Índice de La celestina de Fernando de RojasPersonajesSiguiente actoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO PRIMERO

ARGUMENTO

Entrando Calisto en una huerta en pos de un falcón suyo, halló a Melibea, de cuyo amor preso, comenzóle de hablar. De la cual rigurosamente despedido, fue para su casa muy angustiado, y habló con un criado suyo llamado Sempronio el cual, después de muchas razones, le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mismo criado una enamorada llamada Elicia. Ésta, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía otro enamorado consigo llamado Crito, al cual escondieron. Entretando que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro su criado por nombre Pármeno, y este razonamiento dura hasta que llegan Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la cual mucho le dice de los hechos y conoscimientos de su madre, induciéndole a amor y concordia de Sempronio.


CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO, PÁRMENO.

CALISTO
En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELlBEA
¿En qué, Calisto?

CALISTO
En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar yo tengo a Dios ofrecido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora el mío? Por cierto, los gloriosos sanctos que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡oh triste! que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza; e yo mísero me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.

MELIBEA
¿Por tan gran premio tienes éste, Calisto?

CALISTO
Téngolo por tanto, en verdad, que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo temía por tanta felicidad.

MELIBEA
Pues aún más igual galardón te daré yo, si perseveras.

CALISTO
¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!

MELIBEA
Más desaventuradas de que me acabes de oír; porque la paga será tan fiera cual meresce tu loco atrevimiento; y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido: ¿cómo de ingenio de tal hombre como tú, haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete, vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.

CALISTO
Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

CALISTO
¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO
Aquí estoy, señor, curando destos caballos.

CALISTO
Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO
Abatióse el jerifalte, y vínele a enderezar en el alcándara.

CALISTO
Así los diablos te ganen; así por infortunio arrebatado perezcas, o perpétuo e intolerable tormento consigas, el cual en grado incomparablemente a la penosa y desastrada muerte que espero; traspasa. Anda, anda, malvado, abre la cámara y adereza la cama.

SEMPRONIO
Señor, luego hecho es.

CALISTO
Cierra la ventana y esa puerta, y deja la tiniebla acompañar al triste, y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella, que deseada a los afligidos viene! ¡Oh si vinésedes agora, Crato y Galieno, médicos!, ¿sentiríades mi mal? ¡Oh piedad celestial, inspira en el plebérico corazón, porque sin esperanza de salud no envíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo y la desdichada Tisbe!

SEMPRONIO
¿Qué cosa es esta?

CALISTO
¡Vete de ahí, no me hables! Si no, quizá antes del tiempo de mi rabiosa muerte mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO
Iré, pues solo quieres padescer tu mal.

CALISTO
¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO
No creo, según pienso, ir conmigo el que contigo queda. ¡Oh desventura! ¡Oh súbito mal! ¿Cuál fue tan contrario acontescimiento, que así tan presto robó el alegría deste hombre; y lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dejarle he solo, o entraré allá? Si le dejo, matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese, no me curo; más vale que muera aquel a quien es enojosa la vida, que no yo que huelgo con ella. Aunque por él no desease vivir, sino por ver mi Elicia, me debría guardar de peligros. Pero si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar; mas puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dejar un poco desbrave, madure; que oído he decir, que es peligroso abrir o apremiar las apostemas duras, porque más se enconan. Esté un poco: dejemos llorar al que dolor tiene; que las lágrimas e suspiros mucho des enconan el corazón dolorido. Y aún si delante me tiene, más conmigo se encenderá; que el sol más arde, donde puede reverberar; la vista a quien objeto no se antepone, cansa; y cuando aquel es cerca, agúzase. Por esto quiérome sufrir un poco; si entre tanto se matare, muera. Quizá con algo me quedaré que otro no sabe, con que mude el pelo malo; aunque malo es esperar salud en muerte ajena. Y quizá me engaña el diablo. Y si muere, matarme han, e irán allá la soga y el calderón. Por otra parte dicen los sabios, que es grande descanso a los afligidos tener con quien puedan sus cuitas llorar, y que la llaga interior más empesce. Pues en estos extremos en que estoy perplejo, lo más sano es entrar, y sufrirle y consolarle; porque aunque es posible sanar sin arte ni aparejo, más ligero es guarecer por arte y por cura.

CALISTO
¡Sempronio!

SEMPRONIO
¿Señor?

CALISTO
Dame acá el laúd.

SEMPRONIO
Señor, vesle aquí.

CALISTO
¿Cuál dolor puede ser tal
que se iguale con mi mal?

SEMPRONIO
Destemplado está ese laúd.

CALISTO
¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel que consigo está tan discorde, aquel en quien la voluntad a la razón no obedesce, quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, cuidados, sospechas, todo a una causa? Pero tañe y canta la más triste canción que sepas.

SEMPRONIO
Mira Nero de Tarpeya
A Roma cómo se ardía,
Gritos dan niños y viejos,
y él de nada se dolia.

CALISTO
Mayor es mi fuego, y menor la piedad de quien agora digo.

SEMPRONIO
(No me engaño yo, que loco está este mi amo).

CALISTO
¿Qué estás murmurando, Sempronio?

SEMPRONIO
No digo nada.

CALISTO
Dí lo que dices, no temas.

SEMPRONIO
Digo, que ¿cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un vivo, que el que quemó tal ciudad y tanta multitud de gente?

CALISTO
¿Cómo? Yo te lo diré: mayor es la llama que dura ochenta años, que la que un día pasa; y mayor la que mata un ánima, que la que quemó cien mil cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo vivo a lo pintado, como de la sombra a lo real: tanta diferencia hay del fuego que dices al que me quema. Por cierto si el del Purgatorio es tal, más querría que mi espíritu fuese con los de los brutos animales, que por medio de aquel ir a la gloria de los sanctos.

SEMPRONIO
(Algo es lo que digo: a más ha de ir este hecho. No basta loco, sino hereje).

CALISTO
¿No te digo que hables alto cuando hablares? ¿Qué dices?

SEMPRONIO
Digo que nunca Dios quiera tal: que especie es de herejía lo que agora dijiste.

CALISTO
¿Por qué?

SEMPRONIO
Porque lo que dices contradice la cristiana religión.

