Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezSegunda parte - Capítulo IIISegunda parte - Capítulo VBiblioteca Virtual Antorcha

Segunda parte

CAPÍTULO IV

CONTINUACIÓN DE LO ANTERIOR.


Como era muy natural, el señor Madero se ocupaba en recibir los agasajos que le hacía la ciudad de Puebla. Yo me ocupaba en otra cosa; es decir, en evitar que se repitiera el conflicto armado estando allí el señor Madero, pues los revolucionarios estaban, y con razón, muy excitados y resueltos a atacar Puebla, y aun se decía que el general Zapata venía con sus fuerzas en auxilio de las revolucionarias. Ocupado en estas cosas, no quise concurrir a las fiestas, fingiéndome enfermo, pero trabajando a veces hasta la una de la mañana. Que no concurrí a las fiestas, lo prueba la siguiente carta:

Puebla, 13 de julio de 1911.
Señor doctor Francisco Vázquez Gómez.
Presente.

Muy apreciable amigo:

Siento verdaderamente que no asista usted a la velada de esta noche; pero veo que lo hace usted por quebranto de salud.

Respecto al general Zapata, no tema usted absolutamente nada. Acabo, precisamente en estos momentos, de recibir un telegrama de él, que se detuvo en Cuautla por orden del señor ministro de Gobernación y mía, en que me dice que no puede acompañarme a Tehuacán, porque está sumamente delicado de salud.

Vuelvo a repetirle, que siento se encuentre enfermo y que no pueda concurrir a la velada de esta noche, y quedo su amigo que lo aprecia y su atto., s. s.

Fco. I. Madero.
Rúbrica.

Tan luego como supe las intenciones de los revolucionarios y que el general Zapata se dirigía a Puebla con sus fuerzas, telegrafié a mi hermano Emilio, ministro de Gobernación, que le mandara detenerse para evitar que se nos complicara la situación, y por telégrafo me contestó que ya lo había ordenado. No faltará quien piense que hice mal; pero, ¿qué hubiéramos hecho nosotros en Puebla, defendida por los enemigos de la revolución y atacada por las fuerzas revolucionarias? ¿No era presentar una oportunidad para acabar con el jefe de la revolución? Y digo el jefe, porque mi personalidad, en el caso, no era de importancia.

Al día siguiente, o sea el día 14, supe que fuerzas revolucionarias en número de setecientos hombres, estaban entre Cholula y Puebla, resueltas a llevar a cabo el ataque a esta ciudad, y que de ellas formaba parte el señor licenciado J. Z. Moreno. Alguien me dijo que éste se encontraba en esos momentos en casa de la familia Serdán, y en el acto me dirigí a dicho lugar.

En la sala de la casa había una multitud de gentes que iban, unos, a saludar y felicitar al señor Madero, y otros, a hablarle de algún asunto. A todos oía el señor Madero, pero a nadie atendía, porque antes que acabara de hablar con uno, otro lo interrumpía, permitiendo él la interrupción, y así sucesivamente. Por de pronto, no hallaba a quién dirigirme, pero encontré al señor Francisco Cosío Robelo, a quien pregunté si conocía al señor Z. Moreno, contestándome afirmativamente y agregando:

- Si usted lo quiere ver, ni lo intente: ese es un bandido.

- Yo no sé si será bandido -repuse- lo que sé es que es un revolucionario con mando de fuerzas.

El señor Cosío Robelo se retiró sin decir más; pero un hombre del pueblo que se dió cuenta de nuestra conversación, me dijo:

- ¿Quiere usted ver a Z. Moreno?

Asentí y me llevó a un corredor en el extremo del cual había un cuarto y en una silla que allí había se encontraba sentado un hombre, a quien me dirigí por haberme dicho el guía que él era la persona que yo buscaba. Le pregunté si él era el señor Z. Moreno, y después de oír su respuesta afirmativa, le dije:

- Yo soy el doctor Vázquez Gómez.

En el acto, como movido por un resorte, se levantó aquel hombre, alto, ágil, delgado pero aparentando fuerza.

- Estoy a las órdenes de usted -me dijo-, estrechandome la mano con afecto.

- Muy bien -le dije-, necesito hablar con usted sobre asuntos de importancia y urgentes.

