ofuscan y hasta el cielo suben.

Silencio reina por doquier;los campos,

los árboles, las aves, la natura,

la natura parece agonizante.

Mis miembros tiemblan, las rodillas doblo

y no me atrevo a levantar la vista.

¡Oh mortal miserable! Tu ardimiento,

tu exaltado valor es vano polvo.

Caí por tierra sin aliento y mudo,

y profundo estertor del hondo pecho

oprimido salía.


De repente

parece que una mano de cadáver

me aferra el brazo y me levanta ... ¡Cielos!

¡Qué estoy mirando!


- Venerable sombra,

huye de mí: la sepultura cóncava

tu mansión es. ¡Aparta, aparta!


En vano

suplico y ruego, mas el alma mía

vuelve a su ser y el corazón ya late.

De oro y telas cubierto y ricas piedras

un guerrero se ve. Cetro y penacho

de ondeantes plumas se descubre; tiene

potente maza a su siniestra, y arco

y rica aljaba de sus hombros penden ...

¡Qué horror! Entre las nieblas se descubren

llenas de sangre sus tostadas plantas

en carbón convertidas; aun se mira

bajo sus pies brillar la viva lumbre.

Grillos, esposas y cadenas duras

visten su cuerpo, y acerado anillo

oprime su cintura; y para colmo

de dolor, un dogal su cuello aprieta.

Reconozco, exclamé, sí, reconozco

la mano de Cortés bárbaro y crudo.

¡Conquistador! ¡Aventurero impío!

¿Así trata un guerrero a otro guerrero?

¿Así un valiente a otro valiente? ... Dije

y agarrar quise del monarca el manto;

pero él se deslizaba y aire sólo

con los dedos toqué.


III


- Rey del Anáhuac.

noble varón, Guatimoctzin valiente,

indigno soy de que tu voz me halague,

indigno soy de contemplar tu frente.

Huye de mí. - No tal, él me responde,

y su voz parecía

que del sepulcro lóbrego salía.

- Háblame, continuó, pero en la lengua

del gran Netzahualcoyotl.

Bajé la frente y respondí: La ignoro.

El rey gimió en su corazón. - ¡Oh mengua,

oh vergüenza! gritó. Rugó las cejas

y en sus ojos brilló súbito lloro.

- Pero siempre te amé, rey infelice.

Maldigo a tu asesino y a la Europa,

la injusta Europa que tu nombre olvida.

Vuelve, vuelve a la vida,

empuña luego la robusta lanza,

de polo a polo sonará tu nombre,

temblarán a tu voz caducos reyes,

el cuello rendirán a tu pujanza,

serán para ellos tus mandatos, leyes;

y en México, en París, centro de orgullo,

resonará la trompa de venganza.

¿Que de estos tiempos los guerreros valen

cabe Cortés sañudo y Alvarado

(varones invencibles si crueles)

y los venciste tú, sí, los venciste

en nobleza y valor, rey desdichado!


- Ya mi siglo pasó. Mi pueblo todo

jamás elevará la oscura frente

hundida ahora en asqueroso lodo.

Ya mi siglo pasó. Del mar de Oriente

nueva familia de distinto idioma,

de distintas costumbres y semblantes,

en hora de dolor al puerto asoma;

y asolando mi reino, nuevo reino

sobre sus ruinas míseras levanta.

Y cayó para siempre el mexicano,

y ahora imprime en mi ciudad la planta

el hijo del soberbio castellano.

Ya mi siglo pasó.


Su voz augusta

sofocada quedó con los sollozos.

Hondos gemidos arrojó del seno,

retemblaron sus miembros vigorosos,

el dolor afuscó su faz adusta

y la inlcinó de abatimiento lleno.

- ¿Pues las pasiones que al mortal oprimen

acosan a los muertos en la tumba?

¿Hasta ella el grito del rencor retumba?¿También las almas en el cielo gimen?

Así hablé y respondió. - Joven audace,

el atrevido pensamiento enfrena.

Piensa en tí, en tu nación;mas lo infinito

no será manifiesto

a los ojos del hombre: así está escrito.

Si el destino funesto

el denso vuelo destrozar pudiera

que la profunda eternidad te esconde,

más, joven infeliz, más te valiera

ver a tu amante en brazos de tu amigo

y ambos a dos el solapado acero

clavar en tus entrañas,

y reir a tu grito lastimero

y, sin poder morir, sediento y flaco,

agonizar un siglo, ¡un siglo entero!


Senti desvanecerse mi cabeza,

tembló mi corazón, y mis cabellos

erizados se alzaron en mi frente.

Miróme con terneza

del rey la sombra y desplegando el labio

de esta manera prosiguió doliente:


- ¡Oh joven infeliz! ¡cuál tu destino,

cuál es tu estrella impía!

Buscará la verdad tu desatino

sin encontrar la vía


Deseo ardiente de renombre y gloria

abrazará tu pecho,

y contigo tal vez la tu memoria

expirará en tu lecho.