CALISTO
¿Qué me da a mí?

SEMPRONIO
¿Tú no eres cristiano?

CALISTO
¿Yo? Melibeo soy, e a Melibea adoro e en Melibea creo, e a Melibea amo.

SEMPRONIO
Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester: bien sé de qué pié cojeas; yo te sanaré.

CALISTO
Increíble cosa prometes.

SEMPRONIO
Antes fácil; que el comienzo de la salud es conocer hombre la dolencia del enfermo.

CALISTO
¿Cuál consejo puede regir lo que en sí no tiene órden ni consejo?

SEMPRONIO
(¡Há, há, há! ¿Este es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congojas? ¡Como si solamente el amor contra él asestase sus tiros! ¡Oh soberano Dios, cuán altos son tus misterios! ¡Cuánta premia pusiste en el amor, que es necesaria turbación en el amante! Su límite pusiste por maravilla. Paresce al amante que atrás queda: todos pasan, todos rompen, pungidos y agarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la mujer dejar al padre y la madre; agora no sólo aquello, más a ti y a tu ley desamparan, como agora Calisto; del cual no me maravillo, pues los sabios, los sanctos, los profetas, por él te olvidaron).

CALISTO
¡Sempronio!

SEMPRONIO
¿Señor?

CALISTO
No me dejes.

SEMPRONIO
De otro temple está esta gaita.

CALISTO
¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO

Que amas a Melibea.

CALISTO
¿E no otra cosa?

SEMPRONIO
Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar captiva.

CALISTO
Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO
La perseverancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamadla como quisiéredes.

CALISTO
Torpe cosa es mentir el que enseña a otro; pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

SEMPRONIO
Haz tu lo que bien digo, y no lo que mal hago.

CALISTO
¿Qué me repruebas?

SEMPRONIO
Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.

CALISTO
¿Mujer? ¡Oh grosero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO
¿E así lo crees, o burlas?

CALISTO
¿Qué burlo? Por Dios la creo, por Dios la confieso, y no creo que haya otro soberano en el cielo, aunque entre nosotros mora.

SEMPRONIO
¡Há, há, há! (¿Oistes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?)

CALISTO
¿De qué te ríes?

SEMPRONIO
Ríome que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma.

CALISTO
¿Cómo?

SEMPRONIO
Porque aquellos procuraron abominable uso con los ángeles no conoscidos, y tú con el que confiesas ser Dios.

CALISTO
¡Maldito seas!, que hecho me has reír, lo que no pensé hogaño.

SEMPRONIO
Pues qué, ¿toda tu vida habías de llorar?

CALISTO
Sí.

SEMPRONIO
¿Por qué?

CALISTO
Porque amo aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcanzar.

SEMPRONIO
(¡Oh pusilánime, o hideputa!) ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los cuales no solo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

CALISTO
No te oí bien eso que dijiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONI0
Dije que tú, que tienes más corazón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcanzar una mujer; muchas de las cuales en grandes estados constituídas se sometieron a los pechos y resuellos de viles acemileros, e otras a brutos animales. ¿No has leído de Pasífae con el toro; de Minerva con el can?

CALISTO
No lo creo, hablillas son.

SEMPRONIO
Lo de tu abuela con el jimio ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

CALISTO
¡Maldito sea este necio, y qué porradas dice!

SEMPRONIO
¿Escocióte? Lee los historiales, estudia los filósofos, mira los poetas; llenos están los libros de sus viles e malos ejemplos, e de las caídas que llevaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dice que las mujeres y el vino hacen a los hombres renegar. Aconséjate con Séneca, y verás en qué las tiene. Escucha a Aristóteles, mira a Bernardo. - Gentiles, judíos, cristianos y moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho y lo que dellas dijere, no te contezca error de tomarlo en común: que muchas hubo y hay sanctas, y virtuosas, y nobles, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería, su golosina, su lujuria y suciedad, su miedo, su atrevimiento, sus hechicerías, sus embaimientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüenza, su alcahuetería? ¡Considera qué sesito está debajo de aquellas grandes y delgadas toscas! ¡qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas y autorizantes ropas! ¡qué imperfección, qué albañares debajo de templos pintados! Por ellas es dicho, arma del diablo, cabeza de pecado, destruición de paraíso. ¿No has rezado en la festividad de San Juan, do dice: Esta es la mujer, antigua malicia que a Adán echó de los deleites de paraíso; ésta el linaje humano metió en el infierno; a ésta menospreció Elías profeta, etc.?

CALISTO
Dí pues, ese Adán, ese Salomón, ese David, ese Aristóteles, ese Virgilio, esos que dices, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy más que ellos?

SEMPRONIO
A los que las vencieron querría que remedases, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes qué hacen? Cosa que es difícil entenderlas: no tienen modo, no razón, no intención; por rigor comienzan el ofrescimiento que de sí quieren hacer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle, convidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga; ensáñanse presto, apacíguanse luego; quieren que adevinen lo que quieren. ¡Oh, qué plaga, oh qué enojo, oh qué hastío es conferir con ellas más de aquel breve tiempo que aparejadas son a deleite!

CALISTO
¿Ves? Mientras más me dices e más inconvenientes me pones, más la quiero. No sé qué se es.

SEMPRONIO
No es este juicio para mozos, según veo, que no se saben a razón someter, ni se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO
¿Y tú qué sabes? ¿Quién te mostró esto?

SEMPRONIO
¿Quién? Ellas; que desque se descubren así pierden la vergüenza, que todo eso y aún más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honra, piensar ser más digno de lo que te reputas; que cierto peor extremo es dejarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que debe.

CALISTO
Pues ¿quién soy yo para eso?

SEMPRONIO
¿Quién? Lo primero eres hombre, e de claro ingenio; y más, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuvo; conviene a saber: hermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerza, ligereza; y allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal cuantía, que los bienes que tienes de dentro con los de fuera resplandescen. Porque sin los bienes de fuera, de los cuales la fortuna es señora, a ninguno acaesce en esta vida ser bienaventurado; y más, en constelación de todos eres amado.

