Índice de La celestina de Fernando de RojasActo anteriorSiguiente actoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO DÉCIMO OCTAVO

ARGUMENTO

Elicia determina hacer las amistades entre Areusa y Centuria por precepto de Areusa. Vánse a casa de Centuria, donde ellas le ruegan que haya de vengar las muertes en Calisto y Melibea, el cual lo prometió delante dellas. Y como sea natural a éstos no hacer lo que prometen, escúsase como en el proceso paresce.

ELICIA, CENTURIO, AREUSA

ELICIA
¿Quién está en su casa?

CENTURIO
Muchacho, corre, verás quién osa entrar sin llamar a la puerta. Torna, torna acá, que ya he visto quién es. No te cubras con el manto, señora; ya no te puedes esconder, que cuando ví adelante entrar a Elicia, ví que no podía traer consigo mala compañía, ni nuevas que me pesasen, sino que me habían de dar placer.

AREUSA
No entremos, por mi vida, más adentro, que se estiende ya el bellaco, pensando que le vengo a rogar: que más holgara con la vista de otras como él que con la nuestra. Volvamos, por Dios, que me fino en ver tan mal gesto. ¿Paréscete, hermana, que me traes por buenas estaciones, y que es cosa justa venir de vísperas, y entramos a ver un desuella-caras que ahí está?

ELICIA
Torna, por mi amor, no te vayas; sino, en mis manos dejarás el medio manto.

CENTURIO
Tenla, por Dios, señora, tenla no se te suelte.

ELICIA
Maravillada estoy, prima, de tu buen seso. ¿Cuál hombre hay tan loco y fuera de razón, que no huelgue de ser visitado, mayormente de mujeres? LIégate acá, señor Centurio, que en cargo de mi ánima por fuerza haga que te abrace, que yo pagaré la fruta.

AREUSA
Mejor lo vea yo en poder de justicia, y morir a manos de sus enemigos, que yo tal gozo le dé. ¡Ya, ya hecho ha conmigo para cuanto viva! ¿y por cuál carga de agua le tengo de abrazar, ni ver a ese enemigo? ¿Por qué le rogué estotro día que fuese una jornada de aquí, en que me iba la vida, y dijo no?

CENTURIO
Mándame tú, señora, cosa que sepa hacer, cosa que sea de mi oficio; un desafío con tres juntos, y si más vinieren, que no huya, por tu amor: matar un hombre, cortar una pierna o brazo, arpar el gesto de alguna que se haya igualado contigo; estas tales cosas, antes serán hechas que encomendadas. No me pidas que ande camino, ni que te dé dinero; que bien sabes que no dura conmigo, que tres saltos daré sin que se me caiga blanca. Ninguno da lo que no tiene; en una casa vivo, cual vees, que rodará el majadero por toda ella sin que tropiece. Las alhajas que tengo es el ajuar de la frontera, un jarro desbocado, un asador sin punta; la cama en que me acuesto está armada sobre aros de broqueles, un rimero de malla rota por colchones, una talega de dados por almohada, que aunque quiera dar colación, no tengo qué empeñar, sino esta capa arpada que traigo a cuestas.

ELICIA
Así me goce, que sus razones me contentan a maravilla: como un santo está obediente, como ángel te habla, a toda razón se allega, ¿qué más le pides? Por mi vida que le hables, y pierdas enojo, pues tan de grado se te ofresce con su persona.

CENTURIO
¿Ofrescer dices, señora? Yo te juro por el santo martilojio de pe-a-pa (el brazo me tiembla de lo que por ella entiendo hacer), que contino pienso cómo la tenga contenta, y jamás acierto. La noche pasada soñaba que hacía armas en un desafío por su servicio con cuatro hombres que ella bien conosce, y maté al uno, y de los otros que huyeron, el que más sano se libró me dejó a los pies un brazo izquierdo. Pues muy mejor lo haré despierto de día, cuando alguno tocare en su chapín.

AREUSA
(Pues aquí te tengo, a tiempo somos). Yo te perdono con condición que me vengues de un caballero que se llama Calisto, que nos ha enojado a mí y a mi prima.

CENTURIO
¡Oh, reniego de la condición! Dime luego si está confesado.

AREUSA
No seas tú cura de su ánima.

CENTURIO
Pues sea así: enviémosle a comer al infierno sin confesión.

AREUSA
Escucha, no atajes mi razón: esta noche le tomarás.

CENTURIO
No me digas más: al cabo estoy; todo el negocio de sus amores sé, y los que por su causa hay muertos, y lo que os tocaba a vosotras; por dónde va, y a qué hora, y con quién es. Pero dime, ¿cuántos son los que le acompañan?

