Ignacio Rodríguez Galván


El ángel caído
y otros poemas
Selección poética realizada por Omar Cortés

Primera edición cibernética, agosto del 2011

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

Haz click aquí, si deseas acceder al Catálogo General de la Biblioteca Virtual Antorcha





INDICE


Presentación de Chantal López y Omar Cortés.

El tenebrario.

A la muerte.

La tumba.

Eva ante el cadáver de Abel.

El ángel caído.

Nulidad de la vida.

El buitre.

Por vez primera

Musa de la verdad.

Profecia de Guatimoc.




PRESENTACIÓN


Considerado por quienes de literatura saben, como el más fiel representante del romanticismo en México, el hidalguense Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), originario del poblado de Tizayuca, tuvo una brevísima pero muy fecunda creatividad tanto como dramaturgo como poeta.

Desde su arribo a la ciudad de México en 1827, a la edad de once años, tendría la fortuna de trabajar, como mozo, en la limpieza de la librería de su tío Mariano Galvan Rivera, quien alcanzaría notoriedad por editar el famosísimo Calendario de Galván. Y seria, precisamente en esa librería, en la que Ignacio lograría relacionarse con la crema y nata de las letras mexicanas de aquella época.

En 1835, comenzaría su labor como escritor, iniciándose en la poesía para pasar, casi de inmediato a la novela y al género dramático. Alcanzaría temprana fama con su obra Muñoz, visitador de México, misma que se presentó con cierto éxito en 1838 en el Teatro Principal de la ciudad de México.

En cuanto a su obra poética, la selección de diez poesías que aquí incluimos bajo el título El ángel caído y otros poemas, recoge a las mil maravillas la capacidad literaria de Ignacio Rodríguez Galván, quien, desgraciadamente, moriría a la temprana edad de veintiseis años, víctima del denominado vómito negro, en la ciudad de La Habana, Cuba, cuando encontrábase cumpliendo una encomienda gubernamental.

En esta recopilación hemos incluido la Profecía de Guatimoc, el poema considerado, por propios y extraños, como la máxima representación poética del romanticismo mexicano.

Esperamos que quien lea u hojée la presente edición cibernética, se deleite con las letras de Ignacio Rodríguez Galván.

Chantal López y Omar Cortés

Volver al Indice






EL TENEBRARIO

El templo está sombrío y silencioso
como del hombre la última morada,
y entona allá una voz grave y pausada
cántico religioso.

El cristiano medita prosternado
ante el altar augusto del Eterno,
su ferviente oración eleva tierno
ya del mundo olvidado.

Sobre enlutado triángulo se miran
cirios que están las naves alumbrando;
se van unos tras otros apagando
y al fin todos expiran.

Asentado yo al pie de una coluna,
allá en lo más recóndito del templo,
en las luces del triángulo contemplo
mi vida y mi fortuna.

Del tiempo asolador la mano helada
destruye mi existencia tempestosa,
y en dilatada noche tenebrosa
quedará sepultada.

Empero joven soy y nuevos días
del sol la lumbre abrasará mis venas;
aun pasaré más gozos y más penas,
y más melancolías.

De mis amigos los amantes brazos
aun sostendrán mi enardecido cuello;
a la pura amistad pondrán el sello
más amor, nuevos lazos.

Dejaré la ciudad y presuroso
iré al lugar do vi la luz primera,
será mi habitación una pradera
o un monte cavernoso.

De mis padres veré la tumba fría,
su losa regaré con tierno llanto
y luego entonaré fúnebre canto
en la morada umbría.

¿Pero adónde me arrastran mis delirios?
¿Quién sabe de su vida los momentos? ...
Un soplo repentino de los vientos
puede apagar los cirios.

Tal vez, tal vez en este instante mismo
de mi contemplación y mi demencia,
hundiráse mi frágil existencia
en el oscuro abismo.

Y en esta piedra donde estoy sentado
la augusta ceremonia al acabarse,
los hombres me hallarán, al retirarse,
sin aliento y helado.

Pero aun vivo me encuentro y anublada
mi vista alcanza a ver cirios ardiendo;
pasa, sus blancas luces conmoviendo,
el aura delicada.

Así mi corazón late apacible;
mas viene de pesares un torrente,
lo estremece y oprime de repente,
y le deja insensible.

Los cirios se apagaron. Noche horrenda
interpone a mi vista velo denso.
¿Acaso estoy en el palacio inmenso
de eternidad tremenda?

En mi redor fantasmas aparecen,
aquí y allí vagando misteriosas;
adonde estoy se acercan silenciosas,
luego desaparecen.

¿Así es la eternidad que nos espera,
vórtice horrible de tiniebla helada
en donde el alma vaga arrebatada
por la corriente fiera?

¿Y ni un rayo de luz vendrá del cielo
cual relámpago al triste caminante,
que quisiera le alumbre un solo instante
y sea su consuelo?

Pensando así y vagando en la profunda
terrible oscuridad, me precipito,
llego al umbral ¡oh Dios! y lanzó un grito ...
¡Un mar de luz me inunda!

6 de mayo de 1837

Volver al Indice






A LA MUERTE
De mi amigo Antonio Larrañada

¿Por qué el aire surcando
dilátanse del bronce los sonidos
y sin cesar vibrando
llegan a mis oídos
profundos y tristísimos gemidos?

¿Por qué de muerte el canto
en torno de ese féretro resuena?
¿Por qué el fúnebre llanto?
¿Por qué la amarga pena,
los cirios y el clamor que el aire llena?

Te miro ante mis ojos
postrado sin aliento, amigo mío,
y sobre tus despojos
su manto negro y frio
tiende la muerte con placer impío.

Y en las alas de querubes,
envuelta tu alma en esplendente velo
y entre rosadas nubes,
deja el impuro suelo
y blandamente se remonta al cielo.

¡Oh, quién te acompañara!
Y ese mundo feliz que habitas ora
contigo disfrutara
y la paz seductora
que, sin turbarse, en él eterna mora.

En mi patria no viera
sangre correr por la ciudad y llanos,
y que entre rabia fiera
hermanos con hermanos
hasta hundirse el puñal pugnan insanos.

Ni viera la perfidia
de nación que, risueña, nos abraza,
y bramando de envidia
luego nos amenaza
y en su mente infernal nos despedaza.