CALISTO
Pero no de Melibea; y en todo lo que me has gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se aventaja Melibea. Mira la nobleza y antigüedad de su linaje, el grandísimo patrimonio, el escelentísimo ingenio, las resplandecientes virtudes, la altitud e inefable gracia, la soberana hermosura, de la cual te ruego me dejes hablar un poco, porque haya algún refrigerio. Y lo que te diré será de lo descubierto, que si de lo oculto yo hablar te supiera, no nos fuera necesario altercar tan miserablemente estas razones.

SEMPRONIO
(¡Qué mentiras, o qué locuras dirá agora este captivo de mi amo!)

CALISTO
¿Cómo es eso?

SEMPRONIO
Digo que muy gran placer habré de lo oír. (Así te medre Dios como me será agradable ese sermón).

CALISTO
¿Qué?

SEMPRONIO
Que así me medre Dios como me será gracioso de oír.

CALISTO
Pues, porque hayas placer, yo lo figuraré por partes muy por extenso.

SEMPRONIO
(Duelos tenemos; esto es tras lo que yo andaba. De pasarse habrá ya esta importunidad).

CALISTO
Comienzo por los cabellos: ¿ves tú las madejas de oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son, y no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus piés: después, crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.

SEMPRONIO
(Más en asnos).

CALISTO
¿Qué dices?

SEMPRONIO
Dije que esos tales no serían cerdas de asno.

CALISTO
Ved, ¡qué torpe, y qué comparación!

SEMPRONIO
(¿Tú cuerdo?)

CALISTO
Los ojos verdes, rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alzadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñuelas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Qué se despereza el hombre cuando las mira! La tez lisa e lustrosa, el cuero suyo escurece la nieve, la color mezclada, cual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO
(En sus trece se está este necio).

CALISTO
Las manos pequeñas en mediana manera, e de dulce carne acompañadas; los dedos luengos, las uñas en ellos largas y coloradas que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción que yo ver no pude, sin duda por el bulto de fuera, juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres deesas.

SEMPRONIO
¿Has dicho?

CALISTO
Cuan brevemente pude.

SEMPRONIO
Puesto que sea todo eso verdad, por ser tú hombre, eres más digno.

CALISTO
¿En qué?

SEMPRONIO
En que ella es imperfecta, por el cual defecto desea y apetesce a tí, y a otro menos que tú. ¿No has leído el filósofo do dice: así como la materia apetesce a la forma, así la mujer al varón?

CALISTO
¡Oh triste y cuándo veré yo eso entre mí y Melibea!

SEMPRONIO
Posible es, y aun que la aborrezcas cuanto agora la amas, podrá ser alcanzándola, viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

CALISTO
¿Con qué ojos?

SEMPRONIO
Con ojos claros.

CALISTO
Y agora ¿con qué la veo?

SEMPRONIO
Con ojos de alinde, con que lo poco paresce mucho, y lo pequeño grande. Y porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de cumplir tu deseo.

CALISTO
¡Oh! Dios te dé lo que deseas. ¡Qué glorioso me es oirte, aunque no espero que lo has de hacer!

SEMPRONIO
Antes lo haré cierto.

CALISTO
Dios te consuele. El jubón de brocado que ayer vestí, Sempronio, vístetelo tú.

SEMPRONIO
Prospérete Dios por éste y por mucho más que me darás. (De la burla, yo me llevo lo mejor; con todo, si destos aguijones me da, traérsela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Hácelo esto que me dió mi amo; que sin merced, imposible es obrarse bien ninguna cosa).

CALISTO
No seas agora negligente.

SEMPRONIO
No lo seas tú, que imposible es hacer siervo diligente el amo perezoso.

CALISTO
¿Cómo has pensado de hacer esta piedad?

SEMPRONIO
Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja barbuda, que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y provocará a lujuria, si quiere.

CALISTO
¿Podríala yo hablar?

SEMPRONIO
Yo te la traeré hasta acá. Por eso aparéjate; seile gracioso, seile franco; estudia, mientras voy yo a le decir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

CALISTO
¿Y tardas?

SEMPRONIO
Ya voy: quede Dios contigo.

CALISTO
E contigo vaya. ¡Oh todopoderoso, perdurable Dios! ¡Tú, que guías los perdidos, y a los reyes orientales por el estrella precedente a Belén trujiste, y en su patria los redujiste!, humildemente te ruego que guíes a mi Sempronio, de manera que convierta mi pena y tristeza en gozo, e yo indigno merezca venir en el deseado fin.



* * *


CELESTINA
¡Albricias, albricias! ¡Elicia! ¡Sempronio, Sempronio!

ELICIA
¡Ce, ce, ce!

CELESTINA
¿Por qué?

ELICIA
Porque está aquí Crito.

CELESTINA
Mételo en la camarilla de las escobas: ¡Presto! Dile que viene tu primo y mi familiar.

ELICIA
Crito, retráete ahí. Mi primo viene; perdida soy.

CRITO
Pláceme, no te congojes.

SEMPRONlO
¡Madre bendita! ¡Qué deseo te traigo! Gracias a Dios, que te me dejó ver.

CELESTINA
¡Hijo mío! ¡Rey mío! Turbado me has; no te puedo hablar. Torna y dame otro abrazo. ¿Y tres días pudiste estar sin vemos? ¡Elicia, Elicia, cátale aquí!

ELICIA
¿A quién, madre?

CELESTINA
A Sempronio.

ELICIA
¡Ay triste! qué saltos me da el corazón. Y ¿qué es dél?

CELESTINA
Vesle aquí, vesle. Yo me lo abrazaré, que no tú.

ELICIA
¡Ay, maldito seas, traidor! Postema y landre te mate, y a manos de tus enemigos mueras, y por crímenes dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!

SEMPRONIO
¡Hí, hí, hí! ¿Qué es, mi Elicia, de qué te acongojas?

ELICIA
Tres días há que no me ves. Nunca Dios te vea; nunca Dios te consuele ni visite. ¡Guay de la triste que en tí tiene su esperanza y el fin de todo su bien!

SEMPRONIO
Calla, señora mía; ¿tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor y el fuego que está en mi corazón? Do yo voy, conmigo vas, conmigo estás; no te aflijas, ni me atormentes, más de lo que yo he padescido. Mas dí, ¿qué pasos suenan arriba?

ELICIA
¿Quién? Un mi enamorado.

