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ACTO SEXTO

ARGUMENTO

Entrada Celestina en casa de Calisto, con grande afición y deseo Calisto le pregunta de lo que le ha acontecido con Melibea. Mientras ellos hablan, Pármeno, oyendo hablar a Celestina de su parte, vuelto contra Sempronio, a cada razón le pone un mote; reprehendiéndole Sempronio. En fin, la vieja Celestina le descubre todo lo negociado, y le da un cordón de Melibea; y despedida de Calisto, vase a su casa, y con ella Pármeno.

CALISTO, CELESTINA, PÁRMENO, SEMPRONIO

CALISTO
¿Qué dices, señora y madre mía?

CELESTINA
¡Oh mi señor Calisto! ¿y aquí estás? ¡Oh mi nuevo amador de la muy hermosa Melibea, y con mucha razón! ¿Con qué pagarás a la vieja que hoy ha puesto su vida al tablero por tu servicio? ¿Cuál mujer jamás se vida en tan estrecha afrenta como yo, que en tornallo a pensar se amenguan y vacían todas las venas de mi cuerpo de sangre? Mi vida diera por menor precio que agora daría este manto raído y viejo.

PÁRMENO
(Tú dirás lo tuyo: entre col y col, lechuga. Subido has un escalón; más adelante te espero a la saya. Todo para tí, y no nada de que puedas dar parte. Pelechar quiere la vieja: tú me sacarás a mi verdadero y a mi amo loco. No le pierdas palabra, Sempronio, y verás como no quiere pedir dinero, porque es divisible).

SEMPRONIO
(Calla, hombre desesperado, que te matará Calisto si te oye).

CALISTO
Madre mía, o abrevia tu razón, o toma esta espada y mátame.

PÁRMENO
(Temblando está el diablo como azogado; no se puede tener en sus pies; su lengua le querría prestar para que hablase presto, no es mucha su vida; luto habremos de medrar destos amores).

CELESTINA
¿Espada, señor, o qué? Espada mala mate a tus enemigos y a quien mal te quiere; que yo la vida te quiero dar con la buena esperanza que traigo de aquella que tú más amas.

CALISTO
¿Buena esperanza, señora?

CELESTINA
Buena se puede decir, pues queda abierta la puerta para mi tornada, y antes me recibirá a mí con esta saya rota, que a otra con seda y brocado.

PÁRMENO
(Sempronio, cóseme esta boca, que no lo puedo sufrir; encajada ha la saya).

SEMPRONIO
¡Callarás, por Dios, o echarte he con el diablo! Que si anda rodeando su vestido, hace bien; pues tiene dello necesidad; que el abad, de do canta de allí se yanta.

PÁRMENO
Y aun viste como canta; y esta puta vieja querría en un día por tres pasos desechar todo el pelo malo, cuanto en cincuenta años no ha podido medrar.

SEMPRONIO
¿Todo eso es lo que te castigó, y el conoscimiento que teníades a la que te crió?

PÁRMENO
Bien sufriré yo más que pida y pele; pero no todo para su provecho.

SEMPRONIO
No tiene otra tacha sino ser codiciosa; pero déjala barde sus paredes, que después bardará las nuestras, o en mal punto nos conosció).

CALISTO
Dime, por Dios, señora ¿qué hacía? ¿cómo entraste? ¿qué tenía vestido? ¿a qué parte de casa estaba? ¿qué cara te mostró al principio?

CELESTINA
Aquella cara, señor, que suelen los bravos toros mostrar contra los que lanzan las agudas garrochas en el coso; la que los monteses puercos contra los sabuesos que mucho los aquejan.

CALISTO
¿Y a esas llamas señales de salud? Pues ¿cuáles serían mortales? No por cierto la misma muerte, que aquélla alivio sería en tal caso deste mi tormento, que es mayor y duele más.

SEMPRONIO
(¿Estos son los fuegos pasados de mi amo? ¿qué es eso? ¿no temía este hombre sufrimiento para oír lo que siempre ha deseado?

