Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezSegunda parte - Capítulo ISegunda parte - Capítulo IIIBiblioteca Virtual Antorcha

Segunda parte

CAPÍTULO II

DESCONOCIMIENTO DEL PARTIDO ANTIRREELECCIONISTA Y CREACIÓN DEL CONSTITUCIONAL PROGRESISTA. LOS PRIMEROS PASOS DE MADERO PARA DIVIDIR AL PARTIDO REVOLUCIONARIO. EL LIC. EMILIO VÁZQUEZ PROPONE EN JUNTA DE MINISTROS LA RENUNCIA DEL SEÑOR DE LA BARRA PARA QUE ASUMA EL SEÑOR MADERO LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA.


En los últimos días del mes de junio me citó el señor Madero en el Bosque de Chapultepec, para tratar algunas cuestiones que él creía de importancia. Concurrí a la cita, que fue a las ocho de la mañana, pensando que se trataría de la renuncia de mi hermano; pero no fue así, porque una vez que nos encontramos solos, me dijo:

- Oiga, doctor, he pensado formar un nuevo partido político que se llamará Constitucional Progresista: aquí tiene usted la lista de los miembros que formarán el comité.

Entre dichos miembros figuraban los señores Gustavo A. Madero, Juan Sánchez Azcona, licenciado Federico González Garza, licenciado Jesús Urueta, licenciado José Vasconcelos y licenciado don Miguel Díaz Lombardo, aparte de algunos otros. No me esperaba esta sorpresa; sin embargo, interrogué al señor Madero:

- ¿Y el Partido Antirreeleccionista, de donde salimos candidatos usted y yo?

- La misión del Partido Antirreeleccionista terminó con la revolución. Ahora necesitamos formar uno nuevo -repuso el señor Madero-.

Hay que tener presente, según consta al principio de estas Memorias, que el Partido Antirreeleccionista no se fundó para hacer una revolución. Si así hubiera sido, habría que confesar que todos sus trabajos y prédicas democráticas no fueron sino una farsa, para engañar al pueblo y llevarlo a la lucha armada. Y de este cargo tan grave no podría librarse el señor Madero. Más adelante veremos la repetición de este concepto en el manifiesto de 9 de julio de 1911.

Por la mayoría de personas que figuraban en la lista del comité del nuevo partido, se comprendía la intención; pero me limité a observar lo siguiente:

- La formación de un nuevo partido y el desconocimiento del Partido Antirreeleccionista, de donde salimos candidatos, sería un acto eminentemente impolítico en cualquier tiempo, y con mayor razón en los momentos actuales. Esto traerá como consecuencia la división de la revolución, que es lo que pretenden y buscan nuestros enemigos políticos; y la verdad es que no debemos facilitarles su tarea, sino más bien evitar que consigan sus propósitos.

El señor Madero insistió en su idea, alegando que el partido revolucionario no se dividiría, en lo cual no convine, y así quedaron las cosas.

Pero, ¿qué había en el fondo de todo esto? En mi concepto, lo más sencillo del mundo: se trataba de eliminar a mi hermano del Ministerio de Gobernación, creyendo que él me impondría como Vicepresidente de la República o, lo que yo más creo, que no se prestaría a ninguna combinación que tuviera por objeto burlar el voto del pueblo para sacar avante al candidato de don Gustavo Madero.

Aprovechando otra oportunidad, un día que el señor Madero volvió a hablarme de la necesidad de separar a mi hermano, le indiqué el modo y tiempo de hacerlo.

- Primero -le dije-, es necesario unificar el partido revolucionario, y para esto se necesitan dos cosas: no formar un nuevo partido, sino dejar existente el Partido Antirreeleccionista y que no haya otra convención, apoyando el programa y los candidatos de la celebrada en abril de 1910. Hecha de este modo la unificación del partido y resuelto el objetivo de la campaña electoral, mi hermano, con el pretexto de que yo soy candidato, puede pedir una licencia mientras se verifican las elecciones. De este modo no habrá ruptura con el gobierno, no se dividirá nuestro partido y los adversarios políticos y los elementos revolucionarios nos verán unidos y fuertes.

Pero el señor Madero, consecuente con su plan preconcebido o, mejor dicho, con el de su hermano Gustavo, no accedió a mi proposición, creyendo o fingiendo creer que el partido revolucionario no se dividiría.

Y por lo que hace a la formación del nuevo partido, el propósito era evidente. Sabiendo que el Partido Antirreeleccionista era sostenedor de mi candidatura vicepresidencial, se necesitaba crear uno nuevo para que sirviera como instrumento y poder sacar avante otro candidato.

En este estado de cosas, recibí la siguiente carta del señor licenciado don Roque Estrada:

Guadalajara, 27 de junio de 1911.
Señor doctor don Francisco Vázquez Gómez.
México.

Muy estimado amigo:

Me permito, en absoluta reserva, adjuntar a usted copia de una carta que hoy mismo envío al señor Madero.

Paso a otro asunto: Los intereses defendidos por el actual gobernador de este Estado han entrado ya en pugna con los que yo represento. A propósito de que yo deseaba fuese nombrado jefe político de este cantón el doctor Narciso González, luchador en batallas y primo del actual gobernador de Zacatecas, el partido llamado Independiente y otros han intrigado de una manera sorda hasta asustar a G. Allende (el gobernador), y éste, con suma honradez, me ha manifestado que no puede seguir en la gubernatura y que renunciará luego. Díjome que él comprendía que mi obligación era vigilar los intereses revolucionarios y que él no puede desligarse por completo de sus compromisos de partido. En consecuencia, su renuncia es inminente y necesaria. Urge a su tiempo un gobernador provisional: creo que soy en estos momentos el más capacitado para el caso, por mi identificación revolucionaria.

La situación es delicada, y solamente así se salvará. Haga todo lo posible porque se me designe; de otro modo, la revolución será un fracaso aquí. No es ambición, sino patriotismo.