SEMPRONIO
Pues créolo.

ELICIA
¡Alabé!, verdad es: sube allá, y verlo has.

SEMPRONIO
Voy.

CELESTINA
Anda acá; deja a esa loca, que es liviana, y turbada de tu ausencia, sácasla y agora de seso. Dirá mil locuras. Ven y hablemos; no dejemos pasar el tiempo en balde.

SEMPRONIO
Pues ¿quién está arriba?

CELESTINA
¿Quiéreslo saber?

SEMPRONIO
Quiero.

CELESTINA
Una moza que me encomendó un fraile.

SEMPRONIO
¿Qué fraile?

CELESTINA
No lo procures.

SEMPRONIO
Por mi vida, madre, ¿qué fraile?

CELESTINA
¿Porfías? El ministro, el gordo.

SEMPRONIO
¡Oh, desventurada, y qué carga espera!

CELESTINA
Todo lo llevamos. Pocas matadoras has tú visto en la barriga.

SEMPRONIO
Mataduras no, mas petreras sí.

CELESTINA
¡Ay burlador!

SEMPRONIO
Deja, si doy burlador, muéstramela.

ELICIA
¡Ah, don malvado! ¿Verla quieres? Los ojos se te salten; que no basta a tí una ni otra. ¡Anda, véela, y deja a mí para siempre!

SEMPRONIO
¡Calla, Dios mío! ¿Y enójaste? Que ni quiero ver a ella ni a mujer nascida. A mi madre quiero hablar, y quédate a Dios.

ELICIA
Anda, anda, vé, desconocido, y estáte otros tres años que no me vuelvas a ver.

SEMPRONIO
Madre mía, bien tendrás confianza, y creerás que no te burlo. Toma el manto, y vamos; que por el camino sabrás lo que si aquí me tardase en decir, impediría tu provecho y el mío.

CELESTINA
¡Vamos! Elicia, quédate a Dios, cierra la puerta. ¡Adiós, paredes!

SEMPRONIO
¡Oh madre mía! Todas cosas dejadas aparte, solamente sé atenta, e imagina en lo que te dijere; e no derrames el pensamiento en muchas partes, que quien en diversos lugares lo pone, en ninguno lo tiene junto, sino por caso determina lo cierto. Quiero que sepas de mí lo que no has oído, y es, que jamás pude, después que mi fe contigo puse, desear bien de que no te cupiese parte.

CELESTINA
Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad de esta pecadora de vieja. Pero dí, no te detengas; que la amistad, que entre tí y mí se afirma, no ha menester preámbulos, ni corolarios, ni aparejos para ganar voluntad. Abrevia, y ven al hecho; que vanamente se dice por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.

SEMPRONIO
Así es. Calisto arde en amores de Melibea; de mí y de tí tiene necesidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprovechemos; que conoscer el tiempo, y usar el hombre de la oportunidad, hace a los hombres prósperos.

CELESTINA
Bien has dicho, al cabo estoy; basta para mí mecer el ojo. Digo, que me alegro mucho destas nuevas, como los cirujanos de los descalabrados. Y como aquéllos dañan en los principios las llagas, y encarescen el prometimiento de la salud, así entiendo yo hacer a Calisto. Alargarle he la certenidad del remedio, porque, como dicen, la esperanza luenga aflige el corazón, y cuanto él la perdiere, tanto se la prometeré. Bien me entiendes.

SEMPRONIO
Callemos, que a la puerta estamos; y, como dicen, las paredes han oídos.

CELESTINA
Llama.

SEMPRONIO
Ta, ta, ta.

CALISTO
¡Pármeno!

PÁRMENO
¿Señor?

CALISTO
¿No oyes, maldito sordo?

PÁRMENO
¿Qué es, señor?

CALISTO
A la puerta llaman, corre.

PÁRMENO
¿Quién es?

SEMPRONIO
Abre a mí y a esta dueña.

PÁRMENO
Señor, Sempronio y una puta vieja alcoholada daban aquellas porradas.

CALISTO
Calla, calla, malvado, que es mi tía: corre, corre abre. Siempre lo ví, que por huir hombre de un peligro cae en otro mayor. Por encubrir yo este hecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, caí en indignación desta que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO
¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congojas? Y ¿tú piensas que es vituperio en las orejas desta el nombre que la llamé? No lo creas; que así se glorifica en le oír, como tú cuando dicen: diestro caballero es Calisto. y demás, desto es nombrada y por tal título conoscida. Si entre cien mujeres va, y alguno dice puta vieja, sin ningún empacho luego vuelve la cabeza, y responde con alegre cara. En los convites, en las fiestas, en las bodas, en las cofradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella pasan tiempo. Si pasa por cabe los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dicen, puta vieja. Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar; si va entre los herreros, aquello dicen sus martillos; carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores: todo oficio de instrumento forma en el aire su nombre: cántanla los carpinteros, péinanla los peinadores, tejedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas, con ella pasan el afán cotidiano; al perder en los tableros, luego suenan sus loores; todas cosas que son hacen a doquiera que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh qué comedor de huevos asados era su marido! ¿Qué quieres más? Sino que si una piedra topa con otra, luego suena ¡puta vieja!

CALISTO
Y tú, ¿cómo lo sabes y la conoces?

PÁRMENO
Saberlo has. Días grandes son pasados que mi madre, mujer pobre, moraba en su vecindad, la cual rogada por esta Celestina me dio a ella por sirviente, aunque ella no me conosce; por lo poco que la serví, y por la mudanza que la edad ha hecho.

CALISTO
¿De qué la servías?

