Índice de Julia, novela incluida en Cuentos Invierno de Ignacio Manuel AltamiranoApartado anteriorSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

JULIA

II

- Tenía yo veinte años y era un simple ingeniero de minas. Pobre, huérfano y deseando adquirir por mi trabajo el primer dinero de que me sentía ávido para gastarlo sin el permiso sacramental del viejo tutor, para comprarme vestidos que substituyeran a mis harapos de colegio; para pensar, en fin, en tener novia, por que me avergonzaba de haber alzado mis atrevidos ojos para mirar a algunas chicuelas, sin tener con qué comprar un ramillete; resuelto, lleno de vida y de ambición, procuré colocarme lo más pronto posible.

La fortuna me favoreció. Un caballero inglés, dueño de una negociación de minas y amigo de mi tutor, me ofreció emplearme como ingeniero en su empresa. Acepté, como era natural, y salí de México lleno de alborozo, porque me parecía que los dorados sueños con que había poblado durante muchos años mi cuarto de colegio, iban, por fin, a realizarse.

Con todo, al decir adiós a esta hermosa ciudad, donde había pasado mis primeros años; al ver por última vez sus numerosas cúpulas y torres, sus extensas arboledas y los risueños pueblecillos que la rodean por todas partes; al trasponer las últimas colinas que en breve iban a ocultarme el valle de México, sentí que el corazón se me oprimía espantosamente, ¿lo creerás?, lloré. Comenzaba a saber lo que era la nostalgia, enfermedad que, sin embargo, en la juventud pasa pronto, como una jaqueca.

Era muy justo que me diese pena salir de México. La ciudad en que uno se ha educado, es una segunda madre.

La negociación de minas se hallaba en Taxco; por consiguiente, me dirigí a Cuernavaca, población que no hice más que atravesar para llegar pronto al lugar de mi destino. Me consagré al trabajo, me capté el aprecio de todo el mundo, pero en particular el de mi inglés, que me estimaba grandemente. Mi vida económica me permitió atesorar en pocos meses alguna cantidad. Yo no pensaba más que en labrar mi fortuna.

Un año hacía que vivía de esta manera, cuando los intereses de la empresa obligaron al inglés a marchar a Puebla precipitadamente y quiso que yo le acompañase. Pasamos por México como dos exhalaciones, y un día después estábamos en la ciudad de Los Angeles.

Esto era en julio de 1854.

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