- Señor doctor -dijo Z. Moreno- hace una hora que estoy aquí esperando hablar con el señor Madero de un asunto urgentísimo que aquí me trae. Varias veces ha pasado por aquí y apenas comienzo a hablarle, otras personas se lo llevan, y no he podido conseguir mi objeto.

- Entonces -le dije-, después que haya hablado con él señor Madero, lo espero en la casa donde estoy, y me retiré.

Como a las dos de la tarde el señor Z. Moreno estaba conmigo; le dije:

- ¿Ya habló usted con Pancho?

- No, señor, no pude hablarle; pero en una de las veces que pasó por donde yo estaba, me dijo: vea usted al doctor, y aquí estoy.

Al preguntar a Z. Moreno qué asunto quería tratar con el señor Madero, me refirió lo siguiente:

- Tengo setecientos hombres entre Puebla y Cholula, están ofendidos con lo que pasó antes de anoche y empeñados en atacar Puebla; no tengo con qué darles de comer y se me han puesto las cosas tan graves que esta mañana tuve que mandar fusilar a uno que se me insubordinó. De esto quería hablar al señor Madero, porque se trata de cosas graves y urgentes. ¿Qué hago? ¿Atacamos Puebla si no puedo contener la gente? Ellos dicen, y con razón, que no es justo que después de haber triunfado la revolución, los revolucionarios estén fuera de la ciudad, sin tener que comer, y los federales aquí con todas las comodidades.

Esta relación del señor Moreno, fue tan clara, metódica, concisa y expresiva, que en verdad me dejó convencido de que hablaba con un hombre inteligente. Y más clara, bien pensada y muy bien expuesta, fue la contestación que dió a mi pregunta sobre las causas del choque habido en Puebla entre ambas fuerzas.

Como era cosa de no perder tiempo, le pregunté a Z. Moreno cuánto necesitaba para dar de comer a sus hombres, recomendándole que los acuartelara en Cholula.

- Señor -me dijo-, trescientos pesos, aunque sea para darles tortillas.

Yo no tenía dinero conmigo, pero abusando de la afectuosa hospitalidad que me brindaba el señor Conde, le supliqué me facilitara mil pesos para devolverlos al día siguiente. En el acto me entregó la cantidad que solicitaba; fuí con Z. Moreno y le dije:

- Aquí tiene usted ochocientos pesos para sus hombres; mañana o pasado quedará todo arreglado; llévelos a Cholula y usted me responde de la situación.

- Con mi cabeza, doctor -fueron las palabras con que se despidió de mí aquel hombre que nada tenía de bandido.

No puedo resistir a la tentación de transcribir el recibo, porque como de estas cosas no se ocupaba el señor Madero, ni ningún otro más que yo, pudiera creerse que exagero o no digo la verdad:

Al margen: Provisional.

Recibí del señor ministro, doctor Francisco Vázquez Gómez, la cantidad de $800.00 (ochocientos pesos) para el sostenimiento de gastos del campo insurrecto, Brigada de Oriente, al mando del general Francisco Gracia.

Puebla, julio 14 de 1911.
El coronel J. de E. M., J. Z. Moreno. Rúbrica.

Todavía referiré con detalles algunos de los acontecimientos de Puebla, porque les concedo alguna importancia, así para que los lectores de estas Memorias puedan juzgar con acierto de las condiciones en que yo me encontraba en aquel entonces, como para que se vea que los Vázquez Gómez nunca traicionaron a nadie y mucho menos a la revolución.

El día de mi llegada a Puebla, o sea el 13 de julio, y teniendo en cuenta las noticias que circulaban, telegrafié a mi hermano diciéndole que me urgía saber si el general Zapata se había movido hacia aquella ciudad y que se vigilaran sus movimientos; pues como dije antes, me interesaba evitar un nuevo choque. En contestación recibí el siguiente telegrama, fechado el día 14:

Enterado de tu mensaje de ayer. También aquí se tienen noticias de la marcha de Zapata sobre esa capital; pero él telegrafió de Cuautla a las cuatro y a las cinco de ayer, expresando que suspende su marcha. Ya vuelvo a telegrafiarle para cerciorarme de la verdad. De todas maneras conviene estricta vigilancia. Procura que sea puesto en libertad Abraham Martínez, bajo fianza, para calmar los ánimos. Ya van refuerzos.