R. Estrada.
Rúbrica.

El licenciado Estrada tenía razón; pero él no era científico ni anti-vazquista, únicos méritos que podían alegarse ante el señor Madero para lograr que fuera designado gobernador provisional. Además, el licenciado Estrada no sabía que yo luchaba en esos momentos, sin probabilidades de éxito, por darle unidad y fuerza al partido de la revolución, que el mismo señor Madero se empeñaba en dividir y debilitar. La copia a que se refiere la carta anterior dice:

Guadalajara, 26 de junio de 1911.
Señor don Francisco I. Madero.
México.

Muy querido amigo:

Aunque en estilo telegráfico, creo cumplir con un deber para con la patria y para con el amigo, al ponerlo a usted al tanto de lo siguiente:

Según pude observar en mi estancia en esa capital, hay muchos elementos revolucionarios que no se muestran muy contentos con la política seguida por usted y sus colaboradores inmediatos, siendo las principales causas la preponderancia a que aspira el reyismo, lo poco o nada que se hace para contrarrestarlo y el movimiento sordo del cientificismo, que no muere todavía.

En la atmósfera en que usted vive no puede darse cuenta exacta de esto; pero los que podemos tratar con todas las personas, lo notamos claramente. Se le tacha a usted de debilidad y complacencia con los enemigos, y se cree que de seguir así las cosas, esa debilidad y esa complacencia harán que los ideales revolucionarios fracasen.

Usted puede comprender muy bien la trascendencia de esa opinión, pues hay ya una corriente de ella que conceptúa a usted excesivamente bondadoso y que, por lo mismo, estima de inhabilidad para el alto puesto en que la nación, agradecida, quiere colocarlo. Muy pocos, a decir verdad, quieren reconocer en usted la energía necesaria. para guardar incólumes los principios revolucionarios, y quienes así piensan ven con tristeza la opinión contraria, pues que nadie como usted es el más indicado para guiar la futura república. Esa corriente de opinión a que me refiero, va extendiénd08e con mucha rapidez entre nuestros mismos correligionarios.

Otra critica, no carente de fundamentos, es que se estima como una torpeza el licenciamiento rápido de las fuerzas revolucionarias, sin que se dé paso alguno para el licenciamiento de las fuerzas federales en lo que tienen de forzado, pues es opinión general que muchos de esos elementos forzados de las fuerzas federales, se irían gustosos a sus casas a la primera indicación. Dejar en pie al ejército federal en los momentos en que entran en acción los elementos no desaparecidos del antiguo régimen y hacer desaparecer las fuerzas revolucionarias, es tanto como abrir el camino y la victoria a la reacción.

Todos los que aman a usted, que cOnstituyen la mayoría, ven con profunda tristeza la política seguida por usted y sus colaboradores inmediatos y ansían una reacción hacia la energía que debe sostener, a toda costa, la bandera revolucionaria.

Aquí mismo, en Jalisco, aquella mala opinión se va extendiendo poco a poco y se cree que de seguir por el camino trazado, fracasa la revolución sin necesidad de las armas enemigas; y hasta se cree que no subirá usted al poder. Aquí mismo, en Jalisco, los elementos vencidos reaccionan de una manera poderosa y pretenden adueñarse del poder; pero sobre lo que a mi casa toca, yo respondo de ello y prometo a usted apelar a todos los medios en defensa de los ideales revolucionarios: en Jalisco, ni reyismo ni cientificismo levantarán la cabeza, mientras pueda yo obrar con libertad.

Ahora mis observaciones propias.

He encontrado en México que el elemento reyista empieza a preponderar alrededor de usted mismo y que ha tocado esa influencia a sus inmediatos colaboradores, cuyos nombres me veda la dignidad revelar en estos momentos, pues hay persona de mucha confianza de usted y en quien hemos confiado casi siempre, que cree que el reyismo y el antirreeleccionismo fraternizan amorosamente: es una inocencia peligrosa.

Lo que he notado francamente es que lo que está jugando en la política oficial y ante la mirada bondadosa de usted, son los elementos políticos científicos y reyistas ya nuevamente en lucha, con exclusión casi completa de los verdaderos elementos revolucionarios. Mirando al Ministerio, se ve claramente que predomina el limantourismo (cientificismo), y que los elementos revolucionarios, apenas representados por el dignísimo y enérgico doctor Vázquez Gómez, están en minoría. De seguir así, sin que se reaccione con energía y sin temores ningunos, lo que no cOnsiguieron los proyectiles federales lo conseguirán las intrigas políticas.

Yo quisiera, señor Madero, que usted pudiera disfrazarse un poco y que se pusiese en contacto con sus partidarios mismos para convencerse de que la opinión, que va haciéndooe pública, acabará por mirar en usted, con profunda tristeza, solamente al apóstol y al caudillo, pero nunca al gobernante.

Esta carta me la inspira el amor a la causa y el cariño que profeso a usted.

De usted afectísimo amigo y partidario.

Roque Estrada.

El licenciado Estrada escribió esta carta con verdadera sinceridad y franqueza; pintaba la situación como la veíamos los verdaderos revolucionarios; pero el señor Madero, su hermano Gustavo y los maderistas que los siguieron, no querían ver las cosas con claridad, o si las veían, antepusieron su capricho e interés personal a los ideales revolucionarios. De todos modos, ellos fueron los responsables del fracaso de la revolución, así como de la caída y muerte del Presidente Madero.

En los últimos días de junio o muy a principios de julio, fui al acuerdo con el señor Presidente De la Barra, los cuales acuerdos siempre tenían lugar en Chapultepec. Al comenzar a presentarle los asuntos objeto de mi consulta, me dijo:

- No, señor ministro, no hay necesidad de que consulte mi opinión; resuélvalos como crea conveniente, pues ya sabe que tengo en usted absoluta confianza. Voy a hablarle de otra cosa.