Amigo buscarás y amante pura,

mas a la suerte plugo

que halles en ella bàrbara tortura,

y en él feroz verdugo.


Y ansia devoradora

de mecerte en las olas del océano

aumentará tu tedio, y será en vano,

aunque en dolor y rabia te despeña,

que el destino del tirano

para siempre en tu suelo te asegura

cual fijo tronco o soterrada peña.


Y entre tanto a tus ojos

¡que terrífico lienzo se despliega!

Llanos, montes de abrojos;

el justo, que navega

y de descanso al punto nunca llega.


Y en palacios fastuosos

el infame traidor, el bandolero,

holgando poderosos,

vendiendo a un usurero

las lágrimas de un pueblo a vil dinero.


La virtud a sus puertas

gimiendo de fatiga y desaliento,

tiende las manos yertas

pidiendo el alimento,

y halla tan sólo duro tratamiento.


El asesino insano

los derechos proclama,

debidos al honrado ciudadano.


Y más allá rastrero cortesano,

que ha vendido su honor, honor reclama.

Hombre procaz, que la torpeza inflama,

castidad y virtud audaz predica,

y el hipócrita ateo

a Dios ensalza y su poder publica.


Una no firme silla

mira sobre cadáveres alzada ...,


Ya diviso en el puerto

hinchadas lonas como niebla densa,

ya en la playa diviso,

en el aire vibrando aguda lanza,

de gente extraña la legión inmensa.

Al son del grito de feroz venganza

las armas crujen y el bridón relincha;

oprimida rechina la cureña,

bombas ardientes zumban,

vaga el sordo rumor de peña en peña

y hasta los montes tremulos retumban.


¡Mirad! mirad por los calientes aires

mares de viva lumbre

que se agitan y chocan rebramando;

mirad de aquella torre el alta cumbre

cómo tiembla y vacila y cruje y cae,

los soberbios palacios derrumbando.

¡Escuchad, escuchad! ... Hondos gemidos

arrojan los vencidos.


¡Mirad los infelices por el suelo,

moribundos, sus cuerpos arrastrando,

y su sed ardorosa

en sus propias heridas apagando!

¡Oídlos en su duelo

maldecir su nación, su vida, el cielo!

Sangrienta está la tierra,

sangrienta el alta sierra,

sangriento el ancho mar, el hondo espacio,

y del inmoble rey del claro dia

la faz envuelve ensangrentado velo.

Nada perdona el bárbaro europeo;

todo lo rompe y tala y aniquila

con brazo furibundo.

Ved la doncella en torpe desaliño

abrazar a su padre moribundo.

Mirad sobre el cadáver asqueroso

del asesino aleve

caer sin vida el inocente niño.


¡Oh vano suplicar! Es dura roca

el hijo del Oriente;

brotan sangre sus ojos, y a su boca

lleva sangre caliente.


Es su placer en fúnebres desiertos

las ciudades trocar. ¡Hazaña honrosa!

Ve el sueño con desdén, si no reposa

sobre insepultos muertos.


¡Ay pueblo desdichado!

Entre tantos caudillos que te cercan

¿quién a triunfar conducirá tu acero?

Todos huyen cobardes, y al soldado

en las garras del pérfido extranjero

dejan abandonado

clamando con acento lastimero.

¿Dónde Cortés está? ¡dónde Alvarado!


Ya eres esclavo de nación extraña,

tus hijos son esclavos,

a tu esposa arrebatan de tu seno ...

¡Ay si provocas la extranjera saña!


¿Lloras, pueblo infeliz y miserable?

¿A qué sirve tu llanto?

¿Qué vale tu lamento?

Es tu agudo quebranto

para el hijo de Europa inaplacable

su más grato alimento.


Y ni enjugar las lágrimas de un padre

concederá a tu duelo,

que de la venerable cabellera

entre signos de gozo

la verás arrastrado

al negro calabozo,

do por piedad demanda muerte fiera.

¡Ay, pueblo desdichado!

¿Dónde Cortés está? ¿dónde Alvarado?


¿Más que faja de luz pura y brillante

en el cielo se agita?

¿Qué flamígero carro de diamante

por los aires veloz se precipita?

¿Cuál extendido pabellón ondea?

¿Cuál sonante clarín a la pelea

el generoso corazón excita?


¡Temblad, estremeceos,

oh reyes europeos!

Basta de tanto escandaloso crimen.

Ya los cetros en ascuas se convierten,

los tronos en hogueras

y las coronas en serpientes fieras

que rencorosas vuestro cuello oprimen.


¿Qué es de París y Londres?

¿Qué es de tanta soberbia y poderío?

¿Qué de sus naves de riquezas llenas?

¿Qué de su rabia y su furor impío?

Así preguntará triste viajero.

Fúnebre voz responderá tan sólo:

¿Qué es de Roma y Atenas?


¿Ves en desiertos de África espantosos,

al soplar de los vientos abrazados

qué multitud de arenas

se elevan por los aires agitados,

y ya truécanse en hórridos colosos

ya en bramadores mares procelosos?