E. Vázquez.

Abraham Martínez había sido preso por intrigas de los enemigos de la revolución en Puebla.

En este estado las cosas sobrevinieron los sucesos de la fábrica La Covadonga y la situación se complicaba, porque los enemigos hicieron circular la especie de que los revolucionarios habían sido los autores del atentado. Con este motivo y con la misma fecha 14 recibí el siguiente telegrama:

Urgente. Ordeno rurales Tlaxcala pasen Panzacola inmediatamente. Digan general Valle llame Cauz de Tlaxcala a Panzacola. Secretaría Guerra ha obrado ya.

Emilio Vázquez.

Como era de suponerse, este telegrama o mejor dicho, las órdenes, se dictaron bajo la impresión de que los revolucionarios habían asaltado, saqueado y cometido asesinatos en Covadonga, supuesto que se movían federales a Panzacola. Esto podía traer un nuevo conflicto.

En estas condiciones yo no podía abandonar Puebla adonde había ido por acompañar al señor Madero. La Secretaría estaba sin jefes, porque el licenciado López Portillo y Rojas, en la confianza de que yo volvería pronto y autorizado por mí, había ido a Guada¡ajara. Con este motivo telegrafié al señor Presidente, diciéndole que asuntos muy importantes me detenían, autorizándome en su contestación, a permanecer el tiempo necesario. Y como igual aviso di a mi hermano, éste me telegrafió el día 15 diciendo:

Ya transcribí al señor Presidente y al Ministro de Guerra tu mensaje de ayer relativo a Blanquet. Creo indispensable resolver en breves días la cuestión política, orque sería milagroso aplazarla; y por lo mismo, juzgo importante que vengan el señor Madero, el señor ministro de Fomento y tú.

Emilio Vázquez.

La cuestión política que urgía resolver, era la relativa a la renuncia del señor De la Barra para que el señor Madero ocupara la Presidencia de la República, pues todos los acontecimientos indicaban que esto era una necesidad imperiosa, debido a que las intrigas del enemigo comenzaban a materializarse; pero ya dije antes cuál fue la contestación del señor Madero.

Tal parece que todas las cosas se conjuraban en contra de los revolucionarios, pues el día 15 recibí de Tlaxcala el siguiente telegrama:

Doctor Francisco Vázquez Gómez.

Acuerdo señor ministro Gobernación, participo usted haber capturado ayer, 7.30 p. m., en Apetatitlán, partida 30 insurrectos, 7 oficiales, 52 caballos, 1 acémila, 81 armas fuego, varias municiones, que encabezaba un llamado coronel Felipe Enzaldo, todo lo cual ha sido entregado Gobierno del Estado, dando cuenta Secretaría Gobernación.

Respetuosamente, teniente coronel 60 cuerpo rurales.

José Ramírez.

¡Los federales desarmando y cogiendo prisioneros a los soldados revolucionarios! ¿No había intrigas en todo esto? Indudablemente que sí. Y ¿el señor Madero? Entiendo que nada sabía de estas cosas, ni yo tenía tiempo para hacérselas saber, porque, como dije antes, él se ocupaba en asistir a las fiestas con que lo obsequiaban en Puebla.

En el acto y en el mismo día 15 dirigí a mi hermano el telegrama siguiente:

Comunícame José Ramírez, de Tlaxcala, que por orden ese Ministerio aprehendió 30 insurrectos, 7 oficiales, armas, caballos y municiones, grupo encabezado por coronel Felipe Enzaldo. Pero también jefe Hilario Márquez quéjase de que grupo insurrecto aprehendido está compuesto de buenos servidores, que por disposición de ese Ministerio facilitó él escogidos, montados y armados para alguna comisión en Tlaxcala. Sírvete aclarar esto, y si procede, ordenar libertad prisioneros devolviéndoles lo decomisado para que continúen su marcha hacia esta plaza.