De pronto creí que se trataba de la renuncia de mi hermano, pero no fue así. El señor De la Barra me habló en estos términos:

- Hay un partido político y un grupo de amigos que me proponen lanzar mi candidatura para Presidente de la RepÚblica en las próximas elecciones. He consultado este asunto con mis hermanos Nachín y Luisín y quiero consultarlo con usted, porque le tengo absoluta confianza y lo veo como si fuera un hermano. Por supuesto -agregó- que yo no quiero aceptar, pero antes de resolver, quiero pensarlo bien y consultar opiniones.

El señor De la Barra sabía perfectamente, porque era pÚblico, que el partido revolucilmario estaba dividido o cuando menos dividiéndose, a pesar de mis esfuerzos y del esfuerzo de algunos revolucionarios de buena fe; y tal vez creyó que, apareciendo yo como la víctima del maderismo, grupo causante de dicha división, debía de estar resentido con el señor Madero y podía unirme al partido delabarrista con todos mis partidarios y elementos; pero el señor De la Barra, si así pensó, no me conocía, como no me conocieron otros muchos que hacían de la política un modus vivendi. Así, pues, aproveehándome de sus últimas palabras, le contesté:

- Hace usted muy bien en no aceptar su postulación, y lo felicito por ello. La revolución ha puesto en sus manos un depósito sagrado y su deber es devolverlo intacto. Este acto, que apreciarán todos, lo colocará a usted en condiciones de ser el candidato en el próximo período.

Con toda seguridad, el señor De la Barra no esperaba de mi parte esta contestación, pues no pudiendo disimular la impresión que le produjo, se puso rojo y se limitó a decirme:

- Sí; por eso digo que hay que pensarlo bien y consultar opiniones.

Aquí terminó nuestra conversación. No volvimos a tratar este asunto; pero se intensificaron, por parte del señor Madero y del señor De la Barra, las insistencias para que renunciara mi hermano el Ministerio de Gobernación.

Ahora bien: ¿había acuerdo en esto entre los señores Madero y De la Barra? Indudablemente que sí; pero con diferente propósito: Madero y los maderistas querían otro ministro de Gobernación para asegurar la elección de Vicepresidente a favor de otra persona que no fuera el doctor Vázquez Gómez, y De la Barra y sus partidarios también buscaban un cambio que les fuera favorable, lo cual consiguieron con aprobación y aplauso del mismo señor Madero.

A propósito de esto, voy a mencionar una conversación que tuvo el diputado y general Samuel García Cuéllar con un amigo mío, también diputado, el licenciado G. Ramos, quien me la refirió. Dicha conversación tuvo lugar cuando el señor Madero era ya Presidente de la República.

Hablando del gobierno maderista, el diputado y general dijo a mi amigo:

- Quien tiene la culpa de que Madero sea Presidente, es este tal del licenciado Vázquez, quien se opuso tenazmente a que se licenciaran todas las fuerzas revolucionarias; Madero estaba ya de acuerdo en que se licenciaran, y teníamos el propósito de dar el cuartelazo en el mes de julio (1911); pero, además, De la Barra no se resolvió a aceptar la situación.

Refiero esto tal como me lo contaron, sin que yo me haga responsable de su veracidad.

Sea por eso o por cualquier otro motivo, el hecho es que el señor De la Barra prescindió de su candidatura presidencial y sus partidarios lo postularon después para la Vicepresidencia. Más adelante veremos cuál era el propósito.

El tema de mis casi diarias conversaciones con el señor Madero consistía principalmente, de mi parte, en que no renunciara el ministro de Gobernación, para evitar la división del partido revolucionario; en que no se licenciaran todas las fuerzas revolucionarias, sino que se seleccionaran y organizaran, para lo que pudiera suceder, a todo lo cual se oponía el señor Madero. Esto dió motivo a la carta siguiente:

México, a 8 de julio de 1911.
Señor don Francisco I. Madero.
Presente.

Muy estimado amigo:

Con el propósito de condensar el contenido de carta anterior y rebatir la conversación que tuvimos anteayer, le dirijo la presente para que usted medite seriamente sobre los puntos que siguen:

1° Es indispensable que a la mayor brevedad posible se nombre el inspector de rurales, se dividan éstos en secciones y se nombren jefes caracterizados y de confianza con el fin de dar unidad, organización y fuerza a los diferentes elementos revolucionarios armados, no sólo con el fin de dar garantías completas a la sociedad y confianza a nuestros partidarios, sino también para que en un momento dado, nosotros, que constituímos el gobierno actualmente, podamos contar con fuerzas suficientes, organizadas y capaces para garantizar la paz en todo el país.

Como usted habrá notado, tanto en las fuerzas federales como en los antiguos rurales de la Federación, y muy especialmente en las fuerzas revolucionarias, hay anarquía más o menos grande, y, por lo mismo, más o menos grave, porque no solamente constituye esto una amenaza constante para el país, sino que, en un momento dado, puede también constituirlo para el partido revolucionario triunfante. Urge medite usted bien esto, y, de acuerdo con el gobierno, se proceda a la completa reorganización de todas las fuerzas, porque cada día que pasa será un nuevo peligro por la división y anarquía que aumentan.

2° Por más que usted, en general, opina lo contrario, no debemos perder de vista que el elemento científico, una vez que se ha dado cuenta de que no sólo no se le persigue, sino que aun parece que se le protege, se está reorganizando desde el punto de vista político, poniendo en juego todos sus elementos pecuniarios bajo diferentes formas: unas veces, creÚndole obstáculos al gobierno actual, para lo cual se presentan disfrazados de revolucionarios; otras veces, por medio de la prensa que poseen y que parece aumentar todos los días, publicando noticias más o menos graves, pero de todos modos falsas, con el propósito de desprestigiar al gobierno; ya organizándose en agrupaciones políticas, más o menos ventajosas, para surgir en el momento oportuno y, según noticias múltiples y fidedignas, se están organizando también militarmente. Con este motivo, debo decir a usted que muchOs de los llamados magonistas; no son otros que científicos disfrazados. A este propósito, juzgo absolutamente indispensable que usted hable con el señor Presidente, con el fin de que rápidamente cambie los cónsules en la frontera, en los Estados Unidos: en Nueva York, Nueva Orleans; en una palabra, en todos aquellos lugares en los que, actualmente existen cónsules del antiguo partido y que, según sé, y lo publica ya la prensa, están ayudando eficazmente a los nuevos conspiradores de San Antonio y de toda la línea americana del Bravo.