PÁRMENO
¡Y que calle yo, Sempronio! Pues si nuestro amo te oye, tan bien te castigará a tí como a mí.

SEMPRONIO
¡Oh mal fuego te abrase! Que tú hablas en daño de todos, y yo a ninguno ofendo. ¡Oh, intolerable pestilencia y mortal te consuma, rijoso, envidioso, maldito! ¿Toda esta es la amistad que con Celestina y conmigo habías concertado? Vete de aquí a la mala ventura).

CALISTO
Si no quieres, reina y señora mía, que desespere y vaya mi ánima condenada a perpetua pena oyendo esas cosas, certifícame brevemente si no hubo buen fin tu demanda gloriosa, y la cruda y rigurosa muestra de aquel gesto angélico y matador; pues todo eso más es señal de odio que de amor.

CELESTINA
La mayor gloria que al secreto oficio de la abeja se da, a la cual los discretos deben imitar, es que todas las cosas por ella tocadas convierte en mejor de lo que son. Desta manera me he sabido con las zahareñas razones y esquivas de Melibea. Todo su rigor traigo convertido en miel, su ira en mansedumbre, su aceleramiento en sosiego. Pues ¿a qué piensas que iba allá la vieja Celestina, a quien tú demás de su merescimiento magníficamente galardonaste, sino a ablandar su saña, a sufrir su accidente, a ser escudo de tu ausencia, a rescibir en mi mano los golpes, los desvíos, los menosprecios y desdenes que muestran aquellas en los principios de sus requerimientos de amor, para que sea después en más tenida su dádiva? Que a quien más quieren, peor hablan; y si así no fuese, ninguna diferencia habría entre las públicas que aman, a las escondidas doncellas, si todas dijesen sí a la entrada de su primer requerimiento, en viendo que de alguno eran amadas; las cuales, aunque están abrasadas y encendidas de vivos fuegos de amor, por su honestidad muestran un frío exterior, un sosegado bulto, un apacible desvío, un constante ánimo y casto propósito, unas palabras agras, que la propia lengua se maravilla del gran sufrimiento suyo, que la hacen forzosamente confesar el contrario de lo que siente. Así que, para que tú descanses y tengas reposo mientras te contaré por extenso el proceso de mi habla y la causa que tuve para entrar, sabe que el fin de su razón fue muy bueno.

CALISTO
Agora, señora, que me has dado seguro para que ose esperar todos los rigores de la respuesta, di cuanto mandares y como quisieres, que yo estaré atento. Ya me reposa el corazón, ya descansa mi pensamiento, ya resciben las venas y recobran su perdida sangre, ya he perdido el temor, ya tengo alegría. Subamos, si mandas, arriba; en mi cámara me dirás por extenso lo que aquí he sabido en suma.

CELESTINA
Subamos, señor.

PÁRMENO
(¡Oh Santa María! ¡Qué rodeos busca este loco por huir de nosotros para poder llorar a su placer con Celestina de gozo, y por descubrirle mil secretos de su liviano y desvariado apetito; por preguntar y responder seis veces cada cosa, sin que esté presente quien le pueda decir que es prolijo! Pues mándote yo, desatinado, que tras ti vamos).

CALISTO
Mira, señora, qué hablar trae Pármeno. Cómo se viene santiguando de oír lo que has hecho de tu gran diligencia. Espantado está por mi fe, señora Celestina; otra vez se santigua. Sube, sube, sube y asiéntate, señora, que de rodillas quiero escuchar tu suave respuesta; y dime luego, ¿la causa de tu entrada qué fue?

CELESTINA
Vender un poco de hilado, con que tengo cazadas más de treinta de su estado, si a Dios ha placido, en este mundo, y algunas mayores.

CALISTO
Eso será de cuerpo, madre; pero no de gentileza, no de estado, no de gracia y discreción, no de linaje, no de presunción con merescimientos, no en virtud, no en habla.

