Charles Dickens


La casa hechizada

Segunda edición cibernética, febrero 2012

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés


Haz click aquí para acceder al catálogo de la Biblioteca Virtual Antorcha





Presentación

Charles Dickens nace el 7 de febrero de 1812 en Portsmouth, Inglaterra.

Desde la edad de doce años se vio obligado a trabajar en una fábrica, abandonando momentáneamente sus estudios, experiencia ésta que le dejaría marcado de por vida.

Posteriormente, cuando su situación económica mejoro a raíz de la aceptación de una herencia, retomaría sus estudios y trabajaría como cronista en una revista llamada Morning Herald en la que escribiría, bajo el pseudónimo de Boz, una serie de trabajos que posteriormente serían recopilados y publicados bajo el título Papeles póstumos del Club Pickwick, edición que devendría en enorme éxito de ventas, gracias al cual su situación económica mejoraria drásticamente, permitiéndole el dedicarse a escribir, labor que desempeñaría con éxito y buena fortuna.

Obras como Oliverio Twist (1837), Cuentos de navidad (1843), El grillo del hogar (1845), David Copperfield (1849), entre otras muchas, le darían renombre universal.

Charles Dickens moriría el 9 de junio de 1870.

El cuento que aquí publicamos, La casa hechizada es un escrito bastante ameno que esperamos agrade a todo aquel que lo lea.

En esta segunda edición cibernética hemos añadido la película Hasta el viento tiene miedo, acción que era prácticamente imposible que realizáramos cuando elaboramos, en febrero del 2004, o sea hace ocho años, la primera edición virtual de este cuento.

Esperamos que este agregado resulte del agrado de todo aquel que lea este ameno y formidable cuento de terror.

Chantal López y Omar Cortés




Los mortales de la casa

Había visto la casa a la luz del día, con el sol encima. No soplaba el viento, ni había lluvia ni rayos, no había ninguna circunstancia horrible o indeseable que me hiciera sentir temor de ella. Creo que cualquiera que la hubiera visto como yo la vi, en esa mañana otoñal, hubiese dicho que era una propiedad muy bella.

Viajaba hacia Londres con la intención de detenerme en el camino para ver la casa. Mi salud requería una estancia temporal en el campo y un amigo, que había visto la casa en uno de sus viajes, me escribió, recomendándomela por su proximidad con la naturaleza y su magnificencia.

Subí al tren a medianoche, pero durante el transcurso del viaje tuve la desagradable sensación de que no había dormido. Me avergüenza reconocer que me habría peleado con el hombre que tenía delante de mí, si no hubiésemos platicado. El hombre llevaba un cuaderno y un lápiz, y había estado todo el tiempo tomando notas. Me habría resignado a que las tomara si hubiese sido un ingeniero, si no hubiera estado mirando fijamente por encima de mi cabeza cada vez que escuchaba un sonido, por mínimo que éste fuera. Tenía aspecto desorientado y ojos saltones; su proceder me resultaba intolerable.

La mañana era fría y desoladora, ya no soportaba a aquel hombre y le dije:

- Disculpe, señor, ¿observa algo particular en mí?

El caballero de ojos saltones me respondió con una voz ahogada, como si viniera de otra parte que no fuera su cuerpo:

- ¿Es usted el señor B?

-¿Señor B? -pregunté a mi vez enojado.

- No tengo nada contra usted, señor ,no quisiera contradecirlo pero le aseguro que usted es el señor B, le ruego que me escuche o ...

Pronunció esta vocal y luego la anotó rápidamente.

Al principio me asusté, pues era obvio que compartía el vagón con un loco; sólo me tranquilizó la idea de que pudiera ser un médium. Iba a preguntarle eso pero me quitó la palabra de la boca.

- Ojalá me perdone, si me encuentra muy avanzado contra el resto de la humanidad. He pasado la noche como paso todo mi tiempo: en una relación espiritual.

- ¡Ah! --exclamé con aspereza.