¡Ay de vosotros, ay, guerreros viles,

que de la inglesa América y de Europa,

con el vapor, o con el viento en popa,

a México llegáis miles a miles

y convertis el amistoso techo

en palacio de sangre y de furores,

y el inocente hospitalario lecho

en morada de escándalo y de horrores!

¡Ay de vosotros! Si pisáis altivos

las humildes arenas de este suelo,

no por siempre será, que la venganza

su soplo asolador furiosa lanza

y veloz las eleva por los aires,

y ya las cambia en tétricos colosos

que en sus fornidos brazos os oprimen,

ya en abrazados mares

que arrasan vuestros pueblos poderosos.


Que aun del caos la tierra no salía

cuando a los pies del Hacedor radiante

escrita estaba en sólido diamante

esta ley, que borrar nadie podría:

El que del infeliz el llanto vierte,

amargo llanto verterá angustiado,

el que huella al endeble, será hollado,

el que la muerte da, recibe muerte,

y el que amasa su espléndida fortuna

con sangre de la víctima llorosa,

su sangre beberá si sed lo seca,

sus miembros comerá si hambre lo acosa.


Brilló en el cielo matutino rayo,

de súbito cruzó rápida llama,

el aire convirtiose en humo denso

salpicado de brasas encendidas

cual rojos globos en oscuro cielo.

La tierra retembló, giró tres veces

en encontradas direcciones; hondo

cráter abrióse ante mi planta infirme

y despeñóse en él bramando un río

de sangre espesa, que espumoso lago

formó en el fondo, y cuyas olas negras,

agitadas subiendo, mis rodillas

bañaban sin cesar. Fantasma horrible

de formas colosales y abultadas,

envolvió su cabeza en luengo manto

y en el profundo lago sumergióse.

Ya no vi mas ...


¿Do estoy? ¿Qué lazo oprime

mi garganta? ¡Piedad! Solo me encuentro ...

Mi cuerpo tembloroso húmeda yerba

tiene por lecho; el corazón mis manos

con fuerza aprietan, y mi rostro y cuerpo

tibio sudor empapa. El sol brillante,

tras la sierra asomando la cabeza,

mira a Chapultepec cual padre tierno

contempla al despertar a su hijo amado.

Los rayos de su luz las peñas doran,

los árboles sus frentes venerables

inclinan blandamente, saludando

al astro ardiente que les da la vida.

Azul está el espacio, y a los montes

baña color azul, claro y oscuro.

Todo respira juventud risueña

y cantando los pájaros se mecen

en las ligeras y volubles auras.


Todo a gozar convida; pero a mi alma

manto de muerte envuelve, y gota a gota

sangre destila el corazón herido.

Mi mente es negra cavidad sin fondo

y vaga incierto el pensamiento en ella

cual perdida paloma en honda gruta.


¿Fue sueño o realidad? Pregunta vana ...

Sueño sería, que profundo sueño

es la voraz pasión que me consume;

sueño ha sido, y no más, el leve gozo

que acarició mi faz; sueño el sonido

de aquella voz que adormeció mis penas;

sueño aquella sonrisa, aquel halago,

aquel blando mirar ... Desperté súbito

y el bello Edén desapareció a mis ojos

como oleada que la mar envía

y se lleva después. Sólo me resta

atroz recuerdo que me aprieta el alma

y sin cesar el corazón me roe.

Asi el fugaz placer sirve tan sólo

para abismar el corazón sensible.

así la juventud y la hermosura

sirven tan sólo de romper el seno

a la cansada senectud. El hombre

tiene dos cosas solamente eternas:

su Dios y la virtud de Él emanada.


Yo me sentí mecido de mis padres

en los amantes cariñosos brazos,

y fue sueño también ... Mujer que adoro.

ven otra vez a adormecer mi alma

y mátame después, mas no te alejes ...

La amistad y el amor son mi existencia,

y el amor y amistad vuelven el rostro

y huyen de mi cual de cadáver frío.


¡Venid, sueños, venid! y ornad mi frente

de beleño mortal; soñar deseo.

Levantad a los muertos de sus tumbas;

quiero verlos, sentir, estremecerme ...

Las sensaciones mi alimento fueron,

sensaciones de horror y de tristeza.

Sueño sea mi paso por el mundo,

hasta que nuevo sueño, dulce y grato,

me presente de Dios la faz sublime.

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Por los desgraciados

Ignacio Ramírez

Banquete fraternal de la Sociedad gregoriana, 1868

Indigno es de sufrir el navegante

que tiembla cuando ruge la tormenta

y se esconde del rayo resonante.


Indigno es de la lid quien se amedrenta

cuando en el campo se desata el fuego

que de los más audaces se alimenta.


Mi madre es la desgracia; pero niego

mi esco con aquel cobarde

que agota, si padece, lloro y ruego.


Debemos de morir temprano o tarde,

y entretanto es placer, es una gloria,

de un alma desdeñosa hacer alarde.


Por eso el pueblo es digno de la historia.

