Índice del Manifiesto de los plebeyos y otros escritos de Graco BabeufEscrito anteriorBiblioteca Virtual Antorcha

CARTAS DESDE EL PATÍBULO

A SU MUJER Y A SU HIJO

3 Vendimiario, año V de la República.

He recibido, mis buenos amigos, todas vuestras cartas, es decir, una de Emilio anteayer con la ropa, otra de su madre, ayer por la mañana, y la última de él, ayer noche. He sabido, antes de que me lo comunicárais vosotros, que la audiencia que debe decidir del merecimiento de nuestra protesta quedaba diferida aún por algún tiempo. Agradezco cuanto me habéis dicho acerca de la demanda sobre las comunicaciones; no podéis dudar que deseo tanto como vosotros poder disfrutar de ellas, pero ya os he invitado a remitiros a mi prudencia sobre este punto; podéis estar seguros que intervendré cuándo y dónde proceda.

Me ha afligido mucho la declaración que me has hecho, querida, relativa a las necesidades que te asaltan. No pensaba que estabas tan cerca de semejante situación. Pero haré rápidamente algo para sacarte de ella. Voy a escribir y estoy seguro que dentro de pocos días podré consolarte. Así, busca poder arreglarte por algunos días tan sólo, y tranquilízate.

Hablaré ahora con mi Emilio.

Creo efectivamente, amigo mío, que el método que has adoptado es preferible al de mandarte a la escuela, y no pido nada más que adoptarlo yo mismo y secundarte en tus deseos. Te devuelvo tu primer folio corregido y espero el próximo lo antes posible. No estoy demasiado descontento de la parte de este folio que has copiado; los errores no son tantos y se ve que poniendo un poco de atención podrás conseguir un buen resultado. Una condición importante para aprender es poner la voluntad, y en general se llega a obtener todo lo que se quiere. Se trata, pues, casi solamente de querer con fuerza una cosa para hacerla con éxito. El sistema de copiar no es malo, infunde la práctica, la costumbre de escribir cada palabra conforme a la buena ortografía. Pero no es suficiente. La costumbre, la práctica no dan más que nociones vagas e inciertas. Unicamente las reglas y los principios proporcionan las que son invariables. Quienes no hacen más que copiar para aprender se asemejan a quienes quieren tocar el violín sin aprender música. Unos y otros no llegan más que a cierta rutina rebosante de defectos. Parece, a quien no entiende mucho, que estas dos especies de practicones van bastante bien, pero los que entienden más, se dan cuenta de la verdad. Se dan cuenta de que el uno no es músico y produce sonidos discordantes, y de que el otro no ha aprendido la lengua y comete faltas a cada instante. Hace falta pues, necesariamente, si se quieren sobresalir en cualquier género, aprender reglas y principios. Hace falta, para la música, aprender las notas y saber cuál es el tono que conviene de acuerdo. La propia lengua, vale lo mismo; los principios representan aquí lo que son las notas en la música. Lo que hace mucho más ventajoso aprender mediante los principios que con la práctica, es que los principios abrevian el estudio y lo hacen mucho más fácil porque se aplican a una infinidad de casos a la vez, de forma que cuando se ha aprendido una cosa relativa a una sola palabra, la misma regla se aplica a otras mil palabras, y una sola lección sirve para dar a conocer la construcción de las demás. Con la práctica, por el contrario, no se llega a generalizar nada, se imagina uno que cada palabra exige un conocimiento particular de la ortografía; es un estudio que no termina nunca y que nunca puede conducir a un feliz resultado. Opino que estás en condiciones de comprender todo esto y que es necesario decírtelo antes de pasar a las otras lecciones. Así, puesto que tú quieres que yo sea tu único preceptor, te aconsejo no proponerte de nuevo principalmente copiar, si bien no debes renunciar del todo, ya que, como te he dicho, se trata de un sistema útil para adquirir una práctica general, para familiarizarse someramente con la mayor parte de los términos de la lengua. Pero para obtener progresos más seguros y llegar a un conocimiento más positivo, necesitarás estudiar al mismo tiempo los principios de la gramática. Solamente que te será difícil orientarte. Yo te ayudaré poniendo estos principios a tu alcance. Te acordarás que habíamos comenzado hace ya tiempo un curso de estudios de este tipo. Es necesario continuarlo. Mañana te mandaré ya el comienzo. Tú copiarás y aprenderás de memoria, y razonándolo, lo que te enviaré cada día, lo que no impedirá me hagas pasar el mismo día una página o dos de copia como la que has comenzado a enviarme. Dime si estás de acuerdo. Buenos días, mi pequeño compañero.