3° A propósito del licenciamiento de las fuerzas revolucionarias, no olvide que las que se licencien deben irse contentas y satisfechas del proceder del gobierno actual, pórque de otro modo sería sembrar en todo el país elementos de discordia en los tiempos que van a venir inmediatamente. A este efecto, conviene que se les paguen bien sus armas que poseen y que no se les permita, por ningún motivo, llevárselas consigo; que se forme una lista conteniendo nombres, lugares de origen, de dónde vinieron y a dónde van, y que se les dé, además, un certificado honorífico en donde conste que han prestado buenos servicios a la patria.

4° En cuanto a las fuerzas que no han de ser licenciadas, urge cuanto antes organizarlas con el fin de transformarlas en un elemento eficaz para dar garantías al país, para que éste sienta realmente que las tiene y para contrarrestar cualquiera tentativa del enemigo.

5° No olvide que es necesario desplegar más energía en contra del enemigo, que no ha caído todavía, por más que la prensa diga todo lo contrario; y esto, no solamente debe hacerse en la capital, sino muy especialmente en los Estados, con preferencia en los Estados del norte. La prensa publica ya abiertamente y aun llama por sus nombres, a individuos que se ocupan de trabajos más o menos sospechosos, y sin embargo, el gobierno no toma ninguna determinación, por lo cual juzgo indispensable que usted hable con el señor Presidente a este respecto, pues si yo no lo hago, es porque puede decirse que me tomo atribuciones que no me pertenecen.

6° No obstante lo que usted ha dicho repetidas veces sobre el particular, existen y continúan desarrollándose los trabajos que tienden a producir una división entre nosotros, de los cuales una buena parte se hace en la sombra y la otra comienza a hacerse pública. Dadas las circunstancias por las que atraviesa el país bajo la dirección de un gobierno de transición, creo que no son los momentos más oportunos para que se verifique una división; pues como le he dicho repetidas veces, opino que todos los que pertenecemos al partido revolucionario debemos permanecer unidos; porque de otro modo, no podremos resistir al enemigo de una manera ventajosa, debido a los obstáculos que éstos nos ponen y nos pondrán en un futuro muy próximo; y, como le dije la última vez, sería muy triste que resultáramos vencidos por las dos armas que empleamos para obtener el triunfo; es decir, las armas y la opinión pública. Es indispensable que usted medite este punto y procure poner a tiempo el remedio a todos los que señalo en esta carta.

Respecto a la invitación que me hizo en lo particular para ir al Estado de Puebla, pienso que como empleado y miembro del gobierno, no me convendría acompañarlo, y sobre todo, cuando usted, como miembro y jefe de la revolución, va a hacer una visita al Estado en donde comenzaron a desarrollarse los acontecimientos de la revolución; pero como es necesario hacer presente ante el país que estamos unidos actualmente, del mismo modo que lo estuvimos en los tiempos pasados, tendré el gusto de acompañarlo. A nuestra vista arreglaremos el modo de hacer el viaje.

De usted afmo., atto. amigo y s. s.

F. Vázquez Gómez.

La anarquía de los elementos militares a que hago referencia en el párrafo 1 de la carta anterior, no era verdaderamente tal cosa. Lo que sucedía era que, por una parte, algunos de los jefes federales, resentidos por la derrota y probablemente sugestionados por políticos del antiguo régimen, pensaban tomar la revancha a la primera oportunidad, y los soldados revolucionarios no estaban conformes con la situación política, veían que la revolución estaba en minoria en el gabinete, y sobre todo, no veían al señor Madero en la Presidencia, lo cual indicaba, para su modo de ver las cosas, que había triunfado la revolución. De aquí ha venido la creencia, entre algunos revolucionarios, que yo hice fracasar la revolución con los tratados de Ciudad Juárez; pero en verdad, lo que ignoran todos es que la causa única del fracaso revolucionario constió en que los Madero, inclusive el jefe de la revolución, eran limanturistas apasionados; es decir, científicos, y por lo mismo, partidarios del grupo político dominante en el gobierno del señor general Díaz. Y como la inmensa mayoría de los revolucionarios consideraban la revolución contra los dos grupos que constituían el gobierno (y tenían razón), el señor Madero se encontraba entre dos tendencias opuestas: las de los científicos y las de la revolución. De aquí, como se ha visto Y se verá más adelante, las frecuentes vacilaciones e indecisiones del jefe de la revolución.

En el párrafo tercero recomendaba que las fuerzas revolucionarias que debieran licenciarse deberían dejar sus domicilios y llevarse un certificado honorífico, dejando su filiación para reconoeerlos en todo tiempo y llamarlos cuando fuera necesario. Era una especie de reserva, única cosa que podía hacerse frente a las exigencias del jefe de la revolución, que se empeñaba en que fueran licenciadas la mayor parte. Esta práctica seguí en Puebla, manifestando, además, a los industriales y hacendados que el certificado antes aludido era una recomendación para que le dieran trabajo al portador o tierras a partido a los que quisieran dedicarse a esa clase de trabajos.

A propósito de mis ideas sobre el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias, escribí a Carranza la siguiente carta:

México, a 16 de junio de 1911.
Señor Venustiano Carranza.
Gobernador de Coahuila.
Saltillo.

