Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezPrólogo de Francisco Vázquez GómezPrimera parte- Capítulo IIBiblioteca Virtual Antorcha

Primera parte

CAPÍTULO I

EL REYISMO

Conferencias del autor con los Generales Porfirio Díaz y Bernardo Reyes


Desde el año de 1904, el general Díaz estuvo cada vez más dominado por el Partido Científico, cuyos miembros eran los verdaderos directores de la política del país, y no permitían llegar al conocimiento del Presidente sino lo que era más conveniente a sus intereses. Esto nada tiene de extraordinario, supuesto que así proceden las camarillas políticas: engañan y explotan al que manda o debía mandar, con el fin de preparar el terreno para satisfacer sus aspiraciones. La avanzada edad del general Díaz, un trabajo intenso por muchos años y el estado mental consiguiente a estas condiciones, favorecieron en alto grado la acción de un grupo de hombres inteligentes, instruídos, pero que no servían con lealtad al jefe, sino aparentemente, con el fin de heredar el poder un poco más tarde.

Entre los verdaderos amigos del señor general Díaz se contaban algunos cuantos influyentes en la política de aquel tiempo. Así podemos considerar a los señores licenciado Joaquin Baranda, general Bernardo Reyes y a don Teodoro A. Dehesa; pero para nulificar la influencia que éstos pudieran ejercer sobre el Presidente, los científicos enderezaron su táctica en el sentido de eliminarlos, como sucedió con el licenciado Baranda, o de presentarlos ante la imaginación de un hombre, que se pudiera decir en decadencia mental, como enemigos capaces de cometer cualquier atentado. Esta fue la suerte que tocó al señor general don Bernardo Reyes.

Pero todos estos trabajos o maquinaciones si se quiere, no pasaron inadvertidos para la opinión pública en general. Esto y los grandes negocios, que hoy podrían considerarse como caprichos de niños, negocios que tendían a monopolizar los científicos, hizo que el pueblo los viera con desconfianza primero y después con verdadera animadversión. La opinión se volvió en contra de los científicos más bien que en contra del Presidente, lo cual dió origen a que, para las elecciones de 1910, surgieran dos candidatos para la Vicepresidencia de la República: el señor don Ramón Corral, como candidato científico u oficial, y el señor general don Bernardo Reyes, como independiente o anticientífico.

En este estado las cosas y a mediados del año de 1909, se presentaron en mi consultorio los señores licenciados José López Portillo y Rojas, Alfredo Rodríguez y Heriberto Barrón, con el objeto de invitarme a tomar participación en la política del reyismo. Después de cambiar impresiones sobre el asunto, acepté la invitación.

En ese tiempo no se pensaba en un completo cambio de régimen, sino, más bien, en un gobierno de transición. El general Reyes era un hombre honrado, activo, trabajador, de dotes administrativas excepcionales, según lo testifican la transformación que sufrió el Estado de Nuevo León durante su largo régimen, y el haber salido del gobierno sin capital; además, era contrario a la política absorbente de los científicos, que patrocinaban la candidatura Corral. Este, de quien fuí médico por un tiempo bastante largo para poder conocerlo, también era inteligente, de carácter y de una comprensión fácil y clara en toda clase de asuntos; pero tenía el defecto de sér instrumento de los científicos.

Con motivo de que la mayor parte de la opinión deseaba un cambio aunque no fuera sino a medias, el reyismo se extendió con verdadero entusiasmo y no poca facilidad. Pero al mismo tiempo que esto sucedía, se intensificaron los obstáculos puestos por el elemento oficial, tomando como pretexto la manera apasionada con que los mexicanos se entregan a la política, y, a veces, poniendo algunas celadas para desprestigiar al general Reyes.

Uno de los estados en que el reyismo fue muy intenso fue el de Jalisco, especialmente en Guadalajara, su capital, pues según se supo entnces y lo refiere Taracena en su libro En el Vértigo de la Revolución, los reeleccionistas o corralistas tuvieron dificultades. Al efecto, copio el siguiente párrafo, que da una idea de lo sucedido. Dice:

El mitin de hoy (25 de julio de 1909) en el teatro Degollado, fue un desastre. Los oradores eran José María Lozano, Nemesio García Naranjo y Luis Manuel Rojas. Los reeleccionistas regresaron a México a escondidas de la muchedumbre enfurecida, que amenazaba con una verdadera rebelión.