Salud y fraternidad.

G. Babeuf




CARTA A FELIX LEPELETIER

Vendome, 5 Pradial, año V de la República.

A mi digno y sincero amigo.

Los jurados, amigo mío, van a proceder al voto que va a decidir de tu suerte y de la mía. Por lo que entreveo, tú te salvarás, yo no. Mi esposa te entregará esta carta, junto a otra que te escribí el 26 Mesidor del año en curso. No habiendo tenido, como pensaba, un modo de hacértela llegar, la he conservado hasta ahora. Nada puedo añadir a lo que ya contiene; de otra parte, la proximidad del instante fatal cierra mi mente, y quizá mi corazón, a toda expresión de sentimientos que hubiera podido concebir al comienzo. No sé, pero no creía que me costara tanto ver la disolución de mi ser. Se puede decir lo que se quiera, la naturaleza siempre es fuerte. La filosofía proporciona algún arma para vencerla pero hace falta siempre pagarle tributo. De todas formas espero conservar suficiente fuerza para soportar, como debo, mi última hora; pero no debéis pedirme más. Siento una inquietud, una indiferencia o un vacío de ideas que no puedo explicarme; me parece conservar un sentimiento hacia mi esposa y mis hijos, y que no siento nada más. No encuentro nada que decirte para ellos. Ignoro aún si la causa es el espantoso presentimiento de la nulidad de cualquier solicitud mía acerca de ellos, cuando la odiosa contrarrevolución debe proscribir todo lo que pertenece a los republicanos sinceros. Y además, toda esta existencia en estado de desgracia atenúa indudablemente una sensibilidad demasiado puesta a prueba; hay, quizá, una medida que la naturaleza humana no puede sobrepasar; quizá también tomo por indiferencia lo que no lo es, porque me sonroja semejante disposición de ánimo; quizá creo no sentir nada por sentir demasiado. Perdona el desorden de mis ideas; adivina todo lo que quisiera decirte y haz lo que de ti espera quien imagina haberte dicho todo y haber depositado sus últimas palabras en el seno de su verdadero amigo. Creo poder confortarme de la manera en que me he conducido en el proceso. A pesar de la inquietud que me agita, siento que hasta el último minuto no haré nada que no pueda ensalzar la memoria de un hombre honesto. Adiós.

G. Babeuf




A SU FAMILIA

Buenas noches, amigos míos.

Pronto entraré en la noche eterna. Al amigo al que envío las dos cartas que habréis visto, expreso mejor mi estado de ánimo acerca de vosotros, mejor de lo que puedo hacerlo a vosotros mismos. Me parece que no siento nada de tanto sentir. Pongo en sus manos vuestro destino. ¡Ay de mí! No sé si estará en condiciones de hacer lo que le pido; no sé cómo podréis llegar hasta él. Vuestro amor por mí os ha conducido a través de todos los obstáculos de nuestra miseria; habéis resistido en medio de los afanes y todas las dificultades; vuestra constante sensibilidad os ha hecho seguir cada instante el largo y cruel juicio del cual, a la par que yo, habéis apurado el amargo cáliz; pero no sé cómo haréis para retornar al lugar de donde habéis salido; no sé si volveréis a encontrar los amigos; no sé cómo será juzgada mi memoria, si bien creo haberme conducido de la forma más irreprensible; y, en fin, no sé lo que será de todos los republicanos, de sus familias, de sus hijos de pecho, en medio del furor monárquico que la contrarrevolución desencadenará. ¡Oh, amigos! ¡cómo son desgarradoras estas reflexiones en los últimos instantes! ... Morir por la patria, dejar una familia, hijos, una esposa amada, sería algo más soportable si no viese en fin la libertad perdida y todo lo que pertenece a los republicanos sinceros envuelto en la más horrible proscripción. ¡Ah! hijos míos amados, ¿qué será de vosotros? No puedo defenderme de la más intensa emoción ... No creáis que me arrepiento de haberme sacrificado por la más bella de las causas; aun cuando todos mis esfuerzos hubieran sido vanos, he cumplido mi deber ...