Estimado amigo:

Conviene que los revolucionarios sean licenciados en parte, utilizándose el resto como sigue: unos, como rurales de la Federación, bajo las órdenes de jefes de confianza; otros, como miembros de la policía rural; otros, para cubrir las bajas que se den a los antiguos rurales de la Federación que fueron instrumentos de los caciques, y el resto, para cubrir las bajas en el ejército permanente.

Creo que obrando de acuerdo con estas instrucciones, contaremos con mucha gente, excusándome decirle que sólo se deben de aprovechar los servicios de aquellos que voluntariamente deseen servir.

Como no conozco la Constitución del Estado de Coahuila, ignoro qué prescribe en el asunto de gobernador; es decir, cuando debe usted convocar a elecciones para gobernador constitucional; por lo que le he de agradecer me haga el favor de ilustrarme sobre el particular.

Como siempre, quedo su afmo., atto. amigo y s. s.

Francisco Vázquez Gómez
Rúbrica.

Al día siguiente de la fecha de mi carta al señor Madero, éste consumó la división del partido revolucionario en un manifiesto que fue algo así como la contestación a mi carta. Dice el manifiesto:

La revolución alteró el orden de continuidad del Partido Antirreeleccionista, por cuyo motivo en los actuales momentos ninguna agrupación política puede pretender legítimamente ser reconocida como centro directivo. Habiéndome reservado la jefatura del partido emanado de la revolución, al hacer la renuncia de Presidente provisional de la República, me parece conveniente reorganizar el antiguo Partido Antirreeleccionista sobre nuevas bases.

Desde luego, como las candidaturas mía y del señor don Francisco Vázquez Gómez han sido lanzadas por numerosos clubes de la República, deseo, por lo que a mí respecta, retirarme de la política activa, delegando mis facultades en un comité central, integrado por las siguientes personas:

Juan Sánchez Azcona, Gustavo A. Madero, licenciado José Vasconcelos, licenciado Luis Cabrera, ingeniero Alfredo Robles Dominguez, licenciado Roque Estrada, Manuel M. Alegre, Enrique Bordes Mangel, ingeniero Eduardo Hay, licenciado Jesús González, licenciado Adrián Aguirre Benavides, doctor Ignacio Fernández de Lara, Pedro Galicia Rodríguez, Eusebio Calzado, licenciado Jesús Urueta, doctor Francisco Martínez Baca, licenciado Nicolás Meléndez, licenciado Jesús Flores Magón, Heriberto Frías, Rafael Martinez, licenciado Diaz Lombardo (Miguel) y Roque González Garza.

Como ya los principios sostenidos por el Partido Antirreeleccionista han triunfado en la conciencia nacional, y muy pronto estarán consignados en la Constitución, no tiene ya razón de ser la antigua denominación del partido, por cuyo motivo propongo que la nueva agrupación se llame Partido Constitucional Progresista.

El principal papel que deberá representar este comité, será de reorganizar el antiguo Partido Antirreeleccionista, bajo la nueva denominación; vigilar la completa realización de los principios sostenidos por el Partido Antirreeleccionista y la revolución y preparar la lucha electoral, tomando parte en las cuestiones locales, pero muy especialmente en las elecciones generales.

Me permito sugerir que a este comité se agrupe un representante del Club Aquiles Serdán, otro del Club Ley, otro del Club Libertador Francisco I. Madero, y tres miembros más, representando otros tres clubes de mayor importancia de esta capital.

Por último, deseo hacer conocer a este comité y a las personas a quienes está dirigido este manifiesto, que el doctor Vázquez Gómez y yo creemos haber contraído un compromiso solemne con la nación, al publicar nuestro programa de gobierno, a raíz de la convención del año pasado, supuesto que las agrupaciones que nos han postulado, lo han hecho sobre la base de dicho programa. Por tal motivo, esperamos que las agrupaciones políticas que en lo sucesivo nos postulen, lo harán bajo la misma inteligencia.

Las últimas adiciones que haremos a nuestro programa, serán para lograr por los medios constitucionales la realización de las promesas que encierra el Plan de San Luis Potosí.

Conciudadanos: La lucha sostenida por el pueblo y sus antiguos opresores ha tenido un glorioso desenlace. El pueblo ha reconquistado su soberanía; los ciudadanos, el pleno ejercicio de sus derechos; pero no olvidéis que si no los ejercitáis con constancia y patriotismo, podéis perder el fruto de la victoria. Por tal motivo, nunca me cansaré de recomendaros que sigáis luchando sin descanso, siendo nuestros nuevos campos de batalla las urnas electorales, y nuestra arma más poderosa el voto.

SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCION.
México, D. F., 9 de julio de 1911.
Francisco I. Madero.

Aunque en este manifiesto, el señor Madero habla a veces en su nombre y en el mío, debo advertir que yo no tuve conocimiento de que preparaba un manifiesto de esta naturaleza; pues la primera noticia que tuve de este paso tan grave, fue cuando leí en la prensa el manifiesto que acabo de transcribir.

Dice el señor Madero que su deseo es retirarse de la política activa; y sin embargo, autocráticamente, pretende hacer desaparecer el Partido Antirreeleccionista; asienta que ninguna agrupación política puede pretender legítimamente ser reconocida como centro directivo, se reserva por sí y ante sí la jefatura del partido emanado de la revolución, no obstante el hecho que ningún partido emanó de la revolución, sino ésta del Partido Antirreeleccionista; y delega sus facultades, que nadie le dió, en un comité nombrado por él. ¿Qué idea tendría el señor Madero de lo que es un partido político? Yo no sabré decirlo; pero por lo que se ve, puede decirse que el señor Madero quiso transformar un partido político de principios, en una camarilla personalista; y digo que quiso, porque no lo consiguió, pues el Partido Antirreeleccionista siguió y sigue viviendo.