Con este motivo, el señor licenciado Rojas dijo en El Gráfico de 26 de noviembre de 1930, lo siguiente:

Relativamente a la versión inexacta. de que yo era, en unión de los señores licenciados José María Lozano y Nemesio García Naranjo, uno de los oradores de la misión propagandista de la candidatura Díaz-Corral, que fue a Guadalajara en 1909, propugnando contra la candidatura Díaz-Reyes (de la cual era uno de los principales directores el señor doctor Vázquez Gómez), diré que mi modesto papel en aquella ocasión se redujo a desempeñar la comisión que me dió el Partido Liberal Independiente de Jalisco, a efecto de acompañar y atender a los viajeros, y si el señor doctor juzga que tal cosa vale la pena de que figure en sus memorias, puede consultar para ello las páginas 183 y 185 del primer tomo de mi citada obra, que existe en todas las bibliotecas de esta ciudad, y donde hago una amplia y verídica relación de lo ocurrido a ese respecto.

En cuanto a la versión inexacta, toca al autor Taracena rectificarla o ratificarla. Por mi parte, con mucho gusto voy a obsequiar los deseos del señor licenciado Rojas, copiando al pie de la letra lo que en su libro dice a este respecto; y digo copiando y no haciendo extractos, porque muy a menudo éstos resultan según conviene a quienes los hacen.

En la página 184 (y no 183, de su libro antes citado) dice:

Como yo formaba parte de la agrupación corralista de Guadalajara, fuí comisionado para acompañar a los propagandistas de México en su viaje a la capital de Jalisco, y me tocó presenciar, en carácter de actor, los desagradables sucesos que provocó entonces nuestra actitud, habiéndome librado por mi buena suerte de ser una víctima.

De esto se infiere que el llamado Partido Liberal Independiente de Jalisco, que comisionó al señor licenciado Rojas para atender a los propagandistas de la candidatura Díaz-Corral, o sea la oficial, no tenía de independiente más que el nombre. Consta que el señor licenciado Luis Manuel Rojas formaba parte de la agrupación corralista de Guadalajara, y como miembro de tal agrupación, se le comisionó para que atendiera a los propagandistas de la candidatura oficial, y que, con el carácter de actor, le tocó presenciar los desagradables sucesos de que hace mención el señor Taracena en su libro. Entre lo asentado por éste y el señor licenciado Rojas, no hay más diferencia que el último no fue orador, según dice.

A mayor abundamiento, en la página 9 del Diario de los Debates, 26 de septiembre de 1912, y con motivo de que el diputado González Rubio calificó al señor licenciado Luis Manuel Rojas de tránsfuga del corralismo, se encuentra lo siguiente:

El C. Rojas: Yo declaro en voz alta y con el valor civil necesario, que tenía mi derecho para ser corralista: no fuí nunca de los que medraron con el gobierno; no tuve el menor empleo; que lo diga el señor Lozano. Simple y sencillamente, lo digo con franqueza: Por convicción y por enemistad. con el general Reyes. El señor general Reyes me echó a la prisión, me levantó una calumnia judicial, y nunca podía ser su amigo; me puso entre el dilema de ser reyista o ser corralista. Fuí honradamente corralista; no lo he negado ni lo negaré. Por consiguiente, no tiene razón el señor González Rubio para llamarme tránsfuga del corralismo.

Pero el señor Corral era el candidato de los científicos, y como el señor licenciado Rojas formaba parte de la agrupación corralista de Guadalajara, y por convicción, según dice, perteneció al corralismo, luego, no cometí un error al clasificarlo como científico. Que el grupo científico era el que dominaba en el gobierno del general Díaz en los últimos años, lo afirma el señor licenciado Rojas (y lo digo en estas Memorias) al hacer referencia en su libro a la entrevista Díaz-Madero, en la cual dice el licenciado Rojas que el segundo propuso al entonces Presidente de la República desistir de su postulación a la Presidencia en cambio de que el general Díaz retirase el apoyo de los elementos oficiales a la candidatura de don Ramón Corral para la Vicepresidencia de la República, cosa que el general Díaz no aceptó, según dice el autor.