- Los mensajes nocturnos comenzaron así -continuó diciendo-: Las malas comunicaciones corrompen las buenas maneras.

- Es sensato, pero me parece que ya lo había oído.

- Es nuevo, pues viene de los espíritus. Por ejemplo, escuche esto: Más vale pájaro en mano que dos en un busque.

- Opino de la misma forma, pero ¿no debería ser bosque?

- A mí me dijeron busque -replicó el hombre extraño-. Además, aquí hay diecisiete mil cuatrocientos espíritus, aunque usted no pueda verlos. Sócrates y Pitágoras están aquí. Escuche lo que me dijo Galileo: Estoy encantado de verlo, amigo, ¿cómo está? El agua se congelará cuando esté lo bastante fria. ¿Qué le parece? Además ...

Siguió hablando de varios espíritus de autores famosos. No había duda, estaba completamente loco, y si a esto le sumamos su mirada, creo que comprenderán mi impaciencia por ver el sol.

Me alegré mucho cuando bajé del tren, pues la claridad lo llenaba todo. Caminaba pisando las hojas que habían caído de los árboles dorados, contemplando las maravillas de la naturaleza; la relación espiritual del caballero me pareció de lo más pobre en comparación con lo que yo disfrutaba. Llegué frente a la casa y me detuve para examinarla detenidamente.

Era una construcción solitaria, levantada sobre un jardín tristemente olvidado. Pertenecía a la época de Jorge II. Era rígida, fría y en mal estado. Estaba deshabitada, pero se veía que hace unos dos o tres años le habían dado una mano de pintura por fuera, que ya se estaba cayendo. Había un letrero que decía:

Se renta en condiciones razonables y bien amueblada.

Demasiado sombría por la cercanía antinatural de los árboles. Había seis altos álamos delante de las ventanas principales que creaban una atmósfera excesivamente melancólica.

Se notaba que esa casa había sido evitada por el pueblo; seguramente tenía fama de estar encantada. Además, yo la veía en la primera hora de la mañana, cuando los objetos surgen de la oscuridad de la noche y la primera claridad del día parece volver a darles su verdadera forma.

En esta hora matinal, una vez vi el fantasma de mi padre. Estaba sentado dándome la espalda en una silla que tengo junto a mi cama, y cuando lo quise agarrar no había nada ahí. Por esas y otras cosas, las primeras horas de la mañana eran fantasmagóricas para mí.

Caminé hasta el pueblo pensando en el abandono de aquella casa y en los innumerables arreglos que tendría que hacerle; me encontré con el dueño de la pequeña posada y comencé a platicar con él:

-¿Está hechizada aquella casa? -le pregunté.

-Yo no digo nada -respondió sacudiendo la cabeza.

- Entonces sí lo está, ¿verdad?

- Bueno, no sé, pero yo no dormiría ahí.

-¿Y por qué, si se puede saber?

- Si me gustara que sonaran las campanas sin que nadie las tocara, y que golpearan las puertas de la casa sin que nadie llamara; escuchar todo tipo de pasos sin que ningún pie los produjera; entonces sí, dormiría en esa casa.

- ¿Alguna vez han visto a alguien allí? -insistí.

El posadero me miró atemorizado y llamó con un grito a Jkey. Un hombre joven de hombros altos y pelo rojo se apareció; el posadero le dijo:

- Este caballero quiere saber si se ha visto a alguien en los Álamos.

- Mujer capuchada con bullo --explIcó Ikey.

- ¿Quiere decir armando bulla, gritando? -le pregunté confundido.

- No, señor, con un pájaro bullo.

- ¡Ah!, mujer encapuchada con un búho. ¿Usted la ha visto?

- Vi al bullo.

- ¿A la mujer no la ha visto?

- No tan bien como al buho, pero siempre están juntos.

- ¿Y hay alguien que haya visto a la mujer tan claramente como al búho? -pregunté empezando a desesperarme.

- Que Dios nos bendiga, señor, muchísimas personas.