AREUSA
Dos mozos.

CENTURIO
Pequeña presa es ésa; poco cebo tiene ahí mi espada. Mejor cebara ella en otra parte esta noche, que estaba concertado.

AREUSA
Por escusarte lo haces: a otro perro con ese hueso; no es para mí esa dilación: aquí quiero ver si decir y hacer comen juntos a tu mesa.

CENTURIO
Si mi espada dijese lo que hace, tiempo le faltaría para hablar. ¿Quién sino ella puebla los más cimenterios? ¿quién hace ricos los cirujanos desta tierra? ¿quién da de continuo quehacer a los armeros? ¿quién destroza la malla muy fina? ¿quién hace riza de los broqueles de Barcelona? ¿quién rebana los capacetes de Calatayud, sino ella, que los casquetes de Almacén así los corta, como si fuesen hechos de melón? Veinte años ha que me da de comer; por ella soy temido de hombres y querido de mujeres, sino de tí; por ella le dieron Centurio por nombre a mi abuelo, y Centurio se llamó mi padre, y Centurio me llamo yo.

ELICIA
Pues ¿qué hizo la espada por que ganó tu abuelo ese nombre? Dime, ¿por ventura fue por ella capitán de cien hombres?

CENTURIO
No, pero fue rufián de cien mujeres.

AREUSA
No curemos de linaje ni hazañas viejas: si has de hacer lo que te digo, sin dilación determina, porque nos queremos ir.

CENTURIO
Más deseo ya la noche por tenerte contenta, que tú por verte vengada. Y porque más se haga todo a tu voluntad, escoge qué muerte quieres que le dé: allí te mostraré un repertorio en que hay setecientas y setenta especies de muertes: verás cuál más te agradare.

ELICIA
Areusa, por mi amor, que no se ponga este hecho en manos de tan fiero hombre; más vale que se quede por hacer, queno escandalice la ciudad, por donde nos venga más daño de lo pasado.

AREUSA
Calla, hermana, díganos alguna que no sea de mucho bullicio.

CENTURIO
Las que agora estos días yo uso y más traigo entre manos, son espaldarazos sin sangre, o porradas de pomo de espada, o revés mañoso: a otros agujeros como amero a puñaladas, tajo largo, estocada temerosa, tiro mortal. Algún día doy palos por dejar holgar mi espada.

ELICIA
No pase, por Dios, adelante: déle palos, porque quede castigado y no muerto.

CENTURIO
Juro por el cuerpo santo de la letanía no es más en mi brazo derecho dar palos sin matar, que en el sol dejar de dar vueltas al cielo.

AREUSA
Hermana, no seamos nosotras lastimeras; hágale lo que quisiere; mátele como se le antojare. Llore Melibea como tú has hecho: dejémosle. Centurio, da buena cuenta de lo encomendado; de cualquier manera holgaremos: mira que no se escape sin alguna paga de su yerro.

CENTURIO
Perdónele Dios, si por pies no se me va. Muy alegre quedo, señora mía, que se ha ofrescido caso, aunque pequeño, en que conozcas lo que sé hacer por tu amor.

AREUSA
Pues Dios te dé buena manderecha, y a él te encomiendo, que nos vamos.

CENTURIO
Él te guíe, y te dé más paciencia con los tuyos.



* * *


CENTURIO
¡Allá irán estas putas atestadas de razones! Agora quiero pensar cómo me escusaré de lo prometido; de manera que piensen que puse diligencia con ánimo de ejecutar lo dicho, y no negligencia por no me poner en peligro. Quiérome hacer doliente; pero ¿qué aprovecha? Que no se apartarán de la demanda cuando sane. Pues si digo que fuí allá y que les hice huír, pedirme han señas de quiénes eran, cuántos iban, y en qué lugar los topé, qué vestidos llevaban: yo no las sabré dar; hélo todo perdido. Pues ¿qué consejo tomaré que cumpla con mi seguridad y su demanda? Quiero enviar a llamar a Traso el cojo, y a sus compañeros, y decirle que, porque yo estoy ocupado esta noche en otro negocio, vayan a dar un repiquete de broquel a manera de levada, para ojear unos garzones, que me fue encomendado; que todo esto es paso seguro, y donde no consiguirán ningún daño, mas de hacerlos huir y volverse a dormir.

Índice de La celestina de Fernando de RojasActo anteriorSiguiente actoBiblioteca Virtual Antorcha