PÁRMENO
Señor, iba a la plaza, y traíala de comer y acompañábala; suplía en aquellos menesteres a que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogí a la nueva memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios; conviene a saber: labrandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta, y un poquito de hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros, socolor del cual muchas mozas destas sirvientes entraban en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras, y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar, y aun otros hurtillos de más calidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes, e despenseros y mozos de abades; a estos vendía ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. Subió su hecho a más; que por medio de aquellas comunicaba con las más encerradas, hasta traer a ejecución su propósito. Y aquéstas en tiempo honesto, como de estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alba y otras secretas devociones, muchas encubiertas ví entrar en su casa; tras ellas hombres descalzos, contritos, rebozados y desatacados, que entraban allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía! Hacíase física de niños, tomaba estambre de unas casas, y dábalo a hilar en otras, por achaque de entrar en todas. Las unas, madre acá; las otras, madre acullá: cata la vieja, ya viene el ama, de todas muy conoscida. Con todos estos afanes, nunca pasaba sin misa ni vísperas; ni dejaba monasterios de frailes ni de monjas; ésto porque allí hacía sus aleluyas y conciertos. Y en su casa hacía perfumes, falseaba estoraques, menjuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizques, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de alambre, e de estaño, hechos de mil faciones: hacía solimán, afeites cocidos, argentadas, bujeladas, cerillas, lanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimientes, albalinos y otras aguas de rostro; de rasuras de gamones, de corteza de espantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destilados y azucarados. Adelgazaba los cueros con zumo de limones, con turbino, con tuétano de corzo y de garza, y otras confeciones. Sacaba agua para oler de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madre-selva, y clavellinas mosquetadas y almizcladas, polvorizadas con vino. Hacía lejía para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y millefolia, y otras diversas cosas. Y los untos y mantecas y sebos que tenía, es hastío de decir: de vaca, de oso, de caballos, de camello, de culebras y de conejo, de ballena, de garza y de alcarabán, de gamo, de gato montero y de tejón, de harda, de erizo, de nutria: aparejos para baños; esto es una maravilla, de las hierbas y raíces que tenía en el techo de su casa colgadas: manzanilla, y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de sauco y de mostaza, espliego, laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje e higueruela, pico de oro y de oja tinta. Los aceites que sacaba para el rostro no es cosa de creer. De estoraque, de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de benjuí, de alfócigos, de piñones, de granillo, de azofaifas, de neguilla, de atramuces, de arvejas y de carrillas, de hierba pajarera; y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla, que guardaba para aquel rasguño que tiene por las narices. Esto de los virgos, unos hacía de vejiga, y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo en una cajuela pintada unas agujas delgadas de pellejeros, e hilos de seda encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana, y cepacaballo; hacía con esto maravillas: que cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgo una criada que tenía.

CALISTO
¡Así pudiera ciento!

PÁRMENO
Sí, ¡santo Dios! Y remediaba por caridad muchas huérfanas y erradas que se encomendaban a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores, y para se querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorgado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, la piedra del nido del águila, y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres; y a unos demandaba el pan do mordían, a otros de su ropa, a otros de sus cabellos; a otros pintaba en la palma letras con azafrán, a otros con bermellón; a otros, daba unos corazones de cera llenos de agujas quebradas, e otras cosas en barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra ... ¿Quién te podrá decir lo que esta vieja hacía? y todo era burla y mentira.

CALISTO
Bien está, Pármeno, déjalo para más oportunidad. Asaz soy de tí avisado, téngotelo en gracia. No nos detengamos, que la necesidad desecha la tardanza. Oye, aquella vieja rogada: espera más que debe; vamos, no se indigne. Yo temo, y el temor reduce a la memoria y a la providencia despierta. ¡Sus! Vamos, proveamos. Pero ruégote, Pármeno, que la envidia de Sempronio, que en esto me sirve y complace no ponga impedimento en el remedio de mi vida; que si para él hubo jubón, para tí no faltará sayo. Ni pienses que tengo en menos tu consejo y aviso, que su trabajo y obra; como lo espiritual sepa yo que precede a lo corporal. Y puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por eso son pensadas y curadas, y no en amistad tenidas; en tal diferencia serás conmigo en respeto de Sempronio; y so secreto sello, pospuesto el dominio, por tal amigo a tí me concedo.

PÁRMENO
Quéjome, señor, de la duda de mi fidelidad y servicio, por los prometimientos y amonestaciones tuyas. ¿Cuándo me viste, señor, envidiar, o por ningún interese ni resabio tu provecho estorcer?

CALISTO
No te escandalices; que sin duda tus costumbres y gentil crianza en mis ojos, ante todos los que me sirven están. Mas como en caso tan árduo, de todo mi bien y vida penden, es necesario proveer, proveo a los acontescimientos, como quiera que creo que tus buenas costumbres sobre todo buen natural florescen, como el buen natural sea principio del artificio. Y no más, sino vamos a ver la salud.

CELESTINA
Pasos oigo; acá descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes; escucha y déjame hablar lo que a ti y a mí conviene.

SEMPRONIO
Habla.

CELESTINA
No me congojes, ni me importunes, que sobrecargar el cuidado es aguijar al animal congojoso. Así sientes la pena de tu amo Calisto, que paresce que tú eres él, y él tú, y que los tormentos son en un mismo sujeto. Pues cree que yo no vine acá por dejar este pleito indeciso, o morir en la demanda.

CALISTO
Pármeno, detente. ¡Ce! Escucha qué hablan estos: veamos en qué ley vivimos. ¡Oh notable mujer, o bienes mundanos, indignos de ser poseídos de tan alto corazón! ¡Oh fiel y verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? ¿Oíste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dices, rincón de mi secreto, y consejo y ánima mía?

PÁRMENO
Protestando mi inocencia en la primera sospecha, y cumpliendo con la fidelidad, porque me concediste, hablaré. Oyeme, y el afecto no te ensorde, ni la esperanza del deleite te ciegue. Témplate, y no te apresures; que muchos, con codicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Aunque soy mozo, cosas he visto asaz, y el seso y la vista de las muchas cosas demuestran la experiencia. De verte o de oírte descender por la escalera, parlan éstos lo que fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu deseo.

SEMPRONIO
Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dice.

CELESTINA
Calla, que para mi santiguada, do vino el asno verná la albarda. Déjame tú a Pármeno, que yo te lo haré uno de nos; y de lo que hubiéremos, démosle parte; que los bienes, si no son comunicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos: yo te lo traeré manso y benigno a picar el pan en el puño y seremos dos a dos; y (como dicen) tres al mohino.

CALISTO
¡Sempronio!

SEMPRONIO
¿Señor?