Ni viera hombres malvados
que sin temer de Dios el alto juicio,
de la ambición guiados
y el deshonroso vicio,
despeñan mi nación al precipicio.

Ni con feroz despecho
la miseria, elevándose espantosa,
cerrar contra su pecho
la humanidad quejosa
y devorar sus lágrimas ansiosa.

Y el luto y exterminio
en pos del hambre descarnada y yerta,
extender su dominio
sobre la tierra muerta
y a la peste letal abrir la puerta.

Feliz, mi caro amigo,
feliz mil veces tú, que ya en el mundo
el dolor enemigo
con brazo furibundo
no rompe tus entrañas iracundo.

Dichoso tú, que vives
entre el gozo, la paz, la bienandanza
y no cual yo, recibes
de amor sin esperanza
zozobras y martirios sin mudanza.

Y no sientes el yugo
de la suerte pesar sobre tu cuello,
ni el hombre es tu verdugo,
ni con ansia un destello
buscas de la verdad, sin poder vello.

Cuando el mundo habitabas,
con la voz de amistad consoladora
las penas aliviabas
de tu amigo, que ahora
hundido en el pesar tu ausencia llora.

Al escuchar tus cantos,
do la razón brillaba y la poesía,
celestiales encantos
mi corazón sentía
y en su mismo dolor se adormecía.

Si a tu alma por ventura
le es permitido descender al suelo,
cuando la noche oscura
me traiga el desconsuelo
ven a elevar mi pensamiento al cielo.

De mi agitado sueño
las escenas de horror benigno ahuyenta;
la imagen de mi dueño
en vez de ellas presenta
y haz que tu grata voz mi oído sienta.

17 de diciembre de 1838

Volver al Indice






LA TUMBA


Cual brilla la esperanza seductora
en la mente del hombre sin fortuna,
así entre nubes rotas de la luna
resplandece la luz.
Todo es silencio y soledad ahora,
el delicado viento apenas zumba
y sólo me acompañan una tumba
y una modesta cruz.

Allí postrado, en meditar profundo
se engolfa mi agobiada fantasía.
Y la frente me toco y la hallo fría ...
Mas no mi corazón.
En sueño hundido el bullicioso mundo
¿yo solo en medio de la noche velo?
¿Yo solo al justo, al poderoso cielo
elevo mi oración?

Dentro de este sepulcro helado y mudo
uno encontró su deseado abrigo
y nadie ... ni un pariente ni un amigo,
viene a rogar por él.
Esta losa do estoy es el escudo
que la liberta de la atroz perfidia,
de la maldad, ingratitud y envidia
y de una amante infiel.

¿Acaso, como yo, solo en la tierra,
no hallaba en su dolor consuelo alguno?
Quizá amor y desprecio de consuno
le hicieron padecer ...
Empero ya su cuerpo aquí se encierra
y su alma otra región ahora habita ...
En tanto mi existencia se marchita
de la suerte al poder.

Y cuando suene lúgubre campana
y ya la muerte el corazón me oprima
¿habrá quien triste ante mi lecho gima
en amargo dolor?
Esperar en los hombres cosa es vana;
no hay quien alivie mi dolor prolijo,
ni quien piadoso lleve un crucifijo
al labio sin color.

Y ni en la tumba solitaria abrigo
encontrará mi cuerpo sepultado,
que vendrá otro cadáver, y arrojado
el primero será.
¿Y a su socorro no vendrá un amigo?
Necio de aquel que en la amistad confía.
¡Amistad! ... la que dura un solo día
es sempiterna ya!

6 de noviembre de 1837

Volver al Indice






EVA ANTE EL CADÁVER DE ABEL

Más del fruto del árbol de la ciencia del bien y el ma no comas,
porque en cualquier día que comieres de él,
infaliblemente morirás.
GÉNESIS

Por la venganza atroz de hermano impío,
con los rubios cabellos desgreñados
y el cuerpo exangüe, destrozado y frío,

en tierra yace Abel. Tiene clavados
en la bóveda azul del ancho cielo
los sus serenos ojos apagados.

Opero el corazón de amargo duelo
Eva su rostro con el llanto baña,
hincadas las rodillas en el suelo.

Suspiros dolorosos acompaña,
mezclados con tristísimos gemidos,
al lloro ardiente que su vista empaña.

Los labios, de aflicción descoloridos,
sella afanosa en los de su hijo yerto
buscando de su pecho los latidos.

Y lo que mira no creyendo cierto,
le remueve espantada y temblorosa,
convenciéndose al fin de que está muerto.

Entonces conociendo su espantosa,
horrenda situación, desesperada
hiere su tierno pecho y faz hermosa;

los cabellos se arranca desolada,
revolviendo los ojos por doquiera
y en Abel fija luego la mirada.

Eva feliz, a quien la suerte fiera
condenó a presenciar en este mundo
el fin del hombre por la vez primera

¡cuál tu dolor sería, cuán profundo
al mirar en este hombre tu hijo amado
y muerto por su hermano furibundo!

Por su hermano feroz, Caín malvado,
que en su corrupto, detestable seno
abriga un corazón envenenado.

Empero ya el Señor con voz de trueno
Serás maldito -le gritó- y errante
te verá el orbe, y de fatigas lleno.

Sangriento siempre, siempre palpitante,
el vengador cadáver de tu hermano
eternamente mirarás delante;

manchada irá la fratricida mano
con su inocente sangre, y afanoso
te esforzarás para borrarla en vano
.

Huyó Caín. Su corazón rabioso,
de emponzoñadas sierpes combatido,
jamás encontrará dulce reposo.

En tanto, oh madre, ante tu bien perdido
lamentas tu fatal horrenda suerte,
y tú la causa de tu mal has sido.

¿Por quién fue el hombre condenado a muerte?
¿Quién irritó la cólera divina
que fulminó de Dios el brazo fuerte?

Tú del hombre causaste la ruina,
como el empuje de huracán bravío
hace caer la colosal encina.

De su hijo contemplando el cuerpo frío
Eva inmóvil, helada de pavura,
yace agobiada del pesar impío,

así cual hombre que en la noche oscura
mira elevarse espectro silencioso
de negro bosque en la hórrida espesura.