- ¿Quiénes?

- Que Dios nos bendiga, señor, muchísimas personas.

- ¿Por ejemplo, ese hombre que está abriendo la tienda?

- ¿Perkins? Que Dios nos bendiga, señor, Perkins nunca se acercaría ahí.

- Bueno, bueno, dígame una cosa: ¿quién es o qué fue la mujer encapuchada con el búho?

- Dicen que fue asesinada mientras el bullo cantaba.

Se veía que aquel pobre e ignorante muchacho había quedado seriamente traumatizado por haber visto a una mujer encapuchada con un búho. Me siguió contando sobre cómo Joe, el tuerto, se había encontrado con la mujer encapuchada varias veces. No me sirvió de mucho platicar con esa gente.

Ahora bien, aunque contemplo con actitud solemne los secretos que se hallan en el terreno de lo sobrenatural, pese a que no creo en esas cosas, no puedo reconciliar las puertas y campanas que suenan solas, las tablas del suelo que crujen, los búhos que ululan toda la noche y aquella relación espiritual de mi compañero de viaje, con mi conocimiento científico y exacto de todos los acontecimientos a los cuales otras personas llaman magia.

Estaba ya decidido a alquilarla, así que después de desayunar con el posadero, recibí las llaves de mano del cuñado de Perkins y fui a la casa escoltado por el posadero y por Ikey.

El interior de la mansión era esencialmente lúgubre. Los reflejos de los árboles cambiaban las sombras dentro de la sala húmeda y no libre de la podredumbre; tenía olor a ratas. La decadencia se había apoderado de toda la obra hecha con manos humanas, pues cuando ésta ya no recibe la atención del hombre entra en estado de descomposición. La cocina y habitaciones eran demasiado grandes, demasiado separadas entre sí. Por encima y debajo de las escaleras había largos pasillos y un viejo pozo repleto de moho sobre el que crecía la hierba, oculto como una trampa debajo de las escaleras. Una de las campanas llevaba la etiqueta que decía Amo B. Me informaron que ésa era la campana que más sonaba.

- ¿Quién era el Amo B?

- El Amo B tocaba la campana.

Me sorprendió la destreza y rapidez con que aquel muchacho lanzaba su gorra sobre la campana y la hacía sonar. Era una campana fuerte y desagradable. Las otras campanas tenían escrito el nombre de las habitaciones, por ejemplo: habitación del cuadro, habitación doble, habitación del reloj, hasta la campana del Amo B, del cual descubrí que era un caballero joven, que fue acomodado en una pequeña habitación triangular.

La casa tenía un desván inmenso y estaba moderadamente bien amueblada con artefactos tan viejos como ella misma. Después de conocerla decidí alquilarla por seis meses y, a mediados de octubre, me mudé ahí con mi hermana soltera. Llevamos con nosotros a un mozo de caballos que era sordo, a mi sabueso Turk, dos criadas y una joven a la que llamaban la Chica Extraña. En realidad resultó un grave error haber llevado a esta muchacha a la casa.

El año se estaba terminando. En un día frío, cuya tristeza resultaba deprimente, tomamos posesión de la casa. Nuestra cocinera se echó a llorar cuando vio su área de trabajo, la doncella Striker fingió alegría, pero era la más mártir de todas, la Chica Extraña parecía la única complacida y se puso de inmediato a arreglar el jardín.

Antes de oscurecer había malos informes sobre la cocina, nada servía y lo poco que había estaba roto. La Chica Extraña seguía mostrándose amable y ejemplar, pero cuatro horas después de entrada la noche hallamos una cavidad extraña donde ella juraba haber visto ojos. Se había puesto histérica.