PÁRMENO
(Ya discurre eslabones el perdido, ya se desconciertan sus badajadas. Nunca da menos de doce, siempre está hecho reloj de mediodía. Cuenta, cuenta, Sempronio, que estás desbabado, oyéndole a él locuras, y a ella mentiras).

SEMPRONIO
¡Oh maldiciente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del mundo las aguzan, hecho serpiente que huye la voz del encantador? Que sólo por ser de amores estas razones, aunque mentiras, las habías de escuchar con gana).

CELESTINA
Oye, señor Calisto, y verás tu dicha y mi solicitud qué obraron. Que en comenzando yo a vender y poner en precio mi hilado, fue su madre de Melibea llamada para que fuese a visitar una hermana suya enferma; y como le fuese necesario ausentarse, dejó en su lugar a Melibea para que lo aviniese.

CALISTO
¡Oh gozo sin par! ¡oh singular oportunidad! ¡oh oportuno tiempo! ¡Quién estuviera allí debajo de tu manto, escuchando qué hablaría sola aquella en quien Dios tan extremadas gracias puso!

CELESTINA
¿Debajo de mi manto dices? ¡Ay mezquina! Que fueras visto por treinta agujeros que tiene, si Dios no le mejora.

PÁRMENO
(Sálgome afuera, Sempronio: ya no digo nada, escúchateIo todo. Si este perdido de mi amo no midiese con el pensamiento cuantos pasos hay de aquí a casa de MeIibea, y contemplase en su gesto y considerase cómo estaría aviniendo el hilado, todo el sentido puesto y ocupado en ella, él vería que mis consejos le eran más saludables que estos engaños de Celestina).

CALISTO
¿Qué es esto, mozos? Estoy yo escuchando atento que me va la vida, y vosotros susurráis, como soléis, por hacerme mala obra y enojo. Por mi amor, que calléis: moriréis de placer con esta señora, según su buena diligencia. Di, señora, ¿qué hiciste cuando te viste sola?

CELESTINA
Recibí, señor, tanta alteración de placer, que cualquier que me viera me lo conosciera en el rostro.

CALISTO
Agora la recibo yo, cuanto más quien ante sí contemplaba tal imagen. ¿Enmudescerías con la novedad incogitada?

CELESTINA
Antes me dio más osadía a hablar lo que quise verme sola con ella. Abrí mis entrañas; díjele mi embajada, cómo penabas tanto por una palabra de su boca salida en favor tuyo para sanar un gran dolor. Y como ella estuviese suspensa mirándome, espantada del nuevo mensaje, escuchando hasta ver quién podía ser el que así por necesidad de su palabra penaba, o a quién pudiese sanar su lengua; en nombrando tu nombre, atajó mis palabras, y dióse en la frente una gran palmada, como quien cosa de gran espanto hubiese oído, diciendo que cesase mi habla y me quitase delante, si no quería hacer a sus servidores verdugos de mi postrimería; agravando mi osadía, llamándome hechicera, alcahueta, vieja falsa, barbuda, malhechora y otros muchos ignominiosos nombres, con cuyos títulos asombran a los niños de cuna. Y empós desto mil amortescimientos y desmayos, mil milagros y espantos, turbado el sentido, bullendo fuertemente los miembros todos a una parte y a otra, herida de aquella dorada flecha, que del sonido de tu nombre le tocó; retorciendo el cuerpo, las manos enclavijadas, como quien se despereza, que parescía que las despedazaba, mirando con los ojos a todas partes, acoceando con los piés en el suelo duro. E yo a todo esto arrinconada, encogida, callando, muy gozosa con su ferocidad. Mientras más basqueaba, más yo me alegraba, porque más cerca estaba el rendirse y su caída. Pero entre tanto que gastaba aquel espumajoso almacén su ira, yo no dejaba mis pensamientos estar vagos ni ociosos, de manera que tuve tiempo para salvar lo dicho.