Al fin desplega el labio tembloroso
y con sus voces atronando el viento
habla así con acento doloroso:

Maldito aquel fatal, crudo momento
en que miré del sol la clara lumbre
y de los aires respiré el aliento.

De los montes ¿por qué la altiva cumbre
no se desploma aniquilándome ora
y termina mi horrenda pesadumbre?

¿Por qué el Eterno desde allá do mora,
densa tiniebla y llamas derramando,
no confunde la noche con la aurora?

¿Por qué no el suelo se abre rebramando,
y árboles, cerros y volcanes hunde
con horror espantoso retemblando?

¿Por qué no el trueno aterrador difunde
remordimientos bárbaros en tu alma,
Caín, y espanto por doquier te infunde?

Nunca tu corazón halle la calma,
y en el desierto amargo de la vida
jamás percibas deliciosa palma.

¡Oh Abel, oh prenda por mi mal perdida,
tu pura sangre a Dios pide venganza
contra el feroz impío fratricida!

Y yo en tanto ¡infeliz! sin esperanza
de recobrarte, mísera perezco
al castigo cruel que Dios me lanza.

Pero soy la culpable, y bien merezco
el horrible tormento fatigoso
que en este instante sin cesar padezco
.

Dice, y el rostro pálido y lloroso
con las manos se cubre avergonzada,
yerta con el dolor duro y penoso.

Y luego sobre Abel, enagenada
se arrojó llena de mortal quebranto,
e inmóvil, del cadáver abrazada,
la cubre de la noche el negro manto.

23 de mayo de 1837

Volver al Indice






EL ÁNGEL CAÍDO

Cuando el ángel que habita fuego y penas ...
¡Al arma, dijo, al arma! ...

Quevedo, Cristo resucitado


Del negro abismo en la región oscura
en profundo estupor y abatimiento
hundida yace la legión impura
que el Señor despeñó del firmamento;
no tristeza, no llanto, no amargura
aparece en su rostro macilento,
mas en sus ojos tétricos se advierte
odio, rabia, furor, rencor de muerte.

Unos en derredor la vista giran
y cierran con temblor la yerta mano,
otros creciendo en cólera se miran,
otros sonríen con desprecio insano;
a calmar su despecho en vano aspiran,
ocultar su dolor tratan en vano;
es el rostro cual lago transparente
que descubre del fondo la corriente.

En desorden se ven amontonadas
rotas lanzas, corazas y crestones,
tintas en roja sangre las espadas,
abollados paveses, morñones,
ropas en el combate desgarradas,
sin astas destrozados pabellones,
y agitados, convulsos los heridos
lanzando de su pecho hondos gemidos.

Siniestras llamas pálidas ondean
de amarillenta luz iluminando
los escabrosos valles do campean
los escuadrones del precito bando;
entre el humo y azufre centellean
meteoros de fuego y, rebramando,
truenos aterradores se desatan
y por cumbres y abismos se dilatan.

Allí lagos se ven de aguas inmundas,
allí pesadamente largos ríos
en las cavernas piérdense profundas
y en largos bosques de árboles sombríos;
espantables serpientes furibundas
y canes arrabiados y bravíos,
feroces tigres de mirar sangriento
insaciables buscando el alimento.

Allí desnudas peñas y zarzales,
y escorpiones se miran venenosos,
espinos en ardientes arenales,
llanto vertido en antros cavernosos,
y del centro de rudos peñascales
y tostados desiertos escabrosos,
retumbando una voz se alza y se lanza
gritando sin cesar: ¡No hay esperanza!

Colosales fantasmas por el viento
giran sañudas, o volando pasan
entre vapores de color sangriento
y en vivas llamas el espacio abrasan,
y gritan con rumor y son violento
cuando los aires rápidas traspasan;
Ni esperanza os concede el Dios eterno.
¡Ni esperanza! repite el hondo averno.

Oye Satán la voz, para el semblante.
Sentado estaba en encendida roca,
inclinada la vista penetrante,
pálidas las mejillas y la boca,
enarcadas las cejas, palpitante
el ulcerado corazón, que toca
el relevado pecho, do se imprime,
y lo alza y lo estremece y lo comprime.

Así tal vez volcanes encendidos
se elevan y se abajan con violencia
cuando sienten sus antros derruidos
de incontrastable fuego a la inclemencia,
y entre sordos recónditos bramidos,
oponiéndole débil resistencia,
anuncian a los hombres con pavura
horrible muerte y luenga sepultura.

Con trabajo Satán tenue respira;
por las huecas narices imperfetas,
cual noto silbador gime y espira
de encinas y peñascos en las grietas;
fatigado después ronco suspira
cual si rugiera, herido de saetas,
irritado león allá en la interna
estancia de una cóncava caverna.

Como encallado barco que rechina
crujen sus duros dientes encobrados,
fusca sus ojos súbita neblina,
se encapotan sus párpados airados,
caen en desorden a la faz cetrina
los ásperos cabellos desgreñados
y espuma arroja el labio enardecido
cual jabalí cerdoso combatido.

Y al compás de blasfemias y lamentos,
y entre la asolación y entre el espanto,
Satán alza la voz, y por los vientos
tronando vuela su terrible canto
contrastados así los elementos,
hundiendo a la natura en el quebranto,
el rayo aterrador desencadenan,
y la tierra y el mar y el cielo atruenan.

1

Tú que Dios te proclamas soberbio,
tú que Eterno y potente te nombras
y nos hundes rabioso en las sombras
que se agitan en esta mansión;
no en tu efímero triunfo te goces,
no en la suerte confíes injusta,
aun me queda una mano robusta
,

2

aun me queda un feroz corazón.
Si tú tienes el cielo por reino,
si un ejército tienes altivo,
tengo yo corazón vengativo
que un ultraje no olvida jamás.
Y falanges de espíritus fieros
que a seguirme anhelosos aspiran,
y si acaso con fuerza respiran
gemir hacen el cielo y temblar
.

3

Del infierno en las grutas profundas
entre abismos y nieblas vivimos,
y hambre y sed y dolores sufrimos
por tí, odioso monarca, por tí;
y tan sólo arenales ardientes
y volcanes de lóbrega cumbre,
y torrentes y mares de lumbre,
y huracanes se miran aquí
.