CALISTO
¿Qué haces, llave de mi vida? Abre. O Pármeno, ya la veo, sano soy, vivo soy. Mira, ¡qué reverenda persona, qué acatamiento! Por la mayor parte, por la fisonomía es conoscida la virtud interior. ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh virtud envejescida! ¡Oh gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa esperanza! ¡Oh salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi vida, resurrección de mi muerte! Deseo llegar a ti. Codicio besar esas manos llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Desde aquí adoro la tierra que huellas, y en reverencia tuya la beso.

CELESTINA
(Sempronio, ¡de aquellas vivo yo! Los huesos que yo roí piensa este necio de tu amo de darme a comer; pues ál le sueño, al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience a abrir la bolsa, que de las obras dudo, cuanto más de las palabras. Jó, que te estriego, asna coja; más habías de madrugar).

PÁRMENO
(¡Guay de orejas que tal oyen! ¡Perdido es quien tras perdido anda! ¡Oh Calisto desventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua puta tierra que refregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es, no es capaz de ninguna redención, consejo ni esfuerzo).

CALISTO
¿Qué decía la madre? Parésceme que pensaba que le ofrecía palabras por excusar galardón.

SEMPRONIO
Así lo sentí.

CALISTO
Pues ven conmigo, trae las llaves, que yo sanaré su deuda.

SEMPRONIO
Bien harás, y luego vamos; que no se debe dejar crescer la hierba entre los panes, ni la sospecha en los corazones de los amigos, sino limpiada luego con el escardillo de las buenas obras.

Calisto
Astuto hablas, vamos y no tardemos.

CELESTINA
Pláceme, Pármeno, que habemos habido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo, y la parte que en mi inmérito tienes. Y digo inmérito por lo que te oí decir, de que no hago caso. Porque virtud nos amonesta a sufrir la tentaciones, y no dar mal por mal; y en especial cuando somos tentados por mozos, y no bien instrutos en lo mundano, en que con nescia lealtad pierden a sí y a sus amos, como agora tú a Calisto. Bien te oí; y no pienses que el oír con los otros exteriores sentidos mi vejez haya perdido; que no sólo lo que veo, oyo y conozco, mas aun lo intrínseco con los intelectuales ojos penetro. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quejoso, y no lo juzgues por eso por flaco; que el amor impervio todas las cosas vence. Y sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas: la primera, que es forzoso al hombre amar a la mujer, y la mujer al hombre; la segunda, que el que verdaderamente ama, es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite que por el Hacedor de las cosas fue puesto porque el linaje de los hombres se perpetuase, sin lo cual perescería. Y no solo en la humana especie, mas en los pesces, en las bestias, en las aves, en las reptilias, y en lo vegetativo algunas plantas han este respecto, si sin interposición de otra cosa en poca distancia de tierra están puestas; en que hay determinación de herbolarios y agricultores ser machos y hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neszuelo, loquito, angelico, perlica, simplecico! ¿Lobitos en tal gestico? Llegate acá, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleites. Mas rabia mala me mate, si te llego a mí, aunque vieja; la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla debes tener la punta de la barriga.

PÁRMENO
¡Como cola de alacrán!

CELESTINA
Y aún peor; que la otra muerde sin hinchar, y la tuya hincha por nueve meses.

PÁRMENO
¡Hi, hi, hi!

CELESTINA
¿Ríeste, landrecilla, hijo?

PÁRMENO
Calla, madre, no me culpes, ni me tengas, aunque mozo, por insipiente. Amo a Calisto, porque le debo fidelidad, por crianza, por beneficios, por ser dél bien honrado y bien tratado, que es la mayor cadena que el amor del servidor al servicio del señor prende, cuanto lo contrario aparta. Véole perdido; y no hay cosa peor que ir tras el deseo sin esperanza de buen fin; y especial, pensando remediar su hecho tan arduo y difícil con vanos consejos y nescias razones de aquel bruto de Sempronio, que es pensar sacar aradores a pala y azadón. No lo puedo sufrir; dígolo, y lloro.

CELESTINA
Pármeno, ¿tú no ves que es simpleza o necedad llorar por lo que con llorar j no se puede remediar?

PÁRMENO
Por eso lloro, que si con llorar fuese posible traer a mi amo el remedio, tan grande sería el placer de la tal esperanza, que de gozo no podría llorar; pero así perdida ya toda la esperanza, pierdo la alegría, y lloro.

CELESTINA
Lloras sin provecho por lo que llorando estorbar no podrás, ni sanarlo presumas. ¿A otros no ha acontecido esto, Pármeno?

PÁRMENO
Sí; pero a mi amo no le querría doliente.

CELESTINA
No lo es; mas aún cuando fuese doliente, podría sanar.

PÁRMENO
No curo de lo que dices, porque en los bienes mejor es el acto que la potencia; y en los males mejor es la potencia que el acto. Así que, mejor es ser sano, que poderlo ser: y mejor es poder ser doliente, que ser enfermo por acto. Y por tanto es mejor tener la potencia en el mal que el acto.

CELESTINA
¡Oh malvado, cómo que no se te entiende! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho hasta agora? ¿De qué te quejas? Pues burla, o di por verdad lo falso, y cree lo que quisieres; que él es enfermo por acto, y el poder ser sano es en mano desta flaca vieja.

PÁRMENO
¡Mas desta flaca puta vieja!

CELESTINA
Putas días vivas, bellaquillo; ¿y cómo te atreves?

PÁRMENO
Como te conozco ...

CELESTINA
¿Quién eres tú?

PÁRMENO
¿Quién? Pármeno, el hijo de Alberto tu compadre, que estuve contigo un poco de tiempo, que te me dio mi madre cuando morabas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.

CELESTINA
¡Jesú, Jesú, Jesú! ¿Y tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?

PÁRMENO
Alabé, yo.

CELESTINA
Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo; ¿por qué me persigues, Parmenico? ¿Él es? Él es, por los sanctos de Dios. Allégate a mí; ven acá, que mil azotes y puñadas te dí en este mundo, y otros tantos besos. ¿Acuérdaste cuando dormías a mis piés, loquito?

PÁRMENO
Sí, en buena fe; y algunas veces, aunque era niño, me subías a la cabecera, y me apretabas contigo, y porque olías a vieja me huí de tí.