CALISTO
Eso me di, señora madre, que yo he revuelto en mi juicio mientras te escucho, y no he hallado desculpa que buena fuese, ni conveniente con que lo dicho se cubriese ni colorase, sin quedar terrible sospecha de tu demanda: porque conozco tu mucho saber, que en todo me paresces más que mujer; que como su respuesta tú prenosticaste, proveíste con tiempo tu réplica. ¿Qué más hacía aquella tusca Adeleta (cuya fama, siendo tú viva, se perdiera), la cual tres días antes de su fin pronunció la muerte de su viejo marido y de dos hijos que tenía? Ya creo lo que se dice, que el género flaco de las hembras es más apto para las prestas cautelas que el de los varones.

CELESTINA
¿Qué, señor? Dije que tu pena era mal de muelas, y que la palabra que della quería, era una oración que ella sabía muy devota para ellas.

CALISTO
¡Dh maravillosa astucia! ¡Oh singular mujer en su oficio! ¡Oh cautelosa hembra! ¡Oh melecina presta! ¡Oh discreta en mensajes! ¿Cuál humano seso bastará a pensar tan alta manera de remedio? De cierto creo si nuestra edad alcanzara aquellos pasados Eneas y Dido, no trabajara tanto Venus para atraer al amor de su hijo a Elisa, haciendo tomar a Cupido ascánica forma, para la engañar. Antes por evitar prolijidad pusiera a tí por medianera. Agora doy por bien empleada mi muerte, puesta en tales manos, y creeré que si mi deseo no hubiere efecto cual querría, que no se pudo obrar más según natura en mi salud. ¿Qué os paresce, mozos? ¿Qué más se pudiera pensar? ¿Hay tal mujer nascida en el mundo?

CELESTINA
Señor, no atajes mis razones; déjame decir, que se va haciendo noche. Ya sabes que quien mal hace, aborresce la claridad; y yendo a mi casa podré haber algún mal encuentro.

CALISTO
¿Qué, qué? Sí, que hachas y pajes hay que te acompañen.

PÁRMENO
(¡Sí, sí, porque no fuercen a la niña! Tú irás con ella, Sempronio, que ha temor de los grillos que cantan con lo escuro).

CALISTO
¿Dices algo, hijo Pármeno?

PÁRMENO
Señor, que yo y Sempronio será bueno que la acompañemos hasta su casa, que hace muy escuro.

CALISTO
Bien dicho es; después será. Procede en tu habla, y dime qué más pasaste: ¿qué te respondió a la demanda de la oración?

CELESTINA
Que la daría de su grado.

CALISTO
¿De su grado? Dios mío, ¡qué alto don!

CELESTINA
Pues más le pedí.

CALISTO
¿Qué, mi vieja honrada?

CELESTINA
Un cordón que ella trae contino ceñido; diciendo que era provechoso para tu mal, porque había tocado muchas reliquias.

CALISTO
Pues ¿qué dijo?

CELESTINA
Dame albricias, y decírtelo he.

CALISTO
¡Oh! por Dios, toma toda esta casa y cuanto en ella hay, y dímelo, o pide lo que querrás.

CELESTINA
Por un manto que tú des a la vieja, te dará en tus manos el mesmo que en su cuerpo ella traía.

CALISTO
¿Qué dices de manto? Manto y saya, y cuanto yo tengo.

CELESTINA
Manto he menester, y esto terné yo en harto. No te alargues más, no pongas sospechosa duda en mi pedir, que dicen que ofrescer mucho al que poco pide, es especie de negar.

CALISTO
Corre, Pármeno, llama a mi sastre; y corte luego un manto y una saya de aquel contray, que se sacó para frisado.

PÁRMENO
(¡Así, así! A la vieja todo, porque venga cargada de mentiras, como abeja, y a mí que me arrastren. Tras esto anda ella hoy todo el día con sus rodeos).

