Índice de Documentos para la historia del anarquismo en América de José C. ValadesDocumento N° 8Documento N° 10Biblioteca Virtual Antorcha

DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DEL ANARQUISMO EN AMÉRICA

DOCUMENTO N°9

MANIFIESTO A LOS TRABAJADORES DE MONTEVIDEO EXPEDIDO POR LA COMISIÓN DE LA GRAN ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES EL 7 DE JULIO DE 1875


Hermanos en el infortunio

Vamos a dirigiros nuestra débil voz, pero un temor detiene nuestra pluma, y un temor fundado. Tenemos que deciros grandes verdades. Tenemos que señalaros un faro, un verdadero puerto de salvación.

Las circunstancias por las que atraviesa en estos momentos el obrero, siempre víctima del odioso privilegio, nos obliga a decir que es menester cuanto antes, que todos los trabajadores se reunan y formen un Centro común para la defensa de sus intereses, los más sagrados, cuanto que son negados a costa del sudor y de los sinsabores porque continuamente tenemos que pasar los que desde los primeros años estamos dedicados a las rudas tareas de un trabajo material y penoso.

Privados de esta instrucción, tal vez no sepamos distinguir la verdad y la honradez que inspiran nuestras palabras, del intensionado y habilidoso estilo que tan diestramente manejan para explotarnos en todos sentidos, los que dueños del privilegio de la ciencia, nos hacen creer una y otra vez que ellos serán nuestros redentores, para hacernos experimentar después cada uno de ellos un nuevo desengaño.

Difícil pero no imposible será para nosotros el objeto que nos proponemos, pero la rectitud de nuestras intenciones suplirá a la forma en que hemos de haceros patentes nuestros sufrimientos y a ello nos dirigimos.

¡Escuchadnos!

Queremos hacer notar que todo aquel que se propone moveros en provecho suyo y cubierto con bonitas frases habilmente combinadas, se reserva la clave que supone poseer de nuestra emancipación, para que cuando la terrible realidad de nuestra posición nos haga desear el acabar de una vez con tantos sufrimientos como nos agobian, le encomendemos la simpática misión de redimirnos. ¿Y por qué razón nos hemos de entregar atados de pies y manos por las indestructibles ligaduras de una fe ciega? ¿Quién mejor y de más buena fe que nosotros mismos puede destruir la criminal explotación a que vivimos condenados?

Pues bien: sólo nosotros debemos velar por nuestros intereses, y nuestra redención debe ser obra de nosotros mismos. Nadie mejor que el trabajador conoce sus necesidades, y por consiguiente bajo este punto de vista hemos de haceros patente, si no con la elocuancia que puede hacerlo aquel que posee conocimientos suficientes porque ha estudiado en universidades y colegios, al menos lo haremos rudamente y trataremos de que nos entendamos.

Sabido es que sin el trabajador no podría existir sociedad alguna; sin la verdadera fuente de riqueza, que es el trabajo, no existiría nada. Nosotros fabricamos los palacios, nosotros tejemos las más preciadas telas, nosotros apacentamos los rebaños, nosotros labramos la tierra, extrayendo de sus entrañas los metales, levantamos sobre los caudalosos ríos puentes gigantescos de fierro y piedra, dividimos las montañas, juntamos los mares ... ¡Y sin embargo! ¡Oh dolor! desconfiamos de bastarnos para realizar nuestra emancipación. ¿Qué sería de la sociedad sin nosotros? Decidles, preguntadles a los que prodigan alabanzas, por qué recogieron un caudal de lo que llaman con cínico descaro su cosecha. Decidles, preguntadles dónde dejó la huella el arado a sus dolientes manos; decídles dónde apagaron la ardiente sed que se experimenta después de llevar algunas horas encorvado el cuerpo y sufriendo los candentes rayos de un sol ardiente durante la siega; decídles, preguntadles si les irritaban los ojos las abundantes gotas de sudor que mezcladas con el polvo abrasador penetraban en ellos; preguntad a los que sin grandes ni aun medianos conocimientos en el arte que explotan, pero dueños en cambio de un capital que en nada contribuyeron a producir, que por nada lo han merecido, pero que lo han heredado, ¡suprema razón!; preguntadles cuanto blasonan que en pocos años han ampliado su caudal, qué parte de aquel es verdaderamente fruto de su trabajo; os responderán que todo, más esto a la razón sana no puede ocultársele, y es necesario conceder que sin el trabajo personal el capital permanecería sin movimiento, y por lo tanto improductivo.

Conocida la necesidad que tiene toda sociedad de los brazos productores, y teniendo en cuenta que todas las clases que están por encima del trabajador, según ellas, no se cuidan en la más mínimo de proporcionarle a éste los medios que necesita para su regeneración, porque está contra sus propios intereses, a nosotros incumbe continuar y propagar la obra de la Asociación Internacional de los Trabajadores, para de este modo hacer solidarios nuestros esfuerzos y realizar el pronto triunfo de nuestra causa: El trabajo.

Como trabajadores os llamamos, no como políticos ni religiosos; sedlo, sin embargo, mientras os parezca bueno lo uno o lo otro; en nada se opone a ello nuestra organización.