Yo lo he visto sangriento y derrotado

entregarse al festín de la victoria.


En vano el invasor lo ha encadenado;

la muerte en vano por su frente gira;

no descubre un caudillo ni un soldado.


En oscura prisión tal vez se mira;

se extingue de la tumba en el ambiente;

y allí lo alumbran esperanza y su ira.


¿Quién ha postrado su soberbia frente?

¿Ni siquiera resiste su mirada fiera?

El contrario estandarte, omnipotente.


allá en la Europa, para allá volviera;

y desde el Golfo contempló en el cielo

manto del sol, brillar nuestra bandera.


¿Y seremos nosotros el modelo

de los humanos débiles? Un día,

nos dispersamos con incierto vuelo

tras los caprichos de la suerte impía,

desde aqueste edificio venerable

que de nido amoroso nos servía.


Este, se abrió un camino con el sable;

aquél halló en la musa eterna fama;

otro se envuelve en manto miserable,


y pide al hospital la última cama;

alguno el oro busca por los mares;

otro su herencia en el festín derrama;


quien consagra su vida a los altares;

y quien la ciencia que aprendió, cultiva

sin alejarse de los patrios lares.


Y, de todos nosotros, ¿quién, cautiva,

ha logrado arrastrar a la fortuna?

¿Quién su existencia de dolores priva?


Si es un astro la dicha, es cual la luna;

un momento no más entera luce

y a la sombra su luz sirve de cuna;


¡a cuantos desengaños nos conduce

cuando ebrio de placer se halla el deseo!

¡Cuánta ilusión costosa nos seduce!


¡Dichoso quien su loco devaneo

alcanza a prolongar! Con sus dolores

luchar eternamente a muchos veo.


Para ellos siempre espinas, nunca flores

produce el mundo. ¿Van tras la hermosura?

¡En sierpes se convierten sus amores!


Con fatiga se acercan a una altura,

de su ambición pavonearse espera,

y oyen crugir la escala mal segura.


Un tesoro su rica sementera

les promete; y desátanse los ríos;

y la cosecha al mar corre ligera.


¿Quién es estóico ante hados tan impíos?

Yo no me atrevo a contemplar sus males

por temor de llorar también los míos.


A destinos más nobles e inmortales

nos puede conducir una atroz pena,

a los héroes haciéndonos iguales.


Hijos del infortunio, la serena

frente elevemos, como el risco osado

cuando la tempestad se inflama y truena.


No es el hombre felíz, el desgraciado

es quien eclipsa al fin la turba necia

que en las garras del mal solo ha llorado.


¡Fortuna y gloria al hombre que se precia

de respeto infundir hasta la muerte!

Dios; por invulnerable, la desprecia;

y, por su dignidad, el varón fuerte.

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Nocturno

Manuel Acuña

A Rosario

I

¡Pues bien! yo necesito decirte que te adoro,

decirte que te quiero con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro

te imploro y hablo en nombre de mi última ilusión


II


Yo quiero que tu sepas que ya hace muchos días

estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;

que ya se han muerto todas las esperanzas mías,

que están mis noches negras, tan negras y sombrías,

que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.


III


De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada

y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,

camino mucho, mucho, y al fin de la jornada

las formas de mi madre se pierden en la nada

y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.


IV


Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,

comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás;

y te amo, y en mis locos y ardientes desvaríos

bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,

y en vez de amarte menos te quiero mucho más.


V


A veces pienso en darte mi eterna despedida,

borrarte en mis recuerdos y hundirte en mi pasión;

mas si es en vano todo y el alma no te olvida,

¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida,

qué quieres tú que yo haga con este corazón?


VI


Y luego que ya estaba concluído tu santuario,

tu lámpara encendida, tu velo en el altar;

el sol de la mañana detrás del campanario,

chispeando las antorchas, humeando el incensario,

¡y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar!


VII


¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,

los dos unidos siempre y amándonos los dos;

tú siempre enemorada, yo siempre satisfecho,

los dos una sola alma, los dos un solo pecho,

y en medio de nosotros, mi madre como un Dios!


VIII


¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!

¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!

Y yo soñaba en eso, mi santa prometida,

y al delirar en eso con la alma estremecida,

pensaba yo en ser bueno, por tí, nomás por tí.


IX


¡Bien sabe Dios que ése era mi más hermoso sueño,

mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer;

bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,

sino en amarte mucho bajo el hogar risueño

que me envolvió en sus besos cuando me vió nacer!


X


Esa era mi esperanza ... mas ya que a sus fulgores

se opone el hondo abismo que existe entre los dos,

¡adios por la vez última, amor de mis amores:

la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores;

mi lira de poeta, mi juventud, adios!

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La Duquesa Job

Manuel Gutiérrez Nájera

A Manuel Puga

En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces el Duque Job.


No es la condesa que Villasasa

caricatura, ni la poblana

de enegua roja, que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló.


Mi duquesita, la que me adora,

no tiene humos de gran señora;

es la griseta de Paul de Kock.