CALISTO
¡De qué gana va el diablo! No hay cierto tan mal servido hombre como yo, manteniendo mozos adevinos, rezongadores, enemigos de mi bien. ¿Qué vas, bellaco, rezando? Envidioso, ¿qué dices? que no te entiendo. Ve donde te mando presto, y no me enojes; que harto basta mi pena para me acabar; que también habrá para tí sayo en aquella pieza.

PÁRMENO
No digo, señor, otra cosa sino que es tarde para que venga el sastre.

CALISTO
¿No digo yo que adevinas? Pues quédese para mañana. Y tú, señora, por amor mío te sufras, que no se pierde lo que se dilata. Y mándame mostrar aquel santo cordón, que tales miembros fue digno de ceñir. Gozarán mis ojos con todos los otros sentidos, pues juntos han sido apasionados; gozará mi lastimado corazón, aquel que nunca recibió momento de placer, después que aquella señora conosció. Todos los sentidos se lIagaron, todos acorrieron a él con sus esportillas de trabajos, cada uno lastimado cuanto más pudo; los ojos en vella, los oídos en oílla, las manos en tocalla.

CELESTINA
¿Qué la has tocado, dices? ¡Mucho me espantas!

CALISTO
Entre sueños, digo.

CELESTINA
¿Entre sueños?

CALISTO
Entre sueños la veo tantas noches, que temo no me acontezca como a Alcibiades, que soñó que se veía envuelto en el manto de su amiga, y otro día matáronle, y no hubo quien lo alzase de la calle, ni cubriese, sino ella con su manto; pero en vida o en muerte, alegre me sería vestir su vestidura.

CELESTINA
Asaz tienes pena; pues cuando los otros reposan en sus camas, preparas tú el trabajo para sufrir otro día. Esfuérzate, señor, que no hizo Dios a quien desamparase; da espacio a tu deseo; toma este cordón, que si yo no me muero, yo te daré a su ama.

CALISTO
¡Oh nuevo huésped! ¡Oh bienaventurado cordón, que tanto poder y merescimiento tuviste de ceñir aquel cuerpo, que no soy digno de servir! ¡Oh nudos de mi pasión, vosotros enlazastes mis deseos! ¡Decídme, si os hallastes presentes en la desconsolada respuesta de aquella a quien vosotros servís e yo adoro, y, por más que trabajo noches y días, no me vale ni aprovecha!

CELESTINA
Refrán viejo es, quién menos procura, alcanza más bien. Pero yo te haré procurando conseguir, lo que siendo negligente no habrías. Consuélate señor, que en una hora no se ganó Zamora; pero no por eso desconfiaron los combatientes.

CALISTO
¡Oh desdichado! Que las ciudades están con piedras cercadas, y a piedras, piedras las vencen; pero esta mi señora tiene el corazón de acero. No hay metal que con él pueda, no hay tiro que lo melle. Pues poned escalas en su muro. Unos ojos tiene con que echa saetas, una lengua llena de reproches y desvíos; el asiento tiene en parte que a media legua no le pueden poner cerco.

CELESTINA
Calla, señor, que el buen atrevimiento de un solo hombre ganó a Troya. No desconfíes que una mujer pueda ganar a otra. Poco has tratado mi casa; no sabes bien lo que yo puedo.

CALISTO
Cuanto dijeres, señora, te quiero creer; pues tal joya como ésta me trujiste. ¡Oh mi gloria, y ceñidero de aquella angélica cintura! Yo te veo y no lo creo. ¡Oh cordón, cordón! ¿Fuísteme tu enemigo? Dilo cierto: si lo fuiste, yo te perdono, que de los buenos es propio las culpas perdonar. No lo creo; que si me fueras contrario, no vinieras tan presto a mi poder, salvo si vienes a desculparte. Conjúrote me respondas, por la virtud del gran poder que aquella señora sobre mí tiene.

CELESTINA
Cesa ya, señor, ese devanear, que me tienes cansada de escucharte, y al cordón roto de tratarlo.