Como quiera que sea, lo que logró el señor Madero fue dividir el Partido Antirreeleccionista o sea la revolución emanada de él, pues una parte de los miembros del partido siguieron siendo fieles al primitivo partido, es decir, a la revolución; y otra parte, la que formó el nuevo partido, se volvió personalista o sea maderista. Esta división de los elementos políticos trajo como consecuencia, primero, la desconfianza de los revolucionarios respecto del jefe de la revolución, y después, la división de los elementos armados. De aquí la guerra civil que aprovecharon los enemigos de la revolución para derrocar al gobierno maderista y aun para asesinar al señor Madero.

El día 11 de julio convinimos el señor Madero y yo en que él saldría para Puebla el día 12 y yo lo alcanzaría en dicha ciudad el día 13, al mediodía, no pudiendo salir juntos porque yo tenía que tratar un asunto muy importante el 12 en la tarde. Se trataba, en efecto, de una junta de ministros en la que mi hermano iba a hacer una proposición. Puede decirse que dicha junta de ministros fue informal, porque a ella concurrió el señor licenciado don Luis Cabrera, invitado por el señor De la Barra, y a quien se consideraba como la persona que debía substituir a mi hermano en el Ministerio de Gobernación.

A propósito: Como en mi telegrama de 29 de mayo, fechado en El Paso, el señor Madero me dijo que no aceptaba al licenciado Cabrera como subsecretario de Gobernación, cuando me di cuenta de que estaba resuelta la separación de mi hermano por los señores Madero y De la Barra, indiqué como candidato para substituirlo a Venustiano Carranza, y así se lo hice saber a éste, lo cual dió motivo a la siguiente carta:

Membrete que dice: Correspondencia particular del gobernador de Coahuila.

Saltillo, 7 de julio de 1911.
Señor Ministro de Instrucción Pública.
Dr. Francisco Vázquez Gómez.
México.

Muy estimado amigo:

Por haber salido para esa mi secretario particular, no tengo a la vista SU última carta, en la cual me dice que por trabajos de algunos de nuestros correligionarios en contra de su hermano Emilio, pudiera éste verse obligado a retirarse del Ministerio de Gobernación, para cuyo cargo me propondría usted para sustituirlo. Mucho agradezco a usted sus buenos deseos de elevarme a ese alto cargo; pero creo conveniente que, salvo que usted se halle en circunstancias verdaderamente difíciles, no se retire Emilio del Ministerio. Pueden estar seguros usted y el señor Madero que adonde sean necesarios mis servicios, con gusto iré a prestarlos.

Mi secretario particular debe haber impuesto a usted de cómo andamos por acá y de la necesidad que hay de obrar con energía.

Quedo su amigo afmo.

V. Carranza.

Vuelvo a mi narración de la junta de ministros. Después de tratar algunos asuntos sin importancia, mi hermano expuso que la situación política era bastante grave y aun alarmante; que los revolucionarios temían que no hubiera triunfado la revolución y trataban de llevar ésta hasta su fin, lo cual pondría al gobierno en una situación delicada, si no es que grave; que para conjurar esta crisis, él no veía más que un remedio: que renunciara el señor De la Barra, y el señor Madero ocupara la Presidencia; y en apoyo de su opinión presentó el acta que la víspera habían firmado algunos jefes revolucionarios. Como es de suponerse, esta proposición fue una gran sorpresa para los miembros del gabinete y muy especialmente para el señor De la Barra. En los momentos en que se trataba este asunto entró un ayudante del Presidente y dijo a éste que el ministro de Suecia deseaba hablarle. De la Barra se retiró diciendo:

- Los dejo a ustedes por un momento.

Una vez solos, el señor Ministro de Hacienda, don Ernesto Madero, abandonó su asiento y dijo a mi hermano, con su muy especial modo de hablar:

- Pero hombre, licenciado, eso que usted propone es una barbaridad. ¿Cómo es posible hacer eso?

- Muy sencillo -contestó mi hermano-: no hay ministro de Relaciones, yo soy el ministro de Gobernación, renuncio luego, se nombra a Panchito ministro de Gobernación, renuncia el señor De la Barra y sube Panchito a la Presidencia, que es lo que debe ser, para que los revolucionarios vean que la revolución ha triunfado y se eviten sucesos desagradables o graves.

Volvió el señor De la Barra, se hizo el sueco, y en seguida se dió por terminada la reunión. Por mi parte, me hice esta reflexión:

Muy pronto saldrá mi hermano del Ministerio, porque ahora el señor De la Barra redoblará sus actividades cerca de Madero para que pronto haya el para ellos tan deseado cambio en el gabinete.

Así sucedió.

El acta que presentó mi hermano y que entiendo no es conocida del público, dice:

En la ciudad de México, D. F., a los once días del mes de julio del año de mil novecientos once, reunidos los que suscriben la presente, jefes del Ejército Libertador, han acordado:

I. Poner todos los medios que estén a su alcance para hacer que se cumpla en todas sus partes el denominado Plan de San Luis Potosí.
II. Prestarse todo el apoyo necesario, moral y material, mutuamente, con el fin de perseguir el cumplimiento del mencionado Plan de San Luis Potosí.
III. Cualquiera de los firmantes que haga traición a los demás, o falte al cumplimiento de las anteriores cláusulas, será juzgado como traidor, quedando autorizados los demás jefes para ejecutarlo sin más formación de causa.
IV. Que el apoyo a que se refiere la cláusula segunda se haga extensivo a las fuerzas que están bajo las órdenes de cada jefe.

Y para su constancia, firmamos la presente.

SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCIÓN.
Ju. Andr. Almazán.
Gabriel M. Hernández.
C. Navarro.
Camerino Mendoza.
E. Segura.
R. Ruz.
R. Espinosa.
A. Guz
Heriberto Jara.
Enrique W. Paniagua.
Miguel J. Barrón.
Franco Reyes Pérez.
Ignacio Flores Piurol.
Jorge Rodríguez
Gral. Camilo Arriaga.
Salvador González.
Macario Román Salgado.
J. Pesqueira.
N. Rivadeneyra.
Juan J. Múgica.
A. M. Azueta.
Sabás Valladares.