4

¿Y el esfuerzo perdemos llorando?
¿Y así inertes sufrimos el yugo
que imponernos a un déspota plugo
en un rapto de rabia y furor?
Basta ya de cobardes suspiros,
basta ya de terríficas penas,
destrocemos las viles cadenas,
reanimemos el yerto valor
.

5

¿No tenemos bravura y aliento?
¿No tenemos un brazo terrible?
Si es la hueste del cielo invencible,
conquistemos la muerte siquier.
Levantemos la voz de venganza
al compás de la trompa sonora.
¿Lloraremos cobardes ahora
si hemos sido potentes ayer?

6

¡Oh, cuál rompe mi pecho la ira!
Empuñemos de nuevo la lanza,
el encono daráme pujanza
y seré menos torpe adalid.
Tempestades, venid a mi acento,
y vosotros, arcángeles bravos,
que a vileza tenéis ser esclavos,
levantad la cabeza ¡venid!

7

Vuestras alas me sirvan de asiento,
y de guía el horror y exterminio,
y extendiendo mi duro dominio
Muerte reine implacable doquier.
De los orbes la grata armonía
se suspenda a mi mando tirano,
y una sola señal de mi mano
muestras dé de mi vasto poder
.

8

Y desplómese el cielo sin quicio,
guerra se hagan los astros chocando,
y la muerte risueña imperando
el infierno aniquile también.
Suspendiendo yo entonces mi vuelo,
adurmiéndome al ronco estallido,
de los cielos el !ay! dolorido
mi alma fiera henchirá de placer
.

Suspende su cantar, porque la ira
llena y comprime el fatigado pecho;
por la hinchada nariz el aire aspira
y no siente su seno satisfecho;
luego en torno de sí la vista gira
combatido de rabia y de despecho,
y al través de la niebla que lo ofusca,
sus fuertes armas, sus arneses busca.

Con firme paso y altivez se avanza,
y respirando desconcierto y guerra
su brazo tiende a la nudosa lanza
y, balbuciendo, en la mitad la aferra;
en el aire la vibra, y con pujanza
el cuento estriba fervoroso en tierra
haciendo con el golpe furibundo
retemblar el abismo hasta el profundo.

Rápido se compone la coraza,
con desenfado y además sañudo
afirma el casco brillador y embraza
luego el templado reluciente escudo;
sobre él alzando la potente maza
descarga veces tres el golpe crudo;
al rumor conmovióse el horizonte
cual si un monte chocara con un monte.

De la suerte que suele presurosa
una jauría de canes acercarse
a la voz de la trompa sonorosa
del cazador, y ufanos congregarse,
así de los demonios la estruendosa
turba se mira rápida juntarse,
dando indicios de bélico ardimiento
al oír de Satán el llamamiento.

Los escuadrones de ángeles caídos
llenan los campos, lomas y laderas,
y de sangre los lagos corrompidos
de bateles se cubren y banderas.
Al combate feroz apercibidos
braman cual si bramaran roncas fieras,
y las pesadas armas empuñando
la señal del combate están ansiando.

Satán en un veloz razonamiento
enciende su valor, su enojo y brío,
a la manera que el soplar del viento
de las llamas aumenta el poderío.
Ya en ligero agitado movimiento
a surcar se preparan el vacío,
ya en grito universal que el alma aterra
dicen con hueca voz: ¡Venganza y guerra!

Al ruido y al clamor el viento muje
y el sordo estruendo por los montes zumba;
al peso de la gente el suelo cruje,
parece que el abismo se derrumba.
El rumor sube en poderoso empuje
a la celeste bóveda, y retumba.
Asoma la su faz el Dios Eterno,
y en silencio mortal se hunde el infierno.

Abril de 1839

Volver al Indice






NULIDAD DE LA VIDA

Imitación del Salmo 89

Nuestro asilo, Señor, tú siempre fuiste.
Nada era el mar, la tierra y el espacio,
y era ya lo infinito tu palacio
y Dios eras tú ya.
Formaste al hombre, y a ligero polvo,
que arrebatan los vientos, le reduces.
Edades tras edades reproduces,
muerte tras muerte va.

Son ante tí los años y los siglos
como vigilia de la noche umbría,
como soplo de viento, como el día
de ayer, que ya pasó.
Es el hombre torrente fugitivo,
sueño veloz que la mañana trae,
flor que nace a la aurora, y crece y cae,
si la tarde llegó.

Colocas ante tí nuestras maldades,
tu faz alumbra la infamada tierra,
tu cólera confunde, espanta, aterra;
consume tu furor.
Muere la vida cual palabra vana;
ochenta años, lo más, el hombre dura.
Pasan la juventud y la hermosura,
no el trabajo y dolor.

¿Será eterna, Señor tu ira funesta?
¿La oiremos retumbar día por día? ...
Borra tú de la humana fantasía
las horas del penar.
Mécese el hombre en cuna de dolores,
entre yerbas y espinas vive y crece;
como el ave en los aires desparece,
como piedra en el mar.

Volver al Indice






EL BUITRE
Canto de venganza

Suspiros brote el labio,
venganzas el corazón

Juan Nicasio Gallego

Yo que abrigo venganza insaciable,
que el encono mi pecho desgarra
¡cómo envidio del buitre la garra
cuyo oficio es herir y matar!
Cuando él halla la presa que busca
se encarniza con ella rabioso;
si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

Me engañó con fingidos halagos
la mujer que adoré con ternura;
no mirara, cual hoy, su hermosura
estrechada de aleve rival.
Pues sobre ellos veloz me lanzara
esgrimiendo mis uñas gozoso.
Si yo buitre naciera espantoso,
me venganza me hiciera inmortal.

Al ingrato que paga en traiciones
beneficios de cándido amigo,
que le da el alimento y abrigo
contra el soplo de suerte mortal,
su alma negra impaciente arrancara
en su cuerpo cebándome ansioso.
Si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

Un infame se embriaga en el vicio
y seduce a la tierna doncella,
y de joven purísima y bella
la convierte en espectro fatal.
En el pecho del uno y la otra
pico y garras hundiera afanoso.
Si yo buitre naciera espantoso
mi venganza me hiciera inmortal.