Si contra mis previsiones, conseguís sobrevivir al terrible huracán que amenaza ahora a la República y a todos los que le han sido fieles; si pudiérais encontraras de nuevo en una situación tranquila, y hallar algún amigo que os ayudase a triunfar de vuestra mala suerte, os recomiendo vivir juntos y unidos; recomiendo a mi esposa tratar de educar a sus hijos con mucha dulzura, y recomiendo a mis hijos merecer la bondad de su madre respetándola y obedeciéndola siempre. Es propio de la familia de un mártir de la libertad ofrecer el ejemplo de todas las virtudes para atraerse el afecto y la estima de todos los hombres honestos.

Quisiera que mi esposa hiciera lo posible para dar una educación a mis hijos, invitando a todos sus amigos a ayudarla en todo lo que puedan hacer en este sentido. Exhorto a Emilio a secundar el deseo de un padre que amaba y del cual fue tan amado; le exhorto a hacerla sin demora y lo más rápido posible.

Amigos, espero que os recordaréis todos de mi y frecuentemente hablaréis de mí. Espero que creeréis que os he querido mucho a todos. No concebía otra forma de haceros felices más que a través de la felicidad común. Mi plan ha fallado: me he sacrificado; muero también para vosotros.

Hablad mucho de mí a Camilo; decidle miles y miles de veces que lo llevaba tiernamente en mi corazón.

Decid lo mismo a Cayo, cuando tenga la edad de comprender.

Lebois ha anunciado que había impreso nuestra defensa. Es necesario dar a la mía la mayor publicidad posible. Recomiendo a mi esposa, a mi mejor amiga, no entregar ni a Baudin, ni a Lebois, ni a nadie, ninguna copia de mi defensa sin tener otra bien exacta, para estar bien segura de que no se pueda perder. Sabrás, querida mía, que esta defensa tiene mucho valor y será siempre apreciada por los corazones virtuosos y por los amigos de nuestro propio país. El único bien que te quedará de mí será mi reputación. Y estoy seguro de que tú y tus hijos encontraréis en ello consuelo. Os alegrará que todos los corazones sensibles y rectos, al hablar de vuestro esposo y padre, digan:

Fue un perfecto virtuoso.

Adiós. Estoy atado a la tierra tan sólo por un hilo que el día de mañana se quebrará. Esto es lo cierto, demasiado lo veo. Hay que hacer el sacrificio. Los desalmados son los más fuertes; me toca rendirme. Al menos es dulce morir con una conciencia pura como la mía; lo que hay de cruel, de desgarrador es el arrancarme de vuestros brazos, ¡oh, mis amados amigos, cuanto tengo de más querido! ... Me separo; la violencia prevalece ... Adiós, adiós, adiós, diez millones de veces adiós ...

Todavía una palabra. Escribid a mi madre y a mi hermana. Remitidles, con la diligencia o con otro medio, mi defensa cuando esté impresa. Decidles cómo he muerto, y tratad de hacerles comprender a aquella buena gente, que tal muerte lejos de ser deshonrosa es gloriosa.

Adiós, pues, otra vez, queridos míos, mis amados amigos. Adiós para siempre; penetro en el seno de un sueño virtuoso ...

G. Babeuf

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