Mi hermana y yo determinamos no contar a nadie sobre la hendidura encontrada. Dejo que el inteligente lector juzgue cuáles fueron mis sentimientos cuando, después de estas circunstancias desagradables, la campana del Amo B comenzó a sonar sola y el sabueso aullaba a su ritmo. No sé si sonaba por causa de las ratas, los murciélagos, el viento o cualquier vibración accidental; quizá por una causa u otra o por la unión de todas ellas. Lo cierto es que sonaba dos noches de cada tres. Decidí cortar el cable de la campana para terminar de una vez y para siempre con ese sonido infernal. Para ese momento, la Chica Extraña había desarrollado tal capacidad de muerta aparente, o sea, catalepsia, que se quedaba rígida y privada de razón durante largos minutos. Yo les explicaba a los asustados criados los motivos por los cuales podría haber sonado la campana y también les informé que le había cortado el cable, así que ya no tendrían que preocuparse, pues no volvería a sonar. Les recordaba que el Amo B ya estaba muerto y les aseguraba que bajo ninguna circunstancia era posible que su espectro estuviera tocando la calnpana. Esto decía, pero cada vez que pronunciaba la frase Amo B, una extraña sensación de farniliaridad invadía mi ser. A pesar de mis explicaciones, la Chica Extraña siempre se ponía rígida y quedaba como una estatua petrificada por motivos que no asustarían a otro; se notaba un agudo caso de sugestión mental. La doncella Striker, por su parte, lloraba desconsoladamente todo el tiempo; la cocinera parecía estar volviéndose loca y temí que nos fuésemos a quedar sin criados.

Nuestra vida nocturna tenía el contagio de la sospecha y el miedo. ¿La mujer encapuchada? Según lo veía yo, estaba rodeado de mujeres encapuchadas. ¿Ruidos? Me quedaba sentado en el silencio de la noche y comenzaba a escuchar toda clase de sonidos extraños. Pero les aseguro a ustedes que cualquiera que se quede en silencio en su propia casa comenzará a escuchar ruidos de todo tipo. Hay un sonido para cada terminal del sistema nervioso. Repito que el contagio del miedo y la sospecha estaba entre nosotros. Las mujeres siempre se encontraban listas para desmayarse y lo hacían a la menor provocación. En cada aventura que emprendían las criadas, para conocer algún lugar de la casa o dar una vuelta por los alrededores, la Chica Extraña regresaba en estado cataléptico. Si después de oscurecer cualquiera de las tres subía a la parte de arriba de la mansión, sabíamos que acabaríamos por escuchar un golpe en nuestro techo, pues era inevitable que se desmayaran. Era inútil asustarse por el momento por causa de un búho auténtico que ululaba en las noches posándose en los lúgubres álamos cercanos a la casa. Si alguna de las campanas tocaba sin cesar, bastaba cortar su cable para callarla para siempre.

Cambiamos de servidumbre, conservando sólo a la Chica Extraña, y la cosa no mejoró. Parecía que los únicos que pensábamos las cosas éramos yo y mi hermana. Todos nos abandonaban. Una noche, en que estaba completamente abatido, le dije a mi hermana:

- Paty, creo que deberíamos abandonar este hogar; pienso que rio encontraremos criados que se queden aquí con nosotros.

- No, John, de ninguna manera, no podemos darnos por vencidos, yo conozco otro método para quedarnos aquí.

- ¿Y cuál es? -le pregunté.

- Debemos cuidar esta casa por nosotros mismos, prescindiremos de los servidores y la llevaremos adelante.

- Pero es que las criadas ... dije yo.

- No las tengamos, John, no las necesitamos, podemos valernos por nosotros mismos.

- Jamás en mi vida se me había ocurrido vivir sin servidumbre.

- Sabemos que llegan aquí predispuestas a asustarse y contagiarse de miedo unas a otras -comentó mi hermana.

- Con excepción de Bottles -comenté yo, pensativo.

Me refería al mozo de establo sordo. Era un fenómeno del mal humor como no se ha conocido otro en Inglaterra.

- Eso no prueba nada, John, ya sabes lo huraño que es Bottles.