El tutor que a pupila infelice
abandona a la suerte iracunda
y entre tanto la herencia fecunda
desparece en su mano rapaz,
no sereno su robo gozara,
pues sobre él me arrojara enconoso.
Si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

El avaro sumerge en miserias
al hambriento infeliz que le implora
y que en vano laméntase y llora;
sólo cede al valioso metal.
Al sonido del oro, en su pecho
repasara mi garra furioso.
Si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

Sobre lecho mullido de plumas
duerme inquieto mezquino tirano,
pues en sueños divisa una mano
que en el seno le vibra un puñal.
Devorándolo airado me viera
al volver de su sueño horroroso.
Si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

Y en los pueblos que sufren su yugo
y que viles le inclinan la frente,
con desprecio y furor inclemente
afilara mi garra voraz.
De su sangre cobarde formara
dilatado torrente espumoso.
Si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

Cuando encima de toda la tierra
mar inmenso de sangre mirara,
satisfecho en sus ondas nadara
de este mundo infeliz dueño ya.
Y en la sangre mis alas tendiendo,
entre sangre tuviera reposo.
Si yo buitre naciera espantoso,
mi venganza me hiciera inmortal.

1837

Volver al Indice






POR VEZ PRIMERA

Si dormiero, dicam:
Quando consurgam? et rursum expectabo vesperam,
et replebor usque ad tenbras

Job, VII, 4


Por vez primera me abandono ciego
al insondable abismo de este mundo,
y al contemplar su cóncavo profundo
tiembla incierto mi pie.
Mil imágenes tristes y funestas
se agolpan a mi mente combatida,
y se presenta en ella de mi vida
lo que ha de ser y fue.

Nuevo sendero se abre ante mi vista.
¿Qué miro en él? Desolación, espanto.
En la tierra empapada con mi llanto
mi pie resbala ya.
Hijo de Adán imploraré a mi hermano
y de mi apartaráse desdeñoso,
mas del Señor un ángel luminoso
mi báculo será.

Ya la miseria con su mano yerta
mis agitadas sienes acaricia,
ya de los hombres la infernal malicia
rompe mi corazón.
Ya tendido expirando en lecho duro
de escarnio soy y lástima el objeto,
ya entra de Heredia el pálido esqueleto
en mi oscura mansión.

En vida y muerte, oh vate, infeliz fuiste;
si en tu existir tocaste sólo abrojos,
con muertos ignorados tus despojos
yo confundidos ví.
Tu predijiste mi miseria cuando
en mi mano sentí tu mano ardiente;
si no heredé tu numen elocuente,
tu mala estrella sí.

Yo sé que el hombre al opulento crimen
débil acata, envilecido aplaude,
y sé también que disfrazado el fraude
vive en su corazón.
Sé que desprecia la virtud desnuda
y que asentada en su falaz pupila
eternamente a la honradez vigila
astuta la traición.

Mas la vida es crisol del inocente.
Si en la indigencia y menosprecio vive,
su galardón espléndido recibe
llegando al ataúd;
que de Dios en la mente soberana
será llanto y pesares su riqueza,
los títulos serán de su nobleza
compasión y virtud.

Hijo de Dios que desvalido y pobre
pasaste por la tierra descreída
y en el último trance de tu vida
tu lecho fue una cruz,
lleva mis pasos de virtud al templo,
mi tenebrosa mente al cielo encumbra
y mi extraviado corazón alumbra
con tu divina luz.

1° de noviembre de 1840

Volver al Indice






MUSA DE LA VERDAD

Musa de la verdad, mi labio inspira;
tú nunca ceñiste
el marchito laurel de la mentira;
tú que desprecias la imperial diadema
y el regio manto pisas;
tú a quien en vano clama fatigada
la estrecha mente de rastrero vate,
y con rápido vuelo
cruzas en pos de libertad sagrada,
musa de la verdad, baja del cielo.

Tiende el Señor desde el asiento suyo
sobre nuestra nación manto de duelo,
y apartando la vista de este suelo
dice al genio del mal: ¡México es tuyo!
De su caverna el monstruo se abalanza
y se mece en los aires sonriendo,
entusiasmado lanza
de su maldita boca
alaridos de júbilo y venganza,
y las tendidas alas sacudiendo,
la tempestad y el huracán convoca.

De entonces ¡cuánto mal! ¡Cuántos horrores!
¡Cuántas discordias y rencor interno,
y muertes y miserias y furores
sobre nosotros abortó el infierno! ...
O ya de sangre el pabellón de guerra
por el viento agitado nos salpica,
o ya su curso en la infecunda tierra
un reguero de sangre nos indica.

¿Qué es de la ciencia en tanto? ...
En sus meditaciones
embebecido el sabio, en su retiro
es súbito turbado
por el ronco rugir de los cañones,
y de su estudio al proseguir el giro
su lámpara sofoca
de la miseria el brazo descarnado.

Newton, Bacon, Descartes, Galileo
¿quién vuestra voz escucha
cuando está henchido el corazón de llanto,
cuando ausente el reposo
el alma en la inquietud lánguida lucha?

Sacrosanta poesía
¿quién prestará atención a tu armonía,
cuando de Homero la sonora trompa
no despertara nuestra mente fría? ...

Colón sublime, si a la mar que un día
por vez primera te arrojaste ardiente,
nuestro orgullo insolente
un navío lanzara,
contra las rocas duras de la costa
esa mar indignada lo estrellara.
¡Colón! ¡Colón! Permite que mi labio
tribute a tu virtud recuerdo tierno
y que henchido de cólera maldiga
de un hipócrita rey la negra saña.
¡Colón! alzaste monumento eterno
para tu gloria y mengua de la España.
Tú a países no de antes conocidos,
como arcángel de luz entre tinieblas
cercado apareciste
de una caterva infame de bandidos.
Tú, con robusto brazo
sometiste a tu ley el mar profundo ...
¡La base de tu estatua es medio mundo,
tu estatua el Chimborazo!

¡Lateranos, seguid! México espera
en su naciente juventud su gloria,
no engañéis su esperanza lisonjera,
trabajad el laurel de su victoria.
Que de este mar de crimen y miseria
pasarán de ola en ola conducidos
algunos nombres al futuro tiempo,
no envueltos en el velo de la infamia
ni en sangre enrojecidos.