Como a las ocho de la noche salimos de la junta de ministros. Al salir, mi hermano me dijo que llevara el acta a Puebla, se la mostrara al señor Madero y le informara acerca de la proposición que había hecho relativa a la renuncia del señor De la Barra para que él, Madero, asumiera el poder como Presidente de la República.

Al día siguiente, 13 de julio, muy temprano salía yo solo de mi casa para tomar el tren de Puebla, cuando me encontré, al salir, al entonces coronel Luis Alberto Guajardo, que me estaba esperando, y al preguntarle qué se le ofrecía, me contestó que acompañarme a Puebla por orden de mi hermano. Al comprar los periódicos del día en la estación del Mexicano, vimos que en la noche anterior había habido un choque entre las fuerzas federales y las revolucionarias, con un total de doscientos muertos, cifra que resultó exagerada.

La circunstancia de que este choque armado tuviera lugar precisamente en la noche del día en que el señor Madero debía llegar a Puebla, me hizo pensar en lo que pudiera haber sucedido, pues era una coincidencia muy rara. Con esta intranquilidad emprendimos el viaje, informándome por telégrafo en cada estación en dónde estaba el señor Madero, sin obtener una respuesta satisfactoria hasta antes de llegar a Apizaco, en donde supe que la noche anterior el señor Madero había dormido en Tlaxcala, que en esos momentos salía de Santa Ana Chiautempan para Puebla.

Ya un poco tranquilizado, continuamos nuestro camino, pero en Panzacola nos sucedió lo siguiente: estando parado el tren, entraron al carro en que hacíamos el viaje dos mujeres dando gritos, seguidas de dos hombres, y detrás de los cuatro, una multitud del pueblo pretendiendo matarlos, porque les atribuían haber matado a dos obreros de una fábrica, la de Covadonga, si mal no recuerdo. Después de procurar calmar a la multitud, al fin se consiguió que nada se les hiciera, porque se les ofreció entregarlos a las autoridades de Puebla para que los castigara, si resultaban culpables. Pero apenas se había puesto en marcha el tren, cuando otro grupo más numeroso de pueblo obligó al maquinista a parar el convoy, penetrando al carro muchos hombres armados, pretendiendo dar muerte allí mismo a los perseguidos. Las cosas se pusieron entonces bastante serias y en los momentos más críticos, el coronel Alberto Guajardo dijo a la multitud que les iba a hablar yo. Me fuí a la plataforma del carro y hablé al pueblo enfurecido, ofreciéndole, bajo mi responsabilidad, que aquellos hombres serían entregados a las autoridades de Puebla, sin dejar de decirles que la revolución haría justicia al que la tuviera, y otras cosas que se me ocurrieron en aquel momento de apuro. Habló también el señor licenciado Cabrera, quien, por motivos que no recuerdo, si alguna vez lo supe, iba en el mismo tren y, al fin, la multitud se calmó, acabaron por aplaudirnos y el tren continuó su marcha, llegando a Puebla una hora después de que había llegado el señor Madero.

Apenas me hube alojado en la casa del señor Manuel Conde, me fuí a ver al señor Madero a la casa de la familia Serdán, en donde estaba hospedado. Le informé de mi comisión, le mostré el acta e insistí en que era necesario que él asumiera la Presidencia para calmar los ánimos de los revolucionarios. Pero cuál no sería mi desilusión al oír del señor Madero estas palabras:

- No, doctor; el licenciado tiene miedo. Yo tengo absoluta confianza en De la Barra.

Y sin embargo, a mí me constaba que De la Barra intrigaba.

A propósito de esto, creo oportuno y aun necesario hacer dos citas, ya que se trata de conceptos que se han hecho públicos en libros de más o menos circulación.

La primera se refiere a la señora Sara Pérez viuda de Madero, quien en carta fechada en Nueva York el 21 de marzo de 1913, dirigida al señor teniente coronel Luis G. Garfias y publicada en el libro México Revolucionario, del señor Alfredo Breceda, dice lo siguiente en el penúltimo párrafo:

Ahora sí, nada de magnanimidad; pues hemos visto con dolorosa experiencia que sólo entienden a fuetazos. Dígale a don Venustiano que no olvide que los Vázquez Gómez también han sido traidores. (Pág. 253).

Con pena, por tratarse de una señora, pero anteponiendo a cualquiera otra consideración la verdad histórica, me creo autorizado a rectificar a la señora viuda de Madero. En efecto, según consta en los documentos transcritos y los que después serán insertados, no fue la magnanimidad del señor Madero lo que determinó su caída y muerte, sino otra cosa muy distinta que cada quien calificará como le parezca. En cuanto a la traición de los Vázquez Gómez, el lector podrá formarse un juicio fundado y exacto después de que haya leído lo que acabo de relatar y los documentos auténticos que aparecen en estas Memorias. Entonces se verá quiénes traicionaron, no a un hombre, sino a la revolución.

La segunda cita es referente al señor Márquez Sterling. Este señor, en una especie de novela con pretensiones de histórica, titulada Los últimos días del Presidente Madero, con frecuencia escribe cosas como las siguientes:

Don Emilio Vázquez Gómez, en el Ministerio de Gobernación, despierta suspicacias, y ya no confían los íntimos del Caudillo en el ministro de Instrucción Pública, don Francisco, el hermano de don Emilio. En Puebla corre sangre. Y un grupo intenta establecer en la Baja California, Sonora, Chihuahua y Sinaloa, con los cánones socialistas, una república independiente. No hay absurdo que no tenga un pequeño apóstol de guardarropía. (Pág. 253).

