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ACTO TERCERO

ARGUMENTO

Sempronio se va a casa de Celestina, a la cual reprende por la tardanza; pónense a buscar qué manera tomen en el negocio de Calisto y Melibea. En fin sobreviene Elicia. Vase Celestina a casa de Pleberio; quedan Sempronio y Elicia en casa.

SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA

SEMPRONIO
¡Qué espacio lleva la barbuda! Menos sosiego traían sus pies a la venida. A dineros pagados brazos quebrados. ¡Ce, señora Celestina, poco has aguijado!

CELESTINA
¿A qué vienes, hijo?

SEMPRONIO
Este nuestro enfermo no sabe qué pedir, de sus manos no se confía; no se le cuece el pan; teme tu negligencia; maldice su avaricia y cortedad, porque te dio tan poco dinero.

CELESTINA
No es cosa más propia de los que aman que la impaciencia: toda tardanza les es tormento; ninguna dilación les agrada; en un momento querrían poner en efecto sus cogitaciones; antes las querrían ver concluídas que empezadas; mayormente estos novicios amantes, que tras cualquier señuelo vuelan sin deliberación, sin pensar el daño que el cebo de su deseo trae mezclado en su ejercicio y negociación, para sus personas y sirvientes.

SEMPRONIO
¿Qué dices de sirvientes? Paresce por tu razón que nos pueda venir a nosotros daño deste negocio, y quemarnos con las centellas que resultan deste fuego de Calisto. ¡Aun al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto que vea en este negocio no como más su pan. Más vale perder lo servido que la vida por cobrallo. El tiempo me dirá qué haga; que primero que caiga del todo dará señal, como casa que se acuesta. Si te paresce, madre, guardemos nuestras personas de peligro; hágase lo que se hiciere, si no la hobiere hogaño, si no, a otro año, si no, nunca; que no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios, que el tiempo no la ablande y haga comportable. Ninguna llaga tanto se sintió, que por luengo tiempo no aflojase su tormento; ni placer tan alegre fue que no lo amengüe su antigüedad. El mal y el bien, la prosperidad y adversidad, la gloria y pena, todo pierde con el tiempo la fuerza de su acelerado principio. Pues los casos de admiración, y venidos con gran deseo, tan presto como pasados son olvidados. Cada día vemos novedades, y las oímos, y las pasamos, y dejamos atrás; disminúyelas el tiempo, hácelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillaría si dijesen, la tierra tembló, o otra semejante cosa, que no la olvidases luego? Así como: helado está el río, el ciego vee ya, muerto es tu padre, un rayo cayó, granada es Granada, el rey entra hoy, el turco es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada, aquel es ya obispo, a Pedro robaron, Inés se ahorcó. ¿Qué me dirás sino que a tres días pasados o a la segunda vista no hay quien dello se maraville? Todo es así, todo pasa desta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues así será este amor de mi amo: cuanto más fuere andando, tanto más disminuyendo, que la costumbre luenga amansa los dolores, afloja y deshace los deleites, desmengua las maravillas. Procuremos provecho, mientras pendiere la contienda; y si a pié enjuto le pudiéremos remediar, lo mejor, mejor es; y si no, poco a poco le soldaremos el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no, más vale que pene el amo que no que peligre el mozo.

CELESTINA
Bien has dicho; contigo estoy, y agradado me has, no podemos errar. Pero todavía es necesario, hijo, que el buen procurador ponga de su casa algún trabajo, algunas fingidas razones, algunos sofísticos autos, ir y venir a juicio, aunque reciba malas palabras del juez; siquiera por los presentes que lo vieren, no digan que se gana holgando el salario; y así verná cada uno a él con su pleito, y a Celestina con sus amores.

SEMPRONIO
Haz a tu voluntad, que no será este el primer negocio que has tomado a cargo.

CELESTINA
¿El primero, hijo? Pocas vírgenes, a Dios gracias, has tú visto en esta ciudad, que hayan abierto tienda a vender, de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. En nasciendo la mochacha la hago escribir en mi registro; y esto para que yo sepa cuántas se me salen de la red. ¿Qué pensabas, Sempronio? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conóscesme otra hacienda más deste oficio? ¿De qué como y bebo? ¿De qué visto y calzo? En esta ciudad nascida, en ella criada, manteniendo honra, como todo el mundo sabe, ¿conoscida pues no soy? Quien no supiere mi nombre y mi casa, tenle por extranjero.