No baila Boston, y desconoce

de las carreras el alto goce,

y los placeres del five o´clock.


Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vió Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta.

que adora a veces el Duque Job.


Si pisa alfombras, no es en su casa,

si por Plateros alegre pasa

y la saluda Madam Marnat,

no es, sin disputa, porque la vista;

si porque a casa de otra modista

desde temprano rápida va.


No tiene alhajas mi duquesita,

pero es tan guapa, y es tan bonita,

y tiene un cuerpo tan v´lan, tan pschutt;

de tal manera trasciende a Francia

que no la igualan en elegancia

ni las clientes de Héléne Kossut


Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita, ni más traviesa

que la duquesa del Duque Job.


¡Cómo resuena su taconeo

en las baldosas! ¡Con qué meneo

luce su talle de tentación!

¡Con qué arrecito de aristocracia

mira a los hombres, y con que gracia

frunce los labios -¡Mimi Pinsón!


Si alguien la alcanza, si la requiebra,

ella, ligera como una cebra,

sigue camino del almacén;

pero ¡ay del tuno si alarga el brazo!

¡nadie se salva del sombrillazo

que le descarga sobre la sien!


¡No hay en el mundo mujer más linda!

Pie de andaluza, boca de guinda,

esprit rociado de Veuve Clicquot;

talle de avispa, cutis de ala,

ojos traviesos de colegiala

como los ojos de Louise Théo!


Agil, nerviosa, blanca, delgada,

media de seda bien restirada,

gola de encaje, corsé de ¡crac!,

naríz pequeña, garbosa, cuca,

y palpitantes sobre la nuca

rizos tan rubios como el cogñac.


Sus ojos verdes bailan el tango;

¡nada hay más bello que el arremango

provocativo de su naríz!

Por ser tan joven y tan bonita,

cual mi sedosa, blanca gatita,

diera sus pajes la emperatriz.


¡Ah! tú no has visto cuando se peina,

sobre sus hombros de rosa reina

caer los rizos en profusión!

Tú no has oído que alegre canta,

mientras sus brazos y su garganta

de fresca espuma cubre el jabón.


¡Y los domingos! ... ¡Con qué alegría

oye en su lecho bullir el día

y hasta las nueve quieta se está!

¡Cuál se acurruca la perezosa,

bajo la colcha color de rosa,

mientras a misa la criada va!


La breve cofia de blanco encaje

cubre sus rizos, el limpio traje

aguarda encima del canapé;

altas, lastrosas y pequeñitas,

sus puntas muestran las dos botitas,

abandonadas del catre al pie.


Después, ligera, del lecho brinca.

¡Oh quien la viera cuando se hinca

blanca y esbelta sobre el colchón!

¿Qué valen junto de tanta gracia

las niñas ricas, la aristocracia,

ni mis amigas de cotillón?


Toco; se viste; me abre; almorzamos

con apetito los dos tomamos

un par de huevos y un buen bistec,

media botella de rico vino,

y en coche juntos, vamos camino

del pintoresco Chapultepec.


Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del Duque Job

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En el desierto. Idilio salvaje

Manuel José Othón

A Alfonso Toro

A fuerza de pensar en tus historias

y sentir con tu propio sentimiento,

han venido a agolparse al pensamiento

rancios recuerdos de perdidas glorias.


Y evocando tristísimas memorias,

porque siempre lo ido es triste, siento

amalgar el oro de tu cuento

de mi viejo román con las escorias.


¿He interpretado tu pasión? Lo ignoro,

que me apropio al narrar, algunas veces,

el goce extraño y el ajeno lloro.


Sólo sé que, si tu los encareces

con tu ardiente pincel, serán de oro

mis versos, y esplendor sus lobregueses.


I


¿Por qué a mi helada soledad viniste

cubierta con el último celaje

de un crepúsculo gris? ... Mira el paisaje,

arido y triste, inmensamente triste.


Si vienes del dolor y en él nutriste

tu corazón, bien vengas al salvaje

desierto, donde apenas un miraje

de lo que fue mi juventud existe.


Más si acaso no vienes de tan lejos

y en tu alma aún de placer quedan los dejos,

puedes tornar a tu revuelto mundo.


Si no, ven a lavar tu ciprio manto

en el mar amarguísimo y profundo

de un triste amor o de un inmenso llanto.


II


Mira el paisaje: inmensidad abajo,

inmensidad, inmensidad arriba;

en el hondo perfil, la sierra altiva

al pie minada por horrendo tajo.


Bloques gigantes que arrancó de cuajo

el terremoto de la roca viva;

y en aquella sábana pensativa

y adusta, ni una senda, ni un atajo.


Asoladora atmósfera candente

do se incrustan las águilas serenas,

como clavos que se hunden lentamente.


Silencio, lobreguez, pavor tremendos

que viene sólo a interrumpir apenas

el galope triunfal de los berrendos.


III


En la estepa maldita, bajo el peso

de sibilante grisa que asesina,

irgues tu talla escultural y fina

como un relieve en el confín impreso.


