Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO VIGÉSIMO SEGUNDO. El juramento CAPÍTULO VIGËSIMO CUARTO. AlcoholismoBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO VIGÉSIMO TERCERO

El beso y la muerte



Don Tomás.
- El beso es peligroso. Los microbios pasan calentitos de una boca a otra. ¡Cuántas enfermedades se inoculan así! La difteria, la tuberculosis, el amor. No conviene tampoco apretarse la mano, hablarse de cerca ni aglomerarse en un recinto. La proximidad del prójimo amenaza; su aliento asesina. ¿Qué son nuestros padres, nuestra mujer? Frascos de bacilos. La sociedad envenena; la familia mata. No hay caricias higiénicas, y los amantes tienen que encontrar el medio de poseerse sin tocarse. Mientras no lo encuentren, sus besos esparcirán la ponzoña en la distancia y en el tiempo. Como Adán y Eva se trasmitirán su lepra y la trasmitirán a su hijos y los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación.

Don Justo.
- Ya ve usted qué sensato ha sido Dios castigando en nosotros la culpa de nuestros abuelos. El pecado se contagia y se hereda, igual que ciertas pestes. Se es pecador de nacimiento, como se es herpético. La naturaleza y Dios están conformes. Acusar de injusta a la naturaleza, porque me fabricó canceroso, no tiene sentido. Tampoco lo tiene acusar a Dios.

Don Angel.
- Puesto que Dios no existe. Pero si yo no acUso a la gran salvaje, le declaro la guerra, y la venceré. Yo el Hombre.

Don Justo.
- Y ¿cómo?

Don Angel.
- Curándome, curándome el cáncer. ¿Qué es 1a civilización, sino el duelo entre la naturaleza y el hombré? El vicio no es individual; es social. Ninguno de nosotros es el responsable; lo somos todos. Los gérmenes morbosos, lo mismo los que desorganizan el cuerpo que los que desorganizan el espíritu, circulan, flotan, penetran y rara vez hieren al que los ha producido. Son anónimos; forman un ambiente, y en ellos no hay nada personal. La casualidad de un contacto me comunica la podredumbre de un miserable. ¿Y qué? Habría injusticia si yo fuera inocente, si yo fuera mejor; pero soy como él un pedazo humano, un hueco de carne donde llovieron los siglos, y que no manifiesta la milésima parte de lo que oculta. La ilusión de que podemos juzgamos es la más dañina de nuestras ilusiones. ¿Cómo seré inocente donde no hay culpables? No hay inocentes ni culpables; sólo hay desgraciados, y el único recurso que tenemos contra el destino es disminuir nuestra ignorancia. ¿Para qué condenar? Basta aprender, enseñar y curar.

Don Justo.
- Los gérmenes flotan, dice usted; ¿de dónde salieron? ¿Por qué no hemos de buscar los focos?

Don Angel.
- En cuanto a los gérmenes de infección fisiológica, el foco es la miseria. Mas la miseria de los pobres es la codicia de los ricos; el foco verdadero es moral. De los talleres, de las bohardillas, de los rincones del hambre, de las cavernas de la desesperación, de los presidios y de los hospitales, del inmenso bajo fondo de sangre y de lágrimas en que se cimenta el edificio colectivo es de donde se escapa la muerte vengadora; de allí se levantan las bacterias democráticas para enlutar los palacios y hasta los tronos. Mediante la industria explotamos al mayor número, y también multiplicamos las comunicaciones, las corrientes emigratorias, la movilidad humana y las facilidades de conjunto. Nuestros cañones ametrallan exóticas razas indefensas, y ellas nos corresponderán con enfermedades misteriosas y terribles, que se embarcarán en nuestros vapores y en nuestros trenes, y vendrán a diezmarnos. Hemos prostituído a nuestras hijas, hemos abaratado el beso, y en cada beso que nos dan hay un poco de tósigo probable para nuestras venas. Por los caminos que abrió nuestra avaricia llegan los fantasmas del dolor. Nos destrozamos los unos a los otros, y la tierra es pequeña para enterrar tanta víctima. Nuestros crímenes hieden. Caín está atado al cadáver de Abel, y el muerto pudre al vivo.

Don Justo.
- ¿Qué tal? ¿Oyó usted, don Tomás, la palabra crimen? Nuestros crímenes hieden. ¿En qué quedamos? ¿Hay culpables o no?

Don Angel.
- Retiro la palabra. Fue el calor del discurso. ¡No, caramba!, no hay culpables. El avaro no es malo, es tonto. No comprende que sería incomparablemente más feliz en una sociedad de estructura altruísta. Ser malo es ser de otra época. El crimen es un anacronismo.

Don Tomás.
- No importa la ignorancia, si se es inteligente. La ciencia, como desinfectante moral, presta servicios. ¡Pero es tan lenta! Entretanto, contentémonos con el ácido fénico, el sublimado y el permanganato de potasa. Desinfectemos la pasión; esterilicemos los labios que hayamos de besar. Y si la prudencia lo exige, limitémonos a las vías indispensables. Renunciemos -¡hélas!- a las mucosas digestivas.
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