SEMPRONIO
Dime, madre, ¿qué pasaste con mi compañero Pármeno, cuando subí con Calisto por el dinero?

CELESTINA
Díjele el sueño y la soltura, y cómo ganaría más con nuesta compañía que con las lisonjas que dice a su amo; cómo viviría siempre pobre y baldo nado si no mudaba el consejo, que no se hiciese santo a tal perra vieja como yo, acordéle quién era su madre, porque no menospreciase mi oficio, porque queriendo de mí decir mal, tropezase primero en ella.

SEMPRONIO
¿Tantos días há que le conoces, madre?

CELESTINA
Aquí está Celestina que le vido nascer y le ayudó a criar: su madre y yo; uña y carne. Della aprendí todo lo mejor que sé de mi oficio; juntas comíamos, juntas dormíamos, juntas habíamos nuestros solaces, nuestros placeres, nuestros consejos y conciertos, en casa y fuera, como dos hermanas; nunca blanca gané en que no tuviese su mitad; pero no vivía yo engañada si mi fortuna quisiera que ella me durara. ¡Oh muerte, muerte! ¡A cuántos privas de agradable compañía! iA cuántos desconsuela tu enojosa visitación. Por uno que comes con tiempo, cortas mil en agraz. Que siendo ella viva, no fueran estos mis pasos desacompañados. Buen siglo haya, que leal amiga y buena compañera me fué; que jamás me dejó hacer cosa en mi cabo, estando ella presente. Si yo traía el pan, ella la carne; si yo ponía la mesa, ella los manteles; no loca, no fantástica ni presuntuosa como las de agora. En mi ánima, descubierta se iba hasta el cabo de la ciudad con su jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de señora Claudina. Y a osadas, que otra conoscía peor el vino y cualquier mercaduría. Cuando pensaba que no era llegada, era de vuelta. Allá la convidaban, según el amor todos le tenían, que jamás volvía sin ocho o diez gustaduras, un azumbre en el jarro y otro en el cuerpo; así le fíaban dos o tres arrobas en veces, como sobre una taza de plata. Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones había; si íbamos por la calle, donde quiera que hubiésemos sed, entrábamos en la primera taberna, y luego mandaba echar media azumbre para mojar la boca; mas a mi cargo que no le quitaron la toca por ello, sino cuanto la rayaban en su taja, y andar adelante. Si tal fuese agora su hijo, a mi cargo que tu amo quedase sin pluma, y nosotros sin queja. Pero yo lo haré de mi hierro, si vivo, y lo contaré en el número de los míos.

SEMPRONIO
¿Cómo has pensado hacerlo, que es un traidor?

CELESTINA
A ese tal, dos alevosos; haréle ver a Areusa; será de los nuestros. Darnos ha lugar a tender las redes sin embarazo por aquellas doblas de Calisto.

SEMPRONIO
¿Pues crees que podrás alcanzar algo de Melibea? ¿Hay algún buen ramo?

CELESTINA
No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida; lo que yo al presente veo, te diré. Melibea es hermosa, Calisto loco y franco; y ni a él penará gastar, ni a mi andar. Bulla moneda, y dure el pleito lo que durare. Todo lo puede el dinero: las peñas quebranta; los ríos pasa en seco; no hay lugar tan alto, que un asno cargado de oro no lo suba. Su desatino y ardor basta para perder a sí y ganar a nosotros. Esto he sentido; esto he calado, eso sé dél y della, esto es lo que nos ha de aprovechar. A casa voy de Pleberio: quédate adiós, que aunque esté brava Melibea, no es ésta (si a Dios ha placido) la primera a quien yo he hecho perder el cacarear. Cosquillosicas son todas, mas después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar. Por ellas queda el campo; muertas sí, cansadas no; si de noche caminan, nunca querrían que amanesciese; maldicen los gallos porque anuncian el día, y al reloj porque da tan apriesa; requieren las cabrillas y el norte, haciéndose estrelleras. Ya cuando ven salir el lucero del alba, quiéreseles salir el alma; su claridad les escurece el corazón. Camino es, hijo, que nunca me harté de andar; nunca me ví cansada; y aun así vieja como soy, sabe Dios mi buen deseo: cuanto más estas que hierven sin fuego. Cautívanse del primer abrazo, ruegan a quien rogó, penan por el penado, hácense siervas de quien eran señoras, dejan el mando y son mandadas, rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades, a los chirriadores quicios de las puertas hacen con aceite usar su oficio sin ruido. No te sabré decir lo mucho que obra en ellas aquel dulzor que les queda de los primeros besos de quien aman. Son enemigas del medio, contino están posadas en los extremos.