V. Gómez.

Al día siguiente volví a telegrafiar a mi hermano, diciéndole:

Ayer te telegrafié respecto de aprehensión inconveniente de coronel Enzaldo y su tropa, y necesidad de que se ordene su libertad, devolviéndoles sus elementos. Esa fuerza es buena y necesito se incorpore a su jefe, Márquez. Considero mi presencia aquí indispensable todavía para terminar arreglos empezados que urge llevar a su fin y cuyo resultado, estoy casi seguro, será satisfactorio.

Al día siguiente o sea con fecha 17, me comunicó mi hermano la libertad de los prisioneros.

A pesar de que mi hermano Emilio me urgía regresar luego a México para resolver la cuestión política o sea la renuncia del señor De la Barra, yo consideré necesaria mi presencia en Puebla hasta no dejar las cosas en un estado tal, que fuera imposible la repetición del choque armado, máxime cuando, con un pretexto que ignoro, se aprehendía y desarmaba a los soldados revolucionarios.

En el mismo día 15 de julio, tan abundante en acontecimientos desagradables, se me presentó, como a las 7 de la noche, una comisión formada por los hermanos Rousset, Guillermo Gaona Salazar, el señor Sebada y otro cuyo nombre no recuerdo, quienes formaban la Junta Revolucionaria de Puebla. Me dijeron lo siguiente:

Venimos del panteón, en donde por poco se verifica un motín, pues el pueblo estaba sumamente excitado debido a que, como unos ochenta cadáveres de los revolucionarios muertos el miércoles en la noche, estaban insepultos, tirados en el panteón y ya descompuestos. No se han sepultado porque la autoridad exige que a cada uno se le haga la autopsia y no se ha hecho sino la de unos cuantos. Además, no tenemos para comprar cajas y el público protesta porque se les entierra así, siendo que los federales muertos se han sepultado en caja y con honores militares. No hemos podido hablar con el señor Madero, y venimos con usted.

Esto pasaba un sábado y los soldados revolucionarios habían sido muertos el miércoles anterior.

- Vayan ustedes a una agencia de inhumaciones, pidan las cajas que se necesiten y que me pasen la cuenta -les dije-.

Y en el acto escribí la carta siguiente:

Puebla, 15 de julio de 1911.
Señor gobernador, licenciado don Rafael P. Cañete.

Muy estimado señor y amigo:

En estos momentos tengo aquí una comisión de personas quc se quejan de que aun no se sepultan los cadáveres de los maderistas muertos en la última refriega, y que se ha dicho a los señores de la comisión que no pueden sepultarse esos cadáveres hasta haberse practicado la autopsia.

Como usted sabe, en esos casos no puede cumplirse con ese precepto legal y tampoco pueden tenerse los cadáveres en constante exposición por razones de higiene, y muy especialmente porque la vista constante de ellos, excita ánimos en lugar de calmarlos.

Estimaré a usted, pues, que dicte las órdenes del caso desde luego, para que mañana en las primeras horas se proceda a la inhumación por las razones que indico; y le agradeceré se sirva darme aviso de estar hecho eso, con lo que ayudaremos a la tranquilidad pública.

De usted afmo. amigo y atto. s. s.

F. Vázquez Gómez.

En esa misma noche recibí la siguiente carta.

Un membrete que dice:
Correspondencia del gobernador del Estado de Puebla.
Puebla, 15 de julio de 1911.
Señor ministro de Instrucción.
Presente.

Muy señor mío y respetado amigo:

Doy contestación a la apreciada de usted de esta misma fecha, manifestándole: que acabo de pedir informes al juez del Registro Civil, con relación a la inhumación de los cadáveres de las víctimas de los desgraciados sucesos del doce del presente y me contesta: que ha estado disponiendo la inhumación de los que el juez ha ido poniendo a su disposición: que hoy ordenó la de treinta y tantos, ignorando si aun falta más, por no haber recibido nueva orden del juez. Entiendo que los cadáveres que aun no se hayan inhumado, estarán insepultos, o bien porque el juez no los haya puesto a disposición del Registro Civil, o bien por falta de sepultureros, pues son en escaso número. Mañana temprano me dirigiré al juez que conoce del asunto, así como al presidente municipal a fin de que todo quede concluído en el día.

Siento mucho esta emergencia en que, de seguro, no ha habido sino dificultades emanadas de la situación precaria en que nuestro Ayuntamiento se encuentra, y repito que procuraré quede todo concluído el día de mañana.