CALISTO
¡Oh mezquino de mí, que asaz bien me fuera del cielo otorgado, que de mis brazos fueras hecho y tejido, y no de seda como eres, porque ellos gozaran cada día de rodear y ceñir con debida reverencia aquellos miembros que tú, sin sentir ni gozar de la gloria, siempre tienes abrazados. ¡Oh qué secretos habrás visto de aquella excelente imagen!

CELESTINA
Más verás tú y con más sentido, si no le pierdes hablando lo que hablas.

CALISTO
¡Calla, señora, que él y yo nos entendemos! ¡Oh mis ojos! Acordaos, cómo fuisteis causa y puerta por donde fue mi corazón llagado, y que aquel es visto hacer el daño que da la causa. Acordaos que sois deudores de la salud; remirad la melecina que os viene hasta casa.

SEMPRONIO
Señor, por holgar con el cordón, no querrás gozar de Melibea.

CALISTO
¿Qué? ¡Loco, desvariado, atajasolaces! ¿Cómo es eso?

SEMPRONIO
Que mucho hablando matas a ti y a los que te oyen; y así perderás la vida o el seso. Cualquier que falte, basta para quedarte a escuras. Abrevia tus razones, darás lugar a las de Celestina.

CALISTO
¿Enójote, madre, con mi luenga razón, o está borracho este mozo?

CELESTINA
Aunque no lo esté, debes, señor, cesar tu razón, dar fin a tus luengas querellas. Tratar al cordón como cordón, porque sepas hacer diferencia de habla cuando con Melibea te veas; no haga tu lengua iguales la persona y el vestido.

CALISTO
¡Oh mi señora, mi madre, mi consoladora! Déjame gozar deste mensajero de mi gloria. ¡Oh lengua mía! ¿Por qué te impides en otras razones, dejando de adorar presente la excelencia de quien por ventura jamás verás en tu poder? ¡Oh mis manos! ¡Con qué atrevimiento, con cuán poco acatamiento tenéis y tratáis la triaca de mi llaga! Ya no podrán empescer las yerbas, que aquel crudo caxquillo traía envueltas en su aguda punta: seguro soy, pues quien dio la herida la cura. ¡Oh tú, señora, alegría de las viejas mujeres, gozo de las mozas, descanso de los fatigados como yo! No me hagas más penado con tu temor, que me hace mi vergüenza; suelta la rienda a mi contemplación, déjame salir por las calles con esta joya; porque los que me vieren, sepan que no hay más bienandante hombre que yo.

SEMPRONIO
No afistoles tu llaga cargándola de más deseo; no es, señor, el solo cordón del que pende tu remedio.

CALISTO
Bien lo conozco; pero no tengo sufrimiento para me abstener de adorar tan alta empresa.

CELESTINA
¿Empresa? Aquella es empresa que de grado es dada; pero ya sabes que lo hizo por amor de Dios, para guarescer tus muelas, no por el tuyo, para cerrar tus llagas. Pero si yo vivo, ella volverá la hoja.

CALISTO
¿Y la oración?

CELESTINA
No se me dio por agora.

CALISTO
¿Cuál fue la causa?

CELESTINA
La brevedad del tiempo; pero quedó que si tu pena no aflojase, que tornase mañana por ella.

CALISTO
¿Aflojar? Entonces aflojará mi pena, cuando su crueldad.

CELESTINA
Asaz, señor, basta lo dicho y hecho; obligada queda, según lo que mostró, a todo lo que para esta enfermedad yo quisiere pedir, según su poder. Mira, señor, si esto basta para la primera vista. Yo me voy; cumple, señor, que si salieres mañana, lleves rebozado un paño, porque si della fueres visto, no acuse de falsa mi petición.

CALISTO
Y aun cuatro por tu servicio. Pero dime por Dios, ¿pasó más? Que muero por oír palabras de aquella dulce boca. ¿Cómo fuíste tan osada, que sin la conoscer, te mostrases tan familiar en tu entrada y demanda?