Porque el desafecto de Gustavo a Vázquez Gómez aumenta y es, para su grupo de amigos, saña y estímulo febricitante. Vázquez Gómez (arguye la gente de Gustavo), obstruccionará en el gobierno a Madero y, dándole de mano en el momento propicio, le quitará la Presidencia. Su proceder ha sido siempre obscuro, su adhesión siempre fría, nunca con Madero afable, abierto, comunicativo, franco; y un buen olfato habría observado en las horas de turbulencia una sorda oposición a los dictados del apóstol; un recelo sinuoso, un descontento resignado que, de repente saltaría los broches de ficticia y circunstancial identificación. Hombre de talento, no cabe duda; pero su talento no será útil al gobierno, porque sólo quiere ser útil a sus pasiones, y no servirá de auxilio a la patria por el temor de servirle de auxilio a Madero. Toda su labor en el segundo puesto será pretender al primero. (Pág. 276.)

Por lo contrario, Vázquez Gómez, doctor, aboga por Vázquez Gómez, licenciado, y pide para su hermano la cartera que usó con deslealtad. (Pág. 277.)

No me resuelvo a transcribir todas las falsedades que asienta el señor Márquez Sterling, porque, en verdad, ello sería una empresa bastante larga y tediosa.

Ahora bien: ¿en qué hechos históricos concretos y verdaderos se funda el señor Márquez Sterling para hacer semejantes afirmaciones? En ningunos, porque no cita uno solo: todo es producto de su fantasía o de la del señor Fernández Güel, connotado espiritista a quien cita con frecuencia. ¿Y documentos auténticos? Tampoco los conoce, pues en su libro sólo se encuentra la relación de algunos hechos referentes al cuartelazo de 1913, que el señor Márquez Sterling conoció muy bien con motivo de sus nobles gestiones en favor de los señores Madero y licenciado José María Pino Suárez; pero en el cual nada tuvieron que ver los hermanos Vázquez Gómez.

Mas el señor Márquez Sterling seguramente recordó aquello de calumnia, que algo queda, y así ha quedado en el ánimo de las gentes que han leído su libro e ignoran, por lo mismo (y completamente) la realidad de las cosas, del mismo modo que las ignora su autor. La verdad es que antes de leer el libro del señor Márquez Sterling, diplomático de carrera, según nos cuenta, creí que se trataba de una obra seria, como debía de ser, tratándose de una persona de tal categoría; pero la ilusión no correspondió a la realidad, porque en lo que concierne a la materia de estas Memorias, no encuento sino un cúmulo de falsedades sin hilación ni congruencia.

Que los caracteres de Madero y mío eran completamente distintos, no cabe la menor duda. El era alegre, comunicativo hasta la indiscreción, fanático creyente en los espíritus y bastante despreocupado en los asuntos serios y aun graves, como sucedió en Puebla y en los momentos en que caía su gobierno. Yo no tenía ni tengo estas cualidades. En Puebla, mientras los cadáveres de los soldados revolucionarios asesinados el día 12 de julio, estaban todavía insepultos el 14, en plena descomposición y tirados en el panteón como animales, el señor Madero se ocupaba en concurrir a los banquetes y a los bailes a que era muy afecto. En cambio, el doctor Vázquez Gómez no concurrió a ninguna fiesta, se ocupó en evitar otra catástrofe, en contrariar las intrigas de los enemigos de la revolución, en procurar que se enterraran decentemente nuestros correligionarios muertos, a quienes el señor Madero calificó de bandidos al dar un abrazo al general Blanquet, cuando fue a saludarlo a su cuartel en Puebla, dos o tres días después de la hecatombe (1).

Por supuesto que en nada me preocupan las críticas del señor Márquez Sterling por mi manera de proceder, y si hago mención de ellas, es porque han hecho impresión en algunas gentes tan ignorantes como el señor Márquez Sterling, de cómo han pasado las cosas.

El hecho de que el licenciado Emilio Vázquez pidiera en junta de ministros la renuncia del señor De la Barra, para que el señor Madero asumiera desde luego la Presidencia de la República, aleja absolutamente toda idea de traición. Este hecho se encuentra consignado también en las Obras Políticas del licenciado Blas Urrea (Luis Cabrera). Allí pueden leer los que pongan en duda mi relación, lo siguiente:

En aquellos días (el día doce de julio), el autor fue invitado por De la Barra a tomar parte en una junta extraoficial que se efectuó en palacio, a la que concurrieron algunos de los ministros, con el fin de discutir la situación, que el Presidente interino veía muy difícil. En esa junta, don Emilio Vázquez Gómez hizo notar que lo difícil de la situación consistía en que Madero, siendo jefe de la revolución, no estuviera ya al frente del gobierno, y aconsejó como única medida sensata, que De la Barra renunciara y el Congreso eligiera a Madero, medida, en nuestro concepto, verdaderamente sabia. De la Barra, por supuesto, no se dió por entendido. (Págs. 244-245).




Notas

(1) Al señor Madero, a pesar de lo que acababa de suceder en Puebla, le urgía el desarme de los revolucionarios, y, o algún fin premeditado tenía, o era tan grande la inconsciencia a que lo habían arrastrado ya sus incondicionales que parecía no darse cuenta de lo que se venía encima a la revolución y a los revolucionarios.

El día 15 de julio de 1911, en una extra de El Heraldo Mexicano se publicaba el siguiente telegrama:

Puebla, 15 de julio.
Sorprendido por el número de maderistas que se ha encontrado y que están armados todavía, y dándose cuenta del peligro que significa el mantenimiento de un ejército indisciplinado en tiempo de paz, el señor Madero ha decidido que se proceda a un inmediato desarme
.

En otro lugar del mismo periódico se lee:

Esta mañana el leader revolucionario (Madero) declaró que la tarea de desbandar las fuerzas revolucionarias, sin pérdida de tiempo, seguirá adelante, hasta que la República no tenga más que un ejército ... Madero declaró también que su objeto principal al dirigirse a Atlixco, en vez de continuar su jornada hacia Tehuacán, era el de atender personalmente al desarme general de las fuerzas que alli se encuentran.

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