Era cíerto, el criado no se había enterado de nada de lo que sucedía en la casa y por lo tanto estaba vacunado contra el miedo. Mi hennana propuso que llamáramos a algunos amigos decididos e inteligentes para que vívíeran con nosotros y nos ayudaran a llevar a buen ténnino la estancia en la casa. Podríamos repartirnos las tareas domésticas y así no sería tan duro, además le daríamos una lección al pueblo demostrándoles que era irracional el miedo que sentían.

El plan de mi hennana me encantó y dispuse lo necesario para que con la mayor brevedad estuvieran nuestros amigos en la casa.

Hubo muy buena respuesta, ya que en menos de una semana llegaron todos. Faltaban pocos días para que terminara octubre.

Realicé dos pequeños cambios mientras mi hermana y yo aún estábamos solos en la casa. En primer lugar, sacar al perro a la parte exterior de la casa, pues estaba enloquecido adentro y se la pasaba aullando día y noche. Advertí en el pueblo que el que se acercara a él seria mordido. En segundo término, le pregunté a Ikey si la escopeta que tenía en mi poder estaba en buen estado.

- No tiene ningún defecto -me dijo.

- Ikey ,no lo mencioné pero he vísto algo en esta casa -le conté.

- ¿La mujer capuchada, señor?

- No se asuste, Ikey, era una figura muy parecida a la suya.

- ¡Dios mío, señor!

- Ikey, si hay algo de verdad en estas historias de fantasmas, el mayor favor que puedo hacerle es dispararle a esa figura. ¡Y le juro, por Dios, que si vuelvo a verla le dispararé!

El joven me dio las gracias y se fue rápidamente, despreciando un vaso de licor. No había olvidado el momento en que lo vi lanzar su gorra para hacer sonar la campana, ya que en otra ocasión había encontrado un gorro de piel cerca de una campana, en una noche en que ésta se había puesto a sonar. Además, siempre que él venía por las tardes a consolar a las criadas, nos encontrábamos mucho más fantasmas, pero no puecto echarle la culpa al muchacho. Tenía miedo de la casa y creía que estaba hechizada, pero no podía decirlo; había algo que me obligaba a permanecer en ella a toda costa, me sentía como en mi propio hogar.

El caso de la Chica Extraña era similar. Recorría la casa en un estado de auténtico terror, pero mentía monstruosa y voluntariamente e inventaba muchas de las alarmas que expandía por todas partes. Lo sabía bien, pues los había estado vigilando a los dos.

Volvamos a nuestro grupo de amigos. Lo primero que hicimos al estar reunidos fue echar a la suerte los dormitorios que habríamos de ocupar; después de haber sido examinados por todos y cada uno de los integrantes, asignamos las tareas domésticas.

Luego les conté los rumores sobre la dama encapuchada, el búho y el Amo B, juntocon otros que habían surgido desde que llegamos a la casa, relativos a una vieja fantasma que subía y bajaba cargando una mesa transparente y el de un viejo burro fantasma que no teriía cabeza y aun así rebuznaba. Parecía que los últimos sirvientes se habían transmitido estas ideas y las creían con firmeza.

Quedó establecido que cualquiera que escuchara ruidos extraños durante la noche y deseara rastrearlos, tocaría a mi puerta. Acordamos que el día de Navidad nos contaríamos todas las experiencias inusuales que hubiéramos vivido en la casa y que hasta ese día nadie diría una sola palabra de sus vivencias sobrenaturales, a menos de que fuera un acontecimiento notable o de extrema urgencia.