El viento entre los médanos opreso

canta como una música divina,

y finge, bajo la húmeda neblina,

un infinito y solitario beso.


Vibran en el crepúsculo tus ojos

un dardo negro de pasión y enojos

que en mi carne y en mi espíritu se clava;

y destacada contra el sol muriente,

como un airón, flotando inmensamente,

tu bruna cabellera de india brava.


IV


La llamada amarquísima y salobre,

enjuta cuenca de océano muerto,

y en la gris lontananza, como puerto,

el peñascal, desamparado y pobre.


Unta la tarde en mi semblante yerto

aterradora lobreguez, y sobre

tu piel, tostada por el sol, el cobre

y el sepia de las rocas del desierto.


Y en el regazo onde sombra eterna,

del peñascal bajo la enorme arruga,

es para nuestro amor nido y caverna.


Las lianas de tu cuerpo retorcidas

en el torso viril que te subyuga

con una gran palpitación de vidas.


V


¡Qué enferma y dolorida lontananza!

¡Qué inexorable y hosca la llanura!

Flota en todo el paisaje tal pavura

como si fuera un campo de matanza.


Y la sombra que avanza, avanza, avanza,

parece, con su trágica envoltura,

el alma ingente, plena de amargura,

de los que han de morir sin esperanza.


Y allí estamos nosotros, oprimidos

por la angustia de todas las pasiones,

bajo el peso de todos los olvidos.


En un cielo de plomo el sol ya muerto,

y en nuestros desgarrados corazones

¡el desierto, el desierto ... y el desierto!


VI


¡Es mi adiós! ... Allá vas, bruna y austera,

por las planicies que el bochorno escalda,

al verberar tu ardiente cabellera,

como una maldición,sobre tu espalda.


En mis desolaciones, ¿qué me espera? ...

- ya apenas veo tu arrastrante falda -

una deshojazón de primavera

y una eterna nostalgia de esmeralda.


El terremoto humano ha destruido

mi corazón, y todo en él expira.

¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!


Aún te columbro y ya olvidé tu frente.

Sólo, ¡ay!, tu espalda miro, cual se mira

lo que huye y se aleja eternamente.

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La elegía del retorno

Luis G. Urbina

A Francisco A. de Icaza

Volveré a la ciudad que yo más quiero

después de tanta desventura; pero

ya seré en mi ciudad un extranjero


A la ciudad azul y cristalina

volveré; pero ya la golondrina

no encontrará su nido en la ruina.


Volveré tras un año y otro año

de miseria y dolor. Como un extraño

han de verme pasar, solo y huraño.


Volveré por la noche. En la penumbra

miraré la ciudad que arde y deslumbra

como nube de chispas que se encumbra.


Buscaré un pobre lecho en la posada,

y mojaré de llanto la almohada

y me alzaré de prisa a la alborada.


Veré, a las luces de la aurora, inciertas,

las calles blancas, rígidas, desiertas,

los muros grises, las claustrales puertas.


Mis pasos sonarán en las baldosas

con graves resonancias misteriosas

y dulcemente me hablarán las cosas.


Desde el pretil del muro desconchado

los buenos días me dará el granado

y agregará: - ¡Por Dios, cómo has cambiado!


Y la ventana de burgués aliño,

dirá: - ¡Aquí te esperaba un fiel cariño!

Y el templo: - Aquí rezaste cuando niño.


Dirá la casa: - ¡Verme te consuela! -

¿Nunca piensas en mí? - dirá la escuela -

y - ¡Qué travieso fuiste! - la plazuela.


Y en esa soledad, que reverencio,

en la muda tragedia que presencio,

dialogaré con todo en el silencio.


Caminaré; caminaré ... Y, serenas,

mis pasos seguirán, mansas y buenas,

como perros solícitos, las penas.


Y tornaré otra vez a la posada,

y esperaré la tarde sonrosada,

y saldré a acariciar con la mirada


la ciudad que yo amé desde pequeño,

la de oro claro, la de azul sedeño,

la de horizonte que parece ensueño.


¡Cómo en mi amargo exilio me importuna

la visión de mi valle, envuelto en luna,

el brillo del cristal de mi laguna,


el arrabal polvoso y solitario,

la fuente antigua, el tosco campanario,

la roja iglesia, el bosque milenario!


¡Cómo han sido mi angustia y mi desvelo,

el panorama de zafir, el hielo

de los volcanes decorando el cielo!


Veré las avenidas relucientes,

los parques melancólicos, las gentes

que ante mi pasarán indiferentes.


O tal vez sorprendido, alguien se asombre,

y alguien se esfuerce en recordar mi nombre,

y alguien murmure: ¡Yo conozco a ese hombre!


Iré como un sonámbulo: abstraído

en la contemplación de lo que he sido

desde la cima en que me hundió el olvido.


Iré sereno, resignado y fuerte,

mirando como transformó mi suerte

la ingratitud, más dura que la muerte.


Y en el jardín del beso y de la cita,

me sentaré en mi banca favorita,

por ver el cielo y descansar mi cuita.