Como siempre, quedo a las apreciables órdenes de usted, su muy atto. amigo y afmo. s. s.

Rafael P. Cañete.
Rúbrica.

Al día siguiente, domingo 16, como a las ocho de la noche, se me presentó la comisión antes mencionada, acompañada del agente o dueño de la agencia de inhumaciones: los primeros, a decirme que ya se habían sepultado todos los cadáveres, y el segundo, a llevarme la factura que desde luego pagué. Tanto ésta, como todos los recibos que pagué con este y otros motivos, obran en mis archivos a disposición de quien desee verlos.

Mi hermano, como yo, se daba perfecta cuenta de que las intrigas contra la revolución se intensificaban a pesar de la confianza angélica del señor Madero. El subsecretario de Gobernación, licenciado Matías Chávez, me repite en un telegrama por orden del ministro (mi hermano) que es indispensable resolver en breves días la cuestión política, porque sería peligroso aplazarla.

El día 17 mi hermano me dice en un telegrama:

Urge que te vengas; no olvides que tu presencia en esta capital es necesaria.

Pero también era necesaria mi presencia en Puebla para evitar otro choque armado, que bien podía ser el principio de una conflagración.

No sé si estos acontecimientos de Puebla tuvieron alguna relación con el cuartelazo que, según refirió el general García Cuéllar a mi amigo G. Ramos, querían dar en el mes de julio; es decir, precisamente cuando tuvieron lugar los hechos de que me vengo ocupando. Por supuesto que el cuartelazo era contra la revolución y no contra De la Barra.

Con este motivo, voy a referir lo que últimamente me platicó un amigo, quien me recomendó no mencionara su nombre.

Me dijo haber sido testigo presencial de una conversación tenida a principios de agosto de 1911, entre el señor De la Barra y uno de los ministros, enemigo de la revolución. Este dijo al primero:

- Puedo traerle la mayoría de la Cámara y la mayoría de los jefes militares, quienes están dispuestos a poner fin a la revolución por medio de un golpe bien preparado.

De la Barra no aceptó; y entonces el ministro agregó:

- Si usted no quiere meterse en estos líos, autoríceme y yo lo hago, aunque después me reduzca a prisión para hacer creer que no me autorizó.

A propósito de la inhumación de los cadáveres de los revolucionarios muertos el 12 de julio, voy a copiar un oficio que dice:

La Junta Ex Revolucionaria, hoy Pacificadora, en sesión económica de esta fecha, acordó dirigir a usted el presente oficio, con el objeto de suplicarle muy atentamente se sirva enviarle una copia de la carta que en contestación dió a usted en esta ciudad el señor gobernador del Estado, referente a la inhumación de los cadáveres de las víctimas de los días 12 y 13 del mes próximo pasado, pues dicha carta completará el archivo de la secretaría de esta junta, puesto que esas víctimas fueron soldados suyos.

Como no dudamos obsequiará usted nuestra petición, le anticipamos las más cumplidas gracias, y quedamos de usted como siempre, afmos., attos. y Ss. Ss.

SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCION.
Puebla, a 19 de agosto de 1911.
El presidente, Antonio F. Sebada.
El prosecretario, en funciones de secretario, E. Santamaría.
Rúbricas.

Al. C. doctor Francisco Vázquez Gómez, ministro de Instrucción Pública.
México, D. F.

Mi secretario cometió el error, al darme cuenta, de apuntar en el oficio que deseaban copia de la carta que yo había contestado al gobernador acerca de este asunto; y como no hubo tal contestación, no se mandó la copia que pedían.

El 17 de julio, cerca de las dos de la tarde, alguien que no recuerdo, me dijo que el señor Madero iba a salir para Tehuacán en esos momentos, que el tren estaba ya listo para partir. Acto continuo me fuí a la casa de la familia Serdán y encontré a todos en el comedor; estaban terminando de comer y la señora de Madero estaba ya con el sombrero puesto.

Después de declinar la invitación a comer y de acompañar a Tehuacán al señor Madero, me senté junto a éste y le dije:

- Traigo un asunto urgente que tratar con usted, pero termine de comer y después hablaremos a solas.