A mi hermana le correspondió su dormitorio y a mí el del Amo B. Nuestro primo hermano John Hersch y su esposa, fueron alojados en la habitación del reloj. A Alfredo Satrling, un joven singularmente bueno y agradable, le tocó la habitación doble, que había sido la mía y que incluía dos amplias y molestas ventanas que no podían dejar de moverse, hubiera viento o no. Belinda Bates, amiga íntima de mi hermana, ocupó la habitación del cuadro. Mi antiguo amigo Jack Governor se quedó con la habitación de la esquina. En un tiempo Jack había querido casarse con mi hermana, pero desposó a otra mujer y se había ido a Sudamérica, donde murió su esposa. Trajo con él a un antiguo camarada suyo, Nat. Beaver. El señor Beaver aparentaba ser un hombre muy duro y además tenía grandes experiencias marinas y conocimientos de todo tipo. A veces mostraba un curioso nerviosismo, seguramente por alguna antigua enfermedad. A él le tocó la habitación del armario, que compartió con el señor Undery , mi amigo y administrador legal, quien había ido como curioso.

Nunca me sentí más feliz en mi vida y creo que era el sentimiento general de todos. Jack Governor se convirtió en jefe de alimentos, pues cocinaba muy bien, mi hermana le ayudaba a hacer los pasteles. Satrling y yo éramos ayudantes de cocina por turnos. Hacíamos diversas actividades al aire libre, no había mal humor ni malos entendidos; nuestra convivencia era tan buena que teníamos una buena razón para no irnos a la cama.

Al principio tuvimos algunas alarmas nocturnas. La primera noche me despertó Jack llevando un farol de barco para decirme que iba a salir a tumbar la veleta; como era una noche tormentosa puse objciones, pero no me escuchó y llamó mi atención sobre el hecho de que la veleta producía un sonido semejante a un lamento de desesperación. Subimos a la parte de arriba de la casa, donde apenas y podía sostenerme por culpa del viento, acompañados por el señor Beaver .Ellos se arrastraron hasta la parte superior de la cúpula que estaba como a diez metros de la chimenea y lograron derribar la veleta. Otra noche volvieron a aparecer para derribar un pedazo de chimenea que hacía un ruido similar al de la veleta. La siguiente noche cortaron una tubería que sollozaba y sorbía. Al anochecer del otro día descubrieron algo más. En varias ocasiones amarraban sus colchas a las ventanas y bajaban al jardín para examinar algún evento curioso.

El compromiso que habíamos aceptado todos se cumplió fielmente y nadie decía nada. No parecíamos estar viviendo en una casa hechizada.


El fantasma de la habitación del Amo B

Cuando me instale en mi habitación sentí un extraño estremecimiento en el cuerpo, creía que ya había estado ahí antes. Todas mis reflexiones eran para el Amo B. Pensaba cosas inquietantes acerca de él, de cuál sería su verdadero nombre, de si la abreviatura B era por su nombre o por su apellido, por su cargo o por su familia. Me atormentaba mucho con estas inútiles meditaciones y trataba de unir la misteriosa letra B con las actividades del fallecido, me preguntaba si vestiría Bien, si usaría Botas, si sería Brillante, si era un gran Británico. Estaba hechizado por la letra B, todo lo que veía o pensaba estaba relacionado con ella.

Sabía que nunca había soñado con el Amo B, pero en cuanto despertaba todos mis pensamientos eran para él, trataba de unir su letra con algo, con lo que fuera. Así pasé seis noches preocupado por el Amo B, y de pronto las cosas tomaron un camino muy distinto.

Su primera aparición fue en un amanecer, yo estaba afeitándome frente al espejo cuando me di cuenta de que no me afeitaba a mí, un hombre de cincuenta años, si no a un muchacho de unos veinte. ¡Evidentemente era el Amo B!

Me eché a temblar y miré para atrás, pero no había nadie. Volví a mirar en el espejo y vi claramente a un muchacho joven. Di varias vueltas por la habitación extremadamente perturbado, luego me decidí a volver frente al espejo para terminar lo que había empezado; cuando lo hice, un nuevo fantasma de unos veinticuatro años apareció en el reflejo haciéndome sentir aterrado. Volví a cerrar los ojos y al abrirlos mi padre estaba en el espejo, después apareció mi abuelo; estaba a punto de desmayarme. Aunque estaba muy afectado por aquellas visiones fantasmales, decidí guardar el secreto hasta el momento de la revelación general.