CELESTINA
Mala landre te mate; ¡y cómo lo dice el desvergonzado! Dejadas burlas y pasatiempos, oye agora, mi hijo, y escucha: que aunque a un fin soy llamada, a otro soy venida, y maguer a que contigo me haya hecho de nuevas, tú eres la causa. Hijo, bien sabes cómo tu madre (que Dios haya) te me dio, viviendo tu padre; el cual, como de mí te fuiste, con otra ansia no murió, sino con la incertidumbre de tu vida y persona; por la cual ausencia algunos años de su vejez sufrió angustiada y cuidadosa vida; y al tiempo que della pasó, envió por mí, y en su secreto te me encargó, y me dijo sin otro testigo, sino aquel que es testigo de todas las obras y pensamientos, y los corazones y entrañas escudriña, al cual puso entre él y a mí, que te buscase, y allegase, y abrigase. Y cuando de cumplida edad fueses, tal que en tu vivir supieses tener manera y forma, te descubriese adonde dejó encerrada tal copia de oro y plata, que basta más que la renta de tu amo Calisto. Y porque se lo prometí, y con mi promesa llevó descanso; y la fe es de guardar más que a los vivos a los muertos, que no pueden hacer por sí. En pesquisa y seguimiento tuyo he gastado asaz tiempo y cuantías, hasta agora que ha placido a aquel que todos los cuidados tiene, y remedia las justas peticiones y las piadosas obras endereza, que te hallase aquí, donde solos há tres días que sé que moras. Sin duda dolor he sentido, porque has por tantas partes vagado y peregrinado, que ni has habido provecho ni ganado deudo ni amistad. Que como Séneca dijo, los peregrinos tienen muchas posadas y pocas amistades, porque en breve tiempo con ninguno pueden firmar amistad. Y el que está en muchos cabos está en ninguno; ni puede aprovechar el manjar a los cuerpos que en comiendo se lanza; ni hay cosa que más la sanidad impida que la diversidad y mudanza y variación de los manjares; y nunca la llaga viene a cicatrizar, en la cual muchas melecinas se tientan; ni convalesce la planta que muchas veces es traspuesta; y no hay cosa tan provechosa que en llegando aproveche. Por tanto, hijo mío, deja los ímpetus de la juventud, y tornándote con la doctrina de tus mayores a la razón, reposa en alguna parte. ¿Y dónde mejor que en mi voluntad, en mi ánimo, en mi consejo, a quien tus padres te remitieron? E yo así como verdadera madre tuya te digo, so las maldiciones que tus padres te pusieron si me fueses inobediente, que por el presente sufras y sirvas a este tu amo que procuraste, hasta en ello ver otro consejo mío. Pero no con nescia lealtad, proponiendo firmeza sobre lo movible, como son estos señores deste tiempo. Y tú gana amigos, que es cosa durable; ten con ellos constancia, no vivas en flor; deja los vanos prometimientos de los señores, los cuales desecan la sustancia de sus sirvientes con huecos y vanos prometimientos; como la sanguijuela saca la sangre, desagradecen, injurian, olvidan servicios, niegan galardón. ¡Guay de quien en palació envejece! Como se escribe de la probática piscina, que de ciento que entraban sanaba uno. Estos señores deste tiempo más aman a sí que a los suyos; y no yerran: los suyos igualmente lo deben hacer. Perdidas son las mercedes, las magnificencias, los actos nobles: cada uno destos captiva y mezquinamente procura su interese con los suyos. Pues aquellos no deben menos hacer, como sean en facultades menores, sino vivir a su ley. Dígolo, hijo Pármeno, porque este tu amo (como dicen) me paresce rompenecios: de todos se quiere servir sin merced. Mira bien, créeme, en su casa cobra amigos, que es el mayor precio mundano; que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o condiciones pocas veces acontezca. Caso es ofrescido, como sabes, en que todos medremos, y tú por el presente te remedies; que lo ál que te he dicho, guardado te está a su tiempo, y mucho te aprovecharás siendo amigo de Sempronio.

PÁRMENO
Celestina, todo tremo en oírte; no sé qué haga; perplejo estó. Por una parte te tengo por madre, por otra, a Calisto por amo. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a lo alto, más aína cae que subió. No querría bienes mal ganados.

CELESTINA
Yo sí: a tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.

PÁRMENO
Pues yo con ellos no viviría contento, y tengo por honesta cosa la pobreza alegre; y aun más te digo, que no los que poco tienen son pobres, mas los que mucho desean. Y por esto, aunque más digas, no te creo en esta parte. Querría pasar la vida sin envidia; los yermos y asperezas sin temor; el sueño sin sobresalto; las injurias con respuesta; las fuerzas sin denuesto, las premias con resistencia.

CELESTINA
¡Oh hijo! Muy bien dicen, que la prudencia no puede ser sino en los viejos; y tú mucho mozo eres.

PÁRMENO
Mucho más segura es la mansa pobreza.

CELESTINA
Mas di, como Marón, que la fortuna ayuda a los osados; y demás desto, ¿quién es quien tenga bienes en la República que escoja vivir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes; y ¿no sabes que has menester amigos para los conservar? Y no pienses que tu privanza con este señor te hace seguro: que cuanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura: y por tanto en los infortunios el remedio es a los amigos. Y ¿adónde puedes ganar mejor este deudo que donde las tres maneras de amistad concurren? Conviene a saber: por bien, y provecho, y deleite. Por bien, mira la voluntad de Sempronio conforme a la tuya, y la gran similitud que tú y él en la virtud tenéis. Por provecho, en la mano está si sois concordes. Por deleite, semejable es, como seáis en edad dispuestos para todo linaje de placer, en que más los mozos que los viejos se juntan: así como para jugar, para vestir, para burlar, para comer y beber, para negociar los amores, juntos de compaña. ¡Oh, si quisieses tú, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areusa.

PÁRMENO
¿De Areusa?

CELESTINA
De Areusa.

PÁRMENO
¿De Areusa, hija de Eliso?

CELESTINA
De Areusa, hija de Eliso.

PÁRMENO
¿Cierto?

CELESTINA
Cierto.

PÁRMENO
Maravillosa cosa es.

CELESTINA
¿Pero bien te paresce?

PÁRMENO
No cosa mejor.

CELESTINA
Pues tu buena dicha quiere, aquí está quien te la dará.