El señor Madero terminó violentamente, me tomó del brazo y nos fuimos a una pieza cercana.

- ¿De qué se trata? -me preguntó.

- He sabido y veo que va usted a salir para Tehuacán en estos momentos y vengo a decirle que no se vaya, porque su presencia aquí es necesaria. Usted sabe que en la fábrica La Covadonga se han cometido atentados, que una de las víctimas fue una señora alemana y este hecho ha producido un escándalo tal, que ha motivado la venida a esta ciudad del señor ministro alemán, indudablemente a averiguar qué han hecho las autoridades; y lo más grave es que las autoridades no han hecho absolutamente nada.

Cuando yo hablaba así al señor Madero, entraron a la pieza en que dábamos vueltas, Raúl su hermano y el ingeniero don Eduardo Hay.

- Bien -me dijo el 'señor Madero-; pero esto es cosa de las autoridades y no mía.

- Es verdad -le contesté-; pero usted es el jefe de la revolución, mañana será Presidente de la República y es necesario que los representantes de las naciones amigas vean que usted toma interés en estas cosas. Esto es importantísimo.

- Y ¿qué hay que hacer? -me preguntó el señor Madero.

- Hablar usted con el señor gobernador y decirle que es urgente que las autoridades abran inmediatamente una averiguación, para que si el ministro alemán pregunta qué se ha hecho, se le muestre algo.

El señor Madero se resistió mucho a quedarse, y en nuestro andar constante alrededor de la pieza con Hay y Raúl detrás de nosotros, alentándome a que no lo dejara ir, por fin se paró y me dijo:

- Siempre se ha de salir usted con la suya.

- La de usted -le contesté-.

- Me quedo -continuó- pero también usted se queda.

- Considero esto tan importante -le dije- que me quedo aunque López Portillo no está en México, sino en Guadalajara.

El señor Madero no se fue ese día para Tehuacán.

En la tarde del 16 de julio, si mal no recuerdo, se me presentó el general Luis G. Valle, jefe de las fuerzas federales de Puebla y persona bien conocida mía por haber sido yo médico de su familia. Me dijo que acababa de recibir un telegrama del ministro de la Guerra, general Rascón, en el que le ordenaba mandara fuerzas a la fábrica La Covadonga para guarnecerla; pero que antes de proceder, quería conocer mi opinión, porque aunque como soldado no tenía más que obedecer, juzgaba muy peligroso mandar fuerzas federales a aquel lugar, sabiendo como sabía, que por ese rumbo había fuerzas revolucionarias y era casi seguro un nuevo choque. Opiné lo mismo que el general Valle, le aconsejé que no las mandara, que yo enviaría revolucionarios de confianza y que comunicara mi opinión al señor ministro de la Guerra y yo haría igual cosa al ministro de Gobernación para que éste lo participara al señor Presidente de la República, y así se hizo.

En lugar de fuerzas federales mandé al jefe revolucionario Hilario Márquez, joven valiente, activo, enérgico y prudente, para que con hombres de su confianza guarneciera la fábrica La Covadonga y mantuviera el orden. Salió esa misma noche y a la mañana siguiente, muy temprano, recibí de Márquez una comunicación en papel timbrado de la administración de la fábrica La Covadonga, participándome que había recogido algunas piezas de manta y otras cosas de las casas de algunos obreros y que sabía que en algunos pueblos circunvecinos, San Miguel Tenancingo y San Lorenzo Almecotla, del Estado de Tlaxcala, había armas y piezas de género de las que se habían llevado de la fábrica. Pedía órdenes de lo que debía de hacer; mas, agobiado por tantas comisiones que no me dejaban un momento de reposo, dejé las cosas en tal estado; pero Márquez vino en la noche a darme cuenta de lo que había hecho y de que todo estaba tranquilo. Mucho le recomendé que no abandonara el lugar, que se fuera muy temprano, porque por consejo mío no se habían mandado fuerzas federales y no quería que sucediera algo que pudiera comprometerme.

Estaba yo descansando de las fatigas del día, cuando tocaron a la puerta de mi recámara. Era don Alberto Guajardo que entraba con la siguiente carta:

Puebla, 18 de julio de 1911.
Señor ministro de Instrucción Pública.
Presente.