¡Y en tanto que yo vea
la estrella de mi patria en manso giro
y que ya las desgracias no la oprimen,
que cada acento de mi lira sea
por la triste virtud hondo suspiro
y anatema de muerte para el crimen!

Volver al Indice






PROFECIA DE GUATIMOC

No fue más que un sueño de la
noche que se disipó con la aurora

San juan Crisóstomo


I

Tras negros nubarrones asomaba
pálido rayo de luciente luna
ténuemente blanqueando los peñascos
que de Chapultepec la falda visten.
Cenicientos a trechos, amarillos,
o cubiertos de musgo verdinegro
a trechos se miraban, y la vista
de los lugares de profundas sombras
con terror y respeto se apartaba.
Los corpulentos árboles ancianos,
en cuya frente siglos mil reposan,
sus canas venerables conmovían
de viento leve al delicado soplo
o al aleteo de nocturno cuervo,
que tal vez descendiendo en vuelo rápido
rizaba con sus alas sacudidas
las cristalinas aguas de la alberca,
en donde se mecía blandamente
la imagen de las nubes retratadas
en su luciente espejo. Las llanuras
y las lejanas lomas repetían
el aullido siniestro de los lobos
o el balar lastimoso del cordero,
o del toro el bramido prolongado.
¡Oh soledad, mi bien, yo te saludo!

¡Cómo se eleva el corazón del triste
cuando en tu seno bienhechor su llanto
consigue derramar! Huyendo al mundo
me acojo a tí. Recíbeme y piadosa
divierte mi dolor, templa mi pena.
Alza mi corazón al infinito,
el velo rasga de futuros tiempos,
templa mi lira, y de los sacros vates
dame la inspiración.

Nada en el mundo,
nada encontré que el tedio y el disgusto
de vivir arrancara de mi pecho.
Mi pobre madre descendió a la tumba
y a mi padre infeliz dejé buscando
un lecho y pan en la piedad ajena.
El sudor de mi faz y el llanto ardiente
mi sed templaron. Amistad sincera
busqué en los hombres, y la hallé. .. Mentira,
perfidia y falsedad hallé tan sólo.
Busqué el amor, y una mujer, un ángel
a mi' turbada vista se presenta
con su rostro ofuscando a los malvados
que en torno la cercaban, y entre risas
de estúpida malicia se gozaban,
que en sus manos sacrílegas pensando
la flor de su virtud marchitarían
y de su faz las rosas ... ¡Miserables!
¿Cuándo la nube tempestuosa y negra
pudo apagar del sol la lumbre pura,
aunque un instante la ofuscó? ¿Ni cuándo
su irresistible luz el pardo buho
soportar pudo? ...

Yo temblé de gozo,
sonrió mi labio y se aclaró mi frente,
y brillaron mis ojos, y mis brazos
vacilantes buscaban el objeto
que tanto me asombró ... ¡Vana esperanza!
En vez de un alma ardiente cual la mía,
en vez de un corazón a amar creado,
aridez y frialdad encontré sólo,
aridez y frialdad ¡indiferencia! ...
Y mis ensueños de placer volaron
y la fantasma de mi dicha huyóse,
y sin lumbre quedé perdido y ciego.

Sin amistad y sin amor ... (La ingrata
de mí aparta la vista desdeñosa,
y ni la luz de sus serenos ojos
concede a su amador ... En otro tiempo,
en otro tiempo sonrió conmigo.)
Sin amistad y sin amor, y huérfano.
Es ya polvo mi padre, y ni abrazarlo
pude al morir. Y abandonado y solo
en la tierra quedé. Mi pecho entonces
se oprimió más y más, y la poesía
fue mi gozo y placer, mi único amigo.
Y misteriosa soledad de entonces
mi amada fue.

¡Qué dulce, qué sublime
es el silencio que me cerca en torno!
¡Oh cómo es grato a mi dolor el rayo
de moribunda luna, que halagando
está mi yerta faz! Quizá me escuchan
las sombras venerandas de los reyes
que dominaron el Anáhuac, presa
hoy de las aves de rapiña y lobos
que ya su seno y corazón desgarran.
- ¡Oh varón inmortal! ¡oh rey potente!
Guatimoc valeroso y desgraciado,
si quebrantar las puertas del sepulcro
te es dado acaso ¡ven! Oye mi acento,
contemplar quiero tu guerrera frente,
quiero escuchar tu voz
...

II

Siento la tierra
girar bajo mis pies, nieblas extrañas
mi vista ofuscan y hasta el cielo suben.
Silencio reina por doquier; los campos,
los árboles, las aves, la natura,
la natura parece agonizante.
Mis miembros tiemblan, las rodillas doblo
y no me atrevo a levantar la vista.
¡Oh mortal miserable! tu ardimiento,
tu exaltado valor es vano polvo.
Caí por tierra sin aliento y mudo,
y profundo estertor del hondo pecho
oprimido salía.
De repente
parece que una mano de cadáver
me aferra el brazo y me levanta ... ¡Cielos!
¿Qué estoy mirando? ...

- Venerable sombra,
huye de mí; la sepultura cóncava
tu mansión es. ¡Aparta, aparta!

En vano
suplico y ruego; mas el alma mía
vuelve a su ser y el corazón ya late.
De oro y telas cubierto y ricas piedras
un guerrero se ve. Cetro y penacho
de ondeantes plumas se descubre; tiene
potente maza a su siniestra, y arco
y rica aljaba de sus hombros penden ...
¡Qué horror! Entre las nieblas se descubren
llenas de sangre sus tostadas plantas
en carbón convertidas; aun se mira
bajo sus pies brillar la viva lumbre.
Grillos, esposas y cadenas duras
visten su cuerpo, y acerado anillo
oprime su cintura; y para colmo
de dolor, un dogal su cuello aprieta.
Reconozco, exclamé, sí, reconozco
la mano de Cortés bárbaro y crudo.
¡Conquistador! ¡aventurero impío!
¿Así trata un guerrero a otro guerrero?
¿Así un valiente a otro valiente?
... Dije
y agarrar quise del monarca el manto;
pero él se deslizaba y aire sólo
con los dedos toqué.