PÁRMENO
Mía fe, madre, no creo a nadie.

CELESTINA
Extremo es creer a todos, e yerro no creer a ninguno.

PÁRMENO
Digo que te creo, pero no me atrevo; déjame.

CELESTINA
¡Oh mezquino! De enfermo corazón es no poder sufrir el bien. Da Dios habas a quien no tiene quijadas. ¡Oh simple! dirás que adonde hay menor entendimiento hay mayor fortuna: y donde más discreción allí menor es la fortuna: dichas son.

PÁRMENO
¡Oh Celestina! Oído he a mis mayores que un ejemplo de lujuria o avaricia mucho mal hace; y que con aquellos debe el hombre conversar que le hagan mejor; y aquellos dejar a quien él mejores piensa hacer. Y Sempronio en su ejemplo no me hará mejor, ni yo a él sanaré su vicio. Y puesto que yo a lo que dices me incline, solo yo querría saberlo; porque a lo menos por ejemplo fuese oculto el pecado. Y si hombre vencido del deleite va contra la virtud, no se atreva a la honestidad.

CELESTINA
Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre posesión sin compañía. No te retrayas ni amargues, que la natura huye lo triste y apetesce lo deleitable. El deleite es con los amigos en las cosas sensuales; y especial en recontar las cosas de amores y comunicarlas. Esto hice, estotro me dijo, tal donaire pasamos, de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la abracé, así se allegó. ¡Oh qué habla, o qué gracia, oh qué juegos, oh qué besos! Vamos allá, volvamos acá, ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, hagamos invenciones, justemos. ¿Qué cimera sacaremos, o qué letra? Ya va a la misa, mañana saldrá, rondemos su calle, mira su carta, vamos de noche, tenme la escala, guarda la puerta. ¿Cómo te fué? Cata el cornudo, sola la deja, dale otra vuelta, tornemos allá. Y para esto, Pármeno, ¿hay deleite sin compañía? ¡Alahé, alahé, la que las sabe las tañe! Este es el deleite que lo demás lo hacen los asnos en el prado.

PÁRMENO
No querría, madre, me convidases a consejo con amonestación de deleite, como hicieron los que caresciendo de razonable fundamento, opinando hicieron sectas envueltas en dulce veneno para captar y tomar las voluntades de los flacos, y con polvos de sabroso afecto cegaron los ojos de la razón.

CELESTINA
¿Qué es razón, loco? ¿Qué es afecto, asnillo? La discreción que no tienes lo determina; y de la discreción, mayor es la prudencia; y la prudencia no puede ser sin experimento; y la experiencia no puede ser más que en los viejos; y los ancianos somos llamados padres; y los buenos padres muy bien aconsejan a sus hijos; y especial yo a tí, cuya vida y honra más que la mía deseo. Y ¿cuándo me pagarás tú esto? Nunca: pues a los padres ni a los maestros puede ser hecho servicio igualmente.

PÁRMENO
Todo me recelo, madre, de rescebir dudoso consejo.

CELESTINA
¿No quieres? Pues decirte he lo que dice el sabio: al varón que con dura cerviz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le verná, y sanidad ninguna le conseguirá. Y así, Pármeno, me despido de tí y deste negocio.

PÁRMENO
(Enseñada está mi madre; duda tengo en su consejo; yerro es no creer, y culpa creerlo todo. Mas humano es confiar, mayormente en esta que interés promete, a do provecho se puede allende de amor conseguir. Oído he, que debe hombre a sus mayores creer. Ésta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La paz no se debe negar; que bien aventurados son los pacíficos, que hijos de Dios serán llamados. Amor no se debe rehuir, ni caridad a los hermanos; interese pocos le apartan; pues quiéroles complacer y oír). Madre, no se debe ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo; si no, raras veces, porque la sciencia (que es de su natura comunicable), y en pocos lugares se podría infundir. Por eso, perdóname, háblame; que no sólo quiero oírte y creerte, mas en singular merced recibir tu consejo. Y no me lo agradezcas, pues el loor y las gracias de la acción, más al dante que no al recibiente se deben dar. Por eso manda; que a tu mandado mi consentimiento se humilla.

CELESTINA
De los hombres es errar, y bestial es porfiar; por ende gózome, Pármeno, que hayas limpiado las turbias telas de tus ojos, y respondido al conoscimiento, discreción e ingenio sotil de tu padre, cuya persona, agora representada en mi memoria, enternesce los ojos piadosos por do tan abundantes lágrimas ves derramar. Algunas veces duros propósitos, como tú, defendía; pero luego tornaba a lo cierto. En Dios y en mi ánima, que en ver agora lo que has porfiado, y como a la verdad eres reducido, no paresce sino que vivo le tengo delante. ¡Oh qué persona, oh qué hartura, oh qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto y tu nuevo amigo Sempronio, con quien tu conformidad para más oportunidad dejo; que dos en un corazón viviendo, son más poderosos de hacer y de entender.

CALISTO
Duda traigo, madre, según mis infortunios, de hallarte viva; pero más es maravilla, según el deseo, de cómo llego vivo. Recibe la dádiva pobre de aquel que con ella la vida te ofrece.

CELESTINA
Como en el oro muy fino, labrado por la mano de sotil artífice, la obra sobrepuja a la materia, así se aventaja a tu magnífico dar la gracia y forma de tu dulce liberalidad. Y, sin duda, la presta dádiva su efecto ha doblado; porque la que tarda, el prometimiento muestra negar y arrepentirse del don prometido.

PÁRMENO
¿Qué le dio, Sempronio?

SEMPRONIO
Cien monedas de oro.

PÁRMENO
¡Hi, hi, hi!

SEMPRONIO
¿Habló contigo la madre?

PÁRMENO
Calla, que sí.

SEMPRONIO
Pues, ¿cómo estamos?

PÁRMENO
Como quisieres, aunque estoy espantado.

SEMPRONIO
Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto.

PÁRMENO
¡Oh Dios! No hay pestilencia más eficaz que el enemigo de casa para empescer.

CALISTO
Ve agora, madre, y consuela tu casa; después ven y consuela la mía: y luego ...

CELESTINA
Quede Dios contigo.

CALISTO
Y Él te guarde.

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