Entre la sombra, me dirán las flores:

¿Por qué no te acompañan tus amores?

Tu eras felíz; resígnate; no llores.


Y en el jardín que la penumbra viste

podré soñar en lo que ya no existe,

y el corazón se sentirá más triste.


Evocaré los seres y las cosas,

y cantarán, con voces milagrosas,

las almas pensativas de las rosas.


Mas ni un mirar piadoso; ni un humano

acento, ni una amiga, ni un hermano,

ni una trémula mano entre mi mano.


Entonces, pensaré con alegría

en que me ha de cubrir, pesada y fría,

tierra sin flores, pero tierra mía.


Y tornaré de noche a la posada,

y, al pedir blando sueño a la almohada,

sintiendo irá la vida fatigada

dolor, tristeza, paz, olvido, nada ...

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La noche

Manuel M. Flores

A Juan B. Hijar y Haro

L`âme du poete, d`ombre et d`amour, ( El alma del poeta, de sombra y amor )

C`est une fleur des nuits qui s`épanouit aux étoiles.( es una flor nocturna que se extiende hasta las estrellas ).

Victor Hugo

¡Salve noche sagrada! Cuando tiendes

desde el éter profundo

bordada con el oro de los astros

tu lóbrega cortina sobre el mundo;

cuando, vertiendo la urna de la sombra,

con el blando rocío de los beleños

vas derramando en la Creación dormida

las negras flores de los vagos sueños,

el fúnebre silencio y la honda calma

que a los misterios del no ser convida,

entonces, como flor de las tinieblas,

para vivir en tí, se abre mi alma.


Hermosa eres, ¡oh noche!,

hermosa cuando límpida, serena,

rivalizando con el mismo día,

rueda tu luna llena,

joya de Dios, en la región vacía;

hermosa cuando opaca,

esa luna, ya triste, se reclina

en la argentada nube

que apenas, melancólica, ilumina,

tan apacible en su divina calma

que, viéndola, los ojos se humedecen

y, sin saber por qué, suspira el alma.


Hermosa cuando negra

como el seno del caos, la eterna sombra,

insondable y desierta,

chispea de estrellas, que alumbrar parecen,

pálidos cirios, a la tierra muerta.


¡Y más hermosa aún, cuando agitando

su densa cabellera de tinieblas

trenzadas con el rayo, la tormenta

borra los astros y fulgura y brama,

y azotando los cielos con la llama

del relámpago lívido, revienta! ...


Entonces, sólo entonces, al aliento

del huracán que ruge embravecido,

al rasgar la centella el firmamento,

al estallar el trueno, es cuando siento

latir mi corazón, latir henchido

de salvaje embriaguez ... Quieren mis ojos

su mirada cruzar fiera y sombría

con la mirada eléctrica del rayo,

fatídica también ... Mi pecho ansía

aspirar en tu atmósfera de fuego

tu aliento, tempestad ... ¡Y que se pierda

la ardiente voz de mi agitado seno

en la explosión magnífica del trueno!


¡Quiero sentir que mi cabello azota

la ráfaga glacial; quiero en mi frente

un beso de huracán, y que la lluvia

venga a mezclar sus gotas con la gota

en que tal vez mi párpado reviente!


Noche de tempestad, noche sombría,

¿acaso tu no eres

la imagen de lo que es el alma mía?

tempestad de dolores y placeres,

inmenso corazón en agonía ...


También así, como en sereno cielo

de blanca luz y fulgidas estrellas,

miré pasar en delicioso vuelo,

como esas nubes que argentó la luna,

fantásticas y bellas

mis quimeras de amor y de fortuna.

Y así también, de pronto, la tiniebla

mis astros apagó, rasgó la nube

cárdeno rayo en explosión violenta,

y en mi alma desataron

el dolor y la duda su tormenta.


¿Quién como yo sintió? ¿Quién de rodillas

cayó temblando de pasión ante Ella?

¿Quién sintiendo correr por sus mejillas

el llanto del amor, en ese llanto

mojó los besos que dejó en su huella?

¿Quién como yo, mirando realizaba

la ansiada dicha que alcanzó el empeño,

al irla a disfrutar vió disiparse

en la sombra, en la nada,

la mentira de un sueño?

¿Quién de la vida al seductor banquete

llegó jamás con juventud más loca?

La copa del festín ¿quién más acerba

apartó de su boca?


¿Quién como yo ha sentido

para tanto dolor el seno estrecho,

y de tanto sollozo comprimido

dolerle el corazón dentro del pecho?

¿Quién a despecho de su orgullo de hombre

ha sentido, cual yo, del alma rota

brotar la acerba gota

de un escondido padecer sin nombre?

¿Quién soñador maldito,

al quemar, como yo, sus dioses vanos,

por sofocar del corazón el grito


se apretó el corazón con ambas manos?

¿Quién como yo, mintiendo indiferencia

y hasta risas y calma,

atraviesa tan solo la existencia

con una tempestad dentro del alma?