Pasé el día con terribles presagios sobre mi verdadera identidad, la de mi padre y la de mi abuelo, ¡era espantoso! En la noche logré dormirme después de varias horas de dar vueltas sobre la cama escuchando a ese maldito búho que no se callaba, y ¡cuál no fue mi sorpresa al mover un brazo y tocar una consistencia dura que me hizo darme cuenta de que me encontraba durmiendo junto al esqueleto del Amo B! Me levanté de un salto y el esqueleto hízo lo mismo: Una voz quejumbrosa exclamó:

- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha sido de mí?

Al voltear hacia donde surgía la voz, vi el terrible espectro del Amo B. El joven fantasma iba vestido a la antigua y tenía un aspecto como de estar sintiendo náuseas; era el espectro de un muchacho que había tenido que tomar excesivas medicinas. Frente al esqueleto estaba el fantasma, ¡santo Dios, cuánto horror en una noche!

- ¿Dónde estoy? -preguntó el espectro con voz patética-.- ¿Dónde está mi hemanita y mi esposa, dónde están?

Le rogué al fantasma que se consolara, sentía una inexplicable atracción hacia él, y venciendo mis más profundos temores le expliqué que seguramente su hermanita y su esposa estarían en algún buen lugar, gozando como espíritus buenos. Quería convencerlo de que él era bueno; nunca tuve más miedo en toda mi vida. El fantasma me escuchaba en silencio y con la mirada fija.

- ¿Barbero? -me increpó.

- ¿Barbero? -dije yo temblando, repitiendo la pregunta, pues nunca he ejercido esa profesión.

- Condenado por siempre a afeitar clientes groseros ... ahora yo ... luego un hombre joven ... luego a sí mismo ... luego a su padre y a su abuelo; condenado a acostarse con un esqueleto cada noche y a levantarse con él cada mañana ... ¡Barbero! ¡Sígame!

Antes de que pronunciara estas palabras, yo ya sentía que un hechizo me obligaría a seguir al fantasma. Salimos de la habitación del Amo B.

Muchas personas saben sobre las largas y fatigosas jornadas nocturnas a que sometían a las bruj as para que confesaran la verdad, pues la tortura estaba siempre bien preparada. Durante el tiempo que ocupé la habitación del Amo B, se me apareció constantemente. El fantasma me conducía en expediciones largas y salvajes. Había ese algo raro que me hacía ya no tenerle tanto miedo. No me presentó al diablo, como muchos podrían esperar, pero sí descubrí otras cosas, sobre la vida más allá de la muerte, los espíritus buenos y Ios malignos.

Confio en que el lector crea en lo que voy a relatar:

La primera vez que seguí al fantasma subimos sobre una escoba y dejamos el planeta para entrar en otra dimensión, la dimensión de los espectros. Lo que yo no entendía era por qué me llevaba. La segunda vez que hice el viaje extragaláctico fue sobre un caballito de esos que se balancean. Después seguí al fantasma en un carruaje jalado por un perro sarnoso. También subí en un asno sin cabeza. Pero no los molestaré con un relato detallado de los viajes que hice con el Amo B y, aunque fueron largos y maravillosos, me remitiré a la última experiencia en particular, la más aterradora de todas.

Estaba maravillosamente alterado. Era yo mismo y sin embargo no lo era. Había algo en mi interior que me explicaba toda mi vida, pero no era el yo que se había acostado en el dormitorio del Amo B el que estaba en aquella dimensión desconocida por los hombres vivos. Mi cuerpo se había transformado, tenía el rostro liso y las piernas cortas, y estaba acompañado por otro ser de rostro liso y piernas cortas. Los espectros, al parecer orientales, nos estaban proponiendo que tuviéramos un harén, pues todos los iniciados debían poseer uno.

El otro ser estaba feliz con la propuesta que nos hacían.

- ¡Oh, sí, tengamos un harén! -decía, dando saltos.