CELESTINA
¿Sin la conoscer? Cuatro años fueron mis vecinas; trataba con ellas, hablaba y reía de día y de noche. Mejor me conosce su madre que a sus mismas manos, aunque Melibea se ha hecho grande mujer, discreta y gentil.

PÁRMENO
(Ea, mira, Sempronio, qué te digo al oído).

SEMPRONIO
Dime, ¿qué dices?

PÁRMENO
Aquel atento escuchar de Celestina da materia de alargar en su razón a nuestro amo. Llégate a ella, dale del pié, hagámosle de señas que no esper más, sino que se vaya; que no hay tan loco hombre nascido, que solo mucho hable).

CALISTO
¿Gentil dices, señora, que es Melibea? Paresce que lo dices burlando. ¿Hay nascida su par en el mundo? ¿Crió Dios otro mejor cuerpo? ¿Puédense pintar tales faciones, dechado de hermosura? Si hoy fuera viva Elena, por quien tanta muerte hubo de griegos y troyanos, o la hermosa Policena, todos obedescieran a esta señora por quien yo peno. Si ella se hallara presente en aquel debate de la manzana con las tres diosas, nunca sobrenombre de discordia le pusieran; porque sin contrariar ninguna, todas concedieran y vinieran conformes en que la llevara Melibea; así que se llamara manzana de concordia. Pues cuantas hoy son nascidas que della tengan noticia, se maldicen y querellan a Dios, porque no se acordó dellas, cuando a esta mi señora hizo. Consumen sus vidas, comen sus carnes con envidia, danles siempre crudos martirios; pensando con artificio igualar con la perfección que sin trabajo dotó a ella natura. Dellas pelan sus cejas con tenacicas y pegones, y a cordelejos; dellas buscan las doradas yerbas, raíces, ramas y flores para hacer lejías, con que sus cabellos semejasen a los della; las caras martillando, envistiéndolas en diversos matices con ungüentos y unturas, aguas fuertes, posturas blancas y coloradas, que por evitar prolijidad no las cuento. Pues la que todo esto halló hecho, mira si meresce de un triste hombre como yo ser servida.

CELESTINA
(Bien te entiendo, Sempronio. Déjale, que él caerá de su asno, y acabará).

CALISTO
En la que toda natura se remiró por la hacer perfecta; que las gracias que en todas repartió, las juntó en ella. Allí hicieron alarde cuanto más acabadas pudieron allegarse, porque conosciesen los que la viesen cuánta era la grandeza de su pintor. Sola una poca de agua clara con un ebúrneo peine basta para exceder a las nascidas en gentileza. Estas son sus armas, con éstas mata y vence, con éstas me captivó, con éstas me tiene ligado y puesto en dura cadena.

CELESTINA
Calla ya, no te fatigues; que más aguda es la lima que yo tengo, que fuerte esa cadena que te atormenta. Yo la cortaré con ella, porque tú quedes suelto. Por ende, dame licencia, que es muy tarde, y déjame llevar el cordón, porque como sabes, tengo dél necesidad.

CALISTO
¡Oh desconsolado de mí! La fortuna adversa me sigue junta; que contigo, o con el cordón, o con entrambos quisiera yo estar acompañado esta noche luenga y escura. Pero, pues no hay bien cumplido en esta penosa vida, venga entera la soledad. ¡Mozos, mozos!

PÁRMENO
¿Señor?

CALISTO
Acompañad esta señora hasta su casa, y vaya con ella tanto placer y alegría, cuanta conmigo queda tristeza y soledad.

CELESTINA
Quede, señor, Dios contigo; mañana será mi vuelta, donde mi manto y la respuesta vernán a un punto; pues hoy no hubo tiempo; y súfrete, señor, y piensa en otras cosas.

CALISTO
Eso no, que es herejía olvidar a aquella por quien la vida me aplace.

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