¿Quién busca, como yo, tus muertas horas

¡oh noche! y tus estrellas,

fingiendo que son ellas

las lágrimas de luz con que tú lloras?

¿Quién ama como yo tu sombra muda,

tu paz de muerte, y el silencio grave,

a quien la voz de los misterios diste,

y tus suspiros que las auras llevan,

y tu mirada de luceros triste?


Mi alma es la flor, la flor de las tinieblas,

el cáliz del amor y los dolores,

y se abre, ¡oh noche! en tu regazo frío,

y espera, así como las otras flores,

tu bienhechor rocío.


Hijo yo del dolor, tu negra calma

es el mejor abrigo,

para ver en la sombra, sin testigo,

una noche en el cielo, otra en el alma.

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Definiciones

Josefa Murillo

Amor, dijo la rosa, es un perfume.

Amor es un murmullo, dijo el agua.

Amor es un suspiro, dijo el céfiro.

Amor, dijo la luz, es una llama.


¡Oh cuánto habéis mentido!

Amor es una lágrima.

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Tres cruces

Justo Sierra

A Fernando Duret

I. Leónidas.


Murieron, su deber quedó cumplido;

mas del paso del bárbaro monarca

guardaron las Termópilas la marca

clavando en una cruz al gran vencido.


Cadáver que bien pronto ha repartido

a jirones el viento en la comarca

y en cuyo pecho roto por la Parca

el águila del Etna hace su nido.


La sangre de Leónidas que gotea

en la urna de bronce de la historia,

a todo pueblo en lucha por su idea


ungirá con el crisma de la gloria,

como a Esparta en el día de Platea

al compás del pean de la victoria.


II. Espartaco.


De los buitres festín los gladiadores

y harto de sangre el legionario, al frente

de las enseñas tórnase impaciente

a Roma, Craso, en pos de sus lictores.


De la matanza envuelto en los vapores

yace Espartaco de la cruz pendiente;

y es su can de combate solamente

testigo de sus últimos dolores.


Sobre aquella pasión callada y tierna

lenta cae la noche hora tras hora;

cuando la sombra por el mar se interna.


y el lampo matinal las cimas dora,

la cruz se yergue oscura, pero eterna

en el vago apoteosis de la aurora.


III. Jesús.


En la cruz del helénico guerrero

la Patria, santo amor, nos ilumina;

la libertad albea matutina

del tracio esclavo en el suplicio fiero.


Uno hay mayor: del Gólgota al madero;

porque en el ser de paz que allí se inclina

el alma en sus anhelos se adivina

que está crucificado el hombre entero.


De estas tres hostias de una gran creencia,

sólo Jesús resucitó y alcanza

culto en la cruz, señal de su existencia.


Es que nos ha dejado su enseñanza,

un mundo de dolor en la conciencia

y en el cielo una sombra de esperanza.

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Las horas

Francisco A. de Icaza

¿Para qué contar las horas

de la vida que se fue,

de lo porvenir que ignoras?

¡Para qué contar las horas!

¡Para qué!


¿Cabe en la justa medida

aquel instante de amor

que perdura y no se olvida?

¿Cabe en la justa medida

del dolor?


¿Vivimos del propio modo

en las sombras del dormir

y desligados de todo

que soñando, único modo

de vivir?


Al que enfermo desespera,

¿qué importa el cierzo invernal,

el soplo de primavera,

al que enfermo desespera

de su mal?


¿Para qué contar las horas?

No volverá lo que fue,

y lo que ha de ser ignoras.

¡Para qué contar las horas!

¡Para qué! ...

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Oremus

Amado Nervo

Para Bernardo Couto Castillo

Oremos por las nuevas generaciones,

abrumadas de tedios y decepciones;

con ellas en la noche nos hundiremos.

Oremos por los seres desventurados,

de mortal impotencia contaminados ...

¡Oremos!


Oremos por la turba que a cruel prueba

sometida, se abate sobre la gleba;

galeote que agita siempre los remos

en el mar de la vida revuelto y hondo,

danaide que sustenta tonel sin fondo ...

¡Oremos!


Oremos por los místicos, por los neuróticos,

nostálgicos de sombra, de templos góticos

y de cristos llagados, que con supremos

desconsuelos recorren su ruta fiera,

levantando sus cruces como bandera.

¡Oremos!


Oremos por los que odian los ideales,

por los que van cegando los manantiales

de amor y de esperanza de que bebemos,

y derrocan al Cristo con saña impía,

y después lloran, viendo el arca vacía ...

¡Oremos!


Oremos por los sabios, por el enjambre

de artistas exquisitos que mueren de hambre.

¡Ay! el pan del espíritu les debemos,

aprendimos por ellos a alzar las frentes,

y helos pobres, escuálidos, tristes, dolientes ...

¡Oremos!


Oremos por las células de donde brotan

ideas - resplandores, y que se agotan

prodigando la savia: no las burlemos.

¿Qué fuera de nosotros sin la energía?

¡Oremos por el siglo, por su agonía,

del Suicidio en las negras fauces!

¡Oremos!

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