El licenciado Rojas continúa en la página 209 de su libro antes citado:

No; la verdadera dificultad estaba de parte del general Díaz, que para llegar a entenderse con el jefe de la oposición, tenía que poner en ridículo al señor Corral y desavenirse con el grupo científico; es decir, con el alma o medula de su gobierno.

En cuanto al cargo que me hace el señor licenciado Rojas de que yo reconocí al gobierno de Huerta, lo dejo para cuando trate en estas Memorias lo relativo a la carta que escribí al general Zapata; pero desde ahora ofrezco demostrar al señor licenciado Rojas que él sí reconoció políticamente al gobierno de Huerta, calaboró con él, y no sólo esto, sino que por varios meses estuvo recibiendo dinero del gobierno del usurpador, cosa que yo no hice en ninguna forma, pues no lo reconocí, no colaboré con él y no recibí de dicho gobierno un solo centavo.

En el mes de agosto del mismo año de 1909, recibí un telegrama del señor licenciado e ingeniero don Ambrosio Ulloa, en el cual me decía que el señor Navarro, editor del periódico La Libertad, que se publicaba en Guadalajara, había sido preso (no recuerdo si por primera o segunda vez) por asuntos periodísticos. Me suplicaba, además, que hablara con el general Díaz con el objeto de conseguir la libertad del señor Navarro. Al día siguiente, poco antes de las tres de la tarde, estaba yo en el Palacio Nacional, y el Presidente me recibió luego que me anunciaron.

¡Qué anda haciendo usted por aquí; qué se le ofrece!, inquirió el general Díaz.

- Señor -le contesté-, vengo a distraer su atención no más de cinco minutos. En telegrama que recibí ayer de Guadalajara, me suplican venga a pedir a usted la libertad del señor Navarro, editor de un periódico de aquella ciudad, pues ha sido reducido a prisión.

- ¿Por qué? -preguntó el señor general Díaz-.

- Por asuntos periodísticos -le dije-; tal vez algún artículo más o menos apasionado, como son en general los que se refieren a la política.

Tomó el nombre del señor Navarro, así como el del periódico y el lugar de los sucesos, y dijo:

- Bueno, veremos qué se puede hacer en favor de este señor.

Acto continuo, me levanté para despedirme, pues aparte de que no me llevaba otro asunto con el señor Presidente, la sala de espera estaba materialmente llena de personas; pero el general Díaz me detuvo diciéndome:

- No, siéntese usted, tenemos tiempo para platicar.

En seguida comenzó a hablar del reyismo, al que consideraba como enemigo, y como yo fuera uno de los reyistas, le dije que no había tal enemistad, que se trataba de un partido cuyo objeto era eliminar al grupo científico y elegir un vicepresidente que a la vez que fuera su amigo, tuviera el apoyo de la opinión, si se dejaba votar libremente al pueblo, y si dicho candidato triunfaba en las elecciones; que de este modo, él, el general Díaz, podría descansar y hacer su viaje a Europa, como antes me había dicho en una conversación, cuando lo trataba yo como médico, con la seguridad de que su ausencia no daría lugar a ningún desorden; mientras que si el señor Corral resultaba electo contra la opinión de la mayoría, podrían ocurrir algunos trastornos.

- Pero si Reyes no sale electo, se pronuncia, me dijo el general Díaz.

- Si se deja al pueblo votar libremente y el reyismo es derrotado, el general Reyes no se pronunciará, entre otras cosas, porque es de usted un amigo sincero y leal -le eontesté-, aunque comprendí que mi opinión era algo aventurada.

- Es que usted no conoce al general Reyes"-me dijo el Presidente-, es un hombre de unas pasiones terribles, y si él fuera el electo vicepresidente, sería capaz de mandarme asesinar para quedarse de Presidente.

Esta afirmación del general Díaz, expresada con un ligero grado de exaltación, cosa muy rara en él, me dejó confundido, y como habría sido imprudente de mi parte preguntarle en qué se fundaba para hacer una afirmación semejante, me limité a decir:

Cuando el general Reyes era ministro de la Guerra, operé al general don Ignacio Escudero, subsecretario; le hacía dos curaciones todos los días y el general Reyes siempre estaba presente, mañana y noche. Como esto duró cuatro o cinco semanas, varias veces oí hablar al general Reyes de usted con verdadero respeto: por eso creo que será leal, hasta el sacrificio, si es necesario.