Muy señor mío y amigo de mi atención:

Acabo de recibir el adjunto mensaje del señor inspector general de policía del Distrito Federal, el que, como se me indica, tengo el gusto de poner en manos de usted (1).

Deseo saber si se envió a La Covadonga el destacamento insurgente que dijo usted al señor general Valle iba a enviame, pues se me telegrafía en este momento, qué dicha fábrica está nuevamente amagada y se me pregunta qué providencias se han tomado para proteger los intereses de los señores Díaz-Rubín.

Perdone usted que a esta hora lo importune y mande como guste a su afmo. amigo y muy atto. s. s.

Rafael P. Cañete, rúbrica.


- Ya sucedió -dije a Guajardo-, vea usted la carta.

- Y ¿Márquez?

- ¿Sabe usted dónde está hospedado?, pues él me dijo que se iría muy temprano: así es que debe estar aquí en Puebla y hay que buscarlo.

- Lo buscaremos y lo encontraremos -me contestó Guajardo-, hombre inteligente, sagaz y activo, antiguo y buen amigo de los Vázquez Gómez.

En el acto puso en movimiento a dos jóvenes que lo acompañaban, Emilio Acosta y Alberto Menchaca. Mis instrucciones se redujeron a lo siguiente:

Decir a Márquez, donde lo encuentren, la noticia que acabo de recibir; que salga inmediatamente con la gente que pueda reunir y me avise a su llegada de lo que encuentre.

Como a las tres de la mañana entró Guajardo y me dijo:

- Todo está hecho como usted lo ordenó, Márquez sale para La Covadonga en estos momentos.

Como a las ocho de la mañana, el general Valle me mandó un pliego que había traído el coronel Cauz, quien al pasar por La Covadonga y después de evitar un choque armado, gracias a la prudencia y sangre fría de los dos jefes, federal y revolucionario; éste le suplicó hiciera llegar a mi poder el mencionado pliego; dice así:

Un membrete que dice:
Administración de la fábrica La Covadonga.
Julio 18 de 1911.
Al señor doctor don Francisco Vázquez Gómez,
ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Puebla.

Me es altamente satisfactorio comunicar a usted en contestación al aviso que me fue entregado hoy a las dos de la mañana, que en la fábrica La Covadonga, donde llegué a las cinco y media de la misma mañana con varios gendarmes de la montada al mando del coronel jefe de la policía y cien hombres más al mando del teniente coronel Eduardo Reyes, no hay ninguna novedad, según el parte que al llegar aquí me rindió el teniente coronel y que me es grato adjuntar.

Protesto a usted las seguridades de mi muy distinguida consideración.

El coronel, Hilario G. Márquez.
Rúbrica.

Debo decir que no fueron los revolucionarios quienes asaltaron, robaron y cometieron asesinatos y ultrajes en la fábrica La Covadonga, sino los mismos obreros de ella y tal vez algunos habitantes de los pueblos circunvecinos; pero había interés político en achacar a los revolucionarios estos crímenes, y así se propalaban las noticias.

Para terminar, aunque a grandes rasgos, con los acontecimientos de Puebla y entrar en una época muy difícil y trascendental de la política de aquel tiempo, voy a referir lo siguiente: aprovechando la oportunidad de celebrar el aniversario de la muerte de Juárez, mis anteriores relaciones con el general Valle y la buena disposición de éste, organizamos un desfile militar de las fuerzas federales y revolucionarias unidas. Hubo discursos frente a la estatua de Juárez, así como en los balcones del Palacio del Ayuntamiento. Al día siguiente regresé a México y el señor Madero salió para Tehuacán.

Como es fácil de suponer y dado que los señores Madero y De la Barra obraban de acuerdo, el empeño de mi hermano en que se diera pronta solución a la cuestión política, o sea la renuncia del segundo y la exaltación del primero a la Presidencia, trajo como consecuencia el que, ambos se apresuraran a eliminar a mi hermano del gabinete, como se verá más adelante. Esto parecerá increíble a una inteligencia mediana, pero así pasaron las cosas con aprobación y aplauso del jefe de la revolución.




Notas

(1) No encuentro el mensaje entre mis papeles.

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