Estábamos en una especie de posada fantasmal con varias mujeres y una tal señora Griffin, que era la encargada de todo y de quien debíamos cuidarnos para ocultar nuestros planes del harén, según nos habían dicho los espectros.

Éramos diez personas en el establecimiento de la señorita Griffin, ocho damas y dos caballeros. La señorita Bule ocupaba el papel principal en la sociedad. Yo le hablé del tema y le propuse que se convirtiera en la favorita Luchaba contra su timidez y nos preguntó qué sería de la señorita Pipsón, pues le había jurado amistad eterna. Como esa señorita era muy bella, le contesté que también podría formar parte de nuestro harén y que para hacerlo debíamos engañarla y lograr que un mercader la raptara y me la vendiera como esclava; le aseguré a la señorita Bule, que se llamaría Zobaida, que ella sería la favorita.

Todo esto sucedió mientras yo supuestamente dormía. Al amanecer estaba nuevamente en la que ya sentía mi casa, con mi hermana y los amigos. No decía una sola palabra a nadie de lo que estaba viviendo. La noche siguiente volví a viajar con el Amo B, que había envejecido unos treinta años y se parecía horrorosamente a mi familia.

Una vez segura de que lo que le decía era lo mejor, la señorita Bule habló con siete de sus amigas. Yo pensé que también podríamos incluir a la esclava de la casa, que se llamaba Tabby, y se lo comuniqué a la señorita Bule con un papel debajo de la mesa a la hora de la cena.

Hubo algunas dificultades para conformar los derechos y obligaciones del harén. El ser que me acompañaba había demostrado tener un carácter bajo, pues acosaba a las mujeres de forma grosera, por lo cual ellas lo odiaban tanto como me amaban a mí.

Las sonrisas sólo podían concederse cuando la señorita Griffin miraba hacia otro lugar. Pero después de la cena siempre nos reuníamos durante una hora para ver quién debía satisfacer los deseos del amo. En esas ocasiones, el jefe de los negros del harén acudía siempre pero no actuaba jamás.

La señorita Griffin, convencida por los espíritus de nuestro legítimo derecho al harén, terminó por hacerse de la vista gorda e incluso nos ayudó; le gritaba todo el tiempo al jefe de negros: Vigile a sus bellezas. Este jefe siempre estaba de buen humor y escogía las nuevas esclavas que íbamos comprando.

Por fin llegó la noche maldita en que lo comprendí todo, pude entender ese cielo rojo, esos espíritus flotando en el aire, la eterna oscuridad, la falta de sensaciones dentro del cuerpo. Regresé a mi casa y al despertar lo entendí. Ya no había nadie en la casa. Todos se habían ido, al parecer hacía mucho tiempo. Una tumba con mi nombre estaba en el jardín al pie del único álamo que habían conservado.

Aquí descansa John E., murió una noche rodeado de todos sus amIgos.

¡Ningún otro espectro había acosado la habitación del Amo B, amigos míos, desde que yo la ocupé, salvo el fantasma de mi propia infancia! El espíritu de mi inocencia, el de mis alegres creencias. Muchas veces he perseguido al fantasma: pero nunca con manos y piernas de adulto, ni siquiera con corazón de adulto. Y aquí me veis, planificando mi destino como puedo, ¡atrapado por siempre en un cuerpo joven! Ya no recuerdo nada de mis días. Mis noches son un continuo dormir con un esqueleto, acostarme y levantarme con él, ¡con mi compañero mortal que soy yo mismo! ...






Película Hasta el viento tiene miedo

IMPORTANTE

Para que puedas ver este video sin interrupciones, lo más conveniente es que accedas desde un equipo que cuente con conexión de banda ancha a Internet, de lo contrario podrías experimentar constantes cortes.





PRIMERA PARTE



SEGUNDA PARTE



TERCERA PARTE



CUARTA PARTE



QUINTA PARTE



SEXTA PARTE



SÉPTIMA PARTE



OCTAVA PARTE



NOVENA PARTE