Pero el general Díaz se manifestó tan profundamente impresionado en contra del general Reyes, que yo me limité a oír sin hacer más observaciones.

Esta conversación se prolongó por más de dos horas, pues me despedí del general Díaz después de la cinco de la tarde, y, como era natural, me hice desde luego la siguiente pregunta: ¿a qué se debe este estado de ánimo del señor Presidente? Con mi carácter de médico y amigo de algunos familiares del señor general Díaz, había tenido oportunidad de conocer algunos detalles íntimos de la política de los científicos y me había formado el juicio de que su actuación en el gobierno no era sincera y leal, en el sentido de que, a la sombra del Presidente, desarrollaban su política futurista sin que el general Díaz se diera cuenta de sus maniobras. Y entre éstas se contaba la de hacer aparecer al general Reyes como enemigo del Presidente.

He referido esta conversación con el objeto de hacer ver lo que del general Reyes pensaba el general Díaz, debido probablemente a las intrigas de los científicos. El primero, sin embargo, demostró después con sus hechos que tal opinión era completamente infundada.

Con motivo de la inundación de Monterrey, acaecida en septiembre del mismo año de 1909, fuí a dicha ciudad formando parte de una comisión de la Cruz Roja, de que fuí uno de los primeros miembros, con el fin de prestar auxilios a los damnificados. Cuando la inundación, el general Reyes estaba en Galeana y se había hecho circular el rumor de que iba a pronunciarse; pero al tercer día de nuestra llegada, el general Reyes amaneció en Monterrey, no habiéndolo hecho antes porque las corrientes de agua, todavía impetuosas, no daban paso.

Tan luego como se supo que el general Reyes estaba en Monterrey, le mandé un recado, diciéndole que, con motivo Je un telegrama que acababa de recibir de la ciudad de México, necesitaba hablarle. Me citó para las ocho de la mañana del día siguiente en su casa. Una vez reunidos a la hora indicada, le mostré el telegrama del Comité Central Reyista, en que me urgían hablara con el general y le dijera que era indispensable que no declinara su postulación como candidato a la Vicepresidencia de la República. Cuando terminó de leerlo, me dijo:

Vea usted la copia del telegrama que acabo de mandar al señor Presidente.

En dicho telegrama le decía, entre otras cosas, que no aceptaría su postulación como candidato, porque no quería ser obstáculo para que el general Díaz desarrollara la política que creyera más conveniente.

En la convérsación que siguió me dijo que no aceptaría la dicha candidatura porque, dadas las maniobras de los científicos y el estado de la opinión, ambas cosas podían orillarlo hasta a hacer una revolución, cosa que no haría mientras el general Díaz estuviera en el poder, una vez que le había prometido en varias ocasioneB ser su amigo sincero y leal.

Poco tiempo después, un día amaneció el general Reyes en la ciudad de México, sin que se supiera que había salido de Monterrey, pues hizo el viaje de incógnito. A las diez de la mañana fue recibido por el Presidente, y al día siguiente, a las ocho de la mañana, fuí a visitarlo a la casa de su hijo, licenciado Rodolfo Reyes. Nuestra conversación fué muy corta, y en ella me dijo haber hablado la víspera con el general Díaz, habiendo convenido en que él, el general Reyes, saldría para Europa en comisión del gobierno, después de arreglar sus cosas en Monterrey.

Como usted ve, prosiguió, mi lealtad al jefe me obliga a abandonar el campo político a mis enemigos los científicos: ellos serán responsables de lo que suceda.

Los científicos, en efecto, quedaron dueños del campo y sin obstáculo para desarrollar su política maquiavélica en contra del entonces Presidente de la República, a cuya lealtad se sacrificó voluntariamente el general Reyes, sin que yo pueda decir, si éste hubiera triunfado, cuál habría sido la suerte de la nación. De todos modos y como era natural, la separación del general Reyes causó la disolución del reyismo y, por mi parte, quedé fuera de las actividades políticas.

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