SEMPRONIO
No te entiendo esos términos, madre.

CELESTINA
Digo, que la mujer ama mucho a aquel de quien es requerida, o le tiene grande odio. Así que, si al querer despiden, no pueden tener las riendas al desamor; y con esto que sé cierto, voy más consolada a casa de Melibea que si en la mano la tuviese. Porque sé, que aunque al presente la ruegue, al fin me ha de rogar; aunque al principio me amenace, al cabo me ha de halagar. Aquí llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera, con otros aparejos que conmigo siempre traigo, para tener causa de entrar, donde mucho no soy conoscida, la primera vez; así como gorgueras, garvines, ranjas, rodetes, tenazuelas, alcohol, albayalde, solimán, agujas y alfileres. Que tal hay que tal quiere; porque donde me tomare la voz, me halle apercebida para les echar cebo, o requerir de la primera vista.

SEMPRONIO
Madre, mira bien lo que haces; porque cuando el principio se yerra, no puede seguirse buen fin. Piensa en su padre, que es noble y esforzado, su madre celosa y brava, tú la misma sospecha. Melibea es única a ellos; faltándoles ella, fáltales todo el bien. En pensallo tiemblo: no vayas por lana y vengas sin pluma.

CELESTINA
¿Sin pluma, hijo?

SEMPRONIO
O emplumada, madre, que es peor.

CELESTINA
¡Alahé! ¡En mala hora a tí yo he menester por compañero! ¡Aun si quisieses avisar a Celestina en su oficio! Pues cuando tú naciste ya comía yo pan con corteza. ¡Para adalid eres tú bueno, cargado de agüeros y recelo!

SEMPRONIO
No te maravilles, madre, de mi temor; pues es común condición humana, que lo que mucho se desea, jamás se piensa ver concluído, mayormente que en este caso temo tu pena y mía. Deseo provecho, querría que este negocio hubiese buen fin; no porque saliese mi amo de pena, mas por salir yo de laceria. Y así miro más inconvenientes con mi poca experiencia, que no tú como maestra vieja.

ELICIA
Santiguarme quiero, Sempronio; quiero hacer una raya en el agua. ¿Qué novedad es ésta, venir hoy acá dos veces?

CELESTINA
Calla, boba, déjate, que otro pensamiento traemos en que más nos va. Dime, ¿está desocupada la casa? ¿Fuése la moza que esperaba al ministro?

ELICIA
Y aun después vino otra, y se fue.

CELESTINA
¿Si, que no en balde?

ELICIA
No, en buena fe, ni Dios lo quiera; que aunque vino tarde, más vale a quien Dios ayuda que quien mucho madruga.

CELESTINA
Pues sube presto al sobrado alto de la solana, y baja acá el bote del aceite serpentino, que hallarás colgado del pedazo de la soga que traje del campo la otra noche cuando llovía y hacía escuro; y abre el arca de los lienzos, y hacia la mano derecha hallarás un papel escrito con sangre de murciélago, debajo de aquel ala de dragón, al que sacamos ayer las uñas. Mira no derrames el agua de mayo que me trajeron a conficionar.

ELICIA
Madre, no está donde dices; jamás te acuerdas de cosas que guardes.

CELESTINA
No me castigues, por Dios, en mi vejez, ni me maltrates, Elicia. No esfinjas, porque está aquí Sempronio, ni te ensoberbezcas; que más me quiere a mí por consejera que a tí por amiga, aunque tú le ames mucho. Entra en la cámara de los ungüentos, y en la pelleja del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le hallarás, y baja la sangre del cabrón, y unas poquitas de las barbas que tú le cortaste.

ELICIA
Toma, madre, veslo aquí; yo me subo y Sempronio arriba.

CELESTINA
Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hervientes étneos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos, y atormentador de las pecadoras ánimas; regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y Aleto; administrador de todas las cosas negras del reino de Estigie y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales, y litigioso caos, mantenedor de las volantes arpías con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conoscida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerzas de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave, con que están escritas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras, de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado; vengas sin tardanza a obedescer mi voluntad, y en ello te envuelvas, y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre; y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición; y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que despida toda honestidad, se descubra a mí, y me galardone mis pasos y mensaje. Y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre; y otra y otra vez te conjuro. Así, confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.

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