III

- Rey del Anáhuac,
noble varón, Guatimoctzín valiente,
indigno soy de que tu voz me halague,
indigno soy de contemplar tu frente.
Huye de mí
. - No tal, él me responde,
y su voz parecía
que del sepulcro lóbrego salía.
- Háblame, continuó, pero en la lengua
del gran Nezahualcóyotl
.
Bajé la frente y respondí: La ignoro.
El rey gimió en su corazón. - ¡ Oh mengua,
oh vergüenza!
gritó. Rugó las cejas
y en sus ojos brilló súbito lloro.
- Pero siempre te amé, rey infelice.
Maldigo a tu asesino y a la Europa,
la injusta Europa que tu nombre olvida.
Vuelve, vuelve a la vida,
empuña luego la robusta lanza,
de polo a polo sonará tu nombre,
temblarán a tu voz caducos reyes,
el cuello rendirán a tu pujanza,
serán para ellos tus mandatos, leyes;
y en México, en París, centro de orgullo,
resonará la trompa de venganza.
¿Qué de estos tiempos los guerreros valen
cabe Cortés sañudo y Alvarado
(varones invencibles si crueles)
y los venciste tú, sí, los venciste
en nobleza y valor, rey desdichado!

- Ya mi siglo pasó. Mi pueblo todo
jamás elevará la oscura frente
hundida ahora en asqueroso lodo.
Ya mi siglo pasó. Del mar de Oriente
nueva familia de distinto idioma,
de distintas costumbres y semblantes,
en hora de dolor al puerto asoma;
y asolando mi reino, nuevo reino
sobre sus ruinas míseras levanta.
Y cayó para siempre el mexicano,
y ahora imprime en mi ciudad la planta
el hijo del soberbio castellano.
Ya mi siglo pasó
.

Su voz augusta
sofocada quedó con los sollozos.
Hondos gemidos arrojó del seno,
retemblaron sus miembros vigorosos,
el dolor ofuscó su faz adusta
y la inclinó de abatimiento lleno.
- ¿Pues las pasiones que al mortal oprimen
acosan a los muertos en la tumba?
¿Hasta ella el grito del rencor retumba?
¿También las almas en el cielo gimen?

Así hablé y respondió. - Joven audace,
el atrevido pensamiento enfrena.
Piensa en tí, en tu nación; mas lo infinito
no será manifiesto
a los ojos del hombre: así está escrito.
Si el destino funesto
el denso velo destrozar pudiera
que la profunda eternidad te esconde,
más, joven infeliz, más te valiera
ver a tu amante en brazos de tu amigo
y ambos a dos el solapado acero
clavar en tus entrañas,
y reír a tu grito lastimero
y, sin poder morir, sediento y flaco,
agonizar un siglo ¡ un siglo entero!

Sentí desvanecerse mi cabeza,
tembló mi corazón, y mis cabellos
erizados se alzaron en mi frente.
Miróme con terneza
del rey la sombra y desplegando el labio
de esta manera prosiguió doliente:

¡Oh joven infeliz! ¡cuál tu destino,
cuál es tu estrella impía! ...
Buscará la verdad tu desatino
sin encontrar la vía.

Deseo ardiente de renombre y gloria
abrasará tu pecho,
y contigo tal vez la tu memoria
expirará en tu lecho.

Amigo buscarás y amante pura,
mas a la suerte plugo
que halles en ella bárbara tortura,
y en él feroz verdugo.

Y ansia devoradora
de mecerte en las olas de oceano
aumentará tu tedio, y será en vano,
aunque en dolor y rabia te despeña,
que el destino tirano
para siempre en tu suelo te asegura
cual fijo tronco o soterrada peña.

Y entre tanto a tus ojos
¡qué terrífico lienzo se desplega!
Llanos, montes de abrojos;
el justo, que navega
y de descanso al punto nunca llega.

Y en palacios fastuosos
el infame traidor, el bandolero,
holgando poderosos,
vendiendo a un usurero
las lágrimas de un pueblo a vil dinero.

La virtud a sus puertas
gimiendo de fatiga y desaliento,
tiende las manos yertas
pidiendo el alimento,
y halla tan sólo duro tratamiento.

El asesino insano
los derechos proclama,
debidos al honrado ciudadano.

Y más allá rastrero cortesano,
que ha vendido su honor, honor reclama.
Hombre procaz, que la torpeza inflama,
castidad y virtud audaz predica,
y el hipócrita ateo
a Dios ensalza y su poder publica.

Una no firme silla
mira sobre cadáveres alzada ...

Ya diviso en el puerto
hinchadas lonas como niebla densa,
ya en la playa diviso,
en el aire vibrando aguda lanza,
de gente extraña la legión inmensa.
Al són del grito de feroz venganza
las armas crujen y el bridón relincha;
oprimida rechina la cureña,
bombas ardientes zumban,
vaga el sordo rumor de peña en peña
y hasta los montes trémulos retumban.

¡Mirad! mirad por los calientes aires
mares de viva lumbre
que se agitan y chocan rebramando;
mirad de aquella torre el alta cumbre
cómo tiembla, y vacila y cruje, y cae,
los soberbios palacios derrumbando.
¡Escuchad, escuchad! ... Hondos gemidos
arrojan los vencidos.
¡Mirad los infelices por el suelo,
moribundos, sus cuerpos arrastrando,
y su sed ardorosa
en sus propias heridas apagando!
¡Oídlos en su duelo
maldecir su nación, su vida, el cielo! ...
Sangrienta está la tierra,
sangrienta el alta sierra,
sangriento el ancho mar, el hondo espacio,
y del inmoble rey del claro día
la faz envuelve ensangrentado velo.
Nada perdona el bárbaro europeo;
todo lo rompe y tala y aniquila
con brazo furibundo.
Ved la doncella en torpe desaliño
abrazar a su padre moribundo.
Mirad sobre el cadáver asqueroso
del asesino aleve
caer sin vida el inocente niño.

¡Oh vano suplicar! Es dura roca
el hijo del Oriente:;
brotan sangre sus ojos, y a su boca
lleva sangre caliente.

Es su placer en fúnebres desiertos
las ciudades trocar. ¡Hazaña honrosa!
Ve el sueño con desdén, si no reposa
sobre insepultos muertos.

¡Ay pueblo desdichado!
Entre tantos caudillos que te cercan
¿quién a triunfar conducirá tu acero?
Todos huyen cobardes, y al soldado
en las garras del pérfido extranjero
dejan abandonado
clamando con acento lastimero:
¿Dónde Cortés está? ¿dónde Alvarado?