Hoy vivimos dominados por un trastorno horrible del derecho natural y la razón. Hoy el efecto tiene su categoría y se antepone a su propia causa. Unámonos y marchemos asociados todos los que sufrimos las funestas consecuencias de tan terrible trastorno, sin detenernos y pararnos en fútiles y peligrosas pequeñeces, sin volver nuestra vista hacia atrás, y dispuestos siempre a reestablecer el justo equilibrio entre la causa y el efecto; para esto nos bastamos nosotros, no lo dudéis; pruebas muy potentes de ello nos dan los rápidos progresos, los benéficos resultados que en pocos años ha dado en Inglaterra, Alemania, Suiza, Italia, Francia, España, Estados Unidos de América, en todo el mundo, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la cual, hace mucho tiempo que desde todo el resto del globo vuelve con noble interés su vista hacia la triste situación del trabajador doquiera se encuentre, tendiéndole su mano amiga y fraternal e invitándonos a particpar de la tarea común.

Apresuraos a aceptarla de igual espontaneidad que os la ofrecen y participaréis de la gloria que pueda cabernos a los que ya hemos tenido la satisfacción de estrecharla desde hace algún tiempo. No creemos que persistiréis sordos a nuestro llamamiento, pues es menester que pensemos una vez siquiera en nosotros mismos.

Puestas de manifiesto las razones por las que debemos procurar asociarnos, debemos ahora enumerar, aunque no sea más que por encima, las ventajas que nos proporcionará el estar asociados para conseguir nuestro bienestar inmediato o sea la mutua protección de todos para todos.

Pues bien: lo que resulta imposible para cada uno, no es ni siquiera dificil para todos juntos; unidos todos los de un oficio o profesión, podrán procurarse con más facilidad ocupación, pues para ello se establecerán Comités de colocación, para facilitar el trabajo a los obreros que carecen de él; Comités de defensa, cuya misión será velar por los obreros de su localidad, y proteger a los que fuesen perjudicados, oprimidos o calumniados de sus patrones, maestros o principales; Sociedades de socorros mutuos de Instrucción, etc.; tenemos la inmensa ventaja que nos reportará la fundación de la Caja de resistencia, la cual debe llamar muy especialmente nuestra atención, por ser a su rápida organización a la que deberemos una mayor parte de las ventajas que hemos de consegur. Con su ayuda, y cuando un oficio o profesión se encuentra con arreglo a justicia, con derecho a rechazar una de tantas imposiciones que estamos siendo víctimas por parte del capital monopolizado por una parte explotadora, tales como reducción del jornal, aumento de horas de trabajo u otras tan injustas o vejatorias como hoy estamos a cada paso teniendo que aguantar, mal que les pese, podremos decirles entonces a los soberbios poseedores del dinero, que no aceptamos sus injustas imposiciones, porque ya somos una cosa, hemos conquistado nuestra personalidad.

Ahora bien; residentes en un país republicano donde sus leyes son especialmente demócratas, y por consiguiente la libertad de asociación es un hecho, vamos a la sombra de este sistema bienhechor a constituirnos, pues el gobierno ha de ser el primero en no menoscabar en lo más mínimo nuestras aspiraciones.

El capital está entronizado, siendo el yugo opresor de cada día para las clases desheredadas, abusando con escándalo del sudor del pobre trabajador, quien es al fin y al cabo el que sufre las consecuencias del monopolio del dinero por aquellos que no se proponen otro objeto que el de medrar a costa del país entero aunque éste se arruine.

Esperamos que como medio de poder estrechar nuestros lazos, asi como para estar al corriente de todo lo que como obreros pueda sernos de algún interés, tanto lo que al movimiento obrero en el resto del mundo se refiera, como lo que afecte sólo a los progresos que en la buena senda realicemos los obreros de la República, hagamos un deber el asistir al local de la Asociación, establecido en la calle de la Florinda N° 216, en donde mutuamente nos comunicaremos las ideas que nos sugieran las circunstancias, haciendo una propaganda incansable en pro de nuestras aspiraciones.

Los trabajadores deben esperarlo todo de los trabajadores, si acudís, si cumplís con un deber; si permanecéis indiferentes, conste que os suicidáis y tenéis que avergonzaros el día que no sepáis responder a vuestros hijos, el día que os pregunten qué habéis construido vosotros para el edificio de la Sociedad del Porvenir, que tan laboriosa y activamente se ocupan en levantar los trabajadores del resto del mundo.

No debemos de terminar este manifiesto sin que salga de lo más íntimo de nuestro corazón un ¡hurra! al país en que nos encontramos, donde la libertad puede manifestarse con toda espontaneidad por nacionales y extranjeros, viéndonos libres de la tiranía de los reyes y emperadores que en tantos países del mundo son la ruina y la desolación de los que vivimos del trabajo.

Salud, Trabajo y Justicia
Montevideo, 7 de julio de 1875
Presidente en turno, Martínez y Segovia, albañil
Tesorero, Juan Zavala, carpintero
Vocales: Pedro Sabater, albañil
Esteban Anduerza, carpintero
José Vilavoa, jornalero
Modesto Gómez, sastre
Domingo Marañón, carpintero
Secretarios: Francisco Calcerán y Colomé Abbas

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