Ya eres esclavo de nación extraña,
tus hijos son esclavos,
a tu esposa arrebatan de tu seno ...
¡Ay si provocas la extranjera saña! ...

¿Lloras, pueblo infeliz y miserable?
¿A qué sirve tu llanto?
¿Qué vale tu lamento?
Es tu agudo quebranto
para el hijo de Europa inaplacable
su más grato alimento.

Y ni enjugar las lágrimas de un padre
concederá a tu duelo,
que de la venerable cabellera
entre signos de gozo
le verás arrastrado
al negro calabozo,
do por piedad demanda muerte fiera.
¡Ay, pueblo desdichado!
¿Dónde Cortés está? ¿dónde Alvarado?

¿Mas qué faja de luz pura y brillante
en el cielo se agita?
¿Qué flamígero carro de diamante
por los aires veloz se precipita?
¿Cuál extendido pabellón ondea?
¿Cuál sonante clarín a la pelea
el generoso corazón excita?

¡Temblad, estremeceos,
oh reyes europeos!
Basta de tanto escandaloso crimen.
Ya los cetros en ascuas se convierten,
los tronos en hogueras
y las coronas en serpientes fieras
que rencorosas vuestro cuello oprimen.

¿Qué es de París y Londres?
¿Qué es de tanta soberbia y poderío?
¿Qué de sus naves de riqueza llenas?
¿Qué de su rabia y su furor impío?
Así preguntará triste viajero.
Fúnebre voz responderá tan solo:
¿Qué es de Roma y Atenas?

¿Ves en desiertos de África espantosos,
al soplar de los vientos abrasados
qué multitud de arenas
se elevan por los aires agitados,
y ya truécanse en hórridos colosos,
ya en bramadores mares procelosos?
¡Ay de vosotros, ay, guerreros viles,
que de la inglesa América y de Europa,
con el vapor, o con el viento en popa,
a México llegáis miles a miles
y convertís el amistoso techo
en palacio de sangre y de furores,
y el inocente hospitalario lecho
en morada de escándalo y de horrores!
¡Ay de vosotros! Si pisáis altivos
las humildes arenas de este suelo,
no por siempre será, que la venganza
su soplo asolador furiosa lanza
y veloz las eleva por los aires,
y ya las cambia en tétricos colosos
que en sus fornidos brazos os oprimen,
ya en abrasados mares
que arrasan vuestros pueblos poderosos.

Que aun del caos la tierra no salía
cuando a los pies del Hacedor radiante
escrita estaba en sólido diamante
esta ley, que borrar nadie podría:
El que del infeliz el llanto vierte,
amargo llanto verterá angustiado;
el que huella al endeble, será hollado;
el que la muerte da, recibe muerte;
y el que amasa su espléndida fortuna
con sangre de la víctima llorosa,
su sangre beberá si sed lo seca,
sus miembros comerá si hambre lo acosa
.

IV

Brilló en el cielo matutino rayo,
de súbito cruzó rápida llama,
el aire convirtióse en humo denso
salpicado de brasas encendidas
cual rojos globos en oscuro cielo.
La tierra retembló, giró tres veces
en encontradas direcciones; hondo
cráter abrióse ante mi planta infirme
y despeñóse en él bramando un río
de sangre espesa, que espumo lago
formó en el fondo, y cuyas olas negras,
agitadas subiendo, mis rodillas
bañaban sin cesar. Fantasma horrible
de formas colosales y abultadas,
envolvió su cabeza en luengo manto
y en el profundo lago sumergióse.
Ya no ví mas ...

¿Dó estoy? ¿Qué lazo oprime
mi garganta? ¡Piedad! Solo me encuentro ...
Mi cuerpo tembloroso húmeda yerba
tiene por lecho; el corazón mis manos
con fuerza aprietan, y mi rostro y cuerpo
tibio sudor empapa. El sol brillante,
tras la sierra asomando la cabeza,
mira a Chapultepec cual padre tierno
contempla al despertar a su hijo amado.
Los rayos de su luz las peñas doran,
los árboles sus frentes venerables
inclinan blandamente, saludando
al astro ardiente que les da la vida.
Azul está el espacio, y a los montes
baña color azul, claro y oscuro.
Todo respira juventud risueña
y cantando los pájaros se mecen
en las ligeras y volubles auras.

Todo a gozar convida; pero a mi alma
manto de muerte envuelve, y gota a gota
sangre destila el corazón herido.
Mi mente es negra cavidad sin fondo
y vaga incierto el pensamiento en ella
cual perdida paloma en honda gruta.

¿Fue sueño o realidad? Pregunta vana ...
Sueño sería, que profundo sueño
es la voraz pasión que me consume;
sueño ha sido, y no más, el leve gozo
que acarició mi faz; sueño el sonido
de aquella voz que adormeció mis penas;
sueño aquella sonrisa, aquel halago,
aquel blando mirar ... Desperté súbito
y el bello Edén despareció a mis ojos
como oleada que la mar envía
y se lleva después. Sólo me resta
atroz recuerdo que me aprieta el alma
y sin cesar el corazón me roe.
Así el fugaz placer sirve tan sólo
para abismar el corazón sensible,
así la juventud y la hermosura
sirven tan sólo de romper el seno
a la cansada senectud. El hombre
tiene dos cosas solamente eternas:
su Dios y la virtud, de Él emanada ...

Yo me sentí mecido de mis padres
en los amantes cariñosos brazos,
y fue sueño también ... Mujer que adoro,
ven otra vez a adormecer mi alma
y mátame después, mas no te alejes ...
La amistad y el amor son mi existencia,
y el amor y amistad vuelven el rostro
y huyen de mí cual de cadáver frío.

¡Venid, sueños, venid! y omad mi frente
de beleño mortal: soñar deseo.
Levantad a los muertos de sus tumbas;
quiero verlos, sentir, estremecerme ...
Las sensaciones mi alimento fueron,
sensaciones de horror y de tristeza.
Sueño sea mi paso por el mundo,
hasta que nuevo sueño, dulce y grato,
me presente de Dios la faz sublime.

16-27 de setiembre de 1839

Volver al Indice